Por Fer Suarez
Niebla. Siento la vista cansada y esta es una noche especialmente oscura. Cada agonizante minuto que pasa va invadiendo mis sentidos de una mezcla de sudorosa parálisis y un pánico histérico apenas contenido. El aire enrarecido, casi como envuelto en polvo y alquitrán, genera enloquecidas pinturas en el fondo de mi mente. Y se acercan, tornándose más vívidas a cada paso. Pesadillas de la infancia que reviven en espasmos violentos de la imaginación y van derrumbando las paredes mentales que erigimos para hacerlas menos amenazantes. Pero es en esa incomodidad angustiante, en esa tensión que congela los huesos, en ese dulce dolor que raspa las entrañas, que encontramos placer. ¿Y qué mejor banda sonora para esta especie de sesión BDSM espiritual (porque si hay dolor Y placer, entonces hay sexo, y The Grave comprende, de la misma forma que lo hacen sus queridos The Obssessed y Electric Wizard en sus mejores momentos, que el paso mortuorio y lúgubre del Doom funciona mejor cuando está impulsado por pulsiones non-sanctas) que una hora de riffs que se arrastran en su maravillosa simpleza, graves (no pun intended) tan profundos que suenan como los más insondables abismos Lovecraftianos, ritmos que invitan a sórdidos rituales nocturnos, voces casi fantasmales que invocan a los más perversos demonios para invitarlos a esta sangrienta orgía de horror, y atmósferas de empantanada perdición? The Grave creó un disco que se transformó en una película en mi cabeza y no sé si sea la misma que la banda imaginó pero supongo que eso no es lo más importante. Lo más importante es que ustedes se atrevan a hacer la experiencia y descubrir sus propias películas encerradas en esta pieza musical.
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