-Engine Kid “Angel wings” (1994)
Que Greg Anderson posee en su interior el atronador poder del RIFF es algo que ningún seguidor del Metal extremo de los últimos diez años debería ignorar. Su trabajo en grupos como Thorr’s Hammer, Goatsnake, Sunn 0))), Teeth Of Lion Rule The Divine o Ascend (entre tantos otros proyectos) lo certifica como un gran aprendiz de Tony Iommi y Dylan Carlson que, no obstante, es capaz de redescubrir virtudes e inesperadas profundidades en dichas enseñanzas. Como tal, es interesante viajar un poco (bastante, hablamos de fines de los ochentas) hacia atrás en el tiempo y descubrir a un joven Anderson serruchando acelerados riffs de pocas notas como marco para las frenéticas proclamas Straight Edge de los Hardcoreros Brotherhood, un nombre que suple su falta de sutileza con contundencia y honestidad abrumadoras. Resulta casi esperable, entonces (y siguiendo una suerte de progresión orgánica experimentada por más de un pope del Hardcore), que su segundo paso musical (conocido como Galleon’s Lap) estuviera alineado con la emoción primal y las melodías quebradas de grupos como Rites Of Spring, Current o The Hated, lo que se conoce, en ciertos círculos selectos, como la “primera Ola de Emo”. Así, llegamos a los noventas, donde esas iniciáticas armas se pulen hasta extremos insospechados para comenzar a exponer visiones artísticas mucho más dinámicas, intrincadas y pictóricas (por así llamarlas), sin por ello resignar el ímpetu visceral y la entrega descarnada absorbida en aquellos primeros años de desenfreno musical. Engine Kid fue el nombre elegido por el trío, y estaremos de acuerdo en que las primeras comparaciones hechas con los monumentales Slint (reforzadas por el hecho de que su álbum debut, “Bear catching fish”, fue grabado por el mismísimo Steve Albini) no eran gratuitas. En efecto, el manual de recorridos serpenteantes, guitarras voladoras y rasposas al mismo tiempo, atmósferas desasosegadas y magistrales subidas y bajadas de intensidad del legendario cuarteto oriundo de Chicago hizo fuerte mecha en el espíritu del grupo que, de todas formas, usó esas guías como referencia para llegar a la innegable identidad y el envolvente poderío emocional de este final “Angels wings”. No se trata sólo de la incorporación de nuevos actores (saxofón, trompeta, contrabajo, gaita) que enriquezcan el, ya de por así, cargado entramado sonoro del trío. Tampoco de lo anecdótico (o no tanto) del genial cover de “Olé”, de John Coltrane, que cierra la placa. Se trata de la forma en que estas canciones nos atrapan en sus zigzagueantes descargas emotivas, de las certeras visiones de desgarro surrealista que generan estos riffs (que parecen haber sumado bastante de la oscuridad Sabbathera y el hipnótico minimalismo que luego ocupara gran parte de la carrera de Anderson, así como de las disonancias cósmicas del mejor Voivod), del sufrimiento palpable (casi físico) que transmite la desesperada voz del mismo Anderson (aún en sus pasajes más melódicos, que también los hay), del clima general y espeso de pesadumbre que se respira aún sin necesidad de caer en manerismos exagerados o histrionismos que no se deciden entre la “cooleza” irónica y el supuesto extremismo. Lo que quiero decir, en última instancia, es que la música de Engine Kid vale por peso propio, antes que como un mero chequeo informativo del curriculum previo de un músico de culto, sea lo qué sea que eso signifique.