Por Fernando Suarez.
-Helium “The magic city” (1997)
Colores pastel, unicornios, corazones, castillos, elfos, verdes praderas, arco iris, mandolinas, chamberlines (el precursor directo del mellotron), violines, trompetas, teclados añejos, mariposas, flores, estrellas, dragones y hasta alguna que otra melodía con aroma a feria medieval. ¿Es posible que, con todos esos elementos, estemos hablando de un grupo de Rock típicamente noventoso y con raíces Punks? Claro, si tenemos en cuenta que la vocalista, guitarrista y líder espiritual, Mary Timony, venía de tocar en Autoclave (probablemente el primer grupo de Math-Rock compuesto íntegramente por mujeres) y que el bajista Ash Bowie (novio de Timony en esos años) compartía su tiempo con los contracturados Math-rockers de Polvo, entonces ya no se hace tan extraña esa apropiación de las extravagancias más coloridas del Rock Progresivo dentro de un contexto de crudeza y desnudez emocional más afín al costado más Punky del Indie-Rock. Más importante aún es el hecho de que Helium lograra aunar esos dos universos, en apariencia antagónicos, de forma natural y fluida, sin forzarse en pastiches poco elegantes o faltos de intensidad, y manteniendo (aún con su importante cuota de delirio instrumental) un profundo respeto por las canciones mismas. Es cierto que, más allá de las referencias setentosas debidamente tergiversadas, se podían hallar puntos en común con grupos como Sonic Youth (sobre todo en algunos enrosques guitarrísticos y el empleo de afinaciones no convencionales), The Breeders (cuando arreciaba la dulzura melódica más inmediata), Throwing Muses (cierto malicioso dramatismo romántico) o Shudder To Think (casualmente, Timony compartiría un muy recomendable proyecto con Nathan Larson, guitarrista de estos últimos, llamado Mind Science Of The Mind), pero la identidad del trío (que se completaba con la baterista Shawn King Devlin, ex integrante de Dumptruck, pioneros del Indie-Rock de mediados de los ochentas) brillaba con luz propia, en especial gracias a la personal voz de la bella Mary (poseedora de un timbre endiabladamente atractivo, por momentos similar al de Shirley Manson), a su excelencia en el dominio de las seis cuerdas y a su iluminada sensibilidad compositiva. Y es que la magia se hace presente aquí, en canciones que se disfrazan de vistosas fantasías pero esconden un corazón ardiente y cargado de emociones agridulces y contradictorias. Una auténtica pieza de arte, recomendable para todo aquel que aprecia la música, más allá de rótulos y épocas.
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