Por Fernando Suarez.
-Willard “Steel mill” (1992)
Densidad, el calor abrasador que se desprende del acero derretido, sudor espeso mezclado con hollín sobre la piel, movimientos lentos, casi agónicos. ¿Les gusta la música pesada, de esa que se siente como toneladas de concreto sobre el cuerpo, la mente y el alma? ¿Les gustan los riffs graves y arrastrados y los golpes monolíticos de batería? Bien, “Steel mill” (único registro discográfico de Willard) es uno de los discos más pesados que haya escuchado en mi vida y, oh sorpresa, no se trata de Sludge, Doom ni ninguna variante de Metal extremo. Algunos datos: venían de Seattle, contaban con la producción de Jack Endino (tal vez lo recuerden tras las perillas en los primeros trabajos de grupos como Nirvana, Green River o Soundgarden, o como guitarrista de los geniales Skin Yard) y Tad Doyle (el obeso líder de Tad) ponía su voz invitada en un tema (“Stain”). Sí, adivinaron, esto es Grunge. Del más sucio, riffero, aplastante y mala onda pero Grunge al fin. Por supuesto, la mayoría de los grupos antes mencionados sirven como referencia (en especial Tad, Skin Yard y los primeros Soundgarden), aunque también deberíamos mencionar a los queridos Melvins, a Killdozer y algo del Mudhoney más enfermizo (en especial en el terreno vocal) en este maremagnum de gordas distorsiones y climas de hipnótica opresión. El punto es que este quinteto tomaba buena nota de las enseñanzas Punk/Sabbáthicas de dichas bandas (y, claro, de Black Flag) y las llevaba al límite más robusto y ensañado de disgusto sonoro y emocional, con una contundencia y una virulencia capaces de aplastar los ánimos más resistentes. Hasta, por una curiosa cuestión de producción, el sonido de batería (con bastante reverb) se hacía similar a la insistente mecanización de Godflesh (aunque es más probable que la referencia venga por el lado de Big Black), aún cuando se tratara de un baterista humano. En ese sentido, más de un tema contaba con atmósferas que de tono casi Industrial, aunque siempre con empuje cien por ciento sanguíneo, basado exclusivamente en la tradicional instrumentación Rockera de guitarras, bajo, batería y voz. Es más, hasta se animaban con una tremenda versión de “Folsom Prison Blues” de Johnny Cash (aquí titulada simplemente “Folsom”), completamente readaptada a su estilo y, aún así, manteniendo la fuerte carga del original. En fin, si pensaban que el Metal en general tenía el monopolio de la brutalidad musical, comprueben su error mientras Willard los patea en las costillas y descubran una de las piezas musicales más intensas escupidas por la ciudad de las camisas a cuadros y el Starbucks.
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