Por Fernando Suarez.
-Prolapse “Ghosts of dead aeroplanes” (1999)
Puedo escuchar el ensordecedor susurro de las voces que surcan alocadas estos pasillos plateados y brillantes. Las indicaciones anodinas, el paso moribundo de esas palabras apenas empapadas de estática. Tal vez hasta la ilusión de un hermoso cielo soleado de atardecer. La imagen se deforma, los sonidos parecen derretirse. El rollo ha dejado de correr. Las indicaciones son órdenes (aunque están proferidas en lenguas que intuimos antes que comprender del todo) ahora y las turbinas comienzan, poco a poco, a hacer oír su rugido. Los latidos se aceleran, el pecho tiembla y el estómago siente un leve cosquilleo. Las visiones parecen volverse más nítidas, más vivas, más peligrosas y, aún así, excitantes y atractivas. Y, cuando este turbulento ensueño parecía tornarse interesante, una calma apática y vacía desciende como una tonelada de concreto en cámara lenta sobre nuestros ánimos. Sí, el clamor leonino de las turbinas aún retumba pero sólo lo percibimos en las ocasiones en que habíamos olvidado su existencia, embelezados por esta suerte de arrullo fúnebre entonado con pérfida suavidad. (Y que conste que estuve tentado de escribir algo así como que “este vuelo hacia The Fall hace escala en My Bloody Valentine y carga gasolina en Sonic Youth, Can y el The Cure más texturado, por así llamarlo”, pero preferí no hacerlo para no cortar la onda medio poética de la review en el medio de la misma. Je, lo hice igual, ¿no?). Los primeros temblores (los más suaves pero, a la vez, más amenazadores), se traducen en inminentes sudores que recorrerán la espalda. Un preludio de alarma, una tensión aún más desgarradora que el desenlace en sí mismo. Las miradas que se evitan para no tener que enfrentar su propia desesperación en ojos ajenos. Una sacudida. Una más fuerte. Otra. Aún más fuerte. Y así. Cascadas de aterciopelada distorsión danzando hipnóticamente como impenetrables caderas de fuego y aire caliente. Gritos, silencios, cuerpos o lo que pronto quedará de ellos. Histéricos últimos recuentos, plegarias y aceptaciones. El infierno se apaga lentamente hasta desvanecerse del todo. Chirridos, circuitos sonándose los dedos en insistentes crujidos, chispas brotando alocadas de instrumentos y artefactos irreconocibles, formas derretidas pero sin la pulcra imitación de belleza deforme del surrealismo, y un denso y embotador aroma a cosas quemadas. De todo tipo. Y aquí estamos. ¿Dónde? En una reflexión, un sueño, varios de ellos. Los que sean suficientes. Atrapados, así, en definiciones ajenas y fotografías que las horas irán borrando con inapelable lentitud y eficacia. Asustados, por primera vez, con razón. Escupiendo las últimas flemas de rabia en espasmos desolados y sintiendo un gran peso en la cabeza. Suavizamos los gestos, las lágrimas se secan y una sonrisa casi tierna amaga a dibujarse, casi en contra de nuestra voluntad. Aquí estamos, no hay nada que pueda hacerse. Y que estas últimas tres palabras (ustedes saben cuáles, no me hagan repetirlas) sean las únicas que resuenen en sus almas cuando éstas nos evoquen.
1 invocaciones del cosmos:
buscando el disco de prElapse, me crucé con esta banda. ahah, nada que ver, pero me gustó también, que bueno cuando pasa eso.
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