Por Fernando Suarez.
-Pailhead “Trait” (1988)
Para muchos podrá parecer increíble pero, entre 1987 y 1988, un joven e ignoto Al Jourgensen (que ya comenzaba a desencantarse de los sonidos más bolicheros que caracterizaban al Ministry de los primeros años) unía fuerzas con un Ian MacKaye que recién daba sus primeros pasos en Fugazi, luego de la experiencia fallida (fallida por su brevedad, aunque sus resultados artísticos fueran innegables) de Embrace y ya muy lejos del ímpetu juvenil de Minor Threat. Sí, el creador (aunque sea involuntario) del Straight Edge y uno de los personajes Rockeros más celebre por sus excesos y adicciones colaboraban en un proyecto musical y no sólo daban una necesaria clase de tolerancia y respeto (dos palabritas que, pareciera, sólo sirven como eslogan para muchos), sino que encima nos pateaban el culo con este magnífico “Trait”, el único documento de esta unión conocida como Pailhead. En rigor, y si tenemos en cuenta que también eran de la partida Paul Barker (bajo y, durante muchos años, mano derecha de Jourgensen) y Bill Rieflin (baterista en todos los temas, excepto uno), bien podríamos decir que este proyecto es Ministry con Ian MacKaye como vocalista, algo similar a lo que luego hicieran en Lard junto a otro prócer Punk, el gran Jello Biafra. La diferencia es que, mientras que aquel otro grupo sonaba (por lo general) a temas de Ministry que trocaban los rugidos distorsionados del tío Al por la histeria de Jello, Pailhead contaba con una impronta diferente, un tanto más ominosa y, de cierta forma, emocional. El arranque de “Man should surrender” (ustedes sabrán disculpar mi fanatismo, pero escuchar a Jourgensen y MacKaye alternándose alaridos me genera sensaciones indescriptibles de pura dicha) ya nos exponía una embestida a los sentidos bastante afín a lo hecho en años previos por Big Black, con sus ritmos taladrantes, sus guitarras chillonas y disonantes y sus bajos hostiles, pero con una producción más cuidada (esta gente sabe bastante de perillas y esas cosas) y cargada que le aportaba un sonido casi tridimensional, una sensación de estar siendo atacados por todos los flancos. Casi como un respiro luego de semejante paliza, llegaba “Anthem”, con sus obstinados ritmos tribales, esporádicos y cortantes riffs, una de esas geniales y tremendamente pegadizas líneas de bajo de Barker y un MacKaye absolutamente entregado a una suerte de trance violento que apuntalaba a la perfección (siempre junto a los samples y ruidines varios, claro) el clima de hipnótica tensión que dominaba al tema. La balanza se movía hacia el otro lado con “Don’t stand in line”, probablemente lo más parecido a una versión cibernética del Fugazi más groovero y adrenalínico que jamás se haya escuchado, con el detalle de una guitarra que va alternando entre riffs entrecortados, chirridos Stevealbinescos y arreglos emotivos con una soltura pasmosa. Para volver a equilibrar venía “Ballad”, con otra sublime intervención de Barker, una base que generaba una tirantez que nunca llegaba a resolverse, sinuosos rasgueos y punteos de guitarra acompañando de forma armónica, y la voz de Ian interactuando con diversos samples que terminaban de redondear la atmósfera desoladora de la canción. Aquí llegaba el punto más alto del disco: una amenazante línea de bajo (gracias Barker por tanto, perdón por tan poco), un ritmo de insistente pero tenue tensión controlada, un MacKaye con su voz lejana y casi escondida, efectos sonoros y samples entrando y saliendo de escena constantemente, una breve guitarra limpia y, al grito de “I will refuse” (que da título al tema), todo estalla en una explosión de Hardcore robotizado, con una intensidad capaz de quebrar huesos y que, al día de hoy, todavía logra ponerme la piel de gallina. (Como nota al pie, podemos comentar que esta canción también había marcado, con anterioridad, la primera colaboración entre Ministry y Chris Connelly, en una versión que este último tituló como “Stick” y que contaba con su voz en lugar de la de MacKaye). Cerrando la faena, teníamos otra combinación de ritmos entre tensos y bailables (en este caso en particular, con la batería a cargo de Eric Spicer de Naked Raygun, y un cierto dejo al mareo groovero del Dub, un estilo que MacKaye comenzaba a explorar en esa época en Fugazi), guitarrazos distorsionados, las siempre confiables cuatro cuerdas de Paul Barker, los siempre confiables entramados sónicos de Jourgensen y las siempre confiables y movilizadoras cuerdas vocales del buen Ian, en la forma de “No bunny”. Sí, sólo seis temas en poco menos de veintiséis minutos le bastaron a Pailhead para convertirse en una rareza (no sólo por la improbable combinación de integrantes, sino también porque es el único trabajo discográfico donde Ian MacKaye participa de forma totalmente activa que no ha sido editado por su propio sello discográfico, Dischord Records), en un adelanto (de cierta forma) de lo que serían las futuras aventuras musicales de Ministry y, sencillamente, en uno de los discos más intensos y personales que jamás hayan visto la luz del día. No importa si son militantes del Hardcore Straight Edge o nihilistas amantes de la brutalidad digital, he aquí una auténtica bomba musical que sobrepasa los prejuicios y los preconceptos y los hace estallar a fuerza de puro fuego interno. Una experiencia necesaria para todo aquel que tenga sangre corriendo por las venas.