Por Fernando Suarez.
-The Judas Factor “Ballads in blue china” (1999)
Si hablo de un disco de separación, de pérdida, de dolor inmenso, aislamiento, reproches y culpas, tal vez piensen que se trate de puro dramatismo Emo. Si hablo de un grupo que contaba en sus filas con integrantes de bandas como 108, Ressurection, Threadbare, Indecision, Most Precious Blood, Milhouse, Floorpunch, Shai Hulud o Where Fear And Weapons Meet, probablemente piensen en un Hardcore noventoso, metalizado y con cierto acercamiento al Straight Edge. Pero, si bien algo de eso hay, aquí la cosa pasa por otro lado. The Judas Factor es algo así como el grupo que el vocalista Rob Fish necesitaba, tras la disolución de 108 en 1996, para exorcizar sus peores demonios personales y “Ballads in blue china” (único larga duración de la banda, precedido por un ep homónimo y seguido por otro ep, “Kiss suicide”, editado en 2000) es uno de los discos que logra captar con mayor exactitud la sensación de estar al borde del quiebre emocional absoluto. Ahora bien, la música elegida por el quinteto para tal tarea no tiene tanto que ver con el pasado (o, en ciertos casos, el futuro) de sus músicos, sino más bien con lo aprendido del Black Flag más disonante y desgarrado (“Re-invent” es casi como una reinvención, claro, de la clásica densidad de aquella legendaria “Damaged I”), y de la reinterpretación de dichas enseñanzas que, a mediados de los noventas, hicieran grupos como Deadguy, Kiss It Goodbye o Coalesce (casualmente, compañeros de gira de 108 en años previos). Pueden llamarlo Mathcore, si quieren, aunque aquí el foco no está puesto en las excentricidades técnicas ni en el despliegue instrumental, sino en la intensidad, en la necesidad de sacudirse los malestares del espíritu de forma urgente y frenética. Claro, toda esa energía se enriquece notablemente gracias a la enorme demostración de creatividad de los músicos, con especial énfasis en unas guitarras afiladísimas y salvajes, que escupen riffs angulares y disonancias varias con una pasión febril en las antípodas de cualquier tipo de frialdad cerebral o mera masturbación intelectual. Podríamos hablar de Post-Hardcore, al menos en lo que hace a retener la energía visceral del género pero trasladar el dedo acusador hacia uno mismo y proponer una visión musical más amplia e intrincada, pero no estoy seguro de que los apabullantes gritos de Fish y el empuje explosivo y muscular de la base rítmica me den la razón. Encima, se permiten dos saludables disgresiones como “Will you wait up for me?” (algo así como un Indie-Rock melancólico y melódico, con final ruidoso y violoncello incluido) y la descorazonadora aridez acústica de “Stealing away”, que exponen el mismo nivel de intensidad y desgarro emocional pero con otras armas y apuntalan definitivamente la impronta de introspección violenta y torturada que domina la placa. En fin, no es una experiencia agradable pero sí necesaria, de esas que nos hacen resurgir heridos y, al mismo tiempo, más fuertes, más seguros. Es una de esas piezas de música que brillan por su ardiente imaginación al tiempo que se clavan en el alma, la prenden fuego y exponen sin contemplaciones algunas de sus zonas más oscuras, no con el fin de regodearse en ellas, sino de enfrentarlas y, finalmente, liberarlas. Sencillamente imprescindible.
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