Por Fernando Suarez.
-Jets To Brazil “Orange rhyming dictionary” (1998)
El viejo dicho establece que “podés correr pero no esconderte”. Blake Schwarzenbach huyó de su Berkley natal hacia New York, huyó de su pasado al frente de Jawbreaker (una de las bandas definitivas del Punk de los noventas. Y punto) y hasta quiso huir de su rol de músico pero, a la larga, no pudo esconderse de sí mismo, de esas brillantes canciones que le hacían ebullición en las entrañas. Obviamente, esto nunca fue una mera secuela de Jawbreaker ni intentó serlo. Es más, el hecho de que Schwarzenbach eligiera como nuevos acompañantes al bajista Jeremy Chatelain (antes cantante en Handsome e integrante de Iceburn, luego miembro ocasional del renacido Helmet) y el baterista Chris Daly (ex integrante de los Krishna-Core 108 y de los maravillosamente emotivos Texas Is The Reason), le daba a Jets To Brazil el mote de supergrupo del Post-Hardcore. Eso, hasta que sonaban los primeros acordes de “Crown of the valley” (con ese groove robusto) y nos introducían en un desgarrador viaje emocional de cincuenta y pico de minutos, a través de once canciones tan perfectas en su punzante sensibilidad que ningún rótulo de perezoso crítico rockero les haría justicia. Por supuesto, el lazo con Jawbreaker todavía era perceptible, en la voz grave y rasposa (aunque aquí atildada y pulida hasta extremos insospechados) del buen Blake, en la profundidad poética y el expuesto nervio confesional de sus letras y hasta en ciertos recursos compositivos que aún mantenían esa fuerte impronta de Nerd-Punk con el corazón roto. El punto es que aquí aquella efervescencia Punky daba lugar a una reflexiva madurez, la guitarra no estallaba constantemente en grandes y mugrientos acordes, permitiéndose jugar con variantes sonoras y armónicas más abiertas y hasta algún que otro rebusque casi Progresivo, las bases dejaban aire para dinámicas más espaciadas y versátiles, el sonido general (cortesía de J. Robbins, otro prócer del Post-Hardcore) proponía una elegante austeridad y las composiciones mismas adoptaban un cariz predominantemente melódico (con modismos más afines al Pop y, por momentos, al Folk), tocando fibras íntimas con una emotividad despojada de cualquier tipo de exageración o histrionismo innecesario, manejando diferentes intensidades con una naturalidad pasmosa y, en última instancia, desnudando el alma del mismo Schwarzenbach con una claridad que hacía encoger el corazón. Es una pena que ninguna de las dos subsiguientes placas del grupo (el demasiado refinado “Four cornered night” de 2000 y el introspectivo “Perfecting loneliness” de 2002) lograran alcanzar el superlativo nivel compositivo desplegado en este deslumbrante debut y, más aún, es una pena que ninguno de los posteriores proyectos liderados por Schwarzenbach (The Thorns Of Life y forgetters, así con minúscula) se haya cristalizado en material discográfico. De todas formas, si están preparados para una fuerte sacudida emocional en forma de canciones bellísimas, esta sigue siendo una de las mejores opciones que jamás se hayan creado.
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