Por Fernando Suarez.
-Pond “Pond” (1993)
El colorido collage del arte de tapa y la fecha de edición ya nos dan pistas. El hecho de que el sello encargado de la edición sea Sub Pop (ya saben, aquel que lanzó los primeros trabajos de Nirvana, Soundgarden, Tad y Green River, entre tantos otros) y que en la lista de agradecimientos encontremos nombres como Love Battery, Crackerbash y Seaweed casi confirma las sospechas. Si están pensando en cierta palabra que empieza con G y termina con runge, no están mal rumbeados. En efecto, este trío oriundo de Portland, Oregon contaba con los suficientes elementos musicales y estéticos como para asociarlos a las camisas a cuadros y los jeans raídos. Crudas guitarras distorsionadas, empuje Punk, melodías entre el Pop y la Psicodelia, canciones sencillas pero nunca burdas, cierta cansina pesadez y toda esa impronta entre áspera, despojada, emocional y enfermiza. Y aún así, no estamos hablando de un producto genérico o demasiado atado a convenciones estilísticas. Tal como sucediera con otras bandas de su misma ciudad (Hazel, Sprinkler, Thrillhammer o Svelt son buenos, y muy recomendables, ejemplos), Pond ponía al frente de su propuesta una sensibilidad melódica claramente Popera, dejando de lado casi por completo cualquier tipo de conexión con el Rock pesado de los setentas y rescatando más bien la efervescencia psicótica de unos Pixies, los climas hipnóticos de Throwing Muses, el colorido sutil y las ajustadas interpretaciones de Meat Puppets e inclusive el rugido emocional del Hüsker Dü más accesible. Al mismo tiempo, debajo de esas melodías gancheras (a veces más alegres, a veces más retorcidas, a veces más etéreas, a veces más maliciosas, a veces más íntimas, siempre memorables y perfectamente trabajadas a dos voces), se escondía una musicalidad elevada y creativa, una sorprendente capacidad para plantear estructuras y arreglos sumamente intrincados, condensando delirios lisérgicos y rebusques casi Progresivos en perfectas gemas melódicas siempre guiadas por una entrega urgente, visceral y emotiva. Y les puedo asegurar que el resultado final es tan estimulante como único y personal, tal vez demasiado personal si tenemos en cuenta que Pond nunca alcanzó el suceso comercial esperado, ni siquiera con sus dos discos posteriores (“The practice of joy before death” de 1995 y “Rock collection” de 1997, este último inclusive editado por un sello multinacional), que mostraban al trío puliendo aún más su sonido. No importa, claro, en definitiva los noventas nos han legado legiones de grupos admirables que podrían haberla pegado pero, por diversos motivos, quedaron en la oscuridad. Pero, antes que un mero ejercicio de nostalgia, revisitar este debut homónimo es encontrarse con una colección de grandes canciones a cargo de un grupo pletórico de imaginación e ideas propias. Y eso es algo que siempre vale la pena.
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