Por Fernando Suarez.
-Asva “Presences of absences” (2011)
Hasta ahora, Asva podía ser definida como esa suerte de Pequeña Orquesta Resonante liderada por G. Stuart Dahlquist (ex miembro de Sunn 0))), Goatsnake y Burning Witch) y conformada por gente como Trey Spruance (Mr. Bungle, Secret Chiefs 3, Faxed Head, brevemente Faith No More), Billy Anderson (productor de Neurosis, Eyehategod, Melvins, Sleep y tantos otros paladines de los riffs gordos), Brad "B.R.A.D." Mowen (Burning Witch, The Accüsed) y diversos miembros de bandas como Lesbian, Wolves In The Throne Room y Kayo Dot. A partir de este flamante “Presences of absences” la cosa cambia en favor de una impronta más austera, despojada y emocional pero igualmente densa y con la voluntad experimental en constante ebullición. La formación se ha reducido a un cuarteto, en el que se destacan Toby Driver (Kayo Dot, Maudlin Of The Well) con su atildado despliegue vocal, Jake Weller con sus extrañísimos arreglos de trompeta, Greg Gilmore con esa increíble capacidad para mantener un ritmo sólido y ajustadísimo aún a velocidades casi letárgicas y, obviamente, el mismo Dahlquist, encargado de la guitarra, el bajo, el órgano (inserte chiste soez aquí) y compositor de las cuatro extensas piezas que conforman la placa. Aún con esta reducción de ingredientes, Asva sigue sonando como el hermano culto y colorido de Khanate, o como el hijo que Sunn 0))) y Kayo Dot jamás tuvieron. Es decir, sobre principios tomados del Drone (ritmos lentísimos, al borde del colapso, riffs atronadores, notas alargadísimas e hipnóticas, atmósferas embotadoras, frecuencias graves que resuenan hasta el infinito), el grupo se explaya en intrincadas construcciones armónicas plagadas de detalles y sutilezas que le aportan nuevas dimensiones, sonoras y compositivas, al género, al tiempo que respetan esa impronta solemne y mística que lo caracteriza. Esto tal vez se note más que nunca en este tercer disco, donde la melodía ha ganado un lugar prominente y los teclados toman el mando de las composiciones, quitándoles algo (bueno. Bastante) de Metal y ruido pero nada de pesadez. Aunque van por objetivos estéticos diferentes, se puede trazar cierto paralelo con el renacimiento acústico de Earth de la década pasada hasta la actualidad, en especial en lo que hace a generar ese mismo clima de agobio, tensión y densidad emocional sin depender del volumen, la distorsión o los efectos, sino apoyándose primero en las canciones mismas y luego en interpretaciones tan cuidadas como inteligentes y sensibles. O, en otras palabras, que el Drone puede ser música (de esa que algunos consideran “buena”) y no sólo ruido. Compruébenlo a lo largo de los cincuenta y nueve minutos que dura este intenso viaje.
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