Por Fernando Suarez.
-Superdrag “Regretfully yours” (1996)
Podrá ser didáctico (y hasta entretenido) en muchos casos pero, en última instancia, hablar de géneros musicales (en especial de sub-géneros Rockeros) es un ejercicio absolutamente inconducente y estéril. Podemos trazar claras distinciones entre términos como Power-Pop, Grunge, Indie-Rock, Shoegaze y vaya uno a saber cuántas barbaridades más pero nada de eso nos va a ayudar a apreciar la música con mayor intensidad. ¿Acaso hace falta algún tipo de manual (académico o de esos ideados por la, casi siempre inservible, elite periodística) para entender el atemporal poderío emocional de un puñado de grandes canciones? Claro, si no fueran por esas enormes guitarras distorsionadas, por el pulso energético de sus ritmos y por las ocasionales quebradas de garganta de John Davis (no, no tiene nada que ver con el muchacho de dreadlocks que trataba de exorcizar sus traumas al frente de Korn), estaríamos hablando, simplemente, de trece perfectas gemas de artesanía Popera y nos olvidaríamos por completo de cualquier otro tipo de elucubración que no tenga que ver con disfrutar de estas preciosas melodías. Y es que, por más amor que pueda profesar por los gritos y el ruido en general (y cualquiera que lea estos divagues que suelo escribir sabe que lo hago a menudo), pocas cosas hay que me hablen más de la vida misma que un conjunto de buenas melodías entregadas con el corazón en la mano. Y no hay nada de superficial aquí, esto no es un mero escapismo ni una vacación para la mente y el espíritu. Esto es poder afrontar tanto el dolor como la alegría, es dejar caer alguna que otra lágrima y apretar los dientes con bronca, es bailar despreocupados y sumirnos en densas reflexiones, es entregarnos sin condicionamientos y aceptar las consecuencias, es amar con las entrañas en llamas y sin temor a quemarnos, es ganar tiempo haciendo nada y encontrarnos a nosotros mismos (y a quienes nos rodean) de la forma más honesta y sencilla posible. Se trata de sentir, de estar vivos y apreciar cada segundo, sin importar cuán duro pueda parecer. Se trata de romper nuestras propias corazas y asumir también nuestras bajezas y conductas absurdas. Todo ello puede estar contenido en estas bellísimas piezas, en su candoroso y, al mismo tiempo, visceral empuje, en sus líneas vocales agridulces y hasta en ese corazón que late sincero, centrado (a pesar de todo) e inclusive con algo de malicia. Entonces, no importa en qué categoría quieran colocar a estas canciones, no importa lo que digan los críticos, la industria discográfica ni sus propios amigos. Ni siquiera importa lo que yo tenga para decir al respecto. Las canciones están ahí para ser disfrutadas sin intermediarios ni guías, para que cada uno les encuentre su propio significado y las adapte a su manera al entramado de sus propias vidas.
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