Por Fernando Suarez.
-Samiyam “Sam Baker’s album” (2011)
Por lo general conocido por su trabajo junto a Flying Lotus, Sam Baker (tal el hombre detrás de Samiyam) se ganó un lugar de privilegio en el mundo del Hip-Hop experimental de los últimos años por peso e ideas propias. Sólo un larga duración (el caótico “Rap beats Vol. 1”, editado en 2008) y algunos ep’s le bastaron para exponer una locura sumamente original a la hora de construir sus intrincadas arquitecturas sonoras y ahora este “Sam Baker’s album” viene a confirmar dicho talento y, de paso, subir la apuesta. A diferencia de esa impronta más bien épica (casi sinfónica) y espacial de Flying Lotus, lo de Baker pasa por miniaturas compositivas (ningún tema llega a los cuatro minutos de duración y la mayoría no pasa de los dos) instrumentales sostenidas en ritmos irregulares e hipnóticos y adornadas por arreglos de tono entre lúdico y enfermizo. En ese sentido, se puede comparar a Samiyam con otro artesano de la demencia Hip-hopera como Odd Nosdam (colaborador de Mike Patton, como para que se hagan una idea), en especial en lo que hace a esa suerte de A.D.D. desprejuiciado y desencajado, esa excitante sensación de sorpresa que transmiten sus trabajos. Aquí tenemos diecisiete canciones (bueno, por así llamarlas) en cuarenta minutos y les puedo asegurar que el resultado final es tan estimulante como colorido y absolutamente personal. La parte rítmica es una oda a la minuciosidad y la contractura, sin necesidad de levantar demasiado las revoluciones (de hecho, por lo general la cosa viene a un tempo más bien aletargado) se las arregla para eludir con suma frescura los lugares comunes del género y la música bailable/electrónica en general. Por el lado del relleno instrumental, el asunto se pone aún más impredecible y variado, jugando con infinidad de sonidos, texturas, melodías, ruidos y arreglos que se deforman en un flujo constante de imágenes lisérgicas que atacan la mente y dan vuelta las percepciones. Desde emotivos colchones de teclados a punzantes chirridos y crepitantes secuencias, pasando por armonías al borde de la disonancia, samples mutilados y un sinfín de recursos que dan buena prueba de la febril imaginación de Baker. Desde ya, no es material de escucha fácil (hace falta un oído amigo de los sonidos y tratamientos electrónicos y una apertura mental dispuesta a todo) pero allí reside gran parte de su retorcido encanto. Si nada de eso les produce prejuicios, aquí encontrarán un bocado de difícil digestión pero que les dejará un más que gratificante sabor de boca.
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