Por Fernando Suarez.
-The Most Secret Method “Our success” (2002)
Yo sé que suelo ser más que insistente con Washington DC y su fructífera escena Post-Hardcore pero no es para menos. A grandes nombres, como los de Fugazi, Jawbox, Shudder To Think, Kerosene 454 o The Dismemberment Plan (y que conste que estoy conteniendo las ansias de llenar estas líneas de bandas), se suma una legión de grupos menos conocidos pero igualmente dignos de atención. Entre ellos, The Most Secret Method se destaca por mantener un elegante equilibrio entre imaginación desbordada y perfecta comprensión de la artesanía cancionera del Pop. Con sólo dos discos (el debut, “Get lovely”, de 1998 y éste que nos ocupa), el trío se ganó un lugar propio en la escena de su ciudad natal, a fuerza de una personalidad única y refrescante. Por supuesto, las influencias estaban allí pero quien esté libre de pecado que lance la primera piedra. Diseccionando las partes podemos hallar bastante de la combinación de gancho, urgencia, ruido, experimentación y refinamiento de Mission Of Burma, líneas vocales sobrias y emotivas a la Jawbox, algo del contagioso empuje rítmico y las guitarras punzantes de Fugazi, la economía de recursos de The Warmers, las explosiones de rabia distorsionada de Hoover, la efervescencia melódica de Holy Rollers, cierto dejo Popero a la Chisel o las subsiguientes aventuras de Ted Leo junto a sus Pharmacists, y toda esa impronta de nerds con corazón Hardcore rockeando hasta la última gota de sudor, de tipos comunes expresándose musicalmente de forma tan inteligente como visceral. Ok, ustedes dirán que eso es lo que se supone que encontrarán en cualquier disco del estilo pero lo cierto es que pocas veces dichos elementos fueron manejados con tal gracia, poder de síntesis y espontaneidad. Es que en “Our success” conviven con natural armonía elaborados pasajes de tensa introspección, un groove fluido y movedizo, una compleja y, al mismo tiempo, certera interacción entre deliciosas líneas de bajo (recibidas de las Academias Mike Watt) e imaginativas y variadas incursiones de guitarra (desde emotivos arpegios hasta furiosas disonancias y todo lo que se pueda encontrar en el medio y a los costados), voces que pueden hechizar con hermosas melodías o anudar el estómago en quejas declamativas y demandantes, momentos de experimentación libre de formas, estructuras sinuosas e impredecibles pero siempre atentas al gancho y enfocadas en calar hondo en el corazón. Y encima, todo ese caudal de ideas y sensaciones está presentado de forma directa, casi despojada, manteniendo a rajatabla los dictados de la formación de trío Rockero y superando a fuerza de talento, clase y buenas canciones las supuestas limitaciones que ello pudiera acarrear. Si ya llegaron a esta altura del comentario (y no vomitaron por mi indisimulado fanatismo ni se quedaron dormidos por mi falta de habilidad para llegar al grano), bien podrían prestarle atención a una de las gemas ocultas más brillantes del siempre inquieto semillero Washingtoniano. Les aseguro que vale la pena.
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