Por Fernando Suarez.
-Gallhammer “The end” (2011)
¿Las chicas sólo quieren divertirse? Bueno, esto es algo así como “las chicas sólo quieren vomitar odio y reventar neuronas con el Black Metal más crudo, corrosivo y cargado de energía negativa que se haya escuchado en mucho tiempo”. Ok, lo de Black Metal merece una explicación, porque Gallhammer de ninguna manera se contenta con repetir los tan conocidos clichés noruegos a la hora de plantear su propuesta. Desde 2003, estas adorables muchachas niponas vienen deslumbrando a más de uno con su furiosa reinterpretación de Hellhammer y el viejo Celtic Frost en clave de mugre Crust con opresivos aditamentos Doom/Sludge. “The end” es su tercer larga duración (sin contar el compilado “The dawn of...”, con el que el sello Peaceville las presentó al mundo en 2007) y encuentra al grupo reducido a un dúo de bajo y batería (ambas cantan), tras la reciente partida de la guitarrista y también cantante Mika Penetrator. Esto representa cambios en el aspecto sonoro, obviamente, pero se trata de cambios que las restantes señoritas saben capitalizar para entregarnos un resultado final aún más personal, violento y perturbador. Los temas siguen alternando entre desenfrenadas aceleradas y babosos rebajes, el sonido sigue siendo crudo, sucio y tremendamente visceral, las atmósferas mantienen esa impronta de absoluta perdición y asfixia, de ríspida decadencia espiritual y profundo odio por la raza humana en general. El punto es que ahora los riffs (siempre con esa simpleza casi Punk) son guiados por un bajo que suena tan podrido como pocas veces se ha escuchado y que, como para poner algo de relleno, se despacha también con espesas capas de feedback, acoples, y disonancias varias que le aportan una nueva profundidad (se respiran contaminados aires a la Godflesh o los primeros Swans en los pasajes más lentos) a un sonido, de por sí, ya bastante denso y opresivo. Por otro lado, también en el terreno vocal se percibe una ampliación del espectro de gruñidos y alaridos varios, inclusive incorporando ciertos modismos de tono casi infantil que terminan sonando (en este contexto) más enfermizos que divertidos. Da la sensación de que, tras la mencionada partida de Mika, Vivian Slaughter (bajista) y Risa Reaper (baterista) pusieron toda la carne al asador para probar que sus pasiones extremas no han perdido ni un ápice de intensidad (por el contrario, aquí todo suena llevado al límite) y que no necesitan una guitarra para destrozar cráneos y estrangular los sentidos de forma impiadosa. Y el hecho de que, aún confinadas en una propuesta tan limitada, se las arreglen de todas formas para escapar al aburrimiento, la tosquedad y la falta de ideas, es una virtud de la que no muchos pueden hacer alarde.
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