Por Fernando Suarez.
-Decree “Fateless” (2011)
Decree no es, precisamente, un proyecto prolífico. Debutaron en 1996 con “Wake of devastation” y recién en 2004 editaron una segunda placa, la densa y sobrecogedora “Moment of silence”. Siete años después, llega el tercer álbum y hay que decir que la espera valió la pena. También es entendible que, siendo su líder Chris Peterson un tipo tan ocupado en bandas como Front Line Assembly, Noise Unit o Delerium y en tareas de producción varias, su abultada agenda le deje pocos huecos para dedicarse al cien por ciento a Decree. Como podrán imaginar, la cosa viene por el lado Industrial, los climas apocalípticos, las voces distorsionadas y los samples corrosivos. Lo difícil es confinar al grupo en una categoría específica dentro del amplio espectro Industrial. Por momentos aparecen fuertes guitarrazos que remiten al Killing Joke más maquinoso o a un Ministry menos metálico, en otros tenemos ritmos lentos y atmósferas grises y herrumbrosas que pondrían orgullosos a Justin Broadrick, luego pueden aparecer marchas de degradación cibernética afines a viejas glorias del género como S.P.K. o el primer Laibach, más adelante se asoman visiones de retorcida oscuridad lisérgica en la vena del Skinny Puppy más agresivo que pueden dar paso a asfixiantes letanías de desesperación ambiental que suenan casi como si Throbbing Gristle su pusiera a zapar con Einstürzende Neubauten, y hasta hay lugar para esa especie de Funk psicótico de Revolting Cocks o My Life With The Thrill Kill Kult pero despojado del sentido del humor y cubierto por espesas costras de ruido digital. O sea, sin irse a los extremos más experimentales y abrasivos del género (pero sí a los más opresivos), inclusive respetando cierta noción de canción, Decree se las arregla para proponer un viaje arduo, pesado (tanto en lo emocional como en lo sonoro), intenso y delineado con una atención al detalle que roza el sadismo más desquiciado. Sin duda alguna, la mayor particularidad de “Fateless” (en relación con sus antecesores) es el rol predominante que han adquirido las guitarras, fundiendo sin problemas sus latigazos distorsionados con la impenetrable arquitectura de texturas y arreglos que generan los artefactos electrónicos varios, montándose a estos ritmos martilleantes con vigor enfermizo y apuntalando la rabia que transmiten las voces (que, no obstante y siempre ayudadas por efectos varios, mantienen un saludable sentido de la variedad) a lo largo de toda la placa. Aún así, no se puede decir que éste sea un disco de guitarras, el timón compositivo está a cargo de las máquinas y son ellas las que definen el clima fabril y desesperante que se desprende de estas nueve composiciones, un clima que comienza por infectar y nublar la mente y, poco a poco, se apodera del cuerpo hasta estrangularlo y hacer crujir los huesos bajo el peso de capas y capas de óxido musical. En fin, queda claro que esto no es material fácil y requiere de un gusto adquirido por las elucubraciones más ríspidas de la Música Industrial pero, para aquellos que se atrevan a sumergirse en aguas turbulentas, la recompensa puede llegar a ser muy valiosa.
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