Por Fernando Suarez.
-Whitehorse “Progression” (2011)
Evidentemente, detrás de su aura sórdida, lúgubre y enfermiza, los muchachos de Whitehorse tienen algún rastro de sentido del humor. Porque llamar “Progression” a un disco que, básicamente, repite lo que estos australianos vienen haciendo desde 2004, sólo puede ser un chiste. Claro, al poner play uno se da cuenta de que no hay nada de gracioso en estas flamantes cinco composiciones y de que, a pesar de que su propuesta es absolutamente derivativa, no lo hacen tan mal. De hecho, consiguieron que James Plotkin les mezcle y masterize este quinto disco (segundo de estudio), lo cual casi los valida como buenos copiones de Khanate. En efecto, aquí tenemos esos ritmos agónicos y arrastrados, esos retazos de riffs que estallan como erupciones volcánicas de pura distorsión, esos acoples casi constantes que van conectando el andar moribundo de las composiciones, esos graves retumbantes que revuelven el estómago, esos alaridos tortuosos (aquí condimentados con profundos gruñidos guturales) que parecen provenir de las más angustiantes pesadillas, y esos ruidos corrosivos que infectan cada mínimo resquicio sonoro y apuntalan el irrespirable aire de absoluta asfixia expuesto en estos treinta y ocho minutos de absoluto vacío. Ok, también tenemos pasajes que podrían asociarse al Sludge más tradicional, algún que otro amague de melodía épica Neurosiesca, ciertas atmósferas tomadas prestadas de los primeros Swans y hasta un dejo de crudeza que, tranquilamente, podría remitir a los legendarios Winter. Nada para rasgarse las vestiduras, por supuesto. Al fin de cuentas, se trata de influencias presentes prácticamente en cualquier grupo que se aboque al espectro más lento y opresivo del extremismo metálico. Y eso ni siquiera es un problema en sí mismo, Whitehorse absorbe esas enseñanzas con profundo conocimiento de causa y objetivos bien concretos, logrando más de un momento interesante. Mi principal objeción es que los noto faltos de energía (como si hubieran escuchado tanto este tipo de música que ya son capaces de hacerlo de taquito y sin poner demasiado el cuerpo ni la imaginación) e incapaces de mantener un nivel parejo de intensidad, casi arruinando las pocas buenas ideas que surgen con momentos de una tosquedad alarmante. Es que, si este tipo de propuestas no generan una fuerte sensación física o estimulan las partes más oscuras de la imaginación (noten que sólo pido una de las dos cosas), algo está fallando. Whitehorse fracasa completamente en la primera premisa y logra asomarse a la segunda en ocasiones. De todas formas, si son amantes incondicionales de los grupos y estilos mencionados, tal vez este “Progression” los convenza más que a mí. Sólo es cuestión de que hagan la prueba y saquen sus propias conclusiones.
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