Por Fernando Suarez.
-John Zorn “Nova express” (2011)
El año pasado, entre tantas ediciones del inquieto John Zorn (siete discos con nuevo material fueron lanzados a lo largo de los doce meses), dejamos pasar el genial “Interzone”, donde el neoyorquino rendía homenaje al inmortal William Burroughs retomando su método de cartas en un intrincado contexto musical (que replicaba el caos de las obras del mencionado escritor) donde convivían sin problemas sus inquietudes clásicas, la espontaneidad del Jazz y empuje más bien Rockero. “Nova express” viene a ser algo así como la continuación de aquel camino pero colocado en un nuevo marco. En primer lugar, Zorn redujo la cantidad de músicos a un cuarteto de Jazz conformado por Joey Baron en batería (usual aliado de Zorn en sus excursiones más frenéticas), Trevor Dunn (Mr. Bungle, Fantômas y un largo etcétera, en el que se cuenta su membresía en el así llamado Moonchild Trio) en bajo, John Medeski (amigote de Martin & Wood) en piano y Kenny Wollesen (otro habitué pero esta vez de los trabajos más bien melódicos de Zorn) en vibráfono. En segundo lugar, concibió composiciones más breves y, obviamente, austeras, sin por ello resignar complejidad ni variantes pero permitiendo un desenvolvimiento más fluido de ritmos y melodías. O sea, aquí siguen apareciendo los densos juegos armónicos y la quirúrgica atonalidad de sus obras clásicas, el vértigo y las técnicas de “cortar y pegar” que marcaran a Naked City (y que siempre estuvieron inspiradas en los métodos de escritura de Burroughs) y la imaginación delirante y afiebrada que lo suele caracterizar, todo ello expresado con una soltura interpretativa y un cuidado melódico que remite inevitablemente a lo realizado por Masada en su formación primaria de cuarteto. De esta forma, el buen John logra reinventarse simplemente aplicando algunas de sus obsesiones más conocidas a través de un prisma diferente, dándole un cariz más bien humano (casi dramático) a sus elucubraciones más cerebrales, concentrando su riquísimo arsenal compositivo en canciones guiadas por el movimiento melódico y, aún así, reivindicando la impronta laberíntica de la literatura de Burroughs. Pero no me crean a mí, hagan la prueba de leer “Naked lunch”, “The soft machine” o la novela que da título a este disco mientras suenan de fondo estas dos (me refiero a la que nos ocupa e “Interzone”) piezas musicales y después me cuentan.
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