Por Fernando Suarez.
-J Church “Quetzalcoatl” (1993)
Podemos pasarnos la vida entera buscando algo y, si bien la búsqueda en sí misma es una invaluable recompensa, cuando lo encontramos lo atesoramos en un lugar especial del espíritu. Buscamos sonidos, melodías, músicas que nos llenen el alma, que nos hagan sentir acompañados y un tanto menos desesperados. Buscamos entre estos desiertos de demencia urbana, repasando momentos mínimos que parecen durar una eternidad. Y resuenan en nuestros corazones esas canciones que alguien escribió para nosotros. Desde otros lugares, desde otros tiempos tal vez pero aún así cercanas, casi íntimas. Buscamos esas canciones que nos hablen con claridad de nuestras propias vidas, buscamos esa música que nos enriquezca y nos eleve pero no estamos esperando contar cuántas notas se pueden apilar en pocos segundos ni cuántos malabares instrumentales entran en un patrón rítmico. Nos bastan con tres o cuatro acordes colocados con precisión emocional y dedos torpes, con ritmos que tal vez no sepan nada de síncopas o métricas impares pero son capaces de calara profundo en los huesos, con melodías cantadas con más corazón que técnica, esas melodías que parecen describir con apabullante exactitud el desarrollo de nuestros días. Punk-Rock, claro. Y el que me diga que la dulzura y el despliegue melódico del Pop no tienen nada que hacer aquí que repase los discos de Ramones, Buzzcocks y Hüsker Dü, entre tantos otros. ¿Emo? Bueno, sólo si nos atenemos a su definición original, es decir una abreviación de la palabra emoción, ni más ni menos. ¿Post-Hardcore? Tal vez, pero esto no se trata de palabrerío genérico ni de esas referencias que sólo usamos para parecer cool ante gente que ni siquiera conocemos. Esto se trata de emociones de toda índole, como las que ofrece la vida misma. La asfixia de saberse parte de la máquina (antes que el berrinche vacío de contenido en contra de ella), la distancia (o falta de ella) entre libertad y seguridad, las historias que observamos de cerca y nos lastiman al tiempo que nos reconfortan, los guiños cómplices que esconden destinos tristes y solitarios, los caminos que recorremos sabiendo que no nos llevarán a ningún lado, los intentos inocentes por hacer de este tiempo y estas ideas algo más interesante, los gestos que casi nos definen por oposición, los juegos sádicos de la mente, los recuerdos que se borronean entre lágrimas, el odio tan real, la empatía, las culpas, los sueños que explotan en nuestra cara, los fantasmas de nuestros padres acechando a cada instante, las visiones nunca claras, la cultura, los ghettos, la creencia de que hay lago más en la vida que mantenerse satisfecho, las palabras que no podemos definir, las partidas, las ilusiones, los olores y las formas de esos lugares y esos momentos definitivos y llenos de dudas. Ningún manifiesto, ninguna verdad revelada, sólo nuestros corazones abiertos y el siempre desgarrador intento de mantener la cabeza por sobre el agua. A veces encontramos lo que buscamos, a veces no lo apreciamos lo suficiente. A veces, simplemente, lo guardamos para nosotros, casi como un secreto de vital importancia. A veces necesitamos agradecer en público y dejar que el alma reviva y la mirada se nos humedezca una vez más al sumergirnos en estas canciones, tan nuestras. Lance, mí propio, incansable y secreto poeta Punk, este es el tributo que debería haberte hecho en vida y no fue.
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