Por Fernando Suarez.
-Pitom “Blasphemy and other serious crimes” (2011)
Nacidos en 2006 como el Plain Hex Quartet, Pitom es la criatura ideada por un virtuoso guitarrista judío (la aclaración no es gratuita, no se persigan) llamado Yoshie Fruchter. Siempre con el oído atento a las posibles luminarias musicales surgidas de su comunidad, John Zorn adoptó al grupo bajo el ala de su sello discográfico (Tzadik), lanzando tanto su álbum debut en 2008 (“Pitom”, que, en realidad, figura como disco solista de Fruchter pero se trata de la misma banda) como esta sorprendente continuación titulada “Blasphemy and other serious crimes”. La afiliación con Zorn ya nos puede tirar una idea y el hecho de que la formación del conjunto sea un cuarteto instrumental de guitarra, bajo, violín/viola y batería, ya nos tira alguna que otra pista. Tenemos un núcleo Rockero, claro que sí, bien frenético, muscular, fluido y angular, provisto de una urgencia de claros ribetes Punks y de una sádica inteligencia no tan alejada del Math-Rock más abrasivo o el Noise-Rock más refinado, como prefieran. Tenemos también un vuelo Progresivo bien marcado, con más de un riff remitiendo a una suerte de King Crimson anfetamínico y oscurecido (o a un Black Sabbath intelectualizado), y estructuras que confunden al tiempo que maravillan. Tenemos el violín aportando exóticas melodías e intrincados contrapuntos con la guitarra y tenemos, desde ya, el grado justo y necesario de demente eclecticismo, como para condimentar todo con constantes sorpresas y curvas inesperadas. Lo que distingue a Pitom de otros grupos similares (inclusive algunos de la misma escudería Tzadik) es el énfasis puesto en la Música Tradicional Judía, fundida de forma inteligente y profunda (nada de pastiches a medio cocinar) con el pulso sanguíneo y el entramado eléctrico de las canciones. Desde ya, algunos dirán que Mr. Bungle (en “California”) y Masada (en su encarnación eléctrica) ya habían intentado similares acercamientos pero ninguno de ellos lo había hecho en un contexto tan visceral y rabioso. Ni hace falta aclarar que los músicos son eximios ejecutantes de sus respetivos instrumentos pero es de agradecer que en ningún momento coloquen el lucimiento personal ante la intensidad y el desarrollo dinámico de las composiciones. En fin, un delicioso bocado para oídos aventureros y refinados.
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