Por Fernando Suarez.
-Windmills By The Ocean “II” (2011)
En principio, el mayor atractivo de Windmills By The Ocean radica en contar en sus filas con la presencia de Bryant Clifford Meyer, alguna vez miembro de Isis, Red Sparowes y The Gersch. Al menos aquel debut homónimo que editaran en 2006 no ofrecía mucho más que eso, con una letanía Post-rockera tan cuidada y evocadora como falta de inspiración e ideas propias. Para esta segunda entrega las cosas no han cambiado demasiado pero sí lo suficiente como para poder hablar de la música del grupo antes que de los pergaminos de sus integrantes. Ok, esto sigue siendo Post-Rock, casi de manual les diría, pero el hecho de incorporar voces (melódicas y etéreas todas ellas) y estructuras más afines a la canción propiamente dicha que al mero juego de dinámicas ya aporta algo de sustancia con la que trabajar. Por supuesto, seguimos hablando de climas melancólicos y soñadores, de guitarras empapadas de efectos (nada más peligroso que un porrero con delay), de melodías casi melodramáticas y de ese detallista entramado de arreglos y texturas (por momentos aparecen unos teclados espaciales que harían acabar a cualquier fan de Hawkwind) tan típico del género. Y el hecho de que sumen una buena cuota de Shoegaze en su repertorio no ayuda mucho en términos de originalidad pero al menos ahora da la impresión de que no se están quedando sólo con la cáscara del asunto. Yo sé que a veces sueno insistente con este tema pero, cuando faltan ideas renovadoras o personales, las buenas canciones suelen ser lo único capaz de sacar a flote a un disco. En ese sentido, estos nerds bostonianos han decidido tomarse las cosas más en serio y poner el foco en la composición antes que en las formas, exhibiendo paisajes musicales plagados de sutilezas y una delicadeza melódica que, por momentos, llega ser conmovedora. Nada para salir corriendo de alegría, desde ya. Todavía se percibe aquí ese aire despreocupado de proyecto paralelo que, al tiempo que aporta su cuota de espontaneidad y frescura, también hace que ciertos pasajes suenen a medio cocinar. En fin, también ayuda que los temas (con excepción del extenso y sombrío “Occul” que cierra la placa) se mantengan dentro de una duración razonable, haciendo gala de un poder de síntesis poco común en el género. Ideal para incondicionales del Post-Rock.
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