Por Fernando Suarez.
-Sorgsen “Human behaviour” (2010)
Digamos que los híbridos de Thrash y Death Metal no so precisamente mi plato preferido a la hora de degustar algo de música metálica. Es más, siendo brutalmente honesto, debo decir que las dos o tres oportunidades en que presencie a Sorgsen en vivo (más allá de reconocer ciertas cualidades positivas) no salí demasiado impresionado. En ese contexto, con todas las probabilidades en contra, “Human behaviour” dio vuelta el partido a pura garra. Lo que primero impresiona es el sonido que lograron, claro, potente, ajustado. Si alguien me dijera que se trata de un disco editado la semana pasada por algún grupo sueco o norteamericano no tendría motivos para dudarlo. Habría que decir que, en rigor, la propuesta del cuarteto está más cerca del Thrash que del Death, dejando en manos de las voces podridas el nexo con las variantes más extremas del Metal. Es saludable, no obstante, que sus influencias recorran prácticamente toda la historia del género, desde clásicos como Testament o Slayer hasta los sonidos más modernos de The Haunted o Lamb Of God, pasando por la impronta noventosa de Pantera y Sepultura (chequeen el solo de guitarra y los rebajes de “Perish with your ghosts”), y sin olvidar ocasionales flirteos con el Death melódico (por suerte no caen en la pavada de regurgitar riffs Maidenosos ni forzarse a componer malos estribillos Poperos) y hasta el Hardcore. Como corresponde al Metal (y el Rock en general), aquí manda la guitarra, y en ese sentido Mariano Bosich expone un certero arsenal de riffs machacantes que suplen lo que les pueda faltar en originalidad con una precisión, una potencia, una versatilidad y, otra vez, un sonido de primer nivel. Pero cada integrante del grupo cumple una importante tarea a la hora de delinear el resultado final. Cristian “El Mata” Garin aporta un incansable empuje rítmico apaleando a su batería cual pulpo Manotas con un virtuosismo y una energía envidiables, Joaquín “Joaco” Vazquez cumple una labor sutil pero imprescindible con sus inquietas cuatro cuerdas (por momentos me recuerda a lo hecho por Frank Bello en los viejos discos de Anthrax) y Martín “Binchuca” Passaro directamente se consagra como uno de los mejores (si no el mejor) vocalistas extremos vernáculos, escupiendo una vasta gama de gruñidos y alaridos con una soltura, una inventiva y una intensidad a prueba de balas. Las composiciones mismas logran la virtud de resultar personales sin renegar de sus influencias y hasta se animan con ciertos detalles (disonancias, melodías, guitarras acústicas, ritmos trabados) un tanto extravagantes (para los parámetros del género, claro está), aunque, para mi gusto, funcionan mejor cuando se dedican a patear cabezas sin miramientos ni demasiadas vueltas. Aunque, desde ya, este último comentario, viniendo de alguien que cree que a todos los temas de “...And justice for all” le sobran cinco minutos, es para tomarlo con pinzas. En fin, por más que insista y patalee debo comerme (doblados) mis prejuicios y reconocer una obra hecha con un nivel profesionalismo y frescura poco comunes en nuestras tierras. Tal vez sea hora de que los vuelva a ver sobre las tablas.
-Birds In Row “Cottbus” (2011)
Con los once minutos que duraba su ep debut (“Rise of the Phoenix”, editado en 2010), Birds In Row ya se las había arreglado para dejarme perplejo e incapacitado para colocarlos en una categoría específica. Por intensidad, energía cruda y emoción violenta bien podríamos hablar de Hardcore. Y eso está bien, siempre y cuando pongamos en la misma bolsa a bandas un tanto outsiders como Planes Mistaken For Stars, Cursed, Current, Modern Life Is War, Refused e inclusive Neurosis, por sólo citar un par de referencias. “Cottbus”, álbum debut de este trío francés, no hace más que acentuar el desconcierto entre espasmos, alaridos y climas de imponente emotividad. Veamos, aquí tenemos una guitarra que escapa a los tres acordes de siempre y se mete de lleno en disonancias, melodías, arpegios, riffs y texturas que se acercan al Post-Hardcore y el Noise-Rock pero con una cuota extra de nerviosismo y mugre. Tenemos también una base rítmica que golpea duro y dónde más duele pero, al mismo tiempo, se maneja con una versatilidad y un sentido de la dinámica envidiables. Como corolario tenemos una voz que aúlla hasta escupir sangre y que transmite una sensación mezcla de agresión y desesperación. Más importante aún, tenemos siete canciones que se sienten como una patada en el estómago, que ponen la piel de gallina con su salvaje intensidad, que resultan naturales, sólidas y fluidas a pesar de conjugar influencias dispares. Imaginen algo así como un Neurosis en versión Power-trio, enojado y condensado en composiciones que rara vez superan los tres minutos, o un Fugazi con las venas a punto de estallar y enterrado en mares de distorsión, o una especie de Crust adornado por arreglos disonantes, melodías tremendamente emotivas y variados cambios de ritmo, o un Converge simplificado retorciéndose en un sótano mugriento y húmedo. Imaginen que todo eso se escapa de los parlantes como si la banda estuviera tocando al lado suyo, entregando sus propios cuerpos en una ofrenda eléctrica, mística y terrenal al mismo tiempo. Una auténtica experiencia que merece ser vivida por todo amante de las emociones fuertes.
-Casey Jones “I hope we’re not the last” (2011)
Tomando su nombre de un personaje de las Tortugas Ninjas (aquel oscuro justiciero que cubría su rostro con una máscara de jockey), Casey Jones nació en 2003 como un proyecto paralelo donde miembros de los Metalcore/Emo Evergreen Terrace daban rienda suelta a sus más frenéticas pulsiones Straight Edge. Luego de dos discos y un ep, llega entonces la despedida del quinteto con este portentoso “I hope we’re not the last”. Por supuesto, aquí no hay sorpresas ni vueltas de tuerca inesperadas, esto es Hardcore hecho y derecho, ideal para entregarse al mosh y corear estribillos a grito pelado y con los puños en alto. Hablamos, bien vale la aclaración, de ese estilo de Hardcore parado en algún lugar entre la tradición y la modernidad, con nombres como Bane, Comeback Kid, FC Five o Stay Gold (entre tantos otros) como claros referentes. Entonces, más allá de los alaridos declamativos, los tupá-tupás y los guitarrazos al aire, aquí tenemos interpretaciones ajustadísimas, un sonido prácticamente perfecto, ocasionales variantes rítmicas (en especial rebajes que bordean el Metal) y una labor de guitarras que, sin perder nunca el filo ni la energía, se anima con melodías y arreglos varios que no hacen más que darle un saborcito refrescante a la propuesta. Como corresponde, el foco está puesto en la pasión, en esa entrega descarnada y urgente, en el empuje físico que infla el pecho y obliga a sacudirse como un poseso con cada acorde, cada golpe de batería, cada aullido. En ese sentido, no cabe pedirle más a un grupo cuyas intenciones al respecto siempre estuvieron más que claras. Y, con diez bombazos apiñados en poco más de veinticuatro minutos, no queda tiempo para el aburrimiento o el desgano. Desde ya, se trata de material estrictamente contraindicado para aquellos que no aprecien el Hardcore en lo más mínimo. Para el resto, un bocado bastante apetecible.
-Crowbar “Sever the wicked hand” (2011)
Nos hicieron esperar seis años (¿qué se creen que son? ¿Tool?) desde el anterior “Life’s blood for the downtrodden” pero los queremos igual, porque son gordos, están tristes y tienen los riffs más pesados del mundo. Ok, en el medio tuvimos un par de discos de Kingdom Of Sorrow (el proyecto que Kirk Windstein comparte con Jamey Jasta de Hatebreed) como para mitigar la ansiedad pero Crowbar es Crowbar y la bola en la ingle es la bola en la ingle. ¿Quieren novedades? No, lo siento, banda equivocada. ¿Quieren guitarras arenosas y arrastradas, melodías de infinita tristeza épica, bases que resquebrajan la tierra, ocasionales aceleradas casi Hardcore (aunque aún cuando acelera Crowbar siempre parece ir en cámara lenta y a paso cansado), pedregosos lamentos y rugidos que demuestran que los hombres rudos también tienen sentimientos? ¿Quieren toneladas de lava derritiéndose y aplastando sus espíritus? ¿Quieren obesidad? Entonces están bien y “Sever the wicked hand” (¿será la mano que se estira para agarrar la última porción de pizza?) tiene todo lo que cualquier amante de estas bolas de grasa sureñas puede esperar. Sí, Crowbar es como Motörhead o AC/DC, más allá de sutilezas todos sus discos siguen siempre una misma línea bien definida. Hay que ser justos, de todas formas, y reconocer que los ocasionales arreglos corales, de pianos y guitarras limpias que se cuelan aquí y allá aportan una mínima vuelta de tuerca al sonido habitual del cuarteto. También habría que reconocer que se trata de un disco que, sin el ánimo adecuado, puede resultar demasiado denso. Pero, vamos, eso también es Crowbar. En fin, a esta altura no debería ser necesaria más explicación que decir que es un disco nuevo de Crowbar. Los fans ya saben qué esperar y no se verán defraudados. Los detractores seguirán en la suya, aquí no hay nada que los pueda hacer cambiar de opinión. Y, para los no iniciados, éste puede ser tan buen comienzo como cualquier otro.
-Earth “Angels of darkness, demons of light I” (2011)
“Hex: or printing in the infernal method” (el disco con el que Earth retornó en 2005 luego de varios años de silencio e incertidumbre) todavía mantenía un espeso tono negro a pesar de ya marcar el viraje del grupo hacia terrenos acústicos y folklóricos. Luego vino “The bees made honey in the lion’s skull” (2008) y allí Dylan Carlson (eterno líder del grupo, inventor del Drone y responsable de regalarle a Kurt Cobain la escopeta con la que puso final a sus dramas existenciales) y los suyos profundizaron aún más el cambio, sumergiéndose en una suerte de Western infernal que alcanzaba picos de intensidad y belleza melódica sencillamente apabullantes. Así, llegamos a este “Angels of darkness, demons of light I” (la segunda parte verá la luz más adelante este mismo año, en principio), ¿y qué nos trae Earth en esta ocasión? La primera lectura sería decir que se trata de un híbrido entre los dos discos mencionados antes, rescatando el clima árido y minimalista de “Hex” a través de la impronta melódica y desértica de “The bees made honey in the lion’s skull”. La segunda lectura sería que es más de lo mismo. Ambas son ciertas pero, si bien en comparación se trata del trabajo más flojo de la última etapa de Earth, de ninguna manera se trata de material desechable. Dejando de lado el hecho de que el grupo está repitiendo esquemas (e inclusive, por momentos, melodías), es prácticamente imposible no caer rendido ante estas cadencias cansinas e hipnóticas, ante esas guitarras que brillan con cada arpegio, cada punteo, cada sutil arreglo, ante esos climas embotadores y esas acaloradas y lisérgicas visiones demoníacas. En lo formal, hay que mencionar que la placa se divide en cinco extensos temas (a un promedio de doce minutos de duración cada uno), que han incorporado como miembro fijo a la cellista Lori Goldston (la misma que participara en el Unplugged de Nirvana, oh casualidad) y que es precisamente ella la única que aporta ciertas variantes sonoras al, a esta altura, habitual entramado sonoro del grupo. En fin, como suele decirse este es el típico disco “sólo para fans”, lo cual no es necesariamente bueno ni malo o, mejor dicho, lo es según dónde uno se pare.
-Lemuria “Pebble” (2011)
El comienzo dulce y flotante de (precisamente) “Gravity”, con sus aires a The Breeders, ya nos pone en situación. El Pop adorable y arropado de cruda distorsión de “Wise people” directamente nos conquista para siempre. No necesitan demasiados argumentos, una guitarra sucia, una base rítmica simple, fluida y contagiosa, tres o cuatro acordes bien colocados, dos voces (una femenina y una masculina) modestas pero siempre ubicadas y emotivas, y un instinto melódico a prueba de balas. Y sí, podemos citar nombres como Hüsker Dü, Velocity Girl, Superchunk, J Church, That Dog, Discount o las mencionadas Breeders y no estaríamos mal rumbeados pero la magia de estos artesanos de la canción está en lograr imprimir su identidad con elementos mínimos y sin vueltas de tuerca forzadas. El sonido (cortesía del productor J. Robbins, líder de Jawbox, Burning Airlines y Channels) y la impronta compositiva nos trasladan a los noventas más cancioneros pero todo aquello que en manos menos hábiles sería un cúmulo poco elegante de clichés aquí se transforma, a fuerza de sensibilidad desnuda y refrescante naturalidad, en una brillante colección de canciones perfectas e inobjetables. A diferencia de sus trabajos previos (el compilado “The first collection” y el larga duración “Get better”, editados en 2006 y 2008 respectivamente), “Pebble” resigna algo de aquella efervescencia Punk-popera en pos de climas un tanto más intimistas y relajados y una elaboración musical más profunda. De todas formas, el fuerte sigue estando en las deliciosas líneas vocales de Alex Kerns (también baterista) y Sheena Ozzela (también guitarrista), frecuentemente entrecruzándose en conmovedores coros y armonías construidas de forma tan sencilla como certera, apuntando siempre al corazón pero sin exageraciones ni histrionismos innecesarios. No hace falta darle demasiadas vueltas y esa es la gran virtud de Lemuria, aquí no hay trucos efectistas ni pretensiones crípticas, lo único que se necesita para entender y disfrutar de estas canciones es un corazón con un mínimo indispensable de sensibilidad.
-Mitochondrion “Parasignosis” (2011)
Hay quienes creen que el Death Metal estuvo estancado en los últimos años. Algunos creen que la proliferación de grupos ultra técnicos y precisos es poco más que una plaga de músicos despersonalizados que, en su absurda carrera tras la brutalidad por la brutalidad misma, pierden de vista el alma misma de la música. Otros disfrutan con cierta nostalgia del revival vieja escuela, teniendo en claro que se trata de un mero entretenimiento y que las glorias de antaño son intocables. Y no faltan los (exagerados o no) que ven al así llamado Deathcore directamente como un producto equiparable a las Boy Bands. Mitochondrion viene a barrer con todo tipo de especulaciones y nos entrega una obra monumental que demuestra que el Death puede tener entidad artística sin perder ninguna de sus cualidades características. Su álbum debut, “Archaeaeon” (2008), ya nos mostraba a estos canadienses como el tercer lado del triángulo que dibujaban Portal y Ulcerate (seguidos de cerca por nombres más que interesantes como Vasaeleth, Father Befouled, Impetuous Ritual o Cardiac Arrest) en lo que a abrir nuevos horizontes para el género y devolverle el carácter alucinógeno que alguna vez supiera tener se refiere. “Parasignosis” va más lejos aún, se entierra en profundidades musicales más espesas y asfixiantes, crea mundos paralelos habitados por criaturas de anatomías imposibles, elucubra geometrías diseñadas para dañar la mente, erige siniestras arquitecturas esculpidas con pura energía negativa y adornadas por infinitos detalles tan grotescos como enloquecedores. Al igual que los mencionados Portal y Ulcerate, Mitochondrion logra equilibrar de forma magistral una depurada técnica (puesta al servicio de las composiciones y no como fin en sí mismo, lo cual marca una diferencia importante con tanto malabarista de la guitarra apilando riffs sin el más mínimo sentido de la intensidad) con un empuje sumamente agresivo (aunque no se trata de una agresión inmediata, sino de una forma más sutil y perversa de encararla), cierta maligna suciedad rescatada de la vieja escuela, y la férrea voluntad de explorar los recovecos más oscuros y desconocidos del Death Metal, de arrancarlo de su comodidad y recuperar su extremismo. Aquí pueden convivir sin problemas blast-beats, gruñidos de ultratumba, guitarras que se entrecruzan en laberínticos contrapuntos, cambios de ritmo caóticos, enfermizas disonancias, ominosos rebajes casi marciales, densas texturas distorsionadas (teclados, samples, guitarras con efectos varios, feedback, acoples), arpegios lisérgicos, riffs gordos y zumbones, aterradores pasajes ambientales (¿yo estoy loco o por el final del disco se escucha algo parecido a un tango parido en las entrañas del infierno?), punteos que emulan los lamentos de fantasmas revoloteando algún manicomio abandonado y más, en un despliegue compositivo que trasciende las barreras genéricas en términos de imaginación e inteligencia pero que encuentra en la más cruda podredumbre del Death Metal el anclaje para expresar sus inquietudes más sórdidas. Ni hace falta que aclare que se trata de material exhaustivo y demandante, las grandes piezas musicales suelen serlo.
-Mogwai “Hardcore will never die, but you will” (2011)
En Mogwai una virtud puede transformarse en un defecto y viceversa. Y eso, en última instancia, nos habla de un espíritu impredecible que siempre es bienvenido. Sus ansías creativas pueden llevarlos a explorar caminos poco transitados pero suele ser cuando se atienen a cierta energía primal rockera cuando logran mejores resultados. Por otro lado, siendo una de las bandas que prácticamente definen lo que es el Post-Rock de los últimos años cargan con la pesada mochila de mantenerse al frente de un género superpoblado de clones con mucho delay en sus guitarras y poca sangre corriendo por las venas. No obstante, para ser un disco con un título tan bardero, “Hardcore will never die, but you will” se presenta como un trabajo bastante amigable. En general todos los elementos que componen la particular receta musical de estos escoceses se mantienen intactos y queda poco lugar para sorpresas o vueltas de tuerca. Tenemos los cuidadísimos desarrollos instrumentales plagados de sutiles arreglos, los picos de emotividad dramática casi telenovelesca, los hipnóticos pasajes de pura cepa Kraut-rockera, esa especie de Psicodelia rockera de diseño de la que siempre hicieron gala, los flirteos electrónicos, las ocasionales murallas de guitarras distorsionadas, los guiños a Slint y Sonic Youth, los esporádicos teclados y voces etéreas y ese aire persistente de espesa melancolía urbana que nunca los abandona. Desde ya, se trata de un material maduro, refinado, detallista y provisto de una buena cuota de emotividad. Cada canción está perfectamente construida e invita a profundos viajes extrasensoriales, eludiendo elegantemente caer en una excesiva frialdad cerebral. El punto es que tanta corrección termina por transmitir una sensación de que este tipo de discos Mogwai los hace de taquito, sin necesidad de poner demasiada carne al asador. Todavía corren con la ventaja de estar unos cuantos pasos adelante de la mayoría de sus competidores (en términos de inventiva, elaboración musical y solidez compositiva) pero deberán sacar algo de fuego interno para evitar que esa distancia se achique peligrosamente en el futuro.
-New Lows “Harvest of the carcass” (2011)
¿Les gusta Integrity? ¿Les gusta el Hardcore de tintes Slayerianos y atmósferas apocalípticas? Evidentemente a la gente de Deathwish Inc. (el sello discográfico fundado por Jacob Bannon, cantante de Converge) también. No sólo han editado el más reciente trabajo de Integrity (“The blackest curse”, 2010), sino que también cuentan en sus filas con algunos de los más dignos exponentes de ese sonido, como Pulling Teeth, Holyghost, Shipwreck A.D., Rot In Hell y estos New Lows que ahora nos ocupan. “Harvest of the carcass” es su larga duración debut (luego de unos cuantos ep’s) y en sus diez temas encontrarán todo lo que se supone que un disco de estas características tiene que tener, nada más ni nada menos. Por supuesto, pretender originalidad o ideas nuevas es mear afuera del tarro, esto es una recreación casi al pie de la letra del Integrity más contundente y furibundo, sin siquiera lugar para las aristas experimentales con las que Dwid Hellion y los suyos juegan ocasionalmente. Desde ya, las intenciones de estos bostonianos pasan por otro lado. Sólo pretenden romper cráneos a fuerza de riffs cavernícolas, atmósferas malvadas, gruñidos rasposos y ritmos estrepitosos. Pueden resultar algo monótonos, algo toscos y ciertamente derivativos pero, insisto, el quinteto pone sus cartas sobre la mesa de entrada, así que no hay quejas por ese lado. En última instancia, en términos de potencia y agresión, “Harvest of the carcass” tiene todo lo que un álbum Hardcore debe tener. Para despuntar el vicio.
-Surachai “Plague diagram” (2011)
Surachai Sutthisasanakul es un joven oriundo de Chicago, de facciones orientales y un gusto particular por perturbar mentes y oídos. Entre 2008 y 2010 editó cuatro discos y un split bajo el nombre Surachai (también cuenta con otros proyectos paralelos), todo de forma independiente y gratuita, o sea que todo ese material (y el que ahora nos ocupa) se puede descargar sin cargo alguno desde su propia página web, www.surachai.org. Musicalmente, Surachai se mueve entre dos variantes principales, por un lado tenemos la experimentación más bien abstracta con el costado más corrosivo de la Música Electrónica (en especial el subgénero conocido como Glitch, expuesto en sus discos “Form” y “Decrepit”), y por el otro esa especie de Metal extremo Industrializado, asfixiante y masivo que exhibiera en “Programmed cell death” y “Designed deficiency”. “Plague diagram” sigue la línea de éstos dos y nos presenta un viaje opresivo, cargado de visiones apocalípticas y energía inhumana. El departamento riffero y las baterías tienen más de una deuda con Meshuggah (en especial “Catch 33”), los arreglos disonantes remiten más a Godflesh, los alaridos distorsionados tienen un claro dejo Blackmetalero y el espeso entramado de crujidos, chirridos, drones y ruiditos varios lo pone en sintonía con paladines de la violencia digital como Venetian Snares, Datach’i o Kid606. Les aseguro que el resultado final es tan personal como intenso, las composiciones pasan de corrosivas arquitecturas sónicas a salvajes ataques de odio mecanizado y quirúrgico, las guitarras se expanden con su monumental distorsión, las bases taladran los huesos con golpes contracturados, los graves retumban y hacen temblar estómagos, y las espesas capas de texturas electrónicas pintan paisajes tan desoladores como cargados de detalles. Por supuesto, esto es material pensado minuciosamente para generar incomodidad y sentimientos oscuros, cada mínimo resquicio sonoro está trabajado con detallismo sádico, imaginación perversa y frialdad psicótica. Y, a pesar de esa innegable impronta cerebral, logra transmitir un malestar físico, una angustia desorientadora y visceral. Hasta hay lugar para alguna que otra melodía terrorífica capaz de helar la sangre del más corajudo. Especialmente recomendado para amantes del extremismo sin restricciones ni prejuicios.
-The Get Up Kids “There are rules” (2011)
En el mundo del Rock hay reglas, desde ya. Tácitas, tal vez, pero reglas al fin. En el mundo musical que The Get Up Kids viene construyendo desde 1994 hay dos únicas reglas: el cambio constante entre disco y disco y el absoluto respeto por las buenas canciones. Algunos pueden preferir el Post-Hardcore dramático y desprolijo de “Four minute mile”, otros esa obra maestra del Emo llamada “Something to write home about”, otros el Pop intimista y refinado de “On a wire” y algunos esa suerte de híbrido Indie-Punk-Pop de “Guilt show”, el disco con el que se despidieron inicialmente en 2004. Sea cómo sea, es innegable que hablamos de un grupo con inagotable apetito creativo y, al mismo tiempo, una marcada personalidad propia. No importa la forma que elijan para mostrar esas cualidades, siempre estarán allí la voz aguda y las magníficas melodías de Matthew Pryor, el sutil entramado de guitarras que éste conforma con Jim Suptic (ocasional vocalista en momentos escogidos), la creatividad de los teclados de James Dewees (quien alguna fuera baterista de Coalesce, por más extraño que pueda parecer), el bueno gusto de las líneas de bajo de Robert Pope y el descollante pulso rítmico de su hermano Ryan, uno de los mejores bateristas de Rock de los últimos quince años. Siguiendo esta línea de pensamiento llega “There are rules”, el primer larga duración de estudio del quinteto en siete años y, como siempre, nos presenta a unos Get Up Kids renovados y, no obstante, fieles a su identidad. En primer lugar, hay que decir que si esperaban un disco de hits inmediatos, este material tal vez los desilusione un poco. Ojo, no se trata de que hayan perdido el filo melódico ni nada por el estilo, sino que esta vez decidieron presentarlo en canciones más ásperas, sobrecargadas y, por momentos, hasta oscuras. Los teclados han ganado un rol predominante, rellenando cada espacio con arreglos, secuencias electrónicas y melodías, las guitarras raspan empapadas de efectos, el bajo se suma a la faena con una inesperada mugre distorsionada (¿tendrá algo que ver con esto el hecho de que la mezcla haya estado a cargo de Bob Weston, bajista de Shellac y productor de “Four minute mile”) y hasta la batería presenta un sonido casi mecánico. Por momentos, es casi como si se tratara de una relectura en clave Get Up Kids de grupos como The Fall o el primer Public Image Ltd., con sus bases duras y repetitivas, sus espesas arquitecturas sónicas y sus climas hipnóticos, pero adornados por esa sensibilidad melódica y emotiva que estos muchachos de Kansas saben manejar tan bien. Esto también significa que, a pesar de su fuerte cohesión sonora, en estos doce temas hay lugar para explorar distintas emociones, desde la más luminosa alegría hasta la más desgarradora melancolía, desde la ensoñación psicodélica hasta la más terrenal de las amarguras. En fin, estoy seguro de que “There are rules” dividirá aguas entre los seguidores de The Get Up Kids pero tan sólo por el valor que exponen al no tratar a sus oyentes de forma condescendiente ya merece una escuchada. Y, para cualquiera que aprecie las buenas canciones melódicas (sean del estilo que sean), se trata de una parada obligada, como siempre.
-Ulcerate “The destroyers of all” (2011)
“Everything is fire” ya era fuego, era tanto el futuro del Death Metal como el comienzo de un nuevo subgénero a futuro. “The destroyers of all” ya no sé muy bien qué es, pero sé que duele. Esta tensión no puede ser humana y sin embargo no hay nada más humano que las malas intenciones que se escapan de cada uno de estos arpegios disonantes. Este lugar no puede ser real y, sin embargo, ¿por qué lo siento reptar y dejar surcos rojos sobre mi piel? Ni un millón de fantasías distópicas podrían habernos preparado para un futuro tan desolador. Aquí hay emoción. ¿Cuánto hacía que no asociaban dicha palabra a un disco de Death Metal? Aquí hay ideas, pasión, inteligencia, sadismo y fuego, mucho fuego. ¿Cuánto hacía que un disco de Rock en general no reunía todos esos atributos? Aquí hay sólo tres tipos pero suenan como la más afilada orquesta de ángeles caídos que jamás hayan emergido de las profundidades mismas del averno. Aquí hay influencias, claro, cómo en todos lados. Y, no obstante, se hace imposible seguir hablando de una cruza entre Suffocation, Neurosis, Meshuggah, Gorguts, Voivod, Gojira, Today Is The Day, Cryptopsy y John Coltrane sin sumar el mismo nombre de Ulcerate en la receta. Las constantes mutaciones rítmicas se les harán casi imperceptibles, tal el es el grado de opresión que respiran estos cincuenta y tres minutos de puro deleite masoquista. El sonido apabulla con su monumental grosor, guitarra, bajo, batería y voz construyen una muralla viscosa e impenetrable. El cosmos se abre en dos y deja caer sobre nosotros sus tripas achicharradas. Esta música asfixia y libera al mismo tiempo. Se encapsula en un duro caparazón de gestos desencajados y estalla lanzando esquirlas hacia los cuatro puntos cardinales. No puedo decir mucho más, las palabras no sirven del todo para explicar esta experiencia. “The destroyers of all” es un viaje peligroso por los más subterráneos abismos jamás concebidos por el alma humana, uno que cualquier amante de la música extrema que se precie de tal debería recorrer al menos una vez en la vida.
4 de febrero de 2011
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2/04/2011 04:46:00 p. m.
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