Por Fernando Suarez.
-Killdozer “Little baby buntin’” (1988)
Sucios, malolientes y peligrosos. Avanzan a paso lento, escupiendo maldiciones y chistes groseros con aliento fétido, exponiendo una desdentada sonrisa ante los rostros azorados e inquietos de aquellos que se atrevan a enfrentarlos. Sus canciones desprenden el rancio y penetrante hedor del fangoso pantano que se encuentra en las profundidades del espíritu humano. Nacidos en 1983, Killdozer siempre fue considerada, con razón, una banda precursora tanto del Grunge como del Noise-Rock y, sin embargo, ninguno de esos rótulos sirve del todo para describirlos. Es cierto que contaron con la producción de Butch Vig y Steve Albini mucho antes de que esos nombres estuvieran directamente ligados a cierto trío liderado por cierto joven de blonda cabellera, mirada triste y medio cráneo destrozado por un escopetazo, pero eso es meramente anecdótico. Es cierto que eran un trío basado en guitarras mugrientas, voces pedregosas y ritmos hipnóticos pero, vamos, eso no nos dice demasiado. Por el lado del Grunge, esto a lo sumo puede acercarse a la revulsiva densidad de Melvins o Tad, aunque con una impronta bastante más cruda y despojada. Es cierto que exhiben un claro amor por el Blues, pero antes que estilizaciones Ledzeppelianas, suenan como unos Swans paridos en las entrañas más abyectas de la Norteamérica esclavista. Golpes densos y casi tribales, un bajo masivo y amenazante en su gruñidora simpleza pentatónica, una guitarra chirriante e histérica y una voz que recorre en alcohólico zig-zag la fina línea entre la psicosis más violenta y el humor más negro y confrontacional. Si hablamos de Noise-Rock, ahí queda en evidencia que lo hecho por estos tres chiflados fue de vital importancia para grupos como Pussy Galore, The Jesus Lizard o Cop Shoot Cop, en especial en lo que hace a deformar, a fuerza de alaridos desencajados, climas tensos y cacofonías eléctricas, músicas tradicionales como el Blues, el Jazz y el viejo y querido Rock And Roll. Y lo mejor es que , a todas esas aristas y retorcidas elucubraciones, las presentaban con tal brutalidad, honestidad y ácido desparpajo que cualquier atisbo de frialdad arty o irónica pose snob era inmediatamente desterrado con un visible corte de manga. Retomando una idea anterior, podría decirse que Killdozer hace la más intensa y certera relectura del espíritu primigenio y desgarrado del Blues, a través del prisma sádico del Punk más corrosivo y subterráneo de los ochentas, transformándose en una de las bandas más influyentes y originales de su generación. Sencillamente imprescindible.
-Voice Of Destruction “Steamroller tactics for fun and profit” (1992)
Que hoy en día, en plena “era de las comunicaciones” (como dicen algunos), casi no haya información disponible sobre un grupo musical (aún cuando se trate de uno que dejó de existir hace mucho tiempo y que nunca contó con demasiado suceso comercial, qué digamos) es un hecho bastante extraño. Pero, claro, en el mismo año en que Ministry y Nine Inch Nails editaban sus “Psalm 69” y “Broken”, respectivamente, este trío oriundo de San Francisco exponía una forma igualmente personal y extraña de encarar el Rock Industrial, con lo cual es casi esperable que fueran lo raro entre lo raro. ¿Cómo describir lo hecho por Voice Of Destruction en éste único larga duración? Veamos, ya dijimos la palabra Industrial y, en efecto, aquí se pueden rastrear trazos de las secuencias más agresivas de Front 242, las estructuras caóticas y el delirio casi barroco de Foetus, los samples alucinógenos y beats entrecortados de Skinny Puppy, el Funk cibernético y taladrante de Nitzer Ebb y My Life With The Thrill Kill Kult y hasta algo de esa suerte de Hardcore computarizado patentado por Ministry, Pigface y KMFDM, entre otros. Pero lo que termina de cerrar la inconfundible personalidad del grupo son sus componentes humanos, por así llamarlos. En primer lugar, tenemos una voz de tono agudo e inflexiones tan dramáticas como rabiosas, que aportan un dejo de cruda emotividad poco común en el género. Luego, tenemos una guitarra claramente deudora de Steve Albini y el primer Killing Joke, con un sonido árido y rasposo pero alejado del compacto machaque metálico, capaz de jugar con disonancias y arreglos melódicos sin perder nunca de vista el tono mecánico y amenazante de las composiciones. Esto redunda en una energía visceral, de claros ribetes Punks, que se complementa a la perfección con la fría y calculada elaboración del costado electrónico. Digamos que si, en su momento, nombres como los mencionados Killing Joke y Big Black estuvieron a la vanguardia en eso de acercar la potencia urgente y retorcida del Post-Punk más corrosivo con la impronta mecanizada y agresiva y la vasta amplitud sónica de la recién nacida Música Industrial, Voice Of Destruction llevó esas enseñanzas a los noventas, con mejores posibilidades sonoras y de producción, y ese abandono emocional típico de la década. Les puedo asegurar que el resultado final no suena a nada que hayan escuchado (antes o desde entonces) y, al mismo tiempo, presenta una solidez compositiva que lo coloca en la categoría de “experimentos que salen bien y no dejan grumos ni cabos sueltos”. Ahora, buena suerte tratando de encontrar este disco, les doy mi palabra de que el esfuerzo vale la pena.
-Craw “Craw” (1994)
Debutaron en 1994 con esta placa homónima y, sin embargo, ya sonaban como consumados especialistas en el sádico arte de tensionar huesos hasta quebrarlos. Se valían de guitarras tan sanguinarias como inteligentes, de un bajo amenazante pero siempre ubicado, de un baterista que sonaba como una versión rabiosa y babeante de Neil Peart, y de una voz que hacía explotar las entrañas entre alaridos ahogados, psicóticas letanías y hasta cierto dejo de sensibilidad melódica que, de todas formas, nunca se interponía con el clima asfixiante de las composiciones. Algunos los ponían en la bolsa del Math-Rock pero, si bien los riffs angulares, los intrincados contrapuntos y las extravagancias rítmicas les darían la razón (así como los momentos en que parecen reinterpretar el tenso dinamismo de Slint pero con una impronta más furibunda y muscular), la energía cruda y descarnada y esa agresiva contundencia parecían tener más en común con grupos como Melvins (o unos Melvins pasados de merca, si se quiere) o Zeni Geva que con el cerebral refinamiento de Don Caballero o June Of 44. También podía percibirse una pesadez y una violencia cercanas al Sludge y el Hardcore, lo cual se explicaría más por el lado de Black Flag (en especial el Black Flag de “My war”) que por el de los clichés Sabáticos y las poses rudas. O sea, un núcleo de desesperante y rabiosa frustración explicado con riffs enroscados y bases densas. Por otro lado, había amplio espacio aquí para disonancias, acoples y esas atmósferas desquiciadas típicas del Noise-Rock (The Jesus Lizard a la cabeza), sólo que al acoplarse a otros elementos musicales (el filo casi metálico, la elaboración casi progresiva, la emotividad quebrada heredada del Post-Hardcore, el sabio manejo dinámico heredado de Slint) daban como resultado un sonido tan único como irresistible. De cierta forma, se los puede ver también como un claro referente para grupos como Keelhaul, Knut, Coalesce o Botch, aunque Craw no llegara a tocarse de forma tan directa con el Metal extremo como ellos, manteniendo casi siempre una soltura y una espontaneidad eminentemente rockeras. Como verán, tratar de explicar con palabras lo hecho por estos cinco dementes oriundos de Cleveland hace que me enrede en densos laberintos de referencias oscuras, lo cual, por un lado nos habla de lo original de la propuesta, por otro de mi falta de talento como reseñador y, por último, también sirve como metáfora de su sonido. En cualquier caso, lo importante es que a más de quince años de su edición, “Craw” sigue manteniendo intactas sus virtudes y su retorcida intensidad. Ya es hora de que reciban el reconocimiento que merecen.
-Die 116 “Dyna-Cool” (1995)
Hablar de un grupo que contó en sus filas con músicos que, en algún momento de sus carreras, se pasearon por bandas como Burn, Rorschach, Kiss It Goodbye, Glassjaw, Playing Enemy, The J.J. Paradise Players Club y Made Out Of Babies, es prácticamente hablar de un seleccionado del más abrasivo y mugriento Post-Hardcore escupido por New York en los últimos veinticinco años. Una sóla escucha a este portentoso “Dyna-Cool” (único larga duración de Die 116, sucesor del ep “Damage control”) revela que aquí hay mucho más que la suma de pergaminos underground. Por supuesto, se trata de una banda plantada firmemente en los noventas y en el caos de su ciudad natal, por lo que no es de extrañar que cada una de estas doce canciones pinte desenfocadas visiones de desesperación urbana con sus guitarras disonantes y sus ritmos angulares como mazazos en la espina dorsal. El camino fácil sería describirlos como un Noise-Rock agresivo y muscular, de riffs entrecortados y corazón Hardcore, manteniendo siempre un tenso balance entre emotividad desgarrada y sádica inteligencia musical. Por momentos pueden remitir a unos Unsane con el alma agobiada por la frustración, en otros se asoma un Quicksand reptando por hediondos subterráneos neoyorquinos, más adelante vomitan una suerte de Helmet amorfo y cubierto por gruesas costras de óxido y en todo momento resuenan los fantasmas más abrasivos de Swans y Sonic Youth pero despojados de conceptualidad arty y arrojados con violencia a un vendaval eléctrico y rítmico que se siente tanto en los huesos como en la mente y el espíritu. Hay lugar para chispazos de sensibilidad melódica pero en todo momento vienen acompañados de envolventes marejadas de distorsión y un agobiante pulso rítmico. Hay también un profundo grado de elaboración musical (noten las intrincadas arquitecturas sónicas que construyen el bajo y las guitarras) y un contagioso y enfermizo sentido del groove, pero es necesario atravesar densas murallas de enloquecedora angustia para llegar a apreciar dichos elementos en su plenitud. A pesar de su corta existencia, Die 116 se las arregló para exponer una postal exacta de época y lugar, desplegando una férrea personalidad musical y una intensidad sobrecogedora que han probado sostenerse firmes ante el test del paso del tiempo.
-No Demuestra Interés “Mensaje no preciso de imagen” (1995), Despertar “Llegando” (1996), Psicotracción “Esencia” (1996)
Cuando pasa la tormenta y los ensordecedores truenos se acallan llega el momento de bajar la excitación y examinar, con un dejo de melancólica reflexión, lo que ha quedado, los pequeños brotes que comienzan a florecer perlados aún por brillantes gotas de agua. Así, tras aquel torbellino que fue el Buenos Aires Hardcore, aún después de su agónica descomposición, hubo tiempo para un efímero pero intenso período de introspección que, lamentablemente, nunca terminó de desarrollarse plenamente pero, aún así, nos legó algunas obras de gran calidad musical que parecían exhibir, al mismo tiempo, la decepción por un pasado chamuscado por su propia inocencia (en el mejor de los casos) y la apuesta a un futuro de amplios horizontes y absoluta desnudez emocional. Podría hablarse de Post-Hardcore, al menos en esencia, aunque creo que todo se resume en la palabra madurez.
No Demuestra Interés (nunca estuvieron muy conformes con todo ese asunto de las siglas) siempre fue uno de los grupos más avanzados (musical y líricamente hablando) de su generación, fueron los primeros en experimentar con formas poco ortodoxas de encarar el Hardcore (al menos en aquel contexto dominado por la veta neoyorquina del género) y también fueron los primeros en notar y querer distanciarse de la hipocresía que se escondía detrás de tantos discursos de hermandad vacíos de contenido. Para muchos de sus primeros seguidores, “Mensaje no preciso de imagen” fue un disco inentendible y casi ofensivo. Pero lo cierto es que se trata de una lógica profundización de lo que ya habían expuesto en viejas canciones como “Indicios”, “Murallas” (temas Fugaziescos si los hay), “Estimo”, “Por debajo de tus influencias” (¿un guiño al “Under your influence” de Dag Nasty?), “Fe” o “Mirando mi tiempo”, donde se los podía escuchar bajando las revoluciones y desplegando una sensibilidad más bien frágil y melódica sin por ello resignar energía (por el contrario) ni crudeza. Por supuesto, para aquellos que miden la fuerza sólo en términos superficiales de velocidad y decibeles, las extensas composiciones, los ritmos lentos, el intrincado entramado de guitarras, los inteligentes desarrollos dinámicos y la desgarradora belleza melódica de éste álbum significaban poc más que una traición. Pero si se trataba de “patear el slogan”, Adrián Outeda y los suyos llevaron ese postulado hasta sus últimas consecuencias. Las nuevas influencias (la impronta emocional del Post-Hardcore, claro, pero también los riffs oscuros y pesados del primer Black Sabbath y hasta cierto aire casi Progresivo que podría remitir al Tool de “Aenima” si no fuera porque dicho disco se editaría un año después) se corporizaban y, al mismo tiempo, se diluían bajo la ardiente e inigualable personalidad del grupo. “Mensaje no preciso de imagen” es un disco único, un atribulado viaje eléctrico donde el dolor y el placer se confunden en oleadas de densa distorsión, un cúmulo de postales solitarias que esconden redención debajo de océanos de lágrimas, uno de los pocos trabajos discográficos vernáculos rockeros capaces de competir de igual a igual (en términos de originalidad, vuelo creativo y emoción sincera) con cualquier exponente primermundista y salir airoso del desafío. Podría ocupar páginas enteras desgranando cada mínimo recoveco de estas brillantes construcciones musicales y profundo efecto que provocan en el ama pero, como siempre, lo mejor sería que lo experimenten en carne propia y consulten de forma urgente a un cardiólogo si temas como “Gente de barro”, “Recuerdos”, “Aunque” o “Amanece gris” (por sólo citar algunos favoritos personales) no les ponen la piel de gallina.
Siguiendo claramente la estela de estos renovados No Demuestra Interés, Despertar también se desligaba de las restricciones musicales de la ortodoxia Hardcore que los vio nacer con este “llegando”, su debut y despedida en cd. Un tiempo antes habían asomado en el compilado “Hardcore – Asunto nuestro” (editado por Frost Bite) pero nada hacía prever el cambio musical que experimentarían aquí. Mencionamos a No Demuestra Interés como influencia y, en efecto, el clima introspectivo, los riffs más lentos y enroscados, los pasajes melódicos y hasta ciertas inflexiones vocales venían indudablemente de ese lado. Pero eso no era todo. Por un lado, todavía quedaban ocasionales lazos con el Hardcore de antaño, en especial en lo que hace a riffs machacones, voces más crudas y canciones de menor duración. Por otra parte, asomaba la cabeza la, para muchos oscura, referencia de los neoyorquinos Into Another, un grupo que (también contando con raíces en el Hardcore tradicional de su ciudad natal) había logrado una personalísima y atractiva combinación de gancho melódico, compleja elaboración musical, corazón Hardcore y una impronta Hard-rockera noventosa que bien podría asociarse a ciertas variantes del Grunge. Todo esto, sumado a un lejano regusto casi Stoner en momentos escogidos de la placa, daba como resultado un sonido con peso e identidad propia que, debido a la pronta disolución del trío, nunca pudo librarse de algunas desprolijidades fácilmente atribuibles a la inexperiencia y el excesivo entusiasmo en etapas de transición. Aún con sus pequeños defectos, “Llegando” funciona a la perfección como documento de la sensación de incertidumbre y abandono que se cernía sobre lo que quedaba de las ruinas del B.A.H.C., y lo hacía con canciones donde la sobriedad, la energía visceral, la emotividad y la elaboración musical convivían en plena armonía.
También surgidos del mencionado compilado “Hardcore – Asunto nuestro” (del cual también participaron grupos como E.D.O. y Fun People, casi como un muestrario de estilos antagónicos dentro de la escena), llegaban los muchachos de Psicotracción. Luego de algunos cambios de formación (llegaron a contar en sus filas con los talentos de Mariano Rojo, actual guitarrista de Cruzdiablo), sorprendieron a más de uno con “Tras lo profundo”, su primera producción (editada únicamente en cassette) de la cual regrabarían luego cuatro temas que formarían parte de “Esencia” su debut y (al igual que Despertar) despedida en cd. Ya desde el arranque, “Créalo” nos presenta una extraña pero compacta combinación de guitarras machacantes, una base potente y con groove, bajo con slap y voces rasposas que se alternan con otras sumamente melódicas, planteando así una buena introducción para lo que escucharemos en los once temas restantes. El empuje primigenio y urgente del Hardcore era lo que daba cohesión al sonido del cuarteto que, por otro lado, se adentraba sin pudores (y con una refrescante desfachatez) en terrenos musicales que iban del Metal al Pop y otros géneros sin por ello resultar en pastiches sin sentido. El truco estaba en desplegar todo ese vasto abanico de ideas en forma absolutamente natural y fluida, y con un profundo respeto por la canción misma. Así, teníamos una base rítmica tan sólida como versátil, un bajista virtuoso que ponía sus inquietos dedos al servicio del buen gusto, una guitarra capaz de pasar sin problemas de los riffs más energéticos a las melodías más conmovedoras y de allí a arreglos tan elegantes como sensibles, una voz pedregosa y árida que usualmente desembocaba en soñadores parajes melódicos, y un afilado instinto compositivo para conjugar magistralmente gancho, elaboración musical, emoción y fuerza bruta. Otro punto a destacar es que, a diferencia de los climas más bien oscuros de No Demuestra Interés y Despertar, Psicotracción mostraba un espíritu luminoso y vital, una suerte de maduro optimismo que reconocía el dolor y la furia pero los transformaba en combustible para seguir avanzando, guardando siempre una cálida sonrisa bajo la manga. Ese equilibrio entre agresión metálica, crudeza Hardcore, intrincados cambios de ritmo y emotiva sensibilidad Pop es que lo hace que “Esencia” siga siendo, a casi quince años de su edición, una de las placas más estimulantes del Hardcore vernáculo. Como imaginarán, no hubo continuación para el disco ni para Psicotracción, que dejó de existir definitivamente en 1998. De todas formas, si visitan www.psicotracion.com.ar, podrán encontrar todo el material disponible sobre ellos, incluidas fotos y el mismo “Esencia” en formato mp3 para descargar de forma gratuita.
Ah, sí, ahora debería venir un cierre, una conclusión, ¿no? Bien, mi conclusión es la siguiente y es no es ninguna novedad: la música es música, los rótulos sólo cumplen una función didáctica pero nada tienen que ver con su sustancia. Las escenas musicales necesariamente tienen que mutar o desaparecer, pues no son más que la expresión de un momento específico en la vida de determinados artistas, y aquellos que logran trascender con su producción (y me refiero, obviamente, a trascendencia artística antes que comercial) los artificiales límites genéricos y los mezquinos prejuicios de cualquier ghetto musical deberían, al menos, ser recordados y reconocidos como corresponde por todos aquellos que hayan disfrutado de su obra y que aprecien la música como expresión honesta antes que como mero masaje para el ego. Vaya, entonces, desde aquí mi s tardías pero sinceras loas a tres de las obras del Rock nacional (por así llamarlo, y sin dobles lecturas) que más profundo han calado en mi sensibilidad como oyente.
-The Proletariat “Voodoo economics and other american tragedies” (1997)
Realmente, es una pena que un grupo tan bueno (en todos los aspectos en que un grupo de Rock pueda serlo) como The Proletariat no cuente con el reconocimiento que se merece. Desde ya, los caprichos del inconciente colectivo rockero suelen ser misterios insondables y no sería la primera vez que este tipo de injusticias (por así llamarlas) ocurran. Porque, mientras que en el mainstream las reglas son bastante claras (las cifras mandan y el resto es secundario), a medida que uno se sumerge en las turbias e inquietas aguas del underground se hace más difícil discernir qué elementos puntuales hacen que determinados artistas gocen de cierto éxito accedan al status “de culto” (algo así como un certificado de prestigio snob), mientras otros (con iguales o superiores virtudes) parecen pasar desapercibidos aún para esos oídos supuestamente entrenados y discernidores. Pero vamos a lo que importa. “Voodoo economicas and other american tragedies” compila, en dos cd’s, la totalidad del material registrado por The Proletariat en sus cinco (1980 a 1985) años de carrera y una sola escucha basta para entender por qué estos bostonianos (más allá de compartir una inevitable impronta generacional) fueron de los nombres más personales de aquella ebullición Hardcore/Punk americana de principios de los ochentas. En primer lugar, habría que aclarar que poco hay aquí de lo que comúnmente se se conoce como Hardcore. Digamos que The Proletariat tiene tanto Hardcoe como el que se pudiera hallar en bandas como Minutemen, Mission Of Burma o Wipers. Y si interpretan eso como una revisión del Post-Punk inglés más corrosivo (Gang Of Four, Wire, The Pop Group) filtrado por la urgencia y la intensidad del recién nacido Hardcore, entonces no estarán mal rumbeados. Desde ya, las referencias mencionadas no son gratuitas. Recorriendo el desarrollo discográfico del cuarteto es posible notar esas influencias. Con los Minutemen compartían un origen de clase trabajadora y un gusto por el Funk angular, contracturado, adrenalínico y marxista de Gang Of Four y The Pop Group, con Mission Of Burma (el mismo Roger Miller colabora poniendo su piano en "An uneasy peace") una aproximación visceral al minimalismo y la experimentación ruidosa heredada, de cierta forma, de Wire, y con los Wipers esa capacidad para construir canciones energéticas pero recubiertas de una enigmática y profunda oscuridad emocional, algo que se haría más presente en sus últimos años, cuando lograron depurar su costado melódico sin por ello resignar ni un ápice de potencia y crudeza. Y lo mejor de todo es que el resultado final era mucho más que la suma de sus influencias. Tanto en sus composiciones como en sus postulados políticos (indudablemente volcados a la izquierda pero alejados de dogmatismo alguno), The Proletariat proponía ese tenso equilibrio entre visceralidad e inteligencia que luego sería prácticamente el pilar de lo que se daría en llamar Post-Hardcore. Y todo ello expresado en canciones redondas, enrgéticas, certeras, emotivas, urgentes y, al mismo tiempo, cuidadosamente construidas e interpretadas. Comprender y explicar por qué muchos decidieron ignorarlos en su momento (al igual que el por qué tantos reivindican a un artista claramente mediocre y artificial como Morrissey) es una tarea que escapa a mis pobres capacidades de análisis. Como suele suceder, sólo me resta recomendar este maravilloso material a los cuatro vientos y esperar que mis palabras no lleguen a oídos sordos o desinteresados.
-F-Minus “Wake up screaming” (2003)
Cuando Erica Daking grita estamos obligados a cerrar la boca, apretar los dientes y aceptar la golpiza con una sonrisa desencajada en el rostro. Y no se trata de lo que lleve entre las piernas, se trata de un fuego abrasador que barre con pavadas superficiales como “la batalla de los sexos”. Cuando F-Minus enchufa sus guitarras y pone primera, el tiempo se detiene en 1981, toma carrera y nos patea la boca con la energía contenida en años de frustración y locura urbana. ¿Les suena Black Flag? A ellos también. Tanto, que por momentos reproducen con apabullante exactitud esa sensación de encierro, de rabia visceral que se escapa por los poros de forma descontrolada y urgente. ¿Les suena Discharge? Sí, también estos californianos absorbieron los manuales de ritmos acelerados, riffs de tres notas y alaridos desgarrados. Y escupieron lo aprendido en certeras explosiones de pura intensidad. No es ningún secreto, entonces, que la brújula de F-Minus apunta (bueno, apuntaba. Este fue su último disco) directamente hacia el Hardcore/Punk de principios de los ochentas, a esa energía cruda y primaria que se siente más en las entrañas que en la cabeza, a esa espontaneidad que barre con cualquier crítica por falta de refinamiento o variantes. Ritmos cavernícolas, guitarras como motosierras, voces quebradas, canciones simples y directas, no hace falta más. Y si no pueden apreciar el hecho de que, con elementos tan básicos y limitados, el quinteto logre conmover y movilizar cuerpo y alma, entonces, sencillamente, es que nunca entendieron del todo de qué se trata no sólo el Punk, si no el Rock en general. Por otro lado, podría hablar del afilado sentido dinámico (eso que hace que, a pesar de su intencional primitivismo, el disco nunca caiga en el aburrimiento), de las ocasionales variantes rítmicas (chequeen la disonante densidad de “Paid to listen”) o del sonido potente y natural que aleja esta experiencia del mero revival, al tiempo que rescata el espíritu encendido y vibrante de sus héroes musicales. Pero, en última instancia, no son mis conceptos los que tienen que convencerlos, sino el ardor incontenible que transmiten estas canciones.
-Bodies Lay Broken “Discursive decomposing disquisitions of moldered malapropisms and sedulous solecisms 2000-2002” (2005)
Cualquier amante mínimamente aplicado del Metal extremo sabrá que los primeros discos de Carcass, más que una influencia, representan un subgénero en sí mismos. En ese contexto, el apelativo de “clones de” adquiere un nuevo significado, desprovisto (al menos en primera instancia) de las connotaciones despectivas que ostentaría en otras situaciones. Aún así, como en toda vertiente musical, aquí hay opciones para todos los gustos, en particular el mal gusto. Están los que no aportan absolutamente nada, los que resultan divertidos y frescos en su falta de pretensiones, los que repiten esquemas con alguna vuelta de tuerca (por lo general en el plano sonoro más que en el compositivo) y los que, a fuerza de enterrar las manos en la mugre, logran encontrar variantes personales y un tanto más avanzadas. Bodies Lay Broken tiene un poco de cada cosa. El punto más notorio probablemente sea su retorcido sentido del humor, evidenciado en sus kilométricos (y, en muchas ocasiones, delirantes) títulos, en sus extensas intros (pensadas intencionalmente como un anti-climax) y en la errática información (o falta de ella) que el mismo grupo desparrama sobre sí mismo. Pero, una vez acalladas las risas cómplices, lo que aquí tenemos es un impiadoso ataque de brutal Gore-Grind que, con veintisiete temas en poco más de media hora, es capaz de atrapar no sólo a los adoradores del cuarteto forense de Liverpool, sino a todo aquel que aprecie el extremismo musical hecho con convicción, buenas ideas y espíritu desfachatado. Este disco en sí reúne todos los temas de la banda no incluidos en su único larga duración, el también recomendable “Eximinious execration of exiguous exequies” de 2003, y sorprende la cohesión que transmite a pesar de tratarse de grabaciones de diversas épocas y orígenes. En el plano musical, queda clarísimo que estos muchachos tienen a “Reek of putrefaction” como máximo referente, y así lo demuestran con temas mugrientos, vertiginosos, guturales y sanguinariamente enfermizos. Pero, detrás de la innegable pasión Carcassera, es posible notar rasgos de identidad propios. En primer lugar, tenemos un sonido que logra equilibrar magistralmente el tono embarrado y putrefacto del primer Carcass con la afilada claridad del Grindcore actual. Algo similar sucede con las composiciones, donde los típicos riffs, cambios de ritmo y gruñidos de Bill Steer y compañía se funden con guiños experimentales a la Pig Destroyer, algo del minimalismo del primer Napalm Death (inclusive versionan “Worlds apart”) y hasta pasajes que rozan el Noise. Esto da como resultado una aproximación al género que rescata su costado demente (casi alucinógeno, les diría) antes que el pretendidamente agresivo. En ese sentido, podría afirmarse que Bodies Lay Broken es una banda que apunta más a la mente (bueno, a sus recovecos más sórdidos) que al cuerpo, lo que no significa que les falte intensidad, sino que la manejan de forma no muy convencional, al menos para los parámetros del Grindcore en general. De todas formas, el material se mantiene siempre dentro de ciertos esquemas que lo hacen disfrutable hasta para el más conservador y cabezadura de los seguidores del género. O sea, sin reinventar la rueda, se las arreglaron para entregar una propuesta personal dentro de un marco musical donde suele ser difícil destacarse. Sólo por eso ya merecen una oportunidad.
-Outrage “Broken” (2009)
Que el Hardcore haga introspección no significa, necesariamente, que se transforme en Post-Hardcore o Emo-Core. Los doce temas en veintiséis minutos que componen este “Broken” (sucesor del ep “Savior” de 2008) son buena prueba de ello. Debajo de las gruesas capas de oscuridad emocional late el furibundo Hardcore de siempre, rabioso, agresivo y con el gesto eternamente adusto. Desde ya, estos chicos mamaron noventas hasta el hartazgo y lograron condensar diversas influencias de aquellos años en un sonido tan intenso como personal. Aquí tenemos monolíticos machaques a la Earth Crisis, disonancias cercanas a 108, arranques de violencia metalizada que pondrían orgulloso a Dwid Hellion (de Integrity, claro), atmósferas de emoción desgarrada no tan alejadas del mejor Unbroken, extravagancias armónicas y rítmicas que no hubieran desentonado en bandas como Deadguy o Converge, aplastantes rebajes apocalípticos dignos del Disembodied más pesado, estructuras y arreglos aprendidos de los pasajes más álgidos del “The shape of Punk to come” de Refused, ocasionales melodías (en la parte instrumental, las voces son pura rabia) evocadoras con un claro regusto a Snapcase, algo de la mugre retorcida de un Rorschach, envolventes texturas ruidosas y climas asfixiantes en la vena del Will Haven más virulento, y así podríamos seguir por un buen rato desgranando referencias más o menos oscuras, llegando siempre a la conclusión de que lo hecho por Outrage exhibe una inventiva propia y sumamente atractiva. No es que redescubran la pólvora pero se las arreglan para recorrer un sendero, dentro del Hardcore, donde la imaginación, la musicalidad, la emoción y la potencia desbocada pueden ir de la mano sin problemas. Y todo eso en canciones que se sienten como una tremenda patada en la boca del estómago. Especialmente recomendado para todo aquel que ande en busca de emociones fuertes.
-Stilte “Te vio partir” (2010)
Los datos fríos dicen que Stilte es un joven trío instrumental (guitarra, bajo y batería) porteño nacido en octubre de 2006, que “Te vio partir” es su ep debut y consta de cuatro temas que fueron grabados en vivo y en primera toma entre noviembre de 2008 y agosto de 2009. Bien, ahí se termina el frío porque desde que esos graves amenazantes nos dan la bienvenida a los casi diecisiete minutos de “Abismo”, con su lento andar que va creciendo en intensidad hasta envolver por completo los sentidos, lo único que sentirán es un calor intenso, a la vez íntimo y elevador. Luego, los arpegios soñadores y maliciosos al mismo tiempo de “Mónica” se trenzan en cadenciosa danza con un bajo robusto y una batería que, poco a poco, va ganando autoridad. El aire se va tornando pesado, atravesado par brumas guitarrísticas de viento caliente que, casi sin previo aviso, estallan en tormentas de arena coronadas por un sol rabioso. Los ecos caleidoscópicos de la guitarra nos dan la bienvenida a “Un verano”, entre un pulso de tambores tribales y elegantes líneas melódicas arropadas por distorsiones casi subliminales. Y, cuando todo hacía prever un nuevo maremoto sónico, las imágenes se repliegan en un candido vals con la emoción a flor de piel. Y ahí sí llega el esperado crescendo, con un dramatismo melódico que resulta tan frágil como visceral. Sutiles platillos y un bajo más gordo que nunca marcan el comienzo de “Sudestada”, el último tramo de este viaje. Entra una guitarra que apenas muerde para dar espacio a una cadencia movediza y, como una mariposa saliendo de su capullo, se transforma en alargadas notas que se elevan hacia un firmamento estrellado y multicolor. Las arenas vuelven a agitarse y la danza se vuelve cada vez más álgida y luminosa, casi como una celebración. Llega el falso final y, luego de poco más de un minuto de silencio, aparece una especie de bonus track tan divertido como delirante y, de cierta forma, perturbador. En fin, ni hace falta decir que la música de Stilte sigue una tradición que va de Pink Floyd y Led Zeppelin a Pelican y Red Sparowes, pasando por Mogwai, Kyuss y Boris, es decir Rock de raíces setentosas pero con una clara impronta contemporánea, de latir sanguíneo pero más bien pensado para generar paisajes musicales antes que reacciones físicas, con importante espacio para la improvisación y los largos desarrollos argumentales pero siempre dentro de un marco emotivo y coherente. Lo cierto es que, para un trabajo debut, “Te vio partir” ya suena como el producto de un grupo con objetivos bien claros y resultados contundentes, tanto a nivel sonoro como compositivo. Para seguirlos bien de cerca.
-Killdozer “Little baby buntin’” (1988)
Sucios, malolientes y peligrosos. Avanzan a paso lento, escupiendo maldiciones y chistes groseros con aliento fétido, exponiendo una desdentada sonrisa ante los rostros azorados e inquietos de aquellos que se atrevan a enfrentarlos. Sus canciones desprenden el rancio y penetrante hedor del fangoso pantano que se encuentra en las profundidades del espíritu humano. Nacidos en 1983, Killdozer siempre fue considerada, con razón, una banda precursora tanto del Grunge como del Noise-Rock y, sin embargo, ninguno de esos rótulos sirve del todo para describirlos. Es cierto que contaron con la producción de Butch Vig y Steve Albini mucho antes de que esos nombres estuvieran directamente ligados a cierto trío liderado por cierto joven de blonda cabellera, mirada triste y medio cráneo destrozado por un escopetazo, pero eso es meramente anecdótico. Es cierto que eran un trío basado en guitarras mugrientas, voces pedregosas y ritmos hipnóticos pero, vamos, eso no nos dice demasiado. Por el lado del Grunge, esto a lo sumo puede acercarse a la revulsiva densidad de Melvins o Tad, aunque con una impronta bastante más cruda y despojada. Es cierto que exhiben un claro amor por el Blues, pero antes que estilizaciones Ledzeppelianas, suenan como unos Swans paridos en las entrañas más abyectas de la Norteamérica esclavista. Golpes densos y casi tribales, un bajo masivo y amenazante en su gruñidora simpleza pentatónica, una guitarra chirriante e histérica y una voz que recorre en alcohólico zig-zag la fina línea entre la psicosis más violenta y el humor más negro y confrontacional. Si hablamos de Noise-Rock, ahí queda en evidencia que lo hecho por estos tres chiflados fue de vital importancia para grupos como Pussy Galore, The Jesus Lizard o Cop Shoot Cop, en especial en lo que hace a deformar, a fuerza de alaridos desencajados, climas tensos y cacofonías eléctricas, músicas tradicionales como el Blues, el Jazz y el viejo y querido Rock And Roll. Y lo mejor es que , a todas esas aristas y retorcidas elucubraciones, las presentaban con tal brutalidad, honestidad y ácido desparpajo que cualquier atisbo de frialdad arty o irónica pose snob era inmediatamente desterrado con un visible corte de manga. Retomando una idea anterior, podría decirse que Killdozer hace la más intensa y certera relectura del espíritu primigenio y desgarrado del Blues, a través del prisma sádico del Punk más corrosivo y subterráneo de los ochentas, transformándose en una de las bandas más influyentes y originales de su generación. Sencillamente imprescindible.
-Voice Of Destruction “Steamroller tactics for fun and profit” (1992)
Que hoy en día, en plena “era de las comunicaciones” (como dicen algunos), casi no haya información disponible sobre un grupo musical (aún cuando se trate de uno que dejó de existir hace mucho tiempo y que nunca contó con demasiado suceso comercial, qué digamos) es un hecho bastante extraño. Pero, claro, en el mismo año en que Ministry y Nine Inch Nails editaban sus “Psalm 69” y “Broken”, respectivamente, este trío oriundo de San Francisco exponía una forma igualmente personal y extraña de encarar el Rock Industrial, con lo cual es casi esperable que fueran lo raro entre lo raro. ¿Cómo describir lo hecho por Voice Of Destruction en éste único larga duración? Veamos, ya dijimos la palabra Industrial y, en efecto, aquí se pueden rastrear trazos de las secuencias más agresivas de Front 242, las estructuras caóticas y el delirio casi barroco de Foetus, los samples alucinógenos y beats entrecortados de Skinny Puppy, el Funk cibernético y taladrante de Nitzer Ebb y My Life With The Thrill Kill Kult y hasta algo de esa suerte de Hardcore computarizado patentado por Ministry, Pigface y KMFDM, entre otros. Pero lo que termina de cerrar la inconfundible personalidad del grupo son sus componentes humanos, por así llamarlos. En primer lugar, tenemos una voz de tono agudo e inflexiones tan dramáticas como rabiosas, que aportan un dejo de cruda emotividad poco común en el género. Luego, tenemos una guitarra claramente deudora de Steve Albini y el primer Killing Joke, con un sonido árido y rasposo pero alejado del compacto machaque metálico, capaz de jugar con disonancias y arreglos melódicos sin perder nunca de vista el tono mecánico y amenazante de las composiciones. Esto redunda en una energía visceral, de claros ribetes Punks, que se complementa a la perfección con la fría y calculada elaboración del costado electrónico. Digamos que si, en su momento, nombres como los mencionados Killing Joke y Big Black estuvieron a la vanguardia en eso de acercar la potencia urgente y retorcida del Post-Punk más corrosivo con la impronta mecanizada y agresiva y la vasta amplitud sónica de la recién nacida Música Industrial, Voice Of Destruction llevó esas enseñanzas a los noventas, con mejores posibilidades sonoras y de producción, y ese abandono emocional típico de la década. Les puedo asegurar que el resultado final no suena a nada que hayan escuchado (antes o desde entonces) y, al mismo tiempo, presenta una solidez compositiva que lo coloca en la categoría de “experimentos que salen bien y no dejan grumos ni cabos sueltos”. Ahora, buena suerte tratando de encontrar este disco, les doy mi palabra de que el esfuerzo vale la pena.
-Craw “Craw” (1994)
Debutaron en 1994 con esta placa homónima y, sin embargo, ya sonaban como consumados especialistas en el sádico arte de tensionar huesos hasta quebrarlos. Se valían de guitarras tan sanguinarias como inteligentes, de un bajo amenazante pero siempre ubicado, de un baterista que sonaba como una versión rabiosa y babeante de Neil Peart, y de una voz que hacía explotar las entrañas entre alaridos ahogados, psicóticas letanías y hasta cierto dejo de sensibilidad melódica que, de todas formas, nunca se interponía con el clima asfixiante de las composiciones. Algunos los ponían en la bolsa del Math-Rock pero, si bien los riffs angulares, los intrincados contrapuntos y las extravagancias rítmicas les darían la razón (así como los momentos en que parecen reinterpretar el tenso dinamismo de Slint pero con una impronta más furibunda y muscular), la energía cruda y descarnada y esa agresiva contundencia parecían tener más en común con grupos como Melvins (o unos Melvins pasados de merca, si se quiere) o Zeni Geva que con el cerebral refinamiento de Don Caballero o June Of 44. También podía percibirse una pesadez y una violencia cercanas al Sludge y el Hardcore, lo cual se explicaría más por el lado de Black Flag (en especial el Black Flag de “My war”) que por el de los clichés Sabáticos y las poses rudas. O sea, un núcleo de desesperante y rabiosa frustración explicado con riffs enroscados y bases densas. Por otro lado, había amplio espacio aquí para disonancias, acoples y esas atmósferas desquiciadas típicas del Noise-Rock (The Jesus Lizard a la cabeza), sólo que al acoplarse a otros elementos musicales (el filo casi metálico, la elaboración casi progresiva, la emotividad quebrada heredada del Post-Hardcore, el sabio manejo dinámico heredado de Slint) daban como resultado un sonido tan único como irresistible. De cierta forma, se los puede ver también como un claro referente para grupos como Keelhaul, Knut, Coalesce o Botch, aunque Craw no llegara a tocarse de forma tan directa con el Metal extremo como ellos, manteniendo casi siempre una soltura y una espontaneidad eminentemente rockeras. Como verán, tratar de explicar con palabras lo hecho por estos cinco dementes oriundos de Cleveland hace que me enrede en densos laberintos de referencias oscuras, lo cual, por un lado nos habla de lo original de la propuesta, por otro de mi falta de talento como reseñador y, por último, también sirve como metáfora de su sonido. En cualquier caso, lo importante es que a más de quince años de su edición, “Craw” sigue manteniendo intactas sus virtudes y su retorcida intensidad. Ya es hora de que reciban el reconocimiento que merecen.
-Die 116 “Dyna-Cool” (1995)
Hablar de un grupo que contó en sus filas con músicos que, en algún momento de sus carreras, se pasearon por bandas como Burn, Rorschach, Kiss It Goodbye, Glassjaw, Playing Enemy, The J.J. Paradise Players Club y Made Out Of Babies, es prácticamente hablar de un seleccionado del más abrasivo y mugriento Post-Hardcore escupido por New York en los últimos veinticinco años. Una sóla escucha a este portentoso “Dyna-Cool” (único larga duración de Die 116, sucesor del ep “Damage control”) revela que aquí hay mucho más que la suma de pergaminos underground. Por supuesto, se trata de una banda plantada firmemente en los noventas y en el caos de su ciudad natal, por lo que no es de extrañar que cada una de estas doce canciones pinte desenfocadas visiones de desesperación urbana con sus guitarras disonantes y sus ritmos angulares como mazazos en la espina dorsal. El camino fácil sería describirlos como un Noise-Rock agresivo y muscular, de riffs entrecortados y corazón Hardcore, manteniendo siempre un tenso balance entre emotividad desgarrada y sádica inteligencia musical. Por momentos pueden remitir a unos Unsane con el alma agobiada por la frustración, en otros se asoma un Quicksand reptando por hediondos subterráneos neoyorquinos, más adelante vomitan una suerte de Helmet amorfo y cubierto por gruesas costras de óxido y en todo momento resuenan los fantasmas más abrasivos de Swans y Sonic Youth pero despojados de conceptualidad arty y arrojados con violencia a un vendaval eléctrico y rítmico que se siente tanto en los huesos como en la mente y el espíritu. Hay lugar para chispazos de sensibilidad melódica pero en todo momento vienen acompañados de envolventes marejadas de distorsión y un agobiante pulso rítmico. Hay también un profundo grado de elaboración musical (noten las intrincadas arquitecturas sónicas que construyen el bajo y las guitarras) y un contagioso y enfermizo sentido del groove, pero es necesario atravesar densas murallas de enloquecedora angustia para llegar a apreciar dichos elementos en su plenitud. A pesar de su corta existencia, Die 116 se las arregló para exponer una postal exacta de época y lugar, desplegando una férrea personalidad musical y una intensidad sobrecogedora que han probado sostenerse firmes ante el test del paso del tiempo.
-No Demuestra Interés “Mensaje no preciso de imagen” (1995), Despertar “Llegando” (1996), Psicotracción “Esencia” (1996)
Cuando pasa la tormenta y los ensordecedores truenos se acallan llega el momento de bajar la excitación y examinar, con un dejo de melancólica reflexión, lo que ha quedado, los pequeños brotes que comienzan a florecer perlados aún por brillantes gotas de agua. Así, tras aquel torbellino que fue el Buenos Aires Hardcore, aún después de su agónica descomposición, hubo tiempo para un efímero pero intenso período de introspección que, lamentablemente, nunca terminó de desarrollarse plenamente pero, aún así, nos legó algunas obras de gran calidad musical que parecían exhibir, al mismo tiempo, la decepción por un pasado chamuscado por su propia inocencia (en el mejor de los casos) y la apuesta a un futuro de amplios horizontes y absoluta desnudez emocional. Podría hablarse de Post-Hardcore, al menos en esencia, aunque creo que todo se resume en la palabra madurez.
No Demuestra Interés (nunca estuvieron muy conformes con todo ese asunto de las siglas) siempre fue uno de los grupos más avanzados (musical y líricamente hablando) de su generación, fueron los primeros en experimentar con formas poco ortodoxas de encarar el Hardcore (al menos en aquel contexto dominado por la veta neoyorquina del género) y también fueron los primeros en notar y querer distanciarse de la hipocresía que se escondía detrás de tantos discursos de hermandad vacíos de contenido. Para muchos de sus primeros seguidores, “Mensaje no preciso de imagen” fue un disco inentendible y casi ofensivo. Pero lo cierto es que se trata de una lógica profundización de lo que ya habían expuesto en viejas canciones como “Indicios”, “Murallas” (temas Fugaziescos si los hay), “Estimo”, “Por debajo de tus influencias” (¿un guiño al “Under your influence” de Dag Nasty?), “Fe” o “Mirando mi tiempo”, donde se los podía escuchar bajando las revoluciones y desplegando una sensibilidad más bien frágil y melódica sin por ello resignar energía (por el contrario) ni crudeza. Por supuesto, para aquellos que miden la fuerza sólo en términos superficiales de velocidad y decibeles, las extensas composiciones, los ritmos lentos, el intrincado entramado de guitarras, los inteligentes desarrollos dinámicos y la desgarradora belleza melódica de éste álbum significaban poc más que una traición. Pero si se trataba de “patear el slogan”, Adrián Outeda y los suyos llevaron ese postulado hasta sus últimas consecuencias. Las nuevas influencias (la impronta emocional del Post-Hardcore, claro, pero también los riffs oscuros y pesados del primer Black Sabbath y hasta cierto aire casi Progresivo que podría remitir al Tool de “Aenima” si no fuera porque dicho disco se editaría un año después) se corporizaban y, al mismo tiempo, se diluían bajo la ardiente e inigualable personalidad del grupo. “Mensaje no preciso de imagen” es un disco único, un atribulado viaje eléctrico donde el dolor y el placer se confunden en oleadas de densa distorsión, un cúmulo de postales solitarias que esconden redención debajo de océanos de lágrimas, uno de los pocos trabajos discográficos vernáculos rockeros capaces de competir de igual a igual (en términos de originalidad, vuelo creativo y emoción sincera) con cualquier exponente primermundista y salir airoso del desafío. Podría ocupar páginas enteras desgranando cada mínimo recoveco de estas brillantes construcciones musicales y profundo efecto que provocan en el ama pero, como siempre, lo mejor sería que lo experimenten en carne propia y consulten de forma urgente a un cardiólogo si temas como “Gente de barro”, “Recuerdos”, “Aunque” o “Amanece gris” (por sólo citar algunos favoritos personales) no les ponen la piel de gallina.
Siguiendo claramente la estela de estos renovados No Demuestra Interés, Despertar también se desligaba de las restricciones musicales de la ortodoxia Hardcore que los vio nacer con este “llegando”, su debut y despedida en cd. Un tiempo antes habían asomado en el compilado “Hardcore – Asunto nuestro” (editado por Frost Bite) pero nada hacía prever el cambio musical que experimentarían aquí. Mencionamos a No Demuestra Interés como influencia y, en efecto, el clima introspectivo, los riffs más lentos y enroscados, los pasajes melódicos y hasta ciertas inflexiones vocales venían indudablemente de ese lado. Pero eso no era todo. Por un lado, todavía quedaban ocasionales lazos con el Hardcore de antaño, en especial en lo que hace a riffs machacones, voces más crudas y canciones de menor duración. Por otra parte, asomaba la cabeza la, para muchos oscura, referencia de los neoyorquinos Into Another, un grupo que (también contando con raíces en el Hardcore tradicional de su ciudad natal) había logrado una personalísima y atractiva combinación de gancho melódico, compleja elaboración musical, corazón Hardcore y una impronta Hard-rockera noventosa que bien podría asociarse a ciertas variantes del Grunge. Todo esto, sumado a un lejano regusto casi Stoner en momentos escogidos de la placa, daba como resultado un sonido con peso e identidad propia que, debido a la pronta disolución del trío, nunca pudo librarse de algunas desprolijidades fácilmente atribuibles a la inexperiencia y el excesivo entusiasmo en etapas de transición. Aún con sus pequeños defectos, “Llegando” funciona a la perfección como documento de la sensación de incertidumbre y abandono que se cernía sobre lo que quedaba de las ruinas del B.A.H.C., y lo hacía con canciones donde la sobriedad, la energía visceral, la emotividad y la elaboración musical convivían en plena armonía.
También surgidos del mencionado compilado “Hardcore – Asunto nuestro” (del cual también participaron grupos como E.D.O. y Fun People, casi como un muestrario de estilos antagónicos dentro de la escena), llegaban los muchachos de Psicotracción. Luego de algunos cambios de formación (llegaron a contar en sus filas con los talentos de Mariano Rojo, actual guitarrista de Cruzdiablo), sorprendieron a más de uno con “Tras lo profundo”, su primera producción (editada únicamente en cassette) de la cual regrabarían luego cuatro temas que formarían parte de “Esencia” su debut y (al igual que Despertar) despedida en cd. Ya desde el arranque, “Créalo” nos presenta una extraña pero compacta combinación de guitarras machacantes, una base potente y con groove, bajo con slap y voces rasposas que se alternan con otras sumamente melódicas, planteando así una buena introducción para lo que escucharemos en los once temas restantes. El empuje primigenio y urgente del Hardcore era lo que daba cohesión al sonido del cuarteto que, por otro lado, se adentraba sin pudores (y con una refrescante desfachatez) en terrenos musicales que iban del Metal al Pop y otros géneros sin por ello resultar en pastiches sin sentido. El truco estaba en desplegar todo ese vasto abanico de ideas en forma absolutamente natural y fluida, y con un profundo respeto por la canción misma. Así, teníamos una base rítmica tan sólida como versátil, un bajista virtuoso que ponía sus inquietos dedos al servicio del buen gusto, una guitarra capaz de pasar sin problemas de los riffs más energéticos a las melodías más conmovedoras y de allí a arreglos tan elegantes como sensibles, una voz pedregosa y árida que usualmente desembocaba en soñadores parajes melódicos, y un afilado instinto compositivo para conjugar magistralmente gancho, elaboración musical, emoción y fuerza bruta. Otro punto a destacar es que, a diferencia de los climas más bien oscuros de No Demuestra Interés y Despertar, Psicotracción mostraba un espíritu luminoso y vital, una suerte de maduro optimismo que reconocía el dolor y la furia pero los transformaba en combustible para seguir avanzando, guardando siempre una cálida sonrisa bajo la manga. Ese equilibrio entre agresión metálica, crudeza Hardcore, intrincados cambios de ritmo y emotiva sensibilidad Pop es que lo hace que “Esencia” siga siendo, a casi quince años de su edición, una de las placas más estimulantes del Hardcore vernáculo. Como imaginarán, no hubo continuación para el disco ni para Psicotracción, que dejó de existir definitivamente en 1998. De todas formas, si visitan www.psicotracion.com.ar, podrán encontrar todo el material disponible sobre ellos, incluidas fotos y el mismo “Esencia” en formato mp3 para descargar de forma gratuita.
Ah, sí, ahora debería venir un cierre, una conclusión, ¿no? Bien, mi conclusión es la siguiente y es no es ninguna novedad: la música es música, los rótulos sólo cumplen una función didáctica pero nada tienen que ver con su sustancia. Las escenas musicales necesariamente tienen que mutar o desaparecer, pues no son más que la expresión de un momento específico en la vida de determinados artistas, y aquellos que logran trascender con su producción (y me refiero, obviamente, a trascendencia artística antes que comercial) los artificiales límites genéricos y los mezquinos prejuicios de cualquier ghetto musical deberían, al menos, ser recordados y reconocidos como corresponde por todos aquellos que hayan disfrutado de su obra y que aprecien la música como expresión honesta antes que como mero masaje para el ego. Vaya, entonces, desde aquí mi s tardías pero sinceras loas a tres de las obras del Rock nacional (por así llamarlo, y sin dobles lecturas) que más profundo han calado en mi sensibilidad como oyente.
-The Proletariat “Voodoo economics and other american tragedies” (1997)
Realmente, es una pena que un grupo tan bueno (en todos los aspectos en que un grupo de Rock pueda serlo) como The Proletariat no cuente con el reconocimiento que se merece. Desde ya, los caprichos del inconciente colectivo rockero suelen ser misterios insondables y no sería la primera vez que este tipo de injusticias (por así llamarlas) ocurran. Porque, mientras que en el mainstream las reglas son bastante claras (las cifras mandan y el resto es secundario), a medida que uno se sumerge en las turbias e inquietas aguas del underground se hace más difícil discernir qué elementos puntuales hacen que determinados artistas gocen de cierto éxito accedan al status “de culto” (algo así como un certificado de prestigio snob), mientras otros (con iguales o superiores virtudes) parecen pasar desapercibidos aún para esos oídos supuestamente entrenados y discernidores. Pero vamos a lo que importa. “Voodoo economicas and other american tragedies” compila, en dos cd’s, la totalidad del material registrado por The Proletariat en sus cinco (1980 a 1985) años de carrera y una sola escucha basta para entender por qué estos bostonianos (más allá de compartir una inevitable impronta generacional) fueron de los nombres más personales de aquella ebullición Hardcore/Punk americana de principios de los ochentas. En primer lugar, habría que aclarar que poco hay aquí de lo que comúnmente se se conoce como Hardcore. Digamos que The Proletariat tiene tanto Hardcoe como el que se pudiera hallar en bandas como Minutemen, Mission Of Burma o Wipers. Y si interpretan eso como una revisión del Post-Punk inglés más corrosivo (Gang Of Four, Wire, The Pop Group) filtrado por la urgencia y la intensidad del recién nacido Hardcore, entonces no estarán mal rumbeados. Desde ya, las referencias mencionadas no son gratuitas. Recorriendo el desarrollo discográfico del cuarteto es posible notar esas influencias. Con los Minutemen compartían un origen de clase trabajadora y un gusto por el Funk angular, contracturado, adrenalínico y marxista de Gang Of Four y The Pop Group, con Mission Of Burma (el mismo Roger Miller colabora poniendo su piano en "An uneasy peace") una aproximación visceral al minimalismo y la experimentación ruidosa heredada, de cierta forma, de Wire, y con los Wipers esa capacidad para construir canciones energéticas pero recubiertas de una enigmática y profunda oscuridad emocional, algo que se haría más presente en sus últimos años, cuando lograron depurar su costado melódico sin por ello resignar ni un ápice de potencia y crudeza. Y lo mejor de todo es que el resultado final era mucho más que la suma de sus influencias. Tanto en sus composiciones como en sus postulados políticos (indudablemente volcados a la izquierda pero alejados de dogmatismo alguno), The Proletariat proponía ese tenso equilibrio entre visceralidad e inteligencia que luego sería prácticamente el pilar de lo que se daría en llamar Post-Hardcore. Y todo ello expresado en canciones redondas, enrgéticas, certeras, emotivas, urgentes y, al mismo tiempo, cuidadosamente construidas e interpretadas. Comprender y explicar por qué muchos decidieron ignorarlos en su momento (al igual que el por qué tantos reivindican a un artista claramente mediocre y artificial como Morrissey) es una tarea que escapa a mis pobres capacidades de análisis. Como suele suceder, sólo me resta recomendar este maravilloso material a los cuatro vientos y esperar que mis palabras no lleguen a oídos sordos o desinteresados.
-F-Minus “Wake up screaming” (2003)
Cuando Erica Daking grita estamos obligados a cerrar la boca, apretar los dientes y aceptar la golpiza con una sonrisa desencajada en el rostro. Y no se trata de lo que lleve entre las piernas, se trata de un fuego abrasador que barre con pavadas superficiales como “la batalla de los sexos”. Cuando F-Minus enchufa sus guitarras y pone primera, el tiempo se detiene en 1981, toma carrera y nos patea la boca con la energía contenida en años de frustración y locura urbana. ¿Les suena Black Flag? A ellos también. Tanto, que por momentos reproducen con apabullante exactitud esa sensación de encierro, de rabia visceral que se escapa por los poros de forma descontrolada y urgente. ¿Les suena Discharge? Sí, también estos californianos absorbieron los manuales de ritmos acelerados, riffs de tres notas y alaridos desgarrados. Y escupieron lo aprendido en certeras explosiones de pura intensidad. No es ningún secreto, entonces, que la brújula de F-Minus apunta (bueno, apuntaba. Este fue su último disco) directamente hacia el Hardcore/Punk de principios de los ochentas, a esa energía cruda y primaria que se siente más en las entrañas que en la cabeza, a esa espontaneidad que barre con cualquier crítica por falta de refinamiento o variantes. Ritmos cavernícolas, guitarras como motosierras, voces quebradas, canciones simples y directas, no hace falta más. Y si no pueden apreciar el hecho de que, con elementos tan básicos y limitados, el quinteto logre conmover y movilizar cuerpo y alma, entonces, sencillamente, es que nunca entendieron del todo de qué se trata no sólo el Punk, si no el Rock en general. Por otro lado, podría hablar del afilado sentido dinámico (eso que hace que, a pesar de su intencional primitivismo, el disco nunca caiga en el aburrimiento), de las ocasionales variantes rítmicas (chequeen la disonante densidad de “Paid to listen”) o del sonido potente y natural que aleja esta experiencia del mero revival, al tiempo que rescata el espíritu encendido y vibrante de sus héroes musicales. Pero, en última instancia, no son mis conceptos los que tienen que convencerlos, sino el ardor incontenible que transmiten estas canciones.
-Bodies Lay Broken “Discursive decomposing disquisitions of moldered malapropisms and sedulous solecisms 2000-2002” (2005)
Cualquier amante mínimamente aplicado del Metal extremo sabrá que los primeros discos de Carcass, más que una influencia, representan un subgénero en sí mismos. En ese contexto, el apelativo de “clones de” adquiere un nuevo significado, desprovisto (al menos en primera instancia) de las connotaciones despectivas que ostentaría en otras situaciones. Aún así, como en toda vertiente musical, aquí hay opciones para todos los gustos, en particular el mal gusto. Están los que no aportan absolutamente nada, los que resultan divertidos y frescos en su falta de pretensiones, los que repiten esquemas con alguna vuelta de tuerca (por lo general en el plano sonoro más que en el compositivo) y los que, a fuerza de enterrar las manos en la mugre, logran encontrar variantes personales y un tanto más avanzadas. Bodies Lay Broken tiene un poco de cada cosa. El punto más notorio probablemente sea su retorcido sentido del humor, evidenciado en sus kilométricos (y, en muchas ocasiones, delirantes) títulos, en sus extensas intros (pensadas intencionalmente como un anti-climax) y en la errática información (o falta de ella) que el mismo grupo desparrama sobre sí mismo. Pero, una vez acalladas las risas cómplices, lo que aquí tenemos es un impiadoso ataque de brutal Gore-Grind que, con veintisiete temas en poco más de media hora, es capaz de atrapar no sólo a los adoradores del cuarteto forense de Liverpool, sino a todo aquel que aprecie el extremismo musical hecho con convicción, buenas ideas y espíritu desfachatado. Este disco en sí reúne todos los temas de la banda no incluidos en su único larga duración, el también recomendable “Eximinious execration of exiguous exequies” de 2003, y sorprende la cohesión que transmite a pesar de tratarse de grabaciones de diversas épocas y orígenes. En el plano musical, queda clarísimo que estos muchachos tienen a “Reek of putrefaction” como máximo referente, y así lo demuestran con temas mugrientos, vertiginosos, guturales y sanguinariamente enfermizos. Pero, detrás de la innegable pasión Carcassera, es posible notar rasgos de identidad propios. En primer lugar, tenemos un sonido que logra equilibrar magistralmente el tono embarrado y putrefacto del primer Carcass con la afilada claridad del Grindcore actual. Algo similar sucede con las composiciones, donde los típicos riffs, cambios de ritmo y gruñidos de Bill Steer y compañía se funden con guiños experimentales a la Pig Destroyer, algo del minimalismo del primer Napalm Death (inclusive versionan “Worlds apart”) y hasta pasajes que rozan el Noise. Esto da como resultado una aproximación al género que rescata su costado demente (casi alucinógeno, les diría) antes que el pretendidamente agresivo. En ese sentido, podría afirmarse que Bodies Lay Broken es una banda que apunta más a la mente (bueno, a sus recovecos más sórdidos) que al cuerpo, lo que no significa que les falte intensidad, sino que la manejan de forma no muy convencional, al menos para los parámetros del Grindcore en general. De todas formas, el material se mantiene siempre dentro de ciertos esquemas que lo hacen disfrutable hasta para el más conservador y cabezadura de los seguidores del género. O sea, sin reinventar la rueda, se las arreglaron para entregar una propuesta personal dentro de un marco musical donde suele ser difícil destacarse. Sólo por eso ya merecen una oportunidad.
-Outrage “Broken” (2009)
Que el Hardcore haga introspección no significa, necesariamente, que se transforme en Post-Hardcore o Emo-Core. Los doce temas en veintiséis minutos que componen este “Broken” (sucesor del ep “Savior” de 2008) son buena prueba de ello. Debajo de las gruesas capas de oscuridad emocional late el furibundo Hardcore de siempre, rabioso, agresivo y con el gesto eternamente adusto. Desde ya, estos chicos mamaron noventas hasta el hartazgo y lograron condensar diversas influencias de aquellos años en un sonido tan intenso como personal. Aquí tenemos monolíticos machaques a la Earth Crisis, disonancias cercanas a 108, arranques de violencia metalizada que pondrían orgulloso a Dwid Hellion (de Integrity, claro), atmósferas de emoción desgarrada no tan alejadas del mejor Unbroken, extravagancias armónicas y rítmicas que no hubieran desentonado en bandas como Deadguy o Converge, aplastantes rebajes apocalípticos dignos del Disembodied más pesado, estructuras y arreglos aprendidos de los pasajes más álgidos del “The shape of Punk to come” de Refused, ocasionales melodías (en la parte instrumental, las voces son pura rabia) evocadoras con un claro regusto a Snapcase, algo de la mugre retorcida de un Rorschach, envolventes texturas ruidosas y climas asfixiantes en la vena del Will Haven más virulento, y así podríamos seguir por un buen rato desgranando referencias más o menos oscuras, llegando siempre a la conclusión de que lo hecho por Outrage exhibe una inventiva propia y sumamente atractiva. No es que redescubran la pólvora pero se las arreglan para recorrer un sendero, dentro del Hardcore, donde la imaginación, la musicalidad, la emoción y la potencia desbocada pueden ir de la mano sin problemas. Y todo eso en canciones que se sienten como una tremenda patada en la boca del estómago. Especialmente recomendado para todo aquel que ande en busca de emociones fuertes.
-Stilte “Te vio partir” (2010)
Los datos fríos dicen que Stilte es un joven trío instrumental (guitarra, bajo y batería) porteño nacido en octubre de 2006, que “Te vio partir” es su ep debut y consta de cuatro temas que fueron grabados en vivo y en primera toma entre noviembre de 2008 y agosto de 2009. Bien, ahí se termina el frío porque desde que esos graves amenazantes nos dan la bienvenida a los casi diecisiete minutos de “Abismo”, con su lento andar que va creciendo en intensidad hasta envolver por completo los sentidos, lo único que sentirán es un calor intenso, a la vez íntimo y elevador. Luego, los arpegios soñadores y maliciosos al mismo tiempo de “Mónica” se trenzan en cadenciosa danza con un bajo robusto y una batería que, poco a poco, va ganando autoridad. El aire se va tornando pesado, atravesado par brumas guitarrísticas de viento caliente que, casi sin previo aviso, estallan en tormentas de arena coronadas por un sol rabioso. Los ecos caleidoscópicos de la guitarra nos dan la bienvenida a “Un verano”, entre un pulso de tambores tribales y elegantes líneas melódicas arropadas por distorsiones casi subliminales. Y, cuando todo hacía prever un nuevo maremoto sónico, las imágenes se repliegan en un candido vals con la emoción a flor de piel. Y ahí sí llega el esperado crescendo, con un dramatismo melódico que resulta tan frágil como visceral. Sutiles platillos y un bajo más gordo que nunca marcan el comienzo de “Sudestada”, el último tramo de este viaje. Entra una guitarra que apenas muerde para dar espacio a una cadencia movediza y, como una mariposa saliendo de su capullo, se transforma en alargadas notas que se elevan hacia un firmamento estrellado y multicolor. Las arenas vuelven a agitarse y la danza se vuelve cada vez más álgida y luminosa, casi como una celebración. Llega el falso final y, luego de poco más de un minuto de silencio, aparece una especie de bonus track tan divertido como delirante y, de cierta forma, perturbador. En fin, ni hace falta decir que la música de Stilte sigue una tradición que va de Pink Floyd y Led Zeppelin a Pelican y Red Sparowes, pasando por Mogwai, Kyuss y Boris, es decir Rock de raíces setentosas pero con una clara impronta contemporánea, de latir sanguíneo pero más bien pensado para generar paisajes musicales antes que reacciones físicas, con importante espacio para la improvisación y los largos desarrollos argumentales pero siempre dentro de un marco emotivo y coherente. Lo cierto es que, para un trabajo debut, “Te vio partir” ya suena como el producto de un grupo con objetivos bien claros y resultados contundentes, tanto a nivel sonoro como compositivo. Para seguirlos bien de cerca.