Por Fernando Suarez.
Hoy en día bandas como Brutal Truth (a partir de “Need to control”), Cephalic Carnage o Agoraphobic Nosebleed se erigen como pruebas vivientes de que ciertas sustancias alteradoras de la conciencia pueden ser excelentes aliadas (o, al menos, inspiradoras) del Metal extremo más cáustico y violento. Y no es que esté haciendo apología de nada (cada uno sabe qué hacer con sus cosas y, desde ya, yo personalmente no recomiendo el consumo de ningún tipo de drogas) pero digamos que las visiones lisérgicas y la psicodelia no son el tipo de asuntos que se suele asociar al Metal extremo en general. Bien, si retrocedemos en el tiempo hasta 1993 nos encontraremos con Skeleton Of God, una banda que (junto a Exit 13, con quienes llegaron a compartir algún integrante) ya pregonaba las bondades del delirio marihuanero aplicado al Grindcore y el Death Metal. Sólo un ep y un disco (“Urine garden” y “Bleached in the sun”, reeditados en forma conjunta en 2003) quedaron como legado inicial de su particular propuesta, hasta que en 2008 decidieron reformarse y tirarnos por la cabeza esta obra monumental llamada “Primordial dominion”. El arte de tapa (bastante feo, por cierto) ya hace intuir las intenciones alucinógenas del ahora trío pero eso no es nada comparado con lo que sucede en estos afiebrados cuarenta y dos minutos y medio de pura locura. Las raíces del grupo están firmemente plantadas en lo extremo, y allí tenemos las voces podridas, las guitarras gordas y los dobles bombos repiqueteantes. Pero eso es sólo el marco para un despliegue de ideas tremendamente originales que colocan a Skeleton Of God en una categoría única. La forma en las composiciones se van moviendo, impredecibles pero nunca forzadas ni incoherentes, entre embotadores pasajes cósmicos, arranques de agresión desencajada, remansos de ensoñación flotante y tensiones psicóticas es sencillamente una experiencia trascendental. Bien vale destacar la labor de Jeff Kahn en las seis cuerdas (es también el encargado de las voces), proponiendo un sinfín de imágenes surrealistas con una vasta paleta de variantes que van desde las disonancias más intrincadas (casi como si Trey Azagthoth, Steve Austin y Robert Fripp concibieran un hijo mutante de tres cabezas) a la más profunda calma cósmica, pasando por monumentales rebajes dumbetas, envolventes murallas de texturas, afiladas erupciones rifferas y solos achicharrados de ácido. Desde ya, la base rítmica de Erik Stenflo (batería) y Joel DiPietro (bajo y ocasionales teclados, que también ayudan a incrementar el sabor psicodélico/espacial) no se queda atrás a la hora de proponer un sostén para semejantes desvaríos, volando hacia alturas impensadas pero, al mismo tiempo, sirviendo de ancla para que la intensidad no se disipe nunca. En fin, no hay rótulos, categorías ni descripciones que le hagan justicia a lo expuesto aquí, se trata de un viaje tan potente como insólito, tan volado como certero y, ciertamente, es una pieza imprescindible para todo aquel que aprecie la originalidad y la imaginación en el Metal en general.
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