Por Fernando Suarez.
-The Hated “Everysong” (1989)
A la hora de determinar los orígenes del Emo la mayoría pone a Rites Of Spring como indiscutidos creadores del género. Otros, aún sin desmerecer la tangible influencia de aquella legendaria banda liderada por un joven Guy Picciotto entre 1984 y 1986, sostienen que fue Hüsker Dü, en especial su disco doble “Zen arcade” (editado en 1984) quien sentara las bases fundacionales de lo que luego se conocería como Emo. Como para conformar a ambas posturas tenemos la opción presentada por The Hated. Nacidos en 1985, estos oriundos de Maryland fueron de los primeros en hacerse eco de la sensibilidad de los mencionados grupos, de esa nueva forma de entender el Hardcore que, sin abandonar la intensidad que lo caracteriza, ahora admitía no sólo melodías más cuidadas y emotivas, si no también desarrollos instrumentales de mayor profundidad, variantes rítmicas y armónicas más abiertas y, por sobre todas las cosas, cambiaba el tono acusador por uno más bien introspectivo. “Everysong” sería el último trabajo de estudio del cuarteto (luego vendrían infinidad de reediciones, compilados y demases) y en él encontramos un resumen perfecto de lo que la palabra Emo significaba por aquellos años. Por supuesto, las influencias estaban ahí, de Rites Of Spring tomaron ese sentido aventurero de las guitarras y la base rítmica y ese nuevo entendimiento (para los parámetros Hardcore de la época) de la dinámica compositiva, de Hüsker Dü heredaron el perfecto gancho melódico (las voces suenan tan similares a las de Bob Mould que da miedo) y los flirteos sin complejos con el Pop. De ambos, claro, rescataron la urgencia emotiva, el empuje visceral y esa intensidad que se clava en el corazón de forma indeleble. Pero eso no es todo. El empleo de guitarras acústicas, ciertas melodías de tinte casi psicodélico y algunas sinuosas líneas de bajo podrían asociarse sin problemas a nombres como Pixies e inclusive los primeros R.E.M., y en más de un pasaje, The Hated anticipaba muchos de los modismos que marcarían el Emo en los 90’s, en especial en lo que hace a la construcción de complejas composiciones de climas cambiantes y adornadas de bellísimos arpegios y líneas vocales. La influencia que estas composiciones ejercerían sobre pilares noventosos del género como Sunny Day Real Estate, Jawbreaker o The Promise Ring es sencillamente innegable y evidente. En definitiva, más allá de pergaminos e influencias, “Everysong” se sostiene por el peso emocional y melódico de sus perfectas siete canciones. Eso sólo ya debería ser motivo suficiente para rescatarlos del olvido.
-Crawlpappy “Deluxe” (1992)
New York no sólo es la capital del costado más arty y snob del Rock en general, también puede ser una ciudad muy sucia. Y no me refiero estrictamente al Hardcore oriundo de dicha ciudad, aunque ciertamente gran parte de la mugre tuvo sus orígenes en esa escena. Crawlpappy, de hecho, contó entre sus filas con miembros de Agnostic Front, Absolution y Raw Deal (la banda que luego sería conocida como Killing Time) pero poco hay en su propuesta que los asocie directamente con ese sonido moshero y primitivo. Claro, también tuvieron miembros de los delirantes Alice Donut (quienes llegarían a dedicarle una canción en su disco “Mule”), lo cual nos puede acercar un poco más al sonido de estos neoyorquinos. Hablamos de New York y de Hardcore que ya no es tan Hardcore, entonces también podemos mencionar a Helmet y Prong (en especial de la época de “Beg to differ”) y la cosa va tomando color. Pero si hay algo que caracterizaba a Crawlpappy es su personalidad. Aquí tenemos algo de los riffs entrecortados de Page Hamilton y ese aire de oscuridad Post-Punk aplicada al Hardcore más metálico que Tommy Victor tan bien supiera invocar pero eso no es todo. Sumen una atmósfera densa, de riffs embarrados y disonantes, esa sensación de encierro tan típica del Black Flag más pesado y hasta un aire de Sabbáthica mugre garagera que bien podría emparentarse con los primeros albores del Grunge, en especial a nombres como Tad, Skin Yard, el primer Soundgarden y los aplastantes Willard, y allí podrían empezar a delinear lo que “Deluxe” encierra en sus trece canciones. Las composiciones se manejan en tempos más bien hipnóticos y envolventes (algo de Melvins también puede haber por ahí, aunque las ocasionales aceleradas también tienen su lugarcito), generando climas espesos a través de riffs que conjugan a la perfección contundencia, roña y un enroscado vuelo creativo, y coronados por una voz (la de Brian Childers, fallecido en 2007 debido a una falla renal) rasposa y pendenciera que, no obstante, comprende el valor y el poderío de una buena melodía. En fin, se trata de material de difícil categorización, que utiliza la energía cruda del Hardcore como marco para elevarse musicalmente y no como fin en sí mismo, que toma la densidad de Black Sabbath pero la despoja de florituras y la tiñe de un realismo desgarrador y que hasta tiene lugar para absorber ciertos modismos más exóticos que podríamos definir como Post-Hardcore. Una gema perdida de los noventas que merece ser rescatada por cualquiera que aprecie la música pesada (en la forma que sea) hecha con ideas propias y originales.
-16Volt “American porn songs//Remixed” (2010)
Con más de veinte años al frente de 16Volt y habiendo colaborado con diversos miembros de bandas como Ministry, Nine Inch Nails, KMFDM, Skinny Puppy, Chemlab, Killing Joke, Prong, Pig y Front Line Assembly (entre tantas otras), Eric Powell tiene sus credenciales Industriales al día. Si encima tenemos en cuenta que todo el catálogo del grupo anterior a 2007 se puede descargar de forma gratuita en su propia página web (www.16volt.com), eso también ayuda a que Powell nos caiga más simpático. Pero vayamos a la música. Como su título lo indica, “American porn songs//Remixed” no es más que el correspondiente disco de remixes del anterior “American porn songs”, que fuera editado el año pasado. Suele suceder que este tipo de trabajos sirven para que el artista en cuestión pruebe variantes más experimentales de sus propias composiciones, en especial por el lado de una electrónica un tanto más amable y no tan corrosiva. Algo de eso hay aquí pero no del todo. Tengan en cuenta que, debajo de los samples, los beats mecanizados, las voces distorsionadas y los climas de violencia futurista, 16Volt siempre fue básicamente una banda de Rock pesado, sudoroso, ganchero y con las guitarras bien al frente. Aún en sus trabajos menos guitarreros (aquellos donde se hacía más notable la impronta de Nitzer Ebb y Front 242), las composiciones mantenían siempre una energía física de corte netamente rockero y un absoluto respeto por la estructura tradicional de canción. En ese sentido, estos remixes no se van tan lejos de los originales, manteniendo en casi todo momento el nervio, la intensidad y los estribillos memorables característicos del grupo. Desde ya, con dieciocho temas hay lugar, de todas formas, para variantes un tanto más exóticas, así tenemos flirteos con el Jazz, el Drone, el Pop y variantes electrónicas más deformes y experimentales. Pero, en definitiva, esas tangentes sirven más bien como respiro lisérgico entre los momentos más agresivos de la placa, que siguen siendo predominantes. Insisto, si las despojaran de la maquinaria Industrial, estas canciones seguirían sosteniéndose por peso propio pues se trata, justamente, de canciones propiamente dichas antes que de experimentos sonoros. Y, claro que sí, cuando hay buenas canciones todo lo demás queda en segundo plano.
-Alpha & Omega “Life swallower” (2010)
Con un nombre tomado de uno de los discos más metálicos de Cro-Mags (y uno de los peores, en mi opinión), este quinteto californiano ya deja bien en claro por dónde pasan sus inquietudes musicales. En efecto, más allá de su origen, estos chicos parecen amar los sonidos más arquetípicos y metaleros del Hardcore neoyorquino y lo expresan en once breves canciones (el disco en total dura media hora) donde lo que falta en originalidad es suplido con energía y contundencia. Poco encontrarán aquí que no hayan escuchado antes en tantas bandas que tendieron un puente entre los machaques Thrashers y la crudeza del Hardcore pero al menos se trata de material hecho con innegable convicción y resultados sólidos. La banda suena ajustadísima, las guitarras escupen riff tras riff (algunos bastante buenos, otros no tanto) sin bajar nunca la intensidad, la base maneja un atendible equilibrio entre precisión metálica y soltura Hardcore, y la voz se destaca logrando articular ciertas melodías de tono casi sureño (bueno, sureño a la Phill Anselmo) sin por ello resignar rabia. Como ya dijimos, los temas son bastante simples y directos, lo que también contribuye a hacer la escucha del disco más dinámica, y hasta hay lugar para un interludio instrumental acústico que no hubiese desentonado como introducción para algún tema de “Master of puppets”. A eso súmenle ciertos toques de oscuridad Blacksabbathera (vamos, sin Sabbath nunca hubiese existido el Thrash Metal, así que no se trata de una combinación tan extraña) como para terminar de cerrar con moño el paquete. En fin, no le va a cambiar la vida a nadie pero aquellos que disfruten del costado más Thrasher del Hardcore y del más Hardcore del Thrash aquí encontrarán una buena y actual opción.
-Blut Aus Nord “What once was…Liber I” (2010)
No es tarea fácil seguir los pasos de estos franceses. Arrancaron (allá por mediados de los noventas) como un aceptable (aunque no muy estimulante) exponente del Black Metal más atmosférico, luego fueron mutando a una entidad propia a partir de la incorporación de importantes influencias provenientes de bandas como Godflesh y Killing Joke, y de una mirada netamente vanguardista del género y la música en general. De esta etapa se desprenden sus tres obras maestras, el violento “The work which transforms god”, el opresivo y amorfo “MoRT” y el genial “Odinist” que tendía un puente entre ambos. Luego volvería la impronta épica de la mano de la segunda parte de su “Memoria Vetusta”, aunque con notable mejoras en lo que hace a sonido y dinámicas compositivas. Y ahora llega esta serie de “Libers” que, según los propios implicados, representan una cara más cruda y primitiva del dúo que irá en paralelo con sus discos principales. Bueno, no nos han mentido. Ya desde el sombrío arte de tapa se nota que la cosa viene por el lado más jodido, y una vez que comienza el disco las sospechas se confirman. En primer lugar hay que decir que aquí no hay teclados ni samples ni nada por el estilo, sólo guitarras, bajo, batería y voz a la vieja usanza. Ahora bien, lo curioso es que, con este esquema, Blut Aus Nord no pierde sus cualidades atmosféricas ni la capacidad de generar profundas visiones en la mente. En efecto, el trabajo de guitarras (empapadas de reverb) logra corrosivas y envolventes texturas que esconden un espeso y caótico entramado de riffs y melodías tenebrosas sostenido por el casi constante repiquetear de la base rítmica. De alguna forma, el dúo se las arregló para recuperar la sensación asfixiante de su etapa Industrial pero con elementos básicos y sumando las complejidades armónicas de sus primeros (bueno, y del anterior también) discos. El hecho de que la placa esté presentada como un único tema dividido en dos partes también contribuye a percibirla como un relato de pura oscuridad épica. En fin, estamos hablando de un grupo con un inagotable apetito creativo y una imaginación superlativa puesta siempre al servicio de las emociones más bajas del espíritu humano. Y, aún sin ser su álbum más destacado, este “What once was” se erige como uno de los mejores discos de Black Metal del año.
-Ehnahre “Alpha/Omega” (2010)
Yo sé que hay gente que en este momento puede estar considerando seriamente la posibilidad de experimentar con drogas alucinógenas. Desde ya, cada uno está en su derecho de hacer lo que le plazca y no es mi intención impartir ningún tipo de enseñanza pero, si consideramos el potencial riesgo que dichas sustancias pueden acarrear, es mucho más práctico tomarse una dosis de Ehnahre y les aseguro que con eso se van a pegar un viaje tremebundo. Con sólo dos temas en dieciséis minutos, estos exiliados de Kayo Dot (otro buen substituto para el mezcal) son capaces de generar una realidad musical paralela donde todo puede ocurrir. “Leda the swan” (la primera de dichas composiciones) derrite las percepciones con irregulares ritmos moribundos, riffs que se arrastran graves y disonantes como gusanos que dejan una babosa estela de ácido a su paso, alaridos que se transforman en risas histéricas, ocasionales torbellinos de velocidad caótica y enmarañada que transforman el Death Metal en pura lisergia, profundos gruñidos guturales, ruiditos que crean cortocircuitos en la mente, impredecibles cambios de ritmo y un clima de tensión hipnótica bordeando la psicosis más desencajada. Hasta ahí ya basta para abrir las puertas de la percepción a visiones de un infierno surrealista y amenazador pero todavía nos falta “The second coming”, la segunda mitad de este ep. Arpegios fantasmales y misteriosos silencios van aumentando lentamente su intensidad, adornados por disonantes arreglos de cuerdas, y hacen implosión entre cascadas casi Blackmetaleras de distorsión y ritmos estáticos. Acto seguido, se suceden aceleradas y frenadas abruptas con las guitarras disparándose hasta los límites de la más sórdida imaginación, trenzándose en angulares batallas de riffs y punteos laberínticos. Vuelve la engañosa calma inicial pero esta vez con un lúgubre aire Jazzero, mientras la voz se desgañita entre espasmos casi escatológicos. Allí culmina la travesía y ni una neurona se ha perdido en el proceso. Bueno, casi. Si alguna vez soñaron con un John Zorn rabioso dirigiendo una mini orquesta de Metal extremo conformada por miembros de Khanate, Morbid Angel, Swans y DarkThrone, he aquí su sueño hecho realidad.
-Gangland Buries Its Own “The city loves you to death” (2010)
La ciudad te ama hasta la muerte. Tu muerte, claro. La ciudad se mete debajo de tu piel y mueve tus huesos como un titiritero. La ciudad te abre los ojos hasta que estalle la retina. Una ciudad delineada con riffs angulares y ritmos inquietos y sudorosos. Una ciudad explicada entre gritos de dolor y melodías agridulces. Términos como Post-Hardcore, Indie-Rock o Noise-Rock no me bastan para hablar de este retrato urbano hecho música. Aunque, claro, referencias como Drive Like Jehu, Sonic Youth, Jawbox, Unwound o Archers Of Loaf nos lleven en esa dirección. Sí, esto es Rock noventoso, con las guitarras al frente tan cargadas de distorsión como de ideas, tan intrincadas como viscerales y espontáneas, con la base rítmica latiendo en espasmos de liberación y abandono, con las voces (una femenina y una masculina) relatando lo absurdo de nuestros días a través de melodías que estrujan el corazón para hacerlo más fuerte. Zoey Rawlins (la chica) en particular deja el alma sin por ello perder la compostura, con un tono endiabladamente atractivo, rescatando el espíritu de pioneras del Post-Hardcore como Fire Party o Mary Timony pero aportando su propia identidad cargada de una sensibilidad entre amargada y maliciosa y un instinto melódico inapelable. Ben Reese (el chico, ambos se encargan de las seis cuerdas) acompaña con desplantes absolutamente viscerales y, cuando los dos coinciden en algún pasaje, la intensidad se torna tan punzante que lastima. De eso se trata este disco debut, energía física y movilizadora expresada con altas cuotas de profundidad musical e inteligencia. Retratos de la ciudad dibujados con guitarras sobre la piel, música que se corporiza y se transforma en parte de uno mismo, laberintos emocionales que representan mucho más que meros garabatos sobre un pentagrama. Una clase magistral de Rock en cuarenta y ocho minutos.
-Octaves “Greener pastures” (2010)
Que Botch fue una de las bandas más imaginativas e influyentes de los últimos tiempos es un hecho evidente para cualquiera con un par de oídos. Gran parte de lo que aquellos cuatro fantásticos de Seattle crearon entre 1993 y 2002 constituyó un perfecto manual para incontables bandas deseosas de amigar la violencia inmediata del Hardcore con un vuelo creativo y una amplitud de miras de claro tinte vanguardista. Octaves es un quinteto oriundo de Baltimore que se incribe sin problemas en la categoría de seguidores de Botch. Partiendo de ese punto, queda claro que tal vez la originalidad no sea su fuerte pero de ninguna manera significa esto que estén desprovistos de buenas ideas y, claro, una intensidad arrasadora. Con ocho temas compactados en veintitrés minutos y medio, “Greener pastures” representa un delicioso bocado de ese Mathcore que no pretende deslumbrar a fuerza de velocidad y precisión caótica (a la The Dillinger Escape Plan o Pyopus) si no que se mueve más bien entre medios tiempos irregulares y riffs que no por angulares y disonantes pierden de vista la necesidad de cierto aire para respirar. Claro, no se trata simplemente de agresión y psicosis, también hay lugar para emociones y hasta para algún que otro amague melódico que nos recuerdan que Botch prefería seguir (en palabras de su bajista Brian Cook) “la idea Fugazi del Hardcore”. Por lo demás, aquí tenemos guitarras que vuelan y juegan sin perder nunca de vista la energía bruta y visceral, una base rítmica ajustada, versátil y siempre atenta a las idas y venidas compositivas, un cantante que se desgarra las entrañas a grito pelado y ese aire de intelectualidad violenta, ese tenso equilibrio entre intrincada musicalidad y urgencia expresiva que, en definitiva, es casi lo que define al Mathcore en general. Desde ya, si nunca se interesaron por este tipo de propuestas, Octaves poco hará por convertirlos pero si alguna vez disfrutaron de discazos como “American nervoso” y “We are the romans”, aquí encontrarán un aliciente para la falta de Botch.
-Reaching Away “Push away the moon” (2010)
Habiendo formado parte de The Pine durante la primera mitad de la década pasada, Roger King tiene bien acumulada su experiencia en el terreno de lo que antes se conocía como Emo y hoy llamaríamos Post-Hardcore. Reaching Away es su nueva aventura musical y en ella mantiene ciertas pautas de aquel sonido pero sumando importantes cuotas de Folk que no hacen más que acrecentar la profunda emotividad que exponen las trece canciones de este álbum debut. No esperen material extremo ni experimental aquí, simplemente canciones, de hermosas melodías que apuntan al corazón antes que a la mente, de ritmos simples y contagiosos pero con un claro sentido de la dinámica, de guitarras predominantemente acústicas que, de todas formas, se las arreglan para mantener siempre alto el nivel de intensidad. Claro, no hablamos aquí de intensidad como sinónimo de violencia, el punto, como es de esperar, está en las emociones. Ojo, tampoco se trata de esa afectación histriónica en la que se ha transformado el Emo en los últimos años. Así como en The Pine brillaban las influencias de pioneros del género como The Hated y Evergreen, aquí se suma cierto aire al R.E.M. más melancólico (en especial la voz de King recuerda por momentos a Michael Stipe) y, como ya dijimos, una fuerte impronta de aridez Folk que le sienta perfectamente al alto octanaje emocional de las composiciones. Así, de forma austera y sin artificios, Reaching Away nos habla de la vida misma, nos confronta con los sentimientos más profundos pero sin ningún atisbo de pretenciosidad, nos habla del dolor cotidiano pero no como un regodeo masoquista ni una excusa para el nihilismo si no como una forma de exorcizarlo y transformarlo en algo mejor. Reaching Away busca, justamente, sus propias respuestas y desnuda su alma en el proceso, y ello representa un poderío que trasciende géneros y formas, un fuego que es primal y nunca se apagará. No teman quemarse.
-Ruined Families “Four wall freedom” (2010)
Son cinco, son griegos, reconocen influencias tan dispares como las de Cursed, Celtic Frost, Orchid, Nirvana, Rorschach, Integrity y DarkThrone, entre otras, y se definen en algún lugar entre el Hardcore, el Indie y el Black Metal. Con esos datos debería bastar para que se hagan una idea de la falta de respeto por las convenciones genéricas que tienen estos muchachos, yo podría dejar de escribir aquí mismo, dedicarme a hacerme una paja y todos felices. Lo que los fríos datos no nos dicen es que esto es material no sólo sumamente personal, si no también intenso y atrapante. Aunque parezca imposible, Ruined Families logra conjugar elementos de los grupos mencionados (y algunos más) en canciones compactas, sin necesidad de caer en pastiches sin forma ni en eclecticismos poco elegantes. Desde ya, la faceta que más se destaca es la que viene del Hardcore, en especial en lo que hace a la visceralidad aquí transmitida. Pero cuando también encontramos riffs angulares, melódicas texturas distorsionadas, cambios de ritmo inesperados, soltura rockera, un peso que roza el Sludge, blast-beats entrecortados y una fuerte sensación de oscura emotividad, entonces los encasillamientos fáciles se van por la borda. Por supuesto, son jóvenes y allí reside, seguramente, gran parte de la frescura que exponen en este debut discográfico, así como cierto exceso de entusiasmo que, sin duda alguna, el tiempo se encargará de poner en su lugar. Por ahora son una promesa más que interesante y recomendaría no perderlos de vista.
-The High Confessions “Turning lead into gold with the high confessions” (2010)
Lo bueno de escribir sobre los así llamados supergrupos es que la mejor introducción suele ser simplemente mencionar a los implicados y sus respectivos curriculums. En el caso de The High Confessions tenemos a Chris Connelly (ex vocalista de Ministry, Revolting Cocks, Murder Inc. y The Damage Manual, poseedor también de una más que interesante carrera solista), Steve Shelley (baterista de Sonic Youth), Jeremy Lemos (mitad del dúo experimental White/Light) y Sanford Parker (Minsk, Nachtmystium, Twilight, Buried At Sea), lo cual nos da una mezcla de gente un tanto inesperada. También resulta curioso que este debut discográfico del cuarteto sea editado por Relapse Records, en especial si tenemos en cuenta que el resultado final poco y nada tiene que ver con el Metal extremo en general. Sí, hay una cierta influencia del Drone y un claro tono de oscuridad experimental pero siempre desde una óptica más bien cercana al Post-Punk, el Kraut-Rock y el Rock Industrial. La placa arranca con los machacantes cuatro minutos de “Mistaken for cops”, donde Connelly parece trazar un puente entre sus días en Ministry y sus incursiones solistas más cercanas a Scott Walker o David Bowie. Sobre un ritmo taladrante y repetitivo (donde Shelley parece dejar en claro su admiración por Killing Joke) hallamos un bajo que gruñe amenazador, una guitarra que dibuja humeantes punteos distorsionados, efectos sonoros alucinógenos que entran y salen como fantasmas, y una melodía vocal tan simple como tensa y maliciosa. Pero si pensaban que este iba a ser un viaje fácil, ahí llegan los diecisiete minutos de “Along come the dogs”, con sus atmósferas cavernosas, sus collages de voces superpuestas, sus ritmos entre marciales y azarosos, sus subidas y bajadas de intensidad, sus flirteos con el Kraut-Rock más repetitivo y deforme, sus infinitas texturas y arreglos corrosivos y su clima general de asfixiante paranoia y encierro. Y la cosa no se pone más amigable en “The listener”. Un groove cadencioso (casi como de Trip-Hop pero con una energía claramente sanguínea), ominosas notas de piano resonando en un enorme cuarto vacío, acoples zumbando como insectos y perturbando la percepción, una línea de bajo casi subterránea que pondría verde de envidia al mismísimo Paul Barker (de hecho, lo de “Lead into gold” del título, ¿no será una alusión a aquel proyecto solista que el bajista de Ministry tuviera a principios de los noventas?), y un Connelly inspiradísimo dando rienda suelta a su más sentido arsenal melódico. Sobre eso, se van apilando muy lentamente arreglos que se mueven entre el Noise y el Dub, y que nos mantienen en vilo soportando durante once minutos y medio una tensión que raspa la piel y esperando un estallido liberador que nunca llegará. Y si todavía están esperando un gesto amable, “Dead tenements”, con sus once minutos de violenta oscuridad, se encarga de barrer toda esperanza. Sobre cascadas de envolvente ruido y sombrías resonancias, Shelley va armando paulatinamente una base que, esta vez sí, nos regalará un explosivo final a pura catarsis, mientras que el buen Chris se pone un traje más rasposo y enseña los dientes con malas intenciones pero sin perder nunca el sentido de la melodía. Y sí, la segunda mitad del tema estalla entre ritmos tribales y voces declamatorias, con una intensidad que hiela la sangre y manteniendo, eso sí, la sensación de opresión lisérgica que viene recorriendo el disco entero. El final llega de la mano de “Chlorine and cristal”, nueve minutos y medio de absoluta desazón, con un Shelley exultante en sus golpes igualmente sólidos y contracturados, con el bajo haciendo temblar las paredes, las guitarras pintando escenas de angustia con hermosos rasgueos y punteos, los teclados sugiriendo negras nubes sobre la canción, y Connelly demostrando definitivamente que lo suyo es de excepción, un despliegue vocal que se siente en las entrañas y las retuerce en una mezcla de amor psicótico y virulenta confusión espiritual. En fin, como para continuar la buena racha de supergrupos iniciada en 2009 (GreyMachine, Jodis, Celan, Them Crooked Vultures), The High Confessions nos ofrece uno de los discos más personales (¿cómo definir esto? ¿Post-Punk ruidoso concebido en una caverna subterránea? ¿Kraut-Rock remachado con golpes Industriales y teñido de impenetrable oscuridad? ¿Rock Industrial empapado en LSD y despojado de su coraza emocional?) e intensos en lo que va del año. Sencillamente imprescindible.
-Zeller “Turbulences” (2010)
Ya con su álbum debut (“Audio vandalism”, editado en 2008) este francés conocido como Zeller había deslumbrado con una particular forma de encarar lo que se conoce como IDM (o sea Intelligent Dance Music, o sea Música Electrónica para nerds antes que para amantes de las pistas de baile) tiñendo las intrincadas estructuras y juegos sónicos típicos del género de una espesa capa de herrumbrosa mugre Industrial y logrando un resultado tan imaginativo como intenso. “Turbulences” es la continuación de dicho trabajo y profundiza aún más la cuestión. Esta vez los ritmos son un tanto menos frenéticos y se nota la inclusión de serios elementos provenientes del Dubstep más cavernoso, en especial en lo que hace a beats aletargados y graves profundos y retumbantes. Por otro lado, el clima general de la placa es notablemente más oscuro que el de su predecesora, con cada ínfimo sonido llevado hasta el límite de la saturación de forma sádica, generando asfixiantes paisajes post-apocalípticos que serían la envidia de cualquier aspirante a Justin Broadrick y manteniendo una constante tensión que bordea la paranoia más extrema y agotadora. Cada composición nos traslada a un desolador futuro no tan lejano, nos hace caminar por grandes ciudades en ruinas, nos relata fragmentos del fin de la civilización a través de transistores descompuestos, dibuja con carbón las esqueléticas formas de las amenazantes criaturas que surgirán luego del holocausto. Por supuesto, se trata de material complejo (en ese sentido, Zeller no tiene nada que envidiarle a gente como Aphex Twin, Skinny Puppy o Venetian Snares), recargado de detalles y espesas texturas digitales que se entrometen en los procesos sinápticos y generan cortocircuitos en ellos, abriendo así las puertas de la percepción a nuevos horizontes sensoriales. Y se trata de un disco recomendable no sólo para los amantes de la Electrónica y lo Industrial, si no para cualquiera que aprecie la profundidad compositiva puesta al servicio de las sensaciones más oscuras y opresivas.
-The Hated “Everysong” (1989)
A la hora de determinar los orígenes del Emo la mayoría pone a Rites Of Spring como indiscutidos creadores del género. Otros, aún sin desmerecer la tangible influencia de aquella legendaria banda liderada por un joven Guy Picciotto entre 1984 y 1986, sostienen que fue Hüsker Dü, en especial su disco doble “Zen arcade” (editado en 1984) quien sentara las bases fundacionales de lo que luego se conocería como Emo. Como para conformar a ambas posturas tenemos la opción presentada por The Hated. Nacidos en 1985, estos oriundos de Maryland fueron de los primeros en hacerse eco de la sensibilidad de los mencionados grupos, de esa nueva forma de entender el Hardcore que, sin abandonar la intensidad que lo caracteriza, ahora admitía no sólo melodías más cuidadas y emotivas, si no también desarrollos instrumentales de mayor profundidad, variantes rítmicas y armónicas más abiertas y, por sobre todas las cosas, cambiaba el tono acusador por uno más bien introspectivo. “Everysong” sería el último trabajo de estudio del cuarteto (luego vendrían infinidad de reediciones, compilados y demases) y en él encontramos un resumen perfecto de lo que la palabra Emo significaba por aquellos años. Por supuesto, las influencias estaban ahí, de Rites Of Spring tomaron ese sentido aventurero de las guitarras y la base rítmica y ese nuevo entendimiento (para los parámetros Hardcore de la época) de la dinámica compositiva, de Hüsker Dü heredaron el perfecto gancho melódico (las voces suenan tan similares a las de Bob Mould que da miedo) y los flirteos sin complejos con el Pop. De ambos, claro, rescataron la urgencia emotiva, el empuje visceral y esa intensidad que se clava en el corazón de forma indeleble. Pero eso no es todo. El empleo de guitarras acústicas, ciertas melodías de tinte casi psicodélico y algunas sinuosas líneas de bajo podrían asociarse sin problemas a nombres como Pixies e inclusive los primeros R.E.M., y en más de un pasaje, The Hated anticipaba muchos de los modismos que marcarían el Emo en los 90’s, en especial en lo que hace a la construcción de complejas composiciones de climas cambiantes y adornadas de bellísimos arpegios y líneas vocales. La influencia que estas composiciones ejercerían sobre pilares noventosos del género como Sunny Day Real Estate, Jawbreaker o The Promise Ring es sencillamente innegable y evidente. En definitiva, más allá de pergaminos e influencias, “Everysong” se sostiene por el peso emocional y melódico de sus perfectas siete canciones. Eso sólo ya debería ser motivo suficiente para rescatarlos del olvido.
-Crawlpappy “Deluxe” (1992)
New York no sólo es la capital del costado más arty y snob del Rock en general, también puede ser una ciudad muy sucia. Y no me refiero estrictamente al Hardcore oriundo de dicha ciudad, aunque ciertamente gran parte de la mugre tuvo sus orígenes en esa escena. Crawlpappy, de hecho, contó entre sus filas con miembros de Agnostic Front, Absolution y Raw Deal (la banda que luego sería conocida como Killing Time) pero poco hay en su propuesta que los asocie directamente con ese sonido moshero y primitivo. Claro, también tuvieron miembros de los delirantes Alice Donut (quienes llegarían a dedicarle una canción en su disco “Mule”), lo cual nos puede acercar un poco más al sonido de estos neoyorquinos. Hablamos de New York y de Hardcore que ya no es tan Hardcore, entonces también podemos mencionar a Helmet y Prong (en especial de la época de “Beg to differ”) y la cosa va tomando color. Pero si hay algo que caracterizaba a Crawlpappy es su personalidad. Aquí tenemos algo de los riffs entrecortados de Page Hamilton y ese aire de oscuridad Post-Punk aplicada al Hardcore más metálico que Tommy Victor tan bien supiera invocar pero eso no es todo. Sumen una atmósfera densa, de riffs embarrados y disonantes, esa sensación de encierro tan típica del Black Flag más pesado y hasta un aire de Sabbáthica mugre garagera que bien podría emparentarse con los primeros albores del Grunge, en especial a nombres como Tad, Skin Yard, el primer Soundgarden y los aplastantes Willard, y allí podrían empezar a delinear lo que “Deluxe” encierra en sus trece canciones. Las composiciones se manejan en tempos más bien hipnóticos y envolventes (algo de Melvins también puede haber por ahí, aunque las ocasionales aceleradas también tienen su lugarcito), generando climas espesos a través de riffs que conjugan a la perfección contundencia, roña y un enroscado vuelo creativo, y coronados por una voz (la de Brian Childers, fallecido en 2007 debido a una falla renal) rasposa y pendenciera que, no obstante, comprende el valor y el poderío de una buena melodía. En fin, se trata de material de difícil categorización, que utiliza la energía cruda del Hardcore como marco para elevarse musicalmente y no como fin en sí mismo, que toma la densidad de Black Sabbath pero la despoja de florituras y la tiñe de un realismo desgarrador y que hasta tiene lugar para absorber ciertos modismos más exóticos que podríamos definir como Post-Hardcore. Una gema perdida de los noventas que merece ser rescatada por cualquiera que aprecie la música pesada (en la forma que sea) hecha con ideas propias y originales.
-16Volt “American porn songs//Remixed” (2010)
Con más de veinte años al frente de 16Volt y habiendo colaborado con diversos miembros de bandas como Ministry, Nine Inch Nails, KMFDM, Skinny Puppy, Chemlab, Killing Joke, Prong, Pig y Front Line Assembly (entre tantas otras), Eric Powell tiene sus credenciales Industriales al día. Si encima tenemos en cuenta que todo el catálogo del grupo anterior a 2007 se puede descargar de forma gratuita en su propia página web (www.16volt.com), eso también ayuda a que Powell nos caiga más simpático. Pero vayamos a la música. Como su título lo indica, “American porn songs//Remixed” no es más que el correspondiente disco de remixes del anterior “American porn songs”, que fuera editado el año pasado. Suele suceder que este tipo de trabajos sirven para que el artista en cuestión pruebe variantes más experimentales de sus propias composiciones, en especial por el lado de una electrónica un tanto más amable y no tan corrosiva. Algo de eso hay aquí pero no del todo. Tengan en cuenta que, debajo de los samples, los beats mecanizados, las voces distorsionadas y los climas de violencia futurista, 16Volt siempre fue básicamente una banda de Rock pesado, sudoroso, ganchero y con las guitarras bien al frente. Aún en sus trabajos menos guitarreros (aquellos donde se hacía más notable la impronta de Nitzer Ebb y Front 242), las composiciones mantenían siempre una energía física de corte netamente rockero y un absoluto respeto por la estructura tradicional de canción. En ese sentido, estos remixes no se van tan lejos de los originales, manteniendo en casi todo momento el nervio, la intensidad y los estribillos memorables característicos del grupo. Desde ya, con dieciocho temas hay lugar, de todas formas, para variantes un tanto más exóticas, así tenemos flirteos con el Jazz, el Drone, el Pop y variantes electrónicas más deformes y experimentales. Pero, en definitiva, esas tangentes sirven más bien como respiro lisérgico entre los momentos más agresivos de la placa, que siguen siendo predominantes. Insisto, si las despojaran de la maquinaria Industrial, estas canciones seguirían sosteniéndose por peso propio pues se trata, justamente, de canciones propiamente dichas antes que de experimentos sonoros. Y, claro que sí, cuando hay buenas canciones todo lo demás queda en segundo plano.
-Alpha & Omega “Life swallower” (2010)
Con un nombre tomado de uno de los discos más metálicos de Cro-Mags (y uno de los peores, en mi opinión), este quinteto californiano ya deja bien en claro por dónde pasan sus inquietudes musicales. En efecto, más allá de su origen, estos chicos parecen amar los sonidos más arquetípicos y metaleros del Hardcore neoyorquino y lo expresan en once breves canciones (el disco en total dura media hora) donde lo que falta en originalidad es suplido con energía y contundencia. Poco encontrarán aquí que no hayan escuchado antes en tantas bandas que tendieron un puente entre los machaques Thrashers y la crudeza del Hardcore pero al menos se trata de material hecho con innegable convicción y resultados sólidos. La banda suena ajustadísima, las guitarras escupen riff tras riff (algunos bastante buenos, otros no tanto) sin bajar nunca la intensidad, la base maneja un atendible equilibrio entre precisión metálica y soltura Hardcore, y la voz se destaca logrando articular ciertas melodías de tono casi sureño (bueno, sureño a la Phill Anselmo) sin por ello resignar rabia. Como ya dijimos, los temas son bastante simples y directos, lo que también contribuye a hacer la escucha del disco más dinámica, y hasta hay lugar para un interludio instrumental acústico que no hubiese desentonado como introducción para algún tema de “Master of puppets”. A eso súmenle ciertos toques de oscuridad Blacksabbathera (vamos, sin Sabbath nunca hubiese existido el Thrash Metal, así que no se trata de una combinación tan extraña) como para terminar de cerrar con moño el paquete. En fin, no le va a cambiar la vida a nadie pero aquellos que disfruten del costado más Thrasher del Hardcore y del más Hardcore del Thrash aquí encontrarán una buena y actual opción.
-Blut Aus Nord “What once was…Liber I” (2010)
No es tarea fácil seguir los pasos de estos franceses. Arrancaron (allá por mediados de los noventas) como un aceptable (aunque no muy estimulante) exponente del Black Metal más atmosférico, luego fueron mutando a una entidad propia a partir de la incorporación de importantes influencias provenientes de bandas como Godflesh y Killing Joke, y de una mirada netamente vanguardista del género y la música en general. De esta etapa se desprenden sus tres obras maestras, el violento “The work which transforms god”, el opresivo y amorfo “MoRT” y el genial “Odinist” que tendía un puente entre ambos. Luego volvería la impronta épica de la mano de la segunda parte de su “Memoria Vetusta”, aunque con notable mejoras en lo que hace a sonido y dinámicas compositivas. Y ahora llega esta serie de “Libers” que, según los propios implicados, representan una cara más cruda y primitiva del dúo que irá en paralelo con sus discos principales. Bueno, no nos han mentido. Ya desde el sombrío arte de tapa se nota que la cosa viene por el lado más jodido, y una vez que comienza el disco las sospechas se confirman. En primer lugar hay que decir que aquí no hay teclados ni samples ni nada por el estilo, sólo guitarras, bajo, batería y voz a la vieja usanza. Ahora bien, lo curioso es que, con este esquema, Blut Aus Nord no pierde sus cualidades atmosféricas ni la capacidad de generar profundas visiones en la mente. En efecto, el trabajo de guitarras (empapadas de reverb) logra corrosivas y envolventes texturas que esconden un espeso y caótico entramado de riffs y melodías tenebrosas sostenido por el casi constante repiquetear de la base rítmica. De alguna forma, el dúo se las arregló para recuperar la sensación asfixiante de su etapa Industrial pero con elementos básicos y sumando las complejidades armónicas de sus primeros (bueno, y del anterior también) discos. El hecho de que la placa esté presentada como un único tema dividido en dos partes también contribuye a percibirla como un relato de pura oscuridad épica. En fin, estamos hablando de un grupo con un inagotable apetito creativo y una imaginación superlativa puesta siempre al servicio de las emociones más bajas del espíritu humano. Y, aún sin ser su álbum más destacado, este “What once was” se erige como uno de los mejores discos de Black Metal del año.
-Ehnahre “Alpha/Omega” (2010)
Yo sé que hay gente que en este momento puede estar considerando seriamente la posibilidad de experimentar con drogas alucinógenas. Desde ya, cada uno está en su derecho de hacer lo que le plazca y no es mi intención impartir ningún tipo de enseñanza pero, si consideramos el potencial riesgo que dichas sustancias pueden acarrear, es mucho más práctico tomarse una dosis de Ehnahre y les aseguro que con eso se van a pegar un viaje tremebundo. Con sólo dos temas en dieciséis minutos, estos exiliados de Kayo Dot (otro buen substituto para el mezcal) son capaces de generar una realidad musical paralela donde todo puede ocurrir. “Leda the swan” (la primera de dichas composiciones) derrite las percepciones con irregulares ritmos moribundos, riffs que se arrastran graves y disonantes como gusanos que dejan una babosa estela de ácido a su paso, alaridos que se transforman en risas histéricas, ocasionales torbellinos de velocidad caótica y enmarañada que transforman el Death Metal en pura lisergia, profundos gruñidos guturales, ruiditos que crean cortocircuitos en la mente, impredecibles cambios de ritmo y un clima de tensión hipnótica bordeando la psicosis más desencajada. Hasta ahí ya basta para abrir las puertas de la percepción a visiones de un infierno surrealista y amenazador pero todavía nos falta “The second coming”, la segunda mitad de este ep. Arpegios fantasmales y misteriosos silencios van aumentando lentamente su intensidad, adornados por disonantes arreglos de cuerdas, y hacen implosión entre cascadas casi Blackmetaleras de distorsión y ritmos estáticos. Acto seguido, se suceden aceleradas y frenadas abruptas con las guitarras disparándose hasta los límites de la más sórdida imaginación, trenzándose en angulares batallas de riffs y punteos laberínticos. Vuelve la engañosa calma inicial pero esta vez con un lúgubre aire Jazzero, mientras la voz se desgañita entre espasmos casi escatológicos. Allí culmina la travesía y ni una neurona se ha perdido en el proceso. Bueno, casi. Si alguna vez soñaron con un John Zorn rabioso dirigiendo una mini orquesta de Metal extremo conformada por miembros de Khanate, Morbid Angel, Swans y DarkThrone, he aquí su sueño hecho realidad.
-Gangland Buries Its Own “The city loves you to death” (2010)
La ciudad te ama hasta la muerte. Tu muerte, claro. La ciudad se mete debajo de tu piel y mueve tus huesos como un titiritero. La ciudad te abre los ojos hasta que estalle la retina. Una ciudad delineada con riffs angulares y ritmos inquietos y sudorosos. Una ciudad explicada entre gritos de dolor y melodías agridulces. Términos como Post-Hardcore, Indie-Rock o Noise-Rock no me bastan para hablar de este retrato urbano hecho música. Aunque, claro, referencias como Drive Like Jehu, Sonic Youth, Jawbox, Unwound o Archers Of Loaf nos lleven en esa dirección. Sí, esto es Rock noventoso, con las guitarras al frente tan cargadas de distorsión como de ideas, tan intrincadas como viscerales y espontáneas, con la base rítmica latiendo en espasmos de liberación y abandono, con las voces (una femenina y una masculina) relatando lo absurdo de nuestros días a través de melodías que estrujan el corazón para hacerlo más fuerte. Zoey Rawlins (la chica) en particular deja el alma sin por ello perder la compostura, con un tono endiabladamente atractivo, rescatando el espíritu de pioneras del Post-Hardcore como Fire Party o Mary Timony pero aportando su propia identidad cargada de una sensibilidad entre amargada y maliciosa y un instinto melódico inapelable. Ben Reese (el chico, ambos se encargan de las seis cuerdas) acompaña con desplantes absolutamente viscerales y, cuando los dos coinciden en algún pasaje, la intensidad se torna tan punzante que lastima. De eso se trata este disco debut, energía física y movilizadora expresada con altas cuotas de profundidad musical e inteligencia. Retratos de la ciudad dibujados con guitarras sobre la piel, música que se corporiza y se transforma en parte de uno mismo, laberintos emocionales que representan mucho más que meros garabatos sobre un pentagrama. Una clase magistral de Rock en cuarenta y ocho minutos.
-Octaves “Greener pastures” (2010)
Que Botch fue una de las bandas más imaginativas e influyentes de los últimos tiempos es un hecho evidente para cualquiera con un par de oídos. Gran parte de lo que aquellos cuatro fantásticos de Seattle crearon entre 1993 y 2002 constituyó un perfecto manual para incontables bandas deseosas de amigar la violencia inmediata del Hardcore con un vuelo creativo y una amplitud de miras de claro tinte vanguardista. Octaves es un quinteto oriundo de Baltimore que se incribe sin problemas en la categoría de seguidores de Botch. Partiendo de ese punto, queda claro que tal vez la originalidad no sea su fuerte pero de ninguna manera significa esto que estén desprovistos de buenas ideas y, claro, una intensidad arrasadora. Con ocho temas compactados en veintitrés minutos y medio, “Greener pastures” representa un delicioso bocado de ese Mathcore que no pretende deslumbrar a fuerza de velocidad y precisión caótica (a la The Dillinger Escape Plan o Pyopus) si no que se mueve más bien entre medios tiempos irregulares y riffs que no por angulares y disonantes pierden de vista la necesidad de cierto aire para respirar. Claro, no se trata simplemente de agresión y psicosis, también hay lugar para emociones y hasta para algún que otro amague melódico que nos recuerdan que Botch prefería seguir (en palabras de su bajista Brian Cook) “la idea Fugazi del Hardcore”. Por lo demás, aquí tenemos guitarras que vuelan y juegan sin perder nunca de vista la energía bruta y visceral, una base rítmica ajustada, versátil y siempre atenta a las idas y venidas compositivas, un cantante que se desgarra las entrañas a grito pelado y ese aire de intelectualidad violenta, ese tenso equilibrio entre intrincada musicalidad y urgencia expresiva que, en definitiva, es casi lo que define al Mathcore en general. Desde ya, si nunca se interesaron por este tipo de propuestas, Octaves poco hará por convertirlos pero si alguna vez disfrutaron de discazos como “American nervoso” y “We are the romans”, aquí encontrarán un aliciente para la falta de Botch.
-Reaching Away “Push away the moon” (2010)
Habiendo formado parte de The Pine durante la primera mitad de la década pasada, Roger King tiene bien acumulada su experiencia en el terreno de lo que antes se conocía como Emo y hoy llamaríamos Post-Hardcore. Reaching Away es su nueva aventura musical y en ella mantiene ciertas pautas de aquel sonido pero sumando importantes cuotas de Folk que no hacen más que acrecentar la profunda emotividad que exponen las trece canciones de este álbum debut. No esperen material extremo ni experimental aquí, simplemente canciones, de hermosas melodías que apuntan al corazón antes que a la mente, de ritmos simples y contagiosos pero con un claro sentido de la dinámica, de guitarras predominantemente acústicas que, de todas formas, se las arreglan para mantener siempre alto el nivel de intensidad. Claro, no hablamos aquí de intensidad como sinónimo de violencia, el punto, como es de esperar, está en las emociones. Ojo, tampoco se trata de esa afectación histriónica en la que se ha transformado el Emo en los últimos años. Así como en The Pine brillaban las influencias de pioneros del género como The Hated y Evergreen, aquí se suma cierto aire al R.E.M. más melancólico (en especial la voz de King recuerda por momentos a Michael Stipe) y, como ya dijimos, una fuerte impronta de aridez Folk que le sienta perfectamente al alto octanaje emocional de las composiciones. Así, de forma austera y sin artificios, Reaching Away nos habla de la vida misma, nos confronta con los sentimientos más profundos pero sin ningún atisbo de pretenciosidad, nos habla del dolor cotidiano pero no como un regodeo masoquista ni una excusa para el nihilismo si no como una forma de exorcizarlo y transformarlo en algo mejor. Reaching Away busca, justamente, sus propias respuestas y desnuda su alma en el proceso, y ello representa un poderío que trasciende géneros y formas, un fuego que es primal y nunca se apagará. No teman quemarse.
-Ruined Families “Four wall freedom” (2010)
Son cinco, son griegos, reconocen influencias tan dispares como las de Cursed, Celtic Frost, Orchid, Nirvana, Rorschach, Integrity y DarkThrone, entre otras, y se definen en algún lugar entre el Hardcore, el Indie y el Black Metal. Con esos datos debería bastar para que se hagan una idea de la falta de respeto por las convenciones genéricas que tienen estos muchachos, yo podría dejar de escribir aquí mismo, dedicarme a hacerme una paja y todos felices. Lo que los fríos datos no nos dicen es que esto es material no sólo sumamente personal, si no también intenso y atrapante. Aunque parezca imposible, Ruined Families logra conjugar elementos de los grupos mencionados (y algunos más) en canciones compactas, sin necesidad de caer en pastiches sin forma ni en eclecticismos poco elegantes. Desde ya, la faceta que más se destaca es la que viene del Hardcore, en especial en lo que hace a la visceralidad aquí transmitida. Pero cuando también encontramos riffs angulares, melódicas texturas distorsionadas, cambios de ritmo inesperados, soltura rockera, un peso que roza el Sludge, blast-beats entrecortados y una fuerte sensación de oscura emotividad, entonces los encasillamientos fáciles se van por la borda. Por supuesto, son jóvenes y allí reside, seguramente, gran parte de la frescura que exponen en este debut discográfico, así como cierto exceso de entusiasmo que, sin duda alguna, el tiempo se encargará de poner en su lugar. Por ahora son una promesa más que interesante y recomendaría no perderlos de vista.
-The High Confessions “Turning lead into gold with the high confessions” (2010)
Lo bueno de escribir sobre los así llamados supergrupos es que la mejor introducción suele ser simplemente mencionar a los implicados y sus respectivos curriculums. En el caso de The High Confessions tenemos a Chris Connelly (ex vocalista de Ministry, Revolting Cocks, Murder Inc. y The Damage Manual, poseedor también de una más que interesante carrera solista), Steve Shelley (baterista de Sonic Youth), Jeremy Lemos (mitad del dúo experimental White/Light) y Sanford Parker (Minsk, Nachtmystium, Twilight, Buried At Sea), lo cual nos da una mezcla de gente un tanto inesperada. También resulta curioso que este debut discográfico del cuarteto sea editado por Relapse Records, en especial si tenemos en cuenta que el resultado final poco y nada tiene que ver con el Metal extremo en general. Sí, hay una cierta influencia del Drone y un claro tono de oscuridad experimental pero siempre desde una óptica más bien cercana al Post-Punk, el Kraut-Rock y el Rock Industrial. La placa arranca con los machacantes cuatro minutos de “Mistaken for cops”, donde Connelly parece trazar un puente entre sus días en Ministry y sus incursiones solistas más cercanas a Scott Walker o David Bowie. Sobre un ritmo taladrante y repetitivo (donde Shelley parece dejar en claro su admiración por Killing Joke) hallamos un bajo que gruñe amenazador, una guitarra que dibuja humeantes punteos distorsionados, efectos sonoros alucinógenos que entran y salen como fantasmas, y una melodía vocal tan simple como tensa y maliciosa. Pero si pensaban que este iba a ser un viaje fácil, ahí llegan los diecisiete minutos de “Along come the dogs”, con sus atmósferas cavernosas, sus collages de voces superpuestas, sus ritmos entre marciales y azarosos, sus subidas y bajadas de intensidad, sus flirteos con el Kraut-Rock más repetitivo y deforme, sus infinitas texturas y arreglos corrosivos y su clima general de asfixiante paranoia y encierro. Y la cosa no se pone más amigable en “The listener”. Un groove cadencioso (casi como de Trip-Hop pero con una energía claramente sanguínea), ominosas notas de piano resonando en un enorme cuarto vacío, acoples zumbando como insectos y perturbando la percepción, una línea de bajo casi subterránea que pondría verde de envidia al mismísimo Paul Barker (de hecho, lo de “Lead into gold” del título, ¿no será una alusión a aquel proyecto solista que el bajista de Ministry tuviera a principios de los noventas?), y un Connelly inspiradísimo dando rienda suelta a su más sentido arsenal melódico. Sobre eso, se van apilando muy lentamente arreglos que se mueven entre el Noise y el Dub, y que nos mantienen en vilo soportando durante once minutos y medio una tensión que raspa la piel y esperando un estallido liberador que nunca llegará. Y si todavía están esperando un gesto amable, “Dead tenements”, con sus once minutos de violenta oscuridad, se encarga de barrer toda esperanza. Sobre cascadas de envolvente ruido y sombrías resonancias, Shelley va armando paulatinamente una base que, esta vez sí, nos regalará un explosivo final a pura catarsis, mientras que el buen Chris se pone un traje más rasposo y enseña los dientes con malas intenciones pero sin perder nunca el sentido de la melodía. Y sí, la segunda mitad del tema estalla entre ritmos tribales y voces declamatorias, con una intensidad que hiela la sangre y manteniendo, eso sí, la sensación de opresión lisérgica que viene recorriendo el disco entero. El final llega de la mano de “Chlorine and cristal”, nueve minutos y medio de absoluta desazón, con un Shelley exultante en sus golpes igualmente sólidos y contracturados, con el bajo haciendo temblar las paredes, las guitarras pintando escenas de angustia con hermosos rasgueos y punteos, los teclados sugiriendo negras nubes sobre la canción, y Connelly demostrando definitivamente que lo suyo es de excepción, un despliegue vocal que se siente en las entrañas y las retuerce en una mezcla de amor psicótico y virulenta confusión espiritual. En fin, como para continuar la buena racha de supergrupos iniciada en 2009 (GreyMachine, Jodis, Celan, Them Crooked Vultures), The High Confessions nos ofrece uno de los discos más personales (¿cómo definir esto? ¿Post-Punk ruidoso concebido en una caverna subterránea? ¿Kraut-Rock remachado con golpes Industriales y teñido de impenetrable oscuridad? ¿Rock Industrial empapado en LSD y despojado de su coraza emocional?) e intensos en lo que va del año. Sencillamente imprescindible.
-Zeller “Turbulences” (2010)
Ya con su álbum debut (“Audio vandalism”, editado en 2008) este francés conocido como Zeller había deslumbrado con una particular forma de encarar lo que se conoce como IDM (o sea Intelligent Dance Music, o sea Música Electrónica para nerds antes que para amantes de las pistas de baile) tiñendo las intrincadas estructuras y juegos sónicos típicos del género de una espesa capa de herrumbrosa mugre Industrial y logrando un resultado tan imaginativo como intenso. “Turbulences” es la continuación de dicho trabajo y profundiza aún más la cuestión. Esta vez los ritmos son un tanto menos frenéticos y se nota la inclusión de serios elementos provenientes del Dubstep más cavernoso, en especial en lo que hace a beats aletargados y graves profundos y retumbantes. Por otro lado, el clima general de la placa es notablemente más oscuro que el de su predecesora, con cada ínfimo sonido llevado hasta el límite de la saturación de forma sádica, generando asfixiantes paisajes post-apocalípticos que serían la envidia de cualquier aspirante a Justin Broadrick y manteniendo una constante tensión que bordea la paranoia más extrema y agotadora. Cada composición nos traslada a un desolador futuro no tan lejano, nos hace caminar por grandes ciudades en ruinas, nos relata fragmentos del fin de la civilización a través de transistores descompuestos, dibuja con carbón las esqueléticas formas de las amenazantes criaturas que surgirán luego del holocausto. Por supuesto, se trata de material complejo (en ese sentido, Zeller no tiene nada que envidiarle a gente como Aphex Twin, Skinny Puppy o Venetian Snares), recargado de detalles y espesas texturas digitales que se entrometen en los procesos sinápticos y generan cortocircuitos en ellos, abriendo así las puertas de la percepción a nuevos horizontes sensoriales. Y se trata de un disco recomendable no sólo para los amantes de la Electrónica y lo Industrial, si no para cualquiera que aprecie la profundidad compositiva puesta al servicio de las sensaciones más oscuras y opresivas.