9 de junio de 2010

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Lymphatic Phlegm “Show-off cadavers - The anatomy of self display” (2007)
El así llamado Gore-Grind puede ser un universo musical superpoblado de bandas que poco y nada aportan a lo hecho por los primeros discos de Carcass pero aún en la mugre más abyecta y maloliente es posible encontrar alguna que otra gema. Lymphatic Phlegm es un dúo brasilero que logró, en este segundo larga duración (en medio de infinidad de ep’s y splits), algo poco común, una identidad propia y distintiva que expande los estrictos márgenes del género. Por supuesto, las referencias a los cuatro forenses de Liverpool están ahí, desde el nombre del grupo, hasta el título del disco y las canciones (auténticos trabalenguas medicinales que, en muchos casos, tardan más en leerse de lo que duran los temas en sí), pasando por el arte de tapa y ciertos elementos musicales, en especial en lo que hace a gruñidos y guitarras putrefactas. Tampoco se puede decir que el hecho de contar con ocasionales samples y baterías programadas sea lo que distingue a estos cariocas de otras agrupaciones similares, aunque bien vale aclarar que dicha cualidad les aporta cierto gustito distintivo. El punto de inflexión está en el genial trabajo de guitarras realizado por Rodrigo Alcantara (también encargado del resto de los instrumentos, dejando en manos de Andre Luiz la tarea de gruñir sus sanguinarios textos de enfermedad), generando riffs que se salen del manual estricto del clon Carcassero y hasta del Grindcore en general. Sin bajar nunca la intensidad, las seis cuerdas dibujan paisajes alucinógenos, con una claridad pasmosa (a pesar del siempre grave y corrosivo sonido) y un vuelo creativo y una profundidad musical poco comunes en estos contextos. Si hasta hay lugar para pasajes que se sumergen en melodías casi psicodélicas, provistas de un sorprendente gancho y aún así siempre evocadoras de imágenes mortuorias y nauseabundas. En fin, más allá del placer inmediato que proporciona descerebrarse cada tanto con un buen disco de Gore-Grind sin más pretensiones, tampoco está de más que el género aporte componentes musicales de peso sin por ello perder su esencia pútrida. En ese caso, Lymphatic Phlegm es una excelente opción.


-Flowering Blight “The perfect pair” (2008)
Que Al Jourgensen es un genio ya lo sabe todo el mundo y no admito discusión posible al respecto. Ahora bien, no por eso deberíamos ignorar el talento de Paul Barker, quien fuera su mano derecha en Ministry y todas sus bandas satélites (Revolting Cocks, Lard, 1000 Homo Dj’s, Pailhead, P.T.P., Pigface, etcétera) durante los años más celebrados del grupo. De hecho, ya en 1990 (siendo aún miembro de los mencionados grupos) se había despachado con el magnífico “Age of reason”, disco solista que firmó como Lead Into Gold y que mostraba toda su capacidad para concebir grandes canciones, siempre en ese marco de Rock Industrial apocalíptico y virulento y adornado con sus irresistibles líneas de bajo. Tras su convulsionado divorcio artístico con Jourgensen, Barker formó parte de Pink Anvil (proyecto de tinte experimental concebido junto a Max Brody, otro ex Ministry, y editado por Ipecac Records, el sello propiedad de Mike Patton) y de los geniales U.S.S.A., un, aparentemente, efímero proyecto compartido con el legendario Duane Denison (guitarrista de The Jesus Lizard y Tomahawk) que dejó como legado un más que recomendable álbum llamado “The Spoils” y editado en 2007. Un año después, el buen Paul retomó las riendas de su actividad artística y fundó este Flowering Blight que, de cierta forma, rescata a aquel Lead Into Gold. En primer lugar, porque se trata también de una incursión solista, llegando inclusive a editarlo por sus propios medios. Pero también en lo musical resuenan los ecos de aquel disco. Las canciones están basadas en ritmos mecánicos pero más bien lentos y aplastantes, con guitarras zumbando disonantes y machacantes (según se lo requiera), infinidad de teclados y samples dibujando atmósferas entre corrosivas y ominosas, el bajo retumbando de forma casi subterránea (esa sería la mayor sorpresa, el hecho de dejar un tanto de lado sus habituales riffs pegadizos) pero contundente y la voz desgañitándose en nasales diatribas cargadas de tensión y distorsión. El clima general del disco es sumamente oscuro y opresivo, por momentos incluso recordando a los primeros trabajos de los legendarios Swans, aunque con una terminación más prolija, desde ya. Por otro lado, ciertas melodías vocales y riffs un tanto más volados (pero aún así sombríos) remiten inevitablemente al Voivod de “Phobos” pero con una dosis menor de Metal. Ok, si de referencias se trata, también es menester mencionar a Killing Joke pero eso es casi una obviedad en este contexto. En cualquier caso, el resultado final es cien por ciento Paul Barker y deja en claro cuál era su aporte al universo musical relacionado a Ministry y aledaños, más cerca de temas como “Cannibal song”, “Scare crow” o “The fall” que de “Thieves”, “Just one fix” o “Jesus built my hotrod”. Como primer paso es irreprochable (y hasta me animo a decir que supera a los últimos trabajos de Ministry) y sólo queda esperar que no nos haga aguardar demasiado por nuevo material.


-16Pad Noise Terrorist “Utopia” (2010)
Con semejante nombre, queda bastante claro que esto no es un apacible paseo por campiñas floreadas. 16Pad Noise Terrorist es el apelativo que ha elegido el alemán Candy Schlüer para presentar sus entrópicas pinturas de desolación post-apocalíptica. Sí, aquí hay máquinas rechinando y soltando chispas que queman la piel, engranajes que marcan el ritmo hipnótico y opresivo de nuestras vidas urbanas. Sí, ya sé, están pensando en Música Industrial, ¿no? Algo de eso hay, claro. Texturas abrasivas, ominosos samples, ritmos mecánicos y atmósferas grises y herrumbrosas. Pero eso no es todo. El dulce Schlüer también se adentra en diversos terrenos electrónicos, abarcando los beats frenéticos del Drum N’ Bass, las sutilezas sónicas y rítmicas del IDM (Intelligent Dance Music. Sí, ya sé, es un rótulo chotísimo pero yo no lo inventé), el Funk endurecido y sincopado de la EBM (Electronic Body Music. Y seguimos con los nombres pedorros), las secuencias caóticas y entrecortadas del Breakcore y hasta el vértigo digital del Gabber, fundiendo todo eso en composiciones de tono más bien virulento, infectadas por un sinfín de ruidos crepitantes y sensaciones agobiantes. También hay lugar para elementos que le confieren cierto aire humano (por llamarlo de alguna manera) a la placa, en especial a través de ocasionales pasajes cantados (bueno, gritados en realidad) y ciertas melodías de tono casi sinfónico que, de todas formas, sirven también para resaltar las cualidades angustiantes de las composiciones. Puesto a buscar referencias, podrían mencionarse nombres como Black Lung o Gridlock, en especial en lo que hace a combinar el espíritu revulsivo de la Música Industrial con variantes electrónicas, en teoría, más refinadas o amigables. Asimismo, vale la pena destacar que la temática del proyecto gira en torno a cuestiones políticas y sociales encaradas de forma sorprendentemente lúcida y hasta permitiéndose mantener una actitud positiva (que no es sinónimo de ingenuidad ni de zoncera, no sean cínicos) aún dentro de un contexto más bien sombrío. Una más que acertada pintura musical del mundo en que vivimos, ni más ni menos.


-Burning Love “Songs for burning lovers” (2010)
Tras la separación de Cursed (una de las primeras y mejores bandas en eso de combinar la rabia absoluta del Crust, con el groove embarrado de Entombed y la profunda densidad de Neurosis) en 2008, el vocalista Chris Colohan no perdió el tiempo y se juntó con otros cuatro desquiciados con la clara intención de seguir pateando culos a diestra y siniestra. Se bautizaron Burning Love (como aquel recordado tema de Elvis Presley) y debutan con este “Songs for burning lovers” capaz de contagiarle su adrenalina hasta al más abúlico de los oyentes. Musicalmente, el quinteto retoma la propuesta donde Cursed la había dejado y la hace avanzar un par de casilleros hacia el costado rockero. En efecto, lo que aquí tenemos es Hardcore/Crust furioso e intenso pero envuelto en gordas guitarras que escupen riffs ideales para musicalizar la más insensata pelea de bar y provisto de una soltura y un desparpajo que parece remitirse tanto a los orígenes del Punk (The Stooges a la cabeza) como al Rock And Roll brutalizado del mejor Motörhead. El sonido final podría ser comparable a lo hecho por grupos como Coliseum (con quienes, casualmente, compartirán una inminente gira), Disfear o Doomriders, en especial en lo que hace a reconciliar la virulencia típica del Hardcore (tengan en cuenta que, antes de Cursed, Colohan ya había prestado sus alaridos en bandas como Left For Dead y The Swarm, ambas de lo mejor que Canadá nos legó en la materia) con una impronta netamente rockandrollera. Si hasta hay lugar para punteos y solos de guitarra que pondrían verde de envidia a los mismísimos Hellacopters, aunque reemplazando cualquier atisbo de glamour por una mugre visceral y pendenciera. No se trata, claro está, de ninguna revelación y ni siquiera tiene sentido intentar compararlos con Cursed. Trece canciones, poco más de media hora de incesantes ganchos a la mandíbula, tan aptos para el mosh como para la más desenfrenada de las danzas. No es una oferta como para andar despreciando.


-Castevet “Mounds of ash” (2010)
Ya sé que, a esta altura, no debería sorprenderme. Al fin de cuentas, en los años recientes el Black Metal se ha fusionado con diversos géneros (Post-Rock, Psicodelia, Industrial, Noise, Crust, Ambient, etc.) que, en otros tiempos, hubieran sido considerados casi como una herejía. Pero todavía hay lugar para otra vuelta de tuerca. Ok, tampoco nos engañemos, Tombs en aquel genial “Winter hours” ya había desplegado una personal y tremendamente intensa combinación de Black, Hardcore, Shoegaze y Sludge pero vamos por partes. Castevet es un trío neoyorquino que cuenta en sus filas con un ex miembro de los Mathcore Anodyne (actualmente también en los Grindcore Defeatist), grupo del que, casualmente, también surgirían los mencionados Tombs, así que todo queda en familia. Ahora bien, más allá de las similitudes, tampoco se puede decir que lo de Castevet sea una mera copia. En efecto, lo que aquí tenemos es una reinterpretación del Black Metal más envolvente a través del espíritu torturado y disonante de grupos como Anodyne (claro), Playing Enemy o los legendarios Kiss It Goodbye. O sea, es como si tomaran el costado más opresivo del viejo Mathcore, con sus ritmos trabados pero cadenciosos (es necesario destacar la excelsa labor del baterista Ian Jacyszyn, casi una especie de Brann Dailor poseído por Satanás), sus riffs enroscados y angulares, sus voces rugidas y sus climas densos y enfermizos, y los trasladaran a épicos parajes montañosos de desolación misantrópica. Sé que suena extraño pero les aseguro que funciona. De hecho, si uno analiza con detenimiento los riffs de un grupo como Deathspell Omega (uno de los referentes indiscutidos del Black actual) encontrará que no son tan diferentes a los empleados en el Mathcore y, justamente, Castevet parece estar recorriendo ese camino intermedio. Pero eso no es todo. También hay lugar para masivas cascadas de guitarras distorsionadas que traen a la mente los sonidos pergeñados por exponentes modernos como Krallice o Wrath Of The Weak, al tiempo que ciertas melodías sumergidas en reverb remiten inevitablemente al Post-Black de otros como Wolves In The Throne Room o Caïna, lo cual aporta el toque de emoción necesaria como para respirar entre tanta atmósfera asfixiante. Como verán no se trata de un sonido fácil de describir ni encasillar y eso demuestra, precisamente, que estamos en presencia de material original. Si eso no les basta, también vale la pena mencionar que el experimento se da de forma absolutamente fluida y natural, en canciones atrapantes e intensas, capaces de evocar ominosas imágenes en la mente al tiempo que retuercen las entrañas con saña e invitan a descubrir con suma concentración los infinitos detalles musicales que las componen. Un debut más que promisorio.


-Ceremony “Rohnert park” (2010)
No quisiera pecar de fanático (aunque, sinceramente, tampoco me quita el sueño hacerlo) pero hay algo en los sonidos propuestos hace más de veinte años por grupos como Black Flag, Negative Approach, Circle Jerks o Minor Threat que se me hace atemporal e imperecedero. Una potencia urgente que raspa las entrañas y hace del dolor y la frustración un combustible creativo sumamente explosivo. Tal vez sea por eso que un grupo como Ceremony, basándose principalmente en dichas influencias, puede rescatar toda aquella furia visceral de los primeros años del Hardcore sin por ello sonar obsoletos o faltos de frescura. No necesitan complicarse demasiado a la hora de componer, un par de acordes roñosos, una base firme y nerviosa, y un cantante que escupe espuma por la boca es todo lo que necesitan para conmover. Claro, son intensos y crudos pero no estúpidos, entonces también se permiten algún que otro hipnótico flirteo melódico (inclusive guitarras acústicas) que remite inevitablemente a luminarias de la oscuridad Post-Punk como The Birthday Party o el primer Public Image Limited. Tan sólo lo necesario como para mantener equilibrada la balanza entre la energía inmediata y la profundidad musical. De hecho “Rohnert park” encuentra al quinteto un tanto más aplacado (por así decirlo) en comparación con sus rabiosas entregas previas. Entonces, tal vez se extrañe el vértigo de antaño (que, por momentos, rozaba el Powerviolence) pero se ve excepcionalmente suplido por una soltura heredada de aquellos legendarios primeros pasos de Black Flag. No teman, de ninguna manera significa esto que hayan diluido la propuesta (todavía hay espacio para esas aceleradas que dejan sin aliento) ni nada por el estilo. Simplemente se trata de seguir avanzando musicalmente, de no conformarse con ningún tipo de límites autoimpuestos. Y si eso no calza a la perfección con el espíritu siempre indomable del Hardcore, entonces no sé de qué carajo estamos hablando.


-Clubroot “II – MMX” (2010)
Clubroot es el alias que ha elegido Dan Richmond para mostrarnos sus emociones más profundas. Sí, hablo de emociones aún cuando se trata de un disco concebido de forma absolutamente electrónica. A esta altura ya deberíamos tener en claro que no se trata de ninguna contradicción. Ya desde su debut homónimo (editado el año pasado), este proyecto de Richmond fue insistentemente comparado con Burial, al menos en lo que hace a generar un Dubstep envolvente y de profundidad casi cinematográfica. Esta segunda entrega no hace demasiado por ahuyentar las comparaciones pero, al mismo tiempo, logra resultados tan conmovedores y certeros que dejan en segundo plano esas otras cuestiones. Once temas ideales para cerrar los ojos y trasladarse a vívidos paisajes urbanos, once engañosas construcciones que esconden sutiles recovecos debajo de su aparente minimalismo, once escenas que van dando forma a una imaginaria película que se desarrolla sin fisuras a través de beats aletargados, graves submarinos, teclados sobrecogedores y un sinfín de arreglos que se entrometen en las neuronas y las confunden hasta abrirse paso hacia las zonas del cerebro que controlan los sentimientos más desoladores. También hay lugar para alguna que otra pequeña subida de tempo y hasta para melodías un tanto más livianas, al fin de cuentas ninguna historia daría resultado del todo sin sus necesarios contrastes dinámicos. Pero no se dejen engañar por eso, lo que aquí predomina son los climas espesos, las sensaciones apesadumbradas, las reflexiones sombrías y las visiones evocadoras de una soledad desgarradora, aún inmersas en ominosas mareas urbanas. En ese sentido, hasta podríamos decir que Clubroot (bueno, tal como hiciera Burial antes, no lo vamos a negar) subvierte el orden natural del Dubstep, poniendo en segundo plano el factor rítmico y privilegiando la elaborada edificación melódica de las composiciones. Ideal para contemplar la ciudad un domingo a la tarde en todo su gris esplendor.


-How To Destroy Angels “How to destroy angels” (2010)
No les voy a mentir, más allá de haber pergeñado algunos discos más que destacables al mando de Nine Inch Nails, Trent Reznor siempre me cayó bastante mal. Tal vez fuera esa insistente pose entre depresiva y psicótica, tal vez el hecho de que la prensa musical lo viera como una especie de semi-dios del Rock Industrial sin nunca darle crédito a los artistas verdaderamente innovadores que lo inspiraron en primer lugar. En fin, todo eso, desde ya, es problema mío y no debería ser impedimento para disfrutar de su obra musical. De hecho, en este nuevo proyecto (acompañado por su esposa Mariqueen Maandig y el afamado productor Atticus Ross), Reznor comienza por homenajear a una de sus principales musas, Coil (pioneros británicos de la Música Industrial desde principios de los ochentas), bautizándolo como uno de sus discos más celebrados. En este ep debut de seis temas no encontrarán referencias que les recuerden (bueno, al menos no demasiado) a lo hecho por Nine Inch Nails, así que si eso estaban buscando, ni se molesten. El grupo, al margen de los mencionados Coil, cita influencias como Cabaret Voltaire, Public Image Ltd., My Bloody Valentine y Can, dando claras pistas de por dónde se mueven las composiciones. En efecto, tenemos bases mecánicas y repetitivas, climas alucinógenos, guitarras ruidosas pero sutiles, infinidad de teclados dibujando sinuosas líneas melódicas, impronta minimalista y una hipnótica sensación de trance siempre coronada por corrosivos samples y envolventes texturas. La voz de Maandig aporta un componente entre etéreo, oscuro y sensible (según se lo requiera) y es de agradecer que Reznor no arruine esas atmósferas con sus limitadas dotes vocales. En fin, personalmente, me resulta un trabajo infinitamente más interesante y creativo que las últimas entregas de Nine Inch Nails (con excepción del genial “Ghosts I-IV”) y, para coincidir conmigo o no, sólo basta visitar la página web del trío (www.howtodestroyangels.com) para descargarlo de forma absolutamente gratuita, una práctica que Reznor (como buen hombre de negocios inteligente que es) ya viene adoptando desde hace unos años.


-Knut “Wonder” (2010)
Nacidos en Suiza en 1994, Knut representó para Europa lo que otros como Deadguy, Botch o Coalesce fueron en Estados Unidos, es decir pioneros absolutos de lo que luego se conocería como Mathcore o Noisecore. No por nada sus entregas discográficas del 2001 hasta la actualidad vienen de la mano de Hydrahead Records, propiedad de Aaron Turner (de los recientemente disueltos Isis) y uno de los principales promotores de la vanguardia metálica extrema en general. Justamente, hablando de ediciones, estos muchachos se toman un buen tiempo entre un disco y otro. Cinco años pasaron desde el anterior “Terraformer” (aunque en 2006 tuvimos el genial disco de remixes, “Alter”, donde luminarias como Justin Broadrick, Mick Harris, K.K. Null, Dälek y Spectre llevaban las densas y caóticas composiciones del quinteto a nuevas alturas sónicas) y aquí tenemos, finalmente, material fresco de Knut para saciar nuestra sed de Metal nerd de la mejor cepa. Ya desde el comienzo, con “Leet”, a puro ritmo contracturado y riffs gordos y enroscados, queda claro que la cosa viene con todo. Desde aquel monumental “Challenger” (2002), el grupo había comenzado a incorporar elementos del Drone y el Sludge que complementaban a la perfección sus tradicionales arranques frenéticos. Aquí la fusión de ambos espectros se hace aún más profunda y solida, dando a luz canciones donde conviven sin problemas el habitual despliegue de disonancias, caos y excentricidades rítmicas que, a esta altura, son su marca registrada, con un clima monolítico, profundo y envolvente que no desentonaría en los momentos más álgidos de un grupo como Neurosis. Todo entregado con una imaginación superlativa y una intensidad que hiela la sangre, por supuesto. La labor de las guitarras es sencillamente excepcional, generando paisajes superpoblados de imágenes angulares e intrincadas pero con una soltura y una frescura poco habituales en el género. Y encima vienen complementadas por una base rítmica que se deshace en golpes constantes, marcando un pulso enardecido pero siempre atento a las idas y venidas dinámicas de las canciones. En fin, se trata de un trabajo a la altura de sus pergaminos y que se da el raro lujo (tras tantos años de carrera) de ponerse en lo más alto de su discografía con argumentos tan sencillos y contundentes como buenas canciones e indomable creatividad artística. No se lo pierdan.


-Nachtmystium “Addicts: Blackk Meddle Pt.2” (2010)
Uno anda tranquilo (bueno, es un decir) por la vida y, de repente, “oia, disco Nuevo de Nachtmystium”. Ahí ya se empiezan a acumular las expectativas porque, al fin de cuentas, estamos hablando de uno de los más destacados exponentes del Black Metal de los últimos años, qué tanto. Para peor, Blake "Azentrius" Judd (eterno e indiscutido líder del grupo) admite que este “Addicts” (sucesor del maravillosamente lisérgico “Assassins”, primera parte de estos Black Meddles) cuenta con fuertes influencias de bandas como Big Black, Fields Of The Nephilim y Ministry, y con eso sólo ya basta para mojarme los calzones de alegría. Tal vez la pregunta es cómo harán para conjugar sin problemas su, a esta altura, marca registrada de Black Metal Psicodélico con estos nuevos aires Post-Punks/Industriales. La respuesta es con absoluta naturalidad y en canciones redondas. Ok, prepárense para algunos cambios. Han bajado las revoluciones, las voces suenan más melódicas que nunca (aún cubiertas de efectos futuristas), las guitarras dibujan espesos entramados de distorsión con sinuosos arpegios y delicados arreglos y punteos, los teclados rellenan cada mínimo espacio con texturas subliminales, las composiciones mantienen su impronta alucinógena y espesa pero se estructuran de forma mucho más simple y tradicional. O sea, como canciones. Por supuesto, todavía hay lugar para algún que otro elemento habitual del Negro Metal (alguna acelerada por allí, alguna voz chillona por allá) pero, en líneas generales, este quinto (sin contar compilados, ep’s ni discos en vivo) álbum de Nachtmystium propone, al menos en lo formal, un sonido que poco y nada tienen que ver con lo que uno podría esperar del género. Y digo en lo formal porque, en esencia, en el núcleo mismo de las canciones, todavía late ese corazón ennegrecido y pérfido, ese desprecio por la vida en general, ese misticismo nihilista y enfermizo, ese espíritu corrosivo y pendenciero. En cualquier caso, el resultado final es tan original (les aseguro que la forma en que estos tipos logran fundir la mugre del Black con elementos Piscodélicos, Industriales y esa elegante oscuridad de principios y mediados de los ochentas, es absolutamente innovadora) y embriagador que los rótulos y las definiciones quedan en cómodo segundo plano ante semejante despliegue de intensidad y buenas ideas. Con “Addcits”, Nachtmystium se escapa definitivamente del ghetto Blackmetalero y se adentra en terrenos vírgenes de inventiva y oscuridad. Yo que ustedes no los perdería de vista.


-Ocrilim “Sacreth” (2010)
“Sacreth” es la segunda parte (junto a “Ixoltion”, la primera, y “Hymns”, la tercera) de una trilogía creada en 2007 por este alter ego del guitarrista Mick Barr que recién ahora ve la luz editada de forma casera por su propio creador. Para aquellos que no estén al tanto, Mick Barr es un virtuoso instrumentista que ha dado a luz proyectos tan diversos y experimentales (siempre dentro del amplio espectro del Metal extremo) como Orthrelm o Krallice y colaboraciones con artistas como Zach Hill (baterista de Hella) y los geniales The Flying Luttenbachers. Ocrilim es una de sus dos variantes como solista (la otra es Octis) y en ella Barr acompaña sus afiebradas elucubraciones guitarrísticas con el repiquetear frenético de una batería electrónica. Hasta ahí las presentaciones formales, lo que sigue son cuatro extensas composiciones (de entre siete y nueve minutos y medio de duración cada una) que, precisamente, desechan cualquier tipo de formalidad y nos sumergen en un viaje tan agitado como surrealista y confuso. Sobre ritmos absolutamente impredecibles y caóticos, Barr despliega un infinito arsenal de guitarras distorsionadas que se superponen en texturas, armonías y contrapuntos de profundidad sinfónica, generando laberínticos paisajes que van mutando de forma como si de un caleidoscopio musical se tratase. Es interesante remarcar que, a pesar de tratarse de material sumamente complejo e intrincado, no hay aquí ni un solo rastro de autoindulgencia o exhibicionismo gratuito. El norte de Ocrilim está puesto en las composiciones y los climas antes que en la interpretación (insisto, por más virtuosa que esta sea. Y créanme que lo es) y es por ello, tal vez, que jamás encontrarán un solo de guitarra en los treinta y cinco minutos que dura el disco. Desde ya, no existe en los manuales rockeros ninguna definición clara para describir lo que este tipo crea pero, a fines de darles una idea aproximada, arriesgaría algo así como una suerte de Black Metal instrumental y lisérgico embebido del espíritu vanguardista y cerebral de compositores académicos como Iannis Xenakis y Karlheinz Stockhausen. O algo así. En cualquier caso, si aprecian la música interpretada y compuesta de forma impecable y que intenta incesantemente romper barreras y desafiar convenciones, esto es material de escucha obligatoria.


-Ten Volt Shock “78 hours” (2010)
Andaba necesitando mi dosis de revival Noise-Rockero, así que ¿qué mejor que tres alemanotes escupiendo bilis y retorciéndose mientras rescatan las enseñanzas de Shellac, The Jesus Lizard y el preciado catálogo de Amphetamine Reptile? Sí, señor, nada de medias tintas, guitarras disonantes y angulares, bases frenéticas (siguiendo esa combinación ganadora de complejidad Jazzera y potencia rockera al rojo vivo), un bajo con alambres de púa en lugar de cuerdas y un cantante que deja la garganta en cada intervención. Claro, también hay lugar para esa especie de Funk convulsionado que remite tanto a Gang Of Four como a Fugazi en sus estadíos más virulentos pero eso no hace más que añadir el saborcito personal mínimo y necesario. En definitiva, esto no se trata de vanguardia ni experimentación, si no de Rock. Retorcido, furioso, inteligente en su visceral manejo de las dinámicas, emocionalmente tenso pero Rock al fin de cuentas. Con el corazón Punk latiendo en su costado más revulsivo y cotidiano pero sin necesidad de atenerse a ninguna fórmula establecida. Aquí hay sudor, cuerdas (vocales y de las otras) abusadas, latidos epilépticos y riffs que laceran la piel al tiempo que proponen intrincadas pinturas musicales. Un sonido claro, crudo, natural y potente al mismo tiempo para envolver nueve canciones que se sienten en el estómago con una intensidad inspiradora y contagiosa. “78 hours” (tercer álbum de Ten Volt Shock) es otra excelente prueba de que se puede rockear hasta desfallecer sin por eso resignar la inventiva y la emoción ni caer en poses estúpidas. Tan necesario como el podrido aire que respiramos.


-Thedowngoing “Iambecome” (2010)
Sólo dos tipos (australianos, para ser más precisos) con serios problemas de adaptación y una visión musical dedicada a los recovecos más retorcidos de la mente humana. Dieciséis minutos de la más desencajada de las locuras es lo que ofrece Thedowngoing en este álbum debut y no hay escapatoria. ¿Grindcore? Sí, tenemos abundancia de blast-beats, riff borroneados, alaridos varios y mucho ruido. Pero también tenemos estructuras caóticas e impredecibles, rebajes babosos, una guitarra masiva y amorfa, ocasionales samples y deformidades varias al por mayor. Digamos que, dentro del género, esto tiene que ver más con Pig Destroyer o Discordance Axis que con Napalm Death o Terrorizer. Aunque, claro, también hay lugar para la necesaria dosis de mugre Crust. La sutil diferencia estriba en que el dúo nunca se queda quieto en un mismo lugar, se disparan hacia todas las direcciones posibles y penetran la piel como esquirlas metálicas. Dije que Thedowngoing estaba integrado por dos personas pero, en honor a la verdad, suenan como si fueran una orquesta de mogólicos en pleno trip violento de ácido. La batería reparte palazos como un torbellino fuera de control, recordando más al Mick Harris de Painkiller que al de “Scum”, la guitarra rellena cada mínimo resquicio sonoro con riffs, disonancias, acoples, feedback y una vasta gama de erupciones al borde de la saturación, las voces aúllan, gruñen, chillan y se retuercen ocasionalmente deformadas por efectos (aquí se cuela cierta influencia de Today Is The Day) y los mencionados samples terminan de darle color a este espeso entramado psicótico concebido por el grupo. Una experiencia adrenalínica y ardua y firme candidato al disco más demente del año.

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