Por Fernando Suarez.
-Stabbed By Words “Stabbed by words” (2006)
Los pergaminos nunca deberían ser determinantes pero que los hay, los hay. Es inevitable, al menos para mí, alimentar expectativas cuando un grupo presenta una formación directamente ligada a grandes nombres del Hardcore de los últimos tiempos como The Hope Conspiracy, Suicide Note, The Suicide File, Sweet Cobra y los inmortales (tal vez debería decir irrompibles) Unbroken. En ese sentido, debo decir que Stabbed By Words está a la altura de sus pergaminos. Por supuesto, no se puede decir que resulten tan innovadores como algunas de las bandas donde solían militar sus miembros pero de ninguna forma se puede negar la personalidad manifiesta en estas once canciones. De hecho, haciendo un análisis no demasiado profundo, es posible detectar fragmentos de dichas bandas pero reordenados y amalgamados en sólidas bolas de rabia y frustración. Tenemos algo de la oscura pesadez de Unbroken, bastante de la virulencia entre Rockera y Blackflaguera de The Hope Conspiracy y The Suicide File, los amagues Noise-Rockeros a la Unsane de Sweet Cobra y la impronta Post-Hardcorera de Suicide Note y, sin embargo, en ningún momento se puede decir que el quinteto suene expresamente a ninguno de ellos. De alguna forma, la referencia más fuerte sigue siendo The Hope Conspiracy, en especial en lo que hace a reinterpretar el espíritu más salvaje del viejo Black Flag y amplificar sus cualidades más viscerales a fuerza de pura intensidad. Esto no quiere decir que falten ideas (de hecho, la forma en que esta gente hace equilibrio entre espesas texturas casi melódicas, arreglos disonantes, ritmos potentes, gancho y riffs bien cuadrados demuestra una imaginación que se sale de los carriles habituales del Hardcore), pero, sin duda alguna, el fuerte de la placa está en su inmensa y contagiosa energía, en esa asfixiante sensación de gritar en un cuarto vacío hasta quedarnos sin aire. Ni más ni menos que el grado necesario de carga emocional que todo buen disco Hardcore que se precie de tal debería poseer.
-Bad Religion “30 years live” (2010)
Bien vale aclararlo de entrada, mi incondicional fanatismo por Bad Religion probablemente me inhabilite para analizar cualquier cosa que hagan de forma mínimamente objetiva o racional. Claro, no soy sólo yo. Treinta años de carrera impecable y un abultado catálogo de gemas de absoluta perfección Punk-Rockera los avalan. Desde ya, gran parte de su encanto reside en el trabajo de Greg Graffin, uno de los cantantes (y me refiero a un cantante con todas las letras) y letristas más lúcidos y certeros de la historia del Rock en general pero el poderío de estos viejos lobos californianos está en sus canciones, ejemplos perfectos de cómo conjugar grandes melodías, empuje visceral, emoción, rabia e inteligencia con una frescura pasmosa. “30 years live”, como su nombre lo indica, es un disco en vivo que documenta la gira del grupo festejando su trigésimo aniversario y, como tal, tal vez sea recomendable sólo para fans que no tengan problemas en disfrutar por enésima vez de himnos como “Man with a mission”, “Flat earth society”, “American Jesus” o “We’re only gonna die”. También hay lugar para algunos temas de sus discos más recientes (en especial de “New maps of hell”, curiosamente la etapa que va de “No substance” a “The process of belief” no se encuentra representada. Y más curioso aún es que no haya tampoco temas del clásico “No control”) y hasta un adelanto del próximo álbum de estudio en la forma de “Resist-Stance”. En fin, no hay mucho más que agregar, para mí este tipo de trabajos son una excelente excusa para regodearme en mi dicha sin demasiadas contemplaciones, casi como un “Greatest hits” con sonido más crudo, interpretaciones levemente alteradas y ovaciones entre tema y tema. Mientras aguardamos nuevo material (vamos, che, desde el 2007 que no hay disco de estudio. Me está entrando el síndrome de abstinencia), no se me ocurre un mejor aperitivo para calmar el apetito.
-Cynic “Re-traced” (2010)
La cosa es simple, Cynic decidió regrabar cuatro temas de su anterior placa en versiones aún más relajadas y con predominio de guitarras acústicas y sutiles arreglos electrónicos. A eso le sumó una nueva composición, “Wheels within wheels” (siguiendo, en líneas generales, la impronta Progreta casi metálica de “Traced in air”) y editó el resultado en la forma de este ep. Bien, si a los fans más extremos de Cynic, aquel regreso de la mano de “Traced in air” (en 2008) les había resultado una decepción, en especial debido a la ausencia total de elementos que los ligaran al Death Metal de antaño, entonces aquí pueden ir preparándose para abandonar toda esperanza. Como ya dije, se trata de versiones en plan acústico y elegante, sin perder las intrincadas vueltas que caracterizan al cuarteto (aunque también hay lugar para flirteos con un minimalismo casi Post-rockero) pero completamente alejadas de cualquier atisbo de Metal o distorsión. Y, la verdad, es que no están nada mal. En especial el departamento vocal se ve notablemente beneficiado por este contexto, dotando a las melodías de una singular belleza y una emotividad que va más allá de los climas etéreos planteados en las versiones originales. A esta altura no tiene punto patalear porque nunca tendremos la segunda parte de aquel magnífico “Focus” (uno de los pilares del Death Técnico de principios de los noventas) y, en definitiva, si lo que cuentan son las buenas canciones, Cynic demuestra que en ese terreno no tienen problemas. Admito que, por momentos, tanta prolijidad en las interpretaciones los hace sonar un tanto fríos pero este es un comentario que, viniendo de un tipo que es fanático de Black Flag, tal vez no deban tomar muy al pie de la letra. En cualquier caso, se trata de cuatro tipos extremadamente virtuosos que ponen, al menos la mayoría del tiempo, dichos atributos al servicio de las canciones y no como mero show onanista, y encima se las arreglan para componer canciones coherentes e interesantes al mismo tiempo. No son cualidades para andar despreciando, a menos, claro, que sean metaleros cabeza dura que no pueden soportar nada que no tenga la distorsión en once. En ese caso, sigan de largo.
-Far “At night we live” (2010)
Parece que estamos a full con los regresos. Bueno, mientras mantengan este nivel no seré yo quien se esté quejando. Y menos si se trata de bandas como Far, de esas que, durante los noventas, lograron cautivarnos con propuestas personales e innovadoras que resultarían ser tremendamente influyentes en los años siguientes. En efecto, la combinación entre pesadez metálica, corazón Hardcore, melodías Emo y profundidad sónica entre el Post-Hardcore y el Shoegaze practicada por el cuarteto se convertiría en una referencia ineludible para bandas como Deftones (viejos amigotes de Far. De hecho el tema que da título a este nuevo disco está dedicado a su convaleciente bajista, Chi Cheng), Thursday, Glassjaw, Poison The Well o el Cave In más melódico. En este retorno, los californianos no se alejan demasiado del legado que dejaran en aquel monumental “Water & solutions” (su última placa de estudio) de 1998, desgranando doce canciones tan potentes como conmovedoras, con las guitarras generando profundos paisajes a base de riffs enormes y envolventes texturas y arreglos, la base rítmica invitando a un swing agresivo pero siempre atento a los desarrollos dinámicos de las composiciones, y la voz elevándose hacia un inabarcable firmamento de sensibilidad melódica. Se trata, como era de esperar, de material cargado de detalles y sutilezas, sumamente complejo en su construcción armónica y dinámica pero, al mismo tiempo, provisto de una urgencia emocional, un empuje físico y una delicadeza melódica capaz de resquebrajar cualquier coraza. Cada una de estas doce canciones es como una ráfaga de viento que inspira el alma y estimula la mente mientras el cuerpo se sacude a gusto, ejemplos perfectos de que todavía hay lugar para crear excelentes canciones melódicas sin por ello pecar de superficiales o banales. No hay mucho más que agregar, “At night we live” es un disco para sumergirse en él antes que para andar explicándolo. Sólo voy a decir que, si andaban buscando un buen complemento para el delicioso “Diamond eyes” de Deftones, he aquí una más que recomendable opción.
-Fatso Jetson “Archaic volumes” (2010)
Luego de ocho años de silencio discográfico (sin contar, claro, el disco en vivo que lanzaron en 2007), vuelve al ruedo la banda menos Stoner del Stoner Rock. Claro, gracias al nivel superlativo de discos clásicos como “Stinky little gods” (1995) o “Power of three” (1997), Fatso Jetson se ganó la adoración de gente como Brant Bjork (quien fuera brevemente miembro del grupo), Chris Goss (de Masters Of Reality) y Josh Homme (quien inclusive llegó a editarles un álbum, “Cruel & delicious”, su anterior entrega de estudio, por su propio sello discográfico, Rekords Rekords), sin necesidad de regurgitar riffs Sabbáthicos ni perderse en zapadas marihuaneras. En efecto, la propuesta de los eternamente liderados por Mario Lalli siempre se encontró más cerca de los delirios eclécticos con espíritu Punk de próceres como Minutemen, Meat Puppets o Tar Babies que del Hard-Rock en general. No es casualidad que hayan debutado en vivo teloneando a Greg Ginn (ex líder de Black Flag y el mejor guitarrista del mundo), hecho que llevó a que éste decidiera editar sus primeras grabaciones en su mítico sello, SST. Pero basta de presentaciones y pasemos a lo importante. Cuarenta y tres minutos y medio, diez canciones y un universo de dicha Rockera es lo que trae “Archaic volumes” bajo el brazo. Un Lalli exultante, disparando riffs de todas las formas y colores, a veces enroscados como espirales de humo, a veces crudos y rasposos, a veces sumamente melódicos y evocadores, siempre gancheros, personales, imaginativos y frescos. Un Lalli que también hace honor, como cantante, al legado del inmortal D. Boon (de Minutemen), y no lo digo sólo por su parecido físico (bueno, al menos en lo que hace a la redondez de sus cuerpos), si no por esa impronta visceral y emotiva pero siempre atenta a la melodía y el groove y expresada con convicción y madurez. A eso sumen una base rítmica tan versátil como infecciosa, arreglos de saxofón y armónica que aportan nuevos colores a la, ya de por sí, multicromática paleta del grupo, y un equilibrio perfecto entre experimentación, eclecticismo, potencia Rockera y sensibilidad melódica. En fin, Fatso Jetson regresó con un trabajo capaz de competir de igual e igual (y, en mi humilde opinión, superar) con sus discos más festejados, manteniendo su impronta inconfundible y, al mismo tiempo, explorando siempre nuevas variantes. No se lo pierdan.
-Gods And Queens “Untitled” (2010)
Discos (dos, el debut de 2008 y este ep de seis temas que nos ocupa) y canciones sin título, y un myspace que reza que “Gods And Queens son una banda, les gusta Lungfish y Unwound” como única información, dejan en claro que estos tres muchachos oriundos de Philadelphia (entre ellos, ex miembros de los geniales Lickgoldensky y Versoma) sólo pretenden expresarse a través de sus canciones. Y lo bien que hacen. Ellos mismos ya dan una pauta de sus parámetros estilísticos al mencionar a dos de sus bandas preferidas y, sí, esto se trata de Post-Hardcore. Pero no esperen simplemente una regurgitación sin ideas. En primer lugar, sumen a la lista de referencias nombres como Fugazi (en especial en lo que hace a emoción urgente y desgarrada), Sonic Youth (en especial en lo que hace a guitarras ruidosas), Shellac (en especial en lo que hace a ritmos aplastantes y mareadores), Shiner (en especial en lo que hace a su acercamiento con el Shoegaze), Quicksand (de quienes versionan aquí el genial “Head to wall”, con resultados que hielan la sangre) y hasta algo de Mission Of Burma, manipulación sonora incluida. En segundo lugar, olviden todo eso y prepárense para escuchar a una banda realmente personal, capaz de experimentar y desafiar convenciones sin por ello perder de vista las canciones. Una banda con formación básica de Power-trio (guitarra/voz, bajo y batería) pero que suena envolvente y profunda como la más ampulosa orquesta eléctrica de Glenn Branca, una banda que puede conjugar sin inconvenientes la energía física y visceral del Hardcore con las disonancias y los enrosques del Noise y melodías tan preciosas y arrebatadoras que hacen doler el alma, una banda que encuentra nuevas formas de transmitir una intensidad que se siente en los huesos, siempre con una naturalidad que en raras ocasiones se condice con semejante grado de inventiva. Más allá de sus influencias (que, como si a esta altura hiciera falta aclararlo, todo el mundo las tiene), les puedo asegurar que Gods And Queens sólo suena a Gods And Queens, y eso no es poco. La única contra que se me ocurre es la corta duración de sus entregas discográficas (ésta dura un poco más de quince minutos, la anterior unos veintisiete minutos), que terminan dejándonos siempre con ganas de más. Por supuesto, eso sigue siendo más de lo que se puede decir de muchos artistas. Firme candidato a integrar las listas de lo mejor del año.
-Harvestman “Trinity” (2010)
A poco más de un año de la edición del maravilloso “In a dark tongue” (segundo disco de Harvestman, sucesor de “Lashing the rye” de 2005), Steve Von Till (mentor del proyecto, una de las caras visibles de los gigantescos Neurosis, portador del apellido más cool en la historia del Rock y casi un guía espiritual para el staff de Zann Music) nos entrega otro viaje ancestral de la mano de “Trinity”. Este álbum se trata, en realidad, de la banda sonora del film “h2Odio” (un thriller sicológico dirigido por el italiano Alex Infascelli) que Von Till lanzar como tercera entrega de Harvestman, la encarnación solista en la que explora las infinitas posibilidades de su guitarra en un marco de misticismo entre oscuro y folklórico. Como era de esperar, dada la naturaleza del material, se trata de música más bien ambiental, pensada inicialmente para complementar y/o amplificar los climas perturbadores de la película en cuestión. En efecto, aquí tenemos dieciséis composiciones de tono reposado, que van desde delicados remansos acústicos a profundos trabajos de texturas psicodélicas y que en todo momento transmiten esa seriedad ritual tan característica de nuestro hombre. Es notable (y, no obstante, habitual) la capacidad del barbudo Steve para generar envolventes visiones musicales con elementos mínimos, de atraparnos en densos recorridos emocionales tan arduos como reveladores. Puede prescindir completamente de los gruñidos, los riffs monolíticos y los ritmos aplastantes y aún así mantener una intensidad con la que la mayoría de los músicos sólo pueden soñar. Ni hace falta que aclare que no se trata de un trabajo de fácil digestión y gancho inmediato, se requieren oídas insistentes y concentradas (y, al mismo tiempo, libres de prejuicios y ataduras) para que la sinuosa energía de estas composiciones se apodere del corazón y nos exponga a desconocidos parajes del alma humana. Son aguas turbias y espesas aquellas a las que nos invita Harvestman pero les aseguro que vale la pena sumergirse.
-Harvey Milk “A small turn of human kindness” (2010)
En alguna entrevista previa a la edición de este sexto (sin contar compilados y anomalías por el estilo) álbum de Harvey Milk, Creston Spiers (guitarrista y vocalista del trío) ya anunciaba que se trataría de un disco extremadamente lento y cuyo concepto giraría alrededor de una oscura historia planteada en aquel debut discográfico de 1994, “My Love Is Higher Than Your Assessment of What My Love Could Be”. Bien, no nos ha mentido. “A small turn of human kindness” es una pieza continua dividida en siete partes y parece especialmente diseñada para generar una insoportable tensión que nunca estalla del todo. Tempos moribundos, riffs arrastradísimos que van dibujando (muy lentamente, reptando como serpientes) espesas pinturas en blanco y negro, opresivas atmósferas de puro delirio psicótico, golpes que resuenan como si estuviéramos en grutas subterráneas, ocasionales incursiones orquestales de una belleza dolorsa y la voz de Spiers desgranando a puro aullido su sórdido relato de amor enfermizo. Por supuesto, el parecido con los Melvins sigue allí y no es casualidad que el mismísimo Joe Preston se haga cargo del bajo con su habitual despliegue de graves atronadores pero, a esta altura, queda más que claro que Harvey Milk no es ningún clon. En todo caso, lo que los asocia indudablemente a los liderados por King Buzzo es la capacidad de concebir música extremadamente pesada sin hacer Metal y su absoluto desprecio por cualquier tipo de convención genérica. Como siempre, el fuerte del grupo está en moverse de forma sinuosa entre delicados remansos melódicos, océanos de lava distorsionada e intrincadas arquitecturas compositivas que resultan tan estimulantes para la mente como devastadoras para el alma. En fin, no es un viaje para espíritus frágiles ni oídos superficiales y allí reside gran parte de su encanto. Aquellos que acepten el desafío comprobarán que la recompensa es por demás jugosa.
-Integrity “The blackest curse” (2010)
¡Cómo te esperábamos, querido! Lo digo en plural porque, en los últimos años, fueron varios los grupos que surgieron tomando como principal fuente de inspiración esa combinación entre crudeza Hardcore, riffs Slayerianos y atmósferas de misticismo apocalíptico que Integrity patentara a principios de los noventas. Pasaron separaciones, cambios de nombre y formación, proyectos paralelos, compilados y ep’s varios y, finalmente, aquí tenemos el primer larga duración de estudio de la banda más oscura del Hardcore (bueno, pueden llamarlo Metalcore si quieren pero ni se les ocurra pensar en Death melódico o estribillos Emo) en nueve años. Y, vamos a decirlo sin más vueltas, “The blackest curse” tiene todo lo necesario para inscribirse en los puntos más altos de la extensa discografía del grupo. Diez contundentes canciones que exponen lo que Integrity mejor sabe hacer con una intensidad avasallante, con sus frenéticas aceleradas, sus monolíticos rebajes, esos riffs simples y carnosos, el rugido visceral y ominoso de Dwid Hellion (eterno líder y sacerdote oscuro de la banda), los climas grises y herrumbrosos y hasta el necesario espacio para experimentar con formas menos convencionales de extremismo musical. El foco del disco está puesto en el costado más machacón y virulento de Integrity, con las guitarras echando chispas y marcando cada riff como si de un hierro caliente se tratase, y variando entre opresivos medios tiempos, breakdowns que rajan la tierra con cada golpe y cabalgatas infernales a toda velocidad. Aún dentro de ese esquema tan básico y conocido, el truco de Integrity está en aportar ciertos detalles que, con cada escucha, se van tornando determinantes a la hora de completar sus macabras pinturas compositivas. Ahí tienen, si no me creen, esa crujiente capa de ruido casi escondida debajo de los riffs en muchos temas, esos ocasionales pasajes donde aparecen tensas armonías y hasta los aires abiertamente experimentales de temas como “Before the vvorld vvas Young” (ocho minutos entre sombríos arpegios acústicos, gritos desgarrados y una espesa profundidad alucinógena) o “Take hold of forever” que cierra la placa a puro clima Industrial ruidoso. En fin, se trata del regreso en forma de una de las bandas fundamentales de la música pesada y/o extrema (para no entrar en rótulos demasiado estrictos) de las últimas dos décadas y, más allá de pergaminos y peso histórico, uno de los discos más rabiosos y atrapantes de lo que va del año.
-Nada Surf “If I had a Hi-Fi” (2010)
Surgieron a mediados de los noventas y, gracias a su hit “Popular” (extraído de su larga duración debut, “High/Low”), alcanzaron a saborear cierto éxito comercial. La prensa, en su mayoría, los relegó al lugar de “one hit wonders” y, al no poder repetir la repercusión del mencionado tema con su segundo disco (“The proximity effect”, editado en 1998), su sello discográfico decidió despedirlos. Esto no detuvo al trío que, luego de batallar legalmente durante un par de años, renació con un renovado espíritu independiente y se dedicó a entregarnos, regularmente y con un perfil más bien bajo, excelentes discos plagados de canciones irresistibles que, en su certero instinto melódico, terminan desafiando cualquier tipo de rótulo o encasillamiento facilista. Demasiado melancólicos para el Power-Pop, demasiado energéticos para el Indie-Rock, demasiado elegantes para el Grunge, demasiado alegres para el Emo y, sin embargo, podrían ser asociados a cualquiera de esos géneros. Tal vez lo más conveniente sea verlos como un grupo de Pop-Rock de guitarras al frente y melodías gancheras pero con un regusto siempre agridulce, ni más ni menos. En este sexto álbum, estos neoyorquinos se lanzan de cabeza a reinterpretar algunas de sus canciones preferidas de otros artistas. Sí, el viejo truco del disco de covers. Pero no se preocupen, la frescura con la que Nada Surf encara estas versiones hacen que el resultado final casi sea como cualquiera de sus discos compuestos por temas propios. Nombres, en principio, tan disímiles como Depeche Mode, Kate Bush, The Moody Blues o Soft Pack se ven aquí aunados por la efervescencia guitarrera y la espontaneidad melódica del grupo, aún cuando se trata de versiones sumamente respetuosas. El fuerte, claro, está en el trabajo prácticamente perfecto de las voces, prolijas sin por ello perder sentimiento y adornadas por coros sencillamente arrebatadores. También ayuda que la selección sea lo suficientemente variada como para exponer la versatilidad emocional del trío sin problemas. En fin, si bien prefiero los discos con composiciones originales (no sólo en el caso de Nada Surf, si no en general), es imposible poner objeciones a semejante desparramo de buenas canciones.
-Nitzer Ebb “Industrial complex” (2010)
Ya desde sus inicios, allá por 1982, Nitzer Ebb se erigió como uno de los pilares más visibles y atractivos de lo que podríamos considerar el costado más accesible y bailable del Rock Industrial o lo que algunos llaman EBM (Electronic Body Music), a fuerza de ritmos tan duros como contagiosos y un instinto melódico poco común en el género. “Industrial complex” es el primer disco de estudio firmado por el grupo en quince años (desde ya, no estoy contando el compilado “Body of work” ni el disco de remixes “Body rework”, ambos editados en 2006) y en el encontramos todo lo que cualquier fan de estos británicos puede esperar. Doce temas (algunas ediciones cuentan con varios remixes a modo de bonus tracks) construidos sobre beats infecciosos y taladrantes (como una reinterpretación del Funk con martillos hidráulicos), cubiertos de un sinfín de artilugios electrónicos que, a través de un estricto y disciplinado minimalismo, logran una profundidad envolvente y casi tridimensional, y finalmente coronados por la versátil voz de Douglas McCarthy, capaz de pasar de la más sensual y Soulera de las melodías a los más inhumanos ladridos distorsionados sin perder nunca su impronta inconfundible. No por nada se trata de un grupo que puede ser asociado sin problemas tanto a Depeche Mode (con quienes salieron de gira en más de una ocasión y cuyo principal compositor, Martin Gore, colabora en este álbum poniendo coros en “Once you say”) como a Skinny Puppy y Front 242 sin que ello signifique una falta de coherencia estilística. El punto está en las canciones. Nitzer Ebb hace uso y abuso de un vasto arsenal sónico (que va desde los ruidos más corrosivos a las orquestaciones más elegantes y está trabajado con una enfermiza atención al detalle) no como fin en sí mismo, si no como marco donde desarrollar canciones que bien podrían ser reinterpretadas sólo con instrumentos acústicos (tal como hicieran The Young Gods en su maravilloso “Knock on Wood”) y no perder su esencia ni su intensidad. En fin, no hay mucho más que agregar. Se trata de otro excelente trabajo a cargo de una banda imprescindible para todo aquel que tenga, aunque sea, el más mínimo interés en la Música Industrial.
-Revolting Cocks “Got cock?” (2010)
¿Querían pija? Acá tienen. La de Revolting Cocks no será la más gorda dentro del Rock Industrial (esa es la de Godflesh), ni la más dura (esa es la de Ministry), ni la más experimentada (esa es la Foetus), ni la más cariñosa (esa es la de The Young Gods), ni siquiera la más perversa (esa es la de Skinny Puppy) pero, sin duda alguna, es la más juguetona y, claro, revoltosa. No importa que sólo nos quede el viejo Al Jourgensen de su vieja formación, él sigue siendo el perfecto anfitrión para esta colorida fiesta Industrial. “Got cock?” es el segundo disco con la nueva alineación (Josh Bradford en voz, Sin Quirin en guitarra, bajo y teclados, Clayton Worbeck en programación y remezclas, y el tío Al supervisando todo) y ya desde el arranque, con “Trojan horse” y esos riffs que suenan a un Ac/Dc cibernético, quedan más que claras las intenciones de pasar un buen rato de diversión insana y no apta para toda la familia. A menos que se trate de la familia Manson, claro. De cierta forma, la alusión a los liderados por Angus Young no es gratuita, Revolting Cocks, a esta altura, es de esas bandas que mantienen pautas sonoras y compositivas familiares, de esas que no pretenden presentarnos nuevos amaneceres musicales con cada álbum, si no más bien hacer lo de siempre y hacerlo bien. Lo bueno es que “lo de siempre” para esta gente es algo más que regurgitar vetustos Rockandrolles montados sobre las mismas escalas pentatónicas que ya escuchamos mil millones de veces. Por supuesto, no faltan las bases repetitivas, entre bailables y Punkys, las pegadizas líneas de bajo, las voces enchastradas de distorsión y efectos, las guitarras casi metaleras y el arsenal de samples alucinógenos para rebotar contra las paredes pero, sobre ese esquema habitual, Jourgensen y sus discípulos lanzan infinitos arreglos y variantes sónicas con una imaginación, una versatilidad, una atención al detalle y una profundidad que no se condicen (al menos no en primera instancia) con su eterno espíritu fiestero. No es un dato menor que otra de las características de Revolting Cocks sea la capacidad de incorporar elementos de géneros inesperados (mientras más ridículos y lisérgicos, mejor) a su tradicional marca registrada de danza Industrial con nervio Punk y contundencia metálica. Si a eso le sumamos el hecho de que semejante ensalada ácida se ve enmarcada en canciones redondas, gancheras, potentes y plagadas de buenas ideas musicales, entonces no queda otra más que rendirse a sus pies y comenzar a colocarnos la corbata como vincha. Y a chupar pijas, que se acaba el mundo.
-Soulfly “Omen” (2010)
No seré yo quien le niegue la posibilidad a nadie de cuestionar la credibilidad de Max Cavalera. En lo personal, creo que la tan mentada credibilidad es un ítem de discusión sólo aplicable a ciertos artistas y, ciertamente, el mayor de los hermanos Cavalera no es uno de ellos. Por supuesto, también he de reconocer que, en más de una ocasión, el achanchamiento (y de esto Max sabe bastante, a juzgar por su abultado abdomen) se traduce en resultados artísticos faltos de intensidad e inspiración. Soulfly no es ajeno a esta premisa, contando con una discografía que, más allá de seguir, en líneas generales, un camino bien definido, se presenta como un tanto errática. O sea, no es casualidad que, dependiendo de la época, el grupo se acerque a géneros como el Nü-Metal o el Metalcore y no siempre lo haga de forma satisfactoria. En cualquier caso, sus cimientos compositivos están anclados en los últimos años de Max al frente de Sepultura y, si hacemos la inevitable comparación con lo hecho por sus ex compañeros tras aquel traumático divorcio, Soulfly se erige como indiscutido vencedor. En fin, yendo a “Omen” (séptimo disco del grupo) en sí, podemos decir con tranquilidad que se trata de un álbum que maneja los esquemas de siempre y los adorna con alguna que otra tangente menos predecible. Allí están los riffs saltarines de dos notas, el groove violento de siempre, las aceleradas entre el Thrash, el Death y el Hardcore, el gruñido cascado de Max, las ocasionales atmósferas “exóticas”, los portentosos machaques, las percusiones casi tribales y el inevitable momento de calma con la parte siete del tema que da nombre a la banda. También hay lugar para algún que otro riff melódico de tufillo casi Maidenesco, bastantes solos de guitarra (algo impensado en los años del Nü-Metal) y un mayor énfasis en el costado Thrasher del cuarteto. El dato de color lo aportan dos invitados estelares. Primero, Greg Puciato (de The Dillinger Escape Plan) poniendo su prodigiosa garganta en “Rise of the fallen” (ah, sí, Max sigue escribiendo las letras con las mismas palabritas de siempre), tal vez el mejor tema de la placa, pletórico de energía y hasta con algún que otro arreglito de guitarra que no desentonaría en el complejo entramado de los de New Jersey. Después tenemos al gran Tommy Victor (uno de los más destacados losers del Metal de los noventas) de Prong, poniendo toda su impronta al servicio de los riffs trabados y mecanizados (nunca se terminó de determinar si el crédito por ellos corresponde a Victor o a Page Hamilton de Helmet) de “Lethal injection” con resultados más que aceptables. En definitiva, “Omen”, como ya dijimos no se sale del guión presentado en las entregas más recientes de Soulfly y hasta cuenta con momentos de verdadero interés. Disfrutarlo o no es, como siempre, una decisión determinada por los gustos de cada uno.
-The Americas “Sweet release” (2010)
Hoy en día, con la proliferación de adolescentes maquillados y muñecas cortadas, puede parecer imposible que los chicos sensibles del Emo y los anteojudos enojados del Math-Rock tengan algo en común. En ese sentido, queda claro que los miembros de The Americas no pretenden caer en trampas estilísticas. Claro, también evidencian sus ganas de explorar un tramo no demasiado recorrido dentro del amplio espectro del Post-Hardcore (por así llamarlo), uno que puede rastrearse, aunque sea de forma lejana, a nombres como Hoover, American Football o The Ladderback. En efecto, su sonido bien puede ser descripto como una combinación de sentidas melodías que estrujan el corazón e intrincadas instrumentaciones capaces de desorientar al nerd más avezado. Tal vez resulte curioso que logren semejante contundencia sonora siendo sólo dos sus integrantes, el guitarrista/vocalista Travis Wuerthner y el baterista Casey Deitz. El nivel de intensidad y complejidad que exhiben estos dos muchachos es sencillamente apabullante, por momentos acercándose a las elucubraciones más rebuscadas de grupos como Hella o Don Caballero, rellenando cada espacio sonoro con riffs contracturados, epilépticos torbellinos percusivos, afiebrados punteos, impredecibles malabares rítmicos y espesos entramados de arpegios. Y encima adornan semejante despliegue de virtuosismo con preciosas líneas vocales cargadas de evocadora emoción, viscerales en su entrega pero bien pensadas e interpretadas de forma más que correcta. O sea, no es fácil combinar ambos elementos sin que uno de los dos quede a medio cocinar pero estos californianos eluden el problema con absoluta soltura y naturalidad y, como si eso fuera poco, dan a luz un resultado absolutamente personal y conmovedor. Uno de los debuts más prometedores de lo que va del año.
-Torch Runner “Locust swarm” (2010)
No sé cómo llamar a esto y, la verdad, no me importa. Vamos, ¿qué valor pueden tener los rótulos ante semejante exceso de potencia descontrolada? ¿Acaso estas nueve canciones (apiñadas en apenas veinte minutos) serían menos intensas en tal o cual casillero de la escena musical? Sí, tenemos guitarras distorsionadas aunque más bien se asemejan a motosierras oxidadas empuñadas por asesinos seriales. Sí, tenemos un cantante que grita. Fuerte. Pero bien podría tratarse de la tierra misma expresando su dolor al partirse al medio o de una manifestación corpórea del cúmulo de pensamientos más quebrados que cargamos como las criaturas urbanas que somos. Tenemos un corazón Hardcore, entonces. De ese que late apurado y golpea en el pecho hasta lastimarlo. Pero también tenemos un sonido envolvente y ominoso, parado en algún lugar entre el Death Metal, el Sludge y el Grindcore. De hecho, tenemos blast-beats, riffs intrincados y rebajes empantanados también. Y ni siquiera eso es todo. ¿Dónde pongo, si no, las disonancias, los climas opresivos, las texturas ruidosas y las estructuras caóticas? Por supuesto, puedo buscar referencias en nombres como Trap Them, Pig Destroyer o Ed Gein, tal vez una cruza entre Eyehategod, His Hero Is Gone, Converge, Napalm Death y una estampida de mogólicos en celo. Pero eso tampoco sirve del todo a la hora de captar de forma fiel el poderío de este salvaje “Locust swarm”. Lo mejor en estos casos sería dejar que lo experimenten por su cuenta y saquen sus propias conclusiones. Eso, claro, si todavía están en condiciones de hilar algún tipo de pensamiento después de semejante golpiza.