Por Fernando Suarez.
No lo voy a negar, muchas veces me paso de rosca con el fanatismo por el así llamado Post-Hardcore. Bueno, al fin y al cabo, por más amplios y variados que sean nuestros gustos musicales, siempre hay algún estilo (por no hablar de géneros) en particular que, sentimos, nos identifica de forma más profunda y certera. En mí caso, se trata de esa transformación del corazón más crudo y visceral del Hardcore a través de una visión musical más exploradora y permisiva y de una sensibilidad melódica más marcada y emotiva. J. Robbins es uno de los pilares de lo que se conoce como Post-Hardcore, ya sea al frente de Jawbox (una de las mejores y más representativas bandas, si no la más, de este sonido en los noventas), de Channels (su grupo actual), participando en Report Suspicious Activity (junto a Vic Bondi de los legendarios Articles Of Faith) o en su rol de productor de bandas como Jets To Brazil, Shiner, Hey Mercedes, Faraquet, The Dismemberment Plan, The Promise Ring, Jawbreaker, The Monorchid, The Life And Times, Against Me! y demás luminarias del género. Entre 1997 y 2002 lideró Burning Airlines, un trío junto al que editó dos discos, el debut “Mission: control!” de 1999 y el sucesor que nos ocupa. El núcleo del grupo estaba conformado por Robbins (obviamente) y el baterista Peter Moffet, anteriormente miembro de Wool y compañero de aquel en su paso por Government Issue a mediados de los ochentas. La primera encarnación del grupo contó con la presencia de Bill Barbot (ex guitarrista de Jawbox) en el rol de bajista y éste sería reemplazado por Mike Harbin llegado el momento de grabar “Identikit”. Bien, hasta ahí las presentaciones. Lo que Burning Airlines ofrece no dista demasiado de aquello que podíamos escuchar en Jawbox, lo cual era de esperar. La diferencia principal es que, con la formación de trío, se abre una nueva puerta de participación para la sección rítmica que en Jawbox se veía un tanto asfixiada por las guitarras. En ese sentido, el groove infeccioso y certero de Moffet y las exquisitas líneas de bajo de Harbin aportan un excelente marco donde Robbins puede explayarse a gusto. Y lo hace. Su guitarra se permite explorar nuevos terrenos armónicos y tímbricos (cada vez más cercanos al Funk y el Jazz pero manteniendo la impronta Punk) al tiempo que se hace cargo de una economía de recursos que no hace más que aportar una cuota extra de profundidad e inteligencia a las, ya de por sí, refinadísimas composiciones. Por otro lado, el terreno vocal también se ve enriquecido por melodías de sabor claramente Pop (entendiendo como Pop todo aquello que vaya desde Frank Sinatra a Bob Mould y de Beatles a The Police), aún sin abandonar ese tono de sobria emotividad, entre tenso y adusto, que es su marca registrada. Lo mejor es que toda esa depuración estilística, esa cuidada atención al detalle y ese preciosismo melódico (presten atención a los irresistibles coros) se ve envuelto en canciones urgentes, donde el nervio está siempre expuesto y latente. Por supuesto, semejantes cualidades se vieron aún más desarrolladas posteriormente en Channels, la banda que Robbins lidera en la actualidad, pero no por eso deberían dejar pasar este auténtico manjar musical. Les aseguro, más allá de mi fanatismo, que vale la pena.
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