Por Fernando Suarez.
-F “I-III” (1994)
El nombre del grupo es una letra, el del disco dos números romanos. No es el más amigable de los comienzos. Si a eso le suman que dicho álbum contiene sólo tres temas que van de los doce a los casi diecinueve minutos de duración, entonces queda claro del todo que no se trata de gente que esté buscando un éxito inmediato ni nada que se le parezca. F fue un trío finlandés originalmente conocido (bueno, eso de conocido es un decir) como Funcunt que, luego de un par de demos, abreviaron su nombre, lanzaron un split con Bewitched, grabaron su único larga duración y se separaron sin dejar más rastros. ¿La música? Bien, pueden llamar a esto Metal Progresivo, si quieren pero, desde ya, si están pensando en Dream Theater o Queensrÿche se van a sentir gratamente decepcionados. El Mr. Bungle de “Disco Volante” sería una referencia más adecuada y aún así estamos lejos. Más aún si notan las fechas de edición de ambos discos. Hablamos de composiciones laberínticas, de desarrollos caóticos e impredecibles, plagadas de cambios de ritmo y climas delirantes, de guitarras que se disparan en cualquier dirección posible (riffs angulares, enfermizos rasgueos jazzeros, ruidos inverosímiles, frenéticas cabalgatas distorsionadas, desconcertantes arpegios y texturas psicodélicas, y así hasta el infinito), de teclados alucinógenos que cubren cada resquicio sonoro, de extrañas melodías diseñadas para generar las visiones más surrealistas jamás concebidas, de voces que suenan como los lamentos lejanos de oscuros monjes psicóticos invocando demonios lisérgicos. Sí, material enfermo, retorcido y difícil pero sumamente original y creativo. Les puedo asegurar que jamás escucharon algo así y eso sólo ya debería ser motivo para prestarles atención, qué tanto. El grado de imaginación, tortuosa intensidad y profunda musicalidad aquí desplegados resulta sencillamente abrumador. Si son de aquellos que aprecian las cosas deformes y bien hechas (con esto último me refiero a bien interpretadas, bien grabadas y presentadas de forma prolija y profesional), esto es material de escucha obligatoria.
-Neck “Should my fist eye” (2000)
Algunos de ustedes probablemente recuerden a Nek, aquel cantante romántico italiano obsesionado por Sting que, a fines de los noventas, nos contaba que “Laura se fue”. Bueno, esto no tiene nada que ver. Ahora bien, aquellos que disfruten del Mathcore y tengan la costumbre de indagar en los árboles genealógicos de las bandas, tal vez sepan que dos miembros de Car Bomb (aquella banda que debutó con el genial “Centralia” en 2007, editado por Relapse Records) solían formar parte de estos Neck. Y si no lo sabían, ahora lo saben. Ya en su debut homónimo de 1998, estos neoyorquinos demostraban un marcado gusto por combinar las excentricidades estilísticas de bandas como Faith No More y Mr. Bungle con un sonido agresivo y extremo, en algún lugar entre el Hardcore y el Metal. “Should my fist eye” profundiza esa línea y logra resultados tan personales como atractivos. Se nota que los tipos escucharon su buena dosis de Meshuggah y eso se traduce en ritmos y riffs que generan dolor de cabeza de sólo intentar seguirlos. También queda claro que los climas espesos y las guitarras gordas de un grupo como Neurosis tampoco les son ajenos, aunque dichos elementos estén presentados de forma diferente. Efectivamente, las raíces del grupo en el Hardcore más metálico son indisimulables y allí están los crudos alaridos, el groove violento y los machaques portentosos para demostrarlo. Lo que termina de dar sabor a esta ensalada de influencias es la parte experimental. Como dijimos antes, los mismos músicos admitían la fuerte influencia que las ex bandas de Mike Patton ejercían sobre ellos a la hora de componer y no seré yo quien los contradiga. Cambios de ritmo inesperados, cuidadísimos y abundantes pasajes melódicos (algunos inclusive adornados con teclados y guitarras limpias), combinaciones inusuales de estilos, atmósferas deformes bordeando un especie de surrealismo iracundo e inclusive arreglos cercanos al Noise y el Mathcore exponen la voluntad de Neck por no conformarse con los esquemas habituales dentro del Metal extremo. Tal vez la referencia más inmediata, a la hora de describir su sonido, sean sus conciudadanos Candiria, aunque aquí la cosa es mucho más compacta y enfocada (aún dentro de la locura generalizada) y no hay lugar para flirteos con el Hip-Hop ni el Reggae. Ideal para metaleros nerds.
-Cry Baby Cry “Jesus loves Stacy” (2002)
Infecciosas, coloridas, efervescentes. Tales son los adjetivos que resuenan en mi cabeza a la hora de describir las catorce (bueno, también hay dos juguetones tracks escondidos al final de la placa) canciones que componen el único registro discográfico de este cuarteto multigénero (dos chicas y dos chicos) oriundo de Washington D.C.. Con sus coros perfectos, sus delicados arreglos (chequeen esos teclados sesentosos) y sus preciosas melodías demuestran un profundo conocimiento y respeto por el Pop, mientras que las guitarras distorsionadas, los ritmos frenéticos, las letras de punzante inteligencia y los crudos alaridos los colocan, sin duda alguna, en la vereda del Punk. Pueden llamarlo Punk-Pop, siempre y cuando dicha categoría también se aplique a bandas como Pixies, Throwing Muses, Superchunk, Redd Kross y Bikini Kill. En efecto, Cry Baby Cry maneja a la perfección el fino arte de deformar las estructuras y desafiar los encasillamientos sin perder nunca de vista el gancho y la emoción de las canciones. Claro, formando parte de la escudería Dischord (garantía de calidad) es de esperar que algo de esa impronta enroscada del Post-Hardcore se cuele en los recovecos del disco, aunque sea de forma sutil. Tenemos, entonces, los riffs filosos, las densas texturas y las variantes dinámicas para que los nerds analicen con detenimiento. También tenemos los estribillos irresistibles y los momentos reposados para aquellos que buscan un encanto inmediato. Y todo viene con una energía urgente, visceral y contagiosa que invita (obliga, casi) a responder con todo el cuerpo. “Jesus loves Stacy” puede pasar de la alegría más soleada a la más sombría de las introspecciones y de allí a una violencia casi psicótica sin que ninguno de esos picos se haga demasiado pronunciado. Casi como la vida misma.
-Sex Positions “Sex positions” (2003)
Es una pena que la vida de Sex Positions haya sido tan corta. Tras diversas idas, venidas y cambios de formación, lo único que ha quedado como legado es este debut homónimo. Y no es que sea poco pero, si con sólo un disco lograron semejantes resultados (musicalmente hablando), imaginen lo que podrían haber logrado de haber desarrollado aún más su personal propuesta. Surgiendo de la disolución de The Dedication, quedan más que claros los lazos de Sex Positions con el Hardcore más rabioso y pasional pero eso no es, ni por asomo, todo. Sí, la impronta de bandas como Give Up The Ghost y The Hope Conspiracy está presente en las voces y la furia general que transmiten estas once canciones pero también hay lugar para otros elementos. Tenemos serias referencias a Black Flag (tanto en su estado más primitivo como en el más enroscado), al Noise-Rock y hasta pasajes de una soltura netamente Rockera, casi como unos Stooges sobrecargados de adrenalina y distorsión. Aunque, claro, probablemente el punto definitivo que separa las aguas aquí sea el empleo de elementos electrónicos a lo largo de toda la placa. Y no me refiero sólo a intros u ocasionales texturas adicionales. El quinteto va más allá de un flirteo superficial y se anima a plantear ideas que pueden recordar tanto a los experimentos de Refused en “The shape of Punk to come” como a las manipulaciones sonoras de los legendarios Mission Of Burma. Efectivamente, por momentos las intromisiones electrónicas se tornan inesperadas y despedazan y reordenan las estructuras de las canciones con resultados sorprendentes. Lo mejor, insisto, es que no se trata de un pastiche gratuito o a medio cocinar. De alguna forma, estos bostonianos se las arreglaron para que el disco fluya naturalmente, manteniendo una coherencia y una intensidad poco comunes en bandas así de experimentales. O sea, en el núcleo (je) mismo de la propuesta, esto sigue siendo Hardcore de la mejor cepa. Desde ya, es probable que los oyentes más conservadores del género estén en absoluto desacuerdo pero eso es problema de ellos. En lo que a mí respecta, cualquier banda que encare el Hardcore dejando de lado los imaginarios manuales de reglas está, ni más ni menos, reivindicando el verdadero espíritu del mismo.
-1.6 Band “The checkered pasts of all kings present” (2010)
¡Noventas, a mí! Ok, admito que los refritos de cualquier década suelen ser un auténtico bodrio pero no puedo con mi carga generacional. Vamos por partes. 1.6 Band fue un grupo oriundo de New Jersey que existió entre 1991 y 1993 y, en tan corto tiempo, se las arregló para dejar una marca indeleble en la escena Post-Hardcore (por así llamarla. Algunos de sus integrantes venían de los geniales Beyond, donde también militaran futuros miembros de Quicksand y 108) de su ciudad natal a base de un sonido epiléptico e histérico que probaría tener más de un lazo con lo que luego se conocería como Math-Rock. No por nada, de su disolución surgieron grupos tan destacados como The Crownhate Ruin o Die 116. En 2008 decidieron reformarse para presentarse en vivo junto a los también reunidos (e igualmente legendarios) Rorschach y, dos años después, aquí tenemos su primera entrega discográfica en mucho, mucho tiempo. Sí, se trata de un ep con sólo cuatro temas pero con eso basta para llenarme de entusiasmo y cautivarme cual colegiala. Si algún periodista alguna vez los definió como unos “Minutemen de muy, muy mal humor”, “The checkered past of all kings present” no hace más que confirmar que el traje no les queda grande. Sincopados ritmos de Funk angular propulsados con una energía avasallante, riffs serpenteantes, disonantes y laberínticos, voces declamativas e intensas pero con el grado justo de swing y melodía, y unas canciones cargadas de adrenalina e inteligencia en iguales y abundantes dosis. Vamos, suculento alimento para la mente y el espíritu y un inevitable disparador de las más disparatadas danzas. Si no los conocían, es una excelente oportunidad para hacerlo (también pueden chequear “Broke up”, el disco que compila en su totalidad el material registrado en sus años previos) y, en caso contrario, ya deberían estar disfrutando de esta maravilla. Por cierto, si visitan www.metastasisrecords.com (la página web del sello que edita el disco), podrán descargarlo de forma gratuita. No sé que más le pueden pedir a la vida, realmente.
-1349 “Demonoir” (2010)
No es la primera vez que pasa y, ciertamente, no será la última. Un grupo de Metal da un brusco timonazo en su propuesta, logra resultados excepcionales que trascienden los nichos genéricos, la prensa y los fans los defenestran por ello y el grupo en cuestión decide replegarse, retomar algo de su anterior sonido y administrar con cuentagotas los elementos experimentales. Tal es el caso con 1349. Luego del genial (y, evidentemente, incomprendido) “Revelations of the black flame”, donde el cuarteto se metía de cabeza a explorar texturas Industriales, ritmos lentos y climas psicodélicos, llega este “Demonoir”, anunciado de entrada como un regreso a las fuentes. Puesto así no suena muy auspicioso, dado que los trabajos previos de estos noruegos son prácticamente desechables en su totalidad, pero la cosa no es tan lineal. Sí, la mayoría de los temas recrean el viejo esquema de blast-beats vertiginosos, riffs técnicos y violencia al por mayor pero, a lo largo de toda la placa (de hecho, están ubicados entre tema y tema), hay lugar también para interludios ambientales que, sin duda alguna, guardan la impronta más abstracta (por llamarla de alguna manera) de su anterior placa. En ese sentido, se percibe también una mayor variedad en las voces y un cuidadoso trabajo de texturas debajo de las persistentes oleadas de agresión que hacen que “Demonoir” no sea una absoluta pérdida de tiempo. En fin, no puedo evitar compararlo con “Cause for conflict” de Kreator, aquel disco donde los alemanes intentaban reconciliar su marca registrada de Thrash histérico con la profundidad vanguardista de su antecesor, el magnífico “Renewal”, otro trabajo que no fue cabalmente apreciado en su momento. Para mi gusto, sin ser del todo un mal disco, “Demonoir” es un paso atrás, aunque es probable que los fans más radicales y conservadores se sientan más a gusto con él. Como siempre, será cuestión de que escuchen y saquen sus propias conclusiones.
-Altar Of Plagues “Tides” (2010)
Bueno, la cosa es simple. Luego de un prometedor álbum debut (“White tomb”, editado el año pasado), los irlandeses (si lo ven a Bono, lo escupen en la cara de mi parte, ¿sí?) de Altar Of Plagues regresan con este ep de sólo dos temas para seguir esparciendo su oscura visión del mundo y de la vida en general. Para aquellos que no estén familiarizados con su propuesta, digamos que se trata de esa combinación, tan en boga hoy en día, de rabioso Black Metal con la densidad y las texturas monolíticas del así llamado Post-Metal. O sea, el hijo bastardo que, inevitablemente, tendrían DakrThrone, Isis y Godflesh, por así decirlo. Como ya dijimos, se trata de dos canciones pero, entre las dos, suman más de treinta y cinco minutos, así que hay bastante para masticar aquí. El cuarteto se mantiene en forma, con sus murallas de oscura distorsión flanqueando todo, sus climas herrumbrosos y asfixiantes, sus pasajes de introspección nihilista aportando respiros (o algo así) y sus épicos desarrollos envolviéndonos en un agitado viaje por el fin de los tiempos. Sin pestañear pueden pasar de aceleradas cabalgatas por heladas montañas a aplastantes marchas sobre ruinas urbanas y de ahí a exploraciones místicas del costado más siniestro del alma humana. Todo con una cohesión envidiable y un ajustado sentido de la dinámica que evita que nos quedemos dormidos a los cinco minutos de arrancado el disco. Si andan necesitando una buena cucharada de energía negativa y emociones desagradables (en el buen sentido, si tal cosa es posible), Altar Of Plagues está listo para obligarlos a tragársela.
-At Half-Mast “Flight patterns” (2010)
Tres temas, doce minutos y toda la emoción que cabe en el alma. Una voz que grita no para asustarnos si no para expresar su dolor. No hay vergüenza en exponer estas heridas. Y no hace falta disfrazarse de Emo para conmover. Esto es Hardcore con la pasión al rojo vivo. Guiado por una energía inagotable que transforma la frustración en combustible. Y no piensen que se trata de material genérico o falto de ideas. Las guitarras dibujan vívidas imágenes con una gama de recursos que tira por la borda la idea de que el Hardcore es un género cuadrado o falto de variantes, la base rítmica mantiene la intensidad en alto sin perder de vista la sabia dosificación de subidas y bajadas, las canciones mismas se erigen como sólidas construcciones donde la emotividad, la furia y la inteligencia se dan la mano y se enfocan hasta clavarse directo en el corazón. Sí, aquí hay melodía pero ni por un segundo piensen en adolescentes tontuelos montando skates bajo el sol californiano. Tal vez la comparación más atinada sea con Shai Hulud y eso no es poco. Ambos comparten esa mezcla de empuje visceral, intrincada elaboración instrumental y el toque justo y necesario de preciosismo melódico. Pueden llamarlo Hardcore Progresivo, si quieren. Sin duda alguna, aquí hay suficiente material para que cualquier estudioso de la complejidad rockera se despache a gusto. Y lo mejor es que todo ese despliegue de inventiva y precisión está presentado en canciones urgentes y descarnadas, casi como si la potencia que llevan dentro estos tipos se llevara por delante las sutilezas y el virtuosismo. Insisto con el excelente nivel que está exponiendo el género en los últimos tiempos y At Half-Mast es buena prueba de ello.
-Bipol “Fritter away” (2010)
¿Será esta la auténtica rebelión de las máquinas? Se infiltran en nuestras neuronas a través de nuestros oídos y las van infectando, poco a poco, con corrosivos virus sonoros, hasta que de ellas sólo queda un lejano recuerdo. Andreas Brinkert (tal el verdadero nombre que se esconde detrás de Bipol) no tiene ni un rastro de piedad. Absorbió hasta la psicosis las lecciones de los popes más virulentos del Noise y la Música Industrial, las masticó hasta hacer sangrar sus encías y ahora (bueno, ya lo había hecho con su anterior placa, la muy recomendable “Ritual” de 2007) nos devuelve el resultado con saña homicida. Aquí no hay lugar para el más mínimo gesto de redención. Los ritmos mecanizados y latosos marcan un paso opresivo, nos trasladan a un mundo transformado en una enorme y ominosa fábrica de pesadillas. La marea incesante de texturas abrasivas nos ahoga bajo toneladas de óxido, hierros retorcidos y densas polvaredas metálicas. Las voces aúllan desde transistores descompuestos, casi ininteligibles pero claras en su mensaje de desesperación y asfixia. ¿Quieren material bailable? No me hagan reír. El cuerpo asiste paralizado y amordazado a esta tortura sónica y cualquier intento de su parte por liberarse sólo lleva a su inevitable aniquilación. ¿Quieren comparaciones? Imaginen un GreyMachine (sí, aquel monstruoso proyecto de Justin Broadrick junto a Aaron Turner y un par de desquiciados más) despojado de su costado metálico/rockero y aún así estarán lejos. ¿No lo entienden? No importan los géneros ni los rótulos. Ni siquiera importa la música. “Fritter away” es una experiencia extrasensorial, no sólo unos minutos de esparcimiento y gozo masoquista. Es mucho más que unos garabatos sobre un pentagrama, es un millón de agujas abriéndose paso entre nuestras entrañas, es un malestar tangible y adictivo. ¿Quieren variantes? Aquí sólo existe la noche que generan estas grises murallas de ruido. Y, sin embargo, les llevaría una vida entera terminar de analizar la profundidad de estas composiciones. ¿Quieren música extrema? ¿Música que genere sensaciones realmente extremas y no meras fábulas de cine clase B? Si la respuesta es afirmativa, no pierdan el tiempo. “Fritter away” los espera con los dientes apretados y la inquebrantable voluntad de testear sus límites hasta las últimas consecuencias.
-Deathbound “Non compos mentis” (2010)
No solo de Rotten Sound vive el fan del Grindcore Nasumero finlandés (¿el qué?), Deathbound ya lleva diez años pateándonos la sien con su cáustica reinterpretación de las enseñanzas de Napalm Death y Terrorizer. Hasta comparten baterista con sus mencionados compatriotas. “Non compos mentis” es el cuarto disco del ahora trío y no hay objeciones a la vista. La guitarra suena como una motosierra oxidada y no para de escupir esos riffs mugrientos (a veces más Crustys, a veces más Deathmetaleros) y gancheros, las bases repiquetean constantemente entre blast-beats, rebajes Hardcorosos y el necesario toque de groove brutalizado, y la voz chilla y gruñe contagiando un odio irrefrenable. Ok, no es nada nuevo pero está tan bien hecho que podemos dejar pasar ese detalle. Ni siquiera temen incluir esos flirteos con la melodía que la banda del desaparecido Mieszko Talarczyk nos hizo apreciar en sus mejores momentos. Por lo demás, aquí tenemos catorce temas en poco más de media hora, uno más violento que el otro, envueltos en un sonido excepcional e interpretados con un desarrollado instinto de cuándo sacar el pie del acelerador y cuando arremeter con toda la furia. Dinámica que le dicen. En fin, si “Napalm” (el reciente ep de Rotten Sound) los dejó con ganas de más, aquí está “Non compos mentis” para saciar su sed de puro y jodido Grindcore.
-Enduser “1/3” (2010)
Con ocho años de inquieta carrera y una pila así de discos bajo el brazo, Lynn Standafer (bajo el alias de Enduser) se ha ganado un lugar en el vasto universo del Drum And Bass a base de una personalidad tan marcada como esquizofrénica. “1/3” es un ep (¿alguien lleva la cuenta de cuántas placas lleva editada este señor? Porque yo ya me perdí) de cuatro temas que confirma las dotes creativas de este oriundo de Cincinnati, Ohio. Tenemos, entonces, dos reversiones de temas viejos y dos nuevas composiciones. El viaje arranca con “2/3”, uno de los nuevos, donde Standafer se las arregla para combinar evocadoras melodías Soul (sampleadas de “Sleeping satellites” de Tasmin Archer) con frenéticas bases Drum And Bass y una densa capa de sonidos bordeando lo Industrial, logrando un efecto de envolvente melancolía a pesar de la violencia rítmica del tema. La sigue la nueva versión de “Death vest” (aquí con el sufijo 09), donde las voces sampleadas de Lush (las chicas abanderadas del Shoegaze inglés de los noventas) se funden en una marcha entre mística y siniestra, con beats que van del reposo al ataque fracturado y abrasivas melodías que intercalan climas soñadores con una profunda desesperación. Llega luego el segundo estreno, “1/3”, y allí el contraste se vuelve mucho más pronunciado. Por un lado, tenemos delicadas melodías de teclado pero estas pronto se ven arrastradas a un infierno de ritmos contracturados, climas opresivos y texturas corrosivas. Bien vale aclarar que estamos hablando de un tipo que nombra a bandas como Godflesh, Swans, Skinny Puppy, Pig Destroyer, Napalm Death, Melvins y The Young Gods como influencias, entre otros, con lo cual queda claro que la intención aquí no es pasar un rato agradable en las pistas de baile. El cierre llega de la mano del remix de “Interruption 4” a cargo de Cardopusher, compañero de sello de Enduser. La virulencia rítmica da lugar a un paso más cadencioso, cercano al Dub pero el clima alucinógeno, tenso y casi pesadillesco se mantiene intacto. En un fin, es sólo un pequeño entremés pero bien vale la pena saborearlo si están en busca de emociones fuertes.
-Minus The Bear “Omni” (2010)
En nueve años de carrera y a fuerza de tenacidad, talento y voluntad de superarse, Minus The Bear arribó a un logro nada desdeñable: que se hable de ellos como entidad propia y no como “el nuevo grupo del tipo que tocaba la guitarra en Botch”. Claro, ayuda que la propuesta musical sea casi diametralmente opuesta a la de la ex banda de Dave Knudson y que, disco a disco, el quinteto afiance un poco más sus capacidades como compositores de perfectas canciones Pop. Por supuesto, tratándose de quien se trata tampoco esperarán material falto de sustancia musical. Knudson sigue demostrando por qué es uno de los guitarristas más destacados de las últimas generaciones, un consumado virtuoso que, sin embargo, pone sus talentos al servicio de las canciones y no al revés, un tipo capaz de concebir los riffs más intrincados y luego adornarlos con melodías tan preciosas que parecen venir de otro mundo. Pero no sólo de ex miembros de Botch está hecho Minus The Bear. Tan primordial como la guitarra resulta también la labor vocal de Jake Snider (también guitarrista, vale aclararlo), con su tono siempre reposado y enemigo de los excesos y un instinto melódico sencillamente envidiable. El truco en Minus The Bear siempre consistió en conjugar de forma natural y fluida el gancho inmediato y la sensibilidad del Pop con las complejidades instrumentales del Math-Rock y el Rock Progresivo y arreglos provenientes del costado más elegante de la Música Electrónica. Grandes músicos en la búsqueda constante de la canción perfecta, ni más ni menos. Este cuarto disco (sin contar ep’s, discos de remixes y cosas por el estilo) se presenta de entrada como el menos contracturado y epiléptico, en comparación con los anteriores y, al mismo tiempo, resulta ser su trabajo más profundo y complejo. Por un lado, sí, las melodías mantienen la riqueza de siempre y se ponen bien al frente, con un Snider pletórico de sensualidad y emotividad nerd, y los riffs y los ritmos suenan menos enroscados y angulares que antaño (un proceso que, de todas formas, se venía insinuando paulatinamente en los discos anteriores) pero cualquiera con un par de oídos podrá notar que el trabajo de texturas, armonías, contrapuntos y arreglos se tornó mucho más detallado y vasto, tremendamente imaginativo pero sin perder nunca el foco. Madurez, que le dicen. Y lo importante es que “Omni” viene con toda esa inventiva y ese inabarcable vuelo creativo en forma de canciones redondas, memorables, emotivas, tan aptas para tararear como para apreciar sus infinitos detalles, auriculares de por medio. No se lo pierdan.
-Ramesses “Take the curse” (2010)
Me da pena admitirlo pero hoy en día parece haber una sobrepoblación de bandas dedicadas a cubrir el espectro del Doom/Sludge/Post-Metal o cómo diantres quieran llamarlo. Ustedes se preguntarán qué hay de malo en eso, y debo decir que, en mi caso, cuando un género musical se llena de arribistas sin demasiado que aportar y todo empieza a oler a pura pose sin sustancia, comienzo a perder el interés en él. Ramesses no es una banda nueva (ya llevan siete años en esto) y, ciertamente, están por delante de los imitadores y de aquellos que sólo pueden atinar a repetir (sin demasiada gracia, vale aclarar) esquemas conocidos hasta el hartazgo. Vamos, dos de sus miembros cuentan con la experiencia de haber formado parte de los gigantescos Electric Wizard, eso ya debería colocarlos en otra categoría. Lo bueno es que, lejos de dormirse en sus laureles o apoyarse únicamente en su curriculum, el trío insiste en una búsqueda personal y creativa. El truco es simple y, sin embargo, no mucho grupos pueden realizarlo de forma correcta: componer buenas canciones (sí, canciones y no sólo riffs o desarrollos épicos), mantener siempre alto el nivel de intensidad y no quedarse demasiado en ningún lugar específico. Pueden rompernos el corazón con melodías a la Crowbar o aplastarnos con guturales letanías a la Disembowelment, obligarnos a confrontar nuestros demonios internos como Neurosis, hacernos mover la patita como Cathedral, pintar oscuras catedrales como My Dying Bride (sin los teclados, muchas gracias), llenarnos de odio nihilista como Eyehategod, confundirnos y enfermarnos como Khanate, llevarnos de paseo por las más densas alucinaciones como Sleep, jugar con otros géneros como Unearthly Trance o, simplemente, hundirnos en un infierno sórdido y monolítico que lleva su marca registrada. Hasta se permiten alguna que otra acelerada de pura cepa Blackmetalera que no hace más que acentuar el clima maligno de la placa. Sí, en definitiva todo se reduce en los dedos de Tony Iommi pero, a esta altura, no nos vamos a quejar por eso. En cualquier caso, “Take the curse” demuestra que, aún en los géneros superpoblados, se puede encontrar material de calidad.
-Sabertooth Zombie “Human performance” (2010)
Si hay un adjetivo que le cae como anillo al dedo a este quinteto californiano es el de raros. Con un corazón firmemente anclado en la tradición más cruda y politizada del Hardcore, no temen irse por las ramas y experimentar con cuanto género musical se les cruce. Pueden adoptar los machaques y la pirotecnia guitarrística del Thrash y sin embargo nunca caen en el mero revival ochentoso. Pueden pasearnos por densos riffs Sabbáthicos sin necesidad de adoptar el tono épico del Doom ni la pose chauvinista del Stoner y sin sonar necesariamente a Sludge. Pueden adornar sus punzantes diatribas con marcados elementos psicodélicos pero aquí no hay lugar para devaneos drogones ni zapadas sin sentido. “Human performance” es el flamante ep de sólo dos temas con el que Sabertooth Zombie continúa el camino de aquel genial “...And Your Fathers Are Dead In The Ground” del año pasado. Y sólo con eso queda más que claro que estamos en presencia de un grupo con identidad propia. Ok, las voces rasposas, el nervio netamente rockero y las estructuras impredecibles pueden recordar lejanamente a Fucked Up pero se trata sólo de una mínima referencia como para ubicarnos. Su propio sello discográfico los promociona recomendándolos para fans de Electric Wizard, Metallica y Black Flag, eso ya debería darles una idea de por dónde vienen los tiros. No los pierdan de vista, nunca se sabe con qué van a salir en el futuro.
-Walter Schreifels “An open letter to the scene” (2010)
Este tipo de comparaciones por lo general no funciona pero, en mi mente, Walter Schreifels siempre fue algo así como el equivalente neoyorquino de Ian MacKaye, al menos en términos estrictamente musicales. Ayudó a fundar la escena Straight Edge en dicha ciudad en su paso por Youth Of Today y Project X y luego llevó ese sonido hacia la estratósfera con los geniales Gorilla Biscuits. Pasada la fiebre Hardcore, colaboró con CIV (una banda de talante melódico conformada por algunos de sus ex compañeros en Gorilla Biscuits), tuvo un breve proyecto llamado Moondog y fundó Quicksand, una de las bandas más relevantes e influyentes del Post-Hardcore (si así podemos llamara a la personal cruza de emoción, ruido, riffs contundentes, inteligencia y melodía practicada por el cuarteto) de los noventas. Gracias a discos imprescindibles como “Slip” (1993) y “Manic compression” (1995), Quicksand elevó la figura de Schreifels a la altura de visionario y, con esa experiencia bajo el brazo, fundó el sello independiente Some Records, donde editó a bandas sumamente recomendables como Hot Water Music, Errortype: 11 y Beyond, entre otras. Luego vino el turno de Rival Schools, donde nuestro hombre tomó lo aprendido en Quicksand y lo trasladó a terrenos aún más accesibles con resultados impecables. En 2003 sale al ruedo al frente de Walking Concert, con un sonido definitivamente más cercano al Indie-Rock y el Pop, casi sin rastros de su herencia Hardcore pero aún así manteniendo siempre alto el nivel compositivo. Este grupo tampoco duro demasiado y, tras varios años de silencio (y reunión de Rival Schools mediante) el buen Walter nos entrega su primer trabajo como solista. En primer lugar, y como para despejar cualquier tipo de duda, aclaremos que se trata de un disco casi íntegramente acústico, siguiendo una clara (y saludable) tradición de cantautor de tono entre Folk y Pop. Sí, los días de las bermudas y el mosh están cada vez más lejos pero aún así Walter los recuerda con dos geniales covers, “Don’t gotta prove it” de los mencionados CIV (aunque el tema fue compuesto por el mismo Schreifels) y “Sucker city” de los rudos Agnostic Front, en una versión que dejará boquiabiertos (en el buen y en el mal sentido, según cómo lo vean) a los fans de Roger Miret y compañía. Fuera de eso, lo que aquí tenemos son diez canciones guiadas por las magníficas melodías vocales de Schreifels, siempre emotivas y memorables pero alejadas de cualquier tipo de histrionismo innecesario, montadas en ritmos cadenciosos que invitan a mover la cabecita y adornadas por rasgueos tan sencillos como efectivos. El tono de las composiciones alterna entre la melancolía y una alegría siempre medida y reflexiva, con la impronta noventera siempre presente aunque sin tanta ironía, sin miedos de mostrarse desnudo emocionalmente ni de entonar las melodías más preciosas. En fin, no hay mucho más que agregar. Simplemente un puñado de canciones perfectas a cargo de uno los tipos más talentosos que ha escupido el mundo del Rock en general.
-F “I-III” (1994)
El nombre del grupo es una letra, el del disco dos números romanos. No es el más amigable de los comienzos. Si a eso le suman que dicho álbum contiene sólo tres temas que van de los doce a los casi diecinueve minutos de duración, entonces queda claro del todo que no se trata de gente que esté buscando un éxito inmediato ni nada que se le parezca. F fue un trío finlandés originalmente conocido (bueno, eso de conocido es un decir) como Funcunt que, luego de un par de demos, abreviaron su nombre, lanzaron un split con Bewitched, grabaron su único larga duración y se separaron sin dejar más rastros. ¿La música? Bien, pueden llamar a esto Metal Progresivo, si quieren pero, desde ya, si están pensando en Dream Theater o Queensrÿche se van a sentir gratamente decepcionados. El Mr. Bungle de “Disco Volante” sería una referencia más adecuada y aún así estamos lejos. Más aún si notan las fechas de edición de ambos discos. Hablamos de composiciones laberínticas, de desarrollos caóticos e impredecibles, plagadas de cambios de ritmo y climas delirantes, de guitarras que se disparan en cualquier dirección posible (riffs angulares, enfermizos rasgueos jazzeros, ruidos inverosímiles, frenéticas cabalgatas distorsionadas, desconcertantes arpegios y texturas psicodélicas, y así hasta el infinito), de teclados alucinógenos que cubren cada resquicio sonoro, de extrañas melodías diseñadas para generar las visiones más surrealistas jamás concebidas, de voces que suenan como los lamentos lejanos de oscuros monjes psicóticos invocando demonios lisérgicos. Sí, material enfermo, retorcido y difícil pero sumamente original y creativo. Les puedo asegurar que jamás escucharon algo así y eso sólo ya debería ser motivo para prestarles atención, qué tanto. El grado de imaginación, tortuosa intensidad y profunda musicalidad aquí desplegados resulta sencillamente abrumador. Si son de aquellos que aprecian las cosas deformes y bien hechas (con esto último me refiero a bien interpretadas, bien grabadas y presentadas de forma prolija y profesional), esto es material de escucha obligatoria.
-Neck “Should my fist eye” (2000)
Algunos de ustedes probablemente recuerden a Nek, aquel cantante romántico italiano obsesionado por Sting que, a fines de los noventas, nos contaba que “Laura se fue”. Bueno, esto no tiene nada que ver. Ahora bien, aquellos que disfruten del Mathcore y tengan la costumbre de indagar en los árboles genealógicos de las bandas, tal vez sepan que dos miembros de Car Bomb (aquella banda que debutó con el genial “Centralia” en 2007, editado por Relapse Records) solían formar parte de estos Neck. Y si no lo sabían, ahora lo saben. Ya en su debut homónimo de 1998, estos neoyorquinos demostraban un marcado gusto por combinar las excentricidades estilísticas de bandas como Faith No More y Mr. Bungle con un sonido agresivo y extremo, en algún lugar entre el Hardcore y el Metal. “Should my fist eye” profundiza esa línea y logra resultados tan personales como atractivos. Se nota que los tipos escucharon su buena dosis de Meshuggah y eso se traduce en ritmos y riffs que generan dolor de cabeza de sólo intentar seguirlos. También queda claro que los climas espesos y las guitarras gordas de un grupo como Neurosis tampoco les son ajenos, aunque dichos elementos estén presentados de forma diferente. Efectivamente, las raíces del grupo en el Hardcore más metálico son indisimulables y allí están los crudos alaridos, el groove violento y los machaques portentosos para demostrarlo. Lo que termina de dar sabor a esta ensalada de influencias es la parte experimental. Como dijimos antes, los mismos músicos admitían la fuerte influencia que las ex bandas de Mike Patton ejercían sobre ellos a la hora de componer y no seré yo quien los contradiga. Cambios de ritmo inesperados, cuidadísimos y abundantes pasajes melódicos (algunos inclusive adornados con teclados y guitarras limpias), combinaciones inusuales de estilos, atmósferas deformes bordeando un especie de surrealismo iracundo e inclusive arreglos cercanos al Noise y el Mathcore exponen la voluntad de Neck por no conformarse con los esquemas habituales dentro del Metal extremo. Tal vez la referencia más inmediata, a la hora de describir su sonido, sean sus conciudadanos Candiria, aunque aquí la cosa es mucho más compacta y enfocada (aún dentro de la locura generalizada) y no hay lugar para flirteos con el Hip-Hop ni el Reggae. Ideal para metaleros nerds.
-Cry Baby Cry “Jesus loves Stacy” (2002)
Infecciosas, coloridas, efervescentes. Tales son los adjetivos que resuenan en mi cabeza a la hora de describir las catorce (bueno, también hay dos juguetones tracks escondidos al final de la placa) canciones que componen el único registro discográfico de este cuarteto multigénero (dos chicas y dos chicos) oriundo de Washington D.C.. Con sus coros perfectos, sus delicados arreglos (chequeen esos teclados sesentosos) y sus preciosas melodías demuestran un profundo conocimiento y respeto por el Pop, mientras que las guitarras distorsionadas, los ritmos frenéticos, las letras de punzante inteligencia y los crudos alaridos los colocan, sin duda alguna, en la vereda del Punk. Pueden llamarlo Punk-Pop, siempre y cuando dicha categoría también se aplique a bandas como Pixies, Throwing Muses, Superchunk, Redd Kross y Bikini Kill. En efecto, Cry Baby Cry maneja a la perfección el fino arte de deformar las estructuras y desafiar los encasillamientos sin perder nunca de vista el gancho y la emoción de las canciones. Claro, formando parte de la escudería Dischord (garantía de calidad) es de esperar que algo de esa impronta enroscada del Post-Hardcore se cuele en los recovecos del disco, aunque sea de forma sutil. Tenemos, entonces, los riffs filosos, las densas texturas y las variantes dinámicas para que los nerds analicen con detenimiento. También tenemos los estribillos irresistibles y los momentos reposados para aquellos que buscan un encanto inmediato. Y todo viene con una energía urgente, visceral y contagiosa que invita (obliga, casi) a responder con todo el cuerpo. “Jesus loves Stacy” puede pasar de la alegría más soleada a la más sombría de las introspecciones y de allí a una violencia casi psicótica sin que ninguno de esos picos se haga demasiado pronunciado. Casi como la vida misma.
-Sex Positions “Sex positions” (2003)
Es una pena que la vida de Sex Positions haya sido tan corta. Tras diversas idas, venidas y cambios de formación, lo único que ha quedado como legado es este debut homónimo. Y no es que sea poco pero, si con sólo un disco lograron semejantes resultados (musicalmente hablando), imaginen lo que podrían haber logrado de haber desarrollado aún más su personal propuesta. Surgiendo de la disolución de The Dedication, quedan más que claros los lazos de Sex Positions con el Hardcore más rabioso y pasional pero eso no es, ni por asomo, todo. Sí, la impronta de bandas como Give Up The Ghost y The Hope Conspiracy está presente en las voces y la furia general que transmiten estas once canciones pero también hay lugar para otros elementos. Tenemos serias referencias a Black Flag (tanto en su estado más primitivo como en el más enroscado), al Noise-Rock y hasta pasajes de una soltura netamente Rockera, casi como unos Stooges sobrecargados de adrenalina y distorsión. Aunque, claro, probablemente el punto definitivo que separa las aguas aquí sea el empleo de elementos electrónicos a lo largo de toda la placa. Y no me refiero sólo a intros u ocasionales texturas adicionales. El quinteto va más allá de un flirteo superficial y se anima a plantear ideas que pueden recordar tanto a los experimentos de Refused en “The shape of Punk to come” como a las manipulaciones sonoras de los legendarios Mission Of Burma. Efectivamente, por momentos las intromisiones electrónicas se tornan inesperadas y despedazan y reordenan las estructuras de las canciones con resultados sorprendentes. Lo mejor, insisto, es que no se trata de un pastiche gratuito o a medio cocinar. De alguna forma, estos bostonianos se las arreglaron para que el disco fluya naturalmente, manteniendo una coherencia y una intensidad poco comunes en bandas así de experimentales. O sea, en el núcleo (je) mismo de la propuesta, esto sigue siendo Hardcore de la mejor cepa. Desde ya, es probable que los oyentes más conservadores del género estén en absoluto desacuerdo pero eso es problema de ellos. En lo que a mí respecta, cualquier banda que encare el Hardcore dejando de lado los imaginarios manuales de reglas está, ni más ni menos, reivindicando el verdadero espíritu del mismo.
-1.6 Band “The checkered pasts of all kings present” (2010)
¡Noventas, a mí! Ok, admito que los refritos de cualquier década suelen ser un auténtico bodrio pero no puedo con mi carga generacional. Vamos por partes. 1.6 Band fue un grupo oriundo de New Jersey que existió entre 1991 y 1993 y, en tan corto tiempo, se las arregló para dejar una marca indeleble en la escena Post-Hardcore (por así llamarla. Algunos de sus integrantes venían de los geniales Beyond, donde también militaran futuros miembros de Quicksand y 108) de su ciudad natal a base de un sonido epiléptico e histérico que probaría tener más de un lazo con lo que luego se conocería como Math-Rock. No por nada, de su disolución surgieron grupos tan destacados como The Crownhate Ruin o Die 116. En 2008 decidieron reformarse para presentarse en vivo junto a los también reunidos (e igualmente legendarios) Rorschach y, dos años después, aquí tenemos su primera entrega discográfica en mucho, mucho tiempo. Sí, se trata de un ep con sólo cuatro temas pero con eso basta para llenarme de entusiasmo y cautivarme cual colegiala. Si algún periodista alguna vez los definió como unos “Minutemen de muy, muy mal humor”, “The checkered past of all kings present” no hace más que confirmar que el traje no les queda grande. Sincopados ritmos de Funk angular propulsados con una energía avasallante, riffs serpenteantes, disonantes y laberínticos, voces declamativas e intensas pero con el grado justo de swing y melodía, y unas canciones cargadas de adrenalina e inteligencia en iguales y abundantes dosis. Vamos, suculento alimento para la mente y el espíritu y un inevitable disparador de las más disparatadas danzas. Si no los conocían, es una excelente oportunidad para hacerlo (también pueden chequear “Broke up”, el disco que compila en su totalidad el material registrado en sus años previos) y, en caso contrario, ya deberían estar disfrutando de esta maravilla. Por cierto, si visitan www.metastasisrecords.com (la página web del sello que edita el disco), podrán descargarlo de forma gratuita. No sé que más le pueden pedir a la vida, realmente.
-1349 “Demonoir” (2010)
No es la primera vez que pasa y, ciertamente, no será la última. Un grupo de Metal da un brusco timonazo en su propuesta, logra resultados excepcionales que trascienden los nichos genéricos, la prensa y los fans los defenestran por ello y el grupo en cuestión decide replegarse, retomar algo de su anterior sonido y administrar con cuentagotas los elementos experimentales. Tal es el caso con 1349. Luego del genial (y, evidentemente, incomprendido) “Revelations of the black flame”, donde el cuarteto se metía de cabeza a explorar texturas Industriales, ritmos lentos y climas psicodélicos, llega este “Demonoir”, anunciado de entrada como un regreso a las fuentes. Puesto así no suena muy auspicioso, dado que los trabajos previos de estos noruegos son prácticamente desechables en su totalidad, pero la cosa no es tan lineal. Sí, la mayoría de los temas recrean el viejo esquema de blast-beats vertiginosos, riffs técnicos y violencia al por mayor pero, a lo largo de toda la placa (de hecho, están ubicados entre tema y tema), hay lugar también para interludios ambientales que, sin duda alguna, guardan la impronta más abstracta (por llamarla de alguna manera) de su anterior placa. En ese sentido, se percibe también una mayor variedad en las voces y un cuidadoso trabajo de texturas debajo de las persistentes oleadas de agresión que hacen que “Demonoir” no sea una absoluta pérdida de tiempo. En fin, no puedo evitar compararlo con “Cause for conflict” de Kreator, aquel disco donde los alemanes intentaban reconciliar su marca registrada de Thrash histérico con la profundidad vanguardista de su antecesor, el magnífico “Renewal”, otro trabajo que no fue cabalmente apreciado en su momento. Para mi gusto, sin ser del todo un mal disco, “Demonoir” es un paso atrás, aunque es probable que los fans más radicales y conservadores se sientan más a gusto con él. Como siempre, será cuestión de que escuchen y saquen sus propias conclusiones.
-Altar Of Plagues “Tides” (2010)
Bueno, la cosa es simple. Luego de un prometedor álbum debut (“White tomb”, editado el año pasado), los irlandeses (si lo ven a Bono, lo escupen en la cara de mi parte, ¿sí?) de Altar Of Plagues regresan con este ep de sólo dos temas para seguir esparciendo su oscura visión del mundo y de la vida en general. Para aquellos que no estén familiarizados con su propuesta, digamos que se trata de esa combinación, tan en boga hoy en día, de rabioso Black Metal con la densidad y las texturas monolíticas del así llamado Post-Metal. O sea, el hijo bastardo que, inevitablemente, tendrían DakrThrone, Isis y Godflesh, por así decirlo. Como ya dijimos, se trata de dos canciones pero, entre las dos, suman más de treinta y cinco minutos, así que hay bastante para masticar aquí. El cuarteto se mantiene en forma, con sus murallas de oscura distorsión flanqueando todo, sus climas herrumbrosos y asfixiantes, sus pasajes de introspección nihilista aportando respiros (o algo así) y sus épicos desarrollos envolviéndonos en un agitado viaje por el fin de los tiempos. Sin pestañear pueden pasar de aceleradas cabalgatas por heladas montañas a aplastantes marchas sobre ruinas urbanas y de ahí a exploraciones místicas del costado más siniestro del alma humana. Todo con una cohesión envidiable y un ajustado sentido de la dinámica que evita que nos quedemos dormidos a los cinco minutos de arrancado el disco. Si andan necesitando una buena cucharada de energía negativa y emociones desagradables (en el buen sentido, si tal cosa es posible), Altar Of Plagues está listo para obligarlos a tragársela.
-At Half-Mast “Flight patterns” (2010)
Tres temas, doce minutos y toda la emoción que cabe en el alma. Una voz que grita no para asustarnos si no para expresar su dolor. No hay vergüenza en exponer estas heridas. Y no hace falta disfrazarse de Emo para conmover. Esto es Hardcore con la pasión al rojo vivo. Guiado por una energía inagotable que transforma la frustración en combustible. Y no piensen que se trata de material genérico o falto de ideas. Las guitarras dibujan vívidas imágenes con una gama de recursos que tira por la borda la idea de que el Hardcore es un género cuadrado o falto de variantes, la base rítmica mantiene la intensidad en alto sin perder de vista la sabia dosificación de subidas y bajadas, las canciones mismas se erigen como sólidas construcciones donde la emotividad, la furia y la inteligencia se dan la mano y se enfocan hasta clavarse directo en el corazón. Sí, aquí hay melodía pero ni por un segundo piensen en adolescentes tontuelos montando skates bajo el sol californiano. Tal vez la comparación más atinada sea con Shai Hulud y eso no es poco. Ambos comparten esa mezcla de empuje visceral, intrincada elaboración instrumental y el toque justo y necesario de preciosismo melódico. Pueden llamarlo Hardcore Progresivo, si quieren. Sin duda alguna, aquí hay suficiente material para que cualquier estudioso de la complejidad rockera se despache a gusto. Y lo mejor es que todo ese despliegue de inventiva y precisión está presentado en canciones urgentes y descarnadas, casi como si la potencia que llevan dentro estos tipos se llevara por delante las sutilezas y el virtuosismo. Insisto con el excelente nivel que está exponiendo el género en los últimos tiempos y At Half-Mast es buena prueba de ello.
-Bipol “Fritter away” (2010)
¿Será esta la auténtica rebelión de las máquinas? Se infiltran en nuestras neuronas a través de nuestros oídos y las van infectando, poco a poco, con corrosivos virus sonoros, hasta que de ellas sólo queda un lejano recuerdo. Andreas Brinkert (tal el verdadero nombre que se esconde detrás de Bipol) no tiene ni un rastro de piedad. Absorbió hasta la psicosis las lecciones de los popes más virulentos del Noise y la Música Industrial, las masticó hasta hacer sangrar sus encías y ahora (bueno, ya lo había hecho con su anterior placa, la muy recomendable “Ritual” de 2007) nos devuelve el resultado con saña homicida. Aquí no hay lugar para el más mínimo gesto de redención. Los ritmos mecanizados y latosos marcan un paso opresivo, nos trasladan a un mundo transformado en una enorme y ominosa fábrica de pesadillas. La marea incesante de texturas abrasivas nos ahoga bajo toneladas de óxido, hierros retorcidos y densas polvaredas metálicas. Las voces aúllan desde transistores descompuestos, casi ininteligibles pero claras en su mensaje de desesperación y asfixia. ¿Quieren material bailable? No me hagan reír. El cuerpo asiste paralizado y amordazado a esta tortura sónica y cualquier intento de su parte por liberarse sólo lleva a su inevitable aniquilación. ¿Quieren comparaciones? Imaginen un GreyMachine (sí, aquel monstruoso proyecto de Justin Broadrick junto a Aaron Turner y un par de desquiciados más) despojado de su costado metálico/rockero y aún así estarán lejos. ¿No lo entienden? No importan los géneros ni los rótulos. Ni siquiera importa la música. “Fritter away” es una experiencia extrasensorial, no sólo unos minutos de esparcimiento y gozo masoquista. Es mucho más que unos garabatos sobre un pentagrama, es un millón de agujas abriéndose paso entre nuestras entrañas, es un malestar tangible y adictivo. ¿Quieren variantes? Aquí sólo existe la noche que generan estas grises murallas de ruido. Y, sin embargo, les llevaría una vida entera terminar de analizar la profundidad de estas composiciones. ¿Quieren música extrema? ¿Música que genere sensaciones realmente extremas y no meras fábulas de cine clase B? Si la respuesta es afirmativa, no pierdan el tiempo. “Fritter away” los espera con los dientes apretados y la inquebrantable voluntad de testear sus límites hasta las últimas consecuencias.
-Deathbound “Non compos mentis” (2010)
No solo de Rotten Sound vive el fan del Grindcore Nasumero finlandés (¿el qué?), Deathbound ya lleva diez años pateándonos la sien con su cáustica reinterpretación de las enseñanzas de Napalm Death y Terrorizer. Hasta comparten baterista con sus mencionados compatriotas. “Non compos mentis” es el cuarto disco del ahora trío y no hay objeciones a la vista. La guitarra suena como una motosierra oxidada y no para de escupir esos riffs mugrientos (a veces más Crustys, a veces más Deathmetaleros) y gancheros, las bases repiquetean constantemente entre blast-beats, rebajes Hardcorosos y el necesario toque de groove brutalizado, y la voz chilla y gruñe contagiando un odio irrefrenable. Ok, no es nada nuevo pero está tan bien hecho que podemos dejar pasar ese detalle. Ni siquiera temen incluir esos flirteos con la melodía que la banda del desaparecido Mieszko Talarczyk nos hizo apreciar en sus mejores momentos. Por lo demás, aquí tenemos catorce temas en poco más de media hora, uno más violento que el otro, envueltos en un sonido excepcional e interpretados con un desarrollado instinto de cuándo sacar el pie del acelerador y cuando arremeter con toda la furia. Dinámica que le dicen. En fin, si “Napalm” (el reciente ep de Rotten Sound) los dejó con ganas de más, aquí está “Non compos mentis” para saciar su sed de puro y jodido Grindcore.
-Enduser “1/3” (2010)
Con ocho años de inquieta carrera y una pila así de discos bajo el brazo, Lynn Standafer (bajo el alias de Enduser) se ha ganado un lugar en el vasto universo del Drum And Bass a base de una personalidad tan marcada como esquizofrénica. “1/3” es un ep (¿alguien lleva la cuenta de cuántas placas lleva editada este señor? Porque yo ya me perdí) de cuatro temas que confirma las dotes creativas de este oriundo de Cincinnati, Ohio. Tenemos, entonces, dos reversiones de temas viejos y dos nuevas composiciones. El viaje arranca con “2/3”, uno de los nuevos, donde Standafer se las arregla para combinar evocadoras melodías Soul (sampleadas de “Sleeping satellites” de Tasmin Archer) con frenéticas bases Drum And Bass y una densa capa de sonidos bordeando lo Industrial, logrando un efecto de envolvente melancolía a pesar de la violencia rítmica del tema. La sigue la nueva versión de “Death vest” (aquí con el sufijo 09), donde las voces sampleadas de Lush (las chicas abanderadas del Shoegaze inglés de los noventas) se funden en una marcha entre mística y siniestra, con beats que van del reposo al ataque fracturado y abrasivas melodías que intercalan climas soñadores con una profunda desesperación. Llega luego el segundo estreno, “1/3”, y allí el contraste se vuelve mucho más pronunciado. Por un lado, tenemos delicadas melodías de teclado pero estas pronto se ven arrastradas a un infierno de ritmos contracturados, climas opresivos y texturas corrosivas. Bien vale aclarar que estamos hablando de un tipo que nombra a bandas como Godflesh, Swans, Skinny Puppy, Pig Destroyer, Napalm Death, Melvins y The Young Gods como influencias, entre otros, con lo cual queda claro que la intención aquí no es pasar un rato agradable en las pistas de baile. El cierre llega de la mano del remix de “Interruption 4” a cargo de Cardopusher, compañero de sello de Enduser. La virulencia rítmica da lugar a un paso más cadencioso, cercano al Dub pero el clima alucinógeno, tenso y casi pesadillesco se mantiene intacto. En un fin, es sólo un pequeño entremés pero bien vale la pena saborearlo si están en busca de emociones fuertes.
-Minus The Bear “Omni” (2010)
En nueve años de carrera y a fuerza de tenacidad, talento y voluntad de superarse, Minus The Bear arribó a un logro nada desdeñable: que se hable de ellos como entidad propia y no como “el nuevo grupo del tipo que tocaba la guitarra en Botch”. Claro, ayuda que la propuesta musical sea casi diametralmente opuesta a la de la ex banda de Dave Knudson y que, disco a disco, el quinteto afiance un poco más sus capacidades como compositores de perfectas canciones Pop. Por supuesto, tratándose de quien se trata tampoco esperarán material falto de sustancia musical. Knudson sigue demostrando por qué es uno de los guitarristas más destacados de las últimas generaciones, un consumado virtuoso que, sin embargo, pone sus talentos al servicio de las canciones y no al revés, un tipo capaz de concebir los riffs más intrincados y luego adornarlos con melodías tan preciosas que parecen venir de otro mundo. Pero no sólo de ex miembros de Botch está hecho Minus The Bear. Tan primordial como la guitarra resulta también la labor vocal de Jake Snider (también guitarrista, vale aclararlo), con su tono siempre reposado y enemigo de los excesos y un instinto melódico sencillamente envidiable. El truco en Minus The Bear siempre consistió en conjugar de forma natural y fluida el gancho inmediato y la sensibilidad del Pop con las complejidades instrumentales del Math-Rock y el Rock Progresivo y arreglos provenientes del costado más elegante de la Música Electrónica. Grandes músicos en la búsqueda constante de la canción perfecta, ni más ni menos. Este cuarto disco (sin contar ep’s, discos de remixes y cosas por el estilo) se presenta de entrada como el menos contracturado y epiléptico, en comparación con los anteriores y, al mismo tiempo, resulta ser su trabajo más profundo y complejo. Por un lado, sí, las melodías mantienen la riqueza de siempre y se ponen bien al frente, con un Snider pletórico de sensualidad y emotividad nerd, y los riffs y los ritmos suenan menos enroscados y angulares que antaño (un proceso que, de todas formas, se venía insinuando paulatinamente en los discos anteriores) pero cualquiera con un par de oídos podrá notar que el trabajo de texturas, armonías, contrapuntos y arreglos se tornó mucho más detallado y vasto, tremendamente imaginativo pero sin perder nunca el foco. Madurez, que le dicen. Y lo importante es que “Omni” viene con toda esa inventiva y ese inabarcable vuelo creativo en forma de canciones redondas, memorables, emotivas, tan aptas para tararear como para apreciar sus infinitos detalles, auriculares de por medio. No se lo pierdan.
-Ramesses “Take the curse” (2010)
Me da pena admitirlo pero hoy en día parece haber una sobrepoblación de bandas dedicadas a cubrir el espectro del Doom/Sludge/Post-Metal o cómo diantres quieran llamarlo. Ustedes se preguntarán qué hay de malo en eso, y debo decir que, en mi caso, cuando un género musical se llena de arribistas sin demasiado que aportar y todo empieza a oler a pura pose sin sustancia, comienzo a perder el interés en él. Ramesses no es una banda nueva (ya llevan siete años en esto) y, ciertamente, están por delante de los imitadores y de aquellos que sólo pueden atinar a repetir (sin demasiada gracia, vale aclarar) esquemas conocidos hasta el hartazgo. Vamos, dos de sus miembros cuentan con la experiencia de haber formado parte de los gigantescos Electric Wizard, eso ya debería colocarlos en otra categoría. Lo bueno es que, lejos de dormirse en sus laureles o apoyarse únicamente en su curriculum, el trío insiste en una búsqueda personal y creativa. El truco es simple y, sin embargo, no mucho grupos pueden realizarlo de forma correcta: componer buenas canciones (sí, canciones y no sólo riffs o desarrollos épicos), mantener siempre alto el nivel de intensidad y no quedarse demasiado en ningún lugar específico. Pueden rompernos el corazón con melodías a la Crowbar o aplastarnos con guturales letanías a la Disembowelment, obligarnos a confrontar nuestros demonios internos como Neurosis, hacernos mover la patita como Cathedral, pintar oscuras catedrales como My Dying Bride (sin los teclados, muchas gracias), llenarnos de odio nihilista como Eyehategod, confundirnos y enfermarnos como Khanate, llevarnos de paseo por las más densas alucinaciones como Sleep, jugar con otros géneros como Unearthly Trance o, simplemente, hundirnos en un infierno sórdido y monolítico que lleva su marca registrada. Hasta se permiten alguna que otra acelerada de pura cepa Blackmetalera que no hace más que acentuar el clima maligno de la placa. Sí, en definitiva todo se reduce en los dedos de Tony Iommi pero, a esta altura, no nos vamos a quejar por eso. En cualquier caso, “Take the curse” demuestra que, aún en los géneros superpoblados, se puede encontrar material de calidad.
-Sabertooth Zombie “Human performance” (2010)
Si hay un adjetivo que le cae como anillo al dedo a este quinteto californiano es el de raros. Con un corazón firmemente anclado en la tradición más cruda y politizada del Hardcore, no temen irse por las ramas y experimentar con cuanto género musical se les cruce. Pueden adoptar los machaques y la pirotecnia guitarrística del Thrash y sin embargo nunca caen en el mero revival ochentoso. Pueden pasearnos por densos riffs Sabbáthicos sin necesidad de adoptar el tono épico del Doom ni la pose chauvinista del Stoner y sin sonar necesariamente a Sludge. Pueden adornar sus punzantes diatribas con marcados elementos psicodélicos pero aquí no hay lugar para devaneos drogones ni zapadas sin sentido. “Human performance” es el flamante ep de sólo dos temas con el que Sabertooth Zombie continúa el camino de aquel genial “...And Your Fathers Are Dead In The Ground” del año pasado. Y sólo con eso queda más que claro que estamos en presencia de un grupo con identidad propia. Ok, las voces rasposas, el nervio netamente rockero y las estructuras impredecibles pueden recordar lejanamente a Fucked Up pero se trata sólo de una mínima referencia como para ubicarnos. Su propio sello discográfico los promociona recomendándolos para fans de Electric Wizard, Metallica y Black Flag, eso ya debería darles una idea de por dónde vienen los tiros. No los pierdan de vista, nunca se sabe con qué van a salir en el futuro.
-Walter Schreifels “An open letter to the scene” (2010)
Este tipo de comparaciones por lo general no funciona pero, en mi mente, Walter Schreifels siempre fue algo así como el equivalente neoyorquino de Ian MacKaye, al menos en términos estrictamente musicales. Ayudó a fundar la escena Straight Edge en dicha ciudad en su paso por Youth Of Today y Project X y luego llevó ese sonido hacia la estratósfera con los geniales Gorilla Biscuits. Pasada la fiebre Hardcore, colaboró con CIV (una banda de talante melódico conformada por algunos de sus ex compañeros en Gorilla Biscuits), tuvo un breve proyecto llamado Moondog y fundó Quicksand, una de las bandas más relevantes e influyentes del Post-Hardcore (si así podemos llamara a la personal cruza de emoción, ruido, riffs contundentes, inteligencia y melodía practicada por el cuarteto) de los noventas. Gracias a discos imprescindibles como “Slip” (1993) y “Manic compression” (1995), Quicksand elevó la figura de Schreifels a la altura de visionario y, con esa experiencia bajo el brazo, fundó el sello independiente Some Records, donde editó a bandas sumamente recomendables como Hot Water Music, Errortype: 11 y Beyond, entre otras. Luego vino el turno de Rival Schools, donde nuestro hombre tomó lo aprendido en Quicksand y lo trasladó a terrenos aún más accesibles con resultados impecables. En 2003 sale al ruedo al frente de Walking Concert, con un sonido definitivamente más cercano al Indie-Rock y el Pop, casi sin rastros de su herencia Hardcore pero aún así manteniendo siempre alto el nivel compositivo. Este grupo tampoco duro demasiado y, tras varios años de silencio (y reunión de Rival Schools mediante) el buen Walter nos entrega su primer trabajo como solista. En primer lugar, y como para despejar cualquier tipo de duda, aclaremos que se trata de un disco casi íntegramente acústico, siguiendo una clara (y saludable) tradición de cantautor de tono entre Folk y Pop. Sí, los días de las bermudas y el mosh están cada vez más lejos pero aún así Walter los recuerda con dos geniales covers, “Don’t gotta prove it” de los mencionados CIV (aunque el tema fue compuesto por el mismo Schreifels) y “Sucker city” de los rudos Agnostic Front, en una versión que dejará boquiabiertos (en el buen y en el mal sentido, según cómo lo vean) a los fans de Roger Miret y compañía. Fuera de eso, lo que aquí tenemos son diez canciones guiadas por las magníficas melodías vocales de Schreifels, siempre emotivas y memorables pero alejadas de cualquier tipo de histrionismo innecesario, montadas en ritmos cadenciosos que invitan a mover la cabecita y adornadas por rasgueos tan sencillos como efectivos. El tono de las composiciones alterna entre la melancolía y una alegría siempre medida y reflexiva, con la impronta noventera siempre presente aunque sin tanta ironía, sin miedos de mostrarse desnudo emocionalmente ni de entonar las melodías más preciosas. En fin, no hay mucho más que agregar. Simplemente un puñado de canciones perfectas a cargo de uno los tipos más talentosos que ha escupido el mundo del Rock en general.