Por Fernando Suarez.
-Crust “Crusty love” (1994)
Tengo frío y miedo y esos jóvenes no se ven buenas personas. ¿Escuchan esas voces? No sé de dónde vienen pero me incitan a hacer cosas horribles. Me siento sucio de sólo pensar en ello. Métanse en este viaje si tienen coraje pero sepan que se trata de algo peligroso. No por nada Crust contaba con el aval de King Coffey de Butthole Surfers, que los editó en su propio sello discográfico, Trance Syndicate Records. Y sí, algo de esa psicosis corrosiva y alucinógena (en especial en lo que hace a voces deformadas por diversos efectos) van a encontrar en este, su segundo y último disco. Pero eso no es todo. Los bajos podridos y amorfos, los aplastantes ritmos mecánicos y los climas asfixiantes pueden traer a la mente los momentos más abrasivos de Swans o Godflesh. Las voces salvajes y desquiciadas, los riffs simples y disonantes y la visión absolutamente degenerada del Blues y el Jazz rescatan las enseñanzas de Killdozer y The Jesus Lizard. Las percusiones latosas, la marea de samples y cintas desencajadas y la inquietante sensación de libertad (más bien libertinaje) sónica evocan los fantasmas de Einstürzende Neubauten, Foetus y Cop Shoot Cop. Ahora bien, tomen todos esos elementos y fúndanlos en quince sólidas y compactas erupciones sonoras pletóricas de ideas malignas y una imaginación afiebrada y deforme, especialmente diseñadas para generar sensaciones incómodas. De alguna forma, Crust se las arreglaba para encapsular el linaje más extremo y revulsivo del Noise-Rock y la Música Industrial, dándole su propia y enfermiza vuelta de tuerca. Esto no es material para oídos delicados pero tampoco para trogloditas abanderados del conservadurismo rockero. Esto es música sumamente pesada y extrema, aún sin tener nada que ver con la solemnidad acartonada y caricaturesca del Metal y la mayoría de los géneros comúnmente asociados a esas palabras. Para todos aquellos interesados en el amplio espectro del Noise-Rock, “Crusty love” (así como su antecesor, el aún más ruidoso “Crust”) debería ser una parada obligatoria.
-Demolition Hammer “Time bomb” (1994)
Aquellos que ronden los treinta años de edad tal vez recuerden aquella época (a groso modo, entre 1992 y 1996) en que muchos músicos provenientes del Thrash y el Death Metal tradicionales probaban (ya sea por motivos marketineros o por auténticas inquietudes artísticas) nuevas formas, más acordes a los tiempos que corrían, con las que presentar su innata agresión musical. Pilares del Thrash como Anthrax, Sepultura, Kreator o Coroner entregaron auténticas obras maestras (“The sound of white noise”, “Chaos A.D.”, “Renewal”, “Grin”) bajando la velocidad y el desenfreno, y exhibiendo una madurez y una profundidad musical tan inédita como refrescante. Otros, como Laaz Rockit, Wrathchild America o Death Angel, iban un paso más allá y se rebautizaban (como Gack, Souls At Zero y The Organization, respectivamente) como para dejar en claro su total adhesión a sonidos y estéticas propias de los noventas. En terrenos extremos la cosa no era diferente. Napalm Death proponía una versión más lenta, opresiva y controlada del Grindcore en el genial “Fear, emptiness, despair” (que abriría la puerta a su etapa más groovera, la más defenestrada por sus seguidores más conservadores, claro), Entombed inventaba el Death N’ Roll a puro gancho y groove brutalizado (y, como corresponde, sería seguido en sus pasos por Dismember y Grave, sus eternos y más aventajados alumnos), Carcass y Edge Of Sanity recuperaban la melodía del Metal clásico y daban a luz el Death melódico que luego otros como At The Gates, In Flames o Dark Tranquillity terminarían de delinear, mientras que grupos como Morgoth, Disharmonic Orchestra, Xysma o Carbonized se ocupaban de arrastrar al Death a terrenos aún más exóticos de experimentación y vanguardia, todos con resultados excepcionales, bien vale aclararlo. Hasta próceres metálicos como Rob Halford (primero en Fight, después en Two) y Bruce Dickinson (en su disco “Skunkworks”) tuvieron su breve romance con diversos modismos noventosos. En ese contexto, Demolition Hammer llegaba a su tercer larga duración, luego de dos trabajos que dejaban en claro su amor por los híbridos más virulentos entre el Thrash y el Death de mediados y fines de los ochentas, Kreator a la cabeza. Ya desde el sobrio arte de tapa, “Time bomb” indica un claro viraje a nuevos terrenos. Tras una breve intro, el groove seco y entrecortado de “Under the table” se abre paso a pura distorsión y los ochentas dicen adiós para siempre. ¿Les suena Helmet? ¿Qué tal algo de Fudge Tunnel? Bien, ahora imagínenlos fundidos y pasados por un filtro de agresión y voces Deathmetaleras, tal es la fórmula con la que Demolition Hammer refrescó su propuesta y se metió de cabeza en los noventas. Algunos pensarán que ese mismo esquema ya lo escucharon en “Chaos A.D.” de Sepultura pero aquí hay claras diferencias con lo hecho por los cariocas. En primer lugar, no hay ni rastros de percusión tribal, los ritmos manejan esa contundencia casi mecánica y austera heredada de los mencionados Helmet. Por otro lado, los riffs, aún privilegiando el gancho y el groove, cuentan todavía con un grado de elaboración que los aleja del típico minimalismo Sepulturero. No faltan, claro, los rebajes opresivos, los ocasionales samples, los sonidos disonantes y hasta ciertos machaques Thrashers readaptados al latir rítmico de la década. El sonido es claro y potente, las guitarras suenan afiladísimas y compactas, el bajo golpea con cuerdas que parecen cables de alta tensión, las voces rugen y chillan con la necesaria cuota de distorsión y la batería obliga a acompañar cada golpe con el cuerpo entero. Vamos, Metal noventero de pura cepa, tan apto para el baile como para el headbanging, violento sin ser acartonado y adusto sin pasarse de solemne. Hasta hay lugar para una versión del “Mongoloid” de Devo, en clave de densidad rabiosa y envolvente, algo que hubiera resultado impensable en los años de las tachas y los chupines. En fin, es probable que con los eternos ciclos rockeros, el Metal de los noventas cuente con su correspondiente revival y, en tal caso, siempre conviene estar preparados. Tal vez en ese entonces “Time bomb” reciba el reconocimiento que se merece.
-Instant Girl “Post-Coital” (1996)
Cuando el fuego interno arde con semejante intensidad no hacen falta demasiados artilugios para expresarse. No hay necesidad de grandes producciones o intrincadas elucubraciones compositivas para exhibir un alma eternamente en llamas. Las chicas de Instant Girl ya habían probado en eso en su anterior banda, Spitboy, uno de los mejores, más personales e intensos representantes del Punk en los noventas. Aquí deciden entregarse de forma aún más despojada, desnudando sus heridas, sus anhelos y sus reclamos con una vehemencia que hiela la sangre. Once temas en veinte minutos, una batería que privilegia la fuerza antes que la sutileza, una guitarra que raspa con cuerdas desprolijas pero certeras, un bajo que envuelve todo con primitivos latidos que se sienten en el estómago y unas voces que sangran y nos gritan en la cara sin ningún tipo de pose o artificio. Canciones simples, breves, casi esqueléticas en su concepción musical pero cargadas de una pasión capaz de aplastar al más rudo, envueltas en un sonido (cortesía de Steve Albini) crudo, natural y sumamente físico. Sí, aquí hay algo del minimalismo y las disonancias de grupos como Wire o The Fall, pero despojados de cualquier atisbo de distante frialdad arty. Y allí entran en escena los espíritus de gente como Black Flag o Minutemen, reinterpretando la economía de recursos como una política nacida en estas entrañas en ebullición. Vamos, puro Punk-Rock, visceral, urgente y con el grado justo de inteligencia como para no caer en la mera masturbación estética o en la pavada adolescente. Música que hace hervir la sangre, obliga al cuerpo a moverse en espasmos eléctricos y despierta las neuronas con fuertes sacudidas. Tan necesaria como el puto aire que respiramos.
-Turmoil “From bleeding hands” (1996)
En 1996, términos como Mathcore y Noise-Core todavía no eran moneda corriente dentro de los círculos extremos. Incluso hablar de Metalcore no suponía un lugar común y, ciertamente, dicho apelativo (en la época empleado para definir las propuestas de grupos como Integrity, Pro-Pain, Strife o Earth Crisis, por ejemplo) poco y nada tenía que ver con sumarle breakdowns al Death Melódico que recién empezaba a asomar la cabeza. Desde las entrañas del underground, una importante camada de bandas provenientes del Hardcore se acercaban al Metal extremo con una visión madura y casi vanguardista que definiría gran parte de lo que se escucharía en la década siguiente. Nombres como Deadguy, Rorschach, Bloodlet, Unbroken, Converge, 108, Snapcase, Mean Season, Coalesce, Mind Over Matter o Cast Iron Hike (entre tantos otros) llegaban con propuestas frescas e innovadoras, que probarían ser sumamente influyentes en la concepción de una nueva forma de encarar el Metal. En ese contexto, Turmoil se abría paso con un disco debut tan rabioso como sorprendente. La raíz de su sonido estaba en el perfecto matrimonio entre crudeza Hardcore y precisión metálica, pero su afiebrada imaginación llevaba dicha mezcla a terrenos, por ese entonces, vírgenes. Tenemos alaridos desgarrados, tenemos algo de groove Helmetoso y guitarras machacantes, y tenemos, claro que sí, las correspondientes aceleradas rítmicas. Pero también hay ritmos trabados, abundancia de riffs disonantes y enroscados, estructuras que manejan extravagantes conceptos sobre dinámica y tensión, complejas progresiones de acordes y una inteligencia compositiva que, no obstante, nunca se interpone con la intensidad salvaje de las canciones. Turmoil dejaba de lado la típica pose de muchachotes rudos, tatuados y pendencieros y la reemplazaba por atmósferas de asfixiante psicosis y estallidos de pura descarga emocional que parecían más inspirados en los últimos años de Black Flag que en los primeros de Agnostic Front. Aún hoy en día, un disco como “From bleeding hands” escapa a la facilista descripción de Mathcore, aunque tal vez sea el terreno que más se le acerque. Lo importante es que se trata de un trabajo capaz de competir con cualquier disco actual y sacarle unas cuantas cabezas de distancia, sin que siquiera notemos que fue editado hace catorce años. Otra pieza imprescindible del gran rompecabezas musical de los noventas.
-Less Than Jake “Borders & boundaries” (2000)
Por decirlo de forma amable, el Ska nunca llegó a atraparme del todo, ni siquiera en sus múltiples acercamientos al Punk y el Hardcore. Desde ya, puesto a elegir, me siento más afín a bandas como Operation Ivy, The Mighty Mighty Bosstones o The Suicide Machines (aunque a estos últimos los prefiero en la faceta Punk-Popera que exhibieran en su disco homónimo del año 2000) que a clásicos como The Specials o Madness. Less Than Jake surgió de aquella explosión Ska-Punk de mediados de los noventas y, por algún extraño motivo, fue la única banda de dicha camada que realmente logró conmoverme. Probablemente se deba al hecho de que se trataba, en definitiva, de un grupo de Hardcore/Punk melódico con condimentos de Ska y no a la inversa. Pero claro, eso sólo no basta. Efectivamente, estos floridenses reducían al mínimo los típicos rasgueos saltarines del Ska y lograban una combinación única de riffs Punks y arreglos provistos por la sección de vientos. Aún así, el punto de inflexión estaba en las canciones mismas. Hay algo en estas melodías que toca una fibra sensible en mí. De hecho, el quinteto logra una irresistible síntesis de emoción y frescura, en todo momento asoma un cierto aire melancólico que es inevitablemente barrido por luminosas ráfagas de energía. Algo así como ensayar nuestras sonrisas más burlonas frente a las tragedias cotidianas. Y con temas tan redondos, potentes y gancheros como “Bad scene and a Basement show” (casi un Bad Religion más volcado a los sentimientos que a la política), “Gainsville Rock City” (un auténtico himno de homenaje a su relación de amor/odio con su ciudad natal), “Is this thing on?” (un tema para saltar y conmoverse al mismo tiempo), “Last hour of the last day of work” (otro excelente ejemplo de pura emoción sin depresión), “Magnetic north” (saña Punk y entrañable autodesprecio adornado por exquisitos vientos), “Malt liquor tastes better when you’ve got problems” (un perfecto retrato de vacío urbano), “Suburban myth” (el único tema donde el Ska se hace evidente por un rato), “Bigger picture” (Punk acelerado, con melodías geniales y un punzante sentido del humor) o el magnífico “Look what happened” (el punto más alto de emotividad del disco y una canción sencillamente perfecta), el resultado es más que impecable. Más allá de géneros y posturas rígidas (la acusación, a esta altura absurda, de vendidos alguna vez sobrevoló la carrera de Less Than Jake), lo que cuentan son las buenas canciones. Si las prefieren con una suculenta ración de excelentes melodías y buena onda (si son de esos que sólo conciben el Rock como una experiencia solemne y acartonada, sigan de largo), “Borders & boundaries” no puede faltar en su mesa.
-Bear Vs. Shark “Terrorhawk” (2005)
Suena un poco cruel decirlo así, pero es bueno (o, al menos, lo sería) que los grupos de Rock se disuelvan en su punto más alto, que sepan reconocer cuando una obra es sencillamente insuperable y mantengan ese legado libre de manchas. Por supuesto, eso casi nunca sucede y, en cualquier caso, determinar semejantes cuestiones es una tarea absolutamente subjetiva. Bear Vs. Shark dejó de existir un tiempo después de editar esta obra maestra del Post-Hardcore contemporáneo llamada “Terrorhawk”. Nunca sabremos si hubiesen sido capaces de superarla pero, honestamente, lo veo poco factible. Quince temas perfectos, energéticos, inteligentes y emotivos. La epilepsia melódica de “Catamaran”, los riffs intrincados y ritmos trabados de “5, 6 kids”, la breve catarsis desenfrenada de “Six bar phrase hey hey”, la cadencia entre épica y marítima de “The great dinosaurs with the fifties section” (un excelso trabajo de dinámicas y texturas con el buen gusto al mando), el clima de melancólica borrachera (piano y vientos incluidos) de “Baraga embankment”, la danza contracturada, los sutiles arreglos, la pared de guitarras, las idas y venidas y las viscerales melodías de “Entrance of the elected”, la combinación de agresión, complejidad instrumental y sentidas melodías de “Seven stop hold restart”, la reflexión noctámbula, al mismo tiempo delicada y desgarrada, de “What a horrible night for a curse”, el efervescente desparpajo Fugaziesco de “Out loud hey hey”, el ruidoso interludio de “India foot”, el equilibrio entre esquizofrenia y emotividad de “Antwan”, los arpegios soñadores, los acoples y la tensión contemplativa de “I fucked your dad”, la marcha frenética atravesada por histriónicos rebajes declamatorios de “Heard Iron Bug, They’re coming to town”, la sobria elegancia casi Progresiva (esos teclados) de “Song about old Roller coaster” (un viaje musical con la emoción a flor de piel y la imaginación en un millón), y el final a puro Punk frenético y conmovedor de “Rich people say fuck yeah hey hey” muestran a un grupo al tope de sus capacidades expresivas, poniendo toda la carne al asador en términos de creatividad y sentimiento. Cada detalle está cuidado al máximo, las composiciones están trabajadas de forma exhaustiva pero siempre guiadas por un corazón que late desenfrenado y urgente. Si, a esta altura, aún es posible creer que el Rock sea capaz de engendrar auténticas obras de arte, “Terrorhawk”, sin ningún lugar a dudas, debería contarse como tal.
-Bucket Full Of Teeth “IV” (2005)
Brad Wallace tiene sus credenciales underground al día. Fue miembro de los legendarios Orchid (banda pionera en eso de combinar Screamo, Noise, Grindcore y letras de alto contenido político/filosófico/intelectual) y, hasta el día de hoy, pone su talento al servicio del mejor Post-Hardcore en Transistor Transistor. En medio de sus actividades principales se hizo lugar para el proyecto que nos ocupa, con la clara intención de dar rienda suelta a sus gustos más extremos y caóticos. “IV” es el disco póstumo (precedido, obviamente, por “I”, “II” y “III”, todos reeditados en forma conjunta) y, con doce temas apiñados en poco más de dieciséis minutos, las pautas deberían comenzar a aclararse. Eso, hasta que la música empieza a sonar y descubrimos a nuestras neuronas corriendo a toda velocidad para tratar de no perderle el paso a esta vertiginosa mini sinfonía de violencia y confusión. Cualquier cosa puede suceder aquí. Una erupción de graves adornada por samples lejanos estalla súbitamente en un blast-beat y un grito, interrumpidos por guitarras espaciales y de vuelta al blast. Se interpone un riff enroscado a la Converge, una guitarra embarrada le sigue en tono de Thrash epiléptico, un silencio y el machaque se acerca al Sludge, finalizando abruptamente. Ruiditos histéricos dan paso a un punteo casi épico que se deshace en un arranque de vértigo Grind-Noise, el ritmo vuelve a arrastrarse por el pantano, se cuela una guitarra limpia, unos segundos más de Sludge y un final a toda velocidad. Y sólo vamos por el cuarto tema. Haciéndolo fácil, podría decir que Bucket Full Of Teeth es algo así como un Naed City en versión Powerviolence o un Fantômas en pleno ataque de pánico claustrofóbico. Estallidos breves, estructuras laberínticas y absolutamente impredecibles (no hay pausas entre tema y tema), bajo y guitarras al borde del colapso ruidoso, alaridos de todo tipo y color y un sinfín de ideas puestas al servicio de la catarsis más violenta. A lo largo de la placa es posible toparnos con referencias a diversos géneros extremos (Grindcore, Noise, Post-Rock, Sludge, Mathcore, Thrash, Powerviolence, Death) todos fundidos de tal forma que crean una unidad tan sólida como enfermiza. Es un viaje agitado y sumamente exhaustivo, que puede atraer tanto a los amantes del Hardcore y el Metal más extremo e histérico como a aquellos interesados en las corrientes más corrosivas de vanguardia. Sólo se necesita una mente abierta y despierta, y una alta resistencia a las golpizas sonoras.
-Most Precious Blood “Merciless” (2005)
Como buenos veteranos que son en la materia, los muchachos (y una muchacha) de Most Precious Blood comprendieron que la mejor forma de hacer honor al espíritu del Hardcore es permitirse romper algunas de sus propias reglas y esquivar la mera repetición de fórmulas que no harían más que diluir la energía visceral y salvaje que intentan transmitir. Esto no significa que estos vecinos de Biohazard se hayan pasado al Post-Hardcore (que tampoco hay nada de malo en eso, claro) o a terrenos de absoluta experimentación vanguardista, si no que encontraron un equilibrio, una forma de lavarle la cara a su marca registrada de Hardcore metálico Made in New York (que ya venían perfeccionando en su anterior encarnación, Indecision) con la incorporación de elementos musicales que los más cerrados y ortodoxos predicadores de las bermudas y los tatuajes probablemente consideren como puras herejías. El vocalista Rob Fusco (ex One King Down) ruge con una potencia sísmica pero también se permite pasajes de tensión y hasta de una emotividad quebradiza y desesperada, mientras que las guitarras de Justin Brannan y Rachel Rosen se mueven sin problemas entre riffs vertiginosos y certeros, arreglos disonantes, progresiones casi Sabbatheras, breakdowns machacantes, cuidadas texturas y oscuras melodías de tono casi épico que no desentonarían en bandas como Neurosis o Isis. A eso, súmenle el excepcional trabajo de Colin Waldo tras los parches (con una energía inhumana y una imaginación que le devuelve la vida aún a los momentos más convencionales y toscos del disco) y la marcada utilización de samples que le aportan una profundidad casi cinematográfica a las composiciones. Todo envuelto en un sonido masivo, claro y arrasador, que permite apreciar cada detalle al tiempo que hace hervir la sangre. En una época plagada de Metalcore de tercera línea, “Merciless” se las ingenió para destacarse y conmover a fuerza de intensidad y buenas ideas. Esperemos que “Do not resucitate”, el flamante (y próximo a ser editado) disco de Most Precious Blood mantenga el nivel.
-Gorelord “Norwegian chainsaw massacre” (2006)
Que el Death Metal y el cine Gore siempre tuvieron una estrecha relación no es ninguna novedad. Si encima tomamos en consideración que Frediablo (el noruego hombre orquesta detrás de Gorelord) fue alguna vez miembro de los legendarios Necrophagia (sí, la misma banda donde Phill Anselmo alguna vez tocara la guitarra), entonces la cosa puede parecer hasta obvia. Ahora bien, si a eso le sumamos algún que otro sample, intros terroríficas, baterías programadas y abundancia de graves, entonces seguramente el nombre Mortician aparecerá en escena. La sutil diferencia es que en el sórdido universo de Gorelord la palabra clave es groove. Efectivamente, con sus riffs simples y gancheros (muchos de ellos de pura cepa Celticfrostera), estas canciones son más aptas para mover la patita que para desnucarse en vertiginoso headbanging. De hecho, si están familiarizados con la propuesta de Mortician, tendrán presentes esos riffs cadenciosos que dan la sensación de pisar espesos charcos de sangre. Pero Frediablo no se queda allí. Sin ningún tipo de temor al qué dirán, confiesa su amor por Korn y se mete en pasajes que suenan claramente a Nü-Metal. Claro, sin traumas adolescentes y adornado con sus correspondientes voces de monstruo y baldazos de sangre artificial, pero Nü-Metal al fin y al cabo. Y les puedo asegurar que el resultado es tan personal como efectivo. Los más conservadores podrán poner el grito en el cielo, pero si la idea es traducir al Metal extremo las visiones del más sangriento cine de terror (chequeen la tenebrosa “The final cut”, que cierra el disco con casi trece minutos de pura ambientación macabra), entonces Gorelord se sube al podio y recibe medallas con todos los honores.
-Dÿse ”Lieder sind brüder der revolution” (2009)
Suele suceder. Llega fin de año y uno, como buen nerd que es, comienza a confeccionar su lista de mejores discos, la depura, la ordena y, cuando la tarea está finalizada y archivada, aparece algún disco que se nos había escapado y que cuenta con méritos más que suficientes para ocupar un lugar destacado en dicha lista. Así me sucedió con este segundo larga duración del dúo alemán conocido como Dÿse. Y lo peor (o mejor) es que ni siquiera sé por dónde empezar a describir su delirante propuesta. La referencia más inmediata sería, a mí parecer, el Refused de “The shape of Punk to come”, lo que no es poco. No es sólo que las voces más violentas recuerden notablemente a los alaridos de Dennis Lyxzén, estos germanos parecen haber absorbido esa combinación entre el costado más agresivo del Hardcore (ese que no teme codearse con el Metal), la intelectualidad del Post-Hardcore y la clara vocación de experimentar sin ningún tipo de limitaciones genéricas, apropiándose de ella y reinterpretándola a través de su propia y personal óptica. Por un lado, donde la entrega de Refused estaba signada por la seriedad radical de sus postulados políticos, Dÿse se permite aflojar un poco la tensión, abriendo la puerta a cierto retorcido sentido del humor que, no obstante, no le resta profundidad ni potencia al resultado final. De allí se desprende otro punto de diferenciación, en la forma de un eclecticismo aún más marcado y difícil de categorizar. Si lo piensan como una secuela del mencionado “The shape of Punk to come” ideada por un Mike Patton alemán, no estarán tan mal rumbeados. Efectivamente, el arsenal de riffs enroscados, gritos declamatorios y bases frenéticas se encuentra adornado por inesperados arreglos que van desde voces robóticas hasta juguetones Blast-beats, pasando por secciones a capella, instrumentos de viento, percusiones tribales, ruidos electrónicos, pasajes de tenebrosa oscuridad y muchos más como para mencionarlos a todos aquí. Todo esto enmarcado en composiciones que logran ser caóticas e impredecibles sin por ello perder contundencia. En fin, las listas de fin de año poco importan ante tanta excelente música contenida en este genial “Lieder sind brüder der revolution”. Si buscaban un disco energético, inteligente y absolutamente inclasificable, no lo pueden dejar pasar.
-Roger Joseph Manning Jr. “Catnip dynamite” (2009)
Existe un lugar común (por lo general extendido en los círculos que componen el Rock más pesado y/o extremo) que considera que aquella música que transmite alegría o regocijo (el Pop a la cabeza, claro) es de menor categoría que la que se centra en el lado oscuro de la existencia. Como buen lugar común, se trata de un argumento sin verdadera sustancia y se basa, esencialmente, en confundir alegría con superficialidad o en creer que sentimientos como el odio o la angustia son necesariamente más profundos que el amor o la felicidad. Y no es que de repente me haya vuelto Hippie, pero tampoco pretendo pasarme al otro extremo. En fin, aquellos familiarizados con lo hecho por Roger Joseph Manning Jr. en los noventas al frente de Jellyfish (en especial en el deslumbrante “Spilt milk”) sabrán que el tipo tiene un inmenso talento a la hora de construir grandiosas y complejas elucubraciones de sabor netamente Pop. Siguiendo esa línea, “Catnip dynamite” nos ofrece nueve canciones plagadas de melodías irresistibles, ideales para iluminar hasta el más ennegrecido de los ánimos. Y, como siempre, nuestro hombre no se conforma con poco, adornando cada composición con suntuosos coros (si aprecian los trabajos de los Beatles, Queen y los Beach Boys, aquí tendrán mucho para saborear), un vasto arsenal de teclados (desde delicados pianitos hasta opulentas excursiones de tinte Progresivo), guitarras (tanto distorsionadas como acústicas) siempre ubicadas y con el buen gusto como principal bandera e incursiones en diversos géneros musicales (Folk, Psicodelia, Hard-Rock, Soul, etcétera) siempre atravesadas por un gancho y una frescura inigualables y enmarcadas en estructuras de un vuelo creativo y una musicalidad rozando lo sinfónico. Si estaban necesitando un disco de puro Pop que no los avergüence frente a sus amigos metaleros, progresas y/o snobs, he aquí la solución.
-Roger Klug “More help for your nerves” (2009)
No sé mucho sobre Robert Klug. Sé que lleva unos cuantos años de carrera y que tiene su lugarcito asegurado en el submundo del Power-Pop, pero no mucho más. Y no importa. No cuando alguien es capaz de lograr un disco tan perfecto como este “More help for your nerves”. ¿Dije Power-Pop? Efectivamente, la propuesta se cimienta en preciosas líneas vocales montadas sobre guitarras potentes y ritmos energéticos y contagiosos. Pero, con diecisiete temas en menos de una hora, es de esperar no sólo que estos no sean demasiado extensos, si no que también cuenten con las suficientes variantes como para escaparle con gracia al aburrimiento. Riffs Punkys, contracturas Jazzeras, acelerados punteos Country, psicodélicos arpegios, brumas de sabor hindú, melancólicos rasgueos acústicos, elegantes pianos, solos de guitarra que van del minimalismo a la pirotecnia en un abrir y cerrar de ojos, teclados juguetones, complejos juegos corales, sentidos arreglos de cuerda, percusiones exóticas, deformidades psicodélicas, rastros de humor negro, intrincadas progresiones de acordes, abruptos cambios de clima y ritmo, y más recursos se dan cita con el sólo objetivo de enaltecer unas canciones sencillamente perfectas. Klug demuestra que es un músico completo, ya sea como compositor (poca gente puede conjugar gancho, personalidad, energía, emoción y vuelo creativo con semejante nivel) como en su rol de intérprete, despachándose con un trabajo de guitarras excepcional y unas líneas vocales que se marcan de forma indeleble en la memoria y el corazón. En fin, sigo sin saber demasiado sobre la vida de Roger Klug, pero la música contenida en “More help for your nerves” me dice lo suficiente como para querer conocerlo más.
-Crust “Crusty love” (1994)
Tengo frío y miedo y esos jóvenes no se ven buenas personas. ¿Escuchan esas voces? No sé de dónde vienen pero me incitan a hacer cosas horribles. Me siento sucio de sólo pensar en ello. Métanse en este viaje si tienen coraje pero sepan que se trata de algo peligroso. No por nada Crust contaba con el aval de King Coffey de Butthole Surfers, que los editó en su propio sello discográfico, Trance Syndicate Records. Y sí, algo de esa psicosis corrosiva y alucinógena (en especial en lo que hace a voces deformadas por diversos efectos) van a encontrar en este, su segundo y último disco. Pero eso no es todo. Los bajos podridos y amorfos, los aplastantes ritmos mecánicos y los climas asfixiantes pueden traer a la mente los momentos más abrasivos de Swans o Godflesh. Las voces salvajes y desquiciadas, los riffs simples y disonantes y la visión absolutamente degenerada del Blues y el Jazz rescatan las enseñanzas de Killdozer y The Jesus Lizard. Las percusiones latosas, la marea de samples y cintas desencajadas y la inquietante sensación de libertad (más bien libertinaje) sónica evocan los fantasmas de Einstürzende Neubauten, Foetus y Cop Shoot Cop. Ahora bien, tomen todos esos elementos y fúndanlos en quince sólidas y compactas erupciones sonoras pletóricas de ideas malignas y una imaginación afiebrada y deforme, especialmente diseñadas para generar sensaciones incómodas. De alguna forma, Crust se las arreglaba para encapsular el linaje más extremo y revulsivo del Noise-Rock y la Música Industrial, dándole su propia y enfermiza vuelta de tuerca. Esto no es material para oídos delicados pero tampoco para trogloditas abanderados del conservadurismo rockero. Esto es música sumamente pesada y extrema, aún sin tener nada que ver con la solemnidad acartonada y caricaturesca del Metal y la mayoría de los géneros comúnmente asociados a esas palabras. Para todos aquellos interesados en el amplio espectro del Noise-Rock, “Crusty love” (así como su antecesor, el aún más ruidoso “Crust”) debería ser una parada obligatoria.
-Demolition Hammer “Time bomb” (1994)
Aquellos que ronden los treinta años de edad tal vez recuerden aquella época (a groso modo, entre 1992 y 1996) en que muchos músicos provenientes del Thrash y el Death Metal tradicionales probaban (ya sea por motivos marketineros o por auténticas inquietudes artísticas) nuevas formas, más acordes a los tiempos que corrían, con las que presentar su innata agresión musical. Pilares del Thrash como Anthrax, Sepultura, Kreator o Coroner entregaron auténticas obras maestras (“The sound of white noise”, “Chaos A.D.”, “Renewal”, “Grin”) bajando la velocidad y el desenfreno, y exhibiendo una madurez y una profundidad musical tan inédita como refrescante. Otros, como Laaz Rockit, Wrathchild America o Death Angel, iban un paso más allá y se rebautizaban (como Gack, Souls At Zero y The Organization, respectivamente) como para dejar en claro su total adhesión a sonidos y estéticas propias de los noventas. En terrenos extremos la cosa no era diferente. Napalm Death proponía una versión más lenta, opresiva y controlada del Grindcore en el genial “Fear, emptiness, despair” (que abriría la puerta a su etapa más groovera, la más defenestrada por sus seguidores más conservadores, claro), Entombed inventaba el Death N’ Roll a puro gancho y groove brutalizado (y, como corresponde, sería seguido en sus pasos por Dismember y Grave, sus eternos y más aventajados alumnos), Carcass y Edge Of Sanity recuperaban la melodía del Metal clásico y daban a luz el Death melódico que luego otros como At The Gates, In Flames o Dark Tranquillity terminarían de delinear, mientras que grupos como Morgoth, Disharmonic Orchestra, Xysma o Carbonized se ocupaban de arrastrar al Death a terrenos aún más exóticos de experimentación y vanguardia, todos con resultados excepcionales, bien vale aclararlo. Hasta próceres metálicos como Rob Halford (primero en Fight, después en Two) y Bruce Dickinson (en su disco “Skunkworks”) tuvieron su breve romance con diversos modismos noventosos. En ese contexto, Demolition Hammer llegaba a su tercer larga duración, luego de dos trabajos que dejaban en claro su amor por los híbridos más virulentos entre el Thrash y el Death de mediados y fines de los ochentas, Kreator a la cabeza. Ya desde el sobrio arte de tapa, “Time bomb” indica un claro viraje a nuevos terrenos. Tras una breve intro, el groove seco y entrecortado de “Under the table” se abre paso a pura distorsión y los ochentas dicen adiós para siempre. ¿Les suena Helmet? ¿Qué tal algo de Fudge Tunnel? Bien, ahora imagínenlos fundidos y pasados por un filtro de agresión y voces Deathmetaleras, tal es la fórmula con la que Demolition Hammer refrescó su propuesta y se metió de cabeza en los noventas. Algunos pensarán que ese mismo esquema ya lo escucharon en “Chaos A.D.” de Sepultura pero aquí hay claras diferencias con lo hecho por los cariocas. En primer lugar, no hay ni rastros de percusión tribal, los ritmos manejan esa contundencia casi mecánica y austera heredada de los mencionados Helmet. Por otro lado, los riffs, aún privilegiando el gancho y el groove, cuentan todavía con un grado de elaboración que los aleja del típico minimalismo Sepulturero. No faltan, claro, los rebajes opresivos, los ocasionales samples, los sonidos disonantes y hasta ciertos machaques Thrashers readaptados al latir rítmico de la década. El sonido es claro y potente, las guitarras suenan afiladísimas y compactas, el bajo golpea con cuerdas que parecen cables de alta tensión, las voces rugen y chillan con la necesaria cuota de distorsión y la batería obliga a acompañar cada golpe con el cuerpo entero. Vamos, Metal noventero de pura cepa, tan apto para el baile como para el headbanging, violento sin ser acartonado y adusto sin pasarse de solemne. Hasta hay lugar para una versión del “Mongoloid” de Devo, en clave de densidad rabiosa y envolvente, algo que hubiera resultado impensable en los años de las tachas y los chupines. En fin, es probable que con los eternos ciclos rockeros, el Metal de los noventas cuente con su correspondiente revival y, en tal caso, siempre conviene estar preparados. Tal vez en ese entonces “Time bomb” reciba el reconocimiento que se merece.
-Instant Girl “Post-Coital” (1996)
Cuando el fuego interno arde con semejante intensidad no hacen falta demasiados artilugios para expresarse. No hay necesidad de grandes producciones o intrincadas elucubraciones compositivas para exhibir un alma eternamente en llamas. Las chicas de Instant Girl ya habían probado en eso en su anterior banda, Spitboy, uno de los mejores, más personales e intensos representantes del Punk en los noventas. Aquí deciden entregarse de forma aún más despojada, desnudando sus heridas, sus anhelos y sus reclamos con una vehemencia que hiela la sangre. Once temas en veinte minutos, una batería que privilegia la fuerza antes que la sutileza, una guitarra que raspa con cuerdas desprolijas pero certeras, un bajo que envuelve todo con primitivos latidos que se sienten en el estómago y unas voces que sangran y nos gritan en la cara sin ningún tipo de pose o artificio. Canciones simples, breves, casi esqueléticas en su concepción musical pero cargadas de una pasión capaz de aplastar al más rudo, envueltas en un sonido (cortesía de Steve Albini) crudo, natural y sumamente físico. Sí, aquí hay algo del minimalismo y las disonancias de grupos como Wire o The Fall, pero despojados de cualquier atisbo de distante frialdad arty. Y allí entran en escena los espíritus de gente como Black Flag o Minutemen, reinterpretando la economía de recursos como una política nacida en estas entrañas en ebullición. Vamos, puro Punk-Rock, visceral, urgente y con el grado justo de inteligencia como para no caer en la mera masturbación estética o en la pavada adolescente. Música que hace hervir la sangre, obliga al cuerpo a moverse en espasmos eléctricos y despierta las neuronas con fuertes sacudidas. Tan necesaria como el puto aire que respiramos.
-Turmoil “From bleeding hands” (1996)
En 1996, términos como Mathcore y Noise-Core todavía no eran moneda corriente dentro de los círculos extremos. Incluso hablar de Metalcore no suponía un lugar común y, ciertamente, dicho apelativo (en la época empleado para definir las propuestas de grupos como Integrity, Pro-Pain, Strife o Earth Crisis, por ejemplo) poco y nada tenía que ver con sumarle breakdowns al Death Melódico que recién empezaba a asomar la cabeza. Desde las entrañas del underground, una importante camada de bandas provenientes del Hardcore se acercaban al Metal extremo con una visión madura y casi vanguardista que definiría gran parte de lo que se escucharía en la década siguiente. Nombres como Deadguy, Rorschach, Bloodlet, Unbroken, Converge, 108, Snapcase, Mean Season, Coalesce, Mind Over Matter o Cast Iron Hike (entre tantos otros) llegaban con propuestas frescas e innovadoras, que probarían ser sumamente influyentes en la concepción de una nueva forma de encarar el Metal. En ese contexto, Turmoil se abría paso con un disco debut tan rabioso como sorprendente. La raíz de su sonido estaba en el perfecto matrimonio entre crudeza Hardcore y precisión metálica, pero su afiebrada imaginación llevaba dicha mezcla a terrenos, por ese entonces, vírgenes. Tenemos alaridos desgarrados, tenemos algo de groove Helmetoso y guitarras machacantes, y tenemos, claro que sí, las correspondientes aceleradas rítmicas. Pero también hay ritmos trabados, abundancia de riffs disonantes y enroscados, estructuras que manejan extravagantes conceptos sobre dinámica y tensión, complejas progresiones de acordes y una inteligencia compositiva que, no obstante, nunca se interpone con la intensidad salvaje de las canciones. Turmoil dejaba de lado la típica pose de muchachotes rudos, tatuados y pendencieros y la reemplazaba por atmósferas de asfixiante psicosis y estallidos de pura descarga emocional que parecían más inspirados en los últimos años de Black Flag que en los primeros de Agnostic Front. Aún hoy en día, un disco como “From bleeding hands” escapa a la facilista descripción de Mathcore, aunque tal vez sea el terreno que más se le acerque. Lo importante es que se trata de un trabajo capaz de competir con cualquier disco actual y sacarle unas cuantas cabezas de distancia, sin que siquiera notemos que fue editado hace catorce años. Otra pieza imprescindible del gran rompecabezas musical de los noventas.
-Less Than Jake “Borders & boundaries” (2000)
Por decirlo de forma amable, el Ska nunca llegó a atraparme del todo, ni siquiera en sus múltiples acercamientos al Punk y el Hardcore. Desde ya, puesto a elegir, me siento más afín a bandas como Operation Ivy, The Mighty Mighty Bosstones o The Suicide Machines (aunque a estos últimos los prefiero en la faceta Punk-Popera que exhibieran en su disco homónimo del año 2000) que a clásicos como The Specials o Madness. Less Than Jake surgió de aquella explosión Ska-Punk de mediados de los noventas y, por algún extraño motivo, fue la única banda de dicha camada que realmente logró conmoverme. Probablemente se deba al hecho de que se trataba, en definitiva, de un grupo de Hardcore/Punk melódico con condimentos de Ska y no a la inversa. Pero claro, eso sólo no basta. Efectivamente, estos floridenses reducían al mínimo los típicos rasgueos saltarines del Ska y lograban una combinación única de riffs Punks y arreglos provistos por la sección de vientos. Aún así, el punto de inflexión estaba en las canciones mismas. Hay algo en estas melodías que toca una fibra sensible en mí. De hecho, el quinteto logra una irresistible síntesis de emoción y frescura, en todo momento asoma un cierto aire melancólico que es inevitablemente barrido por luminosas ráfagas de energía. Algo así como ensayar nuestras sonrisas más burlonas frente a las tragedias cotidianas. Y con temas tan redondos, potentes y gancheros como “Bad scene and a Basement show” (casi un Bad Religion más volcado a los sentimientos que a la política), “Gainsville Rock City” (un auténtico himno de homenaje a su relación de amor/odio con su ciudad natal), “Is this thing on?” (un tema para saltar y conmoverse al mismo tiempo), “Last hour of the last day of work” (otro excelente ejemplo de pura emoción sin depresión), “Magnetic north” (saña Punk y entrañable autodesprecio adornado por exquisitos vientos), “Malt liquor tastes better when you’ve got problems” (un perfecto retrato de vacío urbano), “Suburban myth” (el único tema donde el Ska se hace evidente por un rato), “Bigger picture” (Punk acelerado, con melodías geniales y un punzante sentido del humor) o el magnífico “Look what happened” (el punto más alto de emotividad del disco y una canción sencillamente perfecta), el resultado es más que impecable. Más allá de géneros y posturas rígidas (la acusación, a esta altura absurda, de vendidos alguna vez sobrevoló la carrera de Less Than Jake), lo que cuentan son las buenas canciones. Si las prefieren con una suculenta ración de excelentes melodías y buena onda (si son de esos que sólo conciben el Rock como una experiencia solemne y acartonada, sigan de largo), “Borders & boundaries” no puede faltar en su mesa.
-Bear Vs. Shark “Terrorhawk” (2005)
Suena un poco cruel decirlo así, pero es bueno (o, al menos, lo sería) que los grupos de Rock se disuelvan en su punto más alto, que sepan reconocer cuando una obra es sencillamente insuperable y mantengan ese legado libre de manchas. Por supuesto, eso casi nunca sucede y, en cualquier caso, determinar semejantes cuestiones es una tarea absolutamente subjetiva. Bear Vs. Shark dejó de existir un tiempo después de editar esta obra maestra del Post-Hardcore contemporáneo llamada “Terrorhawk”. Nunca sabremos si hubiesen sido capaces de superarla pero, honestamente, lo veo poco factible. Quince temas perfectos, energéticos, inteligentes y emotivos. La epilepsia melódica de “Catamaran”, los riffs intrincados y ritmos trabados de “5, 6 kids”, la breve catarsis desenfrenada de “Six bar phrase hey hey”, la cadencia entre épica y marítima de “The great dinosaurs with the fifties section” (un excelso trabajo de dinámicas y texturas con el buen gusto al mando), el clima de melancólica borrachera (piano y vientos incluidos) de “Baraga embankment”, la danza contracturada, los sutiles arreglos, la pared de guitarras, las idas y venidas y las viscerales melodías de “Entrance of the elected”, la combinación de agresión, complejidad instrumental y sentidas melodías de “Seven stop hold restart”, la reflexión noctámbula, al mismo tiempo delicada y desgarrada, de “What a horrible night for a curse”, el efervescente desparpajo Fugaziesco de “Out loud hey hey”, el ruidoso interludio de “India foot”, el equilibrio entre esquizofrenia y emotividad de “Antwan”, los arpegios soñadores, los acoples y la tensión contemplativa de “I fucked your dad”, la marcha frenética atravesada por histriónicos rebajes declamatorios de “Heard Iron Bug, They’re coming to town”, la sobria elegancia casi Progresiva (esos teclados) de “Song about old Roller coaster” (un viaje musical con la emoción a flor de piel y la imaginación en un millón), y el final a puro Punk frenético y conmovedor de “Rich people say fuck yeah hey hey” muestran a un grupo al tope de sus capacidades expresivas, poniendo toda la carne al asador en términos de creatividad y sentimiento. Cada detalle está cuidado al máximo, las composiciones están trabajadas de forma exhaustiva pero siempre guiadas por un corazón que late desenfrenado y urgente. Si, a esta altura, aún es posible creer que el Rock sea capaz de engendrar auténticas obras de arte, “Terrorhawk”, sin ningún lugar a dudas, debería contarse como tal.
-Bucket Full Of Teeth “IV” (2005)
Brad Wallace tiene sus credenciales underground al día. Fue miembro de los legendarios Orchid (banda pionera en eso de combinar Screamo, Noise, Grindcore y letras de alto contenido político/filosófico/intelectual) y, hasta el día de hoy, pone su talento al servicio del mejor Post-Hardcore en Transistor Transistor. En medio de sus actividades principales se hizo lugar para el proyecto que nos ocupa, con la clara intención de dar rienda suelta a sus gustos más extremos y caóticos. “IV” es el disco póstumo (precedido, obviamente, por “I”, “II” y “III”, todos reeditados en forma conjunta) y, con doce temas apiñados en poco más de dieciséis minutos, las pautas deberían comenzar a aclararse. Eso, hasta que la música empieza a sonar y descubrimos a nuestras neuronas corriendo a toda velocidad para tratar de no perderle el paso a esta vertiginosa mini sinfonía de violencia y confusión. Cualquier cosa puede suceder aquí. Una erupción de graves adornada por samples lejanos estalla súbitamente en un blast-beat y un grito, interrumpidos por guitarras espaciales y de vuelta al blast. Se interpone un riff enroscado a la Converge, una guitarra embarrada le sigue en tono de Thrash epiléptico, un silencio y el machaque se acerca al Sludge, finalizando abruptamente. Ruiditos histéricos dan paso a un punteo casi épico que se deshace en un arranque de vértigo Grind-Noise, el ritmo vuelve a arrastrarse por el pantano, se cuela una guitarra limpia, unos segundos más de Sludge y un final a toda velocidad. Y sólo vamos por el cuarto tema. Haciéndolo fácil, podría decir que Bucket Full Of Teeth es algo así como un Naed City en versión Powerviolence o un Fantômas en pleno ataque de pánico claustrofóbico. Estallidos breves, estructuras laberínticas y absolutamente impredecibles (no hay pausas entre tema y tema), bajo y guitarras al borde del colapso ruidoso, alaridos de todo tipo y color y un sinfín de ideas puestas al servicio de la catarsis más violenta. A lo largo de la placa es posible toparnos con referencias a diversos géneros extremos (Grindcore, Noise, Post-Rock, Sludge, Mathcore, Thrash, Powerviolence, Death) todos fundidos de tal forma que crean una unidad tan sólida como enfermiza. Es un viaje agitado y sumamente exhaustivo, que puede atraer tanto a los amantes del Hardcore y el Metal más extremo e histérico como a aquellos interesados en las corrientes más corrosivas de vanguardia. Sólo se necesita una mente abierta y despierta, y una alta resistencia a las golpizas sonoras.
-Most Precious Blood “Merciless” (2005)
Como buenos veteranos que son en la materia, los muchachos (y una muchacha) de Most Precious Blood comprendieron que la mejor forma de hacer honor al espíritu del Hardcore es permitirse romper algunas de sus propias reglas y esquivar la mera repetición de fórmulas que no harían más que diluir la energía visceral y salvaje que intentan transmitir. Esto no significa que estos vecinos de Biohazard se hayan pasado al Post-Hardcore (que tampoco hay nada de malo en eso, claro) o a terrenos de absoluta experimentación vanguardista, si no que encontraron un equilibrio, una forma de lavarle la cara a su marca registrada de Hardcore metálico Made in New York (que ya venían perfeccionando en su anterior encarnación, Indecision) con la incorporación de elementos musicales que los más cerrados y ortodoxos predicadores de las bermudas y los tatuajes probablemente consideren como puras herejías. El vocalista Rob Fusco (ex One King Down) ruge con una potencia sísmica pero también se permite pasajes de tensión y hasta de una emotividad quebradiza y desesperada, mientras que las guitarras de Justin Brannan y Rachel Rosen se mueven sin problemas entre riffs vertiginosos y certeros, arreglos disonantes, progresiones casi Sabbatheras, breakdowns machacantes, cuidadas texturas y oscuras melodías de tono casi épico que no desentonarían en bandas como Neurosis o Isis. A eso, súmenle el excepcional trabajo de Colin Waldo tras los parches (con una energía inhumana y una imaginación que le devuelve la vida aún a los momentos más convencionales y toscos del disco) y la marcada utilización de samples que le aportan una profundidad casi cinematográfica a las composiciones. Todo envuelto en un sonido masivo, claro y arrasador, que permite apreciar cada detalle al tiempo que hace hervir la sangre. En una época plagada de Metalcore de tercera línea, “Merciless” se las ingenió para destacarse y conmover a fuerza de intensidad y buenas ideas. Esperemos que “Do not resucitate”, el flamante (y próximo a ser editado) disco de Most Precious Blood mantenga el nivel.
-Gorelord “Norwegian chainsaw massacre” (2006)
Que el Death Metal y el cine Gore siempre tuvieron una estrecha relación no es ninguna novedad. Si encima tomamos en consideración que Frediablo (el noruego hombre orquesta detrás de Gorelord) fue alguna vez miembro de los legendarios Necrophagia (sí, la misma banda donde Phill Anselmo alguna vez tocara la guitarra), entonces la cosa puede parecer hasta obvia. Ahora bien, si a eso le sumamos algún que otro sample, intros terroríficas, baterías programadas y abundancia de graves, entonces seguramente el nombre Mortician aparecerá en escena. La sutil diferencia es que en el sórdido universo de Gorelord la palabra clave es groove. Efectivamente, con sus riffs simples y gancheros (muchos de ellos de pura cepa Celticfrostera), estas canciones son más aptas para mover la patita que para desnucarse en vertiginoso headbanging. De hecho, si están familiarizados con la propuesta de Mortician, tendrán presentes esos riffs cadenciosos que dan la sensación de pisar espesos charcos de sangre. Pero Frediablo no se queda allí. Sin ningún tipo de temor al qué dirán, confiesa su amor por Korn y se mete en pasajes que suenan claramente a Nü-Metal. Claro, sin traumas adolescentes y adornado con sus correspondientes voces de monstruo y baldazos de sangre artificial, pero Nü-Metal al fin y al cabo. Y les puedo asegurar que el resultado es tan personal como efectivo. Los más conservadores podrán poner el grito en el cielo, pero si la idea es traducir al Metal extremo las visiones del más sangriento cine de terror (chequeen la tenebrosa “The final cut”, que cierra el disco con casi trece minutos de pura ambientación macabra), entonces Gorelord se sube al podio y recibe medallas con todos los honores.
-Dÿse ”Lieder sind brüder der revolution” (2009)
Suele suceder. Llega fin de año y uno, como buen nerd que es, comienza a confeccionar su lista de mejores discos, la depura, la ordena y, cuando la tarea está finalizada y archivada, aparece algún disco que se nos había escapado y que cuenta con méritos más que suficientes para ocupar un lugar destacado en dicha lista. Así me sucedió con este segundo larga duración del dúo alemán conocido como Dÿse. Y lo peor (o mejor) es que ni siquiera sé por dónde empezar a describir su delirante propuesta. La referencia más inmediata sería, a mí parecer, el Refused de “The shape of Punk to come”, lo que no es poco. No es sólo que las voces más violentas recuerden notablemente a los alaridos de Dennis Lyxzén, estos germanos parecen haber absorbido esa combinación entre el costado más agresivo del Hardcore (ese que no teme codearse con el Metal), la intelectualidad del Post-Hardcore y la clara vocación de experimentar sin ningún tipo de limitaciones genéricas, apropiándose de ella y reinterpretándola a través de su propia y personal óptica. Por un lado, donde la entrega de Refused estaba signada por la seriedad radical de sus postulados políticos, Dÿse se permite aflojar un poco la tensión, abriendo la puerta a cierto retorcido sentido del humor que, no obstante, no le resta profundidad ni potencia al resultado final. De allí se desprende otro punto de diferenciación, en la forma de un eclecticismo aún más marcado y difícil de categorizar. Si lo piensan como una secuela del mencionado “The shape of Punk to come” ideada por un Mike Patton alemán, no estarán tan mal rumbeados. Efectivamente, el arsenal de riffs enroscados, gritos declamatorios y bases frenéticas se encuentra adornado por inesperados arreglos que van desde voces robóticas hasta juguetones Blast-beats, pasando por secciones a capella, instrumentos de viento, percusiones tribales, ruidos electrónicos, pasajes de tenebrosa oscuridad y muchos más como para mencionarlos a todos aquí. Todo esto enmarcado en composiciones que logran ser caóticas e impredecibles sin por ello perder contundencia. En fin, las listas de fin de año poco importan ante tanta excelente música contenida en este genial “Lieder sind brüder der revolution”. Si buscaban un disco energético, inteligente y absolutamente inclasificable, no lo pueden dejar pasar.
-Roger Joseph Manning Jr. “Catnip dynamite” (2009)
Existe un lugar común (por lo general extendido en los círculos que componen el Rock más pesado y/o extremo) que considera que aquella música que transmite alegría o regocijo (el Pop a la cabeza, claro) es de menor categoría que la que se centra en el lado oscuro de la existencia. Como buen lugar común, se trata de un argumento sin verdadera sustancia y se basa, esencialmente, en confundir alegría con superficialidad o en creer que sentimientos como el odio o la angustia son necesariamente más profundos que el amor o la felicidad. Y no es que de repente me haya vuelto Hippie, pero tampoco pretendo pasarme al otro extremo. En fin, aquellos familiarizados con lo hecho por Roger Joseph Manning Jr. en los noventas al frente de Jellyfish (en especial en el deslumbrante “Spilt milk”) sabrán que el tipo tiene un inmenso talento a la hora de construir grandiosas y complejas elucubraciones de sabor netamente Pop. Siguiendo esa línea, “Catnip dynamite” nos ofrece nueve canciones plagadas de melodías irresistibles, ideales para iluminar hasta el más ennegrecido de los ánimos. Y, como siempre, nuestro hombre no se conforma con poco, adornando cada composición con suntuosos coros (si aprecian los trabajos de los Beatles, Queen y los Beach Boys, aquí tendrán mucho para saborear), un vasto arsenal de teclados (desde delicados pianitos hasta opulentas excursiones de tinte Progresivo), guitarras (tanto distorsionadas como acústicas) siempre ubicadas y con el buen gusto como principal bandera e incursiones en diversos géneros musicales (Folk, Psicodelia, Hard-Rock, Soul, etcétera) siempre atravesadas por un gancho y una frescura inigualables y enmarcadas en estructuras de un vuelo creativo y una musicalidad rozando lo sinfónico. Si estaban necesitando un disco de puro Pop que no los avergüence frente a sus amigos metaleros, progresas y/o snobs, he aquí la solución.
-Roger Klug “More help for your nerves” (2009)
No sé mucho sobre Robert Klug. Sé que lleva unos cuantos años de carrera y que tiene su lugarcito asegurado en el submundo del Power-Pop, pero no mucho más. Y no importa. No cuando alguien es capaz de lograr un disco tan perfecto como este “More help for your nerves”. ¿Dije Power-Pop? Efectivamente, la propuesta se cimienta en preciosas líneas vocales montadas sobre guitarras potentes y ritmos energéticos y contagiosos. Pero, con diecisiete temas en menos de una hora, es de esperar no sólo que estos no sean demasiado extensos, si no que también cuenten con las suficientes variantes como para escaparle con gracia al aburrimiento. Riffs Punkys, contracturas Jazzeras, acelerados punteos Country, psicodélicos arpegios, brumas de sabor hindú, melancólicos rasgueos acústicos, elegantes pianos, solos de guitarra que van del minimalismo a la pirotecnia en un abrir y cerrar de ojos, teclados juguetones, complejos juegos corales, sentidos arreglos de cuerda, percusiones exóticas, deformidades psicodélicas, rastros de humor negro, intrincadas progresiones de acordes, abruptos cambios de clima y ritmo, y más recursos se dan cita con el sólo objetivo de enaltecer unas canciones sencillamente perfectas. Klug demuestra que es un músico completo, ya sea como compositor (poca gente puede conjugar gancho, personalidad, energía, emoción y vuelo creativo con semejante nivel) como en su rol de intérprete, despachándose con un trabajo de guitarras excepcional y unas líneas vocales que se marcan de forma indeleble en la memoria y el corazón. En fin, sigo sin saber demasiado sobre la vida de Roger Klug, pero la música contenida en “More help for your nerves” me dice lo suficiente como para querer conocerlo más.