Por Fernando Suarez.
-Cut Chemist “Sound of the police” (2010)
Lucas MacFadden (conocido públicamente como Cut Chemist) ganó notoriedad en el mundo del Hip-Hop como integrante de Jurassic 5 y Ozomatli (con quienes llegó a ganar un Grammy), al tiempo que exponía su virtuosismo (fans de Pappo, pueden dejar de leer ahora mismo) como artesano de las bandejas mezcladoras y los samples en sus aventuras solistas y numerosas colaboraciones con el consagrado DJ Shadow. “Sound of the police” es su segundo álbum propiamente dicho en solitario (sucesor del festejado “The audience is listening”, de 2006) y cuenta con la particularidad de haber sido registrado en vivo, con una sóla bandeja, una mezcladora y un pedal de loops, durante la prueba de sonido de uno de sus shows. El trabajo está dividido en dos tracks (de aproximadamente veinte minutos cada uno) donde MacFadden da rienda suelta a algunas de sus obsesiones musicales más marcadas. Así, aparte de los ocasionales scratchings y quiebres rítmicos típicos del Hip-Hop, desfilan por aquí numerosas referencias al Jazz, el Funk, el Soul, la Música Disco, las melodías orientales y, especialmente, diversos ritmos latinos (Bossa Nova, Salsa, múscias colombianas, cubanas y mexicanas) y africanos, desplegadas con una soltura refrescante y un afilado sentido de la dinámica y el movimiento musical. Desde ya, se trata de material eminentemente bailable y colorido, lo cual, extrañamente, no actua en detrimento de su intrincada naturaleza experimental. Digamos que es un disco tan apto para animar fiestas como para apreciar con auriculares en la tranquilidad solitaria del hogar, sorbiendo lentamente el incesante manantial de música que de él brota. En otras palabras, se trata de un disco donde la complejidad y la experimentación no están pensadas como un acto de confrontación, sino como una búsqueda y una reivindicación sincera de sonidos que, evidentemente, calan hondo en la sensibilidad de Cut Chemist. Si andan buscano algo para mover las cachas pero que, al mismo tiempo, puedan mostrar sin vergüenza a sus amigos snobs, he aquí una buena opción.
-DJ Shadow “The DJ Shadow remix Project” (2010)
Los músicos que cuentan en su haber con un disco especialmente consagrado y/o laureado suelen encontrarse en una dicotomía entre el placer de que una de sus obras haya quedado inscripta en la historia y la carga de no poder superar nunca el impacto inicial de dicha obra. En el caso de DJ Shadow, su debut discográfico de 1996, el genial “Entroducing…”, fue el álbum que lo catapultó a un reconocimiento que trascendió el ghetto del Hip-Hop y la Música Electrónica y, al mismo tiempo, una sublime pieza musical que sentaba nuevas bases de profundidad y elaboración para esos géneros. Tal fue la marca que dejó la placa, que ninguna de las entregas posteriores de Joshua Paul Davis (tal el verdadero nombre de nuestro muchacho) logró hacerle mella, aún tratándose siempre de trabajos más que atendibles. Casi como intuyendo sus limitaciones o simplemente como un juego amistoso de ida y vuelta con sus fans, Davis convocó a su comunidad de seguidores por Internet para que le enviaran remixes de sus temas, de los cuales seleccionó sus preferidos para confeccionar este “The DJ Shadow remix Project”. Ni hace falta aclarar, entonces, que el grueso del material proviene del citado “Entroducing…” pero, más allá de ese dato, lo que sorprende es el nivel parejo que mantienen estas versiones (especialmente teniendo en cuenta que fueron realizadas, en su mayoría al menos, por amateurs) y el aire cohesivo y de natural fluidez que se respira a lo largo de todo el trabajo. Para los no iniciados, bien vale aclarar que habamos de música con claras raíces en el Hip-Hop (predominantemente instrumental) pero que, a través de un quirúrgico empleo de técnicas de “cortar y pegar”, se dispara hacia múltiples direcciones, planteando arquitecturas sónicas, armónicas y rítmicas de una complejidad casi barroca, incorporando una infinita gama de sonidos e influencias en un todo compositivo que, no obstante, adquiere una innegable solidez gracias al omnipresente clima de brumosa melancolía que sobrevuela las canciones haciendo honor al apelativo elegido por su creador. En ese sentido, con algunas que otras variaciones rítmicas y el esperable grado de reinterpretación individual, estos remixes respetan a rajatabla la parte Shadow del DJ, por momento incluso sumergiendo los originales en aguas aún más negras y espesas. De todas formas, queda claro que esto no es un sustituto para la fuente (o sea, los discos propiamente dichos de DJ Shadow), sino más bien un buen complemente no exento de interés y hasta con pasajes sumamente reveladores e intensos.
-Eardelete “Scalpelogy” (2010)
Los seguidores más acérrimos y estudiosos del Grindcore internacional sabrán que Eardelete es la banda que surgió de las cenizas de uno de los grupos más originales de la siempre fructífera escena checoslovaca, los delirantes Negligent Collateral Collapse. La propuesta de Eardelete, sin embargo, se mueve por carriles un tanto diferentes. El principal cambio parece ser que, en lugar de centrar su temática (y, por consiguiente, ciertos aspectos de su sonido) en cuestiones científicas/alucinógenas, ahora da la impresión de que eligen un tópico específico para cada disco y, a partir de él, desarrollan composiciones afines. Así, el debut “Zombielogy” (2007) versaba, obviamente, sobre zombies, un asunto por lo general más habitual en el Death Metal que en el Grindcore, con lo cual la placa (sin cortar amarras definitivas con sus tics distintivos) presentaba un approach más cercano a dicho género, con temas más largos y un mayor espacio para ritmos no tan desenfrenados. Ahora llega “Scalpelogy” y las alusiones al Gore-Grind y el primer Carcass son inevitables. El primer síntoma de un regreso a las fuentes del Grind más putrefacto lo marca el hecho de que, en casi el mismo tiempo (cerca de media hora) en que antes desplegaron nueve temas, ahora vomitan el doble de canciones. De todas formas, estamos hablando de gente con la experiencia suficiente como para comprender que, a esta altura, no basta con repetir los chistes de siempre para estimular al oyente. Así, dentro del espeso entramado de tripas, riffs mugrientos, blast-beats y gruñidos ultra guturales, hay lugar para un sonido con la suficiente claridad como para apreciar una labor de guitarras imaginativa y personal, saludables variantes rítmicas (en especial esos rebajes grooveros ideales para mover la patita) y una forma casi simpática y juguetona de encarar las voces podridas. Ojo, no esperen el nivel de sofisticación de Negligent Collateral Collapse porque aquí sólo hay retazos de aquella magia inigualable. En ese sentido, “Scalpelogy” parece ser de esos discos capaces de tender puentes entre el público más tradicional y ortodoxo y las vanguardias extremas de avanzada. Y, en última instancia, se trata de media hora de pura diversión Grindcorera, algo que nunca viene mal.
-Elliott Sharp “Octal: Book two” (2010)
Como buen experimentador que es, Elliott Sharp no se conforma con los instrumentos existentes para expresarse. Así, se hizo construir un prototipo de Guitarrabajo (así lo llaman) electroacústico de ocho cuerdas por Saul Koll y, munido solamente de dicho artefacto y sus prodigiosos dedos se lanzó a explorarlo en esta serie de discos titulados “Octal”. Decir que el resultado de dichos experimentos plasmados en este segundo “libro” es bastante extraño sería una obviedad. Aún en sus aproximaciones al Rock, el Punk y la Música Electrónica, Sharp siempre mantuvo un perfil bastante retorcido y de difícil digestión, por lo tanto, lanzado a aventuras más abiertamente abstractas, es de esperar que la cosa no venga servida en bandeja. Tomando inspiración directa de las ideas sobre teorías post-cuánticas de la física Lisa Randall (sí, hasta para buscar inspiración es rebuscado este señor), el calvo despliega su particular virtuosismo en composiciones tremendamente enroscadas e impredecibles, en las cuales cuesta discernir hasta qué punto está improvisando o no. Y sí, también da la sensación de que este hombre nació con veinte dedos en cada mano, tal es el grado de espesura que logra con sus frenéticas digitaciones. Al mismo tiempo (y siguiendo los pasos de su adorado Derek Bailey), Sharp logra que todo ese refinamiento interpretativo se traduzca en performances sumamente intensas y físicas, ahuyentando con gracia el fantasma del frío cerebralismo que muchas veces asoma en este tipo de trabajos cercanos al estudio académico de nuevas técnicas y sonoridades antes que a la expresión artística propiamente dicha. Y, como si todo eso fuera poco, también se lanza a jugar con las resonancias, los ruiditos y el feedback que genera su nuevo instrumento, sacándole todo el jugo sin necesidad de apelar a ningún tipo de efectos ni aditivos. En fin, queda claro, no obstante, que estamos hablando de material más bien apto para oídos entrenados en los terrenos de la vanguardia más punzante y desestabilizadora, y es probable que al resto le resulte un pastiche demasiado arduo de digerir. De todas formas, si se sienten con el coraje y la paciencia necesarias, aquí pueden llegar a encontrar un bocado bastante sabroso.
-Empty Playground “Under dead skin” (2010)
¿Qué es esto? ¿Gruñidos Grindcorosos, riffs a la Morbid Angel, samples de películas de terror, oscuridad Blackmetalera, arreglos Drum & Bass y rebajes casi Nü-Metaleros fundidos en un solo tema? ¿Y sólo se trata del tema que abre la placa? Ok, queda claro que Empty Playground no se amilana ante los desafíos y no le teme a la palabra “pretenciosos”. Lo cual, como todo, tiene sus pros y sus contras. Pros: el espíritu innovador, las ansias de no quedarse en la mera repetición de esquemas trillados y aportar algo único. Contras: es poco probable que semejante ensalada de ideas mantenga un nivel parejo de intensidad y agudeza compositiva. No todo el mundo puede ser Mike Patton. Desde ya, no es que estos polacos sean los primeros en intentar trasladar las sensaciones del cine de terror al Metal extremo (una práctica casi tan antigua como el Metal mismo) pero sí se les puede reconocer la búsqueda de un camino propio hacia tal objetivo. El principal problema, como dijimos antes, está en la cohesión del producto terminado. No porque los distintos géneros no estén bien fundidos, sino porque, inclusive dentro de una misma canción, conviven momentos sumamente estimulantes y creativos (en especial las incursiones en las variantes más agresivas del Drum & Bass y el Breakcore) con otros de una mediocridad alarmante. En sus puntos más altos, llegan a acercarse a la magia de los geniales (y no siempre debidamente apreciados) Dodheimsgard, con esos espesos entramados de riffs virulentos y dementes arreglos electrónicos teñidos de psicótica oscuridad. Pero, al segundo, caen en machaques y tosquedades que suenan a descartes del Deathcore o el Metalcore más pedorro, por no hablar de ciertos pasajes que remiten a una especie de System Of A Down sin inspiración y con más pudrición. Los mismos integrantes de Empty Playground declararon sun intención de que la impronta terrorífica estuviera integrada en las composiciones mismas y no sólo en intros y outros, sin embargo (salvo por un par de ocasionales excepciones) son los numerosos interludios instrumentales entre los temas propiammente dichos los que apotan ese deseado hilo conceptual. De todas formas, y por tratarse de un disco debut, el balance final es positivo, exponiendo un potencial que, de ser desarrollado debidamente, puede llegar a alturas deslumbrantes.
-Flying Lotus “Cosmogramma” (2010)
Imagino que no debe ser fácil para un músico joven el cargar con el bagaje y la presión de formar parte de un linaje familiar de artistas consagrados. El caso de Steven Ellison (tal el nombre detrás de Flying Lotus) tal vez sea uno de los más complicados, porque convengamos que compartir lazos sanguíneos con el inmortal John Coltrane (uno de los estandartes indiscutibles de toda la música del siglo veinte) debe representar toda una responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias. Bien, luego de dos discos interesantes pero no deslumbrantes (“1983” y “Los Angeles”, editados en 2006 y 2008 respectivamente), Flying Lotus finalmente le hace honor a su legado con este maravilloso “Cosmogramma”. El primer punto a aclarar es que, a pesar de que bastante de ese espíritu se cuela a lo largo de toda la placa, no estamos hablando de Jazz en ninguna de sus formas. Esto es material electrónico, instrumental (salvo por un par de temas con cantantes invitados) y con claras raíces en las variantes más experimentales y abstractas del Hip-Hop. Pero esa es sólo una descripción formal que no basta para explicar el profundo grado de elaboración musical, el elevado vuelo creativo y el incesante flujo de imágenes y formas irreales que contienen estas adictivas dieciocho canciones. Aquí no hay límites estilísticos ni ningún tipo de apego por las convenciones. Ellison crea densas arquitecturas sónicas donde conviven en una extraña armonía la más vasta gama de instrumentos (acústicos y electrónicos), sonidos, texturas, armonías y ritmos, y, sin embargo, se las arregla para mantener siempre una coherencia musical a fuerza de atmósferas entre cósmicas, oscuras y soñadoras. Hay lugar para retazos de diversos géneros (Jazz, Bossa Nova, Música Sinfónica, Pop, Psicodelia, Rock, Soul, prácticamente todas las variantes electrónicas existentes y algunas sencillamente inclasificables) y sensaciones (calma, tensión, sensualidad, melancolía, locura, cuelgue, adrenalina, espiritualidad, malicia, dulzura y así podríamos seguir por horas) pero el álbum está trabajado como un todo, como un único viaje que recorre esos estadíos de forma fluida y natural, envolviendo al oyente en un cúmulo de visiones y emociones antes que forzándolo a disecciones intelectuales como la que estoy ensayando en estas líneas. John puede descansar en paz, la herencia de su fuego interno y su desbocada creatividad ha quedado en buenas manos.
-Gigantic Brain “They did this to me” (2010)
Cada disco nuevo de Gigantic Brain es una aventura y hay que estar preparado para cualquier cosa. Desde su nacimiento hasta la actualidad, el proyecto unipersonal de John Brown (Juancito Marrón para los amigos) se ha paseado por diversos subgéneros (Cyber-Grind, Post-Rock, Metal Industrial a la Godflesh, Ambient, Space-Rock, Noise, Shoegaze) manteniendo siempre ese espíritu eternamente explorador y un núcleo eminentemente extremo. “They did this to me” sigue la línea de jugar con combinaciones improbables y atmósferas siderales (inaugurada en “World”) y exhibe una notable madurez y una mayor contundencia en el resultado final. Aquí tenemos frenéticos blast-beats mecánicos adornados con riffs espaciales, letanías casi Trip-hoperas atravesadas por bajos guturales y podridos, amenazantes bolas de grave magma distorsionado suavizadas por reflexivas melodías, teclados a la Vangelis fundidos con voces y guitarras a la Jesu, paisajes de soñadora melancolía que chocan de frente con impiadosos ataques de violencia robótica, delicados arpegios que caen como estrellas fugaces y terminan por incendiar ciudades enteras, duras bases casi marciales que oprimen hasta liberarnos en estallidos de expansiva belleza melódica, alaridos y gruñidos varios flotando sobre secuencias esquizofrénicas y abuptos cambios de ritmo, y un sinfín de variantes e ideas que fluyen incesantemente a lo largo de estos cuarenta minutos de música. Lo interesante es que todo ese despliegue de recursos e imaginación desbocada se encuentra firmemente enfocado en un hilo argumental de tintes entre espaciales y melancólicos, sin irse nunca por las ramas o caer en mixturas forzadas o poco elegantes. Por otro lado, es destacable el crecimiento en el terreno melódico (tanto en las guitarras como en las voces y los teclados), algo que permite una mayor cohesión entre elementos, a primera vista, dispares. En fin, Gigantic Brain siempre fue una propuesta recomendable para aquellos que aprecien la originalidad y la inventiva (más allá de los géneros musicales), ahora lo es también para los que busquen emoción y climas envolventes.
-Greg Ginn and The Taylor Texas Corrugators “Legends of Williamson County” (2010)
A esta altura del partido, no tendría que ser necesario que explique la tremenda importancia de Greg Ginn en los últimos treinta años del Rock en general. Con saber que fue el guitarrista y principal compositor de los legendarios Black Flag ya debería bastar. Siempre me resultó un tanto injusto (a falta de un mejor término) que sus numerosos proyectos post-Black Flag recibieran una atención casi nula por parte de la prensa y el público en general pero calculo que esperar lo contrario sería como pretender peras del olmo. En todo caso, con el paso de los años (y a través de grupos más que recomendables como Gone, Hor, FastGato, The Perfect Rat, Mojack, Jambang y sus incursiones solistas) Ginn de mostró que no tenía ninguna intención de dormirse en sus propio laureles, experimentando tanto con elementos electrónicos como con nuevas formas de improvisación y composición siempre guiadas por sus inconfundibles seis cuerdas. “Legends of Williamson County” es el tercer álbum que registra junto a sus Taylor Texas Corrugators (esto es, Gary Piazza como fiel acompañante y multi-instrumentista y, en este disco, Sean Hutchinson en batería) y, al igual que sucediera en sus predecesores (“Bent edge” de 2007 y “Goof off experts” de 2008), aquí el buen Greg parece relajarse y dar rienda suelta a su profesado amor por Grateful Dead y sus zapadas. Antes de que levanten un dedo acusador al grito de “hippie vendido”, tengan en cuenta que Black Flag probablemente fue la primera banda Hardcore/punk en hacer de las zapadas y la improvisación parte integral de su repertorio. Esto significa que, a pesar de todo, Ginn todavía sabe cómo mantener en vilo al oyente con un gran sentido de la tensión y la dinámica, que se permite jugar con bases casi blueseras hasta transformarlas en otra cosa a fuerza de sinuosas líneas de guitarra, solos serpenteantes y un vasto arsenal de arreglos tan áridos como elegantes. El punto parece estar en lograr que las zapadas no parezcan tales, que estén interpretadas con tal fluidez, con tal claridad en lo que hace a objetivos y con tal precisión interpretativa (sin que ello hiera la intensidad de la entrega en ningún momento) que cualquier atisbo de aburrimiento o de cuelgue innecesario es borrado de un plumazo. Y, en última instancia, se trata de Greg Ginn, el mejor guitarrista del mundo. Si con eso no les es suficiente, yo ya no sé que más hacer.
-Have Heart “10/17/09” (2010)
Debería ser obligatorio, por ley, que todo grupo Hardcore con al menos un par de discos en su haber registre, en algún momento de su carrera, un álbum en vivo. ¿Qué mejor forma, si no, de plasmar esa energía desbocada, esa pasión al rojo vivo que a veces queda disminuida en la controlada frialdad de los estudios de grabación? Los bostonianos de Have Heart parecen haber comprendido esto a la perfección y, como despedida definitiva, nos entregan el documento de su última presentación sobre las tablas. Y sí, el sonido no será el más pulcro del mundo ni las interpretaciones las más ajustadas (aunque no hay ninguna desprolijidad grosera. De hecho, la parte instrumental es un reloj suizo), pero esto es Hardcore y mientras esa urgencia visceral y rabiosa se sienta en las entrañas como una patada, todo lo demás pasa a un cómodo segundo plano. Por otro lado, no estamos hablando de un grupo más. Con una vida relativamente corta (siete años), Have Heart se las arregló para imponer su impronta personal en el universo de las bermudas, los tatuajes y los puños en alto atravesados por equis, aliándose a otros como Bane o Killing The Dream en lo que hace a incorporar aires renovadores y nuevas vueltas de tuerca a las indelebles enseñanzas de próceres como Youth Of Today, Gorilla Biscuits o In My Eyes. Entonces, a los elementos tradicionales del género (bases aceleradas, voces gritonas, riffs potentes) se suman variantes rítmicas, arreglos melódicos (sin bajar la intensidad, aquí prima la emoción antes que los gestos rudos), cierto filo metálico y una elaboración musical que excede el supuesto manul de los tres acordes de siempre. Lo importante es que estas transgresiones (que no lo son, en verdad) no hacen más que resaltar la intensidad y darle un marco dinámico donde ésta pueda estallar sin caer en el aburrimiento, la tosquedad o la mera pose sin sustancia. E, insisto, cuando todas esas cualidades se suman ala energía física y sudorosa, al constante ida y vuelta con el público, y a la entrega absolutamente honesta y descarnada que se respiran en estos veintiún himnos de furibunda redención, entonces lo único que queda por hacer es sumergirse en un mosh (imaginario o no) estimulante y liberador. Por supuesto, luego sobreviene cierta tristeza por haber perdido a uno de los exponentes más destacados del Hardcore de los últimos años pero, mientras tengamos a mano estas canciones para recordarlos y llenarnos el alma de vigor, su legado no quedará en el olvido.
-Jute Gyte “Young eagle” (2010)
Un tema que conjuga, de forma compacta y agresiva, el más brutal y ominoso ataque Blackmetalero con riffs, arreglos y excentricidades rítmicas dignas del Mathcore más jazzero y caótico, no es precisamente la bienvenida más amigable para un disco. Pero, claro, aquí no se trata de sensaciones agradables y gestos complacientes, esto es Black Metal que empuja su siniestro espíritu de confrontación y nihilismo a nuevas esferas de demencia desencajada y lisérgica. Luego encontraremos blast-beats enterrados bajo enfermizos siseos de feedback, arpegios desafinados que generan una molesta incomodidad, malolientes murallas de fango distorsionado adornadas con sonidos irreales, negras melodías de amargo sabor espacial ahogándose bajo oleadas de riffs infernales, punteos descalabrados y psicóticos dibujando danzas alcoholizadas sobre ritmos irregulares, tenebrosos pianos infectados por erupciones de puro ruido, bestias amorfas y mutantes concebidas con insistentes machaques y tempos cambiantes, lúgubres cabalgatas que dejan a su paso un rancio aroma de carne en descomposición, guitarras y alaridos que laceran la piel como navajas oxidadas y un vasto arsenal de instrumentos de tortura auditiva empleados con sádica imaginación. Insisto, en su esencia, esto es Black Metal pero forzado a tal grado de corrosiva experimentación psicodélica que logra resultados notablemente innovadores y capaces de joderle la mente al escucha más resistente. Hasta hay lugar para remansos acústicos acompañados por voces limpias al borde de la desafinación que, en lugar de calma, transmiten una desolación suicida y desgarrada. Es curioso como algunos de los elementos empleados por Jute Gyte para construir estas auténticas sinfonías de enfermedad resultarían casi graciosas en otras manos (la constante tensión entre lo sublime y el ridículo es uno de los factores más distintivos del Black en general), pero aquí no hacen más que acentuar la sensación de que este muchacho oriundo de Missouri (sí, se trata de un proyecto unipersonal) está realmente trastornado. Si quieren experimentar lo que deben ser los sonidos que pueblan la mente de un paciente psiquiátrico grave, “Young eagle” seguramente les dé una buena aproximación.
-Markov “This quiet” (2010)
Oh sí, esto me produce tanto placer que no sé muy bien cómo explicarlo. Imaginen la intensidad emocional y el swing frenético de Fugazi, las guitarras más enroscadas y la histeria rockera de Drive Like Jehu y Hot Snakes, la rabia estilizada e intelectualosa de Refused, las sinuosas melodías y el histrionismo de Shudder To Think y The Dismemberment Plan, los riffs y ritmos angulares del Math-Rock de los noventas, el toque enfermizo del Noise-Rock de Chicago y un corazón que late con vigorosa energía Hardcore/Punk. Ahora, condensen todo eso en diez canciones certeras, picantes, de una adrenalina contagiosa y una inteligencia punzante y maliciosa. Son cuatro tipos pero suenan como quinientos, vienen de Austin, Texas pero podrían haber nacido en Washington DC, San Diego o Chicago, debutan con este efervescente “This quiet” pero suenan tan ajustados, personales y asentados en su propuesta que bien podría tratarse de un grupo con larga trayectoria. Sus canciones transmiten sensaciones sumamente físicas, invitan a danzas contracturadas al tiempo que estimulan la imaginación musical con un trabajo rítmico y de guitarras sencillamente esplendido y se clavan en el alma con una sensibilidad despojada y madura. Tienen ideas, muchas ideas (insisto, sigan a esa guitarra y encontrarán grandes satisfacciones) pero saben perfectamente lo que quieren y lo expresan a un promedio de tres minutos por tema, sin necesidad de artificios, poses o divagues sin sentido. Una guitarra, un bajo, una batería (que parece interpretada por un tipo con doce brazos) y una voz infecciosa, salvaje, versátil y melódica al mismo tiempo. Son discos como éste los que impiden que uno pierda definitivamente la fe en el Rock.
-Thaw “Decay” (2010)
Probablemente cuando los muchachotes de Fear Factory acuñaron (allá por 1995) la frase “máquinas de odio”, jamás imaginaron que quince años después tres polacos encapuchados encarnarían dicha sentencia con abrumadora exactitud. Y no es que los ocho temas contenidos en este debut discográfico tengan algo que ver con lo hecho por Burton C. Bell y compañía, con excepción del manifiesto gusto por las opresivas elucubraciones de nuestro querido Justin K. Broadrick. Poniéndolo en términos claros, “Decay” es una pesadilla de puro y corrosivo Black Metal Industrial, un tumultuoso viaje post-apocalíptico guiado por alaridos distorsionados, guitarras al borde de la saturación, bajos gruñidores, ritmos violentos y cubierto por gruesas capas de feedback, estática y diversos crujidos eléctricos que infectan la mente con visiones angustiantes y herrumbrosas. Desde ya, pueden trazarse ciertos paralelos con nombres como Red Harvest, Blut Aus Nord, Thralldom, The Axis Of Perdition o Wold pero el resultado final exhibe una personalidad poco habitual en un grupo tan joven. A pesar de que los cuarenta minutos que ocupan la placa mantienen en todo momento esa impronta entrópica, esa envolvente sensación de edificios derrumbándose y dejando un tendal de almas agonizando entre grises ruinas y retorcidos esqueletos metálicos, Thaw se las arregla para alcanzar sus objetivos a través de diversos caminos. Pueden arrancar a toda velocidad, casi como un DarkThrone cibernético alimentado a cucharadas de odio sin adulterar o caer en asfixiantes pinturas casi ambientales que suenan como si estuvieran siendo transmitidas desde radios descompuestas, pueden tensionar las articulaciones en chirriantes medios tiempos, aplastar huesos con beats mecánicos e hipnóticos al mismo tiempo o simplemente deshacerse en crepitantes erupciones de absoluto ruido negro. También se permiten el necesario lugar para colar alguna que otra melodía con sus guitarras empapadas en reverb, aportando así climas que varían entre la desolación suicida y la más siniestra magnificencia épica. Si son de los que todavía piensan que el Black y las máquinas no deberían mezclarse, salgan de la caverna, den la bienvenida al siglo veintiuno, tráguense este tazón de clavos oxidados que nos entrega Thaw y reconsideren sus ideas mientras tratan de detener la hemorragia que brota de sus oídos.
-Tyrant Of Death “The forthcoming” (2010)
¿Quién hubiera pensado que recibir martillazos hidráulicos en la cabeza resultaría tan placentero? Tyrant Of Death es la criatura diseñada por un tal Alex, de quien lo único que sabemos es que es oriundo de Toronto, Canadá. Bueno, a juzgar por su producción discográfica (sólo este año editó tres discos, dos ep’s y un single) también podemos decir que se trata de un muchacho prolífico y que profesa un amor indisimulado por Meshuggah y las variantes más agresivas de la Música Electrónica e Industrial. En efecto, las guitarras machacan de forma quirúrgica y con un sonido claramente inspirado en los suecos, las canciones generan esa mezcla de tensión física e imágenes futuristas, las bases varían entre taladrantes golpes irregulares y frenéticas incursiones digitales, y todo está adornado por insistentes arreglos y ruiditos electrónicos que sirven como condimento para dosificar la violencia al tiempo que suman un estrato de locura que envuelve los sentidos y los fuerza a adentrarse de cabeza en esta suerte de entrópica pesadilla mecánica. Justamente, al tratarse de material íntegramente instrumental, Tyrant Of Death aprovecha cada resquicio sonoro para sobrecargarlo de arreglos y texturas, aún cuando las composiciones son siempre guiadas por sus riffs secos y cortantes. Al mismo tiempo, el costado electrónico aporta cierto necesario aire melódico (con algún aire a Front Line Assembly) que complementa a la perfección las sensaciones opresivas, logrando un buen equilibrio entre sofisticación y buen gusto. Desde ya, el estilo practicado por el buen Alex está bastante bien delimitado (Meshuggah instrumental con aditivos electrónicos), lo cual, sumado a la afiebrada frecuencia entre lanzamientos, puede dar lugar a cierta sensación de repetición de esquemas. En ese punto, al menos es necesario notar que todos sus discos se pueden descargar de forma gratuita (en www.myspace.com/tyrantofdeath1), con lo cual cualquier acusación de estafa o similares está fuera de lugar. Y, en cualquier caso, aquí hay tal cúmulo de ideas, tal imaginación compositiva y tal cuidado detallista en el aspecto sonoro que, al menos por mi parte, no queda otra más que sacarse el sombrero ante la evidencia de las cosas bien hechas.
-Cut Chemist “Sound of the police” (2010)
Lucas MacFadden (conocido públicamente como Cut Chemist) ganó notoriedad en el mundo del Hip-Hop como integrante de Jurassic 5 y Ozomatli (con quienes llegó a ganar un Grammy), al tiempo que exponía su virtuosismo (fans de Pappo, pueden dejar de leer ahora mismo) como artesano de las bandejas mezcladoras y los samples en sus aventuras solistas y numerosas colaboraciones con el consagrado DJ Shadow. “Sound of the police” es su segundo álbum propiamente dicho en solitario (sucesor del festejado “The audience is listening”, de 2006) y cuenta con la particularidad de haber sido registrado en vivo, con una sóla bandeja, una mezcladora y un pedal de loops, durante la prueba de sonido de uno de sus shows. El trabajo está dividido en dos tracks (de aproximadamente veinte minutos cada uno) donde MacFadden da rienda suelta a algunas de sus obsesiones musicales más marcadas. Así, aparte de los ocasionales scratchings y quiebres rítmicos típicos del Hip-Hop, desfilan por aquí numerosas referencias al Jazz, el Funk, el Soul, la Música Disco, las melodías orientales y, especialmente, diversos ritmos latinos (Bossa Nova, Salsa, múscias colombianas, cubanas y mexicanas) y africanos, desplegadas con una soltura refrescante y un afilado sentido de la dinámica y el movimiento musical. Desde ya, se trata de material eminentemente bailable y colorido, lo cual, extrañamente, no actua en detrimento de su intrincada naturaleza experimental. Digamos que es un disco tan apto para animar fiestas como para apreciar con auriculares en la tranquilidad solitaria del hogar, sorbiendo lentamente el incesante manantial de música que de él brota. En otras palabras, se trata de un disco donde la complejidad y la experimentación no están pensadas como un acto de confrontación, sino como una búsqueda y una reivindicación sincera de sonidos que, evidentemente, calan hondo en la sensibilidad de Cut Chemist. Si andan buscano algo para mover las cachas pero que, al mismo tiempo, puedan mostrar sin vergüenza a sus amigos snobs, he aquí una buena opción.
-DJ Shadow “The DJ Shadow remix Project” (2010)
Los músicos que cuentan en su haber con un disco especialmente consagrado y/o laureado suelen encontrarse en una dicotomía entre el placer de que una de sus obras haya quedado inscripta en la historia y la carga de no poder superar nunca el impacto inicial de dicha obra. En el caso de DJ Shadow, su debut discográfico de 1996, el genial “Entroducing…”, fue el álbum que lo catapultó a un reconocimiento que trascendió el ghetto del Hip-Hop y la Música Electrónica y, al mismo tiempo, una sublime pieza musical que sentaba nuevas bases de profundidad y elaboración para esos géneros. Tal fue la marca que dejó la placa, que ninguna de las entregas posteriores de Joshua Paul Davis (tal el verdadero nombre de nuestro muchacho) logró hacerle mella, aún tratándose siempre de trabajos más que atendibles. Casi como intuyendo sus limitaciones o simplemente como un juego amistoso de ida y vuelta con sus fans, Davis convocó a su comunidad de seguidores por Internet para que le enviaran remixes de sus temas, de los cuales seleccionó sus preferidos para confeccionar este “The DJ Shadow remix Project”. Ni hace falta aclarar, entonces, que el grueso del material proviene del citado “Entroducing…” pero, más allá de ese dato, lo que sorprende es el nivel parejo que mantienen estas versiones (especialmente teniendo en cuenta que fueron realizadas, en su mayoría al menos, por amateurs) y el aire cohesivo y de natural fluidez que se respira a lo largo de todo el trabajo. Para los no iniciados, bien vale aclarar que habamos de música con claras raíces en el Hip-Hop (predominantemente instrumental) pero que, a través de un quirúrgico empleo de técnicas de “cortar y pegar”, se dispara hacia múltiples direcciones, planteando arquitecturas sónicas, armónicas y rítmicas de una complejidad casi barroca, incorporando una infinita gama de sonidos e influencias en un todo compositivo que, no obstante, adquiere una innegable solidez gracias al omnipresente clima de brumosa melancolía que sobrevuela las canciones haciendo honor al apelativo elegido por su creador. En ese sentido, con algunas que otras variaciones rítmicas y el esperable grado de reinterpretación individual, estos remixes respetan a rajatabla la parte Shadow del DJ, por momento incluso sumergiendo los originales en aguas aún más negras y espesas. De todas formas, queda claro que esto no es un sustituto para la fuente (o sea, los discos propiamente dichos de DJ Shadow), sino más bien un buen complemente no exento de interés y hasta con pasajes sumamente reveladores e intensos.
-Eardelete “Scalpelogy” (2010)
Los seguidores más acérrimos y estudiosos del Grindcore internacional sabrán que Eardelete es la banda que surgió de las cenizas de uno de los grupos más originales de la siempre fructífera escena checoslovaca, los delirantes Negligent Collateral Collapse. La propuesta de Eardelete, sin embargo, se mueve por carriles un tanto diferentes. El principal cambio parece ser que, en lugar de centrar su temática (y, por consiguiente, ciertos aspectos de su sonido) en cuestiones científicas/alucinógenas, ahora da la impresión de que eligen un tópico específico para cada disco y, a partir de él, desarrollan composiciones afines. Así, el debut “Zombielogy” (2007) versaba, obviamente, sobre zombies, un asunto por lo general más habitual en el Death Metal que en el Grindcore, con lo cual la placa (sin cortar amarras definitivas con sus tics distintivos) presentaba un approach más cercano a dicho género, con temas más largos y un mayor espacio para ritmos no tan desenfrenados. Ahora llega “Scalpelogy” y las alusiones al Gore-Grind y el primer Carcass son inevitables. El primer síntoma de un regreso a las fuentes del Grind más putrefacto lo marca el hecho de que, en casi el mismo tiempo (cerca de media hora) en que antes desplegaron nueve temas, ahora vomitan el doble de canciones. De todas formas, estamos hablando de gente con la experiencia suficiente como para comprender que, a esta altura, no basta con repetir los chistes de siempre para estimular al oyente. Así, dentro del espeso entramado de tripas, riffs mugrientos, blast-beats y gruñidos ultra guturales, hay lugar para un sonido con la suficiente claridad como para apreciar una labor de guitarras imaginativa y personal, saludables variantes rítmicas (en especial esos rebajes grooveros ideales para mover la patita) y una forma casi simpática y juguetona de encarar las voces podridas. Ojo, no esperen el nivel de sofisticación de Negligent Collateral Collapse porque aquí sólo hay retazos de aquella magia inigualable. En ese sentido, “Scalpelogy” parece ser de esos discos capaces de tender puentes entre el público más tradicional y ortodoxo y las vanguardias extremas de avanzada. Y, en última instancia, se trata de media hora de pura diversión Grindcorera, algo que nunca viene mal.
-Elliott Sharp “Octal: Book two” (2010)
Como buen experimentador que es, Elliott Sharp no se conforma con los instrumentos existentes para expresarse. Así, se hizo construir un prototipo de Guitarrabajo (así lo llaman) electroacústico de ocho cuerdas por Saul Koll y, munido solamente de dicho artefacto y sus prodigiosos dedos se lanzó a explorarlo en esta serie de discos titulados “Octal”. Decir que el resultado de dichos experimentos plasmados en este segundo “libro” es bastante extraño sería una obviedad. Aún en sus aproximaciones al Rock, el Punk y la Música Electrónica, Sharp siempre mantuvo un perfil bastante retorcido y de difícil digestión, por lo tanto, lanzado a aventuras más abiertamente abstractas, es de esperar que la cosa no venga servida en bandeja. Tomando inspiración directa de las ideas sobre teorías post-cuánticas de la física Lisa Randall (sí, hasta para buscar inspiración es rebuscado este señor), el calvo despliega su particular virtuosismo en composiciones tremendamente enroscadas e impredecibles, en las cuales cuesta discernir hasta qué punto está improvisando o no. Y sí, también da la sensación de que este hombre nació con veinte dedos en cada mano, tal es el grado de espesura que logra con sus frenéticas digitaciones. Al mismo tiempo (y siguiendo los pasos de su adorado Derek Bailey), Sharp logra que todo ese refinamiento interpretativo se traduzca en performances sumamente intensas y físicas, ahuyentando con gracia el fantasma del frío cerebralismo que muchas veces asoma en este tipo de trabajos cercanos al estudio académico de nuevas técnicas y sonoridades antes que a la expresión artística propiamente dicha. Y, como si todo eso fuera poco, también se lanza a jugar con las resonancias, los ruiditos y el feedback que genera su nuevo instrumento, sacándole todo el jugo sin necesidad de apelar a ningún tipo de efectos ni aditivos. En fin, queda claro, no obstante, que estamos hablando de material más bien apto para oídos entrenados en los terrenos de la vanguardia más punzante y desestabilizadora, y es probable que al resto le resulte un pastiche demasiado arduo de digerir. De todas formas, si se sienten con el coraje y la paciencia necesarias, aquí pueden llegar a encontrar un bocado bastante sabroso.
-Empty Playground “Under dead skin” (2010)
¿Qué es esto? ¿Gruñidos Grindcorosos, riffs a la Morbid Angel, samples de películas de terror, oscuridad Blackmetalera, arreglos Drum & Bass y rebajes casi Nü-Metaleros fundidos en un solo tema? ¿Y sólo se trata del tema que abre la placa? Ok, queda claro que Empty Playground no se amilana ante los desafíos y no le teme a la palabra “pretenciosos”. Lo cual, como todo, tiene sus pros y sus contras. Pros: el espíritu innovador, las ansias de no quedarse en la mera repetición de esquemas trillados y aportar algo único. Contras: es poco probable que semejante ensalada de ideas mantenga un nivel parejo de intensidad y agudeza compositiva. No todo el mundo puede ser Mike Patton. Desde ya, no es que estos polacos sean los primeros en intentar trasladar las sensaciones del cine de terror al Metal extremo (una práctica casi tan antigua como el Metal mismo) pero sí se les puede reconocer la búsqueda de un camino propio hacia tal objetivo. El principal problema, como dijimos antes, está en la cohesión del producto terminado. No porque los distintos géneros no estén bien fundidos, sino porque, inclusive dentro de una misma canción, conviven momentos sumamente estimulantes y creativos (en especial las incursiones en las variantes más agresivas del Drum & Bass y el Breakcore) con otros de una mediocridad alarmante. En sus puntos más altos, llegan a acercarse a la magia de los geniales (y no siempre debidamente apreciados) Dodheimsgard, con esos espesos entramados de riffs virulentos y dementes arreglos electrónicos teñidos de psicótica oscuridad. Pero, al segundo, caen en machaques y tosquedades que suenan a descartes del Deathcore o el Metalcore más pedorro, por no hablar de ciertos pasajes que remiten a una especie de System Of A Down sin inspiración y con más pudrición. Los mismos integrantes de Empty Playground declararon sun intención de que la impronta terrorífica estuviera integrada en las composiciones mismas y no sólo en intros y outros, sin embargo (salvo por un par de ocasionales excepciones) son los numerosos interludios instrumentales entre los temas propiammente dichos los que apotan ese deseado hilo conceptual. De todas formas, y por tratarse de un disco debut, el balance final es positivo, exponiendo un potencial que, de ser desarrollado debidamente, puede llegar a alturas deslumbrantes.
-Flying Lotus “Cosmogramma” (2010)
Imagino que no debe ser fácil para un músico joven el cargar con el bagaje y la presión de formar parte de un linaje familiar de artistas consagrados. El caso de Steven Ellison (tal el nombre detrás de Flying Lotus) tal vez sea uno de los más complicados, porque convengamos que compartir lazos sanguíneos con el inmortal John Coltrane (uno de los estandartes indiscutibles de toda la música del siglo veinte) debe representar toda una responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias. Bien, luego de dos discos interesantes pero no deslumbrantes (“1983” y “Los Angeles”, editados en 2006 y 2008 respectivamente), Flying Lotus finalmente le hace honor a su legado con este maravilloso “Cosmogramma”. El primer punto a aclarar es que, a pesar de que bastante de ese espíritu se cuela a lo largo de toda la placa, no estamos hablando de Jazz en ninguna de sus formas. Esto es material electrónico, instrumental (salvo por un par de temas con cantantes invitados) y con claras raíces en las variantes más experimentales y abstractas del Hip-Hop. Pero esa es sólo una descripción formal que no basta para explicar el profundo grado de elaboración musical, el elevado vuelo creativo y el incesante flujo de imágenes y formas irreales que contienen estas adictivas dieciocho canciones. Aquí no hay límites estilísticos ni ningún tipo de apego por las convenciones. Ellison crea densas arquitecturas sónicas donde conviven en una extraña armonía la más vasta gama de instrumentos (acústicos y electrónicos), sonidos, texturas, armonías y ritmos, y, sin embargo, se las arregla para mantener siempre una coherencia musical a fuerza de atmósferas entre cósmicas, oscuras y soñadoras. Hay lugar para retazos de diversos géneros (Jazz, Bossa Nova, Música Sinfónica, Pop, Psicodelia, Rock, Soul, prácticamente todas las variantes electrónicas existentes y algunas sencillamente inclasificables) y sensaciones (calma, tensión, sensualidad, melancolía, locura, cuelgue, adrenalina, espiritualidad, malicia, dulzura y así podríamos seguir por horas) pero el álbum está trabajado como un todo, como un único viaje que recorre esos estadíos de forma fluida y natural, envolviendo al oyente en un cúmulo de visiones y emociones antes que forzándolo a disecciones intelectuales como la que estoy ensayando en estas líneas. John puede descansar en paz, la herencia de su fuego interno y su desbocada creatividad ha quedado en buenas manos.
-Gigantic Brain “They did this to me” (2010)
Cada disco nuevo de Gigantic Brain es una aventura y hay que estar preparado para cualquier cosa. Desde su nacimiento hasta la actualidad, el proyecto unipersonal de John Brown (Juancito Marrón para los amigos) se ha paseado por diversos subgéneros (Cyber-Grind, Post-Rock, Metal Industrial a la Godflesh, Ambient, Space-Rock, Noise, Shoegaze) manteniendo siempre ese espíritu eternamente explorador y un núcleo eminentemente extremo. “They did this to me” sigue la línea de jugar con combinaciones improbables y atmósferas siderales (inaugurada en “World”) y exhibe una notable madurez y una mayor contundencia en el resultado final. Aquí tenemos frenéticos blast-beats mecánicos adornados con riffs espaciales, letanías casi Trip-hoperas atravesadas por bajos guturales y podridos, amenazantes bolas de grave magma distorsionado suavizadas por reflexivas melodías, teclados a la Vangelis fundidos con voces y guitarras a la Jesu, paisajes de soñadora melancolía que chocan de frente con impiadosos ataques de violencia robótica, delicados arpegios que caen como estrellas fugaces y terminan por incendiar ciudades enteras, duras bases casi marciales que oprimen hasta liberarnos en estallidos de expansiva belleza melódica, alaridos y gruñidos varios flotando sobre secuencias esquizofrénicas y abuptos cambios de ritmo, y un sinfín de variantes e ideas que fluyen incesantemente a lo largo de estos cuarenta minutos de música. Lo interesante es que todo ese despliegue de recursos e imaginación desbocada se encuentra firmemente enfocado en un hilo argumental de tintes entre espaciales y melancólicos, sin irse nunca por las ramas o caer en mixturas forzadas o poco elegantes. Por otro lado, es destacable el crecimiento en el terreno melódico (tanto en las guitarras como en las voces y los teclados), algo que permite una mayor cohesión entre elementos, a primera vista, dispares. En fin, Gigantic Brain siempre fue una propuesta recomendable para aquellos que aprecien la originalidad y la inventiva (más allá de los géneros musicales), ahora lo es también para los que busquen emoción y climas envolventes.
-Greg Ginn and The Taylor Texas Corrugators “Legends of Williamson County” (2010)
A esta altura del partido, no tendría que ser necesario que explique la tremenda importancia de Greg Ginn en los últimos treinta años del Rock en general. Con saber que fue el guitarrista y principal compositor de los legendarios Black Flag ya debería bastar. Siempre me resultó un tanto injusto (a falta de un mejor término) que sus numerosos proyectos post-Black Flag recibieran una atención casi nula por parte de la prensa y el público en general pero calculo que esperar lo contrario sería como pretender peras del olmo. En todo caso, con el paso de los años (y a través de grupos más que recomendables como Gone, Hor, FastGato, The Perfect Rat, Mojack, Jambang y sus incursiones solistas) Ginn de mostró que no tenía ninguna intención de dormirse en sus propio laureles, experimentando tanto con elementos electrónicos como con nuevas formas de improvisación y composición siempre guiadas por sus inconfundibles seis cuerdas. “Legends of Williamson County” es el tercer álbum que registra junto a sus Taylor Texas Corrugators (esto es, Gary Piazza como fiel acompañante y multi-instrumentista y, en este disco, Sean Hutchinson en batería) y, al igual que sucediera en sus predecesores (“Bent edge” de 2007 y “Goof off experts” de 2008), aquí el buen Greg parece relajarse y dar rienda suelta a su profesado amor por Grateful Dead y sus zapadas. Antes de que levanten un dedo acusador al grito de “hippie vendido”, tengan en cuenta que Black Flag probablemente fue la primera banda Hardcore/punk en hacer de las zapadas y la improvisación parte integral de su repertorio. Esto significa que, a pesar de todo, Ginn todavía sabe cómo mantener en vilo al oyente con un gran sentido de la tensión y la dinámica, que se permite jugar con bases casi blueseras hasta transformarlas en otra cosa a fuerza de sinuosas líneas de guitarra, solos serpenteantes y un vasto arsenal de arreglos tan áridos como elegantes. El punto parece estar en lograr que las zapadas no parezcan tales, que estén interpretadas con tal fluidez, con tal claridad en lo que hace a objetivos y con tal precisión interpretativa (sin que ello hiera la intensidad de la entrega en ningún momento) que cualquier atisbo de aburrimiento o de cuelgue innecesario es borrado de un plumazo. Y, en última instancia, se trata de Greg Ginn, el mejor guitarrista del mundo. Si con eso no les es suficiente, yo ya no sé que más hacer.
-Have Heart “10/17/09” (2010)
Debería ser obligatorio, por ley, que todo grupo Hardcore con al menos un par de discos en su haber registre, en algún momento de su carrera, un álbum en vivo. ¿Qué mejor forma, si no, de plasmar esa energía desbocada, esa pasión al rojo vivo que a veces queda disminuida en la controlada frialdad de los estudios de grabación? Los bostonianos de Have Heart parecen haber comprendido esto a la perfección y, como despedida definitiva, nos entregan el documento de su última presentación sobre las tablas. Y sí, el sonido no será el más pulcro del mundo ni las interpretaciones las más ajustadas (aunque no hay ninguna desprolijidad grosera. De hecho, la parte instrumental es un reloj suizo), pero esto es Hardcore y mientras esa urgencia visceral y rabiosa se sienta en las entrañas como una patada, todo lo demás pasa a un cómodo segundo plano. Por otro lado, no estamos hablando de un grupo más. Con una vida relativamente corta (siete años), Have Heart se las arregló para imponer su impronta personal en el universo de las bermudas, los tatuajes y los puños en alto atravesados por equis, aliándose a otros como Bane o Killing The Dream en lo que hace a incorporar aires renovadores y nuevas vueltas de tuerca a las indelebles enseñanzas de próceres como Youth Of Today, Gorilla Biscuits o In My Eyes. Entonces, a los elementos tradicionales del género (bases aceleradas, voces gritonas, riffs potentes) se suman variantes rítmicas, arreglos melódicos (sin bajar la intensidad, aquí prima la emoción antes que los gestos rudos), cierto filo metálico y una elaboración musical que excede el supuesto manul de los tres acordes de siempre. Lo importante es que estas transgresiones (que no lo son, en verdad) no hacen más que resaltar la intensidad y darle un marco dinámico donde ésta pueda estallar sin caer en el aburrimiento, la tosquedad o la mera pose sin sustancia. E, insisto, cuando todas esas cualidades se suman ala energía física y sudorosa, al constante ida y vuelta con el público, y a la entrega absolutamente honesta y descarnada que se respiran en estos veintiún himnos de furibunda redención, entonces lo único que queda por hacer es sumergirse en un mosh (imaginario o no) estimulante y liberador. Por supuesto, luego sobreviene cierta tristeza por haber perdido a uno de los exponentes más destacados del Hardcore de los últimos años pero, mientras tengamos a mano estas canciones para recordarlos y llenarnos el alma de vigor, su legado no quedará en el olvido.
-Jute Gyte “Young eagle” (2010)
Un tema que conjuga, de forma compacta y agresiva, el más brutal y ominoso ataque Blackmetalero con riffs, arreglos y excentricidades rítmicas dignas del Mathcore más jazzero y caótico, no es precisamente la bienvenida más amigable para un disco. Pero, claro, aquí no se trata de sensaciones agradables y gestos complacientes, esto es Black Metal que empuja su siniestro espíritu de confrontación y nihilismo a nuevas esferas de demencia desencajada y lisérgica. Luego encontraremos blast-beats enterrados bajo enfermizos siseos de feedback, arpegios desafinados que generan una molesta incomodidad, malolientes murallas de fango distorsionado adornadas con sonidos irreales, negras melodías de amargo sabor espacial ahogándose bajo oleadas de riffs infernales, punteos descalabrados y psicóticos dibujando danzas alcoholizadas sobre ritmos irregulares, tenebrosos pianos infectados por erupciones de puro ruido, bestias amorfas y mutantes concebidas con insistentes machaques y tempos cambiantes, lúgubres cabalgatas que dejan a su paso un rancio aroma de carne en descomposición, guitarras y alaridos que laceran la piel como navajas oxidadas y un vasto arsenal de instrumentos de tortura auditiva empleados con sádica imaginación. Insisto, en su esencia, esto es Black Metal pero forzado a tal grado de corrosiva experimentación psicodélica que logra resultados notablemente innovadores y capaces de joderle la mente al escucha más resistente. Hasta hay lugar para remansos acústicos acompañados por voces limpias al borde de la desafinación que, en lugar de calma, transmiten una desolación suicida y desgarrada. Es curioso como algunos de los elementos empleados por Jute Gyte para construir estas auténticas sinfonías de enfermedad resultarían casi graciosas en otras manos (la constante tensión entre lo sublime y el ridículo es uno de los factores más distintivos del Black en general), pero aquí no hacen más que acentuar la sensación de que este muchacho oriundo de Missouri (sí, se trata de un proyecto unipersonal) está realmente trastornado. Si quieren experimentar lo que deben ser los sonidos que pueblan la mente de un paciente psiquiátrico grave, “Young eagle” seguramente les dé una buena aproximación.
-Markov “This quiet” (2010)
Oh sí, esto me produce tanto placer que no sé muy bien cómo explicarlo. Imaginen la intensidad emocional y el swing frenético de Fugazi, las guitarras más enroscadas y la histeria rockera de Drive Like Jehu y Hot Snakes, la rabia estilizada e intelectualosa de Refused, las sinuosas melodías y el histrionismo de Shudder To Think y The Dismemberment Plan, los riffs y ritmos angulares del Math-Rock de los noventas, el toque enfermizo del Noise-Rock de Chicago y un corazón que late con vigorosa energía Hardcore/Punk. Ahora, condensen todo eso en diez canciones certeras, picantes, de una adrenalina contagiosa y una inteligencia punzante y maliciosa. Son cuatro tipos pero suenan como quinientos, vienen de Austin, Texas pero podrían haber nacido en Washington DC, San Diego o Chicago, debutan con este efervescente “This quiet” pero suenan tan ajustados, personales y asentados en su propuesta que bien podría tratarse de un grupo con larga trayectoria. Sus canciones transmiten sensaciones sumamente físicas, invitan a danzas contracturadas al tiempo que estimulan la imaginación musical con un trabajo rítmico y de guitarras sencillamente esplendido y se clavan en el alma con una sensibilidad despojada y madura. Tienen ideas, muchas ideas (insisto, sigan a esa guitarra y encontrarán grandes satisfacciones) pero saben perfectamente lo que quieren y lo expresan a un promedio de tres minutos por tema, sin necesidad de artificios, poses o divagues sin sentido. Una guitarra, un bajo, una batería (que parece interpretada por un tipo con doce brazos) y una voz infecciosa, salvaje, versátil y melódica al mismo tiempo. Son discos como éste los que impiden que uno pierda definitivamente la fe en el Rock.
-Thaw “Decay” (2010)
Probablemente cuando los muchachotes de Fear Factory acuñaron (allá por 1995) la frase “máquinas de odio”, jamás imaginaron que quince años después tres polacos encapuchados encarnarían dicha sentencia con abrumadora exactitud. Y no es que los ocho temas contenidos en este debut discográfico tengan algo que ver con lo hecho por Burton C. Bell y compañía, con excepción del manifiesto gusto por las opresivas elucubraciones de nuestro querido Justin K. Broadrick. Poniéndolo en términos claros, “Decay” es una pesadilla de puro y corrosivo Black Metal Industrial, un tumultuoso viaje post-apocalíptico guiado por alaridos distorsionados, guitarras al borde de la saturación, bajos gruñidores, ritmos violentos y cubierto por gruesas capas de feedback, estática y diversos crujidos eléctricos que infectan la mente con visiones angustiantes y herrumbrosas. Desde ya, pueden trazarse ciertos paralelos con nombres como Red Harvest, Blut Aus Nord, Thralldom, The Axis Of Perdition o Wold pero el resultado final exhibe una personalidad poco habitual en un grupo tan joven. A pesar de que los cuarenta minutos que ocupan la placa mantienen en todo momento esa impronta entrópica, esa envolvente sensación de edificios derrumbándose y dejando un tendal de almas agonizando entre grises ruinas y retorcidos esqueletos metálicos, Thaw se las arregla para alcanzar sus objetivos a través de diversos caminos. Pueden arrancar a toda velocidad, casi como un DarkThrone cibernético alimentado a cucharadas de odio sin adulterar o caer en asfixiantes pinturas casi ambientales que suenan como si estuvieran siendo transmitidas desde radios descompuestas, pueden tensionar las articulaciones en chirriantes medios tiempos, aplastar huesos con beats mecánicos e hipnóticos al mismo tiempo o simplemente deshacerse en crepitantes erupciones de absoluto ruido negro. También se permiten el necesario lugar para colar alguna que otra melodía con sus guitarras empapadas en reverb, aportando así climas que varían entre la desolación suicida y la más siniestra magnificencia épica. Si son de los que todavía piensan que el Black y las máquinas no deberían mezclarse, salgan de la caverna, den la bienvenida al siglo veintiuno, tráguense este tazón de clavos oxidados que nos entrega Thaw y reconsideren sus ideas mientras tratan de detener la hemorragia que brota de sus oídos.
-Tyrant Of Death “The forthcoming” (2010)
¿Quién hubiera pensado que recibir martillazos hidráulicos en la cabeza resultaría tan placentero? Tyrant Of Death es la criatura diseñada por un tal Alex, de quien lo único que sabemos es que es oriundo de Toronto, Canadá. Bueno, a juzgar por su producción discográfica (sólo este año editó tres discos, dos ep’s y un single) también podemos decir que se trata de un muchacho prolífico y que profesa un amor indisimulado por Meshuggah y las variantes más agresivas de la Música Electrónica e Industrial. En efecto, las guitarras machacan de forma quirúrgica y con un sonido claramente inspirado en los suecos, las canciones generan esa mezcla de tensión física e imágenes futuristas, las bases varían entre taladrantes golpes irregulares y frenéticas incursiones digitales, y todo está adornado por insistentes arreglos y ruiditos electrónicos que sirven como condimento para dosificar la violencia al tiempo que suman un estrato de locura que envuelve los sentidos y los fuerza a adentrarse de cabeza en esta suerte de entrópica pesadilla mecánica. Justamente, al tratarse de material íntegramente instrumental, Tyrant Of Death aprovecha cada resquicio sonoro para sobrecargarlo de arreglos y texturas, aún cuando las composiciones son siempre guiadas por sus riffs secos y cortantes. Al mismo tiempo, el costado electrónico aporta cierto necesario aire melódico (con algún aire a Front Line Assembly) que complementa a la perfección las sensaciones opresivas, logrando un buen equilibrio entre sofisticación y buen gusto. Desde ya, el estilo practicado por el buen Alex está bastante bien delimitado (Meshuggah instrumental con aditivos electrónicos), lo cual, sumado a la afiebrada frecuencia entre lanzamientos, puede dar lugar a cierta sensación de repetición de esquemas. En ese punto, al menos es necesario notar que todos sus discos se pueden descargar de forma gratuita (en www.myspace.com/tyrantofdeath1), con lo cual cualquier acusación de estafa o similares está fuera de lugar. Y, en cualquier caso, aquí hay tal cúmulo de ideas, tal imaginación compositiva y tal cuidado detallista en el aspecto sonoro que, al menos por mi parte, no queda otra más que sacarse el sombrero ante la evidencia de las cosas bien hechas.