31 de diciembre de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.



-Half Japanese “Calling all girls” (1977)
Viajemos en el tiempo hasta 1977. Los dinosaurios rockeros todavía daban sus últimos coletazos y, en Inglaterra, el ex manager de los New York Dolls adaptaba lo que había aprendido en la gran manzana de artistas como Richard Hell y Ramones al mercado londinense, imponiendo así a su propio grupo prefabricado, los Sex Pistols. Mientras el mundo observaba esa supuesta revolución musical azorado, en un sótano de Maryland, Estados Unidos, dos hermanos (Jad y David Fair) registraban de forma absolutamente casera nueve canciones que hacían que toda aquella explosión británica pareciera un tonto juego de niños. Ninguno de los dos sabía cómo tocar los instrumentos de forma “adecuada”, pero eso no era un impedimento. Por el contrario, era una puerta abierta a jugar con ellos y encontrar una forma de expresión absolutamente personal y catártica. Claro, hoy en día, bendecidos con la perspectiva que sólo nos da el tiempo, podemos hablar de Noise-Rock y quedarnos tranquilos. Guitarras distorsionadas hasta la saturación, desafinadas, disonantes, caóticas, castigadas hasta hacerlas chillar de dolor. Voces desencajadas y rotas, paradas en algún lado entre la más psicótica tensión y una lúdica inocencia casi infantil. Una batería aporreada con saña y una total despreocupación por cuestiones técnicas, generando una resquebrajada pared rítmica pletórica de histeria donde hasta se pueden percibir ciertos golpes vertiginosos (aunque sumamente desprolijos) que luego serían conocidos como Blast-beats. Half Japanese no se sólo se adelantó al Noise-Rock (su influencia en bandas como Sonic Youth, Big Black, Boredoms y la No-Wave neoyorquina en general es notable), también anticipó la idea de Low-Fi que proliferaría en los noventas (chequeen las primeras grabaciones de Pavement o Sebadoh si no me creen) y encima dio a luz un sonido verdaderamente revulsivo y extremo, la auténtica patada en la ingle del Rock And Roll que el Punk británico siempre pretendió ser. Y lo más interesante es que llegaran a esos resultados de forma tan espontanea, despojados de sesudas elucubraciones artísticas o pomposos manifiestos políticos, otro de los rasgos que definirían al Rock de los noventas. La carrera del grupo se mantuvo estable hasta la actualidad (aunque su última entrega discográfica, “Hello”, data de 2001), inclusive puliendo un tanto su sonido (e incorporando más músicos a su formación) aunque sin perder nunca la demencia característica. Aunque más no sea por su valor histórico, “Calling all girls” (con sus escasos doce minutos de duración) es una pieza imprescindible para cualquier amante de la música extrema que se precie de tal.

-Souls At Zero “Souls at zero” (1993)
A fines de los ochentas los conocimos como Wrathchild America y practicando un Thrash técnico que, a pesar de mantenerse dentro de los lineamientos básicos del género, ya se animaba a ciertas disgreciones (cover de Pink Floyd, sentido del humor, flirteos con el Jazz y el Blues) que daban una buena pauta de su identidad. Pero, claro, llegaron los noventas y el panorama musical cambió completamente, inclusive para el Metal. El nuevo paradigma sonoro era dictado por bandas como Prong, Pantera, Helmet, Ministry o los renacidos Corrosion Of Conformity con su imprescindible “Blind” de 1991. En este contexto, Wrathchild America deja de existir como tal y renace con nuevos bríos bajo el nombre de Souls At Zero, casualmente el mismo nombre del disco que Neurosis hubiera editado un año antes. El aplastante groove de la inicial “Frustration” ya deja en claro cómo viene la mano. Riffs y estructuras más simples y contundentes, baja de velocidad en pos de la intensidad, voces más rabiosas pero sin irse a los extremos y una sensación general de bronca tangible y visceral. Por supuesto, el cuarteto adopta los modismos del Thrash de los noventas pero no olvida por completo sus viejas mañas. El nivel instrumental sigue estando por encima de la media y todavía hay lugar para algún que otro abrupto cambio de ritmo y alguna que otra acelerada ideal para desnucarse a puro headbanging. Aún dentro de este esquema de Metal noventoso, Souls At Zero se las arregla para proponer la suficiente variedad en sus composiciones como para no aburrir ni diluir la energía en un desparramo de riffs y gritos sin sentido. Ahí tienen el Panteroso riff de “Never”, los frenéticos machaques y la tensión violenta de “Hardline”, la densidad disonante y trabada de “Lost”, el groove contagioso y las voces desesperadas de “Checkin’ out”, el paso lento y ominoso del tema que da nombre al grupo y al disco, el casi Hardcore de “Not you”, los riffs secos y el tempo Helmetoso de “Crowded head”, el ácido humor de “Welcome to the 90’s” (casi una sardónica declaración de principios) y la hipnótica oscuridad de “Mind’s eye” que cierra el disco como buen ejemplo de ello y, de paso, como certeros golpes al entrecejo. Tal vez hayan llegado un poco tarde como para hablar de originalidad pero, sin duda alguna, estos oriundos de Baltimore se las arreglaron para imprimir su propia personalidad (en especial gracias al excelente trabajo vocal del bajista Brad Divens, un magnífico ejemplo de cómo conjugar virulencia y melodía sin salir mal parado) en canciones redondas, energéticas y, más allá de todo, sumamente profundas. Souls At Zero abraza la simpleza de los noventas pero deja de lado cualquier atisbo de superficialidad, se mantienen claramente metaleros pero no suenan acartonados y en eterna pose como muchos de sus pares, la rabia que desprenden sus composiciones se percibe urgente y nada calculada. En 1995, tras la edición del ep “Six-T-Six”, ve la luz el segundo y último disco de la banda (el también recomendable “A taste for the perverse”) que los encuentra metiéndose en terrenos más cercanos al sonido entrecortado de Helmet, acentuando el groove e inclusive dejando de lado varios de sus modismos Thrashers. En fin, en pleno revival noventoso, no está de más rescatar a una de las bandas que ayudó a que el Metal se sintiera cómodo en dicha década.

-D-Generation “No lunch” (1996)
Desde ya, yo soy uno de los tipos menos indicados para ponderar las causas que llevan a que un determinado grupo musical tenga éxito comercial o no. Tras el suicidio de Kurt Cobain en 1994 (año en el que D-Generation debutaba con su disco homónimo), la popularidad del Grunge comenzó su declive y el grueso del público rockero comenzó a buscar algo del brillo glamoroso perdido sin olvidar del todo la angustia y la crudeza típicas de los noventas. En ese contexto, estos cinco neoyorquinos apadrinados por Joey Ramone lanzaron su segunda placa dispuestos a comerse al mundo. Parecían tenerlo todo, imagen salvaje y atractiva, buenas canciones, empuje rockero y un desparpajo que poco tenía que ver con la timidez y la introspección del Grunge. En lo musical tenían perfectamente aprendidas las lecciones del costado más Hard-Rockero del Punk, partiendo de Iggy Pop, pasando por New York Dolls, rozándose con los primeros Guns N’ Roses y sin olvidar a los finlandeses Hanoi Rocks. A eso le sumaban algo de la simpleza efervescente de Ramones, bastante de la melancolía urbana de The Replacements y un atrapante gancho Pop (la producción corrió por cuenta del ex The Cars, Rick Ocasek) que, no obstante, no llegaba nunca a diluir la energía contagiosa y rockera de las canciones. Efectivamente, las guitarras cortaban como motosierras sin por ello perder de vista la melodía, las bases golpeaban duro sin perder nunca de vista el swing y la voz de Jesse Malin desgranaba geniales y sentidas melodías con un tono tan rasposo como personal. Y todo eso lo exponían en canciones sencillamente geniales. La fuerza Punk arrasadora de “Scorch”, “Frankie” y “1981”, la potencia rockera y envenenada de “She stands there”, “No way out” y “Not dreaming”, la emoción desgarrada de “Capital ofender” y “Waiting for the next big parade”, las melodías Poperas de “Major” y “Too lose”, el groove hipnótico seguido de melancólico estribillo de “Disclaimer” y el final fiestero de “Degenerated” (cover de Reagan Youth que ya apareciera en su anterior disco y en la banda de sonido de la película “Airheads”, protagonizada por unos jóvenes Brendan Fraser, Adam Sandler y Steve Buscemi) así lo prueban. Por supuesto, en su momento fueron comparados con bandas como The Wildhearts, los primeros Manic Street Preachers e íconos del Punk neoyorquino como Dead Boys y The Dictators y hasta se los ha mencionado como precursores del estilo que luego practicarían otros como Backyard Babies o The Hellacopters. Y, si bien los puntos de contacto con todos ellos son (en menor o mayor medida) innegables, les puedo asegurar que la propuesta de D-Generation es extremadamente personal y reconocible en la primera escucha. Tres años después editarían el oscuro (pero de todas formas recomendable) “Through the darkness” con escasa repercusión, lo que llevaría a la disolución definitiva del grupo. En fin, si sirve de algo, no son muchos los grupos dentro de esta línea musical que logran captar mi atención, por lo que el mérito de D-Generation es doble en ese sentido. Y, si no me creen, denle una oportunidad a este adictivo “No lunch” y compruébenlo por su cuenta.

-Discount “Half fiction” (1997)
El Punk probablemente sea el género sobre el que más se ha teorizado desde que a alguien se le ocurrió sentarse a escribir sobre Rock en general. Entre las cientos de ideas que lo revolotean, se ha destacado una que afirma que el Punk es Rock y Anti-Rock en sí mismo. Discount encarna dicha premisa de forma sumamente intensa y personal. Se basan en la esencia misma, la energía más primigenia del Rock, les bastan unos pocos acordes y una melodía parida desde las entrañas para construir canciones perfectas, se expresan sin tapujos, desnudan su alma sin temor al ridículo y lo hacen de forma visceral y urgente. No se van a los extremos, no experimentan, se mueven sin problemas entre ritmos básicos, riffs gancheros y una voz (en este caso, femenina y a cargo de Alison Mosshart) cruda que, no obstante, comprende a la perfección el enorme poderío emocional que encierra una buena y simple melodía. Por otro lado, se plantan firmemente en la vereda opuesta a muchos de los más recalcitrantes clichés rockeros. La profundidad emotiva que desprenden sus canciones poco tiene que ver con la típica sobrecarga de testosterona del Rock And Roll (muchas veces, el Punk incluido) en general, no parecen preocupados por esconder sus influencias (Hüsker Dü, Descendents, Samiam, J Church, Jawbreaker) pero tampoco por imitar a nadie (vamos, que sería de tantos íconos rockeros sin la falsa ilusión de originalidad que da a luz incontables copiones desprovistos de personalidad), reniegan de todo tipo de exageración teatral y poses pendencieras y/o decadentes y se presentan como personas comunes y corrientes. Lo interesante es que pueden observar esa realidad cotidiana de forma personal y honesta, lejos de panfletos baratos y regodeos nihilistas en la miseria. En otras palabras, estoy hablando de madurez, un auténtico atentado al eterno espíritu adolescente del Rock. Pero, como para fortalecer esa tensión entre opuestos de la que hablábamos antes, no se trata de una madurez achanchada y resignada, si no de una que mantiene intacta la llama interna pero ahora sí sabe cómo y cuándo usarla para lograr resultados certeros. En fin, tal vez sea demasiado análisis para un simple disco de Punk-Rock. Tal vez sería mejor dejar que las canciones hablen por sí mismas (y les aseguro que en su austeridad, estas canciones tienen mucho para decir) y demuestren que, de cualquier forma, toda esta cháchara era sobre música, ni más ni menos.

-Against All My Fears “XXVII” (2009)
Un riff serpenteante se eleva hacia un negro firmamento impulsado por tambores rituales y alaridos desgarrados. El peso del mundo cayendo con cada golpe de batería, los huesos tensionados y doblados en formas imposibles por cada guitarrazo. ¿Quién dijo que el Hardcore tenía que ser cuadrado y repetitivo? Claro, aquí también hay Metal pero eso no es todo. Si son conocedores del Hardcore metálico que se cocinaba en los noventas, nombres como Unbroken, Endpoint, Jihad, Turmoil, Bloodlet, Mean Season o Chokehold deberían servir de ayuda para guiarlos por el virulento mundo musical de Against All My Fears. Si no, piensen en canciones que se salen de la estructura tradicional para explorar nuevas dinámicas, en ritmos cadenciosos y contundentes antes que veloces y desenfrenados (aunque, claro, tampoco falta alguna que otra acelerada), en climas oscuros y envolventes (a veces, incluso, adornados con ominosos pianos y teclados), en una sensibilidad descarnada y sufrida antes que netamente violenta, en guitarras que reniegan del virtuosismo pero se desenvuelven con una vasta gama de variantes (sonidos acústicos, disonancias, texturas, elaboradas progresiones de acordes, tensos punteos melódicos) con las que adornar sus insistentes y machacantes riffs. Pero esto es mucho más que un mero ejercicio de nostalgia. Este quinteto chileno logra en su debut discográfico (inicialmente editado en vinilo en 2008) un sonido absolutamente personal y con la mirada puesta inevitablemente en el futuro. Llegan al punto exacto donde la intensidad más visceral se da la mano con una profunda imaginación musical, salen airosos a fuerza de un cuidadísimo trabajo compositivo que los pone a la par de los exponentes de primera línea del Hardcore mundial. Against All My Fears reivindican la tradición más oscura del Hardcore-Metal de los noventas llevándola un paso adelante en su evolución y lo hace con canciones que invitan tanto a la reacción física e inmediata como a la contemplación reflexiva y el constante descubrimiento de interesantísimas ideas musicales. No importa si son seguidores o no del Hardcore en cualquiera de sus variantes, si aprecian la música pesada hecha con potencia e imaginación, deberían darle una oportunidad.


-AlexisOnFire “Old crows, young cardinals” (2009)
Con la edición de los últimos trabajos discográficos de Thursday, Poison The Well y Thrice, este año que se va representó un saludable presente para el costado más avanzado (¿adulto?) del tantas veces vapuleado Emo-Core. Con un perfil un tanto más modesto, AlexisOnFire nos entrega un cuarto disco que, sin llegar todavía al nivel de sus maestros, muestra a la banda posicionándose entre lo más interesante del género. Siguiendo la línea del anterior “Crisis” (2006), los canadienses no temen adentrarse en terrenos de escabroa virulencia, sin por ello resignar su marca registrada de melodías emotivas. Por supuesto, los ecos de clásicos modernos como Glassjaw, BoySetsFire, Planes Mistaken For Stars o los mencionados Thursday todavía resuenan aquí. Tenemos los alaridos desgarrados que atraviesan las armónicas líneas cantadas, los ataques de epilepsia Post-Hardcore (aquí se nota también la influencia de Refused), los climas de intimidad melancólica que estallan en liberadores exabruptos de electricidad y toda esa carga de emotividad visceral y sufrida que el género exige. Pero también hay lugar para flirteos con el Post-Rock, aceleradas de Hardcore casi Motörheadesco, espesas brumas de Post-Punk, momentos que rozan una suerte de Blues/Gospel Hardcorizado, ocasionales teclados muy bien colocados, cuidados trabajos corales y una mayor atención a la profundidad de las composiciones, ya sea en el costado melódico (insisto con los coros y agrego la elegante labor de las guitarras en este terreno) como en el más agresivo. De hecho, los modismos rasposos y oscuros que ensaya el vocalista George Pettit representan una personal y refrescante vuelta de tuerca al típico chillido Screamo. Aún dentro del clima más bien tenso e iracundo (ah sí, no esperen cancioncitas tontuelas sobre novias que se fueron y traumas adolescentes) que propone el disco, el quinteto se las arregla para nunca perder el gancho, haciendo gala de un inteligente manejo de la dinámica y una intensidad a prueba de balas. En fin, todavía no han llegado a su obra maestra pero, mientras el camino esté pavimentado con discos tan buenos como este “Old crows, young cardinals”, lo de AlexisOnFire sigue siendo digno de atención.

-Ben Weasel “The brain that wouldn’t die” (2009)
Líder de los legendarios Screeching Weasel (la mejor banda en eso de asimilar y revitalizar el legado de los Ramones) durante veintitrés años (con sus correspondientes interrupciones donde aprovecha para ponerse al frente de Riverdales), aspirante a cineasta, frustrado pescador profesional, cabecilla del sello independiente Panic Button (bautizado en honor a sus constantes ataques de pánico), columnista habitual de diversos fanzines (especialmente Maximum Rock N Roll, la biblia de la intransigencia Punk) y autor de dos libros (la novela “Like hell” y el compilado de artículos “Punk is a four letter Word”), Ben Wessel se ganó su lugar en el podio del Punk americano a base de inteligencia, corrosivo sentido del humor y un profundo amor por las canciones simples y pegadizas. Entre las varias pausas generadas en las erráticas carreras de Screeching Weasel y Riverdales, el bueno de Ben ya nos había obsequiado dos trabajos solistas (“Fidatevi” de 2002 y “These ones are bitter” de 2007) que, aún manteniendo la tozudez Punky de siempre, exhibían un costado más íntimo que ya hubiera asomado en aquel “Emo” (1999) de Screeching Weasel. Para esta tercera entrega la historia es distinta. Benito Comadreja suma a la formación de sus discos solistas la guitarra de Danny Vapid (colega suyo en Screeching Weasel y Riverdales) y se dedican a registrar en vivo, tema por tema, aquel glorioso “My brain hurts” (con excepción de “I can see clearly”, reemplazado por el magnífico “Cool kids” de “Bark like a dog” y “Fathead” por “This ain’t Hawaii” de “Boogadaboogadaboogada”), uno de los discos más festejados de Screeching Weasel. La recreación es notablemente fiel y suma el calor y la efervescencia de la presentación en vivo. El grupo suena ajustado y potente, Weasel mantiene su eterno tono nasal y desprolijo (si desafina en el estudio no le vamos a pedir que en vivo sea Pavarotti, ¿no?) y las canciones (catorce odas a la perfección Punkrockera) se suceden una tras otra sin dar respiro. Por supuesto, se trata de un disco que no aporta nada más que el regodeo del fanático pero ¿cómo resistirse al eterno encanto de hits instantáneos como “Veronica hates me”, “The science of myth”, “Kamala’s too nice”, “Don’t turn out the lights” o “My brain hurts”? Sí, puedo admitir que esto huele a choreo por los cuatro costados pero, qué le voy a hacer, este tipo me puede haga lo que haga. Si les pasa como a mí, no lo dejen pasar, y si no, jódanse, ustedes se lo pierden.

-Melt Banana “Melt Banana Lite live version 0.0” (2009)
Pueden decir lo que quieran de Melt Banana (sé de gente y mascotas a quienes su música les resulta sencillamente insoportable) pero su inagotable apetito creativo es innegable. Desde sus inicios (en 1992) probaron casi de todo y, por el mismo precio, se erigieron como una influencia ineludible en diversos experimentadores extremos como The Locust, Fantômas o Discordance Axis. El vertiginoso caos disonante e histérico de sus primeros trabajos (algunos de ellos producidos por gente como Jim O’Rourke, Steve Albini y K.K. Null), el acercamiento a estructuras más tradicionales, arreglos electrónicos y melodías casi poperas (sin dejar de lado su marca registrada de efervescencia Noise-Core-Avant-Grind, a falta de una mejor descripción) de su etapa intermedia y la magistral conjunción de ambos extremos explorada en “Bambi’s dilemma” (2007), su más reciente disco de estudio. Como su nombre lo indica, el que hoy nos ocupa es un disco grabado en vivo pero ni siquiera para semejante trámite se pueden quedar quietos estos nipones. De hecho, en 1999 Tzadik (el sello regenteado por John Zorn) ya había editado “MxBx 1998/13000 miles at high velocity”, un álbum en vivo…grabado en un estudio. En este caso, el trío (el puesto de baterista está en constante rotación, a la Spinal Tap) se presenta con una formación de voz, batería (¿a cargo del gran Dave Witte?), samples y sintetizadores varios. O sea, nada de bajos ni guitarras. ¿Se trata entonces de un material más relajado o menos estridente? No me hagan reír. Con doce temas apiñados en menos de media hora, todos los elementos distintivos del sonido Meltbananesco se hacen presentes. Ritmos frenéticos e impredecibles, punzantes disonancias, erupciones de pura efervescencia ruidosa, la voz entre aniñada y psicótica de Yasuko Onuki, estructuras esquizofrénicas, empuje Hardcore/Grind y una visión retorcida y alucinógena de la palabra vanguardia. El hecho de que los riffs hayan sido reemplazados por diversos chirridos electrónicos no le resta intensidad al resultado final. Es más, me atrevo a decir que dicho enroque no hace más que empujar la propuesta del grupo a terrenos aún más extremos e irritantes. Desde ya, no se trata de material de fácil digestión, pero no se supone que lo sea. Déjense atrapar por el cáustico poderío de Melt Banana y contemplen con una mueca de placer enfermizo cómo se derriten sus neuronas.

-Riverdales “Invasion U.S.A.” (2009)
Ramones, ¿les suena? Algunos dirán que, a esta altura del partido, no tiene sentido seguir repitiendo las enseñanzas de los fabulosos cuatro de New York, pero si subgéneros enteros han surgido tras la premisa de imitar al pie de la letra a grupos como Black Sabbath, Carcass o Neurosis, no veo cuál es el problema en seguir bebiendo de la inagotable fuente de inspiración que ellos representan. Riverdales es el grupo que Ben Weasel (si no saben quién es, más arriba hablamos de él) fundó en 1994 junto a Danny Vapid para dar rienda suelta a sus más básicos instintos Ramoneros. Seis años después del anterior “Phase 3”, este “Invasion U.S.A.” encuentra al trío (actualmente devenido en cuarteto) en excelente forma, entregando catorce temas en poco menos de media hora, uno más ganchero y energético que el anterior. Queda claro que esto no es material experimental ni de difícil digestión. Canciones simples, de refrescantes melodías poperas, montadas sobre tres o cuatro acordes rasgueados como motosierras y ritmos tan básicos como contagiosos e irresistibles. Riverdales parece concentrarse en los primeros discos de Ramones, permitiéndose jugar con las más pegadizas melodías Bubblegum y los tempos más cadenciosos y dejando de lado la arista Hardcore que afloraría a partir de mediados de los ochentas. Por otro lado, el hecho de que las tareas vocales estén a cargo de Weasel y Vapid, ambos con registros bien diferenciados, ayuda a aportar algo de variedad a las canciones. Lo mínimo indispensable, en definitiva esto sigue siendo puro y simple Punk-Rock sin más pretensiones que pasar un buen rato tarareando las chiclosas melodías y moviendo la cabecita como enajenados. La temática de este cuarto álbum está basada casi exclusivamente en películas de ciencia ficción de los cincuentas y sesentas, y se espera una segunda parte (titulada “Tarantula”) para mayo de 2010 donde, según palabras de los implicados, se incorporarán teclados para lograr un sonido afín al de “Subterranean jungle”. En fin, las pautas están claras y pretender otra cosa sería un acto de pura necedad y de una preocupante amargura y frialdad en la zona pectoral.

-Strike Anywhere “Iron front” (2009)
En algún momento dio la sensación de que el Hardcore melódico estaba condenado a desvanecerse en una árida planicie de bandas sin algo mínimamente interesante para ofrecer. El tiempo pasó, los arrivistas desaparecieron (o se movieron a terrenos más afines a las tendencias de ocasión), las agrupaciones relevantes subsistieron de una forma u otra y una nueva generación comenzó a emerger con renovados bríos. Nombres como Just Went Black, Rise Against, None More Black (con ex miembros de los geniales Kid Dynamite), el supergrupo Only Crime (con gente de Good Riddance, Bane, Descendents y Black Flag, entre otros) y, claro, el que ahora nos ocupa surgieron a comienzos del nuevo milenio como una energizante ráfaga de viento fresco. Por un lado, centraron su temática en cuestiones político-sociales, recuperando así algo del carácter reflexivo y comprometido de próceres como Greg Graffin y Jello Biafra, algo que se traslada también al terreno musical, completamente alejado de cualquier atisbo de pasatismo o superficialidad. Al mismo tiempo, al menos en el caso de Strike Anywhere, se dejaron empapar por cierta madurez heredada del mejor Post-Hardcore y, en ese sentido, no es de extrañar que ciertos pasajes de su música suenen a una versión acelerada de grupos como Fugazi, Quicksand o Hot Water Music. Pero eso no es todo. De la misma forma en que grupos como Give Up The Ghost, Stay Gold o Count Me Out (casualmente, una banda que compartió integrantes con Strike Anywhere) revitalizaron la tradición más dura del Hardcore Straight Edge de los ochentas, sumando una necesaria cuota de melodía a sus composiciones, Strike Anywhere toma el camino inverso y adopta algunos de los modismos más iracundos de clásicos como Youth Of Today y Gorilla Biscuits y, con absoluta naturalidad, los amalgama a su esquema de riffs gancheros y melodías tarareables. Entonces, recapitulando, tenemos la mejor tradición del Hardcore melódico (de Bad Religion a Lifetime, pasando por No Use For A Name), la elaborada emotividad del Post-Hardcore, los alaridos y la fuerza bruta de la vieja escuela, presentadas con interpretaciones impecables, ajustadas e intensas y condensadas en trece himnos rebosantes de energía, donde cada grito es una arenga, cada riff un certero puntapié al alma y cada estribillo un llamado de atención. Vamos, excelentes canciones, personalidad, urgencia (la forma en que el quinteto conjuga los ritmos más afiebrados y veloces con las melodías más conmovedoras resulta sencillamente irresistible) y esa vieja y querida carga de virulencia Hardcore/Punk perfectamente enfocada y dirigida, ¿qué más le pueden pedir a la vida?

23 de diciembre de 2009

Gran Cuervo Live



Para los que se han perdido este año en shows, acá hay un pequeño compilado de casi 900 fotos de la experiencia de Gran Cuervo en vivo.




Nos vemos el año que viene, si es que los mayas no se equivocaron y el fin del mundo era en el 2009 en lugar del 2012.

14 de diciembre de 2009

Gabe Toxic's Cheap Make-up video







10 de diciembre de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Hum “You’d prefer an astronaut” (1995)
Que el mundo del Rock está repleto de aburridos lugares comunes no es ninguna novedad. Particularmente, uno de los que me resulta más molsto es aquel que dicta que la única forma de generar visiones espaciales y/o psicodélicas es a través de soporíferas zapadas cargadas de narcótica languidez y con las guitarras cayendo en el truco barato de enterrar su falta de ideas bajo capas y capas de distorsión y delay. Por supuesto, hay músicos capaces de lograr resultados interesantes aún dentro de dicha premisa pero resulta sumamente refrescante que un grupo pueda elevarse hacia inconmensurables alturas cósmicas sin necesidad de limitarse a repetir el mismo cliché setentoso de siempre. Bien anclados en los noventas, Hum profesaban una inmensa pasión por las atmósferas siderales y los viajes extrasensoriales pero nunca perdían de vista las canciones. Ya desde la inicial “Little dipper” quedan claras algunas pautas Un groove sólido y ondulante al mismo tiempo, melodías vocales que nos transportan a lejanas galaxias al tiempo que nos confrontan con emociones terrenales, una gruesa muralla de guitarras dibujando texturas, riffs y armonías como un caleidoscopio en llamas y un clima general que resulta tan embotador como emotivo. Se podría decir que la sección rítmica sigue las pautas de lo que se conoce como Grunge, riffs embarrados y manejo de dinámicas zigzagueantes incluidos. En lo que hace al trabajo de de voz y guitarras la cosa se pone un poco más difícil de encasillar. El nervio rockero y sucio del Grunge sigue presente, pero a él se suman la intelectualidad del Post-Hardcore más refinado, una sensibilidad melódica de clara extracción Pop, las espesas orquestaciones distorsionadas del Shoegaze y unas claras intenciones lisérgicas de despegar hacia el infinito y más allá. Lo interesante es que este viaje no sólo estimula la imaginación, si no también el intelecto (les puedo asegurar que aquí hay mucho para que mastiquen los nerds musicales) y, principalmente, el corazón, a través de una labor melódica (tanto en las voces como en las guitarras) sencillamente excepcional. De hecho, en más de una ocasión, lo expuesto en este tercer disco del cuarteto se anticipó por unos cuantos años a lo que luego mostrarían bandas como Deftones y Cave In en “White pony” y “Jupiter” respectivamente, aunque sin el toque metálico. Entonces, tenemos ruido (hasta se puede encontrar un solo de acoples), melodía, inteligencia, energía, vuelo espacial, emoción, espíritu noventoso y grandes canciones, ¿qué más le pueden pedir a la vida?


-Ultraviolence “Psycho drama” (1995)
El tipo se hace llamar Johnny Violent y, como para no dejar lugar a dudas, bautizó a su principal proyecto solista como Ultraviolence. “Psycho drama” es su segundo álbum bajo dicho apelativo (precedido por el abrasivo “Life of destructor” y unos cuantos singles) y se trata de una obra conceptual dividida en tres partes. La primera relata la historia de Jessica, una bella muchacha que va pasando de bebé indeseado a niña abusada por su propio padre (ante la indiferencia junkie de su madre), a adolescente prostituta y drogadicta y, finalmente, a celebridad bajo la tutela de un proxeneta devenido en manager, que explota tanto su talento musical (Jessica cuenta con un voz perfecta) como su look y su sórdida historia de vida para transformarla en una estrella Pop. La segunda parte presenta a Hitman. Hijo de un genio militar y una supermodelo (ambos con una clara inclinación por ideas nazis con respecto a la perfección), el muchacho muestra una extrema frialdad y un absoluto desprecio por la raza humana ya desde niño. Luego de años de estricto adiestramiento militar y costosa educación formal, Hitman comienza con éxito su carrera como asesino a sueldo, dejando a su paso un reguero de cadáveres que, eventualmente, lo conducen a un inescrupuloso manager que lo contrata para ocuparse de su representada, una hermosa joven de angelical voz llamada Jessica. En este punto, las historias de ambos personajes principales convergen. Jessica ve a Hitman entre el público, apuntando un arma a su cabeza. Hitman, todavía sosteniendo su revólver, mira a Jessica a los ojos y en ellos descubre un alma tan quebrada y vapuleada como la suya. Inevitable e inmediatamente el amor surge entre ellos y, tras asesinar al manager de Jessica, deciden huir juntos. Aquí llegamos a la tercera parte de la historia y la cosa se pone realmente delirante. La reciente pareja, habiendo hallado un amor que creían les sería negado por siempre, se embarca en un pacto suicida que eternice dicho amor. Una vez consumado este acto, Jessica y Hitman se topan con Dios (sí, así como lo leen) quien, obviamente, les niega la entrada al cielo y los condena a una eternidad de sufrimiento en el infierno. Absolutamente determinados, los amantes no renuncian a sus sentimientos aún en medio del peor tormento metafísico y, finalmente, Dios comprende que un amor tan fuerte, capaz de desafiar al averno mismo, merece su lugar en el paraíso. La última escena nos muestra a la pareja sumida en la paz perfecta e idílica que no pudieron hallar en vida. Ahora bien, con semejante culebrón es de esperar que el marco musical sea igual de dramático y pomposo. Efectivamente, lo es, pero no esperen Rock Progresivo o algo por el estilo. Teclados bombásticos, afiebrados beats programados, épicas orquestaciones, voces teatrales recitando los parlamentos de los personajes, ocasionales riffs distorsionados, melodías entre poperas y sinfónicas y una espesa muralla de samples y arreglos electrónicos se ponen al servicio del relato y logran trasladarlo al terreno musical con una exactitud y una profundidad cinematográfica sencillamente apabullantes. Ojo, tampoco se trata de Música Industrial, aunque algunos de los elementos más corrosivos se acerquen a dicho género. Podría decirse que así sonaría Atari Teenage Riot si su líder fuera Andrew Lloyd Weber (o Pepito Cibrián) en vez de Alec Empire. Por supuesto, se trata de un material parado en una cuerda floja entre la magnificencia y el ridículo absolutos. Ya desde el planteo mismo del concepto, no queda del todo claro hasta qué punto Juancito Violento no nos está tomando el pelo. Es como si el tipo buscara conscientemente todo tipo de elementos (musicales, líricos y estéticos) que, comúnmente, se consideran grasas o poco cool (la comedía musical, el melodrama romántico, la Electrónica más bailable y brutal, el Rock más pretencioso) y los forzara a través del filtro descarado, pendenciero y retorcido de su propia visión artística. Más allá de toda elucubración, lo cierto es que el resultado final es absolutamente original e innovador (vamos, una telenovela en clave de Electrónica violenta y oscura, ¿cuándo escucharon algo así?) y entregado con una cuidadísima atención al detalle. Hasta el hecho de que el disco haya sido editado por Earache (el sello que agrupó los primeros trabajos de bandas como Napalm Death, Carcass, Morbid Angel, Terrorizer o Entombed, entre tantas otras) no hace más que agregarle unos cuantos puntos más de curiosidad. “Psycho drama” es de esos discos que pueden generar cualquier cosa (risa, admiración, desdén, incredulidad, odio) menos indiferencia. Y eso ya debería ser motivo suficiente para darle una oportunidad.


-Cubanate “Interference” (1998)
A fines de la década pasada la promesa de popularidad (iniciada por grupos como Ministry, Nine Inch Nails y Marilyn Manson) del Rock Industrial parecía desvanecerse frente al advenimiento de una nueva generación de músicos electrónicos copando la parada del Rock hecho con maquinitas. Desde las propuestas más accesibles (The Prodigy, The Chemical Brothers) hasta las más extremas (Atari Teenage Riot) y experimentales (Aphex Twin), los sonidos Industriales se vieron desplazados en los reflectores por nuevas concepciones rítmicas, sonoras y estéticas. En ese contexto, no faltaron las bandas de pasado Industrial que se adaptaron, de una forma u otra, a estas novedades. Ahí tuvimos a veteranos como KMFDM o Pitch Shifter trocando su agresión casi marcial por flirteos con el Breakbeat y el Drum N’ Bass sin por ello resignar su tradicional energía. Cubanate había logrado causar cierto revuelo en la escena Industrial de mediados de los noventas con tres discos (“Antimatter” de 1993, “Cyberia” de 1995 y “Barbarossa” de 1996) donde exponían una potente cruza entre la violencia de Ministry, los duros ritmos bailables y mecanizados de My Life With The Thrill Kill Kult y la sobrecarga sensorial de Skinny Puppy. “Interference” los encuentra buscando nuevos horizontes sin salirse demasiado de los márgenes impuestos por sus propios gustos musicales. Lo que primero salta a la vista (o al oído, mejor dicho) es el empleo en casi todas las canciones de beats enrolados en el más frenético Drum N’ Bass, lo cual, en combinación con las voces distorsionadas y los riffs entrecortados que arrastraban de su pasado, da un resultado más que interesante. Efectivamente, los británicos no pierden sus cualidades, siguen sonando enfermizos, retorcidos, rabiosos y narcotizados pero ahora dichas cualidades están presentes de una forma mucho más madura y personal. Hasta las letras se adentran en terrenos de intimidad emocional que hubieran resultado impensables en sus entregas previas. Lo mejor de todo es que Cubanate logró aquí pulir su estilo, ganando en profundidad y variantes pero sin necesidad de diluir su sonido o privarlo de fuerza. Y, ciertamente, la combinación de taladrantes bases Drum N’ Bass con guitarras duras y cascadas de samples corrosivos es una idea ganadora. Por supuesto, el grupo se disolvió un año después de la edición de este álbum sin alcanzar nunca el éxito comercial pretendido y quedando en el medio de dos escenas similares pero diferentes. Sea como sea, “Interference” se mantiene en la historia como un disco intenso y creativo y que, de paso, logró llevar a cabo de forma impecable una combinación de sonidos que puede parecer obvia pero pocos se atrevieron a experimentar.


-Redención 911 “97-01” (2001)
Que Chile es un país que cuenta con un mercado más amigable para las propuestas más extremas del Rock (sea Metal, Hardcore, Stoner o lo que fuera) que Argentina no es ninguna novedad. Lo curiosos es que, a pesar de ello, no surjan del país vecino tantas propuestas interesantes como uno podría esperar. Tenemos el Doom/Sludge de Electrozombies, a fines de los noventas estaba el Noise-Core enfermizo y genial de Donfango y poco más hay para destacar. Activos entre 1997 y 2001, Redención 911 (un nombre casi profético) puede sumarse a la lista en lo que hace a intensidad y buenas ideas. El terreno del cuarteto es, en líneas generales, el Hardcore pero de ninguna manera se trata de material genérico. En estos dieciséis temas hay mucho para masticar. Certeros estallidos a toda velocidad y gritados con las venas de la garganta a punto de estallar, pasajes de calma introspectiva, fugaces flirteos con el Jazz, el Noise, el Sludge y la Electrónica, letras netamente políticas (y bastante logradas), melodías emotivas, ritmos variados y un excelso trabajo de guitarra que no se priva de aglutinar en sí mismo las más diversas variantes del Hardcore en general. Se nota que los tipos absorbieron con absoluta naturalidad la historia del género y devuelven su propia interpretación, yendo de los más duros machaques casi metaleros (típicos de los noventas) hasta las más sentidas y elaboradas melodías nacidas en Washington D.C., sin olvidar la furia primigenia y salvaje de principios de los ochentas (por momentos, hasta rozan el Crust) ni ciertas tangentes cubiertas de un exotismo disonante y más difícil de categorizar. Con decir que citaban entre sus influencias a grupos como Minor Threat, His Hero Is Gone, Born Against y Fugazi, ya debería bastar para que los entendidos se hagan una buena idea de por dónde vienen los tiros. El tono general del disco mantiene (a pesar de que se trata de un recopilatorio de todo su material grabado durante su existencia) un altísimo nivel de energía y pasión, tal como el género lo exige, pero sin por ello descuidar la imaginación, el vuelo musical y la inteligencia. De más está aclarar que perderse este discazo por meras cuestiones xenofóbicas, dignas de la más necia de las ignorancias, sería una absoluta estupidez. Si están libres de ese mal, no se priven de una de las obras más personales y destacadas de la historia del Hardcore.


-AC4 “AC4” (2009)
Ok, AC4 cuenta con Dennis Lyxzén (ex Refused, actualmente en The (international) Noise Conspiracy) en voz y David Sandström (también ex Refused) en el bajo. A ellos se le suman el guitarrista Karl Backman y el baterista Jens Nordén, pero a nadie le importa eso, ¿verdad? Sí, me imagino las caras de todo ustedes esperando el retorno triunfal de Refused. Me la imagino porque es la misma cara que puse yo al enterarme de la existencia de AC4. Bien, olvídense de eso, nuestros muchachos no están dispuestos a manchar el impecable legado de su ex banda. Y, por más doloroso que sea, eso está muy bien. AC4 es casi un divertimento, una buena excusa para rememorar viejas glorias del Hardcore/Punk y sacudirse como si todavía tuviéramos quince años. Insisto, no esperen encontrar aquí ninguna de las tangentes experimentales de las que hacía gala Refused, esto es energía en bruto, velocidad, riffs simples, canciones básicas, palo y a la bolsa. Ni siquiera hay lugar para riffs metaleros ni ritmos machacones y hasta la voz de Lyxzén no llega a sonar tan chillona como en su anterior grupo. Esto es Hardcore del viejo, siguiendo la estela de Minor Threat, Black Flag, Negative Approach, 7 Seconds, Bad Brains, el primer Agnostic Front y demás luminarias de los ochentas. Nada nuevo, claro, salvo por el sonido claro, potente y actual logrado por el cuarteto. Algunos se preguntarán qué sentido tiene un trabajo de esta índole a esta altura y quisiera encontrar una buena respuesta pero esta energía salvaje y desatada no me deja pensar. ¿Qué estas quince canciones suenan a otras que ya escuchamos antes? Por supuesto que sí y, sin embargo, la pasión se mantiene intacta, su fuerza resulta tan arrasadora como refrescante y lo que pueda faltar en ideas propias les sobra en pelotas, contundencia y buenas canciones. Ok, lo admito, esto es material descartable para cualquiera que no sienta un cariño especial por el viejo y querido Hardcore, pero eso no tiene por qué ser algo malo. O tal vez sí, pero no seré yo quien se queje ante semejante despliegue de contagiosa adrenalina.


-Blacklisted “No one deserves to be here more than me” (2009)
A poco más de un año del maravilloso “Heavier than heaven, lonelier than god”, los muchachos de Philadelphia ya nos entregan nuevo material discográfico. Sin promoción previa, casi de improviso llega este monumental “No one deserves to be here more tan me” y no queda otra que darle la bienvenida como el mejor disco Hardcore del año, aún cuando es probable que los más puristas ni siquiera lo consideren dentro del género. Dicen las malas lenguas que el principal combustible para la creación de este álbum fue el reciente divorcio de su vocalista George Hirsch, lo cual explicaría entonces la urgencia del mismo a la hora de plasmar sus emociones. De ninguna manera piensen que se trata de material a medio cocinar o, peor aún, que Blacklisted sucumbió ante la tentación de hacer un disco Emo. Si el mencionado trabajo anterior ya mostraba al quinteto expandiendo su paleta sonora sin por ello perder ni un ápice de potencia y rabia Hardcore, aquí la cosa se eleva a niveles inconmensurables de imaginación e intensidad. No se trata sólo de la incorporación de instrumentos poco tradicionales (violines, trompetas, percusiones, voces femeninas), ni siquiera de esos interludios instrumentales en clave de Noise-Rock deforme, si no de un grupo alcanzando una identidad única y abriendo nuevos caminos para lo que se supone que sea el Hardcore en la actualidad. El groove contagioso y monolítico, la voz en llamas, los machaques circulares, los coros surrealistas, las desoladoras melodías de violín y los punzantes punteos que abren la placa en “Our apartment is always empty”, el brutal medio tiempo de “Everything in my life is for sale” (con unos riffs carnosos y movedizos y más punteos geniales), la mecánica densidad cubierta de óxido y feedback de “J.M.N.”, el ritmo cadencioso y casi Grunge del tema que da título al disco con sus guitarras ardiendo entre riffs y acoples, esa trompeta dibujando pinturas musicales sobre un fondo de puro ruido en “G.E.H.”, las crudas guitarras acústicas, las sufridas melodías y la absoluta desazón de “The P.I.G. (Problem Is G.)”, esa suerte de hipnótica marcha fúnebre cargada de (más) acoples, fantasmales guitarras, evocadores coros y gritos pelados que es “I'm trying to disappear”, la rabia desatada y rockera de “Palisade” (casi como una versión Hardcore de los momentos más salvajes de “Bleach” de Nirvana), los riffs espiralados, los aplastantes machaques y las ocasionales disonancias de “Skeletons”, los hermosos arpegios, las cuidadas texturas, las idas y venidas dinámicas y la conmovedora melodía de “I am extraordinary” y las tenues y lejanas melodías que cierran el disco entre sonidos desencajados en “S.M.F.” dejan en claro que Blacklisted se ha ganado su lugar en el podio del Hardcore a fuerza de excelentes ideas y una visceralidad soberbia. Hirsch incorpora modismos más melodiosos en su repertorio vocal pero aún así mantiene su garganta al rojo vivo, logrando así el extraño efecto de gritar y cantar al mismo tiempo. Por el lado instrumental, se nota que los muchachos estuvieron desempolvando sus discos de Nirvana, Tar, Sonic Youth y demás glorias del Rock de los noventas (bueno, esas bandas surgieron en los ochentas, pero se entiende a lo que voy) y supieron adaptar dichas influencias a su típica rudeza Hardcore, dando a luz un resultado absolutamente original y refrescante. En fin, las palabras se me quedan cortas para describir la magnitud de esta obra. ¿Dije mejor disco Hardcore del año? Sería más atinado decir candidato a disco del año a secas.

-Blind To Faith “The seven fat years are over” (2009)
Sin duda alguna, una de las bandas más reivindicadas de este actual revival del Hardcore de los noventas (y sí, si dicho revival está llegando a todas las corrientes rockeras, el mundo de las bermudas, los tatuajes y los brazos en x no iba a ser la excepción) es Integrity. Y con razón. Su particular combinación de rabia Hardcore, pesadez extrema, machaques Thrashers y visiones esotéricas/apocalípticas fue suficiente para generar un universo propio dentro del género, tanto en lo musical como en lo estético. Editados, justamente, por Holy Terror (el sello regentado por los mismos Integrity, donde también hallamos destacados exponentes de ese sonido como Pale Creation, Vegas, Rot In Hell, Gehenna o Ringworm), oriundos de Bélgica y conformados por miembros de grupos como Amen-Ra, Reproach y Rise And Fall, Blind To Faith no escapa del todo a la influencia de los liderados por el enigmático Dwid Hellion. Efectivamente, la violencia desatada, los riffs machacantes, las voces quebradas y esa asfixiante sensación de oscuridad que tiñen estas ocho canciones pueden remitir inevitablemente a las enseñanzas de Integrity. Pero eso no es todo. Sumen un sonido grave y embarrado (en algún lugar entre el Death Metal sueco de la vieja escuela, el Crust y el Sludge), ciertos flirteos con el Grindcore más crudo, algo de groove Death N’ Rollero, toques de hipnótica densidad entre Celtic Frost y Cathedral y hasta alguna que otra guitarra disonante que no hubiera desentonado en bandas como Converge o Deadguy, y tendrán como resultado los afiebrados diecisiete minutos que componen este debut discográfico del grupo. El sonido maneja un equilibrio casi perfecto entre crudeza y contundencia, resultando envolvente y arrasador sin necesidad de apelar a un gran despliegue de producción. Por supuesto, dentro de los seguidores de Integrity, todavía les falta para alcanzar a alumnos más aventajados como Pulling Teeth o Shipwreck A.D., pero, como primer paso, este rabioso “The seven fat years are over” resulta más que promisorio.


-Dead City “Goddamn the 21st century” (2009)
Evidentemente todo este rescate de la década pasada le está sentando más que bien al Hardcore actual. No sé si los años de hegemonía del así llamado Metalcore (y me refiero a bandas como Killswitch Engage, Shadows Fall o God Forbid) han hecho que muchos grupos jóvenes se metan en lugares más oscuros en su búsqueda de inspiración o si, simplemente, se trata de otro de esos ciclos inevitables por los que nos lleva la gran rueda rockera pero, sea como sea, bienvenidos sean estos resultados. Dead City es un quinteto oriundo de Memphis, Tennessee y, con este álbum debut, ya se plantan como una de las propuestas más intensas e interesantes del Hardcore actual. Por supuesto, a la legua se nota que estos tipos mamaron mucho del mejor Hardcore metalizado de la década pasada pero también se hace evidente la voluntad de crear un camino propio antes que simplemente repetir los logros de antaño. Aquí tenemos algo de los machaques gordos y mosheros de Earth Crisis o Strife, las espesas texturas narcóticas de Bloodlet, la densidad asfixiante y catártica de Will Haven, la imaginación violenta y oscura de Unbroken, las visiones entrópicas de Integrity, la tensión enfermiza de Deadguy, la inteligencia riffera de Snapcase y el groove aplastante de Dismebodied, pero en ningún momento suena a copia exacta de ninguno de esos grupos. De hecho, hay más elementos escondidos en la propuesta de Dead City. Solos de guitarra bien colocados (algunos me recuerdan a lo hecho por Bill Steer en Carcass), una especial atención al sonido y las texturas (hay pasajes donde el trabajo de las seis cuerdas alcanza una profundidad casi psicodélica, ya sea con cristalinos punteos casi Post-Rockeros como con cascadas de puro feedback), variantes rítmicas (aceleradas bien Hardcoreras, rebajes casi dumbetas, ritmos trabados, breakdowns saltarines, taquicárdicas cabalgatas metaleras, construcciones dinámicas a la Neurosis) y hasta ciertos toques de melodía entre emotiva y monolítica con los que demuestran su amor por los gordos de Crowbar. Claro, si decimos que esto es algo así como una reinvención del Metalcore de los noventas con un mayor énfasis en la soltura y el nervio netamente rockeros no estaríamos tan mal rumbeados y hasta podríamos asociarlos con bandas como The Hope Conspiracy o Modern Life Is War. Y, sin embargo, el resultado final es mucho más oscuro y opresivo, perdiendo tal vez algún que otro punto de frescura pero compensándolo con una inquebrantable mala onda. Ok, todavía les falta para alcanzar el nivel soberbio de sus referentes pero, si logran desarrollar sus propias ideas (que las tienen) sin quedar atrapados en el revival, pueden llegar a darnos una más que grata sorpresa.


-Grant Hart “Hot wax” (2009)
Mucho menos prolífico y más problemático que su ex compañero Bob Mould, Grant Hart (la otra mitad creativa de los legendarios Hüsker Dü) se ha tomado su buen tiempo entre disco y disco. Diez años desde el anterior “Good news for modern man”, para ser más precisos. Ya desde los lejanos tiempos de Hüsker Dü las diferencias compositivas de ambos se veían claramente, mientras Mould optaba por las canciones más crudas y urgentes, Hart ponía la cuota de delicadeza, elegancia y vuelo psicodélico. Y, si Mould fue puliendo su propia fórmula a través de los años (ya sea en Sugar o en sus trabajos solistas), Hart no se quedó atrás, al menos en términos de calidad, ya que no de cantidad. “Hot wax” nos entrega nueve canciones donde la impronta del ex baterista está siempre presente, con su nasal y sentida voz al frente y ese instinto inigualable para concebir perfectas mini-sinfonías de Pop-Rock tan refrescante como soñador. No falta el empuje Punky de siempre, las guitarras distorsionadas y las bases potentes pero tampoco los sonidos acústicos, los pianos, las cuerdas, el obsesivo trabajo de texturas y arreglos y los pasajes de elevación psicodélica, todo puesto al servicio de las canciones y no como mero truco para jugar a ser sofisticado. A primera vista puede resultar curioso que Hart se haya rodeado de músicos pertenecientes a Godspeed You! Black Emperor y A Silver Mt. Zion para grabar este disco, pero al apreciar la profundidad instrumental y emocional y el gancho certero de las canciones queda más que claro que fue él el que guío a los músicos y no al revés. O sea, no teman, aquí no hay Post-Rock ni Música de Cámara en formato rockero. Insisto, aquí hay canciones. Melódicas, rockeras, emotivas (y con esto me refiero a una amplia gama de emociones, no sólo angustia y frustración), atrapantes e imaginativas, concebidas con un alto grado de atención al detalle pero manteniendo siempre un calor apremiante. Por supuesto, el buen Grant nunca intentó ocultar su amor por David Bowie y los Beatles y eso se hace patente aquí una vez más sin por ello hacer la más mínima mella en su inimitable personalidad musical. En fin, no hay muchos músicos que resulten reconocibles a la primera escucha y muchos menos que, cargando sobre sus hombros con el peso de una auténtica leyenda como Hüsker Dü, mantengan viva la llama creativa, plantados en sus convicciones artísticas pero sin por ello descuidar su propia evolución. Pero no se guíen por mis palabras ni por los pergaminos exhibidos, déjense atrapar por estas magníficas canciones y descubran por su cuenta a uno de los talentos compositivos más destacados de la historia del Rock Americano en general.

-Late Night Condition “Give & take” (2009)
Nuestro país no es un gran caldo de cultivo para el Emo. Claro, si nos guiamos por lo que Chiche Gelblung o los noticieros en general retratan como Emo, probablemente eso sea una buena noticia. En ese contexto, no creo que ni siquiera los muchachos de Late Night Condition quieran ser asociados con semejante palabrita. Más allá de prejuicios y rótulos sin sentido, la propuesta de este cuarteto porteño se mueve claramente por los carriles de aquello que, en la década pasada, conocíamos como Emo-Punk. Canciones simples, riffs distorsionados, arreglos dramáticos, melodías vocales sensibles y gancheras y atmósferas de agobio emocional que nunca llegan a la exageración o el histrionismo desmedido. Las referencias son claras, podríamos mencionar a bandas como The Promise Ring, Samiam (a quienes telonearon recientemente), Jimmy Eat World, The Get Up Kids o Chamberlain pero también a glorias del Rock noventero como Superchunk, Foo Fighters o el primer Weezer. Desde ya, no se trata de material innovador ni pretende serlo. La atención del grupo está puesta en lograr canciones redondas, con un buen manejo de la dinámica, interpretaciones destacadas (en especial en el terreno vocal, el eterno punto flojo de la mayoría de las bandas nacionales) y una innegable calidad melódica. Claro, a las nuevas generaciones, acostumbradas a la pompa teatral y maquillada de grupos como My Chemical Romance, esto puede resultarles demasiado austero o maduro y aquellos que hayan crecido rodeados por los sonidos de las bandas antes mencionadas podrán ser asaltados por una cierta sensación de dèjá-vu. De todas formas, Late Night Condition logra eludir la mimetización con sus referentes musicales a fuerza de composiciones cuidadas, arreglos certeros y una sobriedad que evita que el despliegue de emoción se vaya por terrenos poco elegantes. En fin, si dejáramos de lado la palabra Emo, estaríamos hablando de Rock potente, melódico y con un alto octanaje emocional, ni más ni menos. Mi consejo es, entonces, despojarse de prejuicios infundados y disfrutar sin culpas de estas once canciones que no tienen desperdicio.

7 de diciembre de 2009

Samiam en vivo

Por Fernando Suarez.



No hay mucho para decir. Cuando uno se pasa tres cuartas partes de un concierto lagrimeando y cantando a los gritos hasta quedar afónico, es sumamente difícil encontrar las palabras que hagan justicia a lo experimentado. Cinco tipos ordinarios (al punto de poder pasearse por el recinto y ver a los grupos soportes sin ningún tipo de inconvenientes), probablemente despojados de eso que se conoce como ángel o carisma, pero con un manojo de canciones perfectas bajo el brazo. ¿Qué si sonaron bien? Sí, más allá de que la voz de Jason Beebout por momentos parecía perderse en la marea de electricidad. Pero, ¿a quién le importa eso? Allí estaban nuestras gargantas para tapar a viva voz cualquier hueco. Y sí, no faltaron tampoco esas dos guitarras demostrando, a fuerza de buen gusto y grandes melodías, por qué es una de las duplas más excelsas del Punk y el Rock en general. Pero, en definitiva, nada de eso importaba. Al menos, no para mí. ¿Cómo explicarlo? Las canciones de Samiam podrían servir perfectamente para armar el relato de mi propia vida, tal es mi grado de identificación con ellas. El quinteto se centró exclusivamente en material comprendido a partir del imprescindible “Clumsy” (su única y fallida, en términos comerciales, experiencia con el mainstream) y, por mi parte, no hay quejas al respecto. Inclusive los tres temas iniciales, pertenecientes al último trabajo de estudio (“Whatever’s got you down”) ganaron en vivo una dimensión que no quedó plasmada con tanta intensidad en la placa misma. No faltaron los hits, por supuesto, pero resultó reconfortante comprobar como, en este caso, dichos hits se erigían como tales por sus propios méritos musicales y no por fríos y calculados estudios de marketing. Así, pasaron “Factory” (casi un ejemplo perfecto del soberbio manejo de la dinámica y la melodía del quinteto), “Capsized”, “Stepson” (dos auténticas bombas al corazón), “Bad day” (con el mejor punteo de guitarra de la historia del Rock), “Dull” (un estribillo y una letra que anudan el estómago), “Super Brava” (otro de esos punteos gloriosos y la inmortal línea “no necesito saber a dónde vamos, aún puedo disfrutar del paseo”), “Mudhill” (una excelente prueba de que se puede ser tremendamente emotivos sin necesidad de caer en berrinches adolescentes), “Sunshine” (una gema de perfección Pop entregada con los nervios expuestos en carne viva) y el final con el movedizo “She found you”, entre otras piezas de alto octanaje emocional e insuperable sensibilidad melódica. Y sí, los tipos se dejaron hasta la última gota de sudor sobre las tablas y en todo momento se les desprendía del rostro la satisfacción y la pasión por compartir su música con nosotros. No importa que Jason no sea el tipo más comunicativo del mundo (hecho que se vio empeorado por su extraño acento), porque cuando eleva su garganta con esas increíbles melodías nos está diciendo todo, desnuda su alma y en ella encontramos un espejo de la nuestra. En fin, no creo que haya forma de trasladarles lo que significó para mí este recital sin sonar exagerado o entrar en detalles demasiado íntimos. Una de las mejores y más influyentes bandas del Punk de los noventas pasó por nuestras tierras y dejaron en claro, una vez más, que las buenas canciones siempre ganan.

26 de noviembre de 2009

Especial Dischord: Parte 2


Por Fer Suarez.


Hace más de un año (pueden verlo aquí ) nos dedicamos a rescatar nuestro podio personal dentro del siempre confiable catálogo discográfico de Dischord Records. Ya en ese momento nos lamentábamos por las diversas omisiones obligadas por lo estricto de dicha selección. Entonces, como buenos obsesivos sin control que somos, aquí hemos confeccionado una extensión de aquel primer informe, manteniendo como única e inamovible guía nuestro criterio personal. De ninguna manera crean que se trata de grupos de segunda línea, aquí hay algunos de los exponentes más destacados editados por el sello más emblemático de la independencia Punk. Por supuesto, para más información no dejen de visitar www.dischord.com.




-Government Issue “Legless bull” (1981)
Diez temas en poco más de ocho minutos, con títulos como “Religious ripoff”, “Rock N’ Roll bullshit”, “Anarchy is dead”, “Bored to death” y “No rights”. Sí, adivinaron, esto es Hardcore/Punk de pura cepa y con esa energía fresca, inocente y visceral de sus años formativos. Siempre liderados por el cantante John Stabb, Government Issue iría mutando la crudeza de su sonido (sin perderla del todo) hasta acercarse tanto al Post-Hardcore como al Punk melódico, contando en sus filas con gente como Brian Baker (Minor Threat, Dag Nasty, Bad Religion), J. Robbins (Jawbox, Burning Airlines, Channels) y Mike Fellows (Rites Of Spring). “Legless bull” es, como corresponde, un disco directo, sencillo, inmediato y tremendamente vigoroso, que se mantiene por peso propio en la historia del Hardcore como uno de esos trabajos clásicos que ayudaron a forjar su identidad mucho antes de que ésta se transformará en poco más que un cliché sin sustancia.


-State Of Alert “No policy” (1981)
Antes de Black Flag, mucho antes de la Rollins Band, antes inclusive de adopter el apellido Rollins como seudónimo artístico, un todavía joven y enclenque Henry Garfield (sí, ese es su verdadero nombre) ponía su pedregosa y poderosa voz al servicio del más sucio, primitivo y agresivo Hardcore junto a los muchachos de State Of Alert, también conocidos (en la más pura tradición de siglas Hardcoreras) como S.O.A.. “No policy” es una breve pero contundente ráfaga de energía, una certera patada en las encías a base de crudeza, intensidad, velocidad y mucha mala onda. Tanta, que es posible detectar en estas diez canciones (comprimidas en ocho minutos y veinte segundos) algo del germen de lo que luego sería el costado más virulento del Hardcore neoyorquino. Un estilo que, justamente, el mismo Rollins (ya bien asentado en su rol de orador y literato) se encargaría luego de defenestrar con su habitual y ácido sentido del humor.


-Youth Brigade “Possible” (1981)
Primero, la aclaración obvia. No confundir a este grupo con los californianos de mismo nombre y sonido bastante más volcado al costado melódico (a la Bad Religion) del Hardcore/Punk. La brigada juvenil (no, nada que ver con Johnny Depp) de Washington D.C. se nutría de ex miembros de Teen Idles y The Untouchables (casualmente, dos bandas que contaban con los servicios de los hermanos MacKaye, Ian en la primera y Alec en la segunda) y presentaba un sonido crudísimo, sucio y con esa pulsión hacia la velocidad tan típica de aquellos años formativos del Hardcore. También había lugar para esos medios tiempos obsesivos a la Black Flag y hasta para algún que otro arreglo cercano al Dub (las enseñanzas de Bad Brains no fueron en vano) siempre envueltos en corrosivos riffs y voces quebradas. Justamente el sonido de guitarra, saturado y siempre al borde de la desafinación, hizo que, más adelante un grupo como Sonic Youth los homenajeara en más de una ocasión.


-Deadline “8/2/82” (1982)
Uno de los nombres olvidados de la primera generación de Hardcore Washingtoniano, Deadline contaba con la presencia de un joven Brendan Canty (futuro miembro de Rites Of Spring, One Last Wish, Happy Go Licky y Fugazi) tras los parches y, justamente, este material (inicialmente editado por el sello Peterbilt y rescatado en 2007 por Dischord) fue el que hizo que Guy Picciotto (fundador de Peterbilt) se enamorara de la forma de tocar del baterista. El sonido del cuarteto seguía al píe de la letra los dictados de la época, temas veloces, simples, con guitarras rasposas y gargantas con las venas a punto de estallar. Lo que los distinguía era lo ajustado de la interpretación, lejos de la desprolijidad típica de sus pares, con un Canty siempre exultante y furioso y un trabajo de guitarras que daba a entrever que había mucho más que simple Hardcore escondido en la propuesta del grupo. En cualquier caso, la energía pasional y urgente de estas once canciones basta para hacer las delicias de cualquier amante del más puro y efervescente Hardcore/Punk que se precie de tal.


-Void “Void/Faith Split” (1982)
Uno de los tantos lugares comunes que pululan alrededor del universo Dischord es aquel que dicta que todas las bandas de la primera generación Hardcore estaban sujetas a una estricta disciplina Straight Edge. Bien, para dar por tierra con eso, aquí tenemos a Void, abanderados absolutos del descontrol y el bardo, algo que quedaba evidenciado en sus siempre caóticas presentaciones en vivo. Inclusive en lo musical, el cuarteto se separaba de la ajustada velocidad de bandas como Minor Threat o Government Issue. Es decir, sonaban vertiginosos pero sumamente crudos y desprolijos. El guitarrista Bubba Dupree bebía de Greg Ginn (de Black Flag) como principal fuente de inspiración para crear riffs oscuros, rabiosos, disonantes y plagados de acoples y feedback y la base rítmica se encargaba de acelerarlos hasta la taquicardia. De hecho, en más de un pasaje se advierten esos flirteos con el Metal más primitivo que luego darían lugar al Crossover. Los doce temas que componen el lado de Void en este álbum compartido con Faith, conforman una brutal cacofonía cargada de energía visceral, profunda frustración y una intensidad capaz de derretir paredes. En 1983 grabarían su primer larga duración (“Potion for bad dreams”, con un sonido mucho más cercano al Metal y el Crossover), que en principio sería editado por Touch & Go Records (otro de los sellos pilares del Punk americano y sus derivados) pero Dupree y compañía, desconformes con los resultados finales de la grabación y el rumbo metálico que había adquirido su propia propuesta musical, decidieron archivar el disco y, poco tiempo después, separarse definitivamente.


-Gray Matter “Food for thought” (1984)
Anticipando gran parte de lo que sucedería en la escena Punk Washingtoniana de los años siguientes, Gray Matter bien podría ser considerada la banda que dio el puntapié inicial del tan mentado Revolution Summer. En este, su debut discográfico, ya lograban combinar su crudeza Punk con melodías más elaboradas (a veces introspectivas y oscuras, a veces Poperas y luminosas), mayor variedad rítmica y un trabajo a dos guitarras poco común en el género por aquellos años. La voz de Geoff Turner (también guitarrista) se diferenciaba de la típica rudeza del Hardcore, con un tono limpio y melódico pero no exento de energía y el grupo no tenía miedo de exhibir influencias tanto del Post-Punk como del Pop. Hasta cerraban el disco con una increíble versión del “I Am the Walrus” de los Beatles, distorsionada y acelerada a ritmo Punk pero respetando al píe de la letra la profundidad melódica y el clima lisérgico del original. El posterior mini lp, “Take it back” (editado al año siguiente) profundizaría aún más el aspecto melódico e introspectivo del cuarteto, que en 1986 decidiría disolverse. A comienzos de la década siguiente tuvieron una breve reunión que dejó como legado el larga duración “Thog” (1992), dejando en claro que los muchachos no habían perdido ninguna de sus cualidades.


-Marginal Man “Identity” (1984)
Y ya que hablamos de los inicios del Revolution Summer (que, a su vez, son el germen del Post-Hardcore y el Emo), no podemos dejar de mencionar a la primera banda de la escena Punk Washingtoniana en utilizar dos guitarras, una tendencia que luego seguirían Faith y Minor Threat, entre otros. Marginal Man todavía mantenía fuertes conexiones con la virulencia Hardcore/Punk más primigenia pero en su propuesta ya asomaba de forma notable, y sin ningún tipo de complejos, un fuerte costado melódico que anunciaba algo de lo que estaba por venir. Por otro lado, dicha impronta melódica, si bien contaba con una cuota de emotiva introspección, hacía gala de una frescura más asociable al sonido californiano de bandas como Circle Jerks y, principalmente, Bad Religion. Inclusive algunos punteos, ciertas melodías bordeando el Folk y la combinación de ritmos acelerados con dulces líneas vocales podía asociarse fácilmente a lo hecho por Greg Graffin y compañía. En 1985, el quinteto abandonaría Dischord y editaría su primer larga duración propiamente dicho (“Double image”), donde explorarían terrenos más introspectivos, entrando de lleno en las modalidades del Revolution Summer. En 1988, tras la edición de su segundo disco (titulado como el grupo), Marginal Man se separaría definitivamente.


-The Snakes “I won’t love you ‘till you’re more like me” (1985)
Aquellos que, no sin cierto cinismo, acusan (basados más en sus propios prejuicios e ignorancia que en la realidad misma) a Dischord de una supuesta excesiva seriedad deberían conocer este disco y atragantarse en su propia mediocridad. The Snakes era un dúo conformado por Simon Jacobsen (State Of Alert) y Michael Hampton (State Of Alert, Faith, Embrace, One Last Wish) que, para sus pocas presentaciones en vivo contaba con la colaboración de Brendan Canty y Guy Picciotto. El germen del grupo data de antes de sus otras bandas pero recién en 1985, bajo la asistencia técnica de Ian MacKaye, pudieron registrar este álbum debut. ¿Qué tenemos aquí, entonces? ¿Hardcore rabioso? ¿Acaso un acercamiento a los emotivos sonidos del Revolution Summer? ¿Material experimental? Nada de eso. Power-Pop garagero, festivo y con letras que, en su mayoría, hablaban de chicas. Con claras referencias a Stooges, Ramones y Big Star, The Snakes desplegaban en menos de media hora catorce canciones infecciosas, plagadas de melodías extremadamente pegadizas, guitarras crudas y rockeras y bases sólidas que invitaban al más desenfadado de los bailes. Completamente alejados de la solemnidad que invadía la escena Washingtoniana de esa época (incluidos los grupos donde ellos mismos militaban), Jacobsen y Hampton se animaban inclusive a parodiar a otros géneros como el Funk, el Hip-Hop y el Reggae, demostrando (bueno, es algo obvio para cualquiera con un mínimo de sentido común) que hasta los músicos más comprometidos son capaces de dejarse llevar sin preocupaciones por su sentido del humor. Y, si encima lo hacen con canciones así de buenas, entonces no hay queja posible. Una más que destacable rareza que no hace más que exaltar el espíritu absolutamente indomable de Dischord.


-One Last Wish “1986” (1986)
Esto puede sonar complicado pero no lo es tanto. Tras la disolución de los legendarios Rites Of Spring, tres de sus miembros (el cantante y guitarrista Guy Picciotto, el bajista Edward Janney y el baterista Brendan Canty) se juntaron con Michael Hampton (ex guitarrista de Faith y Embrace, ambas bandas lideradas por Alec e Ian MacKaye respectivamente) para dar vida a este fugaz (hint, hint) proyecto llamado One Last Wish. Curiosamente, o no tanto, el sonido de este, su único registro de estudio, bien podría ser considerado como el puente perfecto entre la crudeza emotiva de Rites Of Spring y la experimentación con elementos del Funk, el Noise y hasta el Pop que más adelante Picciotto y Canty (junto a Ian MacKaye y Joe Lally) desarrollarían en Fugazi. Comprimidos en poco menos de veinticinco minutos, los doce temas que componen “1986” son himnos de absoluta catarsis, con las guitarras escalando a pura distorsión hacia el Olimpo riffero de los corazones rotos (y no es que se trate de esas típicas cancioncitas pedorras de relaciones amorosas fallidas, aquí no hay lugar para ningún tipo de superficialidad ni berrinches adolescentes), Canty exhibiendo su enorme musicalidad a la hora de generar ritmos movedizos y Picciotto expandiendo las capacidades de su garganta hasta alcanzar picos melódicos que generan un inevitable nudo en el estómago. Una obra imprescindible, no sólo para aquellos fanáticos de Fugazi y aledaños, si no para todo aquel que sepa apreciar el Rock en su estado de emotividad más intenso, creativo y descarnado.


-Embrace “Embrace” (1987)
Mis inseguridades no tienen nada que esconder. Mis emociones son mis enemigas por estar de mi lado. Mis afirmaciones no me escupirán en la cara. Todos luchamos para que nuestros sueños se hicieran realidad y ellos terminaron siendo el objeto de nuestro desprecio. Tal vez fuimos demasiado rápido. No puedo expresar la forma en que me siento sin joder algo más. Supongo que soy ingenuo pero se me hace difícil creer que una persona pueda denigrar tanto la vida. La autoindulgencia te enterró demasiado profundo. Qué está bien o qué está mal, no lo puedo decir. Y, sí, por supuesto que estoy asustado de salir lastimado. Y, sí, por supuesto que estoy asustado de estar equivocado. Pero, al mismo tiempo, mi silencio me condenará. Así que podés elegir mantenerte tranquilo detrás de tu ventana y elegir la vista que querés ver. Pero mientras haya otros cautivos, no te consideres libre. No más estar tirados, tenemos que hablar y movernos. No más lágrimas egoístas, no pagaste por ellas. Tus emociones no son más que políticas, así que controlate. Cantar sobre unidad y una forma de vida. Cantar sobre la ayuda que no estás dispuesto a dar. Soñás con un propósito y una razón para existir. Sonás con el amor que todo el mundo perdió. Tirás tus sueños a la basura y te unís al mundo asustado. Mirá lo que organizaste, ¿creés todas esas mentiras? No hay coraje en el odio. Atacar, defender, vivís una fantasía. A veces me gustaría darte una patada en el culo, pero supongo que vos sos sólo un ser humano también. Buscar una razón para odiar. Te odiarías a vos mismo si tuvieras la oportunidad. Supongo que ya lo hacés. Poetas mezquinos con lápices envenenados, forzando rimas para vengarse. El dinero no tiene nada que ver con el valor de la vida, pero eso es sólo sentido común. Mi boca sigue gritando, revelando mi amargura. No habrá victoria, ningún progreso a menos que nos diferenciemos del enemigo. Cuando los sentimientos que abrazo no tienen nada de que agarrarse y la vida por la que trabajé puede ser comparada y vendida, hace que me pregunte cuándo será mi momento de pasear.


-Happy Go Licky “Will play” (1987)
En la primavera de 1987, la formación completa de Rites Of Spring decide reformarse con un nuevo nombre y una visión musical completamente diferente a la de su anterior encarnación. La corta vida del grupo (se separaron en 1988) impidió que pudieran registrar material de estudio pero Dichord (en complicidad con Peterbilt) reunió material diverso de sus presentaciones en vivo y lo presentó en la forma de este caótico “Will play”. La propuesta del cuarteto estaba basada principalmente en la improvisación pero nada tenía que ver con la típica idea de zapada rockera. Bases repetitivas, ritmos entre el Funk y el Kraut-Rock, un bajo sucio y demandante, guitarras ruidosas y empapadas de efectos, manipulación de cintas y voces entre gritadas y habladas conformaban los elementos básicos de su maremágnum sonoro. Por momentos podían remitir al primer Sonic Youth e inclusive al costado más abrasivo de The Fall, pero el aspecto arty se veía controlado siempre por esa energía inmediata y visceral heredada del Hardcore y las improvisaciones nunca se extendían por demasiado tiempo, eludiendo así la autoindulgencia que se suele colar en este tipo de propuestas.


-Fidelity Jones “Piltdown lad” (1989)
En una época se impuso (principalmente dentro de la prensa metalera) un lugar común que dictaba que los grupos de Hardcore, cuando aprendían a tocar sus instrumentos, se volcaban al Metal, principalmente al Thrash. Por supuesto, gran parte del catálogo de Dischord es una prueba irrevocable de lo desacertado de semejante afirmación. Pero obviemos esto último. Siguiendo esa línea de pensamiento, ¿hacia dónde debería moverse un grupo como Fidelity Jones, conformado por ex miembros Beefeater, una banda en la que ya habían demostrado, no sólo un gran amor por Bad Brains y Minutemen (justamente, dos grupos que se ocuparon de desafiar los límites estilísticos del Hardcore), si no también un absoluto dominio de sus instrumentos? Pues bien, el equivalente metálico para una banda de esas características bien podría estar representado por aquello que en la época se conoció (muy a pesar de sus practicantes) como Funk-Metal. Efectivamente, el sonido del cuarteto podría ser asociado sin dificultades a bandas como Living Colour, Jane’s Addiction, Primus, Atom Seed y el primer Faith No More, pero, obviamente, con un latir más cercano a sus raíces Punks que al Metal propiamente dicho y despojado del brillo casi glamoroso de algunos de esos grupos. Picantes rasgueos Funkys que dan paso a contundentes riffs distorsionados, un bajo hiperquinético y amigo del slap, canciones plagadas de cambios de ritmo, ciertos aires psicodélicos, abundante groove, instrumentaciones virtuosas (los solos de guitarra recuerdan a Vernon Reid y los de bajo a Les Claypool), un destacado trabajo percusivo y un cantante parado en algún lugar entre el H.R. más espiritual y el Mike Patton más melódico. Otra excelente prueba de que las premisas de Dischord, a la hora de editar discos, no tenían nada que ver con preconceptos o encasillamientos genéricos.


-Scream “Fumble” (1989)
Los hermanos Peter y Franz Stahl ganaron cierto reconocimiento durante los noventas al frente de los geniales Wool. Y, si hablamos de reconocimiento en los noventas, el baterista (que aquí también hace su debut como compositor y vocalista, aunque ya había participado en el anterior “No more censorship”) que grabó este último disco de Scream (luego reeditado en cd junto a su predecesor, el muy recomendable “Banging the drum”), un flacucho narigón conocido como Dave Grohl, recibió bastante de eso luego de ingresar a un trío conocido como Nirvana y liderado por un rubio muchachito con una forma particular de resolver conflictos. En cualquier caso, más allá de sus cambios de formación y futuras celebridades, Scream venía ocupando un lugar de privilegio en la escena Punk de Washington D.C. desde 1981. Comenzaron como casi todos, tratando de emular a Bad Brains pero, al poco tiempo y gracias a una musicalidad superior a la de la mayoría de sus pares, lograron desmarcarse incorporando melodías más trabajadas, soltura rockandrollera y hasta algún que otro guiño casi metalero. “Fumble” ya presenta a un grupo totalmente asentado y maduro, donde la energía cruda del Punk se encontraba contenida (pero nunca diluida) en canciones rockeras, gancheras, sólidas y con un ajustado trabajo instrumental y vocal. Las referencias a los legendarios morochos seguían ahí, claro, pero la incorporación de un groove más pronunciado y de ciertos modismos cercanos al Hard-Rock de los setentas, anunciaban algo de lo que luego conoceríamos como Grunge. A eso súmenle la inevitable influencia del incipiente Post-Hardcore que estaba naciendo en la capital norteamericana y tendrán como resultado un trabajo sumamente personal. Tras la disolución de Scream, Grohl, como ya dijimos, ingresó en Nirvana y, luego del incidente con la escopeta de Kurt Cobain, fundó los exitosos Foo Fighters (bueno, en el medio hubo también un fugaz proyecto unipersonal llamado Late!, cuyo único disco, “Pocketwatch”, sólo se editó en cassette), donde inclusive llegó a convocar brevemente a Franz Stahl como reemplazo del guitarrista Pat Smear. Peter Stahl, luego de su experiencia el frente de los mencionados Wool, se metió de lleno en los sonidos desérticos y saturados de graves, colaborando con bandas como Earthlings?, Goatsnake, las primeras Desert Sessions, Orquesta Del Desierto, Queens Of The Stone Age (haciendo coros en “The lost art of keeping a secret” del magnífico “Rated R”) y Sunn 0))).


-Rain “La vache qui rit” (1990)
Grabado originalmente en 1987, editado en vinilo en 1990 por el sello Peterbilt Records (propiedad de Guy Picciotto, oh casualidad) y reeditado en cd en 2007 por Dischord, “La vache qui rit” es el único testimonio documentado de una banda que tuvo un paso fugaz por la incipiente escena Post-Hardcore de mediados de los ochentas, pero aún así se las arregló para dejar su marca. Canciones como estas, tremendamente conmovedoras, energéticas pero nunca violentas, con guitarras creativas pero siempre ubicadas y melodías tan viscerales como sensibles (con un alto octanaje de emotividad Pop), son las que sentarían las bases para lo que luego se conocería como Emo. Por supuesto, a años luz todavía de los maquillajes góticos y los peinados tipo lengüetazo de vaca, la propuesta de Rain mantenía aún fuertes lazos con el Hardcore, aún cuando trocara su vieja costumbre de señalar a los demás por una introspección que, no obstante se mantenía urgente y demandante.


-Three “Dark days coming” (1990)
En 1986, Ian MacKaye y Jeff Nelson (ambos ex miembros de Minor Threat y fundadores de Dischord) graban un simple bajo el nombre Egg Hunt y hacen planes para un próximo proyecto conjunto. A tales efectos, convocaron a Geoff Turner y Steve Niles, ambos ex miembros de Gray Matter. El grupo fue bautizado Three y, al poco tiempo, MacKaye decidió abandonar la formación, ingresando entonces como guitarrista Mark Haggerty, también proveniente de Gray Matter. Sólo llegaron a grabar un disco y algunos demos y ese material vio la luz (como sucedió con tantos otros grupos de esa misma generación) de forma póstuma dos años después de su disolución. Como, a esta altura, podrán imaginarse, Three es otra de esas bandas pilares de lo que a mediados de los ochentas se conoció como Revolution Summer. Y, si tenemos en cuenta lo hecho previamente por Gray Matter, no debería sorprendernos el hecho de que este material sea aún más melódico y emotivo. Los ritmos se acercan ahora más al Punk-Rock que al Hardcore, e inclusive rescatan (en “Buy me a river”) un riff de “War pigs” (sí, el tema de Black Sabbath) y lo readaptan a su propio estilo. Aquellos que, como yo, han disfrutado enormemente de la etapa más melódica de 7 Seconds (comprendida, a grandes rasgos, entre “New wind” y “Soulforce revolution”), deberían notar entonces la enorme influencia que Three ejerció sobre esos trabajos. La voz de Turner mantenía ese tono melodioso y juvenil que exhibía en Gray Matter pero sus líneas vocales se elevaban (acompañadas en esta ocasión de bellísimos coros) hacia impensadas alturas de emoción y madurez, las guitarras mantenían la distorsión al frente pero se permitían elaborar riffs más intrincados, así como texturas y arreglos melódicos que no le escapaban ni siquiera a la experimentación con sonidos acústicos y las canciones en general ganaban enormemente en variantes y profundidad musical, sin por ello abandonar la intensidad heredada del Hardcore. Pero, en definitiva, lo que más distinguía al cuarteto de sus contemporáneos era la frescura Pop (más cerca de Hüsker Dü que de los Ramones, de todas formas) de sus melodías que les confería un aire más optimista en contraposición a la angustia manifiesta de bandas como Embrace o Fire Party. Ojo, tampoco piensen que esto material para correr felices por floreadas praderas, porque no lo es. Inclusive los demos incluidos en la reedición en cd del álbum mostraban las intenciones del grupo de expandir aún más su paleta estilística. En cualquier caso, “Dark days coming” es un documento imprescindible de una de las épocas de mayor ebullición dentro de la historia del underground rockero americano.


-Autoclave “Autoclave” (1991)
Si bien varios de sus exponentes más destacados (Slint, Bastro, Don Caballero) ya existían por ese entonces, no era común oír hablar de Math-Rock en 1991. Mucho menos de Math-Rock hecho por mujeres. Sonará a escape fácil pero es muy difícil resistir la tentación de ver a este cuarteto como la versión femenina (con todo lo que eso implica) del género. Efectivamente, Autoclave tenía los ritmos trabados, las guitarras angulares, los intrincados contrapuntos y esa complejidad compositiva aplicada desde una óptica Punk pero nunca resultaban tan oscuros como Slint, tan ruidosos como Bastro o tan sobrecargados como Don Caballero. Sus composiciones siempre dejaban lugar para las sentidas líneas vocales de Christina Billotte, que ya anticipaba algo de lo que luego desarrollaría en Slant 6. Este único disco reúne la totalidad del material de estudio grabado por el grupo, once canciones redondas, que no reniegan del gancho emotivo a pesar de las rebuscadas instrumentaciones. Sin lugar a dudas, una de las propuestas más personales presentadas por el sello.


-High Back Chairs “Of two minds” (1991)
Es lógico que, cuando se habla de Dischord, la primera figura que venga a la mente es la de Ian MacKaye. Pero sería un error olvidar a Jeff Nelson, baterista y compañero de banda de aquel en Teen Idles, Minor Threat y los fugaces proyectos Egg Hunt y Skewbald/Grand Union. Justamente, fueron ellos dos quienes decidieron fundar el sello y le dieron su orientación musical, estética e ideológica. La carrera musical post-Minor Threat de Nelson no es tan conocida como la de MacKaye pero bien vale la pena. Primero formó Three (de quienes ya hablamos más arriba) y, entre fines de los ochentas y mediados de los noventas, lo encontramos en High Back Chairs. Este breve (ocho temas en poco más de media hora) “Of two minds” fue su único larga duración, seguido por el mini lp “Curiosity & relief” (1993), y en él ya encontrábamos las pautas definitivas de su sonido. Lejos del Post-Hardcore y derivados, lo del cuarteto era Power-Pop de pura cepa. Guitarras potentes y rockeras, bases ideales para mover la patita y perfectas melodías vocales de clara extracción Beatlesca, siempre adornadas por bellísimos coros que se clavan directo en el corazón y letras que, a pesar de la dulzura de las voces se ocupaban de tópicos principalmente sociales y políticos. Claro, se trata de un grupo de bajo perfil, con una propuesta más concentrada en la artesanía cancionera que en la ruptura de paradigmas musicales. Aún así, la calidad y el gancho de estas canciones es innegable y el resultado final es sencillamente adictivo.


-Ignition “Complete services” (1991)
No es muy difícil trazar un paralelo entre las carreras musicales de los hermanos MacKaye, Ian y Alec. Ambos comenzaron a fines de los setentas con el más crudo y acelerado Punk-Rock (el primero en Teen Idles, el segundo en The Untouchables), para luego fundar dos de las bandas pilares del Hardcore Washingtoniano, Minor Threat (de hecho, un rapado Alec quedó inmortalizado en la portada del legendario debut de esta banda) y Faith. El desencanto por la creciente violencia que se apoderó de la escena Hardcore de aquellos años los llevó a buscar nuevos horizontes de expresión. Así, en medio del Revolution Summer, Ian formó Embrace (casualmente, acompañado por tres ex miembros de Faith) y Alec Ignition, junto al volátil Chris Bald (ex Faith y también miembro de Embrace) en guitarra, Chris Thomson (ex Soul Side, futuro miembro de Circus Lupus) en bajo y Dante Ferrando (ex Gray Matter) en batería. Sí, como corresponde a esa época, el sonido de Ignition llevaba la energía del Hardcore a diferentes terrenos emocionales, políticos y musicales. Bajando las revoluciones, disminuyendo la velocidad en pos de medios tiempos que privilegian la intensidad antes que el desenfreno, incorporando una sensibilidad melódica introspectiva sin olvidar nunca la visceralidad de la entrega y escapando del rígido esquema de tres acordes aporreados a lo bruto. Ok, la comparación con Embrace es inevitable, inclusive gran parte del trabajo de guitarra de Bald (que, de todas formas, se desempeñara como bajista en aquella banda), con sus soñadores arpegios, sus punteos melódicos y sus elaborados acordes, puede remitir a ellos. Tal vez el punto distintivo sea la impronta de Alec, con una voz rasposa pero más delicada y armoniosa que la de su hermano y una visión lírica más espiritual que hacían que el resultado final fuera menos inmediato pero igual de conmovedor. “Complete services” compila la discografía completa del cuarteto (grabada entre 1988 y 1989) en un único y conveniente pedazo de plástico y refleja a la perfección su evolución musical. Ah sí, Ian luego fundó Fugazi y Alec (luego de varios años de inactividad) se abocó a The Warmers, ambos grupos enrolados en lo que ya se podía definir como Post-Hardcore. Justamente, tras la disolución de ambas bandas, Ian MacKaye creó The Evens junto a Amy Farina, su actual pareja y ex baterista de The Warmers. Todo queda en familia.


-Severin “Acid to ashes and rust to dust” (1992)
Es curioso como el tiempo pone las cosas en perspectiva. En su momento, la propuesta de Severin fue considerada como una más dentro de lo que los medios llamaban Rock Alternativo y hasta es posible que quedara opacada por el suceso de grupos como Fugazi, Jawbox o Shudder To Think. Hoy en día, una sola escucha a este “Acid to ashes and rust to dust” revela que estábamos en presencia de un grupo sumamente personal, que manejaba diversas influencias de forma compacta y en canciones siempre interesantes y memorables. Por un lado estaba toda la intrincada elaboración del Post-Hardcore, sus guitarras disonantes, sus ritmos complejos y esa impronta de nerds haciendo catarsis a guitarrazos limpios. Por el otro, teníamos la crudeza del Grunge, su flirteo con el Rock pesado y hasta una voz (la de Alec Bourgeois) que, por momentos recordaba al desparpajo nasal de Mark Arm de Mudhoney. En tercer lugar, y como para terminar de redondear la cosa, podíamos toparnos con un gancho y una sensibilidad claramente Poperas, que aprovechaba los recovecos que dejaba la intrincada y siempre distorsionada instrumentación para colarse en la forma de melodías cien por ciento tarareables. La banda desaparecería en 1993 y Bourgeois profundizaría esa línea musical al frente de The Capitol City Dusters, de quienes hablaremos más adelante.


-Circus Lupus “Solid brass” (1993)
Si hay un género distintivo de los noventas que no podía estar ausente en el catálogo de Dischord, ese era el viejo y querido Noise-Rock. Ok, habría que estar sordo para no percibir los puntos de contactos entre éste y el Post-Hardcore, especialmente en lo que hace a guitarras disonantes y ritmos irregulares, pero en la asfixiante propuesta de Circus Lupus no había lugar para sensibilidades frágiles. En este segundo disco las guitarras chillan y se retuercen en violentas convulsiones, el bajo retumba en laberínticas líneas, la batería golpea en tempos siempre contracturados y la voz de Chris Tomson (ex bajista de Ignition) recita, con la garganta poseída por los más siniestros demonios internos, sus enfermizos textos de lúcida desesperación. La influencia de The Jesus Lizard se nota a la legua, pero Circus Lupus ponía al frente un trabajo de guitarras más intrincado (por momentos, rozando el Math-Rock) pero no por eso menos salvaje. Tras la disolución del grupo, su núcleo creativo (el mencionado Tomson y el guitarrista Chris Hamley) volvería a unir fuerzas en The Monorchid, sumando a su demencia característica importantes cuotas de Post-Punk a la The Fall o el primer Public Image Ltd.


-Fugazi “In on the kill taker” (1993)
Sí, ya sé. En la entrada anterior dedicada a Dischord ya hablamos de Fugazi, a través de “Repeater”, el que consideramos su disco más representativo, por así decirlo. Pero, como buen fanático que soy de los fabulosos cuatro de Washington D.C., no podía privarme del placer de rescatar mi gema preferida de su discografía. ¿Por qué “In on the kill taker”? Tal vez porque es su álbum más abrasivo (originalmente lo grabaron con Steve Albini, pero los músicos no quedaron conformes con sus propias performances, así que volvieron a grabar, esta vez con Ted Niceley tras la consola), con las guitarras de Ian MacKaye y Guy Picciotto más afiladas que nunca. Tal vez por ese sonido que logra equilibrar a la perfección crudeza, claridad, potencia y naturalidad. Tal vez porque las performances de los cuatro involucrados alcanzan picos de intensidad inigualables, con una base rítmica tan versátil como sólida, un trabajo en las seis cuerdas que debería enseñarse en las escuelas y dos vocalistas que se dejan el alma y la garganta en cada intervención. Todo eso ayuda, claro que sí, pero el punto, como siempre, está en las canciones mismas. La combinación de ruido, melodía y contundencia que abre el disco en “Facet squared” (un comienzo con los dientes apretados y las guitarras sacándose chispas), el Punk afiebrado, melódico y entrecortado de “Public witness program”, la tensión introspectiva y dinámica (que va desde una calma casi silenciosa a desgarradoras subidas de intensidad) de “Returning the screw”, el nervio rockero, movedizo y disonante de “Smallpox champion”, las idas y venidas emocionales de “Rend it” (con Picciotto moviéndose desde la más torturada introspección hacia un estribillo casi épico), el nudo en la garganta y el final a puro ruido de “23 beats off” (una de las piezas más intensas del cuarteto. Y eso es decir mucho), la calma instrumental entre el Jazz y el Pop de “Sweet and low” (con un Joe Lally exultante en sus cuatro cuerdas y unos arreglos de guitarra tan sutiles como conmovedores), esa especie de Funk/Reggae en llamas cubierto por guitarras chirriantes y alaridos desencajados (cortesía de un Guy Picciotto encendido y desbocado) de "Cassavetes", el arrasador Hardcore de “Great cop” (donde Ian MacKaye parece poner al día el legado de Minor Threat), la histeria esquizofrénica de “Walken’s syndrome” (una letra inspirada en un personaje de Woody Allen, un ritmo frenético y unas guitarras que raspan la piel), esa suerte de manifiesto en forma de envolvente medio tiempo que es “Instrument” y ese final casi baladesco (entre la ternura y la más profunda desazón) y entregado con el corazón en la mano que es “Last chance for a slow dance”. Cada uno de estos temas es un ejemplo perfecto, sublime e insuperable de música hecha con pasión, inteligencia, energía, vuelo creativo y honestidad. Sus letras tocan diversos tópicos (la homofobia de las fuerzas armadas, el negocio hollywoodense, las personas que se dedican a señalar con el dedo basados sólo en sus propios prejuicios e ignorancia, aquellos que se escudan tras una barrera de ironía, la idea de nacionalismo atada a meras ambiciones de poder, dolorosos relatos de soledad y angustia, temas políticos y emocionales firmemente entrelazados, como en la vida misma) siempre con una lucidez y una profundidad poética poco común en el Rock en general, pero interpretadas con una vehemencia y una visceralidad que nos recuerdan por qué estos tipos son leyendas vivientes del Hardcore. Por supuesto, en el caso de Fugazi, hablar de Hardcore significa hablar de una idea, un concepto, una forma de expresión y de pararse ante el mundo, un nivel de intensidad (si se quiere), antes que de un género musical estrictamente definido. Y en esa sincera gambeta a los supuestos postulados del Hardcore es cuando más lo enaltecen. Un disco tan necesario como el podrido aire que respiramos.


-Holy Rollers “Holy rollers” (1993)
Profunda y activamente comprometidos con su visión política, Holy Rollers cuenta con el extraño honor de ser la primera banda de Dischord en contar con armonías vocales cantadas por tres de sus miembros. Y eso no era lo único extraño. Su sonido era una particular síntesis entre el Punk ecléctico y convulsionado de grupos como Minutemen o Meat Puppets, la cruda pesadez rockera del Grunge (Mudhoney, Skin Yard y Nirvana a la cabeza), las más elaboradas instrumentaciones y estructuras del Post-Hardcore y un delirante y oscuro vuelo psicodélico que nunca se excedía ni caía en terrenos autoindulgentes. Claro, la variedad era su fuerte (tanto en la parte rítmica, como en el trabajo de guitarras y, especialmente en el terreno vocal, donde sus tres cantantes podían pasar del alarido desgarrado a los cuidadísimos juegos corales sin inmutarse) pero aún así mantenían un hilo conductor homogéneo en sus composiciones, dando a luz un sonido sumamente personal que, a pesar de su claro anclaje en las sensibilidades de los noventas, eludía elegantemente cualquier tipo de categorización facilista.


-Branch Manager “Branch manager” (1995)
Bad Brains, con su combinación de Hardcore, Reggae, Punk, Metal, Funk, Jazz y demases, dio el primer paso. A mediados de los ochentas, Beefeater rescato esa visión desde la sensibilidad del Revolution Summer. Diez años después, Branch Manager retoma el legado con la impronta de los noventas. Ok, tal vez el punto de contacto más fuerte con Bad Brains, más allá de esa suerte de eclecticismo con espíritu Punk (también habría que mencionar la influencia de Minutemen en este terreno), sean los modismos más histriónicos de la voz del también guitarrista, Ron Winters. El trío hacía de la variedad casi una regla y no temía meterse por cualquier terreno a la hora de expresar sus emociones. En estas once canciones podemos encontrar Punk, Soul, Hardcore, Jazz, Funk, Bossa Nova, Grunge, Pop, Folk, Noise y hasta algún que otro lejano flirteo con el Surf-Rock. Derrick Decker (batería) hacía gala de un swing envidiable y mantenía la elegancia rítmica aún en los momentos más crudos del disco, Dave Allen (bajo, no confundir con el bajista de Gang Of Four de mismo nombre) parecía poseer un set extra de dedos con los que rellenaba cada recoveco sin por ello olvidar el buen gusto y la melodía. Y, claro, el timón era comandado por el mencionado Winters. En lo vocal, el morocho sumaba a modismos muy cercanos a lo hecho por H.R. (legendario vocalista de Bad Brains), delicadas melodías Pop, inflecciones casi Souleras y potentes desparramos de energía Punk. Con las seis cuerdas guiaba los diversos cambios estilísticos con infinidad de recursos (riffs casi Sabbatheros, otros directamente inspirados en el Rock salvaje de The Stooges, suaves rasgueos de aires casi caribeños, angulares contracturas rítmicas, acoples, emotivas secuencias de acordes) y una imaginación superlativa. Y, a pesar de todo ese eclecticismo, el grupo mantenía la concentración puesta en las canciones, logrando que el gancho y la sorpresa fueran de la mano sin excluirse mutuamente.


-Slant 6 “Inzombia” (1995)
No hace falta indagar muy profundo para notar que varios de los sonidos presentados por Dischord se transformaron, con el tiempo, en influencias inevitable dentro del amplio espectro de derivados del Punk. Tal vez el caso más notorio haya sido el de At The Drive-In, que llegó al éxito comercial reciclando ideas propuestas originalmente por bandas como Fugazi, Jawbox y The Nation Of Ulysses. En un nivel un tanto más subterráneo (aunque hasta la Rolling Stone les prestó su buena atención, principalmente gracias al fanatismo del escritor Greil Marcus), Sleater-Kinney fue un trío femenino oriundo de Washington D.C. que causó cierto revuelo a fines de los noventas con su combinación de crudeza garagera, sensibilidad Indie, minimalismo Punk y alto octanaje emotivo. Casi un calco exacto de lo hecho por las chicas de Slant 6 un tiempo antes. Canciones breves y certeras, montadas sobre efervescentes ritmos A Go-Go y riffs que revisitaban el Surf-Rock desde una óptica Post-Hardcore. Una voz (la de Christina Billotte, clara inspiración para Corin Tucker de Sleater-Kinney) intensa, emotiva, potente y siempre respetuosa de la melodía daba el broche de oro y trazaba conecciones con el movimiento Riot Grrrl. No tan chillonas como Bikini Kill, lejos de la mugre Grunge de L7 y de la Psicodelia retorcida y distorsionada de Throwing Muses y The Breeders, y, más allá de las similitudes, mucho menos confesionales que Sleater-Kinney, Slant 6 estableció su personalidad con una naturalidad y una soltura sumamente refrescantes.


-Fire Party “Fire party” (1996)
El así llamado Revolution Summer dio vuelta varias de las nociones ya establecidas en el mundillo del Hardcore. Mantuvo la energía cruda y visceral pero propuso un cambio de perspectiva musical e ideológica, alejándose de la mera violencia adolescente y permitiendo un mayor grado de introspección y reflexión. Fire Party fue la primera banda de Dischord en estar conformada íntegramente por mujeres, lo cual suponía otro cambio importante en una escena Hardcore dominada, no sólo por hombres, si no por una energía eminentemente masculina. Este disco homónimo (también conocido como “19 songs”) reúne todo el material grabado por el cuarteto entre 1988 y 1989 y expone a una banda que demuestra lo que vale con sus canciones, más allá de su género. Como sucedía con todas las bandas de aquella generación, la música de Fire Party mantenía la energía pasional del Hardcore pero la condensaba en canciones generalmente a medio tiempo, con riffs que se salían de los márgenes estrictos del género y dejaban volar la imaginación por inéditas planicies armónicas y rítmicas, y melodías vocales donde la intensidad ya no tenía que ver necesariamente con la rabia ni con la pudrición de la garganta. Asimismo, las chicas planteaban un clima de cierta oscuridad psicodélica que las distinguía de sus pares y, de hecho, el término Revolution Summer fue acuñado inicialmente por la misma Amy Pickering (cantante del grupo y la primera mujer en formar parte del staff de Dischord) en una nota que escribió para re-inspirar a la escena Punk de Washington de mediados de los ochentas.


-The Crownhate Ruin “Until the Eagle grins” (1996)
Con un solo larga duración (el magnífico “The Lurid Traversal of Route 7”) a Hoover le bastó para transformarse en una de las bandas más personales y respetadas de la escena Post-Hardcore de mediados de los noventas. Por eso muchos nos lamentamos al enterarnos que, tras la edición de semejante obra maestra, decidían separarse. Por suerte, no pasó mucho tiempo para que dos de sus miembros (el guitarrista Joseph McRedmond y el bajista Frederick Erskine, ambos encargados de las voces) volvieran a unir fuerzas, esta vez acompañados por el baterista Vin Novara (ex miembro de los muy recomendables 1.6 Band) bajo el nombre de The Crownhate Ruin. Si Hoover ya había trazado ese puente entre los sonidos más rabiosos del Post-Hardcore y las complejidades más intrincadas del Math-Rock y el Post-Rock, este nuevo trío se sumergía aún más en dichas aguas. Las composiciones eran aún más laberínticas y oscuras, los ritmos más trabados y virulentos, los riffs más angulares y disonantes y las voces más desesperadas y angustiosas. Si bien el toque de melodía no estaba ausente, no había lugar aquí para caras felices. Las canciones desprendían una energía torturada y retorcida, una sensación de agobio tan densa como la del más reventado exponente Sludge. Los pasajes calmos generaban una tensión insoportable, que sólo se rompía con estallidos de violencia aún mayor. Un año después de la edición de “Until the Eagle grins” el trío se disuelve para dar paso a una breve reunión de Hoover que dejaría como legado un mini lp autotitulado. Luego, sus miembros se desperdigarían por diversos grupos (todos dentro del espectro del Math-Rock, en mayor o menor medida) como Abilene, June Of 44 y Regulator Watts.


-The Warmers “The warmers” (1996)
Lo dijeron ellos mismos, “las canciones simples dicen todo o no dicen nada”. Efectivamente, desde el despojado arte de tapa hasta el sonido del disco y las canciones que lo componen, se nota que este trío hace de la simpleza y la economía de recursos casi una religión. Las composiciones mismas pueden guardar más de una relación con lo que se conoce como Post-Hardcore, especialmente en lo que hace a ritmos convulsionados y a ese eterno equilibrio entre inteligencia y emoción, pero el sonido final (espaciado, natural, controlado) termina remitiendo más a viejas glorias como Minutemen (“Double nickels on the dime” es el disco preferido de la baterista Amy Farina) e inclusive Gang Of Four pero sin tanta presencia de Funk. Los riffs logran sonar personales y expresivos a pesar de su minimalismo, el bajo los apuntala y complementa con un grado de concentración superlativo, la batería marca el pulso con un despliegue imaginativo y potente pero nunca asfixiante y un sentido del groove absolutamente apabullante, y las voces (a cargo del guitarrista Alec MacKaye y el bajista Juan Luis Carrera) ponen la cuota de emoción cruda manteniendo, de todas formas, la variedad entre bellísimas líneas melódicas y desgarrados quiebres de garganta. Por momentos, hasta pueden recordar a un Shellac menos disonante y enfermizo, pero igual de hipnótico, envolvente y crudo. Más allá de las referencias, la propuesta de The Warmers era absolutamente personal y encima exhibía algunas de las canciones más logradas de todo el catálogo Dischordero. Sencillamente, como a ellos les hubiera gustado, un discazo imprescindible.


-Smart Went Crazy “Con art” (1997)
Muchas de las bandas acogidas en el seno de Dischord se mueven en un siempre tenso equilibrio entre inteligencia y visceralidad. En ese sentido, Smart Went Crazy es fiel representante de aquellos que prefieren la balanza inclinada levemente hacia el lado cerebral del asunto. Absorbieron las lecciones del Sonic Youth más arty y rebuscado y, como si eso fuera poco, le sumaron la presencia de una chica, Hilary Soldati, encargada del violoncelo y de las voces, esta última tarea compartida con el guitarrista Chad Clark. Así, el sonido del quinteto se movía entre intrincados entramados guitarrísticos, angulares concepciones rítmicas, hipnóticas y cuidadas melodías, sinuosos arreglos de cuerdas, arrebatos de rabia disonante y catárticas y erráticas estructuras compositivas. Por supuesto, más allá del enorme grado de intelectualidad que exhiben sus canciones, el grupo no descuidaba la emoción, presentando melodías cargadas de oscura tensión y malicia. El trabajo instrumental era sencillamente impecable, con cada integrante cumpliendo su papel a la perfección, generando mini-sinfonías rockeras repletas de detalles y rebosantes de una fuerte sensación de angustia y cinismo. De cierta forma, el profundo grado de elaboración musical y las evidentes pretensiones artísticas de Smart Went Crazy los podrían asociar a Shudder To Think, aunque despojados del glamoroso histrionismo de aquellos. Se trata, claro, de un trabajo difícil (aún en su perfil más melódico), por momentos inclusive hostil, pero que guarda una enorme recompensa para aquellos que se atrevan a recorrerlo entero y sin distracciones.


-Bluetip “Join us” (1998)
Contando en sus filas con ex miembros de Swiz (una de las bandas pilares en eso de combinar la crudeza del Hardcore vieja escuela con la incipiente elaboración introspectiva del Post-Hardcore. Basta decir que su cantante, Shawn Brown, fue el primer vocalista de Dag Nasty), Bluetip bien podría haber sido el grupo que continuara la estela de éxito comercial de Jawbox. La asociación no es gratuita, no sólo J. Robbins (líder de aquel grupo) se encargó de producir este, su segundo disco, si no que también el sonido de Bleutip se movía por carriles similares. Fuertes guitarras al frente, bases energéticas, melodías cargadas de sensibilidad y gancho Pop, y el grado justo y necesario de disonancias y ritmos angulares. La salvedad es que Bluetip se acercaba a esa marca registrada de Post-Hardcore con un desparpajo y una contundencia netamente rockeras, salvajes, sudorosas, encontrando el equilibrio justo entre intelectualidad y energía desatada. En 2001, tras la edición de un disco más de estudio (“Polymer”) y de un compilado de despedida (“Post mortem anthem”), se disuelven y su cabecilla (el vocalista/guitarrista Jason Farrell) resurge con una nueva banda llamada Retisonic y una propuesta aún más accesible. Pero esa, amigos, ya es otra historia.


-Make-Up “In mass mind” (1998)
The Nation Of Ulysses ya había lanzado sus bombas anticapitalistas con resultados artísticos soberbios pero, ante el advenimiento de la comercialización del así llamado Rock Alternativo a principios de los noventas, deciden disolverse. Tres años después de dicha separación, varios de sus miembros emprenden una nueva aventura político-musical bajo el nombre de Make-Up, a veces también conocidos como The Make-Up. Si Refused había tomado bastante inspiración de The Nation Of Ulysses a la hora de concebir su obra maestra, “The shape of Punk to come”, queda claro que su cantante Dennis Lyxzén bebió de Make-Up como fuente de inspiración para su posterior banda, The (International) Noise Conspiracy. Por un lado tenemos los postulados políticos, cercanos al situacionismo francés y las premisas más avanzadas del marxismo. Por el otro, estaba la música, vista por el grupo como un elemento generador de ideas e impulsos revolucionarios. Make-Up se proponía devolverle al Rock And Roll su carácter de confrontación y, para ello, se inspiraba en diversos sonidos. Desde el salvajismo Proto-Punk de MC5, hasta el Funk y el Soul de James Brown, pasando por el Surf-Rock, el Bubblegum e inclusive el Gospel. Todo esto, por supuesto, filtrado por un desparramo de energía cruda, sudorosa, eminentemente sexual y de claras inclinaciones Punks y una autoimpuesta economía de recursos. Asimismo sus presentaciones en vivo se hicieron famosas por la intención del grupo de incorporar al público como quinto integrante, promoviendo una interacción que, justamente, se relacionara a la idea casi religiosa del Gospel. Esto era apuntalado por el hecho de que los cuatro integrantes de la banda solían vestir uniformes exactamente iguales sobre las tablas. Como era de esperar, en el año 2000, tras la aparición de varias bandas tratando de emular el estilo musical y estético de Make-Up, vaciándolo así de su contenido político, el cuarteto decide separarse definitivamente.


-Faraquet “The view from this tower” (2000)
Nacido originalmente como un proyecto paralelo de algunos de los miembros de Smart Went Crazy, Faraquet cobró importancia en 1998, tras la disolución de aquel grupo. Y, si Smart Went Crazy ya se paraba en la vereda más nerd y elaborada del Post-Hardcore, Faraquet llevaba las cosas aún más lejos en términos de complejidad instrumental y rebuscadas pinturas musicales. “The view from this tower” es casi un rescate del King Crimson más riffero filtrado por la óptica del Post-Hardcore. Más aún, las grises visiones urbanas que evocan estas laberínticas composiciones, con sus riffs contracturados, sus voces emocionales y sus ritmos angulares, pueden llegar a remitir inclusive, y salvando las distancias, al trabajo de Astor Piazzolla. Un festival de imaginación musical siempre teñido de amarga desazón, un increíble despliegue de virtuosismo que nunca cae en la exhibición gratuita, si no que pone toda esa profunda musicalidad al servicio de las canciones, como debe ser. Al año siguiente de la edición de este álbum debut, el trío se separa y dos de ellos continúan juntos en Medications. En 2007, los miembros de Faraquet se juntan para trabajar en un compilado de rarezas (el genial “Anthology 1997-98”, editado el año pasado) y allí mismo deciden reunirse para dar algunos conciertos en Brasil (mierda, ¿qué les costaba bajar hasta acá?) y Washington D.C.


-The Pupils “The pupils” (2002)
La existencia de The Pupils podría parecer absurda. Claro, tanto Daniel Higgs como Asa Osborne son miembros fundadores de Lungfish y bien podrían desplegar allí (bueno, no ahora que el cuarteto se encuentra disuelto, pero sí en la época en que grabaron este disco) sus inquietudes musicales. Más, si tenemos en cuenta que el esquema compositivo de The Pupils no difiere tanto del de su banda principal. Guitarras que flotan entre riffs simples y rasposos y bellísimos arpegios, siempre cargadas de soñadora psicodelia, estructuras minimalistas y repetitivas, arrastrados tempos hipnóticos y la personal voz de Higgs desgranando sus no menos personales poesías. Casi suena como una descripción al pie de la letra del estilo distintivo de Lungfish. La diferencia está en el clima íntimo y cálido que aporta la ausencia de una base rítmica rockera. En los temas donde el dúo precisa soporte rítmico, se valen de baterías programadas y tenues percusiones que mantienen la atmósfera de suave ondulación marítima del disco. Ok, podríamos decir que esto no es más que una versión Low-Fi, casera, casi juguetona y (aún más) despojada de Lungfish y volver a cuestionarnos la necesidad de este álbum. Pero ante canciones tan perfectas, emotivas y evocadoras como las que componen este único registro discográfico del dúo, ¿qué más da el formato que hayan elegido para presentarlas? Un disco ideal para contemplar la noche estrellada en una playa solitaria.


-The Capitol City Dusters “Rock creek” (2002)
Tras la experiencia de Severin, su líder, el cantante y guitarrista Alec Bourgeois, funda este trío originalmente conocido como The Dusters. En 1998 editan un más que aceptable disco debut (“Simplicity”), luego del cual se toman una larga vacación discográfica (aunque seguían girando de manera incansable) hasta llegar a este “Rock creek”, su segundo y último larga duración. Sin ser un trabajo innovador o revolucionario, Bourgeois y compañía se las arreglaban para mostrar un sonido personal (en especial gracias al infeccioso tono de voz del mismo Bourgeois), con canciones que fundían sin problemas la energía emotiva e intelectual del Post-Hardcore, el nervio rockero y despojado del Grunge y un refrescante gancho de claras inclinaciones Power-Poperas. Si lo ven como una versión simplificada y más accesible de Severin, no están tan mal rumbeados. En definitiva, más allá de tanto rótulo extraño, esto es Rock, ni más ni menos. Energético, crudo, ajustado, con el grado justo de elaboración pero sin pasarse de nerds, con el punto justo de emoción sin caer nunca en exageraciones teatrales y con grandes melodías que, no por gancheras y agradables resultan inocuas. De haber sido editado a mediados de los noventas, este disco podría haber sido un éxito comercial rotundo. Al menos en teoría, claro. Todos sabemos que, por más disfraz alternativo que se ponga, el negocio musical se sigue moviendo por pautas que poco y nada tienen que ver con lo artístico. En fin, más allá de cualquier tipo de queja de viejo choto Punk, “Rock creek” es un delicioso manjar para cualquier amante de las buenas canciones.


-Beauty Pill “The unsustainable lifestyle” (2004)
Muy lejos han quedado ya los tiempos en los que alguien podía pensar que Dischord era un sello dedicado exclusivamente al Hardcore proveniente de Washington D.C.. Desde ya, tampoco es la primera vez que el sello edita material cercano al Indie y al Pop, pero es probable que “The unsustainable lifestyle” sea el disco más refinado en salir de su seno. Claro, teniendo al mando a Chad Clark (Smart Went Crazy, Faraquet, Medications), eran de esperarse instrumentaciones complejas y cuidadosas y un fuerte aire de sofisticación artística pero, lejos de las angulares tensiones de sus anteriores bandas, Beauty Pill redondea las formas y se entrega a reposadas canciones pletóricas de dulces melodías y sutiles arreglos. El hecho de que la formación (en este disco) contara con tres guitarras, un bajo, una batería y una chica (Rachel Burke) a cargo de los teclados y las voces (compartidas, claro, con Clark) ya dice algo sobre sus intenciones. La música aquí contenida bien podría ser descripta como un Indie-Pop sumamente prolijo, bien orquestado (aquí se cuela algo de los Beach Boys) pero sin caer nunca en excesos, de tempos relajados, guitarras imaginativas y melodías vocales sensibles y atinadas pero nunca solemnes. Como para no dejar dudas sobre la elegancia de estas canciones, también se permiten flirteos con otros géneros como el Jazz, la Bossa Nova e inclusive algo de Trip-Hop. En los momentos más animados pueden remitir a un My Bloody Valentine sin la bola de ruido de fondo o a una extraña cruza entre las melodías más adorables de The Breeders, las guitarras más amables de Sonic Youth y los ritmos de The Sea And Cake. Voy a ser completamente honesto, es muy probable que si esta gente no perteneciera a Dischord, los hubiese desestimado como un producto pedorro para público “inrockuptible” con ínfulas de cooleza. Pero, si son capaces de despojarse de ese tipo de prejuicios, es probable que puedan entonces disfrutar como se debe de estas hermosas canciones.

-French Toast “In a cave” (2005)
Jerry Brusher fue, durante los noventas, miembro de Fidelity Jones y luego, en 2001, ingresó a Fugazi como segundo baterista. James Canty (hermano de Brendan, baterista de Fugazi) paseó su talento musical por bandas como The Nation Of Ulysses y Make-Up. En 2001 deciden unir fuerzas en este, uno de los grupos más personales y creativos de los últimos tiempos presentados por Dischord. Ambos se reparten las tareas instrumentales (guitarra, bajo, batería y teclados) y vocales y entregan una colección de doce geniales canciones que expanden las nociones de Post-Hardcore, Post-Punk e Indie-Rock hacia el infinito. Bases programadas, espesas atmósferas Dub, sólidos ritmos tracción a sangre, crudos riffs de pura cepa rockera, suaves y espaciadas notas de piano, ruidosas disonancias, melodías vocales perfectas, intensas y variadas (a veces tremendamente oscuras, en otras ocasiones hipnóticas y lisérgicas, por momentos acercándose al Pop y en otros exhibiendo un crudo nervio Punk), tensos climas símil película de espionaje, arreglos sutiles y casi minimalistas, arranques de Funk contracturado, misteriosos remansos ambientales, enroscadas y prominentes líneas de bajo, lisérgicos teclados y elementos aún más difícil de describir y encasillar se dan cita en este disco debut, logrando, no obstante, un resultado homogéneo y coherente, donde la vasta gama de experimentación está siempre puesta al servicio de las canciones. Por supuesto, hay influencias (The Fall, Pixies, Fugazi, Pavement, The Dismemeberment Plan, el costado más experimental del Dub y la Música Electrónica) pero les aseguro que el resultado no se parece a nada que hayan escuchado antes. Al poco tiempo de editar este álbum, sumaron a Ben Gilligan (en guitarra, bajo y voz) a la formación y, un año después, editaron su continuación, el también recomendable (y más rockero, a falta de un mejor término) “Ingleside terrace”.


-Medications “Your favorite people all in one place” (2005)
A priori podría parecer contradictorio pero el Indie-Rock y el Rock Progresivo cuentan con puntos musicales en común. Sólo basta prestar algo de atención a las estructuras y los riffs concebidos por grupos como Pavement y Sonic Youth para notar esa pulsión por resquebrajar la noción tradicional de canción y esa eterna búsqueda de nuevas formas para encarar el Rock de guitarras. Inclusive Stephen Malkmus (líder de Pavement) incorporó, en sus discos solistas, una notable gama de elementos claramente setentosos. Medications (grupo que sigue el linaje de Smart Went Crazy y Faraquet) ejemplifica a la perfección esa síntesis entre sensibilidad Indie y complejidad Progresiva. Por un lado, no suenan tan desprolijos e irónicos como Pavement ni tan ruidosos como Sonic Youth. Por el otro, su costado Progresivo está completamente despojado de cualquier atisbo de pompa épica o exhibicionismo pirotécnico. Se acercan a la Psicodelia pero no como cuelgue drogadicto, si no como generadora de vívidas imágenes musicales. Sus canciones poseen intrincados desarrollos y una profundidad tridimensional pero nunca pierden de vista el gancho melódico ni la emotividad. Por momentos, inclusive, se los puede definir como una versión Indie de grupos como Voivod o Faith No More. Con una formación básica de trío (guitarra, bajo y batería) se las arreglan para describir pinturas plagadas de detalles y sutilezas y alcanzan picos de intensidad emocional que ponen la piel de gallina. Por supuesto, la figura del disco termina siendo el vocalista/guitarrista Devin Ocampo. Su voz, potente, sensible y siempre atinada transmite sensaciones fuertes sin caer nunca en excesos ni estridencias innecesarias y su trabajo con las seis cuerdas es sencillamente apabullante, rellenando cada resquicio sonoro con una variedad de recursos y una imaginación envidiables. Si son de aquellos que creen en la idea de “buena música”, entendiendo esto como la música que busca la perfección tanto en lo compositivo como en la interpretación, “Your favorite people all in one place” es un delicioso y suculento bocado que los dejará más que satisfechos.


-Joe Lally “There to here” (2006)
Joe Lally era el único miembro de Fugazi que no cargaba con un importante currículum dentro de la escena Hardcore Washingtoniana, ¿será por eso que, tras la disolución (o hiato indefinido, como dicen los involucrados) de dicha banda fue uno de los que se mantuvo más activo, musicalmente hablando? Fundó The Black Sea (que luego cambiaría su nombre a Decahedron, ya sin Lally en sus filas) junto a ex miembros de los geniales Frodus, participó de Ataxia con John Frusciante y el productor Josh Klinghoffer y editó dos discos solistas por Dischord. “There to here” es el primero de ellos (seguido un año después por “Nothing is underrated”) y en él encontramos lo que cabría esperar dado el carácter relajado y sobrio (al menos, así se lo veía en los conciertos de Fugazi) del bajista. Canciones simples, de aires entre emotivos y psicodélicos y construidas, claro, sobre sus profundas líneas de bajo, montadas sobre ritmos repetitivos e hipnóticos y adornadas por su voz, siempre calmada, ubicada, enemiga de los excesos y provista de una conmovedora profundidad espiritual. Claro, para lograr un mejor resultado, el bueno y pelado de Joe se rodeó de un envidiable seleccionado de músicos invitados. Sus ex compañeros Ian MacKaye y Guy Picciotto aportan guitarras (el primero también algunos coros), Amy Farina (ex The Warmers, actualmente en The Evens junto a Ian MacKaye) pone su habilidad superlativa tras los parches, Jerry Brusher (segundo baterista durante la última etapa de Fugazi y actual miembro de French Toast) también aporta algunas baterías, lo mismo que Jason Kourkounis (de Hot Sankes) y Eddie Janney (ex Rites Of Spring). El broche de oro (y, para algunos la sorpresa, aunque aquellos interiorizados en el tema sabrán que Lally editó varios discos de Spirit Caravan en su propio sello, Tolotta Records) lo da la presencia del amo del Doom, Scott “Wino” Weinrich con sus siempres Sabbáthicas seis cuerdas. De alguna forma, se me hace inevitable no relacionar este material con algunos de los trabajos solistas de otro gran bajista del Punk, el eterno Mike Watt, quien también dejaría un tanto de lado la efervescencia Funk/Punk de sus anteriores grupos (Minutemen, fIREHOSE) en pos de canciones más reflexivas donde también brilla su impresionante interpretación en las cuatro cuerdas. A esta altura ya deberían saberlo, esta gente nunca falla.


-Soccer Team “Volunteered civility & professionalism” (2006)
Las experiencias de The Evens y French Toast (por sólo nombrar a los pertenecientes a la escudería Dischord) demostraron que las formaciones de dos integrantes podían funcionar perfectamente. Soccer Team, como The Evens, es el trabajo de un muchacho, el ex Beauty Pill Ryan Nelson, y una muchacha, Melissa Quinley. Ambos fueron en su momento parte del staff del sello y para este, su único registro discográfico hasta la fecha, eligieron la intimidad de su hogar como estudio de grabación. Munidos de un par de portaestudios, el dúo desgranó catorce canciones repletas de sensibilidad y sutilezas. Desde luminosas melodías Pop (con cierto aire a The Breeders) hasta breves experimentos sonoros, pasando por hipnóticas letanías psicodélicas y algún que otro guiño al Sonic Youth más reposado, “Volunteered civility & professionalism” hace gala de una calidez y una naturalidad envidiables. Por momentos juguetones y alegres, en otros sumergidos en una intimista melancolía, siempre con un especial cuidado por las melodías y una interpretación impecable. Y, de paso, demostrando que no hacen falta grandes presupuestos ni producciones ampulosas para entregar un material de calidad en todos los aspectos posibles.


-Antelope “Reflector” (2007)
El costado más arty y experimental de la primera camada de Post-Punk inglés (en especial bandas como The Pop Group, Wire, Public Image Ltd., The Fall y Gang Of Four) resultó ser una influencia insoslayable en la construcción del típico sonido Post-Hardcore washingtoniano. Un par de generaciones después, este trío de nerds (entre los cuales se cuenta un ex miembro de El Guapo) vuelve a rescatar esa visión minimalista y elegante de la energía Punk. Pero, en lugar de pasarla por el prisma visceral del Hardcore, la envuelve en melancólicas miniaturas más aptas para la reflexión y el baile cadencioso que para el pogo. Estructuras simples y repetitivas, una batería tan económica como efectiva, un bajo prominente y obsesivo, una guitarra que dibuja sensaciones y pinturas cubistas pero que también sabe cuando llamarse a silencio, y unas voces que van desde las melodías inanimadas a la emoción más profunda sin perder nunca el control. De alguna forma, Antelope toma los momentos más reposados de bandas como Fugazi, Lungfish o Sonic Youth y los enmarca en breves mantras con nervio rockero, rítmicas de Funk entrecortado y sofisticación vanguardista. El resultado es una perfecta colección de diez canciones que demuestran que el minimalismo no tiene por qué ser sinónimo de frialdad y que no hace falta sobrecargar las composiciones para lograr verdadera profundidad musical.


-Edie Sedgwick “Things are getting sinister and sinisterer” (2008)
¿Un retorcido chiste interno? ¿Una elaborada y filosa parodia apuntada al corazón mismo del post-modernismo? Justin Moyer (que ya exhibiera su talento musical en dos grupos de la escudería Dischord, El Guapo y Antelope), se cubre, con un sentido del buen gusto al menos discutible, de brillante maquillaje, se viste de mujer y reencarna en la forma de Edie Sedgwick, aquella malograda musa de Andy Warhol. Se autodefine como una persona deshonesta, falta de integridad y reluctante a hacer las cosas por sí misma, en obvia contraposición a algunos de los más celebrados postulados Dischorderos. Su temática se centra en la cultura popular (que considera una cultura bizarra, retorcida y rota) y desnuda, con corrosivo sentido del humor, algo que, en el fondo, todos sabíamos: el glamour no es más que cartón pintado y la idea de sofisticación promueve valores peligrosamente superficiales. Como no podía ser de otra manera, el acompañamiento musical a semejante concepto está basado en una siempre bailable y melódica interpretación de la música electrónica. Bases que parecen programadas con un teclado Casio de hace veinte años atrás, arreglos mínimos bordeando el ridículo, líneas vocales siempre Poperas pero interpretadas con singular cinismo y un afectado tono histérico. Por momentos suena a pura New Wave ochentosa, en otros se arrima al Hip-Hop más primitivo e inclusive llega a remitir a una especie de versión Pop del costado más accesible de My Life With The Thrill Kill Kult. Moyer no se sale nunca del personaje y el resultado de la propuesta conceptual resulta tan divertido como descorazonador.