Por Fernando Suarez.
-Half Japanese “Calling all girls” (1977)
Viajemos en el tiempo hasta 1977. Los dinosaurios rockeros todavía daban sus últimos coletazos y, en Inglaterra, el ex manager de los New York Dolls adaptaba lo que había aprendido en la gran manzana de artistas como Richard Hell y Ramones al mercado londinense, imponiendo así a su propio grupo prefabricado, los Sex Pistols. Mientras el mundo observaba esa supuesta revolución musical azorado, en un sótano de Maryland, Estados Unidos, dos hermanos (Jad y David Fair) registraban de forma absolutamente casera nueve canciones que hacían que toda aquella explosión británica pareciera un tonto juego de niños. Ninguno de los dos sabía cómo tocar los instrumentos de forma “adecuada”, pero eso no era un impedimento. Por el contrario, era una puerta abierta a jugar con ellos y encontrar una forma de expresión absolutamente personal y catártica. Claro, hoy en día, bendecidos con la perspectiva que sólo nos da el tiempo, podemos hablar de Noise-Rock y quedarnos tranquilos. Guitarras distorsionadas hasta la saturación, desafinadas, disonantes, caóticas, castigadas hasta hacerlas chillar de dolor. Voces desencajadas y rotas, paradas en algún lado entre la más psicótica tensión y una lúdica inocencia casi infantil. Una batería aporreada con saña y una total despreocupación por cuestiones técnicas, generando una resquebrajada pared rítmica pletórica de histeria donde hasta se pueden percibir ciertos golpes vertiginosos (aunque sumamente desprolijos) que luego serían conocidos como Blast-beats. Half Japanese no se sólo se adelantó al Noise-Rock (su influencia en bandas como Sonic Youth, Big Black, Boredoms y la No-Wave neoyorquina en general es notable), también anticipó la idea de Low-Fi que proliferaría en los noventas (chequeen las primeras grabaciones de Pavement o Sebadoh si no me creen) y encima dio a luz un sonido verdaderamente revulsivo y extremo, la auténtica patada en la ingle del Rock And Roll que el Punk británico siempre pretendió ser. Y lo más interesante es que llegaran a esos resultados de forma tan espontanea, despojados de sesudas elucubraciones artísticas o pomposos manifiestos políticos, otro de los rasgos que definirían al Rock de los noventas. La carrera del grupo se mantuvo estable hasta la actualidad (aunque su última entrega discográfica, “Hello”, data de 2001), inclusive puliendo un tanto su sonido (e incorporando más músicos a su formación) aunque sin perder nunca la demencia característica. Aunque más no sea por su valor histórico, “Calling all girls” (con sus escasos doce minutos de duración) es una pieza imprescindible para cualquier amante de la música extrema que se precie de tal.
-Souls At Zero “Souls at zero” (1993)
A fines de los ochentas los conocimos como Wrathchild America y practicando un Thrash técnico que, a pesar de mantenerse dentro de los lineamientos básicos del género, ya se animaba a ciertas disgreciones (cover de Pink Floyd, sentido del humor, flirteos con el Jazz y el Blues) que daban una buena pauta de su identidad. Pero, claro, llegaron los noventas y el panorama musical cambió completamente, inclusive para el Metal. El nuevo paradigma sonoro era dictado por bandas como Prong, Pantera, Helmet, Ministry o los renacidos Corrosion Of Conformity con su imprescindible “Blind” de 1991. En este contexto, Wrathchild America deja de existir como tal y renace con nuevos bríos bajo el nombre de Souls At Zero, casualmente el mismo nombre del disco que Neurosis hubiera editado un año antes. El aplastante groove de la inicial “Frustration” ya deja en claro cómo viene la mano. Riffs y estructuras más simples y contundentes, baja de velocidad en pos de la intensidad, voces más rabiosas pero sin irse a los extremos y una sensación general de bronca tangible y visceral. Por supuesto, el cuarteto adopta los modismos del Thrash de los noventas pero no olvida por completo sus viejas mañas. El nivel instrumental sigue estando por encima de la media y todavía hay lugar para algún que otro abrupto cambio de ritmo y alguna que otra acelerada ideal para desnucarse a puro headbanging. Aún dentro de este esquema de Metal noventoso, Souls At Zero se las arregla para proponer la suficiente variedad en sus composiciones como para no aburrir ni diluir la energía en un desparramo de riffs y gritos sin sentido. Ahí tienen el Panteroso riff de “Never”, los frenéticos machaques y la tensión violenta de “Hardline”, la densidad disonante y trabada de “Lost”, el groove contagioso y las voces desesperadas de “Checkin’ out”, el paso lento y ominoso del tema que da nombre al grupo y al disco, el casi Hardcore de “Not you”, los riffs secos y el tempo Helmetoso de “Crowded head”, el ácido humor de “Welcome to the 90’s” (casi una sardónica declaración de principios) y la hipnótica oscuridad de “Mind’s eye” que cierra el disco como buen ejemplo de ello y, de paso, como certeros golpes al entrecejo. Tal vez hayan llegado un poco tarde como para hablar de originalidad pero, sin duda alguna, estos oriundos de Baltimore se las arreglaron para imprimir su propia personalidad (en especial gracias al excelente trabajo vocal del bajista Brad Divens, un magnífico ejemplo de cómo conjugar virulencia y melodía sin salir mal parado) en canciones redondas, energéticas y, más allá de todo, sumamente profundas. Souls At Zero abraza la simpleza de los noventas pero deja de lado cualquier atisbo de superficialidad, se mantienen claramente metaleros pero no suenan acartonados y en eterna pose como muchos de sus pares, la rabia que desprenden sus composiciones se percibe urgente y nada calculada. En 1995, tras la edición del ep “Six-T-Six”, ve la luz el segundo y último disco de la banda (el también recomendable “A taste for the perverse”) que los encuentra metiéndose en terrenos más cercanos al sonido entrecortado de Helmet, acentuando el groove e inclusive dejando de lado varios de sus modismos Thrashers. En fin, en pleno revival noventoso, no está de más rescatar a una de las bandas que ayudó a que el Metal se sintiera cómodo en dicha década.
-D-Generation “No lunch” (1996)
Desde ya, yo soy uno de los tipos menos indicados para ponderar las causas que llevan a que un determinado grupo musical tenga éxito comercial o no. Tras el suicidio de Kurt Cobain en 1994 (año en el que D-Generation debutaba con su disco homónimo), la popularidad del Grunge comenzó su declive y el grueso del público rockero comenzó a buscar algo del brillo glamoroso perdido sin olvidar del todo la angustia y la crudeza típicas de los noventas. En ese contexto, estos cinco neoyorquinos apadrinados por Joey Ramone lanzaron su segunda placa dispuestos a comerse al mundo. Parecían tenerlo todo, imagen salvaje y atractiva, buenas canciones, empuje rockero y un desparpajo que poco tenía que ver con la timidez y la introspección del Grunge. En lo musical tenían perfectamente aprendidas las lecciones del costado más Hard-Rockero del Punk, partiendo de Iggy Pop, pasando por New York Dolls, rozándose con los primeros Guns N’ Roses y sin olvidar a los finlandeses Hanoi Rocks. A eso le sumaban algo de la simpleza efervescente de Ramones, bastante de la melancolía urbana de The Replacements y un atrapante gancho Pop (la producción corrió por cuenta del ex The Cars, Rick Ocasek) que, no obstante, no llegaba nunca a diluir la energía contagiosa y rockera de las canciones. Efectivamente, las guitarras cortaban como motosierras sin por ello perder de vista la melodía, las bases golpeaban duro sin perder nunca de vista el swing y la voz de Jesse Malin desgranaba geniales y sentidas melodías con un tono tan rasposo como personal. Y todo eso lo exponían en canciones sencillamente geniales. La fuerza Punk arrasadora de “Scorch”, “Frankie” y “1981”, la potencia rockera y envenenada de “She stands there”, “No way out” y “Not dreaming”, la emoción desgarrada de “Capital ofender” y “Waiting for the next big parade”, las melodías Poperas de “Major” y “Too lose”, el groove hipnótico seguido de melancólico estribillo de “Disclaimer” y el final fiestero de “Degenerated” (cover de Reagan Youth que ya apareciera en su anterior disco y en la banda de sonido de la película “Airheads”, protagonizada por unos jóvenes Brendan Fraser, Adam Sandler y Steve Buscemi) así lo prueban. Por supuesto, en su momento fueron comparados con bandas como The Wildhearts, los primeros Manic Street Preachers e íconos del Punk neoyorquino como Dead Boys y The Dictators y hasta se los ha mencionado como precursores del estilo que luego practicarían otros como Backyard Babies o The Hellacopters. Y, si bien los puntos de contacto con todos ellos son (en menor o mayor medida) innegables, les puedo asegurar que la propuesta de D-Generation es extremadamente personal y reconocible en la primera escucha. Tres años después editarían el oscuro (pero de todas formas recomendable) “Through the darkness” con escasa repercusión, lo que llevaría a la disolución definitiva del grupo. En fin, si sirve de algo, no son muchos los grupos dentro de esta línea musical que logran captar mi atención, por lo que el mérito de D-Generation es doble en ese sentido. Y, si no me creen, denle una oportunidad a este adictivo “No lunch” y compruébenlo por su cuenta.
-Discount “Half fiction” (1997)
El Punk probablemente sea el género sobre el que más se ha teorizado desde que a alguien se le ocurrió sentarse a escribir sobre Rock en general. Entre las cientos de ideas que lo revolotean, se ha destacado una que afirma que el Punk es Rock y Anti-Rock en sí mismo. Discount encarna dicha premisa de forma sumamente intensa y personal. Se basan en la esencia misma, la energía más primigenia del Rock, les bastan unos pocos acordes y una melodía parida desde las entrañas para construir canciones perfectas, se expresan sin tapujos, desnudan su alma sin temor al ridículo y lo hacen de forma visceral y urgente. No se van a los extremos, no experimentan, se mueven sin problemas entre ritmos básicos, riffs gancheros y una voz (en este caso, femenina y a cargo de Alison Mosshart) cruda que, no obstante, comprende a la perfección el enorme poderío emocional que encierra una buena y simple melodía. Por otro lado, se plantan firmemente en la vereda opuesta a muchos de los más recalcitrantes clichés rockeros. La profundidad emotiva que desprenden sus canciones poco tiene que ver con la típica sobrecarga de testosterona del Rock And Roll (muchas veces, el Punk incluido) en general, no parecen preocupados por esconder sus influencias (Hüsker Dü, Descendents, Samiam, J Church, Jawbreaker) pero tampoco por imitar a nadie (vamos, que sería de tantos íconos rockeros sin la falsa ilusión de originalidad que da a luz incontables copiones desprovistos de personalidad), reniegan de todo tipo de exageración teatral y poses pendencieras y/o decadentes y se presentan como personas comunes y corrientes. Lo interesante es que pueden observar esa realidad cotidiana de forma personal y honesta, lejos de panfletos baratos y regodeos nihilistas en la miseria. En otras palabras, estoy hablando de madurez, un auténtico atentado al eterno espíritu adolescente del Rock. Pero, como para fortalecer esa tensión entre opuestos de la que hablábamos antes, no se trata de una madurez achanchada y resignada, si no de una que mantiene intacta la llama interna pero ahora sí sabe cómo y cuándo usarla para lograr resultados certeros. En fin, tal vez sea demasiado análisis para un simple disco de Punk-Rock. Tal vez sería mejor dejar que las canciones hablen por sí mismas (y les aseguro que en su austeridad, estas canciones tienen mucho para decir) y demuestren que, de cualquier forma, toda esta cháchara era sobre música, ni más ni menos.
-Against All My Fears “XXVII” (2009)
Un riff serpenteante se eleva hacia un negro firmamento impulsado por tambores rituales y alaridos desgarrados. El peso del mundo cayendo con cada golpe de batería, los huesos tensionados y doblados en formas imposibles por cada guitarrazo. ¿Quién dijo que el Hardcore tenía que ser cuadrado y repetitivo? Claro, aquí también hay Metal pero eso no es todo. Si son conocedores del Hardcore metálico que se cocinaba en los noventas, nombres como Unbroken, Endpoint, Jihad, Turmoil, Bloodlet, Mean Season o Chokehold deberían servir de ayuda para guiarlos por el virulento mundo musical de Against All My Fears. Si no, piensen en canciones que se salen de la estructura tradicional para explorar nuevas dinámicas, en ritmos cadenciosos y contundentes antes que veloces y desenfrenados (aunque, claro, tampoco falta alguna que otra acelerada), en climas oscuros y envolventes (a veces, incluso, adornados con ominosos pianos y teclados), en una sensibilidad descarnada y sufrida antes que netamente violenta, en guitarras que reniegan del virtuosismo pero se desenvuelven con una vasta gama de variantes (sonidos acústicos, disonancias, texturas, elaboradas progresiones de acordes, tensos punteos melódicos) con las que adornar sus insistentes y machacantes riffs. Pero esto es mucho más que un mero ejercicio de nostalgia. Este quinteto chileno logra en su debut discográfico (inicialmente editado en vinilo en 2008) un sonido absolutamente personal y con la mirada puesta inevitablemente en el futuro. Llegan al punto exacto donde la intensidad más visceral se da la mano con una profunda imaginación musical, salen airosos a fuerza de un cuidadísimo trabajo compositivo que los pone a la par de los exponentes de primera línea del Hardcore mundial. Against All My Fears reivindican la tradición más oscura del Hardcore-Metal de los noventas llevándola un paso adelante en su evolución y lo hace con canciones que invitan tanto a la reacción física e inmediata como a la contemplación reflexiva y el constante descubrimiento de interesantísimas ideas musicales. No importa si son seguidores o no del Hardcore en cualquiera de sus variantes, si aprecian la música pesada hecha con potencia e imaginación, deberían darle una oportunidad.
-AlexisOnFire “Old crows, young cardinals” (2009)
Con la edición de los últimos trabajos discográficos de Thursday, Poison The Well y Thrice, este año que se va representó un saludable presente para el costado más avanzado (¿adulto?) del tantas veces vapuleado Emo-Core. Con un perfil un tanto más modesto, AlexisOnFire nos entrega un cuarto disco que, sin llegar todavía al nivel de sus maestros, muestra a la banda posicionándose entre lo más interesante del género. Siguiendo la línea del anterior “Crisis” (2006), los canadienses no temen adentrarse en terrenos de escabroa virulencia, sin por ello resignar su marca registrada de melodías emotivas. Por supuesto, los ecos de clásicos modernos como Glassjaw, BoySetsFire, Planes Mistaken For Stars o los mencionados Thursday todavía resuenan aquí. Tenemos los alaridos desgarrados que atraviesan las armónicas líneas cantadas, los ataques de epilepsia Post-Hardcore (aquí se nota también la influencia de Refused), los climas de intimidad melancólica que estallan en liberadores exabruptos de electricidad y toda esa carga de emotividad visceral y sufrida que el género exige. Pero también hay lugar para flirteos con el Post-Rock, aceleradas de Hardcore casi Motörheadesco, espesas brumas de Post-Punk, momentos que rozan una suerte de Blues/Gospel Hardcorizado, ocasionales teclados muy bien colocados, cuidados trabajos corales y una mayor atención a la profundidad de las composiciones, ya sea en el costado melódico (insisto con los coros y agrego la elegante labor de las guitarras en este terreno) como en el más agresivo. De hecho, los modismos rasposos y oscuros que ensaya el vocalista George Pettit representan una personal y refrescante vuelta de tuerca al típico chillido Screamo. Aún dentro del clima más bien tenso e iracundo (ah sí, no esperen cancioncitas tontuelas sobre novias que se fueron y traumas adolescentes) que propone el disco, el quinteto se las arregla para nunca perder el gancho, haciendo gala de un inteligente manejo de la dinámica y una intensidad a prueba de balas. En fin, todavía no han llegado a su obra maestra pero, mientras el camino esté pavimentado con discos tan buenos como este “Old crows, young cardinals”, lo de AlexisOnFire sigue siendo digno de atención.
-Ben Weasel “The brain that wouldn’t die” (2009)
Líder de los legendarios Screeching Weasel (la mejor banda en eso de asimilar y revitalizar el legado de los Ramones) durante veintitrés años (con sus correspondientes interrupciones donde aprovecha para ponerse al frente de Riverdales), aspirante a cineasta, frustrado pescador profesional, cabecilla del sello independiente Panic Button (bautizado en honor a sus constantes ataques de pánico), columnista habitual de diversos fanzines (especialmente Maximum Rock N Roll, la biblia de la intransigencia Punk) y autor de dos libros (la novela “Like hell” y el compilado de artículos “Punk is a four letter Word”), Ben Wessel se ganó su lugar en el podio del Punk americano a base de inteligencia, corrosivo sentido del humor y un profundo amor por las canciones simples y pegadizas. Entre las varias pausas generadas en las erráticas carreras de Screeching Weasel y Riverdales, el bueno de Ben ya nos había obsequiado dos trabajos solistas (“Fidatevi” de 2002 y “These ones are bitter” de 2007) que, aún manteniendo la tozudez Punky de siempre, exhibían un costado más íntimo que ya hubiera asomado en aquel “Emo” (1999) de Screeching Weasel. Para esta tercera entrega la historia es distinta. Benito Comadreja suma a la formación de sus discos solistas la guitarra de Danny Vapid (colega suyo en Screeching Weasel y Riverdales) y se dedican a registrar en vivo, tema por tema, aquel glorioso “My brain hurts” (con excepción de “I can see clearly”, reemplazado por el magnífico “Cool kids” de “Bark like a dog” y “Fathead” por “This ain’t Hawaii” de “Boogadaboogadaboogada”), uno de los discos más festejados de Screeching Weasel. La recreación es notablemente fiel y suma el calor y la efervescencia de la presentación en vivo. El grupo suena ajustado y potente, Weasel mantiene su eterno tono nasal y desprolijo (si desafina en el estudio no le vamos a pedir que en vivo sea Pavarotti, ¿no?) y las canciones (catorce odas a la perfección Punkrockera) se suceden una tras otra sin dar respiro. Por supuesto, se trata de un disco que no aporta nada más que el regodeo del fanático pero ¿cómo resistirse al eterno encanto de hits instantáneos como “Veronica hates me”, “The science of myth”, “Kamala’s too nice”, “Don’t turn out the lights” o “My brain hurts”? Sí, puedo admitir que esto huele a choreo por los cuatro costados pero, qué le voy a hacer, este tipo me puede haga lo que haga. Si les pasa como a mí, no lo dejen pasar, y si no, jódanse, ustedes se lo pierden.
-Melt Banana “Melt Banana Lite live version 0.0” (2009)
Pueden decir lo que quieran de Melt Banana (sé de gente y mascotas a quienes su música les resulta sencillamente insoportable) pero su inagotable apetito creativo es innegable. Desde sus inicios (en 1992) probaron casi de todo y, por el mismo precio, se erigieron como una influencia ineludible en diversos experimentadores extremos como The Locust, Fantômas o Discordance Axis. El vertiginoso caos disonante e histérico de sus primeros trabajos (algunos de ellos producidos por gente como Jim O’Rourke, Steve Albini y K.K. Null), el acercamiento a estructuras más tradicionales, arreglos electrónicos y melodías casi poperas (sin dejar de lado su marca registrada de efervescencia Noise-Core-Avant-Grind, a falta de una mejor descripción) de su etapa intermedia y la magistral conjunción de ambos extremos explorada en “Bambi’s dilemma” (2007), su más reciente disco de estudio. Como su nombre lo indica, el que hoy nos ocupa es un disco grabado en vivo pero ni siquiera para semejante trámite se pueden quedar quietos estos nipones. De hecho, en 1999 Tzadik (el sello regenteado por John Zorn) ya había editado “MxBx 1998/13000 miles at high velocity”, un álbum en vivo…grabado en un estudio. En este caso, el trío (el puesto de baterista está en constante rotación, a la Spinal Tap) se presenta con una formación de voz, batería (¿a cargo del gran Dave Witte?), samples y sintetizadores varios. O sea, nada de bajos ni guitarras. ¿Se trata entonces de un material más relajado o menos estridente? No me hagan reír. Con doce temas apiñados en menos de media hora, todos los elementos distintivos del sonido Meltbananesco se hacen presentes. Ritmos frenéticos e impredecibles, punzantes disonancias, erupciones de pura efervescencia ruidosa, la voz entre aniñada y psicótica de Yasuko Onuki, estructuras esquizofrénicas, empuje Hardcore/Grind y una visión retorcida y alucinógena de la palabra vanguardia. El hecho de que los riffs hayan sido reemplazados por diversos chirridos electrónicos no le resta intensidad al resultado final. Es más, me atrevo a decir que dicho enroque no hace más que empujar la propuesta del grupo a terrenos aún más extremos e irritantes. Desde ya, no se trata de material de fácil digestión, pero no se supone que lo sea. Déjense atrapar por el cáustico poderío de Melt Banana y contemplen con una mueca de placer enfermizo cómo se derriten sus neuronas.
-Riverdales “Invasion U.S.A.” (2009)
Ramones, ¿les suena? Algunos dirán que, a esta altura del partido, no tiene sentido seguir repitiendo las enseñanzas de los fabulosos cuatro de New York, pero si subgéneros enteros han surgido tras la premisa de imitar al pie de la letra a grupos como Black Sabbath, Carcass o Neurosis, no veo cuál es el problema en seguir bebiendo de la inagotable fuente de inspiración que ellos representan. Riverdales es el grupo que Ben Weasel (si no saben quién es, más arriba hablamos de él) fundó en 1994 junto a Danny Vapid para dar rienda suelta a sus más básicos instintos Ramoneros. Seis años después del anterior “Phase 3”, este “Invasion U.S.A.” encuentra al trío (actualmente devenido en cuarteto) en excelente forma, entregando catorce temas en poco menos de media hora, uno más ganchero y energético que el anterior. Queda claro que esto no es material experimental ni de difícil digestión. Canciones simples, de refrescantes melodías poperas, montadas sobre tres o cuatro acordes rasgueados como motosierras y ritmos tan básicos como contagiosos e irresistibles. Riverdales parece concentrarse en los primeros discos de Ramones, permitiéndose jugar con las más pegadizas melodías Bubblegum y los tempos más cadenciosos y dejando de lado la arista Hardcore que afloraría a partir de mediados de los ochentas. Por otro lado, el hecho de que las tareas vocales estén a cargo de Weasel y Vapid, ambos con registros bien diferenciados, ayuda a aportar algo de variedad a las canciones. Lo mínimo indispensable, en definitiva esto sigue siendo puro y simple Punk-Rock sin más pretensiones que pasar un buen rato tarareando las chiclosas melodías y moviendo la cabecita como enajenados. La temática de este cuarto álbum está basada casi exclusivamente en películas de ciencia ficción de los cincuentas y sesentas, y se espera una segunda parte (titulada “Tarantula”) para mayo de 2010 donde, según palabras de los implicados, se incorporarán teclados para lograr un sonido afín al de “Subterranean jungle”. En fin, las pautas están claras y pretender otra cosa sería un acto de pura necedad y de una preocupante amargura y frialdad en la zona pectoral.
-Strike Anywhere “Iron front” (2009)
En algún momento dio la sensación de que el Hardcore melódico estaba condenado a desvanecerse en una árida planicie de bandas sin algo mínimamente interesante para ofrecer. El tiempo pasó, los arrivistas desaparecieron (o se movieron a terrenos más afines a las tendencias de ocasión), las agrupaciones relevantes subsistieron de una forma u otra y una nueva generación comenzó a emerger con renovados bríos. Nombres como Just Went Black, Rise Against, None More Black (con ex miembros de los geniales Kid Dynamite), el supergrupo Only Crime (con gente de Good Riddance, Bane, Descendents y Black Flag, entre otros) y, claro, el que ahora nos ocupa surgieron a comienzos del nuevo milenio como una energizante ráfaga de viento fresco. Por un lado, centraron su temática en cuestiones político-sociales, recuperando así algo del carácter reflexivo y comprometido de próceres como Greg Graffin y Jello Biafra, algo que se traslada también al terreno musical, completamente alejado de cualquier atisbo de pasatismo o superficialidad. Al mismo tiempo, al menos en el caso de Strike Anywhere, se dejaron empapar por cierta madurez heredada del mejor Post-Hardcore y, en ese sentido, no es de extrañar que ciertos pasajes de su música suenen a una versión acelerada de grupos como Fugazi, Quicksand o Hot Water Music. Pero eso no es todo. De la misma forma en que grupos como Give Up The Ghost, Stay Gold o Count Me Out (casualmente, una banda que compartió integrantes con Strike Anywhere) revitalizaron la tradición más dura del Hardcore Straight Edge de los ochentas, sumando una necesaria cuota de melodía a sus composiciones, Strike Anywhere toma el camino inverso y adopta algunos de los modismos más iracundos de clásicos como Youth Of Today y Gorilla Biscuits y, con absoluta naturalidad, los amalgama a su esquema de riffs gancheros y melodías tarareables. Entonces, recapitulando, tenemos la mejor tradición del Hardcore melódico (de Bad Religion a Lifetime, pasando por No Use For A Name), la elaborada emotividad del Post-Hardcore, los alaridos y la fuerza bruta de la vieja escuela, presentadas con interpretaciones impecables, ajustadas e intensas y condensadas en trece himnos rebosantes de energía, donde cada grito es una arenga, cada riff un certero puntapié al alma y cada estribillo un llamado de atención. Vamos, excelentes canciones, personalidad, urgencia (la forma en que el quinteto conjuga los ritmos más afiebrados y veloces con las melodías más conmovedoras resulta sencillamente irresistible) y esa vieja y querida carga de virulencia Hardcore/Punk perfectamente enfocada y dirigida, ¿qué más le pueden pedir a la vida?