19 de noviembre de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Bomb Everyhting “The all powerful fluid” (1992)
Parece ser que entre fines de los ochentas y principios de los noventas muchos músicos descubrieron que combinar los riffs más furibundos del Metal, el Hardcore y el Punk con los samples y las bases programadas de la Música Industrial era una idea ganadora. Así, tuvimos a pioneros como Ministry, KMFDFM, Godflesh o The Young Gods (a su vez, inspirados por otros adelantados como Killing Joke, Foetus e inclusive Big Black) y, detrás de ellos, una larga fila de aspirantes al trono de esa nueva violencia mecanizada. Bomb Everything (originalmente conocidos como Bomb Disneyland) venían de Inglaterra y contaban con un pasado directamente ligado al Crossover/Thrash, con lo cual las comparaciones con los dos primeros grupos de la lista se hacen más que evidentes. Ritmos durísimos, casi marciales, filosos riffs Thrashers reducidos a su expresión más mínima y certera, un bajo grandote y crujiente con las cuerdas como cables de alta tensión, espesas capas de samples corrosivos que inducen visiones narcóticas y una voz que parece ladrar órdenes desde una radio descompuesta. O sea, un esquema más bien convencional dentro de los parámetros del, por ese entonces, aún incipiente género. Por supuesto, lo que faltaba en originalidad, los muchachos lo suplían con toneladas de energía y una entrega sólida y ajustada, que dirigía si aguda puntería a revolver las sensaciones más oscuras y decadentes del alma humana, y daba en el blanco con una facilidad pasmosa. Por otro lado, también podíamos encontrar pequeñas digresiones que aportaban un saborcito extra al disco. Deformes guitarras Killingjokeras, algún que otro ritmo más lento y opresivo, arreglos de slide combinados con samples apocalípticos, riffs Punks bien rasposos y rockeros y hasta un cover del “Baby’s on fire” de Brian Eno que abría la puerta a influencias un tanto más exóticas que, lamentablemente, no llegarían nunca a desarrollarse. Efectivamente, poco tiempo después de la edición de esta placa, el grupo desaparecería definitivamente. No voy a mentir, no se trata de una pieza imprescindible, no es de esas gemas ocultas que marcaron secretamente nuevos caminos a recorrer. Es un excelente disco de género (llamémoslo Metal-Industrial, a falta de una mejor definición), hecho con clase, intensidad y buenas (aunque no siempre personales) ideas. Ni más ni menos.


-Unrest “Perfect teeth” (1993)
No sería exagerado afirmar que, desde aquel glorioso Revolution Summer de mediados de los ochentas, Washington DC se erigió como la capital de lo que luego conoceríamos como Post-Hardcore. En ese sentido, Unrest (activos entre 1982 y 1994) bien puede ser considerada como una rareza dentro de la escena de esa ciudad. Las raíces Punks están presentes, también esa suerte de aproximación entre emotiva e intelectualizada al género, pero su frágil sensibilidad y ese efervescente colorido Pop los acercan más a bandas como Pavement o Sebadoh antes que a Fugazi, Jawbox y demás exponentes del sonido Washingtoniano. “Perfect teeth” sería su último disco de estudio y en él logran finalmente concentrarse exclusivamente en el preciosismo melódico de sus canciones, dejando de lado casi por completo las tangentes experimentales que siempre se colaban en sus trabajos previos. El sonido mantiene cierta crudeza pero ya no se enmarca en el Low-Fi, hay variedad en la composición pero no más eclecticismo desmedido y el desparpajo despreocupado se ve contenido por una cuidada atención a lo que podríamos llamar la artesanía de la canción Pop. Tenemos lánguidas baladas que remiten al Sonic Youth más reposado (de hecho, gran parte del trabajo de guitarras en este disco recuerda a los momentos menos ruidosos de los neoyorquinos), energéticas bases Funk pintadas de alegría Pop y urgencia Punk (casi como unos Minutemen con melodías Beatlescas), ejercicios de Power-Pop descalabrado, hipnóticas marchas cargadas de oscura obsesión romántica, coros preciosamente trabajados para refrescar el alma, suaves ritmos casi Jazzeros y un sinfín de melodías sencillamente perfectas, capaces de evocar todo tipo de sensaciones e imágenes sin necesidad de estridencias innecesarias ni golpes bajos. Justamente, lo que hacen las buenas canciones. No es del todo posible ponerlas en categorías fijas (a menos que usemos el término Indie-Rock en la más amplia de sus acepciones, claro) y aún así es imposible no notar el hilo conductor a lo largo del disco. Por supuesto, si bien son las melodías vocales las que llevan las riendas del disco, el trabajo instrumental (especialmente en las seis cuerdas) no se queda atrás en lo que hace a sutiles elaboraciones armónicas, todo ello sin perder nunca esa frescura e inmediatez bien Punky. En fin, un disco que nos puede agarrar tarareando sus melodías en cualquier momento pero que nada tiene de superficial o tontuelo. Y que demuestra que no todo es seriedad en las tierras de Ian MacKaye.


-Vision Of Disorder “Imprint” (1998)
Cuenta la leyenda que Tim Williams (vocalista del grupo que nos ocupa) se vio envuelto en una pelea de bar que le dejó como resultado, a través de un profundo navajazo, una marca permanente en su rostro y sirvió de inspiración para el título y gran parte del ánimo que domina este “Imprint”. Con semejante historia a cuestas, y sabiendo que el quinteto proviene directamente de la escena Hardcore de New York City, lo más lógico sería esperar un rejunte de los clichés más bobos y retrógrados que el género tiene para ofrecer. Error. Luego de un homónimo larga duración debut con ciertos altibajos (aún así, digno de atención), optaron por dejar la producción en manos de David Sardy (ex líder de los Noise-Rockers Barkmarket y ocasional guitarrista de la banda solista de Frank Black, productor de grupos como Helmet,Cop Shoot Cop, Orange 9mm o Far, entre tantos otros) y es evidente que su experiencia a la hora de deformar las nociones básicas del Rock más agresivo empapó la visión musical de los muchachos. Ya desde la patada inicial que es “What you are”, se hace evidente una energía retorcida y salvaje, que elude los lugares comunes a pura rabia e imaginación. Ok, queda claro que Vision Of Disorder siguió de cerca los avances que otros como Turmoil, Deadguy, Snapcase, Unbroken, 108 o Bloodlet aportaron al Hardcore más metalizado de los noventas. Así, es posible encontrar extraños patrones rítmicos, punzantes disonancias, climas de absoluta y asfixiante tensión, riffs rebuscados, arreglos tan sutiles como certeros y hasta cierta profundidad casi espiritual a lo largo de estos once temas. Hasta los pasajes donde asoman la cabeza los modismos más típicos del sonido neoyorquino logran esquivar la tosquedad, ya sea dándole una vuelta de tuerca extra a los riffs, recortando la virulencia en ritmos trabados o cubriéndola con texturas casi psicodélicas. De alguna forma, “Imprint” puede asociarse al primer Glassjaw (aún cuando su primer disco vería la luz un año después) en términos de estructuras caóticas, abruptos cambios de ritmo, guitarras movedizas, alaridos desgarrados y arreglos inesperados, sólo que aquí el costado melódico/emotivo no se basa en Mike Patton y remite más bien a un Layne Staley psicótico antes que deprimido. Hasta cuentan con la participación estelar de Phill Anselmo, que pone su pedregosa voz en esa suerte de Metalcore surrealista que es “By the river”. Lamentablemente, la pasión desbordada y la enorme inventiva que inundaban este disco desaparecieron casi por completo en su sucesor (“From bliss to devastation”), en pos de un sonido más convencional y melódico que hasta los arrimaría al Nü-Metal. Y es probable que ese último desliz discográfico (ojo, no es un mal disco pero empalidece en relación a esta absoluta maravilla) sea el principal motivo por el cual Vision Of Disorder no obtuvo el estatus de culto con el cual sí cuentan las bandas antes mencionadas dentro del mismo terreno musical. De todas formas, “Imprint” se sostiene por sí mismo (once años después de su edición original) gracias a su particular y refrescante aproximación a un género, muchas veces, demasiado apegado a sus propias reglas.


-Ohgr “Sunnypsyop” (2003)
A mediados de los noventas Nivek Ogre de Skinny Puppy, junto al productor Mark Walk (luego miembro fijo de Skinny Puppy) y el multifacético Al Jourgensen (ya saben, el de Ministry, Revolting Cocks y mil grupos más) cranearon un proyecto bajo el nombre de W.E.L.T. (When Everyone Learns the Truth). Con el paso del tiempo y debido a la abultada agenda de los implicados (aunque es muy probable que sus actividades principales giraran en torno a la obtención y consumo de estupefacientes varios) el proyecto quedó archivado y olvidado. En 2001, Ogre y Walk deciden retomar aquella idea, rebautizándose como Ohgr y titulando “Welt” a su álbum debut, que fuera grabado en la década anterior y vio su edición demorada por problemas con el sello discográfico. Dos años después, y ya más asentados, llega este “Sunnypsyop”, un juego de palabras entre la frase “sunny side up” y los Psyops, métodos de manipulación mental utilizados por diversos entes militares para inducir conductas, forzar confesiones y demás linduras. Si tienen en cuenta que, durante ese período de tiempo, Skinny Puppy estuvo inactivo, entonces era de esperar que algo de ese lisérgico caos Industrial esté presente aquí. Efectivamente, la inconfundible y retorcida voz de Ogre, los teclados abrasivos, las atmósferas de pesadez psicodélica y las melodías oscuras guardan estrecha relación con el sonido característico de Skinny Puppy. La notable diferencia está en las canciones mismas. Lejos de las caóticas y sobrecargadas construcciones de antaño, Ohgr presenta estructuras tradicionales, ritmos más directos, una mayor austeridad instrumental y un gancho claramente Pop. Claro, la idea de Pop de esta gente sigue siendo absolutamente enfermiza y dudo que jamás escuchen alguna de sus composiciones sonando en radios comerciales. Aún así, todos los temas mantiene premisas básicas, el buen Nivek se concentra en su costado más melódico a la hora de cantar y las secuencias hacen de la repetición una norma. Claro, hay algún que otro ritmo más trabado y ciertos climas espesos y asfixiantes, pero eso es casi inevitable teniendo en cuenta el historial de esta gente. Lo importante, como siempre, es que las canciones cierran perfectamente, haciendo equilibrio entre cierto minimalismo autoimpuesto y una imaginación siempre febril y punzante. En 2008, ya con Skinny Puppy vueltos a la actividad, vería la luz un tercer disco de Ohgr, “Devils in my details”, donde el dúo profundizaría aún más este tipo de esquemas con resultados más que destacables. Y ya se está anunciando un próximo álbum (tentativamente llamado “Collidoskope”), envuelto en una compleja trama de misterios. No quisiera pecar de hereje, pero siendo completamente honesto, el material entregado por este proyecto supera, en mi humilde opinión, a las últimas entregas de Skinny Puppy. Lo cual ya debería ser motivo más que suficiente para prestarle atención.

-Still “Remains” (2005)
Still es el seudónimo utilizado por un Dj que formara parte de los geniales Dälek en sus primeros trabajos. Tras abandonar dicha formación, el muchacho preparó este, su primer (y único hasta la fecha) disco solista. Una definición rápida de este trabajo sería decir que se trata de esos oscuros, opresivos y cáusticos fondos musicales empleados por los morochos pero despojados de los beats Hip-hoperos y las voces rapeadas. Efectivamente, de eso se trata. Seis temas (el último grabado en vivo) absolutamente instrumentales, que se sostienen por sí mismos a base de ambientaciones macabras, sin necesidad de acompañamientos rítmicos. Digamos que, si la música de Dälek propone vívidas escenas de profundidad casi cinematográfica, este “Remains” se concentra en los escenarios donde dichas secuencias suceden. Lo cual no es poco. Con la debida atención los infinitos detalles comienzan a hacerse evidentes y, lo que es peor (o mejor, depende), a transmitir esas mismas sensaciones de agobio emocional y absoluta psicosis urbana. Es interesante mencionar que la totalidad de las composiciones fue realizada con bandejas (no, no son las bandejas de los mozos, bandejas de discos. Ya saben, las que suelen usar los Dj’s), sin necesidad de ningún otro tipo de agregados sonoros, más allá de la ayuda de algunos pedales de efectos aplicados a las mismas. Les puedo asegurar que el resultado final no tiene nada que ver con la idea que generalmente tenemos acerca de la labor de un Dj y, en ese sentido, Still crea sus propias técnicas en busca de resultados concretos. Justamente, esos resultados remiten a clásicos de las más sórdidas y corrosivas ambientaciones Industriales, tales como Throbbing Gristle, Lustmord o Cabaret Voltaire. Casualmente, grupos que utilizaban metodologías similares (en especial en lo que hace a manipulaciones de cintas) pero aplicadas a las posibilidades de su época. El disco va creciendo de a poco, comenzando con los climas más violentos y abrasivos y, paulatinamente, se va oscureciendo cada vez más hasta llegar a un final de puro desgarro emocional. Sí, estoy hablando de emociones en un disco concebido por completo de forma electrónica. A esta altura eso no debería sorprenderlos, como tampoco el hecho de que esta placa cuente con una profundidad musical capaz de rivalizar con cualquier tipo de música considerada académica. Es un viaje ríspido, demanda no sólo concentración si no también fortaleza de espíritu para no terminar absolutamente destrozados por dentro al escucharlo. Pero les juro que la travesía vale la pena.


-Local H “Twelve angry months” (2008)
Local H tuvo que cargar por muchos años con la acusación de ser unos meros clones de Nirvana. Los puntos en común son evidentes (en especial la voz de Scott Lucas tiene un parecido notable con la del finadito Kurt Cobain) pero afirmar semejante cosa es dejar que el árbol tape el bosque. Porque, más allá de las influencias (que todo el mundo las tiene. ¿O se creen que Nirvana no trataba de emular a sus ídolos personales, como Pixies, Mudhoney o Sonic Youth, entre otros?), la identidad de Local H está manifiesta en cada uno de sus discos. Y una banda que lleva más de veinte años de carrera ininterrumpida, siempre con perfil más bien bajo, difícilmente pueda ser considerada una moda pasajera. Por otro lado, ¿cuántos grupos había en pleno 1992 que se dedicaran a practicar un Rock crudo y energético (bueno, llamémoslo Grunge) en formato de dúo? Sí, mucho antes que los White Stripes. Y mucho mejor que ellos, vale aclararlo. Efectivamente, la formación de Local H es un baterista (primero Joe Daniels, reemplazado a partir de 1999 por Brian ST. Clair) y un guitarrista/vocalista (el mencionado Lucas) que alteró su guitarra, colocándole micrófonos de bajo para alcanzar un sonido más gordo y relleno. “Twelve angry months” es su sexto disco de estudio (sin contar ep’s) y relata (a un mes por canción) el derrotero del cantante luego de una separación amorosa. Vamos, la temática ideal para un disco conceptual de Rock noventoso. Y en él, estos oriundos de Illinois se despachan con doce canciones geniales, con las guitarras al frente y el corazón latiendo en la mano, con salvaje energía rockera pero sin perder variantes ni omitir sutilezas varias. Como ya establecimos, aquí hay algo (bueno, bastante) de Nirvana. Es decir, energía Punk, algo de pesadez casi metálica, cierto vuelo psicodélico y un claro acercamiento a la melodía Pop. La principal diferencia se da en dos terrenos. En primer lugar, dado su particular tratamiento sonoro, la guitarra aquí suena mucho más contundente que en los temas de Cobain y compañía. Justamente, se percibe una mayor presencia de elementos cercanos al Hard-Rock (en especial al Jimmy Page menos vueltero) pero adaptados al campo de las camisas a cuadros y la angustia post-adolescente. El segundo punto es la melodía. Como ya mencioné, la voz de Lucas cuenta con más de un parecido con la del blondo ex líder de Nirvana, pero esto se nota especialmente cuando el primero quiebra su garganta y hace catarsis de la forma más urgente posible. Pero eso no sucede todo el tiempo. En gran parte del álbum predominan líneas melódicas claramente Poperas, donde queda más que claro el amor de este tipo por Cheap Trick y Big Star. Inclusive, el empleo de guitarras acústicas y (en momentos escogidos) teclados generando sensibles colchones armónicos no hace más que apuntalar dichas intenciones Pop. ¿Podríamos hablar de Power-Pop, entonces? Es posible (en definitiva, este juego de categorías rockeras nunca cuenta con reglas claras), aunque el sonido mugriento y sólido de la guitarra, la energía hiperquinética de la batería, los acoples, cierta melancolía entre el dramatismo y la ironía y los pasajes de violencia obsesiva y descarnada los vuelven a arrimar a Seattle. Olvídense de las comparaciones exageradas (de hecho, los mismos Local H bromeaban al respecto dando recitales donde sólo interpretaban canciones de Nirvana) y disfruten sin prejuicios de una de las bandas más injustamente desvalorizadas de la década pasada.

-Guapo “Elixirs” (2008)
No es ningún secreto que muchos nos guiamos por referencias de músicos que respetamos a la hora de prestarle atención a artistas que no conocemos. Por ejemplo, cuando internet todavía no existía y los medios dedicados al undergroudn rockero eran escasos (bueno, en eso seguimos casi igual), las remeras vestidas por gente como Kurt Cobain o Thurston Moore servían como una confiable guía de compras. Guapo no es una banda nueva (ya llevan quince años de carrera ininterrumpida) pero debo admitir que llegaron a mi atención tras editar discos por Ipecac y Neurot Recordings, sellos regenteados por Mike Patton y Neurosis respectivamente. Y, sinceramente, pocos criterios musicales me resultan más confiables que los de esa gente. “Elixirs” es su séptimo disco (y el que cierra la trilogía iniciada en “Five suns” y “Black Oni”) y en él estos británicos profundizan su paulatina inmersión en oscuras aguas de elaboración compositiva e instrumental. Sus primeros trabajos lograban conjugar la sesuda complejidad de King Crimson con la absoluta libertad creativa y estilística de John Zorn y un siempre presente costado abrasivo y disonante heredado del más frenético Noise-Rock. Aquí todos esos elementos están presentes, en mayor o menor medida, pero se encuentran enmarcados en una tensa calma que constantemente dispara visiones en la mente. A pesar de su formación de trío, los tipos se nutren de una vasta gama de instrumentos a la hora de construir estas intrincadas piezas musicales. A la básica formación rockera (guitarra, bajo, batería y voz) se suman pianos, violines y teclados varios que no hacen más que demostrar la madurez melódica alcanzada por el grupo. Las composiciones (seis extensos temas desparramados en casi una hora) ciertamente pueden ser comparadas con clásicos como Magma, The Soft Machine, Can o los mencionados Crimson, pero de ninguna forma suenan a recreación de modismos setentosos. En primer lugar, el sonido es absolutamente actual, claro y natural al mismo tiempo y con una profundidad que la tecnología todavía no permitía en aquellos años. Pero eso sería lo de menos. El clima absolutamente siniestro y nocturno del disco, su aproximación a géneros como el Jazz, el Tango, el minimalismo avant-garde y diversos Folklores (en especial británicos, pero también de Indonesia, por ejemplo) y el manejo único de la intensidad y la dinámica los convierten en una entidad propia e inigualable. Demasiado alejados de la pomposidad épica y los excesos virtuosos como para el Rock-Progresivo, demasiado variados para el Kraut-Rock y más oscuros y místicos que una legión de Blackmetaleros, la Música (así, con mayúsculas) de Guapo propone un viaje intenso y cinematográfico, plagado de detalles y sutilezas y absolutamente original. Y vuelvo al principio. Si Mike Patton y Neurosis vieron en ellos cualidades destacables (calculo que el primero apreció el eclecticismo y los segundos la profundidad espiritual, pero es sólo un prejuicio), ¿quién soy yo para desmerecerlos?


-Descender “Descender” (2009)
Si bien el espíritu noventoso que se desprende de este ep debut de Descender es evidente, no me siento del todo cómodo metiéndolos en esa bolsa. Es que, más allá de que sus influencias más notorias estén ancladas en esos dorados años, el cuarteto no suena nostálgico o anacrónico. ¿Tendrá que ver el hecho de que gran parte de la música concebida en aquella década todavía mantiene su frescura inicial? ¿O será que mi percepción está indefectiblemente manchada por mi condición generacional? Todo es posible. Lo cierto es que aquí tenemos seis canciones con un promedio aproximado de tres minutos de duración cada una, todas conjugando fuerza, emoción, distorsión, nerdismo, melodía, buenos riffs y voces rasposas. Aprendieron a la perfección las lecciones del Post-Hardcore más urgente y rockero (Fugazi, Quicksand, Hot Water Music, Drive Like Jehu) y a ello le sumaron una pesadez extra que, según el caso, puede remitir a Snapcase, Unsane e inclusive Slayer. Ojo, más allá de algún que otro machaque, aquí no hay prácticamente nada de Metal. Y sin embargo se trata de música a la que no le cabe otro adjetivo más que el de pesada o intensa, si se quiere. Las bases golpean duro donde más duele, con una potencia arrasadora pero manteniendo siempre el espacio para jugar con la dinámica y no asfixiar. Las guitarras se debaten entre riffs angulares, pasajes de emoción melódica, duros machaques, movedizos contrapuntos, un groove entre Hardcore y rockero, disonancias varias (aquí también asoma la cabeza la influencia Noise-Rockera de Shellac) y acordes Helmetosos aplicados como un bisturí. Las voces, con sus tonos mugrientos pero sin llegar al puro grito pelado, pueden ubicarse en algún lugar entre la pasión quebrada de Hot Water Music, las declamaciones viscerales de Fugazi, el rugido rítmico de Helmet y un poquito de la emotividad soñadora de Quicksand. En fin, es sólo una carta de presentación (que, por cierto, la banda misma ofrece para descargar de forma gratuita en descender.bandcamp.com) que, si bien no creo que revolucione la vida de nadie, exhibe un enorme potencial a ser desarrollado. Yo les pongo todas mis fichas en un futuro larga duración.

-Infernal Stronghold “Godless noise” (2009)
Evidentemente, esta actual manía de cruzar al Black Metal con diversos géneros musicales está llegando a todos lados. Infernal Stronghold se suma a esta nueva generación de Negro Metal pero no provienen de un background Indie de anteojos culo de botella y camisas a cuadros. Ellos vienen del más crudo, salvaje y agresivo Hardcore/Punk y hasta titulan uno de sus temas (el que cierra este segundo disco) como “Buried by Grime & Crust”. Por supuesto, la cruza de Black con Hardcore no es algo tan sorprendente, ambos géneros comparten una pasión por la velocidad, los riffs simples, la rabia desatada y las producciones modestas. Inclusive, los dos géneros cuentan (al menos en manos de ciertos exponentes) con fuertes lazos con el Thrash. Justamente, el cuarteto rescata aquí algunos de los riffs más embarrados de viejas glorias como Kreator, Sodom o Possessed y los cubre de una capa extra de oscuridad y mugre. Vamos, si no fuera por el sonido (sucio pero claro, potente pero ajustado) esto no estaría tan lejos de las incursiones más primitivas de popes como Mayhem o DarkThrone. También hay lugar para algo de ese groove violento tan típico del Hardcore neoyorquino (Cro-Mags y Agnostic Front a la cabeza) y para borroneados trances de distorsión a puro blast-beat. El punto crucial probablemente sea la incorporación de elementos del Crust tradicional, ya sea en forma explícita (ciertos riffs y ritmos bien en la línea del D-Beat sueco) o bien en la sensación de urgencia iracunda que transmiten las canciones. Lo que quiero decir es que esta forma de encarar el Black resalta sus cualidades más humanas, por así llamarlas (principalmente el odio), antes que las místicas o esotéricas. Aquí no hay lugar para paisajes épicos, teclados, voces limpias ni poses teatrales. Estos diez temas (comprimidos en poco más de veintiséis minutos) invitan a un sudoroso y ágil mosh, no dan la sensación de ser interpretados por figuras estáticas cubiertas de maquillaje, tachas y cuero, si no por tipos de aspecto convencional retorciéndose entre espasmos eléctricos y escupiendo bilis por cada poro de su ser. De alguna forma me recuerdan a los suecos Martyrdöd, sólo que, si en aquellos la proporción es setenta por ciento Crust y treinta por ciento Black, aquí dichos números se invierten o se entrecruzan de otra manera. En cualquier caso, el resultado es sumamente personal y exhibe un grado de virulenta intensidad que parecía olvidado por las propuestas (y bienvenidas sean ellas también) más vanguardistas del Black contemporáneo. Una opción refrescante, atractiva tanto para tatuados en bermudas como para pelilargos con la cara pintada.


-Them Crooked Vultures “Them crooked vultures” (2009)
Si este 2009 fue el año de los supergrupos dentro del underground extremo (ejemplos como GreyMachine, Celan, Jodis o Shrinebuilder así lo confirman), no es de extrañar que el mainstream pruebe con esa misma modalidad. Josh Homme (Kyuss, Queens Of The Stone Age, Desert Sessions, Eagles of Death Metal) en guitarra y voz, Dave Grohl (Scream, Nirvana, Foo Fighters, Probot) en batería y John Paul Jones (Led Zeppelin, no sé si les suena de algún lado) en bajo, teclados y demás instrumentos exóticos. La sola mención de semejantes nombres ya genera altísimas expectativas y, al mismo tiempo, un secreto temor de que no estén a la altura de ellas. Y si el lugar común nos lleva a imaginar a unos Queens Of The Stone Age más Zeppelineros y con Grohl haciendo las veces de Bonham (y de él mismo, claro), no estaríamos tan mal rumbeados. Da la impresión de que el brillo compositivo de Homme, que parecía estar apagándose en los últimos discos de QOTSA, ha recuperado el vigor y la imaginación que deslumbraban en trabajos como “Rated R” o “Songs for the deaf”. Su guitarra vuelve a raspar (no tan grave y embarrada como en los tiempos de Kyuss, no pidan tanto tampoco), sus riffs ya no resultan tan retorcidos pero sumaron una refrescante efervescencia rockera y un sentido melódico sumamente atrapante. Su voz mantiene el tradicional tono entre canchero y fantasmal (hay pasajes donde recuerda al Bowie más oscuro) y dibuja melodías tan memorables como evocadoras, emotivas y personales. Y sí, como dije antes, el toque Zeppelinero está bastante presente, en especial en lo que hace a flirteos con el Blues (bueno, por momentos más que flirteo es puro sexo con él), amplitud de miras estilísticas y esa mística casi oriental que exhiben algunas de las canciones. Pero eso no es todo. El bueno de Grohl, como es su costumbre, reparte golpes a diestra y siniestra con su habitual potencia y ese sentido único del groove, que tiene tanto del mencionado Bonham como de puro Punk-Rock. Por otro lado, teniendo en cuenta el historial de Homme y el hecho de que John Paul Jones haya producido a los Buttholes Surfers, no es de extrañar que aparezcan ciertos momentos de pura demencia lisérgica, siempre enmarcados en ese embriagador entornó melódico que ya es marca registrada de Homme y sus Reinas. Y, si hacen la cuenta (Zeppelin + Punk-Rock + deformidad psicodélica) el resultado es casi la definición perfecta de Grunge, lo cual es más que atinado si tenemos en cuenta todo este revival noventero que se está dando hoy en día. Y, aún así, no sería del todo atinado decir que Them Crooked Vultures hace Grunge. Más allá de cualquier análisis, lo que sostiene a Them Crooked Vultures es el innegable peso de las canciones. De ninguna manera suenan a descartes o piezas tiradas así no más, en ningún momento da la sensación de que los tipos aprovechen sus pergaminos para entregar un material mediocre y a medio cocinar, sabiendo que, de todas formas, su repercusión será enorme. Obviamente, tampoco vamos a esperar un disco revolucionario. Me alcanza con que los tipos mantengan el nivel, la personalidad propia y, de paso, se despachen con canciones redondas, intensas y bien trabajadas, que no es poco. De hecho, es más de lo que la mayoría de los músicos en su misma posición (y muchos de los que sólo pueden soñar con llegar a ella) tienen para ofrecer.

0 invocaciones del cosmos: