Por Fernando Suarez.
-Thrillhammer “Giftless” (1992)
Es probable que, para la mayoría de ustedes, nombres como Pond y Hazel no signifiquen demasiado. A menos, claro, que tengan una especial predilección (como quién les escribe) por el Rock noventoso guitarrero y de raíces Punkys. En ese caso, y si son lo suficientemente inquietos, hay más chances de que alguna vez se hayan topado con las intrincadas melodías de los primeros o esa suerte de reinterpretación en clave Grunge de la locura Pixiera de los segundos. En 1990, futuros miembros de ambas bandas se daban cita en Thrillhammer. Al año siguiente el grupo se disolvería y en 1992, bajo la tutela de Steve Albini, se reunían brevemente para documentar su música en este único disco. Y si piensan en Albini como un productor de cabecera del Noise-Rock, tal vez los sorprenda saber que el sonido de Thrillhammer poco tiene que ver con dicho rótulo. De hecho, en este caso, tiene más sentido la asociación del líder de Shellac con Nirvana. Ojo, no me refiero a que esto sea una copia, pero ciertamente hay un espíritu afín entre ambas bandas. Los riffs gancheros, la mugre Punk, las melodías casi Poperas cantadas con voz rasposa, los flirteos con cierta deformidad entre psicodélica y ruidosa (bueno, algún acercamiento al Noise-Rock había), las guitarras al rojo vivo y esa energía que se movía entre hipnóticas capas de densidad distorsionada y explosiones de pura rabia post-adolescente. Por otro lado, esa típica dinámica que Kurt Cobain tomó prestada de los Pixies (ya saben, eso de empezar tranquilos y reventar en el estribillo), aquí se encuentra prácticamente ausente, en pos de estructuras más inmediatas y una crudeza inclaudicable. Esta gente era oriunda de Portland, pero se ve que la cercanía con Seattle surtió su efecto. Es imposible escuchar estas doce canciones y que nuestra mente no se vea invadida por imágenes borrosas de jeans gastados, camisas a cuadros, sucias cabelleras, cuerpos contracturados por el sonido, guitarras maltratadas, sudorosos sótanos y amplificadores escupiendo fuego. En “Giftless” también queda claro que Thrillhammer contaba, a pesar de la mencionada suciedad, con un grado de musicalidad superior al de la mayoría de sus pares genéricos, hecho que queda demostrado tanto en la efervescencia rítmica del trío como en ciertos juegos armónicos entre el bajo y la guitarra que, por momentos, rozan los modismos más nerds del Post-Hardcore. Todo muy noventas, por supuesto, sin maquillajes, exageraciones ni poses extremas. Naturalidad a toda costa y potencia rockera para reventar neuronas. Si aprecian el costado más mugriento del Grunge (Nirvana, claro, pero también Mudhoney, Skin Yard o The U-Men), he aquí un documento imprescindible de aquellos años.
-Skrew “Dusted” (1994)
Skrew siempre tendrá que cargar con dos pesadas cargas sobre sus espaldas. La primera es ser considerados unos Ministry de sgunda categoría por gran parte de la prensa rockera. La segunda es el bajón de calidad que sufrieron en los discos posteriores a este “Dusted”, cuando decidieron dejar de lado los samples y concentrarse exclusivamente en el costado metálico de su propuesta con resultados, a todas luces, mediocres. Ok, la segunda carga, entonces, se encuentra justificada pero la primera es un tanto más discutible. Claro, ya en su disco debut (“Drowning in wáter, burning in flame”, editado en 1991) demostraban que tenían bastante claro eso de combinar machacantes guitarras Thrashers con bases mecánicas y un espeso colchón de abrasivas sonoridades digitales. Y el hecho de que la producción corriera por cuenta del mismo Al Jourgensen (que también agregó algunas guitarras en la placa) no ayudaba a las comparaciones. Tras la partida de Danny Lohner (que probaría algo de suceso comercial con Nine Inch Nails), el núcleo creativo del grupo quedó en manos de Adam Grossman, que no se amedrentó y profundizó en esta segunda entrega todo aquello que conformaba el universo musical y estético de Skrew. Para dejar en claro el tema de su asociación con Ministry, bien vale mencionar algunos puntos importantes. En primer lugar, si se fijan en las fechas de edición de los discos, el debut de Skrew es anterior al “Psalm 69” de Ministry, que fuera el trabajo donde los liderados por Jourgensen asentaron definitivamente su faceta metalera (también cabe aclarar que tanto Lohner como Grossman venían de tocar en los Thrashers Angkor Wat) y, por otro lado, sería poco probable que el bueno de Al se prestara a colaborar con un grupo si los consideraba meros imitadores. En segundo lugar, más allá del marco formal en común, también musicalmente existen diferencias para ser destacadas. Mientras que la propuesta de Ministry basaba su virulencia en cuestiones principalmente sociales y políticas (a lo sumo dejando lugar para el ocasional flirteo con las drogas duras), Skrew se adentraba en territorios más abstractos y artys, a falta de una mejor definición. ¿Ejemplos? El título del primer álbum está tomado de un libro del escritor maldito Charles Bukowski, el arte de tapa de “Dusted” está claramente inspirado en el trabajo de Salvador Dali y una canción como “Picasso trigger”, con ese sugestivo título, demuestran el punto. Ahora bien, lo verdaderamente relevante es que dichas inquietudes estéticas se encontraban plasmadas también en el sonido del grupo. Mientras que la música de Ministry evoca inevitablemente imágenes de crudo realismo, en “Dusted” el viaje es más bien psicodélico, introspectivo y fantástico, de cierta forma. Claro, como corresponde a un grupo de estas características, la fantasía aquí no presenta ningún cariz heroico ni tranquilizador. Por el contrario, esta impenetrable muralla de guitarras candentes, bases durísimas, voces distorsionadas y deformes samples, dispara constantemente estímulos que retuercen las percepciones y nos envuelven en la más sórdida ilusión surrealista. Chequeen el ominoso Thrash cibernético de “Seeded” (que abre las hostilidades luego de una breve y mutante intro), la densidad narcótica de “Mouthfull of dust”, el embotador clima de baile drogadicto de “Godsdog”, el ritmo apocalíptico de “Albatross”, la violencia desatada y casi sardónica de “Jesus Skrew Superstar” (sí, antes de que Marilyn Manson usara la misma idea para autoproclamarse como anticristo moderno), el Groove casi Hard-Rockero y cubierto de óxido de “Skrew saves”, la marcha casi Killingjokera de “Season for whither” (un tema que bien podría servir para entender el eslabón entre los ingleses y un grupo como Metallica), el Doom post-nuclear de “Sour” o la efervescencia anfetamínica del mencionado “Picasso trigger”, como para comprender de qué estoy hablando. En fin, decir que este es un clásico del Metal-Industrial me suena un tanto exagerado pero no es una afirmación tan descabellada. En cualquier caso, Skrew se las arregló en esta maravilla discográfica para encarar el género desde una óptica sumamente personal y con una profundidad compositiva envidiable. Consuman sin moderación y, ante cualquier duda, no consulten a su médico.
-Devin Townsend Project “Addicted” (2009)
Esta segunda parte de la tetralogía (no, no es la ciencia que estudia el vino en cajita) iniciada con el oscuro y tenso “Ki”, venía anunciada como una placa mucho más directa, pesada y ganchera. Como una especie de reencuentro entre Devin y sus composiciones más accesibles pero en clave de Metal bailable. A efectos de diferenciarse de su inmediato predecesor, Townsend contó con una formación completamente diferente a la de “Ki” e inclusive incluyó en un par de temas la participación de Anneke Van Giersbergen, la ex voz de sirena de The Gathering. Efectivamente, aquellos que se hayan sentido desorientados por los intrincados caminos recorridos en “Ki”, aquí encontrarán diez canciones que no pretenden complicarlos ni sumirlos en sesudas reflexiones. Devy recupera la pesadez de Strapping Young Lad pero en lugar de llevarla al extremo de aquel grupo, la enmarca en esa efervescencia luminosa y casi Popera de discos como “Accelerated evolution” e inclusive el genial “Biomech” de Ocean Machine. La bases rockean duro, provistas de un Groove irresistible y adornadas con fuertes influencias electrónicas, las guitarras raspan, machacan, dibujan hermosas melodías y apoyan la inmediatez de las composiciones sin por ello privarse de ensayar diversas texturas. Y, claro, la voz es la que lleva las riendas. El ex niño prodigio canadiense despliega su habitual virtuosismo, por momentos retomando sus modismos más rasposos pero siempre desembocando en celestiales parajes melódicos para cantar a viva voz y con el rostro enfrentando al sol. Y si pensaban que los contrapuntos con la delicada garganta de Anneke lo acercarían a bodrios Gótico-Metálicos como Theatre Of Tragedy, piensen otra vez. Aquí no hay oscuridad posible. Hay emoción, sí, pero hasta las melodías más melancólicas cuentan siempre con un importantísimo grado de luminosidad Pop. Claro, el bueno de Devin perderá el pelo pero no las mañas, así que toda su épica teatralidad se encuentra a sus anchas con infinidad de coros y esos juegos vocales casi operísticos a los que nos tiene tan acostumbrados. A los más snobs del Metal extremo podrá parecerles un disco sin sustancia, ciertamente alejado de los momentos más cerebrales, abrasivos e innovadores de la discografía de Devin, pero si estas perfectas melodías no les llenan el corazón de bríos y les refrescan el alma es porque no cuentan con ninguna de esas dos cosas. Y, al fin de cuentas, ¿quién dijo que la profundidad está nada más que en hacerse el freak y el enfermo todo el tiempo? En definitiva, cualquiera que haya seguido mínimamente la carrera del inquieto Devin, sabrá que esta es otra de sus facetas más prominentes. Y, vamos, si el punto son las buenas canciones, “Addicted” tiene lo suficiente como para enganchar a cualquiera.
-John Zorn “Femina” (2009)
Hacía bastante tiempo que el maestro Zorn no retomaba su sistema de cartas para dirigir (a falta de un mejor término) improvisaciones. Para aquellos que no tienen la más mínima idea de qué estoy hablando, se trata de un mecanismo por el cual los músicos convocados improvisan a partir de pautas indicadas por cartas diseñadas por el propio Zorn. Dichas pautas no son necesariamente musicales (aunque, en ocasiones, pueden serlo) o académicas, si no que, por lo general, se presentan en formas más bien abstractas y libradas a la sensibilidad e imaginación de los intérpretes. En este caso, el neoyorquino decidió aglutinar una selección de artistas femeninas (Jennifer Choi en violín, Sylvie Courvoisier en piano, Carol Emanuel en harpa, Okkyung Lee en violoncelo, Shayna Dunkelman en percusión, Ikue Mori a cargo de los sonidos electrónicos y Laurie Anderson poniendo su voz en la breve narración que abre la placa) para rendir homenaje a algunas de las mujeres, según su propia visión, más destacadas (en diversos campos) de la historia de la humanidad. Así, nombres como Simone de Beauvoir, Frida Kahlo, Sylvia Plath, Yoko Ono o la mismísima Diosa Luna, En Hedu’Anna, entre otras, se ven referenciadas en este álbum. La obra está dividida en cuatro partes y cuenta con una duración total de poco más de treinta y cinco minutos. Lejos del caos que suelen suponer sus obras basadas en el sistema de cartas (en especial aquellas de Cobra), la música de “Femina” fluye con una naturalidad y un latir melódico tan inesperado como embriagador. Por supuesto, no faltan las erupciones desencajadas de sonidos crujientes ni los abruptos cambios de clima, pero en casi todo momento se interponen pasajes de absoluta belleza y delicadeza, donde las cuerdas y el piano nos acarician y nos trasladan a reposadas planicies de reflexión. Ojo, no se trata de un trabajo melódico en la vena de “The gift” o el reciente “O’o”, aquí no hay estructuras tradicionales y el ánimo siempre hiperquinético y ecléctico de John Zorn domina la situación. El punto es que, por un lado, aquí no hay instrumentos rockeros (lo cual reduce, de cierta forma, las estridencias), y, por el otro, pareciera que la sensibilidad misma de las involucradas las lleva a complementar los modismos más ruidosos, disonantes y gestuales con un fluir sumamente armónico. Justamente, esa constante tensión entre la improvisación desbocada, salvaje y virulenta, y las hermosas melodías que enmarcan dichas explosiones de caos, es lo que da a este disco su lugar particular dentro de la extensa y variadísima discografía Zornera. Obviamente, no pretenderán que describa a “Femina” en términos genéricos. Aquí la música no sabe de rótulos ni lugares comunes. Solo sabe de aquello que expresa y eso es algo que nuestro afán de clasificar no puede comprender. Entonces, si andaban con ganas de probar un suculento plato de excelente Música (así, con mayúsculas), he aquí una opción para no dejar pasar.
-Katatonia “Night is the new day” (2009)
Katatonia se encuentra en un lugar extraño. Son de las pocas bandas provenientes del espectro Gótico/Metálico europeo de principios de los noventas que lograron despegarse de los clichés más burdos de dicha movida, adaptándose a las sensibilidades del Metal actual sin por ello perder su identidad. Probablemente el único otro grupo que consiguió tal cosa sea Anathema, que introdujo su pasión por Pink Floyd bastante antes de que incontables Post-Metaleros intentaran recorrer esos caminos. De la misma forma, Katatonia viene sumando hace años a su oscura pesadez la influencia de dos géneros provenientes del Indie-Rock que recién en los últimos tiempos se incorporaron al imaginario metálico, el Shoegaze y el Slow-Core. Ya en discos como “Discouraged ones” (editado en 1998) se podían percibir esas cascadas de distorsión guitarrera a la My Bloody Valentine y esa sensibilidad introspectiva, reposada y alejada de innecesarios amaneramientos de bandas como Codeine, Low o Red House Painters. “Last fair deal gone down” (2001) resultó el punto de quiebre donde todas sus influencias convergían en resultados sumamente personales, condensando sus inquietudes experimentales (dentro de su terreno, claro está) en canciones pletóricas de gancho y emoción. “Night is the new day” mantiene esa línea, sin resultar tan conmovedor como el genial “Viva emptiness” (2003) pero, por suerte, alejándose de la sensación de inmovilidad que transmitía el anterior “The great cold distance”. En primer lugar, la variedad dice presente y, si bien el tono general del álbum es claramente sombrío (lo cual es parte fundamental de la marca registrada del quinteto), dicha oscuridad se hace presente de diversas formas. A veces en lúgubres, casi Folkys, baladas de suaves guitarras adornadas con sentidas orquestaciones, por momentos en contundentes explosiones rifferas cargadas de violenta tensión, en otros ensayando ominosas marchas plagadas de idas y venidas (y construidas con un sentido de la dinámica y una atención al detalle sencillamente abrumadores) y, claro, sin olvidar nunca sus típicos medios tiempos donde las murallas de distorsión se funden en fantasmal abrazo con las melodías más descorazonadoras. Hasta los teclados vuelven a ganar un lugar importante en las composiciones, sin por ello caer en vergonzosas pretensiones sinfónicas, más bien aportando una tonalidad más a la gama de negros y grises que manejan las canciones. Por supuesto, el fuerte está en las canciones mismas. Más allá de la profundidad casi cinemática de los arreglos y las texturas instrumentales, lo que separa a este disco del montón es la capacidad innata del grupo para concebir melodías que estrujan el alma sin necesidad de maquillajes, histrionismos o afectaciones que, a esta altura del partido, resultan más graciosas que oscuras. En ese sentido es que seguir incluyendo a Katatonia en la bolsa del Metal Gótico (entendiendo esto como la mera reinterpretación de bandas como Sisters Of Mercy, The Cure o Fields Of The Nephilim en clave metalera) resulta tremendamente injusto y, en última instancia, incorrecto. Katatonia nos entrega grandes canciones, emocionalmente pesadas antes que formalmente pesadas, visceralmente oscuras antes que teatralmente oscuras, sutilmente complejas antes que barrocas. La banda de sonido perfecta para contemplar las propias miserias un domingo a la tarde.
Hola, soy Trevor Dunn, tal vez me recuerden por mi colaboración con Mike Patton en bandas como Mr. Bungle y Fantômas, o por mi participación en varios discos de John Zorn (entre ellos el sublime “Six litanies for Heliogabalus”) o inclusive por mi propio proyecto, Trevor Dunn's Trio-Convulsant. Como podrán notar, mi habilidad con las cuatro cuerdas por lo general está puesta al servicio de las más deformes elucubraciones asociadas al Avant-Garde, pero hoy estoy aquí para presentarles Madlove, mi incursión en los terrenos de la canción rockera tradicional y melódica. A tales efectos, reuní un grupo conformado por la coreana Sunny Kim en voz principal (aunque yo no quise privarme de cantar alguna que otra línea), el islandés Hilmar Jensson en guitarras y el ex miembro de Theory Of Ruin (aquella banda liderada por Alex Newport, ex líder de Fudge Tunnel y colega de Max Cavalera en Nailbomb) Ches Smith tras los parches. Si me preguntan de qué se trata este álbum debut, la respuesta simple sería canciones, con guitarras al frente (a veces distorsionadas y cortantes, a veces limpias y soñadoras, a veces empapadas de embotadores efectos, siempre movedizas y, aún así, certeras), ritmos sólidos y cadenciosos, sutiles arreglos y melodías vocales tan oscuras como emotivas. Si quieren un listado de referencias, podría mencionar a The Cure, Blondie, Deftones, Bjork (en especial en ciertos modismos vocales de Kim), Faith No More ( y, sí, ¿qué esperaban?), Blonde Redhead e inclusive a los viejos Punkys, X. En cualquier caso, con mi curriculum a cuestas, podrán imaginarse que el resultado final es algo más que una mera suma de influencias. Sí, ya sé que queda mal que yo lo diga, pero es cierto. Como buen tipo inquieto que soy, me las arreglé para que la variedad esté presente a lo largo de estos doce temas. Ok, admito que en el departamento melódico la cosa mantiene una constante sensación de melancolía y pesadumbre emocional, pero aún así las canciones fluctúan entre estructuras de Pop tradicional, enroscadas incursiones casi Progresivas (el uso de xilofón puede traerles a la mente asociaciones con Tortoise, no lo voy a negar), sombrías letanías cargadas de imágenes en blanco y negro, dinámicas bombas rockeras teñidas de oscura tensión y hasta algún que otro guiño al viejo y querido (y, hoy en día rescatado) Noise-Rock. Todo esto entregado con un grado de elegancia superlativo (para qué ser modestos al pedo, ¿no?), dándole lugar a mi bajo para explayarse en deliciosas líneas melódicas que se complementan a la perfección con el entramado de las guitarras y los teclados (a cargo de un servidor. Aunque para tocar en vivo contratamos a Erik Deutch) sin por ello olvidar su función rítmica. Estoy consciente de que “White with foam” probablemente resulte demasiado convencional para mis fans más freaks y demasiado retorcido para el oyente rockero medio pero, a esta altura, no voy a empezar a tomar caminos fáciles. Si ya están familiarizados con mi trabajo, les diría que no se espanten por el carácter accesible de Madlove y se atrevan a descubrir el enorme e innegable poder de las buenas canciones. Y, para aquellos que no tienen la más mínima idea de quién les habla, mi recomendación es que se entreguen a ellas sin prejuicios y con los oídos atentos.
-My Life With The Thrill Kill Kult “Death threat” (2009)
My Life With The Thrill Kill Kult no sólo tienen uno de los mejores nombres en la historia del Rock, también cuentan con más de veinte años de carrera y una de las personalidades más distintivas dentro del vasto universo de la Música Industrial. Nunca fueron tan violentos como Ministry (a pesar de compartir con ellos sellos discográfico, integrantes y algún que otro proyecto) ni tan oscuros como Throbbing Gristle y, ciertamente, su costado psicodélico poco tenía que ver con la asfixia junkie de Skinny Puppy, por poner algunos ejemplos. De alguna forma, la referencia más cercana sería Revolting Cocks, en especial en lo que hace a bases duras y bailables, líneas de bajo gancheras y repetitivas e infinidad de samples a los cuales la palabra bizarros les queda chica. La diferencia es que, mientras Revolting Cocks basaban su propuesta en un siempre retorcido y negro sentido del humor, la obsesión que guía los pasos de My Life With The Thrill Kill Kult es el sexo. Obviamente, no un sentido romántico, ni siquiera adoptando esa suerte de sofisticación sadomasoquista de cuero y látigos que tantas bandas Industriales abrazaron a lo largo de los años. El sexo de esta gente es de prostitutas con aroma a perfume barato y antros con luces de neón desvencijadas. Es la historia que nos hubiera relatado “Pánico y locura en Las Vegas” si a las visiones inducidas por las drogas le hubieran sumado sudorosas orgías de carnes flácidas y curvas imperfectas. “Death threat” es su décimo álbum (sin contar compilados, remixes, ep’s y demás rarezas) y parece recuperar algo de la dureza de sus primeros trabajos, relegada a medida que incorporaban importantes cuotas de Funk, Soul, Surf y Lounge a su melange electrónica. Digamos que si quieren saber de dónde sacó la inspiración Rob Zombie para su costado más bailable y colorido, aquí encontrarán un buen referente. Las bases obligan al cuerpo a contornearse en movimientos obscenos, el bajo dibuja serpenteantes strip-teases perlados por una mezcla de sudor y brillantina, los samples (toneladas y toneladas de samples de todos los colores y formas) se meten en las neuronas y juegan con ellas despertando toda clase de bajos instintos, y las voces guían este noctámbulo paseo mimetizándose con variados personajes de esta noche eternamente iluminada. Como dije antes, Buzz McCoy y los suyos retoman aquí bastante de la energía (hasta las guitarras distorsionadas vuelven a decir presente) de antaño, pero no por eso pierden variantes. Los elementos de géneros antes mencionados (a los que se puede sumar algo de Hip-Hop, algún que otro guiño casi caribeño y hasta pianitos y vientos pedorros bien cabareteros) se perciben claramente, sólo que ahora están entrelazados con momentos de mayor visceralidad y nervio rockero. En cualquier caso, el fuerte del grupo sigue siendo la capacidad innata para crear piezas musicales que se transforman en vívidas imágenes, secuencias cinematográficas con los colores saturados y la lente absolutamente deformada. Todo adornado con, como diría Tangalanga, minas en bolas y tipos garchando. Si andan con el muñeco alicaído (o el equivalente para mujeres de esta sutil metáfora), “Death threat” le devolverá la vida a sus pantalones.
-Oceansize “Home and minor” (2009)
El tiempo muchas veces nos revela verdades que jamás hubiéramos considerado posibles. Pone las cosas en perspectiva y nos demuestra que géneros musicales que creíamos prácticamente opuestos se pueden fundir con la mayor de las naturalidades. Años atrás, ¿alguien hubiese tomado en serio la combinación entre Metal extremo y Shoegaze que hoy en día resulta tan común, por poner sólo un ejemplo? Oceansize es un grupo que, a lo largo de sus tres discos anteriores, mostraba una fuerte relación con el Rock de los noventas, en especial con esa suerte de sub-tendencia capitaneada por bandas como Failure, Hum o Shiner, que combinaba la crudeza guitarrera del Grunge con una expansividad entre espacial y Progresiva y una sensibilidad melódica cercana al Pop más sofisticado. El punto es que, justamente, sus melodías contaban con un grado de grandilocuencia emotiva que, de cierta forma, los emparenta a lo que en alguna época se conocía como A.O.R. o Adult Oriented Rock. Es decir, Rock de guitarras fuertes pero cuidado hasta la exasperación, prolijo casi hasta rozar la pasteurización y desplegando su profunda emotividad de forma sumamente dramática. No es casualidad que hayan sido comparados con grupos como Tool, el Incubus más melódico, Cave In e inclusive Porcupine Tree. Ahora bien, ¿es posible acaso que semejante exhibición de refinamiento y ampulosidad pueda convivir sin problemas con el Rock de la década pasada, basado principalmente en una mirada Punk del género? Más allá de los prejuicios (de los cuales me hago cargo), en definitiva estamos hablando de Rock, basado en grandes canciones, estribillos explosivos, guitarras potentes y melodías sensibles. Y dicha enumeración se puede aplicar tanto a Pearl Jam como a Journey, si nos sinceramos. En esta especie de mini lp (seis temas en poco más de media hora), esto queda demostrado claramente. Con un latir predominantemente acústico y reposado, el quinteto desnuda su alma y adorna esas emociones descarnadas con una vasta gama de sutilezas armónicas, embelleciendo su melancolía y, por ende, dotándola de una cierta luminosidad. En ese sentido, y aún cuando sus resultados musicales no sean precisamente afines, se me ocurre que una buena comparación sería Smashing Pumpkins. Ambos grupos rescatan el Rock más pomposo y elaborado y lo adaptan a influencias entre el Hard-Rock más muscular y setentoso y la oscura sofisticación inglesa de grupos como The Cure o My Bloody Valentine, condensando dichas influencias en canciones de alto octanaje emocional y sin miedo a sonar excesivamente dramáticos o azucarados. En fin, si son de esos viejos chotos que todavía creen que el Rock actual es puro ruido y que sus exponentes ya no buscan la excelencia compositiva e interpretativa de antaño, he aquí un excelente ejemplo que demuestra lo equivocados que están.
-Pyramids With Nadja “Pyramids With Nadja” (2009)
Lo adelantamos en el reportaje a Nadja (pueden chequearlo aquí) y finalmente está entre nosotros la colaboración entre dos de las bandas más personales e innovadoras de la vanguardia metálica actual. A priori, era un auténtico misterio lo que podía salir de conjugar la ruidosa densidad melódica de Nadja con esa especie de Post-Black-Electrónico-Surrealista expuesto por Pyramids en su álbum debut del año pasado. Empecemos por aclarar que el disco se compone de cuatro temas que van de los diez a los casi veintidós minutos de duración, con lo cual la cosa no es fácil ni accesible. “Into the silent waves” abre la placa a pura ambientación, entre tenues resonancias y sobrecargadas cascadas de texturas abstractas que nunca llegan a pudrirse del todo. Le sigue “Another war” y allí el clima y las texturas se mantienen pero hace su aparición la melodía, ya sea con esos desgarbados arpegios acústicos, con esos fantasmales teclados, con ese sórdido pianito o con las frágiles líneas vocales que le dan una forma un tanto más definida a la composición. Todo adornado con capas y capas de sonidos deformes que se estiran y se entrecruzan dibujando extrañas pinturas de bosques observados a través de un prisma lisérgico. Más atmósferas embotadoras trae “The sound of ice and grass” (un título bastante descriptivo, por cierto), otra vez con el piano marcando pausadas líneas melódicas entre lejanos ecos sonoros. En este punto, ya podemos afirmar que ambos grupos pusieron un énfasis en sus respectivos costados más experimentales, dejando en un notable segundo plano al Metal. A medida que avanza el tema, se cuela un oscuro riff que aumenta la tensión mientras las voces siguen con su recorrido etéreo, sumergidas en espesas nubes de efectos. A lo lejos suena una frenética batería programada, a un tempo casi de Black Metal, pero en lugar de tomar las riendas de la canción y llevarla a virulentos parajes, se inmiscuye más como un arreglo ocasional, acompañado de diversos chirridos electrónicos y desconcertantes disonancias. El clima narcótico se va poniendo cada vez más espeso y desencajado, acercándose al espíritu del Black pero con sonoridades completamente diferentes, por momentos casi opuestas. El feedback y los acoples crecen y comienzan a envolver al riff principal mientras las voces susurran alocadas. Súbitamente un coro de almas en pena hace su aparición y las guitarras se deshacen en punteos casi Post-Rockeros y texturas flotantes. Las melodías se elevan como espirales de humo hacia un firmamento pintado de negro y desembocan en un profundo cráter de acoples que las transforman en visiones infernales. El descenso es inevitable y es posible sentir el calor de las llamas ampollando la piel y un punzante aroma a azufre invadiendo las narices. El viaje culmina con “An angel was heard to cry over the city of Rome”, un comienzo de guitarras acuosas delineando sensibles melodías da lugar a más juegos corales que suenan como el negativo de lo que comúnmente se conoce como música New-Age. Y, en medio de ese clima de embotadora psicodelia, entran las baterías a toda marcha, cabalgando como jinetes del apocalipsis sobre nubes color arco iris. Las guitarras y las voces, lejos de intentar amalgamarse al vertiginoso repiquetear de la base rítmica, se explayan en envolventes melodías a la My Bloody Valentine. Al menos por un par de vueltas, luego sí se dan el gusto de berrear y amagar con armonías más oscuras pero sin perder nunca el hilo alucinógeno. Y el final a pura cacofonía ruidosa, casi como un caramelo relleno de veneno, confirma esa extraña dicotomía entre el dolor y el placer. Un trabajo sumamente extraño es el que han logrado estos tipos, tal vez sin alcanzar el nivel de intensidad de sus propias obras (en la mezcla general parece predominar la presencia de Pyramids antes que la de Nadja) pero animándose a explorar terrenos vírgenes con una maestría inusitada. Si están con ganas de escuchar algo diferente, he aquí un más que suculento bocado.
-The Red Chord “Fed through the teeth machine” (2009)
Hasta en la inmundicia más despreciable es posible encontrar una gema. Inclusive los subgéneros rockeros más vapuleados pueden contar con algún que otro exponente que les salve las papas. El así llamado Deathcore hace tiempo que se transformó en uno de los bodrios más insostenibles, superficiales y vacíos de ideas del Metal extremo actual y aún así existe The Red Chord para aportar algún tipo de redención. Claro, no faltarán aquellos que opinen que agrupar al cuarteto en dicho género es un error pero, en cualquier caso, las discusiones sobre géneros musicales suelen ser un callejón sin salida. The Red Chord cuenta con diversos elementos (flirteos con el Mathcore, canciones con groove y gancho, algo de profundidad psicodélica) que los separan de la masa oligofrénica que conforma el Deathcore y, aún así, su brutal combinación de precisión y técnica Deathmetalera, desenfreno Grindcore, machaques Thrashers y gotitas de Metalcore los ponen como la excepción que confirma la regla antes que como una entidad separada del resto. “Fed throufh the teeth machine” es su cuarto álbum y, sin llegar al nivel de “Clients” (su punto más alto y uno de esos trabajos claves para entender el Metal de la corriente década), se erige como una portentosa cachetada de aire fresco. La corta duración de las canciones (la mayoría no llegan a los tres minutos) contribuye al dinamismo del trámite, con estructuras caóticas pero siempre coherentes y un sabio manejo de la energía. Las bases van y vienen entre aceleradas frenéticas, rebajes aplastantes, tensos pasajes de tensión estática y angulares contracturas rítmicas, siempre con un grado de hiperactividad casi inhumana. La voz de Guy Kozowyk (cerebro del grupo) estalla en una amplia gama de gruñidos y alaridos varios, cercanos al Death Metal pero con articulaciones que, por momentos, lo acercan al Phill Anselmo más podrido. Pero es en las guitarras donde el universo de The Red Chord crece sin límites. Riffs de todas las formas y colores, simples y contundentes, enroscadísimos y disonantes, machacantes, borroneados, deformes, ultra precisos, a veces melódicos (no teman, no hay choreos al Death sueco a la vista) e inclusive jugando con texturas y armonías poco comunes en el género. Y eso no es todo, también hay lugar para arreglos interesantes, arpegios alucinógenos, extrañas secuencias de acordes y hasta algún que otro solo que no interfiere en absoluto con el virulento desarrollo de las composiciones. Y, como siempre, son las composiciones las que dan el marco adecuado a todo ese despliegue instrumental. Como dijimos antes, el fuerte del conjunto es la habilidad para engendrar canciones memorables, más allá de la brutalidad, la técnica y el delirio que exhiben. Para ponerlo de otra forma, lo que en otros grupos (no hace falta dar nombres, cada uno puede poner el que le parezca más adecuado) resulta un inevitable pasaje de ida al aburrimiento, en “Fed through the teeth machine” (a base de imaginación, talento y personalidad) es una constante inyección de adrenalina, tanto para el cuerpo como para la mente.
1 invocaciones del cosmos:
Como me cabe Pyramids. Alguien sabe quienes son?
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