Por Fernando Suarez.
-Built To Spill “There is no enemy” (2009)
Por lo general, cuando se habla de injusticias en el mundo del Rock, dicha discusión se limita al mainstream. Lo cual es entendible, por supuesto. El punto es que el underground no está exento de repetir los mismos errores e inclusive de peor manera. Porque, en definitiva, en el mainstream queda claro que lo único que vale es el rédito económico y, en ese sentido, al menos las reglas están claras para los que pretendan participar del juego. En el underground las reglas suelen ser más complicadas, generalmente ligadas directamente al capricho de cierta elite que dicta qué es cool y qué no. Tal vez por eso sea que Built To Spill, con sus diecisiete años de carrera y su impecable discografía, nunca alcanzó el mismo reconocimiento que algunos de sus colegas, como Pavement, Dinosaur Jr. o Modest Mouse. Y la mención a esas tres bandas no es gratuita. Los liderados por Doug Martsch comparten con Pavement el gusto por el Pop fracturado y las letras crípticas, con Dinosaur Jr. el amor por Neil Young y sus guitarras estridentes y voladoras, y con Modest Mouse (bueno, estos últimos reconocen abiertamente la enorme influencia que Built To Spill ejerció sobre ellos) una clara inclinación por las estructuras retorcidas y los climas de psicodelia homicida. Al mismo tiempo, suenan mucho más prolijos y ajustados que Pavement, los solos de Martsch no resultan tan abiertamente autoindulgentes como los de J. Mascis y sus canciones cuentan con un gancho notablemente superior al de Modest Mouse. Y, principalmente, no parecen esconderse detrás de capas y capas de distanciamiento irónico. ¿Será por eso que la cúpula del Indie nunca termina de darles el visto bueno en el olimpo de la coolez? En cualquier caso, este octavo disco encuentra al quinteto en excelente forma, entregando once canciones plagadas de melodías excelentes, un cuidadísimo trabajo de guitarras y una variedad que nunca obstruye su fuerte personalidad. Desde animadas explosiones cargadas con energía Punk a la Pixies hasta lánguidas baladas folkys entregadas con el corazón destruido, pasando por soñadores paseos teñidos de Beatlesca psicodelia melódica, enroscadas elucubraciones casi Progresivas (teclados y cuerdas incluidas), sus ya tradicionales abruptos cambios de clima, e hipnóticas odas a la aridez rockera del inmortal Neil Young. A eso, súmenle la participación de miembros de Treepeople (grupo del cual Martch formó parte antes de fundar Built To Spill), Jellyfish y Butthole Surfers y ya tienen más que suficiente para dejar de lado los concursos de popularidad y concentrarse en la innegable calidad de estas canciones.
-Converge “Axe to fall” (2009)
No es fácil hablar de Converge. No sólo porque sean una de mis bandas preferidas de los últimos tiempos, si no porque, más allá de gustos, se erigen como uno de los pilares de la música extrema actual. Más allá de haber contribuido notablemente a definir (aún sin quererlo y junto a otros iluminados como Botch, Deadguy y Coalesce) ese género conocido como Mathcore, la propuesta de estos bostonianos es una referencia ineludible para todo aquel que aprecie la pasión del Hardcore recubierta de una dura coraza metálica y provista de una inteligencia y un vuelo creativo tan personales como certeros. De alguna forma, al menos en términos de intensidad, imaginación y urgencia emotiva teñida de nerdismo Punk, podría decirse que son algo así como los Fugazi del Metalcore. Y todo eso sin siquiera mencionar su férrea militancia independiente, otro punto en común con los paladines de Washington DC. “Axe to fall” es el séptimo disco del cuarteto y venía cargado de una expectativa extra, ya sea por la catarata de músicos invitados o bien por los anuncios de cierto cambio de sonido. “Dark horse” abre las hostilidades con un riff caótico y melódico al mismo tiempo, casi como una versión actualizada de aquel “Be quick or be dead” de Iron Maiden. Eso, hasta que llega el estribillo en clave de Hardcore masivo y envolvente como un Tsunami y ese aplastante rebaje Sludge que abre grietas en la superficie misma de la tierra. Sin darnos respiro, se suceden tres auténticas bombas musicales: “Reap what you sow” (conjugando magistralmente su histeria habitual con una nueva hallada contundencia, entre gruesos riffs Thrashers, punteos esquizofrénicos y hasta un rockerísimo solo de guitarra), el tema que da nombre al disco (con la participación de George Hirsch, de Blacklisted, en los coros y toda su impronta caótica) y el delirante “Effigy”, donde (acompañados de los dos guitarristas y el baterista de Cave In) logran fundir el latir desbocado de sus raíces Hardcore con desquiciados arreglos de guitarra. Como respiro (o algo así), llega “Worms will feed”, con su marcha densa, sus sombrías pausas y unos riffs disonantes y pesados que no hubiesen desentonado en los mejores momentos de Unsane. “Wishing well” comienza en una vena similar, con un riff que suena a Tony Iommi pasado por un filtro de enfermedad Noise-Rockera, y pronto muta en un Crust mugriento teñido de gordura Sludge y un vuelo casi psicodélico. En ese contexto se aprecia la participación de Uffe Cederlund (ex Entombed, actualmente en Disfear), poniendo sus coros y su salvaje guitarra al servicio de la rabia absoluta de la canción. Le sigue “Damages”, donde la impronta Noise-Rockera se hace presente con más fuerza que nunca, con su groove irregular (bien a la Shellac), sus riffs apagados y retorcidos (bien a la The Jesus Lizard), sus punteos disonantes y su tenso clima psicótico. El Noise-Rock dice presente otra vez en “Losing battle”, esta vez en un contexto mucho más frenético y acelerado, casi como una versión Hardcore de los legendarios Cows. Como para balancear el nerdismo discordante, llegan “Dead beat” y “Cutter”. La primera, con su clima épico y sus guitarras en forma de espiral, es la canción que puede llegar a justificar las comparaciones con Mastodon (aunque aquí el componente Crust es mucho más prominente) que se alzaron en las apreciaciones iniciales de este álbum, mientras que la segunda es una compacta bola de odio que nos muestra como sonaría Slayer si empaparan sus neuronas en ácido lisérgico. Antes hablé de Fugazi, y un tema como “Slave driver” confirma mi punto. Su ritmo entrecortado, la presencia determinante del bajo atravesado por chirriantes guitarras y, principalmente, ese estribillo a puro Punk enardecido y cantado con una voz limpia que recuerda notablemente a Guy Piccioto, no hacen más que confirmar mi teoría. Para el final del disco, Converge se guardó las dos piezas más extrañas e introspectivas. “Cruel bloom” cuenta con la participación estelar del gran Steve Von Till (de Neurosis, por si viven adentro de una lata de sardinas) con su rasposa y emotiva voz, y, justamente, recrea una suerte de oscurísimo Folk/Blues que no hubiese desentonado en los discos solistas del barbudo, si no fuera por la explosión Sabbáthica al final de la canción. Como broche, tenemos los siete minutos y pico de melancólica psicodelia de “Wrecthed world”, donde acompañados por Mookie Singerman (de Genghis Tron), se dan el gusto de hacer su propia reinterpretación a la Converge del más emotivo de los Pink Floyds. En fin, se notan nuevas influencias pero eso es habitual en cada disco de Converge. Tal vez se pueda hablar de un eclecticismo más pronunciado (al menos con respecto a los anteriores “You fail me” y “No heroes”) que acerca este álbum a la cruda magnificencia del, a esta altura, clásico “Jane Doe”, pero cualquiera familiarizado con la propuesta del grupo podrá reconocer los elementos tradicionales que componen su sonido. El Hardcore más furioso, el Metal más extremo y caótico, el Noise-Rock más corrosivo, los alaridos desgarrados de Jacob Bannon (aquí acompañados por coros en forma de graves gruñidos) y su cuidadoso manejo de la dinámica que lo aleja de la linealidad y el aburrimiento, los ritmos endemoniados de Ben Koller, el bajo podrido y rellenador de Nate Newton y los riffs únicos (y no exagero, el trabajo de las seis cuerdas es sencillamente increíble) de Kurt Ballou. Todo condensado en perfectas canciones, siempre interpretadas con la emoción a flor de piel y la inteligencia supervisando cada detalle. En definitiva, no será “Jane Doe” (vamos, no les exijamos tanto tampoco) pero “Axe to fall” es otra excelente prueba de por qué Converge es de esas bandas que serán recordadas en los anales rockeros de acá a veinte años.
-Gigantic Brain “I swallow 16 red planets” (2009)
El proyecto unipersonal de John Brown no detiene su marcha. Comenzó absolutamente inspirado por el Cyber-Grind deforme de Agoraphobic Nosebleed, luego (con el disco “World”, ya comentado por aquí, y el ep “Betelgeuse”) redujo los blast-beats al mínimo indispensable y los reemplazo por extensos climas espaciales, plagados de teclados etéreos y guitarras que rozaban el Post-Rock y ahora vuelve con un nuevo trabajo y un nuevo paradigma musical. No es que haya abandonado sus premisas habituales, allí están los ritmos vertiginosos, las voces podridas, las guitarras como sierras eléctricas, las melodías emotivas, los colchones de teclados y las atmósferas de épica fantasía cósmica. Por un lado, Gigantic Brain funde aquí los dos extremos de su propuesta (la violencia desbocada y demente y la calma reflexiva y alucinógena) pero, al mismo tiempo, suma una nueva coordenada musical. Era de esperar que, en algún momento, asomara la cabeza la influencia de nuestro amado Justin Broadrick, un pionero en ese de concebir el Metal extremo a partir de elementos electrónicos. Así, podemos encontrarnos con aplastantes bases mecánicas, riffs disonantes y cubiertos de óxido, voces amenazantes, visiones apocalípticas y bajos que nos revuelven el estómago, en la mejor tradición Godfleshera. Pero eso no es todo. También hay lugar para melancólicas melodías cubiertas de distorsión a la Jesu y hasta algún que otro beat casi bailable y cercano a las intrincadas elucubraciones digitales de proyectos como Techno Animal o The Sidewinder. Todos estos elementos se encuentran fundidos de manera impecable, conviviendo en caóticas composiciones plagadas de curvas inesperadas o bien explayándose en climáticos remansos de absoluta desazón sideral. Por supuesto, se trata de un viaje plagado de detalles y colores de otros mundos. Un viaje que demanda atención y una mente abierta para poder saborear en su totalidad la enorme paleta sonora allí propuesta, uno donde nada es lo que parece pero que, al fin de cuentas, nos relata una historia con un gran sentido del desarrollo argumental. Como si esto fuera poco, el mismo Brown ha puesto a disposición del público este último trabajo (así como “World” y “Betelgeuse”) para descargarlo de forma gratuita. Sólo tienen que visitar su myspace (www.myspace.com/giganticbrain) y allí encontrarán los respectivos links. Una oferta para no desaprovechar.
-Kowloon Walled City “Gambling on the richter scale” (2009)
Evidentemente, y muy a su pesar, la industria discográfica está cambiando. Si me guío por los ejemplos de artistas como Cloudkicker, Gigantic Brain, Sabazius, Irradiant e inclusive los pioneros Punks T.S.O.L., que han entregado sus últimos discos para descargar de forma gratuita, debo decir que es un buen panorama. Y digo esto porque de ninguna manera se trata de material amateur o falto de compromiso artístico. Por el contrario, hablamos de música capaz de competir (al menos en términos de sonido, interpretación y calidad artística) en las grandes ligas. Kowloon Walled City ya nos había regalado, el año pasado, su ep debut (“Turk street”) y el disco homónimo de su alter ego Rockero, Snailface, y ahora hace lo mismo con su primer larga duración, este aplastante “Gambling on the richter scale”. Si lo suyo son las guitarras que revientan de graves, el groove denso y movedizo a la Unsane o Melvins, las voces desesperadas y cubiertas de distorsión, los acoples y las atmósferas que pintan surrealistas visiones de épica perdición lisérgica, no pueden dejar pasar esta maravilla. Estos californianos absorbieron como sanguijuelas las mejores lecciones del Sludge más espeso y asfixiante y del Noise-Rock más pesado, riffero y virulento, y las escupieron de vuelta en la forma de ocho canciones tan contundentes como creativas y atrapantes. La voz de Scott Evans recuerda al Chris Spencer (de Unsane) más quebrado y mugriento pero dosifica sus alaridos con un envidiable sentido de la dinámica, gambeteando el aburrimiento con toneladas de onda y una energía inclaudicable. Las guitarras erigen sólidos monumentos rifferos, a veces laberínticos y enroscados, por momentos con la simple intención de aplastar cráneos, valiéndose de disonancias, contracturas y ruidos varios pero con un profundo respeto por la melodía. La base rítmica provee indestructibles fundaciones para todo ese despliegue de ríspidas imágenes narcóticas, con un bajo que gruñe y late amenazante y una batería que aprendió tanto de Bill Ward como de Dale Crover (de Melvins, la figurita repetida de esta tanda de reviews) y Todd Trainer de Shellac. A pesar de las influencias, la personalidad del cuarteto prevalece ante todo y los aleja de la encasillación fácil. Demasiado pesados para el Noise-Rock, demasiado variados y nerds para el Sludge y muy sueltos y Rockeros para el Post-Metal. Y todo eso sumado a la actitud de no querer vendernos nada, si no compartir su música con todo aquel interesado en escucharla. En mi libro, al menos, eso ya es motivo más que suficiente para darles una oportunidad.
-Lou Barlow “Goodnight unknown” (2009)
A principios de los 80’s formó parte de Deep Wound, una de las bandas que, con su Hardcore acelerado hasta la exageración, serviría de inspiración para los primeros pasos del Grindcore. Pasada esa etapa, llegó Dinosaur Jr. y con ellos una nueva forma de encarar el Punk y el Rock Americano tradicional. Despedido de ese grupo, le dio toda su atención a Sebadoh, su, hasta ese entonces, proyecto casero y low-fi, dando así paso a otro cambio de paradigmas en el underground rockero. Durante la década dorada de los 90’s fundó también The Folk Implosion y Sentridoh, explorando en la primera ciertos flirteos con la electrónica más experimental (siempre dentro de un contexto cancionero) y en la segunda un retorno a las grabaciones caseras, luego de la “profesionalización” de Sebadoh. En 2005 retornó a Dinosaur Jr. (junto a quienes ya editó los geniales “Beyond” y “Farm”) y se decidió a usar su propio nombre para englobar su cancionero más acústico y reposado, expuesto en el genial “Emoh”. Con semejante historial, queda claro que el título de “Anteojudo Principe del Indie-Rock” le queda como anillo al dedo al bueno de Lou. “Goodnight unknown” es su segundo trabajo en solitario y en él Barlow se permite expandir la paleta sonora, yendo desde el Country/Folk acústico y despojado hasta ese Indie-Rock de guitarras distorsionadas y melodías agridulces que tan buenos resultados habían dado en discos como “Bakesale”, “Harmacy” o “The Sebadoh”, sin olvidar tampoco la impronta casi bailable de The Folk Implosion. Para ello, se rodeó de personajes como el guitarrista Imaad Wasif (quien había sido parte de una segunda encarnación de The Folk Implosion), el bajista Sebastian Steinberg (miembro de Soul Coughing y habitual colaborador de gente como Marc Ribot y Eddie Vedder, entre tantos otros) y el gran baterista de Melvins, Dale Crover. Con catorce canciones en poco menos de cuarenta minutos, Barlow demuestra, una vez más, por qué es uno de los compositores más destacados del Rock Americano de las últimas décadas. Siempre con su grave y sensible voz al frente, el tipo desgrana temazo tras temazo, puras cascadas de emoción en forma de canciones perfectas y variadas. Sin artilugios innecesarios pero siempre con sutilezas bajo la manga, emocionalmente desnudo y constantemente haciendo equilibrio entre la más melancólica sobriedad y un masoquista sentido del humor, nuestro hombre recorre diversos estados de ánimo sin poses exageradas ni estridencias teatrales. Vamos, como la vida misma. En fin, no hay mucho más que agregar. Para aquellos familiarizados con su propuesta, esto es material imprescindible, al nivel de algunas de sus obras más destacadas. Para aquellos que todavía no tuvieron el placer, este “Goodnight unknown” recorre diversas facetas del universo Barlowiano y bien puede servir como perfecta introducción a su inconmensurable talento. Imprescindible para cualquiera que aprecie las buenas canciones.
-Mission Of Burma “The sound, the speed, the light” (2009)
Nueva entrega discográfica de la leyenda viviente del Post-Punk bostoniano y ni siquiera me voy a molestar en disimular mi incondicional fanatismo por todo lo que haga esta gente. Tampoco hace falta, a esta altura, que insista con la importancia que tuvieron discos como “Signals, calls and marches” o “Vs.” en diversas generaciones de músicos de la más selecta estirpe Punk-rockera. Sólo digamos que, si grupos de la talla de Nirvana, R.E.M., Sonic Youth, Fugazi, Pixies, Sugar, Pearl Jam, Yo La Tengo, Jawbox y Drive Like Jehu (por sólo nombrar algunos) los mencionan como ineludible influencia, por algo será. Desde su regreso en 2004, con el genial “OnOffOn”, el cuarteto viene demostrando que la magia se mantiene intacta. Este quinto disco de estudio sigue los tradicionales lineamientos Burmísticos, y eso significa una panzada de canciones perfectas, de melodías siempre haciendo balance entre la emotividad más cruda y la intelectualidad más críptica y rebuscada, de interpretaciones que conjugan magistralmente sesudas sutilezas y un poderío físico arrasador. Como siempre, las tres facetas del grupo (representadas, cada una por sus principales compositores) se mantienen intactas y afiladas. El guitarrista Roger Miller aporta sus retorcidos temas, plagados de alucinógenas texturas distorsionadas, elaborados riffs, exóticos patrones rítmicos y portadores de climas entre introspectivos y violentamente surrealistas. El baterista Peter Prescott escupe (tal como hiciera en Volcano Suns, la banda que lideró en los años en que Mission Of Burma estuvo separado y de donde reclutaron al gordito Bob Weston, también bajista de Shellac, como reemplazante del manipulador de cintas e ingeniero de sonido, Martin Swope) los más furiosos Punk-Rocks, con las guitarras en llamas, los ritmos taquicárdicos y su autoritaria y aguardentosa voz llevando las desbocadas riendas. Y, claro, no pueden faltar las gemas melódicas del bajista Clint Conley (bien vale aclarar que las tareas vocales se las reparten entre los tres), esos himnos de pura perfección melódica que se nos clavan en el alma dejando marcas indelebles. En esa tensión constante entre las más complejas y liberadoras formas de experimentación musical (hablamos de tipos que son fanáticos tanto de John Cage y Karlheinz Stockhausen como del movimiento dadaísta), el nervio visceral y desgarrado del Punk, y el cuidado artesanal de la canción Pop, es que reside el eterno encanto de Mission Of Burma. Una fija en las listas de mejores discos del año.
-MK Ultra “Discography” (2009)
Podrá sonar inocente o como un lugar común, pero el Hardcore guarda en su esencia misma una lección de vida tan simple y básica como innegablemente cierta: la vida podrá ser una mierda pero hundirse en la autocompasión y el nihilismo sin sentido no resuelve absolutamente nada. Algunos dirán que eso no tiene nada que ver con la música y, aún cuando dicho punto es discutible (el sonido de una banda como Minor Threat, por poner un ejemplo, está intrínsicamente ligado a dicha forma de encarar la vida), ¿desde cuándo el Hardcore (y, llegado el caso, el Rock en general) se trató de un hecho restringido a lo estrictamente musical? En fin, todo este divague para contarles que el sello discográfico Youth Attack! ha decidido entregarnos en un cómodo pedazo de plástico la discografía completa de una de las bandas más energéticas y comprometidas de la escena Hardcore de Chicago de mediados de los 90’s. Si mencionamos que esta gente compartió splits con los geniales Seein’ Red e integrantes con bandas como Charles Bronson y Los Crudos, ya se pueden ir haciendo una idea de por dónde vienen los tiros. Hardcore hiper-acelerado, gritón y caótico (por momentos rozando el Powerviolence), con letras de alto contenido político (el nombre del grupo alude a un proyecto de la CIA relacionado con la manipulación mental a través del uso de drogas) y una inquebrantable militancia independiente. Temas cortos, breves estallidos de pura energía construidos sobre tres o cuatro acordes, tocados a toda velocidad, casi como si el cuerpo no pudiera contener tanta pasión y se viera obligado a expulsarla a través de los instrumentos de la forma más urgente y directa posible. Por supuesto, también hay lugar para algún que otro riff disonante, algún cambio de ritmo un poco más exótico, algunos samples que apuntalen el mensaje de las letras y hasta para ruidosas incursiones entre la introspección y la catarsis violenta, casi como un Black Flag hiperquinético y con los ojos desencajados. Bueno, de hecho se despachan también con una frenética versión del clásico “Police story” de los liderados por Greg Ginn. Tal vez para los no iniciados resulte un tanto arduo tragarse de un saque cincuenta y seis canciones (bueno, en realidad son cincuenta y cinco. El último track es un show en vivo de 1995) que en ningún momento bajan el nivel de intensidad. Bueno, ellos se lo pierden. Para aquellos que no sólo gozan de la descarga musical del Hardcore, si no que también lo ven casi como un código ético y una forma de enfrentarse a la realidad, este “Discography” resulta un documento indispensable de esas inmortales ideas de cambio.
-Shrinebuilder “Shrinebuilder” (2009)
Muchos de ustedes ya habrán escuchado algo sobre este proyecto pero, por las dudas, dejemos en claro algunas cosas. Shrinebuilder está compuesto por Dale Crover (baterista de Melvins, entre otros proyectos), Al Cisneros (ex bajista de Sleep, actualmente en Om), Scott Kelly (guitarrista y cantante de Neurosis y sus incontables ramificaciones) y Scott “Wino” Weinrich, el amo absoluto del Doom americano, la leyenda viviente que lideró grupos de la talla de Saint Vitus y The Obsessed. Voy a ser sincero, con ese line-up podrían haber grabado un disco entero de covers de Miranda! y aún así habría sonado como la san puta. A ver, tal vez no se entienda del todo, estamos hablando de cuatro tipos que, cada por su lado y a su manera, ayudaron a definir gran parte de lo que hoy en día se considera pesado en la música. Por supuesto, no faltarán los que alcen su voz en contra de los supergrupos, aludiendo que, por lo general, la suma de las partes no da los resultados esperados. Bueno, métanse el análisis en el orto, Shrinebuilder entra por la puerta grande al podio de bandas como Nailbomb, Temple Of The Dog o Down. Cinco extensas composiciones es todo lo que necesitan estos cuatro iluminados para trasladarnos a un universo paralelo donde todo se mueve en cámara lenta, la superficie respira en monolíticos gruñidos, el aire se tiñe de fuego y humo verduzco, los dioses dibujan la realidad misma con riffs saturados de graves y la Biblia está escrita sobre pentagramas con inscripciones como “Paranoid”, “Master of Reality” o “Vol. 4”. El material lleva incrustado en el alma la impronta dumbeta tradicional de Wino, con sus correspondientes climas de oscuridad lisérgica, sus guitarras gordas y bigotudas y su habitual mugre rutera. Pero también hay lugar para deformidades de pura cepa Melvinesca, atmósferas de cuelgue místico marihuanero y minimalista (las tres M) en la vena de Om y Sleep, y monolíticas montañas de absoluta emoción primitiva a la Neurosis. Inclusive las voces (aún cuando es Weinrich quien acapara la mayoría de las mismas) están repartidas entro los cuatro, destacándose aquí los hipnóticos mantras de Cisneros, los envolventes coros de Crover y los profundos rugidos y las sombrías melodías de Kelly. En fin, esto no es material experimental ni pretende serlo, aquí no hay ninguna redefinición del género. Simplemente algunas gigantescas canciones a cargo de algunos de los músicos más destacados e influyentes de la historia del Doom y del Metal en general. ¿Qué más le pueden pedir a Satanás?
-Sinaloa “Chapel & basement” (2009)
Ya establecimos que los noventas están de vuelta, ¿no? Por ende, una práctica tan noventera como el unplugged (es decir la reinterpretación en clave de intimismo acústico de temas principalmente eléctricos) debía volver también. Ok, tampoco se puede acusar a Sinaloa de subirse a ningún tren. Su sonido tiene cierto espíritu de la década pasada pero antes que adherir a Seattle, las guitarras fuzzeras y la mugre Grunge, se acercan a lo que, en esos tiempos, se conocía como Emo. Algo de la emoción contracturada y el nerdismo guitarrero de Fugazi, las melodías con el corazón roto de Sunny Day Real Estate y los primeros Get Up Kids, la catarsis desgarrada de Rites Of Spring, las voces quebradas de The Van Pelt, el sentido épico de Still Life y así podría seguir tirando referencias que, en definitiva, no dicen demasiado. “Chapel & basement” es un disco editado solamente en cassette y que reúne las canciones de su anterior “Oceans of islands” en versiones acústicas grabadas (como el título lo indica) en el sótano de una capilla. En ese sentido, esto está en las antípodas del despliegue millonario de producción al servicio de un intimismo fingido que proponía Mtv en sus unpluggeds. Aquí realmente da la sensación de estar sentado junto a los músicos mientras estos entregan su alma en cada canción. El sonido es crudo, cálido pero de ninguna manera defectuoso. De hecho, al bajar los decibeles es posible apreciar mejor el intrincado trabajo de guitarras de Pete Zetlan y Brendan Campbell, logrando interesantísimas vueltas sin perder nunca el sentido melódico de las composiciones. Pero, claro, más allá de destacadas interpretaciones, el punto clave es, obviamente, la emoción. Y, en ese campo, esta gente no falla. Sus canciones tal vez no sean tan atrapantes (en primera instancia) como las de sus influencias, pero el trabajo que lleva enamorarse de ellas hace que la conexión sea sumamente profunda. Y, ciertamente, estas reinterpretaciones acústicas, desnudas de estridencias y trucos rockeros (salvando las distancias, se puede trazar cierto paralelo con lo hecho por The Evens, el proyecto actual de Ian MacKaye) en los que apoyarse, facilitan dicha tarea. Sencillamente, un disco hermoso, cargado de grandes canciones y con las emociones a flor de piel.
-Snowblood “Snowblood” (2009)
En un 2003 todavía no plagado por clones de Isis y Neurosis y exento de términos como Post-Metal o Metalgaze, hacía su aparición este cuarteto escocés como una de las propuestas más prometedoras dentro del estilo. Snowblood lograba moverse entre frágiles rasgueos melódicos dignos del más sensible Indie-Rock, elaborados paisajes de ensoñación Post-rockera y contaminadas explosiones del más cáustico Sludge, manejando esos elementos de forma sumamente personal, eludiendo con gracia la copia descarada y entregándose a la faena con una intensidad y una crudeza destacables. Cuatro años después del anterior “Being and becoming”, finalmente ve la luz este álbum homónimo que fuera grabado en septiembre de 2006. Cuarto extensos temas (el disco dura más de una hora) sin título es lo que encontramos aquí, y en ellos la confirmación de que, aún en estos tiempos atestados de sonidos monolíticos y dinámicas cambiantes, Snowblood es una banda para tener en cuenta. Las guitarras pulieron su sonido pero sin abandonar del todo esa rasposidad que los acercaba al Indie-Rock, los extensos paseos Post-Rockeros siguen ahí, pintando preciosas visiones de verdes montañas y cristalinas aguas siempre prestas a quebrarse bajo el pulso crepitante del costado más virulento del grupo. Y sí, cuando los tipos pisan la distorsión, el universo mismo se viene abajo. Riffs enfermos de graves que pondrían verde de envidia al Jimmy Bower más pasado de drogas, bases densas con alcances épicos y un latir claramente Hardcore y unos alaridos que penetran los tímpanos como esquirlas de vidrios rotos. Pero eso no es todo, Snowblood no se conforma con seguir al pie de la letra las convenciones del, ahora sí, Post-Metal. Así, podemos encontrar voces limpias (y afinadas, lo cual no es un dato menor) adornando no sólo las partes tranquilas, si no también llevando las riendas de la tensión y la violencia. También es necesario mencionar que la crudeza no es punto menor en esta propuesta. Lejos del detallismo casi inhumano (por no decir frío y carente de alma) de algunos de los clones de Neurosis (no, no voy a dar nombres. Cada cual que ubique el que prefiera aquí), Snowblood se entrega con una urgencia abrumadora y salvaje que, no obstante, no disminuye la inteligencia de los arreglos y los riffs. Vamos, esta gente comprendió que lo realmente importante es el fuego interno, que las ideas tienen que estar al servicio de éste y no al revés. Y si eso significa alguna que otra desprolijidad instrumental o sonora, producto del exceso de energía, bienvenido sea. En fin, estamos en 2009 y el Post-Metal se está transformando (lamentablemente) en sinónimo de ideas repetidas y discos soporíferos. Pero no teman, Snowblood todavía nos da motivos para seguir creyendo.
13 de octubre de 2009
Reviews
10/13/2009 05:58:00 p. m.
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2 comments
2 invocaciones del cosmos:
Fer es cierto lo que mencionas de la proliferación de discos y material libre para descargar.
Posiblemente sea más sencillo que en otros tiempos grabar de manera profesional en un estudio casero.
Pero quizás ese factor solo no justifica esta tendencia, quizás haya un cambio en la cultura que permita que los artistas se vuelquen al arte en lugar del comercio.
De los discos hay muchos lindos en esta tanda pero me quedo especialmente con el de Shrinebuilder que me gustó mucho.
ajajaj "guitarras gordas y bigotudas"
deme diez!
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