Por Fernando Suarez.
-Swans “Cop” (1984)
A esta altura del partido queda más que claro que cualquiera que hable (o escriba) sobre las corrientes más extremas del Doom actual y desconozca la indeleble marca que estos neoyorquinos dejaron en la construcción de dichos sonidos, es sencillamente un ignorante o un sordo. Todos los popes (desde Melvins y Godflesh, hasta Neurosis, Eyehategod, Isis o Earth, por sólo mencionar algunos) de la pesadez contemporánea tienen, al menos, una deuda con el asfixiante universo musical creado por Michael Gira y los suyos. “Cop” es probablemente el punto más álgido de violencia dentro de su extensa (y siempre mutante) discografía y resulta un excelente punto de partida para comprender su innegable influencia. A diferencia de lo que puede suceder con Black Sabbath o Black Flag, el poderío de Swans no se encontraba necesariamente en sus riffs, si no en la totalidad de su propuesta. Un bajo absolutamente degradado y podrido (ese sonido fue el que inspiró a Napalm Death en la creación del Grindcore), guitarras chirriantes y desbocadas, ritmos casi tribales tocados a velocidades angustiantes, cintas manipuladas para lograr perturbadores efectos fantasmales, la voz de Gira descendiendo en negros espirales de desesperación y una atmósfera general absolutamente apocalíptica y envolvente. Por supuesto, aquí no hay variedad ni virtuosismo. Los temas están construidos siempre sobre disonantes progresiones de dos o tres notas que se repiten insistentemente adornadas por abrasivas texturas que no dejan ni un solo resquicio de aire para respirar. Y esa monotonía no hace más que amplificar la ominosa e impiadosa sensación de encierro que provocan las canciones. Ya en ese entonces, el cuarteto (luego la formación iría cambiando acorde a los cambios musicales del grupo) demostraba que no hacía faltar hacer Metal para concebir la música más pesada, oscura, extrema, psicótica y agotadora que se puedan imaginar. Nada de ampulosos gestos rockeros ni lamentos de autocompasión. Aquí no hay invocaciones a demonios del averno ni ningún tipo de fantasía satánica, las visiones que evoca “Cop” cargan con el macabro y opresivo peso de lo cotidiano. Esto es real, se siente tanto en el cuerpo como en el alma. Swans moldea carne humana con cada golpe de batería, hace crujir los huesos con cada estruendo del bajo, infecta órganos internos con sus cáusticas guitarras, amordaza las percepciones y las confunde con sus deformes arreglos y provoca cortocircuitos sinápticos con esos mantras enfermos que recitan sus voces. Pero no me crean a mí, lo mejor que pueden hacer es experimentar por su cuenta lo que esta enorme obra de arte en descomposición tiene para ofrecer. Les aseguro que vale la pena sumergirse en este dolor.
-Jellyfish “Spilt milk” (1993)
A pesar de su importancia en influencia en el Rock en general, Queen es de esas bandas que nunca contó con imitadores directos, al menos no en la cantidad que tuvieron otros como Led Zeppelin, Pink Floyd, Black Sabbath o King Crimson, por mencionar a algunos de sus pares dinosaurios rockeros. Si encima nos concentramos en los noventas, con sus camisas a cuadros y sus guitarras fuzzeras, mucho menos lugar había para la pompa glamorosa y colorida de Freddie Mercury y compañía. Como en todo, siempre hay una excepción a la regla y, en este caso, se trata de Jellyfish. Luego de un discreto debut (“Bellybutoon” de 1990) y diversas deserciones en su formación, estos californianos se vieron reducidos a un trío y se despacharon con lo que puede ser considerada como la única Opera-Rock de los noventas. Bueno, tal vez no la única pero seguramente la mejor y la única que parecía capaz de fundir los coros y las orquestaciones más ampulosas con esa angustia tan característica de la década pasada. Claro, los cuidadísimos coros y juegos vocales, así como las delicadas líneas de piano y hasta ciertos riffs y punteos remitían inevitablemente a Queen, pero estos muchachos no pretendían encasillarse en una categoría tan estrecha. También es posible toparse con esa sofisticación Popera de los años psicodélicos de los Beatles y los Beach Boys, guitarras más ruidosas que los acercaban al Power-Pop de aquellos años (Redd Kross, The Posies, Teenage Fanclub), inflexiones vocales que, curiosamente, recuerdan a Manic Street Preachers y hasta algún toque de Bossa nova, todo envuelto en una producción detallista al máximo que, no obstante, nunca llegaba a asfixiar la expresividad melódica de las canciones. Porque, en definitiva, debajo de las densas capas de instrumentaciones y arreglos, se encontraban doce perfectas canciones Pop, con melodías imposibles de olvidar y la capacidad de transformar la peor de las tormentas en un día soleado. Claro, si son de esos tipos que viven emperrados en mantener poses de fingida solemnidad pseudo nihilista o de bronca adolescente sin sustento, es probable que no encuentren nada aquí para ustedes. Ahora, si son capaces de relajarse y simplemente disfrutar de una colección de hermosas melodías para tararear sin más preocupaciones, “Spitl milk” resulta una elección ideal.
-Kill The Man Who Questions “Sugar industry” (2001)
¿Les gusta el Hardcore? ¿Lo prefieren frenético, rabioso y sin atisbos de melodía que empañen la golpiza? ¿Y lo quieren con letras fuertemente politizadas que poco y nada tienen que ver con las poses de machotes rudos y los llantos adolescentes? Kill The Man Who Questions es (mejor dicho, era. Se separaron en abril de 2002) una de esas bandas que encarnan a la perfección todo lo que el Hardcore representa. En lo musical se manejan sin piedad, yendo directo a la yugular con bases aceleradas, guitarras en llamas y voces (masculinas y femeninas) que dejan el alma y las cuerdas vocales en cada grito. Hay influencias, claro. Muchos riffs le deben más de un favor a las furiosas disonancias de Black Flag (algo que se aprecia más claramente cuando la velocidad da paso a intensos rebajes), el flirteo con ciertos elementos metálicos en estado primitivo los acerca al sonido neoyorquino (aún cuando ideológica y estéticamente estén en la vereda de enfrente) y el sonido y el approach general del grupo es eminentemente Crust, con toda la mugre y los tupá-tupás que dicha vertiente exige. Aún así es difícil asociarlos inmediatamente con ningún grupo en particular y a eso, en mi barrio, le dicen personalidad. Por supuesto, ostentan un respeto casi sagrado por los próceres del Hardcore pero de ninguna manera se limitan a simplemente repetir esas enseñanzas, si no que las adaptan naturalmente a su propia experiencia y visión del género. Y lo mejor es que esa visión no sólo está cargada de intensidad y energía, si no también de letras inteligentes, sentido del humor y una cruda pero irresistible noción de dinámica compositiva. Volviendo al principio, si sienten aunque sea un mínimo de interés por el Hardcore, sería una pena que dejen pasar una de las joyas que el género nos entregó en el nuevo milenio.
-Baroness “Blue record” (2009)
Con el anterior “Red album”, Baroness logró un notable reconocimiento como una de las propuestas más personales e interesantes del Metal actual, expandiendo las iniciales influencias de Mastodon y empujándolas hacia nuevos parajes de elaboración y profundidad melódica. Las expectativas estaban, entonces, bien altas para este “Blue record”. Bueno, si son de esas personas que tratan de estar al tanto de todo lo que sucede en materia musical, ya habrán escuchado o leído por ahí que esto no es “Red album Parte 2”. Como era de esperarse, el cuarteto ahonda aún más en su costado melódico, sin perder la pesadez monolítica ni los firuletes guitarrísticos, pero dotando a las canciones de un aire más suelto y rockero. Por momentos hasta algunos riffs y arreglos recuerdan a Soundgarden, lo cual no sorprende tanto si tenemos en cuenta todo este revival noventero que se está dando en la actualidad. Pero, claro, si antes la referencia más obvia era Mastodon, ahora Torche ocupa su lugar con su magistral combinación de riffs gordísimos, enrosques rítmicos y voces melódicas. Ojo, esto no significa que Baroness haya caído en el robo liso y llano, se trata simplemente de que, al contar con influencias afines, es bastante probable arribar a resultados similares. Por otro lado, los fantasmas Mastodónticos siguen sobrevolando, en especial en los momentos más Progresivos del disco, que no son los menos. Más allá de las influencias (que, en definitiva, todo el mundo las tiene), Baroness se despachó con un disco rico en ideas musicales, complejo pero sin perder de vista el gancho cancionero, pesado pero sin necesidad de apoyarse exclusivamente en los decibeles para conmover, variado (el trabajo de las guitarras, en ese sentido, es digno de minuciosos análisis) pero sin perder nunca la línea ni la sobriedad emotiva. A pesar del incremento en la melodía, se trata a todas luces de un disco más difícil que su predecesor, con picos de intensidad no tan marcados y una dinámica que elude con elegancia el mero golpe de efecto pero obliga a escuchas más concentradas a fin de aprehender su enorme caudal energético y creativo. Si a primera vista les resulta algo endeble, no desesperen. Tengan paciencia, denle su debido tiempo y las innegables virtudes de “Blue record” se les harán evidentes.
-Big Drill Car “A never ending endeavor” (2009)
En mayo del año pasado, tras un silencio de trece años, esta auténtica institución del mejor Punk-Pop californiano (no por nada tenían sus conexiones con bandas como Black Flag, Descendents y All) se reunió con su formación original (la del clásico debut, “Small block” de 1988) para dar algunos shows. Como souvenir de dicha reunión, ahora nos entregan este “A never ending endeavor” que compila rarezas, temas inéditos y cinco nuevas canciones. Entre los temas viejos nos encontramos (entre otras joyitas) con covers de Hüsker Dü (el inmortal “Celebrated summer” en una versión respetuosa que logra rescatar la intensa emotividad del original), Cheap Trick, David Bowie y Buzzcocks, que nos dan una buena pista de la visión con la que estos veteranos encaran el género. Aquí no hay melodías tontuelas sostenidas por ritmos Punkys baratos y cantadas con oligofrénica afectación. Las líneas vocales de Frank Daly pueden resultar alegres o melancólicas, según se lo requiera, pero están entregadas siempre con pasión y una sensibilidad que no sabe de poses superficiales ni pucheros adolescentes. La guitarra de Mark Arnold no se contenta con el estrecho alfabeto de los tres acordes de siempre, acercando el sonido del grupo al de bandas como Dag Nasty o la mencionada familia Descendents/All. La base rítmica conformada por Bob Thomson (en bajo) y Danny Marcroft (en batería) sostiene todo con una energía sumamente vital y un sentido de la dinámica envidiable. Y las canciones, sí señor, esas canciones. Desde afiebradas cabalgatas Punks ideales para recorrer la ciudad montado en una tabla de skate, hasta sinuosos desarrollos entre la introspección y la deformidad, todo condimentado con ritmos y riffs variados, y con un absoluto respeto por la melodía en el sentido más artesanal del término, por así llamarlo. Elijan al azar cualquier tema del disco y les aseguro que, con sólo una escuchada, ya estarán tarareándolo como fanáticos. En fin, si no los conocían, he aquí una excelente carta de presentación para uno de esos grupos que tenían todo para comerse al mundo…menos la habilidad comercial.
-Goes Cube “Another day has passed” (2009)
Con el tiempo, algunas cruzas musicales que antes sonaban improbables pueden llegar a generar escenas enteras con pautas sonoras y estéticas bien definidas. No hace muchos años atrás, la mera idea de combinar el sonido gordo y denso del Sludge con los más enroscados laberintos Progresivos y melodías paradas en algún lugar entre el Pop, el Grunge y el Post-Hardcore hubiera parecido destinada al fracaso absoluto. Bueno, los tiempos cambian y bienvenido sea. Luego de unos cuantos ep’s, este trío neoyorquino llega a su álbum debut y parece dispuesto a generar algo de ruido en la escena metálica actual. Tomando el camino fácil, podríamos decir que lo de Goes Cube es casi una cruza exacta entre los firuletes rifferos de Mastodon, las melodías gancheras de Torche, los climas entre emotivos y espaciales de Cave In y la grave pesadez de las tres bandas. Si bien dicha descripción tiene mucho de cierto (hay temas donde la mimetización con los referentes mencionados es tal que da un poco de miedo), es a todas luces injusto quedarse sólo con eso. La forma en que Goes Cube combina los diferentes elementos que componen su sonido tiene impresa la clara intención de dar vuelta algún que otro esquema y, ciertamente, no es tarea fácil concebir líneas vocales tan ricas sobre instrumentaciones así de extremas. Por otro lado, las influencias bien pueden rastrearse más hacia atrás, hasta llegar a (¿dónde, si no?) los añorados y cada vez más rescatados noventas. Así, podemos hallar estructuras típicamente Grunge (ya saben, el comienzo tranquilo que estalla con todo en el estribillo), contracturas y disonancias que no desentonarían en bandas como Shellac o Fugazi, melodías que aprendieron perfectamente la lección de Post-Hardcore con aires de Pop melancólico de Quicksand y Jawbox, cabalgatas Sabbáthicas que no hubieran desentonado en el más rutero de los Stoner-Rocks, frágiles voces fantasmales a la Deftones y hasta algún que otro pasaje de pura cepa Post-Rockera. Por supuesto, todavía les falta para lograr resultados tan destacados como los de sus principales influencias pero, especialmente tratándose de un disco debut, el potencial que se vislumbra es enorme. Y, por el mismo precio, este “Another day has passed” nos ofrece en sus trece canciones un agitado viaje emocional y un vistazo de lo que podría llegar a ser la nueva corriente cool dentro del undeground metálico.
-Lightning Bolt “Earthly delights” (2009)
La guerrilla del ruido ataca nuevamente y, si saben lo que es bueno, van a tener sus mentes preparadas para las más frenéticas sacudidas. Si no están familiarizados con la propuesta de Lightning Bolt (que ya llevan quince años demoliendo tímpanos) tal vez les resulte difícil creer que semejante pared de distorsión y virulencia sea generada sólo por dos personas. Pero es real. Brian Chippendale desparrama brazos y piernas cual pulpo merqueado, creando bases donde el caos, la contundencia y la imaginación conviven en absoluta armonía, rescatando los fantasmas más desquiciados del Feree-Jazz y el Rock Progresivo y estrangulándolos a puro espíritu Hardcore/Punk. Es el mismo Chippendale quien se hace cargo también de esas voces inhumanas, siempre enterradas en toneladas de efectos y suciedad, y concebidas más como deformes texturas y arreglos antes que como vocalizaciones propiamente dichas. Sobre semejante arquitectura, Brian Gibson pone su bajo para terminar de dar las pinceladas que dan forma definitiva a las visiones surrealistas de las composiciones. Y el tipo no desestima ningún elemento a la hora de joder con nuestras neuronas. Thrash, Country, Rock Progresivo, Hardcore, Jazz, Psicodelia, Funk y vaya a saber uno qué más, todo forzado a través de un insistente filtro de cáusticas distorsiones y disonancias. Riffs enroscados, erupciones de puros vómitos sonoros, punteos esquizofrénicos, envolventes texturas, acoples, esquivas melodías psicodélicas empapadas de delay, feedback, todo manejado con una creatividad salvaje y rabiosa. Otro punto interesante es que el ánimo del grupo (acorde a sus coloridos artes de tapa) se presenta más bien jovial a pesar de la profunda locura que exhiben sus canciones. Por momentos hasta me veo tentado de hacer un paralelo con la efervescencia lisérgica de los legendarios Gong. Es sólo que aquí el ácido venía mezclado con anfetaminas y el viaje se tornó un tanto más peligroso. Así que ya saben, ante cualquier duda consulten con su dealer de confianza.
No importa que el título de este cuarto álbum de estudio de Om sea uno de los más ridículos de la historia del Rock. Ni siquiera importa si uno comparte o no sus creencias religiosas. Negarse a uno mismo la posibilidad de disfrutar de la profundidad espiritual en la música de Om (por si no lo sabían Om es la sílaba Hindú que representa la vibración natural del universo) por aferrarse demasiado a ciertas racionalizaciones es, sencillamente, negar una parte importantísima de nuestra propia humanidad. Dejando la filosofía barata de lado, las premisas musicales del dúo ya quedaron establecidas en sus primeros discos, extensos y elevadores mantras construidos sobre cadenciosos ritmos y repetitivas líneas de bajo y voz. Nada de guitarras, alaridos ni estridencias. Está claro que contando con el ex Sleep Al Cisneros (acompañado por el baterista de Grails, Emil Amos, tras la partida del otro ex Sleep Chris Hakius) al frente, hemos de toparnos con climas de embotadora ensoñación psicodélica pero no esperen loas a la marihuana en clave de riffera pesadez Sabbáthica. La música de Om es densa, tal vez más densa de lo que la de Sleep jamás fue, pero esa densidad no reside en el sonido o las formas, si no en la pesada carga mística de la propuesta, en su andar ceremonial y en la espesa aura de compromiso espiritual que exhiben sus composiciones. De alguna forma aglutinan elementos del Kraut Rock (bases monótonas, texturas espaciales), el Dub (bajos profundos, groove ralentizado), el Drone (riffs minimalistas y graves) y hasta algo de su pasado Sabbathero (en especial ese oscuro aire setentoso con el que cuentan ciertos riffs y melodías vocales), y transforman todo eso en auténticos salmos que cuentan con más de un punto en común con las estructuras típicas de los cánticos Tibetanos. En especial la voz de Cisneros repta monocorde y nos envuelve lentamente en un auténtico viaje astral. A eso hay que sumarle el incremento, en este disco en particular, de la paleta sonora del dúo, con flautas, tanpura, sitar (estos dos últimos son instrumentos tradicionales hindúes) y percusiones exóticas expandiendo sus posibilidades musicales y dotándolas de un mayor colorido. Inclusive el trabajo percusivo de Amos presenta algún que otro matiz jazzero nada despreciable. Partiendo de bases tan restringidas, parecía imposible imaginar algún tipo de evolución para la música de Om, sin embargo “God is good” demuestra que cuando hay talento todo es posible. No se lo pierdan.
-Orthodox “Sentencia” (2009)
Si nos guiamos por sus negras túnicas, sus graves guitarras, el halo de oscuro misticismo que los rodea y el hecho de que Southern Lord les haya editado sus discos anteriores (el debut “Gran poder” y su sucesor “Amanecer en puerta oscura”), bien podríamos afirmar que Orthodox es algo así como la versión ibérica de Sunn 0))). Esto es, claro, hasta que escuchamos su música. Los mencionados trabajos mostraban una particular visión del Doom, deformando las convenciones del género a través de un lisérgico filtro de experimentación Progresiva y más de un guiño a las corrientes más abstractas del Free-Jazz. “Sentencia” profundiza aún más este camino, dejando de lado casi por completo cualquier atisbo de pesadez dumbeta y sumergiéndose en espesas aguas donde no son los riffs y las distorsiones atronadoras las que mandan. El disco consta de tres temas a lo largo de treinta y tres minutos (y es el tercer álbum del trío. ¿Ven el patrón numerológico?), el primero (“Marcha de la Santa Sangre”) es una breve introducción que recuerda al clima de Western malvado de los últimos trabajos de Earth, el segundo (“Ascensión”) es un arduo viaje de más de veintiséis minutos donde la impronta Jazzera del grupo sale a relucir con suma intensidad, basando su desarrollo en las oscuras melodías de un acojonante piano que nos va arrastrando por diversos climas (aunque siempre dentro de un marco de sórdida penumbra) acompañado por saxofones en llamas, voces desencajadas y rituales, y una batería que apuntala con precisión las diferentes atmósferas y estados de ánimo, yendo desde tenues arreglos percusivos hasta golpes tribales y un swing digno del Jazz más cool. La placa cierra con “... y la Muerte No Tendrá Dominio”, una procesión fúnebre concebida entre azarosos y retumbantes golpes de batería, distorsiones ocultas y dominada por su correspondiente órgano de iglesia. Por supuesto, si lo que buscan es puro Doom, acá van perdidos, pero si quieren experimentar esa misma sensación de opresión y desasosiego que, se supone, es requisito fundamental del género, entonces en “Sentencia” encontrarán formas de pesadez no metálica que los sorprenderán gratamente.
-Raised Fist “Veil of ignorance” (2009)
Un largo camino han recorrido estos suecos desde aquellos inicios (allá por 1993) donde mostraban su tradicional marca de Hardcore-Metal sin demasiadas luces. Dieciséis años después el quinteto hace gala de una madurez que fue ganando disco a disco, sin forzar los cambios pero con la clara intención de superarse constantemente. “Veil of ginorance” es su quinto álbum (sin contar ep’s ni compilados) y probablemente resulte el trabajo más variado del grupo. Casi todo el disco alterna entre temas acelerados (con la esperable impronta de Slayer-hecho-Hardcore que ellos mismos ayudaron a popularizar en discos como “Ignoring the guidelines” o “Dedication”) y otros de tempos más lentos y cuidadas melodías de guitarra. Por supuesto, la rabia sigue allí, omnipresente y al rojo vivo, pero en esta ocasión se las arreglaron para presentarla con variantes hasta ahora inéditas. Ahí tienen los riffs melódicos de “Friends And Traitors”, el clima introspectivo de “Wounds”, los flirteos casi psicodélicos de “Slipping Into Coma”, el groove a la Helmet de “Volcano Is Me”, el sufrido lamento de “My Last Day”, la impronta épica de “Words And Phrases” y la oscura densidad del instrumental “Out” que cierra la placa. Por supuesto, el sonido es perfecto, la interpretación más que ajustada y las composiciones mantienen siempre esa simpleza y ese gancho tan característico de sus raíces Hardcore. Claro, hoy en día la música de Raised Fist es mucho más Metal que Hardcore y hasta varias de las melodías que ensayan las guitarras remiten inevitablemente a los mejores momentos de sus compatriotas In Flames, algo no tan sorprendente si tenemos en cuenta que la producción corrió por cuenta de Daniel Bergstrand, quien trabajara en sus últimos cuatro discos. Antes de que siquiera lo sugieran, no teman, Raised Fist elude con frescura y corazón los modismos más pedorros de lo que hoy en día se conoce como Metalcore. En fin, algunos podrán preferir el desenfreno irrestricto de sus viejas entregas pero, aún en ese caso, es innegable que la incursión del grupo en nuevos terrenos se da de forma absolutamente natural y honesta.
-Transitional “Stomach of the sun” (2009)
El año pasado pudimos disfrutar de “Nothing real nothing absent”, el más que promisorio debut discográfico de Transitional, el dúo conformado por Kevin Laska en voces, guitarras, programación de baterías, sintetizadores y chirimbolos electrónicos varios, y Dave Cochrane (asiduo colaborador de Justin Broadrick en Head Of David, God, Jesu y GreyMachine, y líder de los frenéticos Art Of Burning Water) en bajo. Para este sucesor incorporan los servicios de Phil Petrocelli (que trabajó con Trey Gunn, Jarboe y Bill Laswell, entre otros) aportando sus monolíticos golpes detrás del set de batería. Como es de esperarse, dado el pedigree de los involucrados, este material guarda estrechas relaciones con el universo musical que rodea a Justin Broadrick, quien, de hecho, se encargó de masterizar el álbum. De alguna forma, es como si convivieran en un único grupo la densidad apocalíptica de Godflesh, las bellísimas melodías enterradas en espesas capas de distorsión de Jesu y los extensos desarrollos ambientales plagados de infinitos detalles sonoros y texturas Industriales de Final y White Static Demon. Aunque también podríamos rastrear esos sonidos en las propuestas de Swans, Killing Joke, Throbbing Gristle y My Bloody Valentine, bandas que el mismo Broadrick reconoce como innegable influencia. En ese sentido, queda claro que no se trata del material más original del mundo, pero lo cierto es que los resultados son tan atrapantes que eso queda en segundo plano. Por otro lado, tampoco es que haya tantos artistas practicando este tipo de música y Cochrane, sin duda alguna, es también un pionero en la materia, por lo que el mote de clon o banda despersonalizada no resulta del todo aplicable a Transitional. Todo aquel que disfrute de sumergirse en los recovecos sónicos y emocionales de un disco y que pretenda experiencias intensas tanto para la mente como para el alma, no puede dejar pasar la profunda musicalidad de estos tratamientos sonoros, orquestales y dinámicos. No es material fácil, obviamente, las sensaciones evocadas no pasan precisamente por el lado de la comodidad y la alegría, y las composiciones se estiran en cavernosas estructuras que demandan nuestra completa atención a fin de aprehender todo lo que aquí sucede. Si ya disfrutaron del genial “Infinity” de Jesu y todavía tienen ganas de más, este “Stomach of the sun” bien podría ser lo que estaban necesitando.
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