Por Fernando Suarez.
-Treepeople “Something vicious for tomorrow/Timewhore” (1992)
Treepeople es un buen ejemplo de que reducir la escena de Seattle de fines de los ochentas y principios de los noventas a lo que se conoce como Grunge es un grave error. Claro, Grunge es un término demasiado abarcativo y permite que en su seno convivan propuestas tan disímiles como las de Nirvana, Soundgarden, Screaming Trees o Tad, por sólo nombrar algunos ejemplos. En ese sentido la particular cruza de virulencia Punk, melodías Pop melancólicas y deformidad psicodélica que proponía este cuarteto bien podría ser metido en dicha bolsa. Por otro lado, el impecable trabajo de guitarras de Scott Schmaljohn y Doug Martsch (quien luego ganaría cierta notoriedad en el mundo del Indie al frente de Built To Spill), con sus casi constantes contrapuntos, riffs contracturados y melodías entrecruzadas los acercaba más a los momentos más elaborados del Post-Hardcore de bandas como Fugazi, Jawbox o Hoover. Las voces, también a cargo de los mencionados guitarristas, se alejaban de la cruda aridez de las referencias antes mencionadas y se ponían del lado de clásicos Punks con sensibilidad Pop como Hüsker Dü, Angst o Pixies, de quienes también toman esa suerte de psicodelia demente y despojada de hippismo. En líneas generales estamos hablando de un grupo que calzaba a la perfección con su época (Punks adultos de extracción nerd que mantienen la energía intacta pero se permiten un vuelo creativo sin ataduras y una emotividad más refinada) pero con la personalidad suficiente como para no encajar del todo en ninguna categoría específica. Y todo eso traducido en canciones perfectas, con melodías gancheras y emotivas y un dinamismo irresistible. Este álbum en particular reúne dos mini lp’s (“Something vicious for tomorrow” fue grabado en 1989 y vio la luz recién en 1992, mientras que “Timewhore” es de 1990) y sirve como ideal introducción a otra de esas tantas gemas injustamente olvidadas de la década de las camisas a cuadros.
-The Joykiller “Three” (1997)
¿Pensarían que es una imperdonable herejía que un prócer del Punk americano como Jack Grisham (cantante de T.S.O.L.) haya grabado un disco de claras inclinaciones Pop? ¿Son de esos que se comieron el verso de que el Punk debe ser “peligroso”? Bueno, si quieren peligro pueden visitar cualquier noche del conurbano bonaerense y ahí tendrán de sobra, en especial si lo hacen vistiendo el reglamentario disfraz Punkrocker. Por otro lado, no sean necios. ¿Quién no se encontró en algún punto de su vida tarareando alguna pegadiza melodía Pop? ¿Acaso nunca escucharon a los Ramones? En fin, más allá de polémicas, a esta altura, sin sentido, este tercer y último disco de The Joykiller se erige como una pieza perfecta de refinada sensibilidad Pop revestida de efervescente energía Punk. Grisham lleva los temas con su seductora voz, con un registro claramente limitado que, de todas formas, no le impide emocionar y entusiasmar a gusto y placer. Pero lo que realmente distingue a este “Three” es el excelso trabajo de Ronnie King con sus pianos y teclados varios, aportando una dimensión armónica extra a las canciones. Por supuesto, sus arreglos y colchones melódicos le restan crudeza al material y por momentos rozan la grasada total, pero esa es la idea. Nada de poses rudas, intelectualizaciones cargadas de ironía ni incomodidades sonoras, el quinteto se despoja de prejuicios (y de la influencia de T.S.O.L. que todavía resonaba en sus dos discos anteriores) y mantiene la intensidad a base de grandes melodías. Como ejemplos tienen la amargura sonriente de “What it’s worth”, la melancolía Folk/Western de “The doorway” (con una orquestación que recuerda a la versión de “Midnight cowboy” de Faith No More), los cambios de clima de “Ordinary” (comienzo a todo Rock Stoogero, estribillo en clave de Jazz relajado y un puente a puro dramatismo), la increíble combinación de riffs Ramoneros y arreglos de piano de “Another girl”, los aires Beatlescos de “Your girlfriend” o el intimismo de “Once more”, la suave balada que cierra el disco. Por supuesto, tampoco faltan bombazos Punks con la energía en once como “Know it all”, “Promises” o “Sex attack” que, de todas formas, no dejan de lado las melodías gancheras. Como corresponde, aquí es donde insisto con eso de que las buenas canciones siempre ganan, un concepto que resultará un tanto simplista pero que, en mi experiencia al menos, es sencillamente irrefutable.
-Plasmalamp “Void travelling” (1999)
Más que un viaje por el vacío, este único larga duración de Plasmalamp (un nombre horrible, he de admitir) se asemeja a un viaje por el abismo. Y no me refiero al abismo en un sentido simbólico o bíblico, hablo de las más oscuras profundidades oceánicas, esas donde la única luz es el brillo fosforescente de alguna de las deformes criaturas que las habitan. La música de este canadiense (Paul Verma es su verdadero nombre), totalmente electrónica e instrumental, cuenta con tres ejes básicos. Melodías embotadoras que se enroscan lentamente en el entramado de la mente como anillos de humo, inquietantes arreglos (a veces armónicos, a veces atonales) que parecen describir las angulosas anatomías de peces abisales como el Melanocetus Johnsoni o el Anoplogaster Cornuta (googleen estos nombres y verán a qué me refiero), y un arsenal de ritmos sinuosos e irregulares que provocan la impresión certera de flotar sumergidos en espesas aguas negras. Por momentos, hasta da la sensación de que las complejidades matemáticas que le dan vida a estas composiciones están basadas en el ondulante movimiento del agua. Ciertas estructuras rítmicas aparentan ser azarosas pero un análisis más detallado revela patrones que se corresponden con la sensación acuática antes descripta. Dicho clima (entre opresivo y relajante) se sostiene a lo largo de toda la placa con una tenacidad asombrosa y atrapante. Para disfrutar sin distracciones.
-Disengage “Obsessions become phobias” (2000)
¿Stoner Rock para intelectuales? ¿Post-Hardcore para borrachos pendencieros y rockeros drogones? ¿Grunge metalizado y sensible? Elijan la opción que prefieran, cualquiera podría ser correcta. Ojo, no se trata de ninguna revolución musical ni nada por el estilo. Unos años antes los geniales Only Living Witness nos habían demostrado que la mezcla de graves riffs Sabbatheros, cierta crudeza Hardcore/Punk, líneas vocales rebosantes de pura emoción melódica y un dejo de críptica sofisticación era una combinación ganadora. Al menos en términos creativos, en lo comercial nunca recibieron ni un poquito así de reconocimiento. En fin, este cuarteto oriundo de Cleveland bien podría calzar en tal definición, aunque lejos estén de ser una copia de nadie. En este, su segundo disco, resuenan influencias como Quicksand (por momentos asoma en mi cabeza la tentación de describir este material como Quicksand con Tony Iommi a cargo de las seis cuerdas), Soundgarden, Helmet, Kyuss, Fugazi o Fudge Tunnel, junto a clásicos como Led Zeppelin, Black Flag o los mencionados Sabbath. Sin embargo toda esa ensalada de nombres da un resultado sumamente personal, con canciones contundentes, pesadas, gancheras y emotivas. Se imponen el groove y los riffs con más onda que despliegue técnico, pero aún así no faltan las buenas ideas ni algún que otro ritmo que se sale de la norma estrictamente rutera. Y es la voz de Jason Byers la que se impone con logradísimas melodías que levantan hasta los momentos más quedados del disco. Tal vez ahora que bandas como Torche, Jucifer o Disappearer parecen estar recuperando el gusto por las buenas melodías y las canciones con gancho en el contexto de la vanguardia pesada, Disengage pueda sembrar algo de lo que vienen cosechando desde hace quince años. Si no, igual seguirán constituyendo un delicioso bocado para los amantes del buen Rock pesado, con huevos, emoción e inteligencia.
-Levellers “Green blade rising” (2002)
Existe un fuego que nunca se extinguirá, una llama que arde en las entrañas de determinados artistas, más allá de rótulos y géneros musicales. Los Levellers saben mucho de ese fuego, llevan más de veinte años desparramándolo y no tienen intenciones de dejar que la llama se extinga. Sus canciones no son sólo una colección de notas dispuestas para el goce estético, sus melodías respiran con contagioso vigor y dejan marcas indelebles en el alma. “Green blade rising” expone la habilidad incesante de estos tipos para componer canciones perfectas, con melodías capaces de exaltarnos, sumirnos en las más oscuras reflexiones, alegrarnos, trasladarnos a vastas campiñas esmeralda, invitarnos a descontroladas danzas o hacernos hervir la sangre según se lo propongan. Pueden hacerlo a ritmo de épico Punk como en “Come on” (un himno y un llamado a dejar de ser meros espectadores de nuestras vidas), “Aspects of spirit” o “A chorus line”. Puede ser con un Rock movedizo como el que exponen en la majestuosa “Four winds”, “Pretty target” (casi un Grunge con adornos celtas), la soñadora “Not what we wanted” o la Beatlesca “Wild as angels”, o bien con desgarradoras baladas como la Bluesera “Pour”, la tremendamente emotiva “Believers” o la amarga “Wake the world”. Todo esto condimentado con su marca distintiva de Folk tradicional inglés, una cualidad que se cuela no sólo en sus melodías si no, especialmente, en el magnifico trabajo del violinista Jonathan Sevink que logra fundirse sin problemas tanto con las guitarras distorsionadas como con las acústicas. Por supuesto, si alguien aventura que la voz de Mark Chadwick suena como un John Lennon anarquista, no seré yo quien lo niegue. En cualquier caso, Levellers enfoca su enorme talento compositivo e interpretativo con esa precisión artesanal que se clava indefectiblemente en el corazón y es en esa absoluta entrega emocional que se encuentra su irresistible atractivo.
-Areola 51 “Areola 51” (2004)
Hay muchos grupos dentro del Noise-Rock que tienen a Scratch Acid y Butthole Surfers como referencias obligadas para describir su sonido. Tampoco faltan los que cuentan con algún punto de contacto con los momentos más reventados de Ministry. Ahora bien, si hablamos de un grupo conformado por Brett Bradford (ex Scratch Acid), Jeff Pinkus (ex Butthole Surfers) y Max Brody (ex Ministry), entonces es de esperar que los ecos de dichas bandas resuenen a lo largo y ancho de éste, su único disco hasta el momento. Guitarras deformes y quilomberas, ritmos duros, frenéticos y pletóricos de un groove entrecortado y alcoholizado, desorbitados arreglos de achicharrada psicodelia, voces desafinadas y de un histrionismo psicótico, instrumentos de viento sacados del tugurio más siniestro, riffs que suenan como la peor pesadilla lisérgica de Hendrix y un envidiable despliegue de ideas tan atemorizantes como divertidas. ¿Predecible? Por supuesto, es exactamente lo que uno se imagina al conocer a los implicados. Pero eso no le resta mérito, en definitiva, esto señores tienen todo el derecho de beber de sus propias fuentes. Ellos ayudaron a escribir el manual Noise-Rockero cuando este revival del género hubiese sido sencillamente impensable. Por otro lado, se nota a la legua (ya desde el nombre del proyecto) que la intención es pasar un buen rato haciendo lo que mejor les sale. O sea, puro Rock degenerado, mutante, ácido y con unos cuantos tornillos perdidos en el camino. Nada de innovaciones, ni experimentos extraños. Aún cuando hablamos de un género que es, en sí mismo, un experimento extraño. Entonces, Areola 51 no suena tan opresivo como Scratch Acid, ni tan ecléctico como los Butthole Surfers y ni por asomo se acerca a la violencia de Ministry, pero supera a los tres en términos de diversión insana y nervio rockero sin mayores pretensiones. Y la guitarra de Bradford sigue entregando algunas de las ideas más interesantes y retorcidas del Rock en general. Un supergrupo imprescindible para cualquier amante del Noise-Rock que se precie de tal.
-The Sea And Cake “Car alarm” (2008)
A pesar de contar con fuertes lazos con la avanzada Math-Post-Rockera de Chicago de principios de los noventas (Bastro, Gastr Del Sol, Tortoise, Jim O’Rourke), The Sea And Cake siempre se mantuvo al margen de los sonidos contracturados y el eclecticismo experimental. Su fuerte son las canciones, con un corazón entre el Pop más refinado y ciertas brisas de sofisticación que resultan ser el único elemento que los asocia musicalmente con las bandas antes mencionadas. Claro, pedirle al baterista John McEntire que abandone por completo sus síncopas jazzeras y su fascinación por la música brasilera sería como pretender Death Metal sin voces podridas. La diferencia es que aquí el tono es siempre distendido, las guitarras juegan entre suaves rasgueos a la Pavement (aunque infinitamente más prolijos) o los Sonic Youth más melódicos y más de una referencia a la Bossa Nova, la voz de Sam Prekop se mantiene inalterable en su calma intimista, dibujando hermosas melodías con una facilidad pasmosa. Ahí reside el truco del cuarteto, se despachan con canciones que, a primera oída, suenan como simples ejercicios de Indie-Pop relajado, pero detrás de eso se esconde un enorme caudal musical, una vasta gama de sutilezas armónicas, melódicas y rítmicas que pondrían verde de envidia al más sesudo de los progretas. Se trata de no forzar los diversos elementos musicales que componen cada una de estas pequeñas gemas, los tipos son virtuosos consumados pero comprenden a la perfección la dinámica del trabajo de equipo que se requiere para lograr perfectas canciones Pop y al mismo tiempo, por su propia naturaleza musical, no pueden evitar embellecer de forma detallista y cuidadosa dichas composiciones. “Car alarm” es su octavo disco y no se aparta del camino habitual del grupo (Indie, Pop, Jazz, Bossa Nova y algún que otro toquecito electrónico), lo cual es un acto de claridad en sus objetivos antes que de pereza. Interpretaciones sublimes y fluidas, talento compositivo superlativo, nada de estridencias y un infinito respeto por la melodía como motor creativo y emocional, eso es lo que siempre ofreció The Sea And Cake y, si realmente les interesa la música más allá de géneros y etiquetas, sería una pena que se lo pierdan.
-Burnt By The Sun “Heart of darkness” (2009)
Muchos metaleros se quejan de la presente década aduciendo una supuesta falta de propuestas renovadoras o de discos “clásicos”. Lo cierto es que, entre fines de la década pasada y principios de la actual, el Metal vivió un necesario recambio generacional que abrió las puertas a diversas propuestas (Mathcore, Metalcore, Post-Metal, etc.) que hoy en día ya son moneda corriente en el undeground (y no tanto. Algunos como Mastodon o Lamb Of God ya se acercan bastante al mainstream) extremo. La aparición de Burnt By The Sun allá por 1999 fue toda una revelación. En primer lugar, se trataba de algo así como la continuación de los geniales Human Remains (una de esas bandas de culto que anticiparon mucho de lo que sucedería luego en términos de virulencia metálica), contando con varios ex miembros de dicha banda y ahondando en esa particular combinación de rabia Hardcorosa, desenfreno Grindcore, complejidades rítmicas y armónicas casi Progresivas, brutalidad Deathmetalera, algún que otro guiño Thrasher y una visión poco convencional del género que les valió el ridículo (pero acertado) mote de Metal Inteligente. Tras cinco años de separación (y diversos cambios de formación), el grupo vuelve a la carga con lo que será, según sus propias palabras, su último trabajo discográfico. Obviamente, la combinación de estilos antes mencionada, hoy en día ya no resulta tan sorprendente como hace diez años atrás. Lo que tal vez sí sorprenda es el hecho de que el quinteto logre sonar fresco, intenso e imaginativo sin salirse de sus propios parámetros. Mike Olender sigue escupiendo sus letras (de una lucidez asombrosa, especialmente para un grupo de Metal) entre berridos varios, con una energía que hace que jamás imaginemos que se trata de un señor adulto e ilustrado que alguna vez trabajó en el equivalente norteamericano de defensa al consumidor. El gran Dave Witte sigue siendo el sostén rítmico de la banda, dando clases magistrales de inventiva, fuerza bruta y virtuosismo bien entendido. Pero, claro, esto es Metal y, por ende, la figura indiscutida son las guitarras. John Adubato y Nick Hale (ex Premonitions Of War) se despachan con un catálogo riffero de un nivel superlativo, técnicos y enroscados pero sin perder de vista el gancho, grooveros sin sonar burdos y ordinarios, brutales sin necesidad de embarrar todo en una marea de dedos sin sentido, con respeto por la melodía pero sin mariconadas ni trucos berretas. Vamos, eso de la inteligencia no pasa por complicar todo al pedo (hola Psyopus) ni por expulsar a las calaveras y los monstruos de los artes de tapa. Se trata de componer de forma inteligente, con estructuras que se salen de lo convencional pero con objetivos claros, con toda la agresión necesaria pero sin exagerar los gestos rudos. En otras palabras, se trata de hacer Metal de pura cepa sin por ello caer en los clichés más toscos y aburridos del mismo. En fin, ya perdí la cuenta de la cantidad de veces que repetí la palabra Metal en este comentario, lo que significa que la idea debe haber quedado clara. Si buscaban algo de música donde el headbanging no se interpusiera con otras actividades de la cabeza, esto es para ustedes.
-Laudanum “The coronation” (2009)
No hay sonrisas ni luz en el mundo de Laudanum. Las únicas almas que habitan estas cavernas eternamente nocturnas son fantasmas condenados a una eternidad de suplicios. Los ritmos se mueven como un estrangulamiento en cámara lenta marcando el paso moribundo y leproso de esos riffs que sólo necesitan un par de notas para aplastarnos. Por supuesto, esto es Doom/Sludge con todas las letras (la d, la o, la otra o…y así), con la guitarra y el bajo fundidos en un impenetrable magma de graves y las voces (a cargo del ex Graves At Sea, Nathan Misterek) quebrándose en punzantes alaridos y guturales gruñidos bestiales. Sin embargo, estos californianos profesan más amor por las atmósferas opresivas y la densidad ruidosa y disonante de Swans que por el catálogo riffero de Black Sabbath. De hecho gran parte del disco transcurre entre tensas secciones Noise/Ambientales que anticipan y enmarcan las ocasionales erupciones de distorsión. Todo envuelto por una espesa capa de desesperante oscuridad que nos encadena a mugrientas catacumbas donde seremos testigos de los más abyectos rituales. Queda claro que el objetivo del cuarteto es lograr climas cinematográficos de pura maldad antes que simplemente invitar a un cadencioso headbanging pero, a pesar de que los resultados son auspiciosos, todavía no logran helar la sangre como los mencionados Swans o sus más destacados discípulos, los inmortales Godflesh. Todo está en su lugar (desde la música hasta la estética manejada por el grupo) pero falta ese empujoncito extra, esa cuota de magia que separa a las grandes obras de las que están bien y nada más. De todas formas, no deja de ser admirable el esfuerzo de Laudanum por correrse de las tendencias predominantes del Doom actual, aquí no hay Post-Rock ni Shoegaze ni Crust ni afanos a Celtic Frost, ni siquiera sería del todo correcto meterlos en la bolsa del Drone. No los pierdan de vista, con sólo ajustar un par de perillas estos tipos pueden llegar a darnos grandes satisfacciones.
-Morne “Untold wait” (2009)
¿Les gusta el Crust? ¿Lo prefieren cuando viene con grandes dosis de Doom apocalíptico? ¿Y qué me dicen de algún que otro machaque Thrasher de pura cepa Celticfrostera? Bien, ¿acaso también pretenden que todo ese despliegue de oscura agresión y climas ominosos esté adornado por teclados entre majestuosos y psicodélicos? ¿Les suenan nombres como Grief, Disrupt y Noosebomb? Bueno, aquí hay gente que se paseó por dichas bandas, lo cual ya debería ponernos en situación. ¿Están familiarizados con Neurosis? ¿Sabían que los liderados por Steve Von Till y Scott Kelly son fanáticos de Amebix, una de las bandas pioneras en eso de pintar el Crust con negros tonos metálicos? Lo menciono porque Morne suena, en más de una ocasión, como una versión actualizada de Amebix. Y, cuando digo actualizada me refiero a que está pasada por un épico filtro Neurosiesco. ¿Cómo dicen? ¿Qué, a esta altura del partido, ya escucharon cientos de bandas haciendo exactamente lo mismo? No lo dudo y, ciertamente, no pretendo convencerlos de que este “Untold wait” sea la octava (ni la novena, ni la décima) maravilla. Entonces, si dejamos de lado la cuestión de la originalidad, lo que sí nos queda es un trabajo fresco e intenso dentro de un panorama que, últimamente, sólo nos ofrecía clones con mucha seriedad y poca excitación. Está claro que si comparamos a Morne con los mencionados Neurosis y Amebix, los primeros salen perdiendo por goleada y hasta nos cuestionaríamos el sentido mismo de su existencia. Pero lo mismo es aplicable a cualquier banda dentro de este estilo. En fin, la única defensa honesta que puedo esbozar es el hecho de que “Untold wait” me resultó bastante más entretenido (bueno, es una forma de decir. Esta música no se supone que sea entretenida en el sentido tradicional del término) que el noventa y cinco por ciento de las bandas actuales que he escuchado practicando esta misma combinación de Sludge/Crust/Apocalíptico. ¿Todo se reduce a una cuestión de gustos? Por supuesto, siempre es así. Pero si alguno de los nombres aquí expuestos es de su agrado, yo recomendaría prestar atención a este material. Sólo es cuestión de no alimentar expectativas demasiado altas.
-Soul Control “Cycles” (2009)
Casi parece intencional el título de este disco junto al nombre de esta banda. Claro, si la música se mueve en ciclos y, en este momento, asistimos al regreso de los añorados (al menos por quien les escribe) noventas, es lógico que el Hardcore también revisite aquellos años. Y si es de la mano de un grupo que toma su nombre de un disco inédito de Into Another (una de esas bandas que, justamente, ingresaron a los noventas despegándose de las restricciones estilísticas de su pasado Hardcore y expandiendo su propuesta hacia terrenos hasta ese momento impensados) y que cuenta con ex miembros de los geniales Verse, entonces no hay nada por lo que preocuparnos. De alguna forma, este cuarteto oriundo de Providence rescata los primeros pasos de lo que podríamos dar en llamar Post-New York-Hardcore (con bandas como Burn, Quicksand, Supertouch, Sons Of Abraham o Mind Over Matter como buenos ejemplos que los diferencian del sonido de Washington) y lo pasa por un prisma de violencia extra que mantiene aún fuertes lazos con los sonidos más virulentos de clásicos del Hardcore tradicional como Bad Brains o Youth Of Today. Por supuesto, si hablamos de Hardcore de la década pasada, es imposible no mencionar esa necesaria cuota de groove pesado con la que también cuentan estas canciones. En líneas generales, este “Cycles” mantiene la furia y la pasión que corresponden a todo correcto exponente del género, pero en vez de quedarse en los mismos riffs e ideas de siempre y en las poses fáciles, se animan a cargar sus canciones con ideas musicales exóticas (en especial en las seis cuerdas, que ensayan texturas, riffs y melodías de una imaginación poco común en el mundo de las bermudas, los tatuajes y las equis en los puños) y emociones más profundas que el mero reproche (recuerden que, como decía Agnostic Front, el error es siempre de los demás, nunca propio) o la ilusión de hermandad Hardcore. Es gracias a bandas como esta (entre tantas otras, claro) que el Hardcore todavía se mantiene como una expresión válida de rabia honesta y sin adulterar.
-Wolf Eyes “Always wrong” (2009)
En general, los artistas dedicados a esa rama musical conocida como Noise son vistos como gente excesivamente intelectual que aprovecha la absoluta libertad sonora del género para abocarse a crípticos e intrincados conceptos. No voy a negar que tal descripción es cierta en muchas ocasiones, pero, en el caso de Wolf Eyes la cosa pasa por otro lado. ¿Cómo podríamos decir que esto es material sofisticado cuando lo que están haciendo es manipular el sonido en su estadío más puro y primitivo? Ciertamente, la energía que se desprende de estas composiciones es absolutamente visceral y urgente. Aquello que se retuerce en las entrañas de estos muchachos es escupido sin filtros ni meditaciones de por medio. El mismo grupo define este “Always wrong” como “una negación a la conformidad y el triunfo de recorrer un camino solitario”. Un concepto no muy complejo, mucho más cercano a ideales Punks que a sesudas elucubraciones filosóficas, políticas o estéticas. Por supuesto, el oyente medio podría pensar que hace falta un grado de intelectualización importante para concebir las virulentas arquitecturas disonantes que ocupan esta placa, cuando en verdad lo único que se necesita es una visión personal y alejada de las convenciones. No hay requisitos culturales previos para entender el ardiente poderío de estas canciones, es sólo cuestión de dejarse llevar, de enfocar la mente, el cuerpo y el alma para sumergirse en un áspero viaje de pura liberación. No es agradable ni tranquilizador, la vida misma no lo es y no hace falta ser ningún genio para darse cuenta de ello. Olvídense de todos los prejuicios que puedan tener con respecto al espectro más ruidoso de la música, Wolf Eyes golpea con una intensidad y una imaginación que pocos músicos (sean del género musical que sean) pueden lograr.