Por Fernando Suarez.
-Kong “What it seems is what you get” (2009)
Hoy en día no parece nada revolucionario pensar en un grupo de Metal instrumental que conjugue rebusques Progresivos, profundidad cinematográfica y hasta ciertos elementos ambientales/electrónicos. Pero eso mismo en 1988 y viniendo desde Holanda ya es otro cantar. O no cantar, en este caso. Ok, es probable que el nombre de Kong no signifique nada para ustedes, pero hablamos de una banda que estuvo visiblemente adelantada a su época y hoy vuelve para reclamar lo que le corresponde. Por suerte, el cuarteto evita el camino fácil de subirse al vagón del Post-Metal, aún cuando dicho género le debe un par de ideas. La música de Kong es pesada pero lejos está de las erupciones de distorsión volcánica, los riffs raspan y se enroscan pero siempre cuentan con un groove contagioso. Para orientarlos, podríamos decir que aquí conviven la metálica deformidad espacial de Voivod, el colorido gancho electrónico de White Zombie y una gama de sutilezas instrumentales y compositivas que van del Robert Fripp más rockero hasta el Mr. Bungle más oscuro. Y eso es sólo una referencia, la personalidad de estos holandeses es indiscutible y claramente reconocible. Las estructuras y texturas de este sexto disco manejan un grado de complejidad apabullante, los samples y efectos sonoros varios se conjugan a la perfección con las guitarras distorsionadas creando vívidos paisajes y situaciones sin perder nunca de vista el nervio rockero. Esta gente parte de postulados eminentemente cerebrales para llegar a resultados sumamente emotivos, con una imaginación superlativa y atrapante y un instinto compositivo envidiable. Quiero decir, detrás del espeso entramado de arreglos y la variedad de climas se esconden canciones redondas con el alma y la mente enfocadas como un rayo láser. Los riffs invitan al headbanging mientras las texturas electrónicas nos llevan de paseo a mundos desconocidos, los pasajes calmos nos envuelven en atmósferas de tensa ensoñación y el orgánico fluir de las composiciones invoca un sinfín de visiones psicodélicas. Hay tanta música (y de la buena) encerrada en estos doce temas que no hay forma de hacerle justicia con palabras. Baste decir que, si son de aquellos que buscan propuestas originales, con ideas claras y un altísimo vuelo creativo, este “What it seems is what you get” tiene todo eso (y más) para ofrecerles. Firme candidato a ocupar las listas de los mejor del año.
-Bears! “Bad news” (2009)
Parece ser que hay más que pollo frito en Kentucky. ¿Hay algo menos sureño acaso que el Screamo? Bueno, eso es lo que nos ofrece este cuarteto en este ep debut que, en rigor de verdad, se trata de un demo re-editado este año como entremés mientras preparan su primer larga duración. Screamo, sí, pero nada de mariconadas, como diría Torrente. ¿Les suena Pg. 99? ¿City Of Caterpillar, tal vez? Ok, no es que lleguen al nivel de semejantes bandas, pero no están mal rumbeados. Ritmos frenéticos, disonancias varias, alaridos desgarrados por doquier (tenemos tres personas encargadas de las voces), erupciones de puro ruido, estructuras caóticas, guitarras inquietas, energía inclaudicable y, claro, emotividad en su estado más violento y crudo. En su mayor parte, se trata de material agresivo y la melodía sólo dice presente en el último tema, “Again”, donde las guitarras dibujan sensibles punteos casi Post-Rockeros sobre un histérico desparramo de gritos pelados y bases entrecortadas. En fin, no se trata de ninguna revolución musical, pero la intensidad aquí desplegada es innegable y hasta se pueden percibir algunas ideas (en especial en los momentos más ruidosos) que, de ser desarrolladas como es debido, pueden llegar a dar a luz resultados más que interesantes. Por ahora, una promesa que de seguro gustará a los fans del estilo.
-Suffocation “Blood oath” (2009)
Ahora sí. Después del bache que representó el disco anterior, Suffocation vuelve al ruedo con un disco que hace justicia a sus pergaminos. Y no es que dicho álbum homónimo haya sido un producto desechable, pero para éste grupo, casi el modelo a seguir para toda una generación de Deathmetaleros, las exigencias no son las mismas que para los del montón. Por supuesto, a esta altura no espero que re-escriban el manual del Death Metal (eso ya lo hicieron con el monumental “Pierced from within”), pero sí pretendo buenas ideas y canciones atrapantes. Y, en ese sentido, “Blood oath” no falla. Terrance Hobbs y Guy Marchais pusieron toda la carne al asador, afilaron las hachas y se despacharon con un compendio de intrincados y geniales riffs que se enroscan y escupen veneno como una legión de serpientes asesinas. Hasta los solos brillan (y esto lo dice alguien que suele detestar los solos de guitarra en el Metal extremo) con ciertas reminiscencias a los momentos más brillantes de Bill Steer. Todo eso sostenido por el inhumano pulso marcado por Mike Smith, que reparte golpes a diestra y siniestra con una soltura digna del más cool de los jazzeros y una energía capaz de iluminar ciudades enteras. Frank Mullen no se aleja del profundo gruñido que ya es su marca registrada y el bajo de Derek Boyer…bueno, está ahí pero no le pidan demasiado. Esto no es Primus, al fin de cuentas. Claro, ya sabíamos que estos tipos manejan sus instrumentos con maestría, pero no sólo con excelencias técnicas se logra un buen material. Ahí están las canciones, entonces, para aplastarnos lo poco que nos queda de cerebro. Se nota un palpable incremento de pasajes lentos, de atmósferas tensas y ominosas que no hacen más que acentuar el salvajismo de las partes más aceleradas. Vamos, que se puede tener dinámica y variantes sin por ello dejar de ser brutales. Y les aseguro que si algo no le falta a este disco es fuerza bruta. Tal vez no esté presentada con el embarrado salvajismo de antaño, pero esta suerte de refinación sonora del quinteto le aporta una nueva dimensión a la propuesta sin que ello vaya en detrimento de la intensidad. Claro, si sólo buscan velocidad por la velocidad misma y desparramos incoherentes de dedos y golpes, esto les dejará sabor a poco. Pero si realmente les interesa la música (más allá de prejuicios y etiquetas) y están preparados para sentir emociones fuertes, entonces sumérjanse en este auténtico baño de sangre musical y comprueben, de paso, como una de las bandas más relevantes en la historia del Death Metal recupera sus laureles a fuerza de puro talento.
-Pigface “6” (2009)
Aquellos familiarizados con el vasto universo que rodea a Ministry habrán escuchado alguna vez hablar de Pigface. El grupo tiene como único miembros fijo al baterista/productor/remixador Martin Atkins (ex miembro de los liderados por Al Jourgensen y de leyendas del Post-Punk como Public Image Ltd. Y Killing Joke, entre tantos otros proyectos), quien se rodea de diversas luminarias para cada disco. En sus diecinueve años de errática carrera, Pigface contó con gente como Steve Albini, Paul Barker (ex mano derecha de Jourgensen en Ministry y Revolting Cocks), Jello Biafra, Danny Carey (Tool), Chris Connelly, Hanin Elias (Atari Teenage Riot), F.M. Enheit (Einstürzende Neubauten), Flea, Frank Black, Michael Gira, Mick Harris, Chris Haskett (Rollins Band), Lydia Lunch, Genesis P. Orridge, Paul Raven, Trent Reznor, J. G. Thirlwell y diversos miembros de bandas como The Jesus Lizard, KMFDM, Skinny Puppy y Ween (por sólo nombrar a algunos. La lista sería interminable) como colaboradores, logrando así una personalidad basada principalmente en el caos y la demencia aportada por esa gente y ordenada por Atkins. Seis años después de su último trabajo de estudio (no cuento los discos de remixes), el proyecto se pone en marcha nuevamente. ¿Y qué nos trajo esta vez el tío Atkins? Veamos. “Electric knives club” inaugura el viaje entre erráticos ritmos letárgicos, una densa maraña de guitarras, teclados y distorsiones varias, y la inconfundible voz de Chris Connelly (si no saben quién es, chequeen su trabajo con Ministry, Revolting Cocks, Murder Inc., The Damage Manual o sus más que recomendables discos solistas) con ese irresistible tono de perverso cancherismo. Le sigue “6.6.7.11” con el más podrido y degenerado clima de partuza Industrial. Guitarras en llamas, bases insistentes, voces deformes y un sinfín de samples para rebotar contra las paredes. Con los ánimos calmados pero aumentando la tensión llega “Fight the power”, una suerte de Hip-Hop entre narcótico y revolucionario, con Hanin Elias debatiéndose entre rapeos con los dientes apretados, melodías declamatorias y arreglos fantasmales. “KMFPF” (Kill Mother Fuckers Pig Face), como su nombre lo indica, es un homenaje (¿o parodia?) a la virulencia marchosa de KMFDM, contando inclusive con la participación de En Esch, ex miembro de dicha banda. Un desparramo de riffs thrashers sobre beats electrónicos bailables y arreglos lisérgicos. El baile se mantiene en “Mercenary”, aunque esta vez el caótico entramado de secuencias y sonoridades Industriales se tiñe de un negro melodicismo que roza el Post-Punk. Ese mismo impulso bailable se transforma casi en Grunge en “Sanctify”, con las estrofas en cavernosa tensión y el estribillo liberándolas a pura distorsión. “I hate in real life too” es casi un himno de odio en clave de Hard-Rock electrocutado y lanzado a la más sucia de las pistas de baile. Como un baldazo de refrescante ácido en la cara llega “The good, the bad and the druggly”, un turbulento paseo instrumental entre afiebradas brisas caribeñas, desencajadas guitarras Funkys, crujientes teclados, coritos oligofrénicos, relajadas líneas de bajo y envolventes percusiones de todos los colores. Vuelven los riffs rockeros y las melodías gancheras con “Work to come”, siempre sostenidos por un groove bailable y un sinfín de texturas digitales que harán las delicias de los nerds de los botoncitos y las máquinas. El clima se torna espeso y asfixiante en “Dulcimer”, con sus ominosos tambores rituales, sus macabras voces susurradas y una ambientación sonora que nos traslada al más oscuro y solitario de los bosques. “Up and down” cierra la placa con un maremagnum de frenéticas baterías superpuestas, teclados juguetones, antipáticos recitados y una tensión casi insostenible. De alguna forma podríamos decir que este “6” retoma la energía y la urgencia de los primeros años de Pigface y la filtra a través de la madurez, la cohesión y el alto grado de detallismo que adquirieron en sus últimos trabajos más volcados hacia la Electrónica. El resultado, como era de esperar, es sencillamente genial. Pocas bandas pueden hacer alarde de semejante grado de imaginación y locura sin caer en el más patético de los ridículos. Absolutamente recomendado para mentes abiertas.
-Incubus “Monuments and melodies” (2009)
El principal problema de Incubus siempre será aquel glorioso “S.C.I.E.N.C.E.”. ¿Cómo? Claro, ese álbum fue tan bueno que todos los posteriores movimientos de la banda fueron juzgados por ese estándar (uno, por cierto, no muy fácil de igualar). Entonces, discos más que correctos pero alejados de la magnífica virulencia de su antecesor, como “Make Yourself” o “A crow left of the murder” fueron defenestrados por la crítica y los fans “old school”, simplemente por dejar de lado el Funk adrenalínico de sus primeros trabajos y concentrarse más en las melodías y las texturas. Por supuesto, Brandon Boyd y los suyos vienen haciendo oídos sordos a dichas críticas y, si bien es cierto que muchas veces su sonido (e inclusive su imagen) ha pecado de un exceso de azúcar, la calidad de las canciones es innegable. Buena prueba de ello es este “Monuments and melodies”, un doble cd que recopila (en el primer disco) sus greatest hits y (en el segundo) algunas rarezas, inéditos y lados B. Como para dejar bien en claro lo cómodos que se sienten estos chicos con sus discos más exitosos y accesibles, el primer cd omite todo tema anterior a “Make yourself” y nos regala las melodías más moja-bombachas del bonito Brandon. También encontramos dos temas nuevos (“Black heart inertia” y “Midnight swim”) que, sin aportar nada realmente nuevo, se pueden sumar sin problemas al catálogo de melodías y riffs tarareables del quinteto. Lo mismo puede decirse del segundo disco, que si lo hubieran editado como un disco con material nuevo nadie hubiera notado la estafa. Bueno, tal vez la reversión en clave de Soul-Pop acústico de “A certain shade of green” y el cover de “Let’s go crazy” de Prince nos hubieran dado una pista, ya que constituyen el único lejano punto de contacto con el eclecticismo rabioso y burbujeante de “S.C.I.E.N.C.E.”. ¿Vieron? No pude terminar el comentario sin volver a mencionar aquel disco. En fin, si no son tan cabezaduras y pueden apreciar el virtuosismo de estos tipos puesto al servicio de bellas canciones sin más pretensiones que pasar un buen rato, “Monuments and melodies” no los va a defraudar.
-The Chariot “Wars and rumours of wars” (2009)
Ok, vamos con la parte fea. Estos chicos son cristianos y cuentan, como único miembro fundador desde 2003, con el ex cantante de Norma Jean, Josh Scogin. No los culpo si se están imaginando el más genérico y pedorro de los Metalcores, pero desde ya les advierto que este tercer álbum de The Chariot les deparará alguna que otra sorpresa. Tal como en su ex banda, se nota que Scogin tienen en alta estima los sonidos creados por bandas como Botch, Deadguy y Coalesce. Lo cual, a esta altura, no es ninguna novedad. Pero lo que queda al desnudo en este “Wars and rumours of wars” es el nexo entre dichos grupos y el (hoy en día tan mentado) Noise-Rock de los noventas. El masivo sonido de batería remite inevitablemente a las grabaciones de Steve Albini, mientras que el groove trabado, los acoples, los riffs disonantes y angulosos y esa aura de desquiciamiento rockero ciertamente pueden rastrearse hasta clásicos como The Jesus Lizard e inclusive The Birthday Party. Todo, por supuesto, revestido de la precisión instrumental y la virulencia extra (en especial en el terreno de las voces, que nunca se alejan de los más desgarrados alaridos) que aportan el Metal y el Hardcore. Casi una definición pormenorizada del Mathcore, si se fijan. Y si bien, como ya establecimos anteriormente, las influencias son claras, también se nota la voluntad del conjunto por establecer su identidad a través de ciertas digresiones genéricas. Así, es posible toparnos con temas como “Evolve:” (que suena como un Jesus Lizard a punto de autoinmolarse con el riff de “Naked in front of the computer” de Faith No More), “Need:” (un Hardcore disonante y caótico pero de aceleración moderada), “Impress.” (con esos punteos Country/Western), “Abandon.” (una suerte de Blues desfigurado a golpes de pura distorsión y gritos) o el final a pura densidad ruidosa de “Mrs. Montgomery Alabama III.”. Entiendo perfectamente todos los prejuicios que puedan tener con respecto a este tipo de grupos (a mí también la idea de Metalcore cristiano me genera como una sensación…feita, digamos), pero les puedo asegurar que si dejan eso de lado, aunque sea sólo por esta vez, se van a encontrar con una más que interesante patada en los dientes.
-Anaal Nathrakh “In the constellation of the black widow” (2009)
Mierda, siempre me pasa lo mismo con estos tipos. Me entusiasmo como un mogólico cuando vienen los taladrantes blast-beats a repetición, me estalla el cerebro con los chillidos distorsionados, mis oídos sangran con las sucias texturas escondidas debajo del maremagnum de riffs vertiginosos, el corazón se me acelera con los pasajes de pura cepa Grindcorera…y todo se me viene abajo cuando, de la nada, se mandan con esos ridículos estribillos melódicos que rozan lo más burdo y épico del Metal tradicional. Ustedes dirán que es un pequeño detalle como para empañar el impecable quehacer de estos amigotes de Shane Embury. Y tal vez tengan razón. Es sólo que no me entra en la cabeza como esta gente no se da cuenta de que si eliminaran esos elementos y se concentraran en el costado más virulento y abrasivo de su propuesta, lograrían de una vez por todas la excelsa obra maestra de puro odio nihilista a la que parecen apuntar. Para peor, la combinación de Black Metal, Grindcore y Música Industrial que el dúo viene practicando desde hace ya unos cuantos años es infalible y única. Violencia asegurada o le devolvemos su asco por la raza humana. Pero no, el globo de pura energía negativa se pincha indefectiblemente cuando hacen su aparición las guitarritas de calesita y esas voces limpias que provocan risa antes que miedo. En el disco anterior (“Hell Is Empty, And All the Devils Are Here”) habían reducido bastante la melodía y tenía esperanzas de que este “In the constellation of the black widow” siguiera ese camino. Error. De todas formas, nada me impide disfrutar de los momentos de rabia indiscriminada que (a pesar de todo) abundan siempre en la música de Anaal Nathrakh. En fin, si ya los conocían, sabrán qué esperar y si no, ahora tienen una idea de a qué atenerse. Yo, por mi parte, seguiré esperando que mantengan el enojo por un disco entero.
-Prurient “Rose pillar” (2009)
Dominick Fernow es el hombre que, detrás del nombre Prurient, ya lleva más de diez años e infinidad de discos (alguno en colaboración con diversos nombres del universo Noise) de auténtico terrorismo musical. Su trabajo se basa principalmente en el empleo de micrófonos, pedales de efectos y amplificadores, aunque no se ha privado de utilizar diversos objetos (cables pelados, monedas, chatarra) a la hora de construir sus asfixiantes sinfonías de ruido. Lejos de crear crípticos conceptos alrededor de sus obras, Prurient desnuda hechos de su vida personal y los atraviesa por su personal prisma artístico. Así, este “Rose pillar” cuenta con un libro de 180 páginas donde conviven diversos collages de Fernow con textos escritos por su propia madre acerca de la muerte de Stephen, el excéntrico hermano mayor de Fernow. En lo musical la cosa es, como podrán imaginarse, ruidosa. Pero lejos está de ser un compendio incoherente de feedback y abstracciones varias. El disco está dividido en dos partes, la primera comienza con tenues sonidos que, poco a poco, van tomando forma. Un fúnebre teclado es ahogado bajo una insistente fritura mientras Fernow escupe sus alaridos distorsionados escondido en grutas insondables, generando así un helado horror, una inevitable pulsión de muerte que ni el más true de los Blackmetaleros podría llegar siquiera a imaginar. La segunda parte es aún más sobrecogedora. Comienza con saturados golpes de batería que logran fracturados ecos fantasmales mientras la voz parece hundirse aún más en su deformidad distorsionada. La tensión sube a medida que gruesos estratos sonoros se van sumando a la ominosa pintura y vuelve a replegarse en abismales profundidades cuando los teclados retoman sus pinceladas de negro vacío. La voz, siguiendo ese mismo recorrido, mantiene su suciedad pero cambia el tono violento por un recitado moribundo y solemne. Pocas veces un artista dedicado al Noise logró semejante grado de emotividad. Y vuelven los gritos, pero esta vez no es odio lo que traen consigo, si no la más desoladora de las angustias, un dolor punzante, tangible. El viaje culmina casi en silencio, con una suave brisa nocturna cubriéndolo todo y dejándonos solos para lidiar con nuestras propias pérdidas. Desde ya, esto no es material fácil, no se supone que lo sea y en ello radica gran parte de su encanto. Pero de ninguna forma se trata de una complejidad formal, aquí lo realmente abrasivo son las emociones desplegadas. Especialmente contraindicado para gente con tendencias suicidas.
-Voivod “Infini” (2009)
¿Cómo se hace un minuto de silencio escrito? Pensándolo bien, mucho mejor que el silencio son estos cincuenta y ocho minutos y pico de excelsa música entregados por última vez por estos legendarios canadienses. Sí, lloren todo lo que necesiten, éste es el último trabajo de estudio de Voivod, con las últimas guitarras grabadas por el entrañable Denis "Piggy" D’Amour antes de muerte. Y si necesitan que les describa cómo suena esto ni siquiera deberían estar leyendo, impíos. Voy a ponerlo claro (y no me interesan los debates que ello pueda sucitar), Voivod es, sencillamente, una de las bandas más relevantes, creativas e influyentes de toda la historia de la música pesada en general. Habrán comenzado como un grupo de Thrash pero en seguida se elevaron a un universo único de imaginación musical. Y gran parte del merito se debe al increíble e innovador trabajo de D’Amour con las seis cuerdas. Un tipo que logró que en sus riffs convivan la siniestra pesadez de Black Sabbath, los crudos machaques de Venom, las contracturadas arquitecturas de Robert Fripp, el desparpajo rockero de Motörhead, las épicas elucubraciones de Rush y el vuelo cósmico de Pink Floyd. Y eso es sólo una referencia, el sonido del grupo nunca tuvo paralelos en ningún subgénero rockero y siempre se las ingeniaron para sonar adelantados a todas las épocas. No es casualidad que sus discos estuvieran recubiertos de conceptos futuristas, es allí (en el futuro) donde estaban más a gusto. Sin ellos, la idea de un Metal “inteligente” jamás hubiera sido posible. Y eso sólo, en mi opinión, ya los hace merecedores de un respeto infinitamente mayor que el noventa y nueve por ciento de todo lo que es considerado metálico. En “Infini” no encontrarán nada demasiado diferente a lo ya expuesto en los anteriores “Voivod” y “Katorz”, aunque tal vez se perciba un aire más oscuro en las composiciones, en especial en la voz de Denis "Snake" Bélanger que parece haber adoptado una modalidad un tanto más rasposa, sin por ello abandonar su tradicional nasalidad. Por lo demás, son trece temas perfectos, con esa indeleble capacidad para trasladarnos a entrópicos paisajes de ciencia ficción mientras nos patean duro en la entrepierna. Nada más que agregar, el Metal pierde a uno de sus visionarios más destacados, pero los discos siempre estarán allí para servir de inspiración a generaciones de músicos que no se conformen con la cáscara de las cosas y quieran ir más allá. Gracias Voivod por tanto, perdón por tan poco.
-Make Do And Mend “Bodies of water” (2009)
“Bodies of water” se llama el disco y, casualmente, Hot Water Music resuena en mi cabeza. Sí, estos cuatro muchachos oriundos de Connecticut han absorbido su buena ración de esa cruza entre melódico nerdismo Post-Hardcore y cruda urgencia Punkrockera patentada por los liderados por Chuck Ragan y Chris Wollard. Originalidad cero, por supuesto. De hecho las voces suenan tan iguales a las de los mencionados floridanos que da miedo. Dejando ese (no tan) pequeño detalle de lado, lo que aquí tenemos son seis tracks pletóricos de pura emoción, con bases potentes y elaboradas, guitarras que conjugan poderío y sutilezas melódicas de forma impecable y, bueno, esas gargantas quebradas capaces de estrujarle el corazón hasta al más indiferente amante del Rock Progresivo. Y buenas canciones, a pesar de todo. Con un excelente trabajo melódico (tanto en el departamento vocal como en las seis cuerdas) que mantiene ese frágil equilibrio entre la sensibilidad, la inteligencia y el salvajismo. Canciones dinámicas y gancheras, con un afiliadísimo instinto a la hora de plantear estructuras simples y profundas al mismo tiempo. En fin, vuelvo al principio, si (como yo) caen rendidos ante los geniales himnos Punks de Hot Water Music, aquí tienen una excelente opción para mitigar el apetito mientras esperamos su nuevo trabajo discográfico.
-Weekend Nachos “Unforgivable” (2009)
Aquellos que disfrutaron rabiosamente de aquel “This comp kills fascists” (el compilado de Grindcore-Powerviolence ideado por el gran Scott Hull) habrán tomado nota del nombre Weekend Nachos. Y no es para menos. Si tuviéramos que forzar paralelos dentro de esta suerte de revival Powerviolence, podríamos decir que Iron Lung ocupa el lugar de los experimentales Man Is The Bastard, Magrudergrind el de los caóticos Crossed Out y los muchachos que hoy nos ocupan serían algo así como la versión moderna de Lack Of Interest. Claro, las comparaciones son forzadas ya que hablamos de bandas con marcada personalidad a pesar de las influencias. Entonces, en “Unforgivable” encontrarán bastante de esa especie de Thrash/Hardcore acelerado al máximo, con riffs embarradísimos y rudos gruñidos que me recuerdan a los momentos más violentos de Integrity. Pero eso no es todo, gran parte del álbum se sumerge en espesos rebajes Sludge donde los riffs mantienen la esencia Hardcore pero la trasladan a opresivas atmósferas de lentitud Sabbathera. Vamos, el viejo truco de ralentizar los típicos riffs del Hardcore y descubrir que eran muy parecidos a los concebidos por Tony Iommi. Todo eso condimentado por un bajo volcánico y obsesivo (el sonido que le sacan a dicho instrumento es sencillamente increíble), una batería inquieta y una guitarra que chorrea distorsión por los cuatro costados y no le teme a los acoples y el feedback en exceso. Es con argumentos tan sencillos como contundentes que estos muchachos logran colarse entre los nombres más personales y destacados del mencionado revival. Si buscan intensidad, excitación y pudrición sonora, he aquí lo que necesitan.
-Clutch “Strange cousins from the west” (2009)
Algunos los preferirán en su faceta más rockera, otros querrán mover el esqueleto con sus modismos más Funkys y no faltarán los que extrañen la retorcida densidad de sus primeros trabajos. De cualquier forma, el poder de Clutch es irresistible. Llevan el groove en la sangre y saben exactamente cómo hacer para contagiarlo. Vamos, el que no mueve la patita con estas bases infecciosas es porque está muerto en vida. Tim Sult es una maquina de escupir riffs gancheros y enroscados, con los grandes nombres del rock pesado de los setentas como guía ineludible, pero provisto de una frescura que no sabe de épocas ni géneros musicales. Y qué decir de Neil Fallon, un tipo al que la palabra onda le queda chica y que, encima, es capaz de despacharse con letras donde conviven sin problemas la inteligencia más aguda y los delirios lisérgicos más volados. “Strange cousins from the west” es su disco número nueve y todo está en su lugar. Las cadencias rítmicas se meten en los huesos y los hacen moverse aún en contra de su voluntad, las guitarras dibujan pinturas surrealistas con un puño de acero y la personal voz de Fallon acompaña ese proceso con esa típica rasposidad semi-melódica. Y, claro, está también la perlita para los que vivimos en estos australes parajes. Me refiero a la versión de “Algo Ha Cambiado”, compuesta originalmente por Norberto “Pappo” Napolitano (¿les suena?) y cantada en ese castellano americanizado que resulta tan divertido como entrañable. Definir si este álbum es mejor o peor que los anteriores es una tarea complicada y absolutamente supeditada a los gustos personales. Si me preguntan a mí, yo diría que es superior al anterior “From Beale street to oblivion”, pero un tanto inferior a “Robot hive/Exodus”, aunque mi preferido siga siendo aquel disco autotitulado de 1995. En fin, si son fans de la banda ya sabrán a qué atenerse y seguramente lo disfrutarán con ganas. En caso contrario, este es tan buen comienzo como cualquier otro. Como decían Los Brujos, entréguense al ritmo ya.
-Caïna “Caïna” (2009)
“The Approaching Chastisement” abre el disco con celestiales acordes Post-Rockeros pintando idílicas visiones en la mente. Le siguen los siete minutos “Drilling the Spire” donde el tatuado Andrew Curtis-Brignell (único miembro del grupo) logra conjugar paredes de guitarras reverberantes con ritmos irregulares, teclados atmosféricos y cascadas voces llenas de maldad ritual. Ok, ya sabemos que esto de mezclar Black Metal y Post-Rock se ha puesto en boga últimamente, pero el crédito está abierto. Por un lado, Caïna ya lleva unos cuantos años y un par de discos ensayando dicha cruza y, ciertamente, los resultados hasta ahora no dejan de ser más que auspiciosos. De alguna forma, las épicas y melancólicas texturas de bandas como Godspeed You! Black Emperor o Mogwai y la omnipresente maldad del Black parecen haber sido concebidas para convivir sin problemas. Contemplen si no la muralla de distorsión melódica que nos envuelve en “To Pluck the Night Up By Its Skin”, casi como lo que hubiera sucedido si My Bloody Valentine se hubiese dedicado a quemar iglesias en Noruega a principios de los noventas. Y esos sórdidos pasajes de ambientación casi Industrial no hacen más que incrementar la inmensa desazón cinematográfica que propone este inglés. La sangre se hiela y la mente se llena de imágenes sacrílegas, transformando la dulzura de las melodías en algo más perverso. La película culmina con “You Worship the Wrong Carpenter” (serio candidato a mejor título del año), entre teclados espaciales, melódicas nebulosas guitarreras cargadas de delay, ritmos flotantes y fantasmales arreglos. El más negro de los viajes astrales, una mini sinfonía cósmica de perdición que se desata en avasallantes cabalgatas melódicas y vaivenes dinámicos. Mucho más conciso que el anterior “Temporary Antennae”, este ep autotitulado pone a Caïna en la primera línea de esto que podríamos llamar Post-Black. Y sí, ahora los Blackmetaleros tienen sentimientos.
-Dinosaur Jr. “Farm” (2009)
“Beyond” (2007) ya había marcado el triunfal regreso de la formación original de Dinosaur Jr. y, para no dejarnos con las ganas, Mascis, Barlow y Murph mantienen el paso con este genial “Farm”. Todo aquel que haya pasado sus años formativos (al menos en materia musical) durante los noventas debería saber que estamos hablando de una de las bandas más relevantes, personales e influyentes de su tiempo, algo así como el perfecto emblema de la Generación X, con la ironía, las camisas a cuadros y las guitarras sucias bajo el brazo. No esperen sorpresas ni abruptos cambios de dirección, aquí el mayor sobresalto es comprobar (una vez más) que el instinto compositivo de estos viejitos se conserva intacto. De alguna forma, este disco número nueve continúa con la línea del mencionado “Beyond”, es decir una amalgama entre la ruidosa crudeza de sus primeros trabajos y la delicada sensibilidad melódica que desplegaron en la década pasada. J. Mascis sigue lanzando rayos mágicos con su guitarra, entre ácidos solos (¿podríamos llamarlo el Slash del Indie-Rock?), riffs mugrientos y melodías que estrujan el corazón. Y sí, su voz (aunque él se queje de la comparación) sigue sonando tan nasal y quebrada como la del maestro Neil Young. Lou Barlow y Murph cumplen con su papel a la perfección, sosteniendo con gracia, soltura y clase los rugidos guitarrísticos del pelilargo líder. Hasta hay lugar para dos composiciones de Barlow (“Your weather” e “Imagination blind”) cantadas por él mismo y que no hubieran desentonado en los discos menos Low-Fi de Sebadoh, pero con una cuota extra de psicodelia en las seis cuerdas. Claro, todo se reduce a eso, las canciones. Doce perfectas canciones, con corazón Punk, vuelo setentoso y una sentida solidez melódica en algún lugar entre la efervescencia Pop y la aridez rural del Folk. Canciones para apreciar sin distracciones y trasladarnos a coloridas realidades paralelas, canciones para observar como la lluvia empaña las ventanas en un nublado atardecer de domingo o simplemente para bailar y canturrear como si todavía tuviéramos quince años. Me niego a creer que esto es un mero ejercicio de nostalgia, las grandes canciones son atemporales y las de Dinosaur Jr. en particular siempre eludieron elegantemente las clasificaciones fáciles. Demasiado dulces para el Grunge, demasiado mugrientos y Folkys para el Shoegaze, muy hippies para ser llamados simplemente Punks, excesivamente virtuosos para los parámetros del Indie-Rock y, sin embargo resultaron tremendamente influyentes en todas esas escenas. Las buenas canciones siempre ganan.