Por Fernando Suarez.
-Void “Potion for bad dreams” (1984)
El disco nunca editado de estas leyendas del Hardcore-Punk americano de principios de los 80’s. Washingtonianos por adopción, estos nativos de Columbia dieron sus primeros discográficos en Dischord y se distinguieron en dicha escena por su sonido acelerado y desprolijo y por sus caóticas actuaciones en vivo. “Potion for bad dreams” los encontró bajando las revoluciones y buscando nuevas variantes para su propuesta musical, pero ni por un segundo piensen que esto tiene nada que ver con el incipiente Post-Hardcore de la época. Ese sentimiento oscuro y confrontacional se mantiene intacto, sólo que está presentado en canciones de medio tiempo, con riffs más trabajados y una pesadez no necesariamente metálica que pocas bandas hasta ese entonces se animaban a probar. Claro, si las palabras Black y Flag se les cruzan por la cabeza al leer esto no están mal rumbeados. Pero acá no hay robos descarados. De hecho es posible detectar ciertos modismos de Rock And Roll mugriento y anfetamínico (je) a la Motörhead y algo del germen del Crossover que pronto bandas como D.R.I. o Corrosion Of Conformity terminarían de delinear. Y también hay coros ominosos, jugueteos con una suerte de Funk retorcido y siniestro, selectas disonancias guitarrísticas y puro y jodido Punk Rock, diseñado para bailar como si fueras presa de un ataque de epilepsia. Y el caos no desaparece. Tal vez se encuentre más controlado, pero los cortes y la energía efervescente se mantienen al cien por ciento, la guitarra raspa y nunca (pero nunca) se mete en terrenos de estéril virtuosismo, la voz de John Weiffenbach escupe bilis a troche y moche y la batería del tristemente fallecido Sean Finnegan mantiene todo unido con golpes llenos de furia. Void, como tantas bandas contemporáneas, representaba el Punk no sólo como un estilo musical, si no como un compromiso artístico y político. Es por eso que, para ellos, el no repetirse, el no entregar al público un producto complaciente era el paso más lógico en pos de mantener la llama interna ardiendo. El legado de una banda (y, casi diría, de una generación) regida solamente por sus propios parámetros creativos.
-God “Possession” (1992)
La orquesta de los leprosos ha llegado al pueblo. Los restos de piel seca se amontonan en las calles y los niños recién infectados bailan frenéticamente con sus encías pintadas de rojo. Espirales de óxido descendiendo. Rituales de desmembramiento e intercambio de órganos. Almas en eterna agonía lanzando patéticos chillidos a un padre que no las escucha. Pinzas que saborean la carne con inusitado placer. Un remanso soleado para aquellos que reemplazan sus extremidades por desechos metálicos. Narcóticos ritos de apareamiento en decadentes túneles cubiertos de polvo. Los gestos desencajados, los movimientos más allá de cualquier atisbo de control cerebral. El sudor abriéndose paso como si se tratara de alquitrán hirviendo. El ritmo de las venas palpitantes. Una misa química de cuerpos sin forma. La pesadilla recurrente de caer una y otra vez, por siempre. Filosos abismos anaranjados nos llaman. Cientos de gusanos haciendo cosquillas mientras se inmiscuyen en nuestros orificios. Una turbina fallando, eso es una turbina fallando. Estas tensas líneas plateadas exigidas al máximo. Una orgía de aberraciones flagelando los sentidos hasta redefinirlos. Las señales de precaución han sido borradas con las uñas mismas de estos dementes. Un piano afinado a golpes de martillo. Ciudades enteras invadidas por mandriles rabiosos y alzados. Lluvia de fetos y placenta. Este sexo despellejado que raspa. El irresistible y seductor aroma del cuchillo. Sonrisas talladas con tijeras. Alguien se divierte con fósforos. Tortas rellenas con navajas para los huérfanos. Ojos arrancados, ¿está tu alma ahí? Este mar de asfalto se quiebra con facilidad bajo el peso del estímulo indicado. Caminemos, entonces, sobre esta alfombra de cuerpos secos y despellejados. Poseído por esta luz que quema las entrañas y derrite los huesos. Recen para mí, insectos. Soy un dios de piel gris y manos laceradas. Muñones cauterizados con el hierro caliente de las voces en tu cabeza. El paño de los deseos rasgado por estas compulsiones histéricas. Una sinfonía de moscas arruinando nuestro equilibrio. Estamos tan mareados, confundidos y aturdidos que sólo así el mundo cobra algún tipo de sentido. De alguna forma, este constante malestar se ha amalgamado a nuestras células y no tiene planes de dejarnos en paz.
-Meat Beat Manifesto “Satyricon” (1992)
Los snobs de turno podrán llamarlo “música bailable para el hombre pensante”, yo me quedo con la primera palabra de dicha oración. Y estos dos freaks ingleses corren con una ventaja importante, tienen a su disposición todos los sonidos que sus afiebradas mentes puedan conjurar y los usan a su antojo. Y sí, las bases incitan a danzar como un poseso, cada golpe de batería trae consigo flashes de luz cegadora e intermitente, pero debajo de la superficie es imposible no percibir lo enrevesado de estas construcciones rítmicas. Las enseñazas de la música negra (especialmente el Hip-Hop, el Jazz y el Funk) deformadas por el prisma nerd de estos auténticos artesanos electrónicos. Ok, podemos coincidir en que estamos en presencia de música eminentemente cerebral, idea reforzada por el hecho de que los métodos de composición e interpretación son, de por sí, más acordes a un minucioso trabajo de laboratorio que a sudorosos ensayos rockeros. Pero decir que las imágenes que crean estas canciones, las sensaciones que evocan, no son reales sería una auténtica necedad. Es más, sólo un sordo podría negar la enorme musicalidad aquí desplegada. “Circles” sirve como perfecto ejemplo, con una melodía vocal que anuda el estómago y esas capas de sonidos superponiéndose hasta lograr una especie de sinfonía Pop melancólica envuelta en fantasmales ráfagas de otros mundos. Claro, Meat Beat Manifesto nos permite bucear en abismales profundidades de elaboración sonora, con su sobrecarga de samples (grabaciones caseras, fragmentos de oscurísimas películas de ciencia ficción, comerciales de televisión e inclusive registros psicoanalíticos se dan cita), efectos, melodías, ruiditos y ritmos superpuestos, pero nunca pierden de vista la canción. Manipulan el sonido en su estado más puro, como si de hechiceros se tratara, pero nunca toman el atajo de esconderse detrás de puras paredes de ruido. Y no es que tenga nada en contra de la abrasión más jodida y abstracta, pero acá la cosa pasa por otro lado. Una incuestionable voluntad lisérgica que puede manifestarse tanto a través de mantras discotequeros (bueno, si las discotecas y la escena electrónica en general no estuviera llena de arrivistas exudando superficialidad por cada poro de sus cuerpos) como de introspectivas pinturas digitales infestadas de pequeños detalles que terminan de darle forma a estos finísimos trazos. Y encima se permiten lanzar certeras críticas políticas, algo no muy común en grupos de este tipo. ¿Qué la música electrónica es fría y carente de alma? Los invito a cambiar de opinión con este genial “Satyricon”.
-Killing Joke “Pandemonium” (1994)
“Pandemonium” no sólo marcó el regreso discográfico luego de cuatro años de silencio, si no que resultó ser algo así como la entrada en los 90’s de los ingleses. Claro, decir esto puede sonar raro, sobre todo teniendo en cuenta que hablamos de una de las bandas más influyentes de la historia del Rock, cuyo sonido (esa particular cruza entre Post-Punk, Industrial, Metal y mística esotérica/tribal) resulta ser uno de los pilares de dicha década. Metallica, Prong, Fear Factory, Justin Broadrick, Nirvana, Soundgarden, Helmet, Foo Fighters, Steve Albini, Napalm Death, Mike Patton y una infinidad de artistas respetadísimos citan a la broma asesina como influencia, algunos de ellos directamente versionando (o plagiando) alguno de sus temas. El pandemonio se inicia, justamente, con el tema que da título al disco, una suerte de profecía apocalíptica que bien podría ser descripta como la versión Killingjokera del “Kashmir” de Led Zeppelin. Suben los decibeles para “Excorcism”, con una base dura y bailable, Jaz Coleman en su punto máximo de guturalidad y la confirmación de que su profesión paralela como director de orquesta le ha servido para darle a las canciones una presencia tridimensional en base a miles de sonidos entrometiéndose en los recovecos de la mente. Llega “Millenium”, y con él tal vez el tema más Heavy en la carrera del grupo. Guitarras machacantes, crujidos Industriales e imágenes cyber-punks dan el marco perfecto para esta amenazante bestia mecánica. “Communion” es, ni más ni menos, que la perfecta representación musical de un ritual satánico, orgías y sacrificios incluidos. Prueben escucharla en la soledad de un cuarto iluminado de forma tenue por una o dos velas y sientan el sudor frío recorriendo sus espaldas. La oscuridad toma otra forma en “Black moon”, donde la belleza de esos arpegios combinados con los teclados resulta sencillamente embriagadora. Y qué decir de la capacidad de Coleman para lograr un estribillo memorable usando el más rasposo de sus tonos de voz. Sigue “Labyrinth”, iniciado con secuencia (justamente) laberíntica que se acomoda a la perfección al ritmo aplastante del tema y a esa especie de Funk roto y distorsionado que dibuja la guitarra de Geordie Walker. La calma reflexiva dice presente en “Jana”, lo más cercano a una balada que estos tipos pueden llegar a concebir. Pero no piensen en fáciles historias de amor, aquí se relata de forma sobrecogedora la historia de una mujer muriendo a causa del HIV. Para recuperarnos del bajón, entra “White out” y Rob Zombie todavía se rasca los mugrientos dreadlocks tratando de entender cómo a él nunca se le ocurrió un tema tan bailable, agresivo, decadente y tenebroso como éste. Y si hablamos de decadencia, bienvenidos a este paseo de látigos, cuero, sudor y gemidos que es “Pleasures of the flesh”. Ideal para dar rienda suelta a los más bajos instintos. “Mathematics of chaos” cierra el aquelarre retomando las bases marchosas en medio de diatribas político-filosóficas. Si las discotecas pasaran temas como este el mundo sería un lugar mejor. En definitiva, estamos hablando de uno de los mejores discos (si no el mejor, capaz inclusive de competirle al mítico debut homónimo de 1980) de una de las mejores bandas del mundo (sí, mejores que esos que están pensando), una perfecta muestra de que el espíritu Punk, la complejidad musical, la madurez compositiva, la creatividad, la espiritualidad, la fuerza visceral y la lucidez intelectual pueden convivir en perfecta armonía.
-Into Another “Seemless” (1995)
Yo sé que a veces la nostalgia por los 90’s puede tornarse un poco molesta. Pero díganme si no en que otra década podíamos toparnos con músicos provenientes de los más duro del Hardcore y el Thrash neoyorkino (Youth Of Today, Bold y Whiplash, en este caso) que se juntan para engendrar el más creativo y retorcido de los Hard-Rocks. Antes de que digan nada, tengan en cuenta esto: bandas como Alice In Chains, Soundgarden o Stone Temple Pilots no hacían más que aggiornar el Hard-Rock de los 70’s a la estética y el sonido de los 90’s. Ahora bien, Into Another llega a “Seemless” después de dos discos (El debut homónimo y su sucesor “Ignaurus”) editados por Revelation Records, el sello independiente emblema del Straight Edge neoyorquino. Y si quieren decir que este paso a una multinacional (Hollywood, por si se preguntaban cuál) representa una suerte de traición a sus raíces, pueden hacerlo. También pueden afirmar que este tercer álbum es blando, comercial y qué sé yo. Nada de eso tiene la menor importancia ante tanta buena música desparramada en estos poco más de cuarenta minutos de pura dicha. La aproximación del cuarteto al Hard-Rock poco tiene que ver con riffs facilones, poses glamorosas o cualquier atisbo de superficialidad. Los tipos escucharon Black Sabbath sí, pero también tuvieron su cuota de Shudder To Think, Rush e inclusive Faith No More, hecho que se hace innegable al apreciar esos riffs serpenteantes acompañados de líneas vocales exquisitas, sentidas y minuciosamente trabajadas. Y esas canciones. Once gemas perfectas donde la tensión, la introspección, la magia, la imaginación y el exquisito vuelo melódico nunca se topan en el camino de la intensidad. La pesadez está ahí, la carga rockera no se diluye nunca, pero si el grupo prescindiera de la electricidad los temas todavía se mantendrían en pie. Como buen grupo de Hard-Rock, las palmas se las llevan la voz y la guitarra. En el primer departamento tenemos a un Richie Birkenhead con un rango más que generoso, capaz de llegar a tonos bastante agudos pero sin sonar nunca como un cantante de Metal tradicional, privilegiando siempre la emotividad al exhibicionismo, la expresividad al histrionismo barato. Y en las seis cuerdas Peter Moses hace y deshace a su gusto. Riffs pesados, enrosques espiralados, arpegios llenos de belleza, secuencias melódicas soñadoras, atmósferas de pura oscuridad y misticismo. Y en ambos casos el evidente virtuosismo de los intérpretes se encuentra controlado en pos de lograr que a las canciones no les sobre ni les falte nada. Volviendo al principio de esta review, eran los 90’s, por ende no es de extrañar esa nube de extraña psicodelia que cubre las canciones, pintándolas de colores irreales. Un delicioso manjar cargado de emociones intensas y presentado con un grado de musicalidad innegable.
-Nativo Radiactivo “Paraíso espasmo” (1995)
Relámpagos de sangre manchando el cielo, explosiones de bilis y jugos gástricos, viajes dentro de venas transparentes, los colores saturados del ácido. Deformaciones post-nucleares adornadas con algas fluorescentes, el cuerpo estudiado y redefinido. Vientos hechos de metal en polvo, invadiendo cada poro. Ah, los 90’s. Todo lo que no sabíamos cómo encasillar era llamado Alternativo. Así estos exiliados de Martes Menta recibieron dicho mote. Pero, más allá de compartir el gusto por los Pixies (chequeen “Hormigas” si no me creen) y la psicodelia en general, Nativo Radiactivo estaba lejos de lo que, en ese momento del Rock nacional, se entendía por Alternativo. Veamos, acá teníamos teclados lisérgicos, climas de voladura total, letras sin sentido, percusiones, voces (masculinas y femeninas) al borde de la desafinación, el grado justo de eclecticismo y una firme sensación de libertad creativa. Pero lo más importante lo tenían Dani Conesa y el Capitán Pito (sí, así se hacían llamar), un par de guitarras atronadoras, sobrecargadas de fuzz y capaces de quebrar la tierra con cada riff. Y encima tenían bien aprendidas las lecciones de Black Sabbath, Tad, Helmet, los primeros Smashing Pumpkins y demás moldeadores de la distorsión más distorsionada. “Sopa dulce” abría el disco (bueno, en realidad la cosa empezaba con “Areisiuq”, una intro con forma de mantra narcótico) con aires Lounge que, sin previo aviso, se fracturaban bajo el peso de ese estribillo Blacksabbathero. “Luna”, “Cucocomemelón” (ah, los 90’s) y “Exagero”, seguían el camino de combinar la calma psicodélica con los ataques rifferos, logrando transformar la tradición setentona en sonidos actuales a fuerza bruta de decibeles. “Celofán perfecto” se concentraba en los aspectos más deformes de la propuesta con un aire que sería jocoso si no estuviera tan cargado de esos extraños sonidos. “Radiactivo” y “Hormigas” poseían un aire más Punky con la firme impronta de los mencionados Pixies y esa irrefrenable efervescencia juvenil. Y sirven de marco para el tema que da título a la placa, una construcción monolítica de groove aplastante y riffs que te elevan y te bajan a cascotazos, todo al mismo tiempo. La acústica “Chonga” servía de antesala para la pesadilla drogada que representa “Medicina”, un viaje entre arranques de ira, bajones lisérgicos, pasajes de Funk degenerado y un final casi Hardcore. “Pan de moño” incursionaba en modismos electrónicos para adornar ese aire Hindú/Beatlesco entre nubes de humo. “Oxigeno” tal vez sea el punto más netamente rockero de la placa, una suerte de oda a la marihuana en clave de Grunge pesado y 100% riffero. El viaje termina de la misma manera en que empezó, con aquella intro esta vez en forma de outro y los ecos lisérgicos resonando en la cabeza. Es una pena que su vida haya sido tan corta, quién sabe hasta dónde hubieran sido capaces de llegar con más tiempo. En cualquier caso, “Paraíso espasmo” es un excelente legado que nos demuestra, una vez más, por qué los 90’s fueron la mejor de las décadas.
-Truly “Fast stories…from kid coma” (1995)
Teniendo en cuenta que la base rítmica de este trío de Seattle estaba conformada por Hiro Yamamoto (antiguo bajista de Soundgarden) y el baterista Mark Pickerel de Screaming Trees, uno bien podría asumir que lo que aquí encontraremos será puro Grunge Hardrockero, pesado y sucio. Y, si bien algo de eso hay (“Four girls” tiene un aire a Mudhoney, pero con una cuota extra de LSD), Truly se erige como una clase diferente de bestia. Algo queda clarísimo con solo escuchar la apertura del disco con “Blue flame ford”, y eso es que Queens Of The Stone Age tenía un referente oculto en estos muchachos. Y lo mismo se percibe a lo largo del disco. Veamos, está claro que no faltan la distorsión ni la psicodelia. También es evidente que el espíritu mugriento del Grunge dice presente. Pero, hete aquí que las líneas vocales de Robert Roth poseen una limpieza casi fantasmal y su guitarra explora más territorios que el típico gruñido fuzzero del género. E insisto, no se trata de que hicieran algo completamente distinto (“Blue lights” suena como una especie de Nirvana pasado por el filtro de ruido de My Bloody Valentine y “Leslie’s coughing up blood” también trae a la mente al rockero fallecido más famoso de los noventas, pero esta vez en un contexto de tensión casi Pinkfloydesca con corazón Punk), si no de que ahondaran aún más profundamente en ciertos elementos que habían quedado relegados por la mayoría de los tipos con camisas a cuadros. Entonces, “Fast stories..from kid coma” está presentado como un todo, con sus trece temas unidos sin pausas, en clara referencia al “Sgt. Pepper” de los Beatles. Y sí, las intervenciones del melotrón no hacen más que incrementar ese clima sesentoso de estar flotando sobre nubes multicolores. Letanías como “Hurrican dance” vuelven a remitir a las atmósferas más angustiantes del viejo Pink Floyd, hasta que la guitarra y la batería entran como una estampida rockera, sin que por ello se pierda el hilo melódico de la canción. De hecho, las melodías vocales son uno de los puntos fuertes y se nota que llevan la batuta de la composición. Aún cuando dichas composiciones se sumerjan en profundos paseos instrumentales de reflexión cósmica. Claro, ya dije que estos señores venían de Seattle, por lo tanto no es de sorprender que la colorida lisergia que empapa el álbum este teñida de un dejo de oscuridad grisácea. O sea, si el Grunge logró fundir, a fuerza de guitarras crujientes, estilos supuestamente opuestos como el Punk, el Metal y la Psicodelia, Truly no hace más que pegarle una nueva revolvida al menjunje, aportándole en el proceso sus propias especias que realcen los sabores Pop/Psicodélicos del mismo. Una clase de Rock con energía y vuelo creativo.
-Will Haven “El diablo” (1997)
Mazazos grises aplastando mi cráneo. Cables de alta tensión envuelven mi cuerpo hasta dejar no más que un pequeño montículo de polvo. Visiones de santos desangrándose, incapaces de encontrar redención. Multitudes encerradas en húmedos sótanos, raspando las paredes, dibujando un eterno círculo con sus cansados pasos. La misma superficie que nos sostiene se transforma en arenas movedizas tragándonos lentamente. Pinturas que, en su deformidad surrealista, muestran con exactitud la esencia de la angustia y la opresión. Las bandas adelantadas a su tiempo no existen, pero que las hay, las hay. Pónganse en época, fines de los 90’s, el Nü-Metal ya comenzaba su vertiginoso proceso de saturación y estancamiento y términos como Metalcore, Sludge, Noise-Core y demás aberraciones periodísticas todavía no llegaban al grueso del público metalero. Claro, en las profundidades ya se venía gestando algo. Neurosis, Deadguy, Bloodlet, Swing Kids y otros adelantados ya mostraban que el Hardcore, el Metal y el Noise podían ser excelentes aliados. Will Haven provenía de Sacramento, California y ciertamente logró una combinación única de dichos elementos. Ritmos lentos y cadenciosos, con certeros golpes de batería que se sienten en las tripas, un bajo gordo y profundo como el pozo de Sarlack, una guitarra a la que le bastan unos pocos acordes para levantar auténticas montañas de asfixiante ruido y un cantante que deja las cuerdas vocales en cada intervención. Mucho se ha hablado acerca del experto manejo de las texturas distorsionadas de las que hacen gala los Deftones. Bien, sepan entonces que ambas bandas estaban unidas por una vieja amistad y admiración mutua y, sin duda alguna, Jeff Irwin (guitarrista de Will Haven) sirvió como inspiración en eso de combinar envolventes cascadas de abrasiva suciedad con un sentido de la pesadez abrumador. Vamos, el tipo mantiene su corazoncito Hardcore pero no priva de echar mano a la infinidad de recursos que ofrece el Noise en su totalidad. Y qué mejor marco para esas excursiones sonoras que estas diez canciones pletóricas de un groove tan simple como infalible, sobrecargadas de intensidad al rojo vivo (los gritos de Grady Avenell dan la exacta sensación de sangre en la garganta) y liberadoras en su oscura visión del mundo. Ok, no es un viaje agradable y nadie dijo que tenía que serlo, pero si estaban buscando la banda de sonido perfecta para la sensación de apretar los dientes con toda la fuerza hasta sentir que las venas de la cabeza les estallan, no busquen más. “El diablo” es todo lo que necesitan.
-Orange 9mm. “Pretend i’m human” (1999)
Nacidos de las cenizas de Burn, uno de los primeros grupos neoyorquinos en intentar un acercamiento al Post-Hardcore de principios de los 90’s, Orange 9mm. siempre se encontró en un lugar difícil de ubicar. Sus primeros pasos discográficos (“Driver not included” y “Tragic”) los mostraban tratando de hacer equilibrio entre lo más pesado del New York Hardcore, el groove de Rage Against the Machine y el vuelo guitarrístico de bandas como Quicksand, Deftones o Helmet. Sí, el morocho Chaka Malik rapeaba. Y lo hacía bien. No quisiera atajarme de entrada pero lo voy a hacer: esto no es Nü-Metal, olvídense de Limp Bizkit, (hed)Pe, Primer 55 y demás aberraciones Rap-metaleras. La profundidad aquí exhibida no sabe de berrinches adolescentes ni de poses de macho pulenta. Tampoco sería justo compararlos con aquella primera generación de raperos sobre riffs pesados (Clawfinger, Stuck Mojo, Downset, etc.) porque, si bien Orange 9mm. hace básicamente eso, las composiciones están construidas sobre variantes mucho más ricas, alejadas de la casi inocente tosquedad de aquellas bandas. En “Pretend i’m human”, el cuarteto decide jugarse el todo por el todo y no deja idea sin probar. Ambientaciones tenebrosas, dignas del más colgado de los Gangsta rappers, combinadas con estribillos Post-Hardcore. Riffs Hardcore sobre bases Drum & Bass tocadas con batería humana. Guitarras acústicas de tono soñador sirviendo de soporte a fraseos rapeados que dan paso a melodías cargadas de emotividad. Letras que van de lo político a lo íntimo sin dejar de lado la universalidad filosófica. Guitarras espaciales dignas del mejor Voivod estallando en un groove entrecortado. Ruiditos electrónicos y recitados desesperados que se van superponiendo, creando desoladores climas de desierto post-nuclear. Extensos paseos de pura ambientación sonora interrumpidos por súbitas erupciones de distorsión y golpes trabados que desaparecen casi tan rápido como aparecieron. Arreglos de cuerdas y piano de una profundidad melancólica que estruja el alma atravesados por sutiles disonancias que no hacen más que realzar dicha sensación. Secuencias mecánicas creadas por científicos locos. Y así podría seguir hasta escribir un libro entero. Diez canciones que dan vuelta cualquier concepción que uno pudiera tener acerca de la combinación de Rap con música pesada, incorporando elementos novedosos, exprimiendo la imaginación al máximo y cuidando hasta el más mínimo detalle, tanto en lo compositivo como en lo que hace a producción y arreglos. Y todo eso haciendo gala de un poderío avasallante, una convicción sobria e inquebrantable. Una vez más, las buenas canciones y las buenas ideas le ganan la pulseada a etiquetas, limitaciones de género y demás cosas feas que nada tienen que ver con la música en sí.
-Milligram “Hello motherfucker” (2001)
Jonah Jenkins ya tiene bien ganado su status de artista de culto, especialmente en el undeground Hardcore/metalero/rockero de Boston. Claro, cualquiera que haya puesto su voz en discos tan influyentes como “Prone mortal form” e “Innocents” es merecedor de eso y mucho más. Por si no lo sabían estoy haciendo referencia a su trabajo con Only Living Witness, una de las tantas bandas de los 90’s que pasó por debajo del radar del mainstream pero dejó su marca indeleble en legiones de músicos que, a su vez, resultan ser referentes para una nueva generación. ¿Ejemplos? Ahí tienen a Converge invitando a Jenkins a cantar en el pantanoso "Grim Heart/Black Rose" de “No heroes”, a Shadows Fall versionando “December” o al ex Killswitch Engage, Jesse David Leach siguiendo casi al pie de la letra las enseñanzas de Only Living Witness con su banda Seemless. Milligram fue el proyecto, algo efímero, por cierto, que Jenkins encaró junto a Darryl Shepard, alguna vez guitarrista de los Hardcore Slapshot y de los Stoners Roadsaw. Entonces, tenemos un músico entre las bermudas y la crudeza inmediata del Hardcore y los riffs pesados y rockeros del Stoner. Y encima tenemos a un cantante capaz de crear melodías irresistibles, letras inteligentes y poseedor de una de las voces más personales e intensas del Rock de todos los tiempos. Ya pueden imaginarse por dónde van los tiros, ¿no? Si todavía están perdidos, digamos que Milligram continúa de alguna forma los postulados de la anterior banda de Jonah. O sea, una sólida cruza de Rock setentoso, pesado y riffero, espíritu Hardcore, sonido noventoso y un vuelo melódico digno del mejor Grunge. Pero bien vale aclarar que esto nunca fue Only Living Wtiness parte dos. La guitarra de Shepard presenta sonido e ideas más directas y sucias, algo que también se percibe en las composiciones y hasta en la actitud y las líricas del grupo. Si les sirve como referencia, podemos mencionar las versiones de temas de Misfits y Black Flag realizadas por Milligram. Y, al mismo tiempo, es posible percibir un aire de intelectualidad que crea estrechos lazos con el Noise-Rock y hasta cierta densidad no muy alejada del Sludge. Pero claro, en definitiva, estamos hablando de enormes y perfectas canciones rockeras, con unos huevos así de grandes y una energía capaz de darle electricidad a ciudades enteras. Música para vibrar. Y algo más.
-Catasexual Urge Motivation “Nekronicle” (2003)
Un zumbido lejano. Rojo sobre negro, rojo sobre rojo, rojo sobre todas las cosas. ¿Eso fue un grito? Lonjas de piel humana separadas minuciosamente, parte de una colección en constante crecimiento. ¿Dónde estoy? Estos jóvenes cargados de hormonas son la más fácil de las presas. Despertar en una bañadera llena de hielo con una incisión recorriendo la espalda. Leyenda urbana o no, realmente no tiene importancia. ¿Qué es este lugar? Paredes húmedas, suelos de madera que crujen, el tenue tintinear de cadenas e instrumentos de metal. La silueta escondida detrás de esos ojos desorbitados, inyectados en sangre. Un auténtico viaje de inquietudes manchadas de rojo. Resulta curioso que un disco que, básicamente, compila material antiguo (temas de diversos demos, splits, compilados y algunos inéditos) logre semejante cohesión conceptual. Catasexual Urge Motivation (durante un tiempo también conocidos como Vampiric Motives) es un trío (o algo así. Más adelante me explico) japonés que podríamos enrolar sin problemas en lo más sangriento del Grindcore. Hasta ahí podrán imaginar que estamos en presencia de un material que derrocha enfermedad por los cuatro costados. Bien, acentuemos dicha impresión mencionando a los involucrados en el crimen, Sadochist Spermata (encargado de las letras, el concepto y la parte visual), Sadochist Ejaculata (compositor musical, guitarrista y gruñidor. Y, por favor, noten la sutileza de esos nombres. El ideólogo es la esperma y el ejecutante la eyaculación. Poesía pura o le devolvemos sus entrañas arrancadas de la concha de una virgen) y Cyber EMF quien programa las baterías electrónicas que dan sostén a tanta pudrición y mala vibra. También tenemos al bajista sesionista, Spermen Horny (más nombres sutiles. El tipo está caliente porque no es miembro, je, fijo de la banda). Ah sí, dije baterías programadas. ¿Dije también Mortician? No, no lo dije pero algo de eso hay. No tanto como para decir que C.U.M. (sutileza número tres) es la versión nipona de los neoyorquinos, claro. En primer lugar, la obsesión de esta gente no pasa por las películas de terror clase Z, si no por los asesinos seriales, especialmente sus métodos, motivaciones y los recovecos de su psiquis. Musicalmente, tenemos esos blast-beats cibernéticos a toda velocidad, esas guitarras graves y zumbantes, esos riffs que atraviesan cerebros con su simpleza y esas voces que alternan entre profundas erupciones vomitivas y taladrantes chillidos de dolor. Y hay samples, claro, una colección de alaridos varios que, imaginamos, provienen de diversas personas siendo asesinadas, mutiladas, torturadas, vejadas y demás linduras. Y hay más. Como para lograr que los climas opresivos sean lo más certeros posibles, el grupo incorpora ritmos lentos y arrastrados que, sumados a la áspera gravedad de la guitarra y el bajo, evocan visiones de sangre en su estado más espeso chorreando como babosas por sucias paredes. Las letras, como corresponde, son indescifrables, pero con títulos como “Philosophical Diary of a Habitual Murderer”, “Murder: It's a Proof of One's Conscience and a Necessary Evil Most Necessarily”, “The Legacy of a Serial Killer Lives on Forever Due to Their Uncanny Ability to Capture the Interest of the Worlds Spectators Through the Extreme Quality, Quantity, Method and Results of Their Actions”, “After Beating Unconscious in a Deserted Street, I Bind Her Hands and Feet With Wire, Duct Tapes on Her Mouth and Places a Burlap Sack Over Her Head” o “Whore Is Beautiful Like a God, and God Is Voluptuos Like a Whore”, cualquier duda queda despejada. Ideal para acurrucarse en un día lluvioso con el torso mutilado de aquella persona especial.
-Bergraven “Dödsvisioner” (2007)
De a poco Hydrahead, uno de los sellos discográficos más relevantes en lo que hace a Metal extremo de vanguardia, se va acercando a los fríos sonidos del Black Metal. Por un lado editando al solitario y depresivo Xasthur y, por el otro, con la incorporación de Aaron Turner (dueño del sello y líder de Isis, Old Man Gloom y proyectos varios) a Twilight, ese supergrupo que reúne a algunos de los representantes más destacados de la escena norteamericana actual. Y también está la edición de este segundo disco de Bergraven, el alias detrás del cual se esconde un sueco llamado Pär Gustafsson. Por supuesto, dados los pergaminos de Hydrahead, es de esperar que la visión del género de este rubio pelilargo no se limite a lo más burdo y artificial del asunto. Para empezar las canciones oscilan entre los seis y los nueve minutos de duración, excepción hecha de “Av saknad släcker jag ljuset”, un breve interludio ambiental. Bueno, eso no dice demasiado, incluso DarkThrone en algunos de sus discos más crudos y villeros ostentaba extensas composiciones. Entonces vamos a otro punto, los ritmos que invaden la placa son esencialmente lentos, a lo sumo algún que otro medio tiempo. Ok, pero ya mencioné a Xasthur quien, justamente, hace uso y abuso de los tempos arrastrados. Y ahí se acaban las comparaciones. Bergraven posee un sonido claro y potente, lejos de cualquier flirteo low-fi y prescindiendo de teclados y baterías electrónicas. No existe aquí la concepción minimalista de repetir riffs y estructuras hasta caer en estado de trance, las canciones van y vienen en un maremagnum de riffs espesos, cortes en seco, cambios de clima, tenues arpegios llenos de misterio, capas de guitarras generando un entrecruzamiento de melodías casi sinfónico, pero trocando la épica bombástica y pomposa por una introspección agobiante. No es raro que el tipo reconozca influencias de gente como Anathema, Fletwood Mac, Goblin, Fields Of The Nephilim, Voivod, Angelo Badalamenti o King Crimson junto con los obligatorios Burzum, Ulver, Lurker Of Chalice y DarkThrone. O sea, el tipo sabe perfectamente cómo invocar vívidas imágenes de sórdida oscuridad con su música, y lo curioso es que lo logra apoyándose estrictamente en los instrumentos rockeros tradicionales, es decir guitarras, bajo, batería (interpretada de forma más que eficaz por el sesionista Perra Karlsson. Sí, se llama Perra y les juro que cada vez que lo leo se me escapa una carcajada) y voz. Entonces, si el negro metal es jodidamente guerra, Gustafsson batalla contra sus propios fantasmas, contra las limitaciones musicales y contra la falta de ideas propias. “Dödsvisioner” lo muestra triunfante en todas esas peleas y, como suele suceder en esos casos, los que salen ganando son los amantes de la buena música.
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