Por Fernando Suarez.
Zombi “Spirit animal” (2009)
Este dúo de Pennsylvania bien podría competir por el título de “banda más rara que ha editado Relapse en su historia”, junto con otras como 27, Karaboudjan o inclusive Exit 13 con aquel jazzero “Smoking songs” de 1996. Bien vale la aclaración, Zombi no practica ningún tipo de Metal extremo. De hecho, más allá de haber compartido escenario con Isis (por más data sobre esto pregúntenle al amigo Manuel Platino) o de que Steve Moore (tecladista, bajista y ocasional guitarrista del grupo en cuestión) haya remixado temas de Genghis Tron, la propuesta de esta gente no tiene nada que ver con el Metal en general. Ya dije que son un dúo, ya establecí que uno de sus miembros se encarga de los teclados y el bajo, sólo resta señalar que el restante, Anthony Paterra, se sienta tras los tambores y aporta también algunas teclas. Sí, son instrumentales y no usan guitarras distorsionadas. Ni por un segundo piensen en Post-Rock, aún cuando ciertos paisajes y melodías de tono melodramático puedan acercarlos a dicho rótulo. Como podrán imaginar, aquí la batuta la lleva el arsenal de teclados y sintetizadores vintage que construyen estos épicos soundtracks cósmicos. Sí, tiemblen de pavor, los sonidos más grasas de Vangelis o Rick Wakeman inundan esta placa y las anteriores. Y nada de minimalismo cool o excursiones puramente ambientales. Polirrítmias acompañadas por riffs de bajo al tono y, sobre eso, estratos y estratos de texturas, melodías entrecruzadas, secuencias (en el lograr que los elementos electrónicos suenen orgánicos radica una de sus mayores virtudes), arreglos y orquestaciones varias. Y, como para terminar de confirmar la rareza antes mencionada, todo ese enorme despliegue de complejidad instrumental y compositiva no está puesto en función de mera exhibición, pero tampoco en pos de liberar esquizofrenias ni de hacer catarsis violentas a través de erupciones de notas disonantes. Como dije antes, las canciones de Zombi, con sus extensos desarrollos, resultan ser algo así como pequeñas bandas de sonido para películas de ciencia ficción de los setentas. Alejados de estridencias, suciedades sonoras o cualquier tipo de sensación revulsiva. Casi un disco que no le disgustaría a tu mamá. Y digo casi, porque debajo de esa aparente amabilidad siempre se esconden trazos oscuros, una fina lámina narcótica que recubre las visiones aquí creadas. Por cierto, tampoco hemos de obviar los momentos en que la base rítmica se atreve a mostrar su nervio rockero con golpes de redoblante más duros y grooveros y el bajo haciendo gala de una particular distorsión Sabbathera. Y lo mejor es que, a pesar de rescatar algunas de las costumbres más vapuleadas del Rock Progresivo, Zombi en ningún momento suena a banda retro ni mucho menos a copia de ningún pope del género. Si son de esos que escuchan todo lo que edita Relapse (hola, sí, me declaro culpable), no se amilanen ante esta deformidad de traje y corbata. Les aseguro que vale la pena hacer la prueba.
Colosseum “Chapter II: Numquam” (2009)
Una procesión de huesos polvorientos que avanza lentamente, arrastrando las harapientas telas que los cubren. Arquitecturas del miedo, sólida roca moldeada como si se tratara de plastilina. Esta noche eterna que nos abraza. Los árboles vistos a lo lejos que apenas pueden recortar su silueta sobre ese fondo de impenetrable negrura. Pesadillas de opio y azufre. Una espesa niebla verde que aletarga los sentidos. La piel descompuesta en los brazos de los muertos intenta alcanzarnos. Las estrellas sonríen sardónicamente, concientes del abismal secreto que esconde su cansado resplandor. Las nubes se apilan, conformando una muralla en el firmamento que no deja de escupir maldiciones sobre los frágiles hilos que nos sostienen. La infinita pasión de los últimos segundos. El sudor abriéndose paso y la mirada carmesí despidiéndose de este mundo. No pidan variaciones ni sorpresas, esto es Funeral Doom de pura cepa. Cuatro finlandeses enfocados en lograr las pinturas más oscuras, oprimir nuestros pechos y acercarnos a una somnolencia mortuoria. El ritmo lo marcan los esporádicos golpes de batería que retumban dentro de catacumbas. Las guitarras se visten de truenos para romper el tejido de la noche y mostrarnos algunos de sus secretos. A veces so ponen su ropa de gala y nos transportan a otros tiempos, una decadencia ancestral y afiebrada. Los teclados se extienden como las puntiagudas alas de una gárgola y levantan muros plagados de invocaciones irreproducibles. La voz es el gruñido mismo de la tierra, sus entrañas moviéndose lentamente, exigiendo saciar su hambre. Ni el más ínfimo haz de luz tiene lugar en este viaje. Y tampoco esperen demasiadas vueltas de tuerca a lo hecho por otros como My Dying Bride o Skepticism. No obstante, la personalidad de Colosseum se erige en su testarudez para llevar a la práctica de forma casi puntillosa sus más fúnebres ideas. Una vez sumergidos es imposible salir de estas tumbas y las imágenes aquí representadas son de un realismo abrumador. Especialmente recomendado para suicidas indecisos.
Threatener “The hammering, the fastening and the bending of throats” (2008)
El martilleo, la aceleración y el doblamiento de gargantas. Pocas veces un título explicó tan bien el contenido de un disco. Y eso que se trata, simplemente, de la combinación de los títulos de tres discos anteriores ahora compilados (con el agregado de temas en vivo y otros aditivos) en un solo y práctico pedazo de plástico. Son cincuenta y un temas en casi media hora. Ustedes saquen la cuenta, eso es rápido. Esta gente no tiene tiempo que perder. ¿Qué las guitarras suenan ruidosas? ¿Qué, por momentos, hasta la batería parece saturar? ¿Qué en vez de canciones tenemos estallidos de blast beats entrecortados? ¿Qué los gritos del cantante son ininteligibles? ¿Qué se hace difícil diferenciar un tema de otro? Pues claro, esto es Poderviolencia en su punto más jodido, las sutilezas se las pasan por el culo. Y la energía nunca decae. Es más, escribo esto y todavía me tiemblan las piernas. Las enseñazas de Infest, Hellnation, Crossed Out y demás torturadores de instrumentos están bien aprendidas. Y hasta es posible percibir retazos de ideas musicales en este maremoto de puro odio a mil por hora. Claro, los tipos son ruidosos pero están ajustadísimos. De otra forma, todo se desmoronaría al ir a estas velocidades. Así, se puede colar un fragmento de riff Hardcore que en seguida es engullido por la bola de ruido, o un corte puede dar paso a extrañas disonancias que también desaparecen en el amontonamiento de golpes. Y en esa confusión permanente es que reside el mayor atributo de Threatener. No hay tiempo para respirar ni para tratar de adivinar por dónde vendrá el próximo golpe. Y al fin de cuentas la golpiza resulta ser liberadora. Es una pena que estos tipos se hayan separado, pero al mismo tiempo no veo cómo podrían igualar este nivel de intensidad sin convertirse en una parodia de sí mismos. Un disco para transpirar la camiseta.
Zu “Carboniferous” (2009)
Un trío italiano que, desde su nacimiento en 1997, ha colaborado con gente como Eugene Chadbourne, Mats Gustafsson, Damo Suzuki y diversos miembros de Sonic Youth, Dälek, Fugazi y The Stooges. Un bajo, una batería y un saxo que suenan como una auténtica orquesta al borde del colapso. Ya pueden hacerse a la idea de que esto no es material convencional. Sumen el hecho de que este décimo disco sea editado por Ipecac y las intervenciones del mismo Mike Patton y del Rey Buzzo en algunos temas de este “Carboniferous” y ya deberían estar dejando de leer esto y buscando el disco en cuestión. A ver, ¿les gustan las polirrítmias imposibles de seguir? ¿Aprecian los riffs secuestrados de otros mundos? ¿Adoran los climas de caos esquizoide? ¿Tienen en alta estima a esos músicos que emplean su virtuosismo para mostrarnos los recovecos más retorcidos y enfermos de su psiquis? ¿Están en una constante búsqueda de música que los sorprenda con intensidad e ideas originales? Si la respuesta a estos interrogantes es afirmativa, no pueden dejar pasar esta maravilla. Diez canciones que estallan con una energía incontrolable, con un baterista que conoce a la perfección el alfabeto de sutilezas del Jazz y es capaz de aplicarlo con la fuerza de una estampida de elefantes merqueados, con un bajista que arma trabalenguas en forma de riffs para luego eliminar el oxígeno con inmensos estallidos de graves y al rato se disuelve en efectos irreales, con un saxofonista que aprendió las lecciones de Coltrane, Zorn y demases y encima se da el lujo de hacer sonar a su instrumento como nadie más en el mundo lo ha hecho antes. Diez canciones que esconden miles de laberintos, que saben replegarse en misteriosas letanías, que crean fragmentos de películas borroneadas por uñas sucias y las reconstruyen a los golpes. Pueden regodearse en las abstracciones matemáticas más desencajadas o escupir fuego por los ojos con arrebatos que chorrean distorsión en forma de lava. Pueden evocar atmósferas dignas de un policial negro o simplemente nadar entre mutilaciones, ríos de sangre y orgías lisérgicas. Tienen el talento para competir con cualquier artista de Jazz y la fuerza para pasarle por encima a todos los metaleros del mundo. Aprendieron la ética del mejor Hardcore/Punk y de allí también toman sus ideas musicales más revulsivas. Y, aún así, estos delirios no dejan de ser canciones donde la exploración no se choca con la contundencia. El 2009 arrancó con todo y he aquí otro de los discos que seguramente ocupará las listas de los mejores del año.
Sabazius “The song of Los” (2009)
Los dioses gritan desde su refugio estelar. Puños rocosos chocan entre sí lanzando esquirlas del tamaño de planetas. El útero del cosmos se rasga. Cuerpos celestes estallando uno a uno, marcando el ritmo de esta sinfonía cósmica de destrucción. Diminutos profetas tratan de explicar este fin inevitable. Los temblores se sienten cada vez más cerca. La firme y constante marcha fúnebre que hace resquebrajar los cimientos de la tierra misma. Brechas supurando lava, un cielo negro atravesado por cegadoras fracturas de color azul brillante. Las nubes se reagrupan formando los rostros ancestrales que jamás soñamos contemplar. Ojos de fuego y voces de trueno. Un eterno dominó de montañas cediendo ante su propio peso. Desiertos grises expandiéndose hasta cubrir toda superficie, dejando a su paso una estela de esqueletos. Cráteres lanzando llamas hacia el infinito. Siluetas de lodo endurecido llorando plegarias tardías. Un nuevo amanecer cubierto de oscuras y pesadas túnicas. Adoradores de las visiones apocalípticas, regocíjense con estos veinticinco minutos de puro Apocalipsis en forma de Doom, valga la casi redundancia. Dos ingleses con una guitarra y una batería han logrado revivir el espíritu de aquel legendario “Jerusalem” (o “Dopesmoker”, si prefieren) de Sleep dotándolo de una desesperante negrura extra. Los riffs toman el camino de las pocas notas bien puestas y lo mismo sucede con los atronadores y espaciados golpes de batería que dan forma a este fin del mundo musical. Las voces se debaten entre recitados casi susurrados y gritos dignos de una legión de brontosaurios en celo. Y los tipos tienen en claro hasta dónde llegar sin aburrir, algo que ya habían demostrado en su debut homónimo que superaba las dos horas de duración y que, por cierto, está disponible para bajar de forma gratuita en el Myspace del dúo (si son vagos, les dejo la dirección: www.myspace.com/sabaziusband). En definitiva, si bandas como Ufomammut, Zoroaster e inclusive Sunn 0))) son parte de su dieta regular de sonidos graves y lentos, yo, Carlos Sacaan, les recomiendo incorporar este delicioso y nutritivo plato. Puede que les caiga un poco pesado, pero esa es la idea.
Cattle Decapitation “The harvest floor” (2009)
Un tema sólo (me refiero a “The gardeners of Eden”, que abre la placa) le basta a este cuarteto de San Diego para dar una lección de imaginación, dinamismo y violencia y, de paso, demostrar que se puede seguir haciendo avanzar al Death Metal. Los blast beats más frenéticos y veloces del mundo, los riffs más intrincados y retorcidos, y pasajes que evocan melodías casi místicas. Ok, los tipos decidieron jugarse varias fichas por el costado más técnico del asunto. Los cortes casi constantes y el vértigo de las cuerdas en constante movimiento así lo prueban. Pero, hete aquí que esta gente tiene algo más que pelo en su cabeza (y, a decir verdad, tampoco es que tengan taaanto pelo. De hecho todos exhiben su reglamentario corte Hardcore. Pero bueno, se entiende la idea, ¿no?... ¿Ah, no?) y entonces se rodean de invitados ajenos al género que refuerzan la intención de búsqueda. Y, si entre dichos invitados, tenemos gente de Amber Asylum, Ludicra, Asunder y a la mismísima Diosa de la muerte, Jarboe (ex Swans. Y si no saben quiénes son los Swans necesitan urgente un curso acelerado de música extrema), la cosa no puede fallar. Ahora bien, si son de esos cabezas duras que sólo quieren brutalidad y más brutalidad, no teman. “The harvest floor” tiene toneladas de riffs enfermos y malvados, doble bombo para regalar y los gruñidos más guturales del condado. Y también tiene juegos en el diapasón y los parches que nos recuerdan que alguna vez hubo miembros de The Locust en sus filas. Y, ya que estamos enumerando, tampoco olvidan que sus principales mentores ideológicos (Carcass, claro. No va a ser Daniel “Conejito” Alejandro) además de ser vegetarianos adquirieron con el tiempo un alto respeto por la melodía y supieron incluirla en su propuesta sin perder por ello la esencia extrema. Lección aprendida, entonces, aunque bien vale aclarar que, a esta altura, Cattle Decapitation está a eones de distancia de la eterna legión de clones Carcasseros que inunda el undeground metalero. El truco probablemente esté en esos tics que tienen en el bocho y que les hacen irse por tangentes inesperadas sin dejar de ser un grupo de Death Metal hecho y derecho. O casi. En verdad es realmente agotador tener que seguir pendiente de rótulos y demás paparruchadas, en especial ante tanta música excelente que sólo pide ser disfrutada con todos los sentidos. Incluso con el sexto sentido.
Mouthpiece “Can’t kill what’s inside – The complete discography” (2009)
El título de este disco nos da algunas pistas. Nos dice que la banda encargada de su contenido ya no existe como tal. Bien. También, con ese “No puedes matar lo que está adentro”, no es muy difícil adivinar que estamos en presencia de Hardcore puro y sin adulterar. La historia cuenta que Mouthpiece nace en New Jersey a principios de los 90’s, inspirados por el sonido vieja escuela de Gorilla Biscuits, Bold y demás luminarias del género. El hecho de encontrarse prácticamente varados en una escena que estaba en claras vías de desaparición no los detuvo y, hoy en día, podemos percibir como esa testarudez (sumadas al afilado instinto compositivo del quinteto) dio sus frutos en bandas como In My Eyes, American Nightmare (luego conocidos como Give Up The Ghost), Count Me Out, This Is Hell y tantas otras que se encargaron (algunas lo hacen aún en la actualidad) de mantener en alto las banderas de ese Hardcore duro sin ser metálico, emotivo sin ser Emo, creativo sin llegar al Post-Hardcore y melódico sin tener nada que ver con los soleados climas californianos. Como corresponde, la palabra clave es intensidad. Esa voz quebrada y casi inocente que grita las verdades que nuestro cinismo se niega a aceptar. Esas guitarras vibrantes, de ideas simples pero siempre efectivas. Esos ritmos que son invocaciones al mosh más desenfrenado. Y una impecable colección de grandes canciones. Claro, esto no es vanguardia, pero aquí los clichés están absorbidos con absoluta honestidad, dejando de lado la pose berreta y enfocándose al máximo en transmitir esa rabia liberadora que caracteriza al buen Hardcore. Hay lugar para rebajes rítmicos, riffs que se salen del, a veces, estricto abecedario Core y climas de tensión casi introspectivos. Y nada de eso tiene nada que ver con breakdowns, virtuosismo ni estribillos poperos. Bien podría aventurarse que Mouthpiece fue una banda que quedó varada (estilísticamente hablando) entre los sonidos rudimentarios de las viejas bandas Straight Edge y el intento de expansión sonora que inspiró aquel glorioso Revolution Summer de 1986 en Washington D.C. Por otro lado, la esencia musical de estos muchachos es cien por ciento neoyorkina y su apego por ciertos esquemas tradicionales no es resultado de limitaciones musicales si no de una decisión artística consciente. Suena a verso repetido, pero aquí realmente se mantiene el espíritu (o el núcleo, je) tratando de aportarle una visión más fresca. Una pieza fundamental para entender la evolución del Hardcore.
Hope And Suicide “Hope and suicide” (2008)
Yo sé que a veces me pongo un poco pesado con esto, pero hagamos un poco de historia. Bloodlet fue una banda que existió entre 1992 y 2003 y se ganó un status de culto gracias a su particular combinación de Hardcore, Metal, Sludge, Noise y toques progresivos, envueltos en atmósferas entre tenebrosas y alucinógenas. Editaron cuatro discos (“Eclectic”, “Entheogen”, “The seraphim fall” y “Three humid nights in the cypress trees”. Todos absolutamente recomendables) y se disolvieron envueltos en un silencio sepulcral. Toda esta introducción para llegar a decir que Hope And Suicide no es ni más ni menos que el proyecto liderado por Scott Angelacos, antiguo vocalista de Bloodlet, aquí acompañado por el ex bajista de dicha banda, Thomas Crowther. Como era de esperar, las comparaciones con su anterior banda no se hacen esperar y, de hecho, no son del todo desacertadas. Retomando el camino de aquel glorioso “Three humid nights in the cypress trees”, el cuarteto explora climas de espesa oscuridad en medio de ataques de epilepsia colectiva y Angelacos dosifica sus típicos gruñidos y alaridos de ultratumba con intervenciones melódicas casi Mikepattonescas y una nueva variedad de voz quebrada bluesera y hedionda de whisky barato. Ahora bien, ubicar al grupo en una categoría estricta sigue siendo una tare más bien complicada. “Switzerland” abre el disco y suena como si alguien le hubiera puesto anfetaminas en el café a Neurosis. Y después es posible encontrar guitarras limpias tirando acordes tan delicados como perturbadores. Luego, una batería juguetona sostiene la más volada de las zapadas. Y más adelante pueden toparse con riffs de ADN mutante, en algún lugar entre Eyehategod, Quicksand y Today Is The Day. Hablando de Today Is The Day, he de mencionar que este debut ha sido editado por Supernova, el sello del Reverendo Steve Austin, padrino de todas las cosas enfermas. Al menos para mí, eso es garantía de calidad. Pero estoy divagando. La música de estos floridanos es algo así como dar un paseo nocturno por los neblinosos pantanos de su ciudad natal y, cuando el aire se torna prácticamente irrespirable, ser atacados por una secta de yonquis satanistas sedientos de sangre. Y todo con un despliegue de ideas musicales apabullante, estructuras abiertas a la sorpresa constante, guiños al Rock sureño más pesado, volteretas casi jazzeras, punzante agresión Hardcore, algo de ese groove seco y violento de los legendarios Helmet y asfixiantes paredes de disonancia distorsionada. Y, sin embargo, lo que más asombra no es necesariamente la variedad estilística, si no que los tipos logren condensar ese flujo de influencias en un paquete homogéneo y personal. En definitiva, una banda de Metal con absoluta libertad creativa, sonido propio, imaginación y talento. No son cualidades para andar despreciando.
Merzbow “Camouflage” (2009)
Este óxido de terciopelo rompiendo los colores. Lluvia de diminutas articulaciones endurecidas y un espiral de huesos disueltos. Océanos que crujen, tragando a los reyes desplazados de otras eras. Lenguas atravesadas por agujas de cristal. Manchas, demasiadas manchas. Filamentos escamosos brillando en esta oscuridad esmeralda. Un coro de voces atrapadas en dos dimensiones ordena alimentar a los lagartos. Ojos que se mueven como espirales de mercurio. El asfalto recién cubierto de lluvia carga sobre sus hombros la memoria de todas las fatalidades. Y aúlla en idiomas de neón, a toda velocidad, hacia mausoleos temporales disfrazados de antesalas del bienestar. La historia de un flautista construido con partes humanas en descomposición, llevando a las ratas hacia las ciudades, invadiendo todo con afilados dientes y miradas de un vacío carmesí. Esos antros de comodidad dados vuelta de adentro hacia fuera. La tierra de los cables pelados y la electricidad continua. Es imposible no amar a esas bocas sin forma que intentan gritar detrás de murallas de estática. No encontramos el valor para apagar las pantallas, entonces corremos asustados, agitando los brazos, con los rostros transformados en una sucia mezcla de lágrimas y mocos. Patéticas criaturas vertebradas, estas rígidas anatomías no sirvieron de nada. Y las turbinas que nos tientan con sus cantos de sirenas demuestran ser el verdadero estadío superior en esta farsa de evolución. Hilos tan finos que ni siquiera notamos el momento exacto en que separan nuestros miembros del cuerpo. Naufragios dramatizados con gruesas láminas de metal en forma de olas. Las vibraciones de un dios que se esconde y reza por que nunca lo encontremos. Una autopista de impulsos nerviosos iluminando selectos tramos de este camino sin retorno. O al menos eso dicen. Traqueas grises en llamas. Atrapados en el ojo de un huracán de clavos. Enfermedades con forma de medusas reptando dentro de orificios indecentes. Libélulas del tamaño de un brazo humano posándose sobre las ventanas, observando. Una sinfonía de sinapsis fracturadas. Células chamuscadas que se estiran hasta romperse, reproduciéndose así hasta el infinito. Los elevados diálogos de estas geometrías imberbes. Un eterno film de decepciones fácilmente evitables. Violines rotos y melodías melodrámaticas. Ah, el miedo. Los bracitos de metal que cortan y separan las partes defectuosas del resto. Los taladros que nos mejoran y nos hacen completos. Y el punto blanco que nos despide hasta la próxima pesadilla.
Ephel Duath “Through my dog’s eyes” (2009)
Algo se está cocinando en Italia y no me refiero a unos ricos tallarines. Yendo para atrás unos nueve años nos encontramos con unos Ephel Duath abocados a un Black Metal sinfónico y pomposo, con claros guiños a lo más teatral de bandas como Arcturus. Unos pasos más y nos topamos con “The painter’s palette”, el disco de quiebre donde Davide Tiso (líder absoluto y único miembro original del grupo) reformula (hint hint) su visión musical y conforma una especie de mini orquesta Jazz-Metalera que sería el orgullo de todos los Mike Pattons del mundo. “Pain necessary to know” le siguió y vio como la propuesta se acercaba al nerviosismo disonante de Converge, achicando la paleta tímbrica y ganando, en el proceso, una mejor cohesión, sin por ello perder ni un ápice de delirio. Así, llegamos a este “Through my dog’s eyes” con Ephel Duath devenido en un trío con el jugador de Poker profesional Luciano George Lorusso en el puesto de vocalista y un concepto basado (como el título lo indica) en el punto de vista de un perro. Ok, los tipos siguen teniendo problemas y el hecho de que Ben Weinman (de The Dillinger Escape Plan) aporte elementos electrónicos en “bark loud”, el tema que cierra el álbum, es buena muestra de los terrenos por donde esta gente se mueve. Por supuesto, el enfoque musical vuelve a mutar y aquí tenemos nueve tracks donde la complejidad jazzero-progresiva se manifiesta en medios tiempos tensos y retorcidos con el énfasis puesto claramente en crear climas de un sopor casi narcótico. La voz de Lorusso es claramente más limitada y rudimentaria que la de sus antecesores, pero posee una profundidad que asusta y ayuda a tender ese puente entre la composición laberíntica y desquiciada y las formas concretas que la banda parece buscar en esta ocasión. No puedo evitar remitirme a grupos como Voivod o Thought Industry, en especial en las etapas en que dichas bandas se desligan del Metal para meterse de lleno en terrenos espaciales y buscan condensar el enorme caudal de ideas en canciones propiamente dichas antes que en amasijos de partes, riffs y cambios de ritmo. E, insisto, sin perder energía en el proceso. Claro, ya no hay desenfreno, pero la intensidad no es una cuestión de decibeles ni de velocidad. Y, claramente, esto está muy lejos de ser material de fácil digestión. Se requieren repetidas escuchas concienzudas para desentrañar las sutilezas y el gigantesco caudal creativo de este disco. Puedo entender que a algunos les resulte música demasiado cerebral porque, de hecho, lo es. Ahora bien, tampoco se trata de escuchar el disco con una calculadora a mano. Simplemente que, a veces, se necesita de un cierto grado de concentración e inteligencia para lograr los resultados esperados. Y les aseguro que el cúmulo de viajes contenidos en estos casi treinta y tres minutos de pura deformidad musical hace que el esfuerzo valga la pena.
16 “Bridges to burn” (2009)
La exaltación porrera no es propiedad exclusiva de rastafaris ni de rockeros pseudo hippies con nostalgia setentosa. Desde 1991, estos californianos vienen demostrando que el enojo más nihilista puede convivir con las espesas nubes de humo dulce. “Bridges to burn” es el regreso a las pistas después de seis años de silencio discográfico y los tipos se pusieron las pilas y retomaron la inventiva riffera y la densidad aplastante de aquel glorioso “Drop out” de 1996. Claro, no se olvidaron del groove, ese groove violento que obliga a mover la cabeza poniendo cara de malo mientras nos enroscamos los dedos en un eterno air guitar. Tal vez el público más joven asocie el sonido de 16 a bandas como Clutch, Bongzilla, Mastodon e inclusive Isis, lo cual no sería del todo incorrecto, siempre y cuando se tenga en cuenta quién estuvo primero. Por otro lado, aquí es posible escuchar esa esencia noventosa que, por momentos, los acerca a clásicos imbatibles como Helmet o Fudge Tunnel. Tal vez el referente más claro sean los inmortales Melvins (“Missed the boat”, el tema que cierra el disco, es un clarísimo ejemplo de ello), aunque esa influencia está aquí despojada del costado más experimental del asunto. Digamos que esta es una perfecta representación de esa especie de Sabbath-Core al que tantos grupos actuales aspiran. El imaginario riffero de Tony Iommi pasado por un espeso filtro de agresión Hardcore y con un sonido masivo que hubiera sido imposible siquiera de concebir en los 70’s. El vuelo creativo para dejar que esas guitarras dibujen escenas caleidoscópicas que nunca están reñidas con el gancho. Las lecciones de dinámica bien aprendidas y utilizadas en función de las canciones y no como mera excusa para construir eternos desarrollos en crescendo. El nervio rockero latiendo al rojo vivo, la intensidad al tope y los músculos en tensión constante demuestran no ser un impedimento para desparramar grandes ideas musicales y crear vívidas imágenes psicodélicas. Insisto, tal vez hoy en día ya no nos sorprendamos por la combinación de densidad Sludge, rabia Hardcore, groove noventero y enrosques casi progresivos, pero 16 posee la solidez necesaria para ser mucho más que un simple híbrido de partes inconexas. Las bermudas y la marihuana reconciliadas una vez más.
Zombi “Spirit animal” (2009)
Este dúo de Pennsylvania bien podría competir por el título de “banda más rara que ha editado Relapse en su historia”, junto con otras como 27, Karaboudjan o inclusive Exit 13 con aquel jazzero “Smoking songs” de 1996. Bien vale la aclaración, Zombi no practica ningún tipo de Metal extremo. De hecho, más allá de haber compartido escenario con Isis (por más data sobre esto pregúntenle al amigo Manuel Platino) o de que Steve Moore (tecladista, bajista y ocasional guitarrista del grupo en cuestión) haya remixado temas de Genghis Tron, la propuesta de esta gente no tiene nada que ver con el Metal en general. Ya dije que son un dúo, ya establecí que uno de sus miembros se encarga de los teclados y el bajo, sólo resta señalar que el restante, Anthony Paterra, se sienta tras los tambores y aporta también algunas teclas. Sí, son instrumentales y no usan guitarras distorsionadas. Ni por un segundo piensen en Post-Rock, aún cuando ciertos paisajes y melodías de tono melodramático puedan acercarlos a dicho rótulo. Como podrán imaginar, aquí la batuta la lleva el arsenal de teclados y sintetizadores vintage que construyen estos épicos soundtracks cósmicos. Sí, tiemblen de pavor, los sonidos más grasas de Vangelis o Rick Wakeman inundan esta placa y las anteriores. Y nada de minimalismo cool o excursiones puramente ambientales. Polirrítmias acompañadas por riffs de bajo al tono y, sobre eso, estratos y estratos de texturas, melodías entrecruzadas, secuencias (en el lograr que los elementos electrónicos suenen orgánicos radica una de sus mayores virtudes), arreglos y orquestaciones varias. Y, como para terminar de confirmar la rareza antes mencionada, todo ese enorme despliegue de complejidad instrumental y compositiva no está puesto en función de mera exhibición, pero tampoco en pos de liberar esquizofrenias ni de hacer catarsis violentas a través de erupciones de notas disonantes. Como dije antes, las canciones de Zombi, con sus extensos desarrollos, resultan ser algo así como pequeñas bandas de sonido para películas de ciencia ficción de los setentas. Alejados de estridencias, suciedades sonoras o cualquier tipo de sensación revulsiva. Casi un disco que no le disgustaría a tu mamá. Y digo casi, porque debajo de esa aparente amabilidad siempre se esconden trazos oscuros, una fina lámina narcótica que recubre las visiones aquí creadas. Por cierto, tampoco hemos de obviar los momentos en que la base rítmica se atreve a mostrar su nervio rockero con golpes de redoblante más duros y grooveros y el bajo haciendo gala de una particular distorsión Sabbathera. Y lo mejor es que, a pesar de rescatar algunas de las costumbres más vapuleadas del Rock Progresivo, Zombi en ningún momento suena a banda retro ni mucho menos a copia de ningún pope del género. Si son de esos que escuchan todo lo que edita Relapse (hola, sí, me declaro culpable), no se amilanen ante esta deformidad de traje y corbata. Les aseguro que vale la pena hacer la prueba.
Colosseum “Chapter II: Numquam” (2009)
Una procesión de huesos polvorientos que avanza lentamente, arrastrando las harapientas telas que los cubren. Arquitecturas del miedo, sólida roca moldeada como si se tratara de plastilina. Esta noche eterna que nos abraza. Los árboles vistos a lo lejos que apenas pueden recortar su silueta sobre ese fondo de impenetrable negrura. Pesadillas de opio y azufre. Una espesa niebla verde que aletarga los sentidos. La piel descompuesta en los brazos de los muertos intenta alcanzarnos. Las estrellas sonríen sardónicamente, concientes del abismal secreto que esconde su cansado resplandor. Las nubes se apilan, conformando una muralla en el firmamento que no deja de escupir maldiciones sobre los frágiles hilos que nos sostienen. La infinita pasión de los últimos segundos. El sudor abriéndose paso y la mirada carmesí despidiéndose de este mundo. No pidan variaciones ni sorpresas, esto es Funeral Doom de pura cepa. Cuatro finlandeses enfocados en lograr las pinturas más oscuras, oprimir nuestros pechos y acercarnos a una somnolencia mortuoria. El ritmo lo marcan los esporádicos golpes de batería que retumban dentro de catacumbas. Las guitarras se visten de truenos para romper el tejido de la noche y mostrarnos algunos de sus secretos. A veces so ponen su ropa de gala y nos transportan a otros tiempos, una decadencia ancestral y afiebrada. Los teclados se extienden como las puntiagudas alas de una gárgola y levantan muros plagados de invocaciones irreproducibles. La voz es el gruñido mismo de la tierra, sus entrañas moviéndose lentamente, exigiendo saciar su hambre. Ni el más ínfimo haz de luz tiene lugar en este viaje. Y tampoco esperen demasiadas vueltas de tuerca a lo hecho por otros como My Dying Bride o Skepticism. No obstante, la personalidad de Colosseum se erige en su testarudez para llevar a la práctica de forma casi puntillosa sus más fúnebres ideas. Una vez sumergidos es imposible salir de estas tumbas y las imágenes aquí representadas son de un realismo abrumador. Especialmente recomendado para suicidas indecisos.
Threatener “The hammering, the fastening and the bending of throats” (2008)
El martilleo, la aceleración y el doblamiento de gargantas. Pocas veces un título explicó tan bien el contenido de un disco. Y eso que se trata, simplemente, de la combinación de los títulos de tres discos anteriores ahora compilados (con el agregado de temas en vivo y otros aditivos) en un solo y práctico pedazo de plástico. Son cincuenta y un temas en casi media hora. Ustedes saquen la cuenta, eso es rápido. Esta gente no tiene tiempo que perder. ¿Qué las guitarras suenan ruidosas? ¿Qué, por momentos, hasta la batería parece saturar? ¿Qué en vez de canciones tenemos estallidos de blast beats entrecortados? ¿Qué los gritos del cantante son ininteligibles? ¿Qué se hace difícil diferenciar un tema de otro? Pues claro, esto es Poderviolencia en su punto más jodido, las sutilezas se las pasan por el culo. Y la energía nunca decae. Es más, escribo esto y todavía me tiemblan las piernas. Las enseñazas de Infest, Hellnation, Crossed Out y demás torturadores de instrumentos están bien aprendidas. Y hasta es posible percibir retazos de ideas musicales en este maremoto de puro odio a mil por hora. Claro, los tipos son ruidosos pero están ajustadísimos. De otra forma, todo se desmoronaría al ir a estas velocidades. Así, se puede colar un fragmento de riff Hardcore que en seguida es engullido por la bola de ruido, o un corte puede dar paso a extrañas disonancias que también desaparecen en el amontonamiento de golpes. Y en esa confusión permanente es que reside el mayor atributo de Threatener. No hay tiempo para respirar ni para tratar de adivinar por dónde vendrá el próximo golpe. Y al fin de cuentas la golpiza resulta ser liberadora. Es una pena que estos tipos se hayan separado, pero al mismo tiempo no veo cómo podrían igualar este nivel de intensidad sin convertirse en una parodia de sí mismos. Un disco para transpirar la camiseta.
Zu “Carboniferous” (2009)
Un trío italiano que, desde su nacimiento en 1997, ha colaborado con gente como Eugene Chadbourne, Mats Gustafsson, Damo Suzuki y diversos miembros de Sonic Youth, Dälek, Fugazi y The Stooges. Un bajo, una batería y un saxo que suenan como una auténtica orquesta al borde del colapso. Ya pueden hacerse a la idea de que esto no es material convencional. Sumen el hecho de que este décimo disco sea editado por Ipecac y las intervenciones del mismo Mike Patton y del Rey Buzzo en algunos temas de este “Carboniferous” y ya deberían estar dejando de leer esto y buscando el disco en cuestión. A ver, ¿les gustan las polirrítmias imposibles de seguir? ¿Aprecian los riffs secuestrados de otros mundos? ¿Adoran los climas de caos esquizoide? ¿Tienen en alta estima a esos músicos que emplean su virtuosismo para mostrarnos los recovecos más retorcidos y enfermos de su psiquis? ¿Están en una constante búsqueda de música que los sorprenda con intensidad e ideas originales? Si la respuesta a estos interrogantes es afirmativa, no pueden dejar pasar esta maravilla. Diez canciones que estallan con una energía incontrolable, con un baterista que conoce a la perfección el alfabeto de sutilezas del Jazz y es capaz de aplicarlo con la fuerza de una estampida de elefantes merqueados, con un bajista que arma trabalenguas en forma de riffs para luego eliminar el oxígeno con inmensos estallidos de graves y al rato se disuelve en efectos irreales, con un saxofonista que aprendió las lecciones de Coltrane, Zorn y demases y encima se da el lujo de hacer sonar a su instrumento como nadie más en el mundo lo ha hecho antes. Diez canciones que esconden miles de laberintos, que saben replegarse en misteriosas letanías, que crean fragmentos de películas borroneadas por uñas sucias y las reconstruyen a los golpes. Pueden regodearse en las abstracciones matemáticas más desencajadas o escupir fuego por los ojos con arrebatos que chorrean distorsión en forma de lava. Pueden evocar atmósferas dignas de un policial negro o simplemente nadar entre mutilaciones, ríos de sangre y orgías lisérgicas. Tienen el talento para competir con cualquier artista de Jazz y la fuerza para pasarle por encima a todos los metaleros del mundo. Aprendieron la ética del mejor Hardcore/Punk y de allí también toman sus ideas musicales más revulsivas. Y, aún así, estos delirios no dejan de ser canciones donde la exploración no se choca con la contundencia. El 2009 arrancó con todo y he aquí otro de los discos que seguramente ocupará las listas de los mejores del año.
Sabazius “The song of Los” (2009)
Los dioses gritan desde su refugio estelar. Puños rocosos chocan entre sí lanzando esquirlas del tamaño de planetas. El útero del cosmos se rasga. Cuerpos celestes estallando uno a uno, marcando el ritmo de esta sinfonía cósmica de destrucción. Diminutos profetas tratan de explicar este fin inevitable. Los temblores se sienten cada vez más cerca. La firme y constante marcha fúnebre que hace resquebrajar los cimientos de la tierra misma. Brechas supurando lava, un cielo negro atravesado por cegadoras fracturas de color azul brillante. Las nubes se reagrupan formando los rostros ancestrales que jamás soñamos contemplar. Ojos de fuego y voces de trueno. Un eterno dominó de montañas cediendo ante su propio peso. Desiertos grises expandiéndose hasta cubrir toda superficie, dejando a su paso una estela de esqueletos. Cráteres lanzando llamas hacia el infinito. Siluetas de lodo endurecido llorando plegarias tardías. Un nuevo amanecer cubierto de oscuras y pesadas túnicas. Adoradores de las visiones apocalípticas, regocíjense con estos veinticinco minutos de puro Apocalipsis en forma de Doom, valga la casi redundancia. Dos ingleses con una guitarra y una batería han logrado revivir el espíritu de aquel legendario “Jerusalem” (o “Dopesmoker”, si prefieren) de Sleep dotándolo de una desesperante negrura extra. Los riffs toman el camino de las pocas notas bien puestas y lo mismo sucede con los atronadores y espaciados golpes de batería que dan forma a este fin del mundo musical. Las voces se debaten entre recitados casi susurrados y gritos dignos de una legión de brontosaurios en celo. Y los tipos tienen en claro hasta dónde llegar sin aburrir, algo que ya habían demostrado en su debut homónimo que superaba las dos horas de duración y que, por cierto, está disponible para bajar de forma gratuita en el Myspace del dúo (si son vagos, les dejo la dirección: www.myspace.com/sabaziusband). En definitiva, si bandas como Ufomammut, Zoroaster e inclusive Sunn 0))) son parte de su dieta regular de sonidos graves y lentos, yo, Carlos Sacaan, les recomiendo incorporar este delicioso y nutritivo plato. Puede que les caiga un poco pesado, pero esa es la idea.
Cattle Decapitation “The harvest floor” (2009)
Un tema sólo (me refiero a “The gardeners of Eden”, que abre la placa) le basta a este cuarteto de San Diego para dar una lección de imaginación, dinamismo y violencia y, de paso, demostrar que se puede seguir haciendo avanzar al Death Metal. Los blast beats más frenéticos y veloces del mundo, los riffs más intrincados y retorcidos, y pasajes que evocan melodías casi místicas. Ok, los tipos decidieron jugarse varias fichas por el costado más técnico del asunto. Los cortes casi constantes y el vértigo de las cuerdas en constante movimiento así lo prueban. Pero, hete aquí que esta gente tiene algo más que pelo en su cabeza (y, a decir verdad, tampoco es que tengan taaanto pelo. De hecho todos exhiben su reglamentario corte Hardcore. Pero bueno, se entiende la idea, ¿no?... ¿Ah, no?) y entonces se rodean de invitados ajenos al género que refuerzan la intención de búsqueda. Y, si entre dichos invitados, tenemos gente de Amber Asylum, Ludicra, Asunder y a la mismísima Diosa de la muerte, Jarboe (ex Swans. Y si no saben quiénes son los Swans necesitan urgente un curso acelerado de música extrema), la cosa no puede fallar. Ahora bien, si son de esos cabezas duras que sólo quieren brutalidad y más brutalidad, no teman. “The harvest floor” tiene toneladas de riffs enfermos y malvados, doble bombo para regalar y los gruñidos más guturales del condado. Y también tiene juegos en el diapasón y los parches que nos recuerdan que alguna vez hubo miembros de The Locust en sus filas. Y, ya que estamos enumerando, tampoco olvidan que sus principales mentores ideológicos (Carcass, claro. No va a ser Daniel “Conejito” Alejandro) además de ser vegetarianos adquirieron con el tiempo un alto respeto por la melodía y supieron incluirla en su propuesta sin perder por ello la esencia extrema. Lección aprendida, entonces, aunque bien vale aclarar que, a esta altura, Cattle Decapitation está a eones de distancia de la eterna legión de clones Carcasseros que inunda el undeground metalero. El truco probablemente esté en esos tics que tienen en el bocho y que les hacen irse por tangentes inesperadas sin dejar de ser un grupo de Death Metal hecho y derecho. O casi. En verdad es realmente agotador tener que seguir pendiente de rótulos y demás paparruchadas, en especial ante tanta música excelente que sólo pide ser disfrutada con todos los sentidos. Incluso con el sexto sentido.
Mouthpiece “Can’t kill what’s inside – The complete discography” (2009)
El título de este disco nos da algunas pistas. Nos dice que la banda encargada de su contenido ya no existe como tal. Bien. También, con ese “No puedes matar lo que está adentro”, no es muy difícil adivinar que estamos en presencia de Hardcore puro y sin adulterar. La historia cuenta que Mouthpiece nace en New Jersey a principios de los 90’s, inspirados por el sonido vieja escuela de Gorilla Biscuits, Bold y demás luminarias del género. El hecho de encontrarse prácticamente varados en una escena que estaba en claras vías de desaparición no los detuvo y, hoy en día, podemos percibir como esa testarudez (sumadas al afilado instinto compositivo del quinteto) dio sus frutos en bandas como In My Eyes, American Nightmare (luego conocidos como Give Up The Ghost), Count Me Out, This Is Hell y tantas otras que se encargaron (algunas lo hacen aún en la actualidad) de mantener en alto las banderas de ese Hardcore duro sin ser metálico, emotivo sin ser Emo, creativo sin llegar al Post-Hardcore y melódico sin tener nada que ver con los soleados climas californianos. Como corresponde, la palabra clave es intensidad. Esa voz quebrada y casi inocente que grita las verdades que nuestro cinismo se niega a aceptar. Esas guitarras vibrantes, de ideas simples pero siempre efectivas. Esos ritmos que son invocaciones al mosh más desenfrenado. Y una impecable colección de grandes canciones. Claro, esto no es vanguardia, pero aquí los clichés están absorbidos con absoluta honestidad, dejando de lado la pose berreta y enfocándose al máximo en transmitir esa rabia liberadora que caracteriza al buen Hardcore. Hay lugar para rebajes rítmicos, riffs que se salen del, a veces, estricto abecedario Core y climas de tensión casi introspectivos. Y nada de eso tiene nada que ver con breakdowns, virtuosismo ni estribillos poperos. Bien podría aventurarse que Mouthpiece fue una banda que quedó varada (estilísticamente hablando) entre los sonidos rudimentarios de las viejas bandas Straight Edge y el intento de expansión sonora que inspiró aquel glorioso Revolution Summer de 1986 en Washington D.C. Por otro lado, la esencia musical de estos muchachos es cien por ciento neoyorkina y su apego por ciertos esquemas tradicionales no es resultado de limitaciones musicales si no de una decisión artística consciente. Suena a verso repetido, pero aquí realmente se mantiene el espíritu (o el núcleo, je) tratando de aportarle una visión más fresca. Una pieza fundamental para entender la evolución del Hardcore.
Hope And Suicide “Hope and suicide” (2008)
Yo sé que a veces me pongo un poco pesado con esto, pero hagamos un poco de historia. Bloodlet fue una banda que existió entre 1992 y 2003 y se ganó un status de culto gracias a su particular combinación de Hardcore, Metal, Sludge, Noise y toques progresivos, envueltos en atmósferas entre tenebrosas y alucinógenas. Editaron cuatro discos (“Eclectic”, “Entheogen”, “The seraphim fall” y “Three humid nights in the cypress trees”. Todos absolutamente recomendables) y se disolvieron envueltos en un silencio sepulcral. Toda esta introducción para llegar a decir que Hope And Suicide no es ni más ni menos que el proyecto liderado por Scott Angelacos, antiguo vocalista de Bloodlet, aquí acompañado por el ex bajista de dicha banda, Thomas Crowther. Como era de esperar, las comparaciones con su anterior banda no se hacen esperar y, de hecho, no son del todo desacertadas. Retomando el camino de aquel glorioso “Three humid nights in the cypress trees”, el cuarteto explora climas de espesa oscuridad en medio de ataques de epilepsia colectiva y Angelacos dosifica sus típicos gruñidos y alaridos de ultratumba con intervenciones melódicas casi Mikepattonescas y una nueva variedad de voz quebrada bluesera y hedionda de whisky barato. Ahora bien, ubicar al grupo en una categoría estricta sigue siendo una tare más bien complicada. “Switzerland” abre el disco y suena como si alguien le hubiera puesto anfetaminas en el café a Neurosis. Y después es posible encontrar guitarras limpias tirando acordes tan delicados como perturbadores. Luego, una batería juguetona sostiene la más volada de las zapadas. Y más adelante pueden toparse con riffs de ADN mutante, en algún lugar entre Eyehategod, Quicksand y Today Is The Day. Hablando de Today Is The Day, he de mencionar que este debut ha sido editado por Supernova, el sello del Reverendo Steve Austin, padrino de todas las cosas enfermas. Al menos para mí, eso es garantía de calidad. Pero estoy divagando. La música de estos floridanos es algo así como dar un paseo nocturno por los neblinosos pantanos de su ciudad natal y, cuando el aire se torna prácticamente irrespirable, ser atacados por una secta de yonquis satanistas sedientos de sangre. Y todo con un despliegue de ideas musicales apabullante, estructuras abiertas a la sorpresa constante, guiños al Rock sureño más pesado, volteretas casi jazzeras, punzante agresión Hardcore, algo de ese groove seco y violento de los legendarios Helmet y asfixiantes paredes de disonancia distorsionada. Y, sin embargo, lo que más asombra no es necesariamente la variedad estilística, si no que los tipos logren condensar ese flujo de influencias en un paquete homogéneo y personal. En definitiva, una banda de Metal con absoluta libertad creativa, sonido propio, imaginación y talento. No son cualidades para andar despreciando.
Merzbow “Camouflage” (2009)
Este óxido de terciopelo rompiendo los colores. Lluvia de diminutas articulaciones endurecidas y un espiral de huesos disueltos. Océanos que crujen, tragando a los reyes desplazados de otras eras. Lenguas atravesadas por agujas de cristal. Manchas, demasiadas manchas. Filamentos escamosos brillando en esta oscuridad esmeralda. Un coro de voces atrapadas en dos dimensiones ordena alimentar a los lagartos. Ojos que se mueven como espirales de mercurio. El asfalto recién cubierto de lluvia carga sobre sus hombros la memoria de todas las fatalidades. Y aúlla en idiomas de neón, a toda velocidad, hacia mausoleos temporales disfrazados de antesalas del bienestar. La historia de un flautista construido con partes humanas en descomposición, llevando a las ratas hacia las ciudades, invadiendo todo con afilados dientes y miradas de un vacío carmesí. Esos antros de comodidad dados vuelta de adentro hacia fuera. La tierra de los cables pelados y la electricidad continua. Es imposible no amar a esas bocas sin forma que intentan gritar detrás de murallas de estática. No encontramos el valor para apagar las pantallas, entonces corremos asustados, agitando los brazos, con los rostros transformados en una sucia mezcla de lágrimas y mocos. Patéticas criaturas vertebradas, estas rígidas anatomías no sirvieron de nada. Y las turbinas que nos tientan con sus cantos de sirenas demuestran ser el verdadero estadío superior en esta farsa de evolución. Hilos tan finos que ni siquiera notamos el momento exacto en que separan nuestros miembros del cuerpo. Naufragios dramatizados con gruesas láminas de metal en forma de olas. Las vibraciones de un dios que se esconde y reza por que nunca lo encontremos. Una autopista de impulsos nerviosos iluminando selectos tramos de este camino sin retorno. O al menos eso dicen. Traqueas grises en llamas. Atrapados en el ojo de un huracán de clavos. Enfermedades con forma de medusas reptando dentro de orificios indecentes. Libélulas del tamaño de un brazo humano posándose sobre las ventanas, observando. Una sinfonía de sinapsis fracturadas. Células chamuscadas que se estiran hasta romperse, reproduciéndose así hasta el infinito. Los elevados diálogos de estas geometrías imberbes. Un eterno film de decepciones fácilmente evitables. Violines rotos y melodías melodrámaticas. Ah, el miedo. Los bracitos de metal que cortan y separan las partes defectuosas del resto. Los taladros que nos mejoran y nos hacen completos. Y el punto blanco que nos despide hasta la próxima pesadilla.
Ephel Duath “Through my dog’s eyes” (2009)
Algo se está cocinando en Italia y no me refiero a unos ricos tallarines. Yendo para atrás unos nueve años nos encontramos con unos Ephel Duath abocados a un Black Metal sinfónico y pomposo, con claros guiños a lo más teatral de bandas como Arcturus. Unos pasos más y nos topamos con “The painter’s palette”, el disco de quiebre donde Davide Tiso (líder absoluto y único miembro original del grupo) reformula (hint hint) su visión musical y conforma una especie de mini orquesta Jazz-Metalera que sería el orgullo de todos los Mike Pattons del mundo. “Pain necessary to know” le siguió y vio como la propuesta se acercaba al nerviosismo disonante de Converge, achicando la paleta tímbrica y ganando, en el proceso, una mejor cohesión, sin por ello perder ni un ápice de delirio. Así, llegamos a este “Through my dog’s eyes” con Ephel Duath devenido en un trío con el jugador de Poker profesional Luciano George Lorusso en el puesto de vocalista y un concepto basado (como el título lo indica) en el punto de vista de un perro. Ok, los tipos siguen teniendo problemas y el hecho de que Ben Weinman (de The Dillinger Escape Plan) aporte elementos electrónicos en “bark loud”, el tema que cierra el álbum, es buena muestra de los terrenos por donde esta gente se mueve. Por supuesto, el enfoque musical vuelve a mutar y aquí tenemos nueve tracks donde la complejidad jazzero-progresiva se manifiesta en medios tiempos tensos y retorcidos con el énfasis puesto claramente en crear climas de un sopor casi narcótico. La voz de Lorusso es claramente más limitada y rudimentaria que la de sus antecesores, pero posee una profundidad que asusta y ayuda a tender ese puente entre la composición laberíntica y desquiciada y las formas concretas que la banda parece buscar en esta ocasión. No puedo evitar remitirme a grupos como Voivod o Thought Industry, en especial en las etapas en que dichas bandas se desligan del Metal para meterse de lleno en terrenos espaciales y buscan condensar el enorme caudal de ideas en canciones propiamente dichas antes que en amasijos de partes, riffs y cambios de ritmo. E, insisto, sin perder energía en el proceso. Claro, ya no hay desenfreno, pero la intensidad no es una cuestión de decibeles ni de velocidad. Y, claramente, esto está muy lejos de ser material de fácil digestión. Se requieren repetidas escuchas concienzudas para desentrañar las sutilezas y el gigantesco caudal creativo de este disco. Puedo entender que a algunos les resulte música demasiado cerebral porque, de hecho, lo es. Ahora bien, tampoco se trata de escuchar el disco con una calculadora a mano. Simplemente que, a veces, se necesita de un cierto grado de concentración e inteligencia para lograr los resultados esperados. Y les aseguro que el cúmulo de viajes contenidos en estos casi treinta y tres minutos de pura deformidad musical hace que el esfuerzo valga la pena.
16 “Bridges to burn” (2009)
La exaltación porrera no es propiedad exclusiva de rastafaris ni de rockeros pseudo hippies con nostalgia setentosa. Desde 1991, estos californianos vienen demostrando que el enojo más nihilista puede convivir con las espesas nubes de humo dulce. “Bridges to burn” es el regreso a las pistas después de seis años de silencio discográfico y los tipos se pusieron las pilas y retomaron la inventiva riffera y la densidad aplastante de aquel glorioso “Drop out” de 1996. Claro, no se olvidaron del groove, ese groove violento que obliga a mover la cabeza poniendo cara de malo mientras nos enroscamos los dedos en un eterno air guitar. Tal vez el público más joven asocie el sonido de 16 a bandas como Clutch, Bongzilla, Mastodon e inclusive Isis, lo cual no sería del todo incorrecto, siempre y cuando se tenga en cuenta quién estuvo primero. Por otro lado, aquí es posible escuchar esa esencia noventosa que, por momentos, los acerca a clásicos imbatibles como Helmet o Fudge Tunnel. Tal vez el referente más claro sean los inmortales Melvins (“Missed the boat”, el tema que cierra el disco, es un clarísimo ejemplo de ello), aunque esa influencia está aquí despojada del costado más experimental del asunto. Digamos que esta es una perfecta representación de esa especie de Sabbath-Core al que tantos grupos actuales aspiran. El imaginario riffero de Tony Iommi pasado por un espeso filtro de agresión Hardcore y con un sonido masivo que hubiera sido imposible siquiera de concebir en los 70’s. El vuelo creativo para dejar que esas guitarras dibujen escenas caleidoscópicas que nunca están reñidas con el gancho. Las lecciones de dinámica bien aprendidas y utilizadas en función de las canciones y no como mera excusa para construir eternos desarrollos en crescendo. El nervio rockero latiendo al rojo vivo, la intensidad al tope y los músculos en tensión constante demuestran no ser un impedimento para desparramar grandes ideas musicales y crear vívidas imágenes psicodélicas. Insisto, tal vez hoy en día ya no nos sorprendamos por la combinación de densidad Sludge, rabia Hardcore, groove noventero y enrosques casi progresivos, pero 16 posee la solidez necesaria para ser mucho más que un simple híbrido de partes inconexas. Las bermudas y la marihuana reconciliadas una vez más.