Por Fernando Suarez.
John Zorn “The crucible”(2008): Gracias por los sobresaltos. Gracias por los gestos desencajados. Gracias a esta gente por tanta música. Por tanto dolor y tanta admiración. Por las sorpresas y por los guiños cómplices. Que tal vez sean pocos pero necesarios. Gracias por los espasmos, por las más tenebrosas invocaciones rituales. Y gracias, claro, por todos esos monstruos deformes y de piel abultada que se dibujan en la garganta de este señor…¿cómo es que se llamaba? Ah, Mike Patton. En fin. Gracias por las frecuencias bajas y los climas pintados con carbón. Gracias por las agujas en los tímpanos. Gracias por el Rock más frenético y mala onda que jamás se haya concebido. Gracias por el incesante flujo de imágenes atravesando mente, cuerpo y alma. Gracias por desnudar la ciudad en medio de bosques de una oscuridad impenetrable. Gracias por este miedo helado y agotador. Gracias por las exigencias y por las devoluciones. Gracias por el trabajo en equipo y las sutilezas. Gracias por la tradición respetada a puñetazo limpio. Por las pentatónicas bien aprovechadas y por la arquitectura ruidosa llevada a su máxima expresión. Gracias por las neuronas sacando chispas y los músculos al rojo vivo. Gracias por el sudor y por esa incesante carrera escapando de estereotipos burdos y vacíos. Gracias por los gritos. Y esta vez me refiero a los de ese pobre saxofón abusado hasta el límite de la tolerancia. Gracias por el swing y por estas enfermedades armónicas. Gracias por esta dulce parálisis, esta sobrecarga de los sentidos. Gracias por los platillos envolventes y las melodías nocturnas. Gracias por la tensión y la expectativa. Gracias por las interpretaciones sentidas y las composiciones caóticas. Gracias por los sonidos que raspan con suavidad y por los que arrancan la piel sin miramientos. Gracias por transformarse en antenas humanas de emociones fuertes, lejos de cualquier atisbo de frialdad académica. Gracias por los riffs laberínticos y las bases imposibles de seguir sin perder la compostura. Gracias por bucear en los más insondables abismos del espíritu y mostrarnos lo que allí se esconde. Gracias por los placeres lúdicos y por la intensidad intransigente. Gracias por tanta inspiración y por la certeza de que nunca está todo dicho en la música y el arte en general.
Mikoto “We are the architects”(2008): Cuidado, lo voy a decir. Sí, la palabrota esa. Emo. Claro, ahora todos los viejos chotos (y los no tanto también. De hecho, no deja de ser extremadamente gracioso y triste al mismo tiempo ver a jovencitos con pelos largos y remeras de Judas Priest diciéndole putos a los del flequillito) nos hacemos los pistolas y nos reímos de estos adolescentes maquillados como si nosotros hubiéramos nacido con el gen de la coolez infinita en nuestro ADN. Es cierto que sería una estupidez negar el hecho de que algunos géneros, al alcanzar cierto grado de masividad, se saturan de clones sin nada para ofrecer. De la misma forma, es una completa necedad el cerrar la puerta a la posibilidad de que dentro de dichas corrientes puedan aparecer bandas dignas de atención. O sea, ningún género (bueno, casi ninguno) es descartable por definición. Y, al fin de cuentas, no debería necesitar tanta perorata para justificar que me haya gustado un disco Emo. Vamos, bandas como The Get Up Kids, Sunny Day Real Estate o Braid (por sólo nombrar a algunas de las más representativas) siguen estando entre las mejores cosas que le pasó al Rock en los 90’s. En fin, Mikoto hace Emo, entonces. Y no del vieja escuela. Acá hay gritos bien fuertes y guitarras duras, casi metaleras. Y también hay estribillos melódicos, punteitos bonitos y ritmos espásticos. Y buenas canciones, qué tanto. Guitarras capaces de extraerle buenas ideas a un formato que parece agotado hace tiempo, un cantante capaz y ubicado, que no exagera sus afecciones pero no escatima intensidad y una base rítmica que comprende a la perfección la dinámica que se requiere para este tipo de composiciones. Ok, no es nada nuevo y hay serias chances de que si alguna vez se cruzan con un video de estos chicos en Mtv los odien con toda su alma. Pero si son capaces de separarse por unos minutos del prejuicio (no digo que sea fácil, sólo que a veces, y sólo a veces, vale la pena intentarlo), tal vez encuentren algo más que lloriqueos tontuelos en este auténtico despliegue de emociones al rojo vivo.
Muga “There is nothing eternal exists”(2008): No es ninguna novedad, el mundo en el que vivimos se torna día a día más desagradable. Uno puede encontrar varios motivos para sentirse pesimista. Sin duda alguna, estos japoneses no tienen empacho en compartir su apocalíptica visión de las cosas con nosotros, errores gramaticales incluidos. Lo de Muga es Crust pero no esperen un mero regodeo en el viejo y querido d-beat. Las oscuras y casi depresivas melodías que dibuja la guitarra los emparentan con bandas como His Hero Is Gone o Tragedy. Voces cascadísimas, firmes marchas aceleradas, rebajes densísimos, riffs envolventes y un innegociable clima de perdición atraviesan las nueve canciones que componen este segundo álbum. Inclusive (como ya hiciera Tragedy anteriormente) se atreven a meter pianos y van más allá incorporando un funerario órgano como para no dejar dudas respecto de sus objetivos. Tal vez el punto más distintivo sea el hecho de que, por momentos, las melodías tienen serias influencias de la música tradicional japonesa. Y si están imaginando una versión de Birushanah con más revoluciones por minuto y una cuota extra de mugre punky, no están tan mal rumbeados. (Nota mental: con estas referencias no ayudás a nadie, pedazo de elitista) Pero en definitiva estamos en presencia de una banda con personalidad propia. Por momentos suenan como plegarias lanzadas a un cielo negro mientras enormes bloques de cemento caen sobre nuestros cuerpos, por momentos logran imágenes inequívocas del final que estos tipos sienten tan cercano. Y, como corresponde a un grupo de extracción Hardcore, todo ese caudal visual se siente en el cuerpo, en las entrañas. Olviden la alegría navideña y los buenos deseos de prosperidad y déjense envolver por estas llamas eternas.
Light “A million dead beneath the ice”(2008): Una cámara de torturas construida bajo cuevas en la nieve. Un blanco cegador adornado de rojo. Fotografías de rostros inertes mostrando sus dientes bajo una gruesa capa de frío sólido. En el universo de Light, el blanco es el nuevo negro. Porque todos sabemos que el infierno es un lugar helado. Aquí las guitarras son una tenue pero persistente tormenta de nieve que corta la piel y entumece los huesos. Las voces son los lamentos lejanos de los moribundos al ser torturados y enterrados bajo el hielo. El ritmo es un eterno cortejo fúnebre en cámara más que lenta. ¿Drone funerario con espíritu Black? Qué sé yo, esto es pura desesperación hecha música. Transmisiones infectadas desde lugares que nunca quisiéramos visitar. Rituales de perdición quirúrgica. Procesiones leprosas arrastrando cadenas. El mundo frío. El miedo y las visiones más perturbadoras. Melodías en túnicas raídas y polvorientas. El aire viciado y las encías mohosas. La piel endurecida y cuarteada. Arpegios como hebras cristalinas entrecruzándose hasta formar una definitiva mortaja. ¿Pueden escuchar el golpe metálico del martillo hundiendo los clavos en la carne? Ahogarse con bloques macizos de estática, sentir cada uno de los impulsos nerviosos apagándose uno por uno hasta dejar en su lugar un infinito espacio en blanco.
Birdflesh “The farmer’s wrath”(2008): Parece una obviedad, pero a veces hace falta recordarlo. El sentido del humor en el Metal extremo no siempre significa falta de ideas musicales. Estos suecos vienen dando pruebas de ello desde hace quince años. Se permiten jugar con diversos géneros sin dejar nunca de lado la esencia Grindcore que los caracteriza y no se quedan varados en la parodia musical, si no que aportan su propia visión musical. O sea, esto no es el chiste ecléctico de bandas como Crotchduster o Excrementory Grindfuckers que tan rápidamente se agota. Acá hay rabia, riffs destructores, inclusive con vueltas más elaboradas, cambios de tempo abruptos y enfermantes, machaques imposibles de no seguir con la patita, juegos de voces podridas que pueden ser jocosas o sencillamente violentas. Y, claro, hay letras extremadamente pelotudas y decididamente hilarantes. El poder imbatible de Birdflesh está en la guitarra demente de Achmed Abdulex (sí, así se hace llamar. Y lo acompañan Adde Mitroulis y…Panda Flamenco. Aplausos para este pibe, por favor), creador de una gama de riffs que no dan respiro, pletóricos de buenas ideas aplicadas al Grindcore. Vamos, el tipo escuchó su buena ración de Brutal Truth, y eso es uno de los mejores elogios que se me pueden ocurrir para un guitarrista grinder. Inclusive se dan el lujo de subir el nivel, luego de aquel pequeño bache que resultó ser el anterior “Mongo musicale” (al top ten de mejores títulos de discos de la historia de la vida, no obstante), ganando en variantes y recuperando la frescura de aquel genial “Night of the ultimate mosh”. Y, como si todo esto fuera poco, los muy descarados no le temen al gancho y logran que sus canciones queden pegadas en el cerebro a pesar de la virulencia de las mismas. Y si eso no les basta, escuchen los samples en español (y me refiero a español de España. Bah, gallego) de “Flamencorpse” y ríndanse a su pies. Y que conste que dejé pasar lo grandioso del título de ese tema. Ok, no son Pig Destroyer con sus cruentas exploraciones psicológicas, tampoco Nasum con sus convicciones políticas (otra cosa que los diferencia es que ningún miembro de Birdflesh está viendo crecer las algas desde abajo del oceáno) y mucho menos Antigama con su visión futurista del Grindcore, pero cualquiera que se diga fanático del género y no les preste oídos es porque nunca entendió el chiste.
The Fall Of Troy “Phantom on the horizon”(2008): Tal vez nunca llegue a entender del todo por qué me gusta esta banda. Tal vez eso mismo es lo que los hace atractivos. No sé. Lo cierto es que The Fall Of Troy posee varias cualidades que yo suelo odiar en el Rock. Son virtuosos y no temen mostrarlo, construyen canciones larguísimas, llenas de cambios, idas y venidas, poseen melodías tan épicas que harían sonrojar al más rabioso fanático de Tolkien y encima cuentan con un cantante que, en su modalidad limpia, es algo así como la versión Emo de Geddy Lee. Es más, este fantasma en el horizonte es un ep…uno que dura casi cuarenta minutos, claro. Y es conceptual. Ok, puedo vivir con la vergüenza de admitir que me gusta un grupo netamente de Metal Progresivo. Y es que lo hacen bien. Esos riffs (sí, son trescientos mil millones de riffs por canción, ¿qué pensaban?) enroscadísimos generan pinturas y la evolución constante de las composiciones logra transportarme y atraparme en sus historias sin que el aburrimiento asome la cabeza ni una sola vez. Claro, estos tres jovencitos de Washington han mamado tanto de los excesos progresivos de los 70’s como del caos controlado del Mathcore y es imposible no notar ese approach más intenso en su música. Y no me refiero simplemente a los ocasionales chillidos hardcorosos, si no también a las disonancias taladrantes, los pasajes ruidosos, los momentos de monolítica densidad y la dinámica esquizofrénica manejada como medio y no como fin en sí mismo. Es válido también aclarar que The Fall Of Troy, con sólo tres miembros y sin solos dejan a peleles como Dream Theater como unos viejitos patéticos tratando de emular sin éxito a sus ídolos. Acá hay personalidad de sobra. Y también hay música, lo que los oyentes más acartonados llamarían buena música. Impecablemente interpretada, construida con el corazón y la mente en perfecta armonía y pretenciosa como el carajo. Jamás pensé que escribiría semejante barbaridad, pero si la cosa progreta les hace mojar los calzones, es casi obligatorio que escuchen este disco.
Ehnahre “The man closing up”(2008): Uno ya sabe de antemano que si un proyecto cuenta con tres miembros de esa especie de orquesta del Metal Avant-Garde que es Kayo Dot, lo único que se puede esperar es lo inesperado. Y, en estos casos, es más que satisfactorio no sentirse defraudado. ¿Cómo definir lo que hace Ehnahre? Veamos, si alguna vez escucharon a Kayo Dot, por ahí pueden empezar a hacerse una idea de cómo viene la mano. Pero todavía se estarían quedando cortos. Ahora, si sumamos a la ecuación nombres como Pan-Thy-Monium, Khanate, Morbid Angel y Naked City, ya la cosa va tomando forma. Bueno, es un decir. Porque pocas cosas son tan deformes como lo que van a encontrar en estos cinco tracks sin nombre. Desde una ultradensidad Doom inhumana e inconexa, con acordes cayendo como rocas gigantes que se desprenden de una montaña y resuenan hasta el final de los días, hasta caóticos blast-beats rellenos de riffs huracanados y adornados con tormpetas y violines. Voces guturales, gritos de otras dimensiones y cánticos rituales. Silencios misteriosos, improvisaciones desencajadas, sonidos que se escapan de las manos como agua. Riffs deathmetaleros fracturados por rítmicas jazzeras, climas de oscuridad casi blackmetalera donde los vientos no hacen más que acrecentar la decadencia del aquelarre, capas de sonidos superpuestos que se meten en tu centro nervioso sin pedir permiso y hacen que tu cabeza de vueltas hasta sentir una viscosa masa en tu estómago que pugna por liberarse. Paredes de pura e impenetrable distorsión que dan paso a susurros operísticos dignos de musicalizar la más jodida película de terror en blanco y negro. Un bajo con cuerdas hechas con las entrañas de un elefante se mueve como una serpiente mientras las guitarras y la batería juegan a las escondidas con entradas y salidas totalmente esquizofrénicas. Cuerdas que se tensan lanzando chirridos de dolor en medio de una golpiza mutante de tambores mientras una melodía sórdida y acechante se va abriendo paso hasta alcanzar proporciones cósmicas. Y así continúa esto, en un constante juego de repliegues y ataques. Atrévanse a experimentarlo, no van a saber qué los golpeó.
Final “Dead air”(2008): Una puerta de metal líquido que se abre como si fuera un flor cromada. Partículas de óxido, ásperas y cobrizas, viajan en este océano plateado y se reproducen como estrellas en un cosmos irreal. Láminas espejadas atravesando la blanda carne, fundiéndose con los huesos. Secuencias de cifras inconexas se suceden a toda velocidad, transmitiendo códigos ilegibles. La entrada a un pasadizo que desemboca en otro pasadizo que desemboca en otro pasadizo que desemboca en otro pasadizo que jamás existió en primer lugar. Gigantes gusanos que se arrastran dejando a su paso una sustancia verde y viscosa. Cada tortuoso movimiento de su exoesqueleto se traduce en guturales inflexiones. El cielo y las aguas se funden y nuevos organismos flotantes se desprenden de membranas etéreas. Medusas fluctuando fluorescentes sobre un telón de oscuridad total. Los quejidos repetitivos de estos engranajes descompuestos. Toses de metal, ásperas bacterias recorriendo surcos de polvo rojo. Y así podría seguir por siempre. Visiones, millones de imágenes surcando los ojos de la mente y haciendo papilla los sentidos. De eso se trata la música de Final. Por si no lo sabían, este es el viejo proyecto (activo desde antes de la formación de Napalm Death) donde Justin Broadrick da rienda suelta a su pasión por los sonidos Industriales/Ambientales, bajo la atenta tutela de clásicos como Throbbing Gristle, Whitehouse o Coil. Y sí, este tipo sigue creando universos musicales propios con cada uno de sus grupos. Y nunca una sonrisa, claro. “Dead air” tal vez sea el trabajo más variado de Final, logrando que convivan sin problemas los embotadores climas ambientales infectados con estratos y estratos de sutilezas sonoras, los arrebatos de ruido abrasivo y amorfo, y los amagues de melancolía evocadora que nos recuerdan que el cerebro detrás de todo esto es el mismo creador de las melodías irresistibles de Jesu. Con Napalm Death destruyó la música tal y cómo la conocíamos hasta entonces. Con Godflesh logró la banda de sonido ideal para el fin del mundo. Con Techno Animal aplicó la más furiosa brutalidad a la música electrónica. Con Jesu conjugó de forma perfecta densidad y melodía. Con sus diversas colaboraciones (Head Of David, God, Curse Of The Golden Vampire, Ice, Sweet Tooth, etc) se animó siempre a explorar nuevos caminos de extremidad musical. Con Final genera puras sinfonías de abstracción. Si alguna vez se entrega el premio al músico más completo e influyente del Metal extremo, exijo que el bueno de Justino esté entre los nominados.
No Use For A Name “The feel good record of the year”(2008): Hace tiempo que estos californianos vienen demostrando que los skaters de bermudas pueden hacer su propia versión del Punk maduro sin perder ninguna de sus cualidades. Y es que esto no tiene nada que ver con saltimbanquis bobalicones como Blink 182 o Sum 41. Y no lo digo sólo por el hecho de que No Use For A Name ya cuenta con más de veinte años de carrera ininterrumpida. La clave, como siempre, está en las canciones. Y Tony Sly, el eterno líder del grupo tiene muy en claro como hacer que estas sean memorables sin caer en el pasatismo ni en la pose barata. Por supuesto, aquí manda la melodía. Y Sly parece poseer el gen Beatle que lo hace componer líneas vocales impecables, de esas que te obligan a tararearlas una y otra vez. Puede emocionarte hasta las lágrimas o levantarte el ánimo en el peor de los días. Puede sorprenderte escondiendo un trabajo casi artesanal detrás de la aparente simpleza de los temas. Claro, la base sigue siendo ese Hardcore-Punk acelerado, esas baterías hiperkinéticas, esas guitarras filosas y ese bajo tenso y firme. O las lecciones bien aprendidas de Bad Religion. Pero ojo, esto no es ninguna copia de nadie. Y tampoco se trata de material monótono, siempre hay lugar para guitarras acústicas, tempos que los acercan al Power-Pop y letras que no temen tocar tópicos políticos. Ok, he de reconocer que, en comparación con el anterior “Keep them confused”, la banda le ha dado aquí más espacio a su costado más efervescente. Lo cual no es algo necesariamente malo, es sólo una cuestión de gustos. En definitiva, podríamos hablar del enorme poder que encierra la humildad de las buenas canciones. O podríamos descubrir como, a veces, la falta de pretensiones no significa un vacío de ideas musicales. “The feel good record of the year” es otra excelente excusa para descubrir por qué Dave Grohl les choreó uno de los guitarristas para sus Foo Fighters.
Høst “Høst”(2008): De un buen tiempo a esta parte, el Black Metal parece haber sacudido su mugrosa cabeza, librándose del maquillaje innecesario y topándose en el camino con nuevas ideas fuera de su estrecho espectro de influencia que no hacen más que renovarlo y darle nuevos bríos sin perder nunca la esencia malvada que lo caracteriza. Bandas como Blut Aus Nord, Wold o Thralldom se metieron con los sonidos Industriales y el Noise. Enslaved y Nachtmystium rescataron la psicodelia setentosa. Deathspell Omega y Leviathan le dieron un nuevo significado a la palabra Progresivo. Inclusive algunos como Fen o Wolves In The Throne Room se animaron a juguetear con el Post-Rock. En este contexto no debería sorprendernos que un tipo que se hace llamar Zander Ness haya caído desde Minnesota (lugar poco Blackmetalero si los hay) portando una camisa a cuadros y reivindicando la honestidad del Grunge y el Punk en medio de una inclemente tormenta de energía negativa. Ok, la combinación podría parecer imposible o demasiado forzada en los papeles, pero si hay algo de lo que hace gala este debut autotitulado es de una fluidez atrapante. Tal vez se deba a que los tempos nunca llegan a ser demasiado rápidos, lo que da espacio para apreciar cabalmente la interacción de los instrumentos. Tal vez la clave esté en el desarrollado sentido melódico con el que cuenta la guitarra de Ness. No teman, aquí no hay teclados pedorros (pareciera que cada vez que se habla de Black Metal hay que hacer esa aclaración), las voces chillan llenas de odio y las canciones no son meras repeticiones de los mismos tres acordes de siempre. Y, claro, hay lugar para el gancho rockero e inclusive para riffs parados en algún lado entre Black Sabbath, el Rock sureño y las heladas montañas noruegas. Es más, un tema como “Desember” nos hace imaginar una realidad paralela donde DarkThrone y Soundgarden se fusionan en un híbrido irreconocible, con la cruda y violenta frialdad del primero y la melancólica imaginación soñadora de los segundos. Y sin enseñar ni un solo grumo. En cualquier caso, sin las cruzas estilísticas nunca hubiéramos tenido Rock And Roll para empezar. Así que si esto se llega a transformar en una nueva tendencia o sub género, después no digan que no les avisé.
One Second Riot “One second riot”(2008): La radio anuncia el fin de nuestros paradigmas entre siseos de mugre estática. Millones de pantallas escupiendo una constante marea de ruido blanco. Cables de alta tensión que cobran vida y envuelven edificios como si fueran boas estrangulando a su presa. La luz del cielo se apaga por completo y de él cae una espesa lluvia de concreto. Y en medio de este infierno gris y polvoriento una frágil voz nos entrega su dolor. Nos relata sus visiones con los ojos enrojecidos y un nudo en el estómago. Y luego nos arenga desde un imaginario púlpito construido con desechos post-nucleares. Dos franceses demuestran que es posible tender puentes entre la frialdad apocalíptica de la Música Industrial, la psicosis disonante del Noise-Rock y la emotividad cruda del Post-Hardcore. Sin guitarras y, no obstante, con un arsenal de riffs variadísimo. Por momentos el bajo retumba y hace temblar ciudades enteras y, en otros, no entrega acordes rasgueados con una delicadeza abrumadora, sólo para culminar la faena con dedos contracturados en busca de la disonancia perfecta. Un despliegue necesario dada la profundidad de estas nueve canciones. Una intensidad comparable a los momentos más ásperos de Neurosis y un vuelo creativo que pondría orgulloso a Blixa Bargeld. Jugando entre construcciones minimalistas de bajo y batería (casi como un Shellac observándose a sí mismo saltar de un edificio en llamas) e intrincadas arquitecturas sonoras que harían sonrojar al mismísimo Al Jourgensen. Y sin olvidar nunca el nervio, el groove rockero. Sí, son nerds pero tienen más Rock que cualquier gordo pelilargo con cara de malo. Y encima se dan el lujo de concebir este personalísimo e irresistible disco debut. Ideal para despedir el año nefasto que se va.
John Zorn “The crucible”(2008): Gracias por los sobresaltos. Gracias por los gestos desencajados. Gracias a esta gente por tanta música. Por tanto dolor y tanta admiración. Por las sorpresas y por los guiños cómplices. Que tal vez sean pocos pero necesarios. Gracias por los espasmos, por las más tenebrosas invocaciones rituales. Y gracias, claro, por todos esos monstruos deformes y de piel abultada que se dibujan en la garganta de este señor…¿cómo es que se llamaba? Ah, Mike Patton. En fin. Gracias por las frecuencias bajas y los climas pintados con carbón. Gracias por las agujas en los tímpanos. Gracias por el Rock más frenético y mala onda que jamás se haya concebido. Gracias por el incesante flujo de imágenes atravesando mente, cuerpo y alma. Gracias por desnudar la ciudad en medio de bosques de una oscuridad impenetrable. Gracias por este miedo helado y agotador. Gracias por las exigencias y por las devoluciones. Gracias por el trabajo en equipo y las sutilezas. Gracias por la tradición respetada a puñetazo limpio. Por las pentatónicas bien aprovechadas y por la arquitectura ruidosa llevada a su máxima expresión. Gracias por las neuronas sacando chispas y los músculos al rojo vivo. Gracias por el sudor y por esa incesante carrera escapando de estereotipos burdos y vacíos. Gracias por los gritos. Y esta vez me refiero a los de ese pobre saxofón abusado hasta el límite de la tolerancia. Gracias por el swing y por estas enfermedades armónicas. Gracias por esta dulce parálisis, esta sobrecarga de los sentidos. Gracias por los platillos envolventes y las melodías nocturnas. Gracias por la tensión y la expectativa. Gracias por las interpretaciones sentidas y las composiciones caóticas. Gracias por los sonidos que raspan con suavidad y por los que arrancan la piel sin miramientos. Gracias por transformarse en antenas humanas de emociones fuertes, lejos de cualquier atisbo de frialdad académica. Gracias por los riffs laberínticos y las bases imposibles de seguir sin perder la compostura. Gracias por bucear en los más insondables abismos del espíritu y mostrarnos lo que allí se esconde. Gracias por los placeres lúdicos y por la intensidad intransigente. Gracias por tanta inspiración y por la certeza de que nunca está todo dicho en la música y el arte en general.
Mikoto “We are the architects”(2008): Cuidado, lo voy a decir. Sí, la palabrota esa. Emo. Claro, ahora todos los viejos chotos (y los no tanto también. De hecho, no deja de ser extremadamente gracioso y triste al mismo tiempo ver a jovencitos con pelos largos y remeras de Judas Priest diciéndole putos a los del flequillito) nos hacemos los pistolas y nos reímos de estos adolescentes maquillados como si nosotros hubiéramos nacido con el gen de la coolez infinita en nuestro ADN. Es cierto que sería una estupidez negar el hecho de que algunos géneros, al alcanzar cierto grado de masividad, se saturan de clones sin nada para ofrecer. De la misma forma, es una completa necedad el cerrar la puerta a la posibilidad de que dentro de dichas corrientes puedan aparecer bandas dignas de atención. O sea, ningún género (bueno, casi ninguno) es descartable por definición. Y, al fin de cuentas, no debería necesitar tanta perorata para justificar que me haya gustado un disco Emo. Vamos, bandas como The Get Up Kids, Sunny Day Real Estate o Braid (por sólo nombrar a algunas de las más representativas) siguen estando entre las mejores cosas que le pasó al Rock en los 90’s. En fin, Mikoto hace Emo, entonces. Y no del vieja escuela. Acá hay gritos bien fuertes y guitarras duras, casi metaleras. Y también hay estribillos melódicos, punteitos bonitos y ritmos espásticos. Y buenas canciones, qué tanto. Guitarras capaces de extraerle buenas ideas a un formato que parece agotado hace tiempo, un cantante capaz y ubicado, que no exagera sus afecciones pero no escatima intensidad y una base rítmica que comprende a la perfección la dinámica que se requiere para este tipo de composiciones. Ok, no es nada nuevo y hay serias chances de que si alguna vez se cruzan con un video de estos chicos en Mtv los odien con toda su alma. Pero si son capaces de separarse por unos minutos del prejuicio (no digo que sea fácil, sólo que a veces, y sólo a veces, vale la pena intentarlo), tal vez encuentren algo más que lloriqueos tontuelos en este auténtico despliegue de emociones al rojo vivo.
Muga “There is nothing eternal exists”(2008): No es ninguna novedad, el mundo en el que vivimos se torna día a día más desagradable. Uno puede encontrar varios motivos para sentirse pesimista. Sin duda alguna, estos japoneses no tienen empacho en compartir su apocalíptica visión de las cosas con nosotros, errores gramaticales incluidos. Lo de Muga es Crust pero no esperen un mero regodeo en el viejo y querido d-beat. Las oscuras y casi depresivas melodías que dibuja la guitarra los emparentan con bandas como His Hero Is Gone o Tragedy. Voces cascadísimas, firmes marchas aceleradas, rebajes densísimos, riffs envolventes y un innegociable clima de perdición atraviesan las nueve canciones que componen este segundo álbum. Inclusive (como ya hiciera Tragedy anteriormente) se atreven a meter pianos y van más allá incorporando un funerario órgano como para no dejar dudas respecto de sus objetivos. Tal vez el punto más distintivo sea el hecho de que, por momentos, las melodías tienen serias influencias de la música tradicional japonesa. Y si están imaginando una versión de Birushanah con más revoluciones por minuto y una cuota extra de mugre punky, no están tan mal rumbeados. (Nota mental: con estas referencias no ayudás a nadie, pedazo de elitista) Pero en definitiva estamos en presencia de una banda con personalidad propia. Por momentos suenan como plegarias lanzadas a un cielo negro mientras enormes bloques de cemento caen sobre nuestros cuerpos, por momentos logran imágenes inequívocas del final que estos tipos sienten tan cercano. Y, como corresponde a un grupo de extracción Hardcore, todo ese caudal visual se siente en el cuerpo, en las entrañas. Olviden la alegría navideña y los buenos deseos de prosperidad y déjense envolver por estas llamas eternas.
Light “A million dead beneath the ice”(2008): Una cámara de torturas construida bajo cuevas en la nieve. Un blanco cegador adornado de rojo. Fotografías de rostros inertes mostrando sus dientes bajo una gruesa capa de frío sólido. En el universo de Light, el blanco es el nuevo negro. Porque todos sabemos que el infierno es un lugar helado. Aquí las guitarras son una tenue pero persistente tormenta de nieve que corta la piel y entumece los huesos. Las voces son los lamentos lejanos de los moribundos al ser torturados y enterrados bajo el hielo. El ritmo es un eterno cortejo fúnebre en cámara más que lenta. ¿Drone funerario con espíritu Black? Qué sé yo, esto es pura desesperación hecha música. Transmisiones infectadas desde lugares que nunca quisiéramos visitar. Rituales de perdición quirúrgica. Procesiones leprosas arrastrando cadenas. El mundo frío. El miedo y las visiones más perturbadoras. Melodías en túnicas raídas y polvorientas. El aire viciado y las encías mohosas. La piel endurecida y cuarteada. Arpegios como hebras cristalinas entrecruzándose hasta formar una definitiva mortaja. ¿Pueden escuchar el golpe metálico del martillo hundiendo los clavos en la carne? Ahogarse con bloques macizos de estática, sentir cada uno de los impulsos nerviosos apagándose uno por uno hasta dejar en su lugar un infinito espacio en blanco.
Birdflesh “The farmer’s wrath”(2008): Parece una obviedad, pero a veces hace falta recordarlo. El sentido del humor en el Metal extremo no siempre significa falta de ideas musicales. Estos suecos vienen dando pruebas de ello desde hace quince años. Se permiten jugar con diversos géneros sin dejar nunca de lado la esencia Grindcore que los caracteriza y no se quedan varados en la parodia musical, si no que aportan su propia visión musical. O sea, esto no es el chiste ecléctico de bandas como Crotchduster o Excrementory Grindfuckers que tan rápidamente se agota. Acá hay rabia, riffs destructores, inclusive con vueltas más elaboradas, cambios de tempo abruptos y enfermantes, machaques imposibles de no seguir con la patita, juegos de voces podridas que pueden ser jocosas o sencillamente violentas. Y, claro, hay letras extremadamente pelotudas y decididamente hilarantes. El poder imbatible de Birdflesh está en la guitarra demente de Achmed Abdulex (sí, así se hace llamar. Y lo acompañan Adde Mitroulis y…Panda Flamenco. Aplausos para este pibe, por favor), creador de una gama de riffs que no dan respiro, pletóricos de buenas ideas aplicadas al Grindcore. Vamos, el tipo escuchó su buena ración de Brutal Truth, y eso es uno de los mejores elogios que se me pueden ocurrir para un guitarrista grinder. Inclusive se dan el lujo de subir el nivel, luego de aquel pequeño bache que resultó ser el anterior “Mongo musicale” (al top ten de mejores títulos de discos de la historia de la vida, no obstante), ganando en variantes y recuperando la frescura de aquel genial “Night of the ultimate mosh”. Y, como si todo esto fuera poco, los muy descarados no le temen al gancho y logran que sus canciones queden pegadas en el cerebro a pesar de la virulencia de las mismas. Y si eso no les basta, escuchen los samples en español (y me refiero a español de España. Bah, gallego) de “Flamencorpse” y ríndanse a su pies. Y que conste que dejé pasar lo grandioso del título de ese tema. Ok, no son Pig Destroyer con sus cruentas exploraciones psicológicas, tampoco Nasum con sus convicciones políticas (otra cosa que los diferencia es que ningún miembro de Birdflesh está viendo crecer las algas desde abajo del oceáno) y mucho menos Antigama con su visión futurista del Grindcore, pero cualquiera que se diga fanático del género y no les preste oídos es porque nunca entendió el chiste.
The Fall Of Troy “Phantom on the horizon”(2008): Tal vez nunca llegue a entender del todo por qué me gusta esta banda. Tal vez eso mismo es lo que los hace atractivos. No sé. Lo cierto es que The Fall Of Troy posee varias cualidades que yo suelo odiar en el Rock. Son virtuosos y no temen mostrarlo, construyen canciones larguísimas, llenas de cambios, idas y venidas, poseen melodías tan épicas que harían sonrojar al más rabioso fanático de Tolkien y encima cuentan con un cantante que, en su modalidad limpia, es algo así como la versión Emo de Geddy Lee. Es más, este fantasma en el horizonte es un ep…uno que dura casi cuarenta minutos, claro. Y es conceptual. Ok, puedo vivir con la vergüenza de admitir que me gusta un grupo netamente de Metal Progresivo. Y es que lo hacen bien. Esos riffs (sí, son trescientos mil millones de riffs por canción, ¿qué pensaban?) enroscadísimos generan pinturas y la evolución constante de las composiciones logra transportarme y atraparme en sus historias sin que el aburrimiento asome la cabeza ni una sola vez. Claro, estos tres jovencitos de Washington han mamado tanto de los excesos progresivos de los 70’s como del caos controlado del Mathcore y es imposible no notar ese approach más intenso en su música. Y no me refiero simplemente a los ocasionales chillidos hardcorosos, si no también a las disonancias taladrantes, los pasajes ruidosos, los momentos de monolítica densidad y la dinámica esquizofrénica manejada como medio y no como fin en sí mismo. Es válido también aclarar que The Fall Of Troy, con sólo tres miembros y sin solos dejan a peleles como Dream Theater como unos viejitos patéticos tratando de emular sin éxito a sus ídolos. Acá hay personalidad de sobra. Y también hay música, lo que los oyentes más acartonados llamarían buena música. Impecablemente interpretada, construida con el corazón y la mente en perfecta armonía y pretenciosa como el carajo. Jamás pensé que escribiría semejante barbaridad, pero si la cosa progreta les hace mojar los calzones, es casi obligatorio que escuchen este disco.
Ehnahre “The man closing up”(2008): Uno ya sabe de antemano que si un proyecto cuenta con tres miembros de esa especie de orquesta del Metal Avant-Garde que es Kayo Dot, lo único que se puede esperar es lo inesperado. Y, en estos casos, es más que satisfactorio no sentirse defraudado. ¿Cómo definir lo que hace Ehnahre? Veamos, si alguna vez escucharon a Kayo Dot, por ahí pueden empezar a hacerse una idea de cómo viene la mano. Pero todavía se estarían quedando cortos. Ahora, si sumamos a la ecuación nombres como Pan-Thy-Monium, Khanate, Morbid Angel y Naked City, ya la cosa va tomando forma. Bueno, es un decir. Porque pocas cosas son tan deformes como lo que van a encontrar en estos cinco tracks sin nombre. Desde una ultradensidad Doom inhumana e inconexa, con acordes cayendo como rocas gigantes que se desprenden de una montaña y resuenan hasta el final de los días, hasta caóticos blast-beats rellenos de riffs huracanados y adornados con tormpetas y violines. Voces guturales, gritos de otras dimensiones y cánticos rituales. Silencios misteriosos, improvisaciones desencajadas, sonidos que se escapan de las manos como agua. Riffs deathmetaleros fracturados por rítmicas jazzeras, climas de oscuridad casi blackmetalera donde los vientos no hacen más que acrecentar la decadencia del aquelarre, capas de sonidos superpuestos que se meten en tu centro nervioso sin pedir permiso y hacen que tu cabeza de vueltas hasta sentir una viscosa masa en tu estómago que pugna por liberarse. Paredes de pura e impenetrable distorsión que dan paso a susurros operísticos dignos de musicalizar la más jodida película de terror en blanco y negro. Un bajo con cuerdas hechas con las entrañas de un elefante se mueve como una serpiente mientras las guitarras y la batería juegan a las escondidas con entradas y salidas totalmente esquizofrénicas. Cuerdas que se tensan lanzando chirridos de dolor en medio de una golpiza mutante de tambores mientras una melodía sórdida y acechante se va abriendo paso hasta alcanzar proporciones cósmicas. Y así continúa esto, en un constante juego de repliegues y ataques. Atrévanse a experimentarlo, no van a saber qué los golpeó.
Final “Dead air”(2008): Una puerta de metal líquido que se abre como si fuera un flor cromada. Partículas de óxido, ásperas y cobrizas, viajan en este océano plateado y se reproducen como estrellas en un cosmos irreal. Láminas espejadas atravesando la blanda carne, fundiéndose con los huesos. Secuencias de cifras inconexas se suceden a toda velocidad, transmitiendo códigos ilegibles. La entrada a un pasadizo que desemboca en otro pasadizo que desemboca en otro pasadizo que desemboca en otro pasadizo que jamás existió en primer lugar. Gigantes gusanos que se arrastran dejando a su paso una sustancia verde y viscosa. Cada tortuoso movimiento de su exoesqueleto se traduce en guturales inflexiones. El cielo y las aguas se funden y nuevos organismos flotantes se desprenden de membranas etéreas. Medusas fluctuando fluorescentes sobre un telón de oscuridad total. Los quejidos repetitivos de estos engranajes descompuestos. Toses de metal, ásperas bacterias recorriendo surcos de polvo rojo. Y así podría seguir por siempre. Visiones, millones de imágenes surcando los ojos de la mente y haciendo papilla los sentidos. De eso se trata la música de Final. Por si no lo sabían, este es el viejo proyecto (activo desde antes de la formación de Napalm Death) donde Justin Broadrick da rienda suelta a su pasión por los sonidos Industriales/Ambientales, bajo la atenta tutela de clásicos como Throbbing Gristle, Whitehouse o Coil. Y sí, este tipo sigue creando universos musicales propios con cada uno de sus grupos. Y nunca una sonrisa, claro. “Dead air” tal vez sea el trabajo más variado de Final, logrando que convivan sin problemas los embotadores climas ambientales infectados con estratos y estratos de sutilezas sonoras, los arrebatos de ruido abrasivo y amorfo, y los amagues de melancolía evocadora que nos recuerdan que el cerebro detrás de todo esto es el mismo creador de las melodías irresistibles de Jesu. Con Napalm Death destruyó la música tal y cómo la conocíamos hasta entonces. Con Godflesh logró la banda de sonido ideal para el fin del mundo. Con Techno Animal aplicó la más furiosa brutalidad a la música electrónica. Con Jesu conjugó de forma perfecta densidad y melodía. Con sus diversas colaboraciones (Head Of David, God, Curse Of The Golden Vampire, Ice, Sweet Tooth, etc) se animó siempre a explorar nuevos caminos de extremidad musical. Con Final genera puras sinfonías de abstracción. Si alguna vez se entrega el premio al músico más completo e influyente del Metal extremo, exijo que el bueno de Justino esté entre los nominados.
No Use For A Name “The feel good record of the year”(2008): Hace tiempo que estos californianos vienen demostrando que los skaters de bermudas pueden hacer su propia versión del Punk maduro sin perder ninguna de sus cualidades. Y es que esto no tiene nada que ver con saltimbanquis bobalicones como Blink 182 o Sum 41. Y no lo digo sólo por el hecho de que No Use For A Name ya cuenta con más de veinte años de carrera ininterrumpida. La clave, como siempre, está en las canciones. Y Tony Sly, el eterno líder del grupo tiene muy en claro como hacer que estas sean memorables sin caer en el pasatismo ni en la pose barata. Por supuesto, aquí manda la melodía. Y Sly parece poseer el gen Beatle que lo hace componer líneas vocales impecables, de esas que te obligan a tararearlas una y otra vez. Puede emocionarte hasta las lágrimas o levantarte el ánimo en el peor de los días. Puede sorprenderte escondiendo un trabajo casi artesanal detrás de la aparente simpleza de los temas. Claro, la base sigue siendo ese Hardcore-Punk acelerado, esas baterías hiperkinéticas, esas guitarras filosas y ese bajo tenso y firme. O las lecciones bien aprendidas de Bad Religion. Pero ojo, esto no es ninguna copia de nadie. Y tampoco se trata de material monótono, siempre hay lugar para guitarras acústicas, tempos que los acercan al Power-Pop y letras que no temen tocar tópicos políticos. Ok, he de reconocer que, en comparación con el anterior “Keep them confused”, la banda le ha dado aquí más espacio a su costado más efervescente. Lo cual no es algo necesariamente malo, es sólo una cuestión de gustos. En definitiva, podríamos hablar del enorme poder que encierra la humildad de las buenas canciones. O podríamos descubrir como, a veces, la falta de pretensiones no significa un vacío de ideas musicales. “The feel good record of the year” es otra excelente excusa para descubrir por qué Dave Grohl les choreó uno de los guitarristas para sus Foo Fighters.
Høst “Høst”(2008): De un buen tiempo a esta parte, el Black Metal parece haber sacudido su mugrosa cabeza, librándose del maquillaje innecesario y topándose en el camino con nuevas ideas fuera de su estrecho espectro de influencia que no hacen más que renovarlo y darle nuevos bríos sin perder nunca la esencia malvada que lo caracteriza. Bandas como Blut Aus Nord, Wold o Thralldom se metieron con los sonidos Industriales y el Noise. Enslaved y Nachtmystium rescataron la psicodelia setentosa. Deathspell Omega y Leviathan le dieron un nuevo significado a la palabra Progresivo. Inclusive algunos como Fen o Wolves In The Throne Room se animaron a juguetear con el Post-Rock. En este contexto no debería sorprendernos que un tipo que se hace llamar Zander Ness haya caído desde Minnesota (lugar poco Blackmetalero si los hay) portando una camisa a cuadros y reivindicando la honestidad del Grunge y el Punk en medio de una inclemente tormenta de energía negativa. Ok, la combinación podría parecer imposible o demasiado forzada en los papeles, pero si hay algo de lo que hace gala este debut autotitulado es de una fluidez atrapante. Tal vez se deba a que los tempos nunca llegan a ser demasiado rápidos, lo que da espacio para apreciar cabalmente la interacción de los instrumentos. Tal vez la clave esté en el desarrollado sentido melódico con el que cuenta la guitarra de Ness. No teman, aquí no hay teclados pedorros (pareciera que cada vez que se habla de Black Metal hay que hacer esa aclaración), las voces chillan llenas de odio y las canciones no son meras repeticiones de los mismos tres acordes de siempre. Y, claro, hay lugar para el gancho rockero e inclusive para riffs parados en algún lado entre Black Sabbath, el Rock sureño y las heladas montañas noruegas. Es más, un tema como “Desember” nos hace imaginar una realidad paralela donde DarkThrone y Soundgarden se fusionan en un híbrido irreconocible, con la cruda y violenta frialdad del primero y la melancólica imaginación soñadora de los segundos. Y sin enseñar ni un solo grumo. En cualquier caso, sin las cruzas estilísticas nunca hubiéramos tenido Rock And Roll para empezar. Así que si esto se llega a transformar en una nueva tendencia o sub género, después no digan que no les avisé.
One Second Riot “One second riot”(2008): La radio anuncia el fin de nuestros paradigmas entre siseos de mugre estática. Millones de pantallas escupiendo una constante marea de ruido blanco. Cables de alta tensión que cobran vida y envuelven edificios como si fueran boas estrangulando a su presa. La luz del cielo se apaga por completo y de él cae una espesa lluvia de concreto. Y en medio de este infierno gris y polvoriento una frágil voz nos entrega su dolor. Nos relata sus visiones con los ojos enrojecidos y un nudo en el estómago. Y luego nos arenga desde un imaginario púlpito construido con desechos post-nucleares. Dos franceses demuestran que es posible tender puentes entre la frialdad apocalíptica de la Música Industrial, la psicosis disonante del Noise-Rock y la emotividad cruda del Post-Hardcore. Sin guitarras y, no obstante, con un arsenal de riffs variadísimo. Por momentos el bajo retumba y hace temblar ciudades enteras y, en otros, no entrega acordes rasgueados con una delicadeza abrumadora, sólo para culminar la faena con dedos contracturados en busca de la disonancia perfecta. Un despliegue necesario dada la profundidad de estas nueve canciones. Una intensidad comparable a los momentos más ásperos de Neurosis y un vuelo creativo que pondría orgulloso a Blixa Bargeld. Jugando entre construcciones minimalistas de bajo y batería (casi como un Shellac observándose a sí mismo saltar de un edificio en llamas) e intrincadas arquitecturas sonoras que harían sonrojar al mismísimo Al Jourgensen. Y sin olvidar nunca el nervio, el groove rockero. Sí, son nerds pero tienen más Rock que cualquier gordo pelilargo con cara de malo. Y encima se dan el lujo de concebir este personalísimo e irresistible disco debut. Ideal para despedir el año nefasto que se va.