Por Fernando Suarez.
La edad no es nada, la sed es todo. Tres viejos con sed de joderte la cabeza. Sin artificios, sin poses exageradas, sin sobreactuaciones. Un gordito con la mejor onda del mundo y su bajo, el bajo con más mala onda del mundo. Repitiendo notas y riffs en un trance hipnótico y doloroso. Ese mismo gordito que respondió preguntas del público, que soportó estoicamente a los que le reclamaban una púa (manes, ¿qué parte de “cuando termine el show” no entendieron?) y no sabía si alguna vez pisaría suelo argentino con su otra banda, Mission Of Burma. Pero no se trata de regodearnos en grandes nombres y leyendas del underground Punk americano. Aunque, claro, estemos hablando de la banda que cuenta con el liderazgo de Steve Albini. “Toco la batería en la banda de Steve Albini”, dijo un esquelético Todd Trainer en tono burlón, como para que la cosa quedara clara. Y también se dedico a hipnotizarnos (sí, otra vez) con sus golpes en cámara lenta. Esos pobres platillos deberían ser donados a la ciencia. Y Trainer debería dar clases explicando como se pueden tocar las canciones más retorcidas de la forma más simple posible, si no fuera porque las clases de batería (y de música en general) son una absoluta pérdida de tiempo. Y, sí, estuvo también el flaco anteojudo, el hombre más enojado del Punk de Chicago, el productor (“No me llamen productor, soy un ingeniero”, dice él) de Niravana, The Jesus Lizard, Pixies, Neurosis y tantos otros. Sí, también produjo a Fun People, pero para qué insistir con eso. Por cierto, Nekro, Boom Boom Kid, Carlitos o cómo carajo quiera que te hagas llamar ahora, nadie estaba interesado en arengarte en tu rol de DJ, no había necesidad de torturarnos con esas baratijas musicales taaan cool (con excepción de los gloriosos Big Boys, he de reconocerle eso). En fin. Hablábamos del tipo con los anteojos, la guitarra colgada con una especie de cinturón y el gran prontuario sobre sus hombros. El que no abrió la boca durante todo el recital, salvo para cantar, gritar (“Baby Jesus please fucking kill him”, piel de gallina asegurada o le devolvemos su chaleco de fuerza), recitar (“Other people think she’s crazy. But i know other people and i think she’s alright”, nudo en la garganta asegurado o le devolvemos su diatriba misógina) y saludar después del último tema. El que se retorcía como una especie de robot geek atacado por sus propios impulsos eléctricos ¿Noise Rock? A nadie le gustan las etiquetas, pero algo de eso hay. Pero estos tres señores mayores saben un par de cosas sobre como sonar enfermizos, disonantes y tensos sin necesidad de saturar todo resquicio musical con distorsión, y no es que haya algo de malo en eso. Pero a más de veinte años de haber grabado temas como “L Dopa”, “Kerosene” o “Bad Penny”, ya no hay necesidad de insistir con lo mismo. ¿Minimalismo? Bueno, el Rock de por sí es minimalista, así que hablemos directamente de Rock, aunque los críticos de Rock se rasguen las vestiduras. Y si alguien alguna vez esgrimió la idea de que el Rock tenía que doler, sangrar y estimular el cuerpo, la mente y el alma, entonces esto fue Rock en su máxima expresión. Cortando la grasa y dejando afuera toda la bullshit innecesaria (incluida la sobada de los bises). Y ya repetí la palabra Rock más veces que Brett Michaels en su Reality Show. Retomemos. Tres tipos adultos dejando en evidencia a tanto adolescente conflictuado, a tanto viejo choto conservador disfrazado de Punk y a tanto metalero “extremo” con pretensiones de ser “el más enfermo y pesado” de la cuadra. Sin otra arma más que sus instrumentos y sus canciones. Y les juro que me pondría a escribir renglón tras renglón acerca de esas canciones, pero si estuvieron esa noche en Niceto ya saben a qué me refiero. Y si no estuvieron…bueno, mejor suerte para la próxima.