Por Manuel Platino.
Un encuentro en la fría Germania con dos de las bandas más intensas de las calurosas tierras del sur de los Estados Unidos. Para no perdérselo.
El sitio del encuentro es el barrio del Müllheim, un suburbio industrial reciclado que hoy en día sirve de residencia estudiantil en Colonia. Entre remeras de Danko Jones, Sunn O))), The Dwarves, The Velvet Underground (la diversidad convive hoy en día en el ambiente rockero juvenil teutón. Pulgares arriba por eso. Aunque probablemente sea la posmodernidad de mierda que nos envuelve y estoy siendo optimista en demasía, no sé) me puse a matar el tiempo hasta que empiece Kylesa. El galpón cerrado estaba 100% equipado con 5 cámaras de televisión, 3 frente al escenario y 2 al fondo, junto a las consolas del sonidista.
Un set de iluminación que sería la envidia de Michael Jackson, (no era para tanto, pero bueno) para un lugar relativamente chico, hizo los honores y empezó el quinteto de Savannah, aquella noche en versión cuarteto, ya que por alguna razón salieron a tocar sin su bajista Corey Barhost. No sería justo decir que no fue necesario un bajista porque no sería cierto, es decir, los graves juegan un papel importante en el sonido de Kylesa, además de que Barhorst también forma parte del triple ataque vocal de la banda. Pero dentro de todo el show funcionó. Las partes podridas usualmente cantadas por el bajista fueron hechas por la guitarrista Laura Pleasants y la guitarra de Phillip Cope amplificada con una heladera Ampeg llenó el espacio correspondiente de los graves en el espectro auditivo. De esta forma el sonido logrado fue el equivalente estridente de una criatura lovecraftiana: una bola informe y purulienta de distorsión y energía, cuyas pisadas gordas y machacantes aplastaban a los espectadores con golpes de doble batería (donde realmente reside la pesadez del monstruo), y los apéndices cancerígenos vocales de Philip y Laura contaminaban nuestros oídos y taladraban nuestros cerebros. Una nota sobre la doble batería: El 90% del tiempo tocan exactamente lo mismo, lo cual hace dudar del verdadero propósito de tener dos baterías… las dudas se despejan al escuchar como suenan en vivo.
Una breve pausa, recambio de instrumentos, algunos problemas con el equipo de bajo que fueron rápidamente solucionados, y llegó el momento para el otro cuarteto de Savannah. Baroness desplegó un sonido un poco mas enfocado, con pequeños toques de la psicodelia del viejo Hawkwind en el sonido, y con esa cualidad indescriptible que parecen tener las bandas de Georgia que las hace brutalmente intensas y sobre todo, como es el ejemplo bien característico de la banda mencionada en cuestión, igualmente emotivas. Tal vez deba mencionar aquí el ya conocido efecto Neurosis, pero en el caso de Baroness trabaja a niveles diferentes. Donde en Neurosis la emoción funciona tanto espiritual como terrenalmente, en Baroness es evidentemente visceral, ya que las melodías son esencialmente orientadas al riff rockero haciendo de los temas mucho más inmediatos, mucho más fáciles de asimilar. Aún así, empujando la simple música rockera/psicodélica hacia planos más elevados, surge esa componente motiva que le inyecta el cantante y mente maestra John Baizley. El resultado es sorprendente, hace acordar a la crudeza de Fugazi en vivo por momentos, pero con más barbas y menos ideales. Mezclando muy bien las partes intensas con los cortes calmos y algunos pasajes espaciales, el cuarteto te deja dudando si realmente basan su fuerza en la energía y la distorsión como te hacen creer en los flyers de promoción; o quizás haya algo (en realidad mucho) más que solo fuerza. Ojalá que la fructífera escena underground de Georgia siga produciendo talento como este en los años por venir.